Wednesday, February 24, 2010

Las influencias literarias de The Joy Division

por Jon Savage

En marzo de 1980, Joy Division lanzó su tercer single, con canciones como Atmosphere y Dead Souls. Se hizo una edición limitada de 1.578 discos en un sello independiente francés, Sordide Sentimental; una grabación poco común. Llevaba una advertencia de una sola palabra – Gesamtkunstwerke – y de verdad se trató de una obra de arte total, con gráfica, música, fotografías y texto, un mundo en sí misma.


La tapa del desplegable es una pintura del artista neoclásico Jean-Francois Jamoul, en la que se ve un ermitaño de túnica contemplando desde la cima de las montañas los valles oscurecidos por las nubes. Adentro hay un collage de una figura solitaria que desciende a las profundidades de la tierra, una foto de Anton Corbijn que muestra al grupo bajo una luz fluorescente en la estación Lancaster Gate. Y además está el texto.
En el ensayo titulado Licht und Blindheit (Luz y ceguera), Jean-Pierre Turmel se coloca lo más lejos posible del cliché del crítico de rock. Citando entre otros a Pascal, Heinrich von Kleist y Georges Bataille, profundizó en su intento por explicar el efecto que Joy Division le produjo: “En el corazón de los sufrimientos cotidianos y del castigo, en la rueda misma de la mediocridad cercenadora, se encuentran las llaves y las puertas del mundo interior”.
El single fue recibido con éxtasis por los seguidores del grupo. No sólo porque eran las dos mejores canciones que jamás habían grabado, sino porque era un reconocimiento al fanatismo, casi religioso, que rodeaba al grupo. Ian Curtis estaba encantado con el package , pero sobre todo, sabía mejor que nadie que las palabras y los libros son el umbral para otras dimensiones.
No se trata de legitimar las letras de Curtis como obra literaria, sino de dejar en claro que en los años 60 y los 70, la cultura pop actuaba como centro de intercambio para la información que estaba literalmente oculta como la esotérica, o era degradada, impopular y estaba por debajo del radar de la literatura. Y existía toda una subcultura y un mercado que sostenían estos intentos de clandestinidad.
Joy Division continúa inspirando nuevas generaciones de oyentes, pero sin duda fueron el producto de un tiempo y un lugar. Ian Curtis era un ávido lector que se convirtió en escritor fecundo. En el noroeste de Inglaterra, a mediados de los años setenta, encontró los materiales que necesitaba para escapar, pero sólo para descubrir, como era evidente en muchas de sus lecturas, que escapar era imposible.

Como los Doors y The Fall, Joy Division tomó su nombre de un libro. No se inspiraron en Huxley o en Camus, sino en una pieza relacionada con el Holocausto. The House of Dolls de Ka-Tzetnik (su verdadero nombre es Yehiel Feiner) cuenta de zonas en los campos de concentración en las que se forzaba a las mujeres a la esclavitud sexual: no era la División de trabajo forzado (Labour Division) sino la División del placer (Joy Division). En 1978, cuando el grupo adopta el nombre, la novela había vendido millones de copias en edición rústica.
Desde principios hasta mediados de la década del setenta, fue la época dorada de las publicaciones en rústica, fueran buenas o malas. Aparte de Penguin, con su fuerte línea de ciencia-ficción, que incluía autores como Philip K. Dick, Olaf Stapledon y J. G. Ballard, estaba Picador, Pan, Mayflower y Paladin, este último con una amplia lista que incluía a Jeff Nuttall y Timothy Leary. Con sólo 50 peniques, cuando un disco LP costaba 3,25 libras, estos libros estaban al alcance de los jóvenes.
Estaban las tiendas manejadas por David Britton y Mike Butterworth: House on the Borderland, Orbit y Bookchain, en Manchester. Como recuerda Butterworth, las tres eran “modelos de dos librerías de la época en Londres, Dark They Were y Golden Eyed en Soho, que vendían historietas, ciencia-ficción, material relativo a drogas, afiches, y una cadena que se llamaba Popular Books”.
Con su amigo Steven Morris, Ian Curtis visitaba con frecuencia House on the Borderland. Butterworth los recuerda como “jóvenes disparatados, alienados, atraídos por almas con mentalidad semejante. Querían algo poco convencional y fuera de la vía tradicional, y la tienda ofrecía eso. Probablemente la veían como un faro de luz en la sombría Manchester de principios de los 70. Ian compraba tomos de segunda mano de New Worlds, la gran revista literaria de los años sesenta editada por Michael Moorcock, que promocionaba a Burroughs y a Ballard. Mi amistad con Ian comenzó hacia 1979: hablábamos sólo de Burroughs.”

Curtis era autodidacta, abandonó la escuela a los 17 años, y siguió el ejemplo de la cultura pop de la época. En 1974 la Rolling Stone le hizo una entrevista a David Bowie con William Burroughs. La charla en sí no significó nada, pero dejó sentada la conexión, especialmente cuando Bowie se mostró en el documental de TV de Alan Yentob Cracked Actor, y Burroughs proyectó una gran sombra en todo el punk y post punk británico.
A mediados de los años 70, había una sensación de que ya habían arrojado la bomba, reforzada por el estado vacante y marginado en que se encontraban las ciudades del interior de Inglaterra. Con su brutalidad casual y humor negro, la prosa acelerada de Burroughs, lo que su biógrafo Ted Morgan llamó “estilo nuclear”, combinaba con este humor apocalíptico.
Joy Division muy rara vez daba una entrevista. En enero de 1980, sin embargo, le dieron una audiencia al joven escritor y cantante Alan Hempsall. Esta sería la única vez que Curtis habló de sus lecturas. Mencionó Naked Lunch y The Wild Boys como dos de sus libros favoritos. Curtis comenzó escribir en serio durante 1977 cuando él y su esposa Deborah se mudaron a Barton Street en Macclesfield, al sur de Manchester. En sus memorias Touching from a Distance, Deborah Curtis recuerda que “la mayoría de las noches Ian se encerraba a escribir en el cuarto azul, interrumpiendo solamente para beber una taza de café entre las volutas de humo de un Marlboro. No me importaba la situación: lo encarábamos como un proyecto, algo que debía hacerse”.
Sus primeros intentos muestran al escritor luchando por establecer un estilo. Una de las primeras grabaciones más impactantes de Joy Division, No Love Lost, tiene una parte recitada con un párrafo completo de The House of Dolls . Canciones como Novelty, Leaders of Men y Warsaw eran regurgitaciones apenas digeridas de sus fuentes: grumosas páginas de frustración, fracaso e ira con un trasfondo militarista y totalitario. Como una estocada de Burroughs, las letras cambian de una dirección concreta a la descripción de una situación, con frecuencia horrorosa o perturbadora: “todos los asesinos agrupados en cuatro filas”, sellado con una confesión en primera persona de culpabilidad o indefensión: “Hice todo lo que quise / dejé que te usaran para sus propios fines”.
En los ensayos de Joy Division, Curtis actuaba como director, detectando fraseos y trabajando con Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris para convertirlos en canciones. Cuando terminaban con la música, escarbaba en la bolsa plástica donde guardaba sus notas y comenzaba a ponerle letra a la música. Como lo recuerda Sumner en el documental de Joy Division, “sólo sacaba algunas palabras y comenzaba a cantarlas, era bastante rápido”. Entre 1978 y 1980 no dejó de escribir letras, tenía para más de tres álbumes. Curtis no buscó narrativas convencionales, pero creó una situación en la cual la emoción surgía como respuesta al narrador. Mientras la letra pasaba de lo universal a lo personal, el “yo” se encontraba con frecuencia atrapado, como en una tragedia griega, por fuerzas que no podía controlar. “Vivimos bajo tus reglas, eso es lo que nos mostraron” (Candidate).
Como muchos jóvenes, los sentimientos de Curtis oscilaban entre la omnipotencia y la protesta, esto se reflejaba en sus letras. La sensación de luchar en vano, tal vez, contra un sistema laberíntico es un tema recurrente en Kafka, Gogol y Burroughs, entre otros. Es fácil seguir una línea temática entre los agentes de control en El Castillo de Kafka y las teorías del control en Burroughs, o en el fatalismo de los rusos del siglo XIX a la ciencia-ficción de posguerra.

La exquisita tecnobarbarie de Ballard ofrece una variante. La ciencia-ficción muestra una alternativa y Curtis empleó este lenguaje en el primer álbum de Joy Division, Unknown Pleasures. Canciones como Interzone ubican a una juventud desesperada y olvidada, como los Wild Boys, en paisajes desiertos de Manchester. Al mismo tiempo, había una preocupación por las imágenes religiosas y el martirio, combinados con una actitud nietzscheana.
Las letras eran sólo una parte del paquete. Joy Division era una obra de arte total, hasta la carátula del disco, el vestuario y los afiches. En vivo eran brutales y demasiado intensos: como cantante, Curtis se ubicaba completamente en el momento con un personaje que, intencionalmente o no, se acercaba a la visión de un profeta: “He viajado a lo largo y a lo ancho de muchos tiempos diferentes” (Wilderness).
No es difícil darse cuenta cómo Curtis se identificó con el funcionario público, el héroe de Memorias del subsuelo de Dostoievski con su desdén nihilista por el “hormiguero humano”: Nacimos muertos. El problema con la música rock es la idea de autenticidad, requiere que el cantante actúe, caracterice las letras y el estado de ánimo. En la medida que Joy Division despegaba, él quedó atrapado en sus propias letras. Curtis escribe para Atrocity Exhibition: “para divertirse miran como se retuerce su cuerpo/ Detrás de sus ojos dice ‘todavía existo’”. Aunque se refiere a la novela de Ballard, el clima de la canción es más parecido a El Lobo Estepario de Hermann Hesse. En 1980, cuando Alan Hempsall le preguntó al respecto, Curtis dijo que había escrito la canción mucho antes de leer el libro. “Sólo vi el título y me pareció que encajaba con las ideas de la letra”.
Está claro que Curtis utilizaba sus libros para generar un estado de ánimo. Al mismo tiempo su esposa pensaba que “todo eso culminaba en una obsesión enfermiza, con sufrimiento físico y mental”. Hace poco escribió: “Pienso que la lectura de esos libros realmente alimentó su tristeza”.
Entre 1979 y 1980, el humor de Curtis se hace más negro. Dead Souls era una porción del horror de H. P. Lovecraft, viejo y frío, que ponía los pelos de punta. Canciones de la época del álbum Closer muestran cómo lo que escribe se vuelve directamente una angustiada confesión. Nadie vio las señales obvias. Tony Wilson, a quien entrevistaron en el documental, dijo que creyó que se trataba “sólo de arte”. Las últimas letras de Curtis In a Lonely Place (en un lugar solitario), son el eco de la descripción que Jean-Pierre Turmels hace de la obra de Bernini, el Extasis de Santa Teresa: “el mármol, mortalmente pálido, sorprende al cuerpo en un momento específico, entre carne y cristal, justo antes que desaparezca lo tangible y el alma eche a volar”. El gran logro de las letras de Curtis fue captar la realidad subyacente de una sociedad convulsionada y mostrarla tanto en el ámbito universal como personal. Las emociones son la esencia de la música pop y así como Joy Division se ubica perfectamente entre la brillante luz y la oscura desesperación, también las letras de Curtis oscilan entre la desesperanza y la posibilidad, casi la necesidad, de contacto humano.
Casi 30 años después de su muerte, Joy Division ingresó su música en el mercado masivo de las telenovelas, o bandas sonoras para programas de deportes de la BBC. Me alegra que las canciones reciban su mérito, pero también vale la pena recordar que la banda y su letrista fueron productos de una época muy particular de la historia de la cultura, cuando existía una urgente demanda de literatura para intelectuales y cuando inteligencia no era una mala palabra.

Publicado en la revista Ñ, 20/12/2008. Originalmente publicado en The Guardian.

Thursday, February 18, 2010

Carpentier, María Teresa y el combate antimachadista en París




El compromiso de Alejo Carpentier con la Revolución Cubana es universalmente conocido. Recientemente, un dossier de esta misma publicación se centró en la implicación de Carpentier en la Guerra Civil Española. Hoy ponemos en manos de nuestros lectores una recopilación de documentos relacionados con su participación en la lucha contra el dictador Gerardo Machado.
Inicia la selección un esclarecedor trabajo de la investigadora Ana Cairo donde se destaca la actividad de María Teresa Freyre de Andrade y del Comité de Jóvenes Revolucionarios así como la participación del autor del Recurso del método en la lucha antimachadista.
A continuación se brinda un documento inédito: se trata de un fragmento de una carta de Alejo a su madre, Ekaterina Vladímirovna Blagoobrázova, más conocida como Lina Valmont, a quien el escritor llamaba cariñosamente Toutouche. En ella se conocen detalles de la participación de ambos en las actividades clandestinas del ABC en contra de la tiranía de Machado.
Le siguen tres artículos del propio Carpentier que no han circulado suficientemente entre los lectores cubanos: el primero, aparecido en la revista española Octubre, dirigida por el poeta Rafael Alberti, en su número de septiembre de 1933. Los otros dos artículos fueron publicados en la revista Carteles en diciembre de 1933 y en febrero de 1934. Entre otros aspectos de interés se destaca la solidaridad de notables intelectuales franceses, tales como Robert Desnos y Georges Ribemont-Dessaignes, ambos muy cercanos a nuestro narrador, con los revolucionarios antimachadistas.
Cierra el dossier El terror en Cuba, folleto del Comité de Jóvenes Revolucionarios Cubanos residentes en Francia, financiado por el compositor Edgar Varese. En esta publicación, ilustrada por nuestro pintor Carlos Enríquez, colaboran Alejo Carpentier y los escritores Henri Barbusse y Romain Rolland, entre otros.

Rafael Rodríguez Beltrán


por Ana Cairo • La Habana

Para Graziella Pogolotti y Araceli García Carranza

I

La Biblioteca Nacional de Cuba José Martí (BNCJM) está celebrando el cincuentenario de su actual etapa, la cual se inició con la victoria revolucionaria del 1ro. de enero de 1959. La doctora María Teresa Freyre de Andrade (San Agustín de la Florida, Estados Unidos de América, 1896-La Habana, 1975) fue nombrada directora de la institución y permaneció en dicha responsabilidad hasta 1967. Ella solicitó la colaboración de numerosos intelectuales, quienes contribuyeron a que la BNCJM se convirtiera en uno de los centros culturales de más prestigio en el sistema de la cultura revolucionaria.


Graziella Pogolotti, Vicentina Antuña, Miguel Ángel Asturias,
María Teresa Freyre de Andrade y Alejo Carpentier

María Teresa contrató a jóvenes como Graziella Pogolotti y Araceli García Carranza. Le pidió al historiador, demógrafo y profesor universitario Juan Pérez de la Riva (1913 -1976), que le sirviera de asesor y que dirigiera la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí en su tercera época.

Alejo Carpentier (Lausana, Suiza, 1904 - París, 1980) vivió en Caracas desde agosto de 1945 hasta julio de 1959. Cuando regresó a La Habana, se ocupó de organizar los Festivales del Libro Latinoamericano. En septiembre, organizó las primeras acciones en la BNCJM. María Teresa ayudaba al narrador en el éxito del Festival y, de este modo, se inauguró una colaboración permanente con la institución. Araceli García Carranza se convirtió en su bibliógrafa y en una de las ayudantes de investigación para suministrarle datos que él necesitaba. El amor que Carpentier sentía por la BNCJM se evidenció en el gesto de donar una parte de su archivo en 1977.

María Teresa había conocido a Carpentier, a Pérez de la Riva, al pintor Marcelo Pogolotti (padre de Graziella), cuando todos residían en París y eran opositores a la dictadura de Gerardo Machado (1925-1933). El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 facilitó el reencuentro solidario de una parte de los intelectuales que habían irrumpido en la vida pública en los diferentes contextos del combate antimachadista.

II

En 1927, Alejo Carpentier era un joven periodista con éxito. Tenía prestigio como un buen crítico de artes. Se le consideraba uno de los ideólogos de la renovación vanguardista que impulsaba el nacionalismo sinfónico y también defendía los aportes de los sones a la cultura popular.

El 9 de julio de 1927, Carpentier fue detenido en el bufete de Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), situado en las calles de Cuba y Empedrado de La Habana Vieja. Ambos trabajaban —como era habitual— en el próximo número del semanario Carteles. Roig cumplía las funciones de subdirector literario y Carpentier las de jefe de redacción. Los dos integraban la membresía del Grupo Minorista (1923-1929) y por lo mismo estaban públicamente afiliados a la intelectualidad antimachadista.

Carpentier fue internado en la prisión (Paseo del Prado y Cárcel), donde permaneció hasta finales de agosto. Había sido incluido en el llamado “proceso comunista” por firmar un manifiesto favorable a la creación de un sindicato vanguardista de escritores y artistas.

Desde el mes de mayo, varios dictadores latinoamericanos se habían puesto de acuerdo para organizar una represión concertada de sus disímiles opositores. La operación había comenzado en Lima (mayo). La dictadura de Gerardo Machado (1925-1933) eligió el mes de julio para que coincidiera la redada con el anuncio público de que el presidente de los Estados Unidos de América asistiría a la apertura de la VI Conferencia Panamericana a celebrarse en La Habana entre enero y marzo de 1928. Con la orden de encarcelar a más de 60 personas (entre cubanos y extranjeros) por los más insignificantes motivos, la tiranía estaba advirtiendo a sus numerosos enemigos que usaría todos los recursos para liquidarlos y garantizar una imagen de estabilidad imprescindible para el objetivo político fundamental: que el presidente estadounidense viajara a La Habana a respaldar la gestión de Machado y sus planes de reelección para mantenerse en el gobierno hasta mayo de 1935.

Carpentier tenía la nacionalidad francesa. Como a otros extranjeros, se le iba a aplicar una orden de expulsión, de acuerdo con las normativas del decreto presidencial contra los extranjeros “perniciosos”, que Machado había firmado en junio de 1925. Saldría de prisión hacia el barco-presidio Máximo Gómez, donde permanecería confinado hasta su salida definitiva del país.

El famoso abogado Enrique Roig (tío de Emilio Roig de Leuchsenring), a petición de su sobrino, encontró la estrategia jurídica para evitar la expulsión inmediata de Carpentier. Le aconsejó que se declarara cubano por nacimiento, lo cual no había sido debidamente legalizado por causas no imputables a él. Enrique preparó un expediente acelerado de naturalización con la ayuda de todos los intelectuales amigos. Mientras se hacían las diligencias legales, él se mantuvo en la cárcel de Prado. A finales de agosto, ya con la nacionalidad cubana, quedaba invalidado el decreto de expulsión. Entonces, abandonó la cárcel.

Como los otros cubanos incluidos en el llamado “proceso comunista”, estaba fichado por la policía judicial y podía regresar a la prisión en cualquier momento. Tenía decidido salir de Cuba por un tiempo. Valoró irse al México D. F.

En marzo de 1928, se celebró un congreso de la prensa latina en La Habana. Carpentier era bilingüe y se convirtió en el traductor y en el guía del poeta surrealista francés Robert Desnos. Surgió una hermandad entre los dos. Esto posibilitó que el joven viajara a Europa. En abril, ya estaba residiendo en París. Se presentaba como un corresponsal de Carteles y del mensuario Social. Desnos lo ayudó a integrarse a la comunidad de intelectuales vanguardistas y hasta le facilitó el uso de algunos locales para que viviera y trabajara hasta que logró una estabilidad económica.

Carpentier también se integró a la comunidad de intelectuales latinoamericanos. Algunos (como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, o el venezolano Arturo Uslar Pietro) eran exilados políticos. Del mismo modo, confraternizaba con los cubanos; en particular, ejercía las funciones de promotor de cantantes, compositores, intérpretes y bailarines, pintores, escritores, entre otros.

III

Fernando Freyre de Andrade (1863-1929), el padre de María Teresa, fue un oficial de alta graduación en el Ejército Libertador durante la última guerra de independencia. Después de constituida la República de Cuba, él se mantuvo en la política al igual que sus hermanos Gonzalo, Leopoldo y Guillermo.

Ellos se opusieron a la prórroga de poderes machadista. Gonzalo se destacó como abogado defensor de estudiantes y de otras personas víctimas de las persecuciones de la satrapía. Sus hermanos lo ayudaban.

El 27 de septiembre de 1932, un comando integrado por combatientes de la organización clandestina ABC y del Directorio Estudiantil Universitario logró él éxito en un atentado a Clemente Vásquez Bello, presidente del Senado machadista y amigo del sátrapa. Desde 1931, este había ordenado la estructuración de “la porra”, mercenarios y mercenarias, quienes eran contratados para atacar las manifestaciones, o para asesinar a enemigos con absoluta impunidad.

Tan pronto Machado supo la muerte de Vásquez Bello; dio la orden de que grupos de “la porra” salieran a cazar enemigos. Alrededor de las tres de la tarde, siete asesinos irrumpieron con la máxima violencia en la mansión de Gonzalo y lo masacraron junto con sus dos hermanos. También fue abatido Miguel Ángel Aguiar al abrir la puerta de su casa. Ricardo Dolz y Carlos Manuel de la Cruz lograron esconderse y salvaron la vida. La desfachatez criminal de la tiranía llegó al extremo de que en el periódico Heraldo de Cuba de ese día, apareció la noticia de la muerte de los Freyre de Andrade, cuando ellos estaban todavía vivos. Por otra parte, se anunció en la misma noticia la ejecución de Dolz, cuando en realidad él ya había escapado.


Revista Carteles, 24 de diciembre de 1933, p.14.

María Teresa tuvo que exilarse de inmediato. En París, ella se convirtió en uno de los iconos de las razones que moralmente fundamentaban el combate antimachadista. Carpentier precisaría en el artículo “Homenaje a nuestros amigos de París” sobre la obligación ética de todo cubano decente:

“(…) la causa del antimachadismo se había vuelto, desde hace varios años, una cuestión de conciencia para todos los cubanos. Representaba un anhelo elemental de higiene moral, comparable a lo que sería, en lo físico, el deseo de llevar cuello limpio y de no tener piojos en el cráneo. No cabía la actitud política neutral. El mínimo coeficiente de conciencia, de patriotismo, de decencia, exigía que se alimentara, cotidianamente, un odio profundo contra el verdugo de nuestra isla y sus abyectos secuaces. El “hacer también algo” contra él y su régimen, en la medida de las posibilidades de cada cual, era un deber que bien pocos —para honra nuestra— han querido ignorar. (…)” (Revista Carteles, 24 de diciembre de 1933, p.14.)

Según Carpentier, a finales de 1932, o inicios de 1933, se organizó una célula clandestina del ABC en París. Él era el jefe de propaganda, entre sus funciones tenía la de buscar intelectuales franceses solidarios, acopiar materiales que pudieran servir para las campañas contra la satrapía. María Teresa firmaba los documentos públicos junto con el médico y político dominicano-cubano Enrique C. Henríquez Laurenzón (hijo del ex presidente de la República Dominicana doctor Francisco Henríquez). Ellos utilizaban el nombre colectivo de Comité de Jóvenes Revolucionarios de París, el cual facilitaba una función unitaria entre los exiliados que podían estar afiliados a las más disímiles organizaciones. Robert Desnos y Georges Ribemont-Desaigne se integraron al grupo y facilitaron denuncias en la prensa francesa.


Comité de Jóvenes Revolucionarios Cubanos. Edición española, Madrid, 1933

En mayo de 1933, apareció la edición en español del folleto El terror en Cuba, cuya portada era un dibujo firmado de manera bien visible por el pintor Carlos Enríquez. En agosto, circulaba la edición francesa. El compositor Edgar Varesse ayudó a sufragar los gastos de la segunda. En los dos folletos, hay un manifiesto firmado por María Teresa y Enrique Henríquez, en nombre de los denunciantes. Ella resumió lo ocurrido en la casa de los tíos y aportó fotografías*.


Comité de Jeunes Revolutionnaires Cubains. Editión Française, París, 1933

En el folleto en francés, se incluyó un segundo manifiesto de especial interés porque reflejó la opinión contraria a la Mediación del embajador estadounidense Benjamín Sumner Welles para terminar con el machadato y así ocultar las responsabilidades de los gobiernos anteriores a la asunción como presidente de Franklin Delano Roosevelt. La célula del ABC parisina se alineaba, de este modo, con las posiciones de la tendencia autonombrada ABC Radical, quien convergía con el Directorio Estudiantil en el rechazo político a los pactistas con la embajada. De nuevo, María Teresa y Henríquez suscribían en nombre de todos.


Le Terreur a Cuba. La médiation de M. Welles dans le probléme Cubain. Déclaration. París, 1933, p. 95.

El dibujo firmado de Carlos Enríquez en la portada de los dos folletos suponía otro desafío, porque el pintor hacía notorias las diferencias políticas con su padre, quien era uno de los médicos del dictador. Cuando se supo en La Habana sobre el gesto de Carlos; el doctor fue llamado al Palacio Presidencial para ser insultado.

Carpentier y Carlos estaban el 12 de agosto de 1933 en Madrid, cuando circuló la noticia del fin de la dictadura machadista. Ellos festejaron con los intelectuales republicanos y el pueblo español. Carpentier regresó a París; pero, antes de irse le entregó “Retrato de un dictador” al poeta Rafael Alberti para que lo publicara en la revista Octubre. Carlos se embarcó hacia La Habana.

Henríquez Laurenzón también marchó hacia a La Habana. En febrero de 1934, sería uno de los fundadores del Partido Auténtico y uno de los ideólogos del nacionalismo revolucionario.

María Teresa no retornó hasta 1938. Completó estudios sobre la bibliotecología, que después difundió desde la Universidad de La Habana. Entre 1947 y 1951 perteneció al grupo de fundadoras del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos), quienes libraron una batalla permanente contra la malversación de los fondos públicos. Precisamente, como personalidad de la ortodoxia fue nombrada directora de la BNJM.

Carpentier se enroló en París en la defensa de la Segunda República Española y en el combate contra todas las formas del fascismo. Retornó a La Habana en junio de 1939 y mantuvo el proselitismo antifascista hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

El reencuentro de Carpentier y de María Teresa, a finales de julio de 1959, en La Habana, podría ilustrar la vocación de ambos intelectuales por cumplir con los deberes de multiplicar los impactos culturales de una revolución democrática y emancipadora.

La Habana, 7 de agosto de 2009.

Publicado en La Jiribilla (Revista de Cultura Cubana) #453, Cuba, enero 2010

Imagen: Alejo Carpentier

Friday, February 12, 2010

Postscript /J. D. Salinger/LITERATURA


by Adam Gopnik

J. D. Salinger’s long silence, and his withdrawal from the world, attracted more than the usual degree of gossip and resentment—as though we readers were somehow owed more than his words, were somehow owed his personal, talk-show presence, too—and fed the myth of the author as homespun religious mystic. Yet though he may seem to have chosen a hermit’s life, Salinger was no hermit on the page. And so his death throws us back from the myth to the magical world of his writing as it really is, with its matchless comedy, its ear for American speech, its contagious ardor and incomparable charm. Salinger’s voice—which illuminated and enlivened these pages for two decades—remade American writing in the fifties and sixties in a way that no one had since Hemingway. (The juvenilia of most American writers since bear the mark of one or the other.) But if it had been Hemingway’s role to make American writing hardboiled, it was Salinger’s to let it be soft, even runny, again.
“For Esmé—with Love and Squalor,” which appeared here in the issue of April 8, 1950, is an account of the horror and battle shock of the Second World War—which the young Salinger fought during some of its worst days and battles—only to end, amazingly, with the offer of an antidote: the simple, direct, and uncorrupted speech that young Esmé’s letter holds out to the no longer entirely broken narrator. It was the comedy, the overt soulfulness, the high-hearted (to use an adjective he liked) romantic openness of the early Salinger stories that came as such a revelation to readers. The shine of Fitzgerald and the sound of Ring Lardner haunted these pages, but it was Salinger’s readiness to be touched, and to be touching, his hypersensitivity to the smallest sounds and graces of life, which still startles. Suicides and strange deaths happen in his stories—one shattering story is devoted to the back and forth on the telephone between a betrayed husband and the man in bed with his wife at that very moment—but their tone is alive with an appetite for experience as it is, and the certainty that religious epiphanies will arise from such ordinary experience. A typical Salinger hero is the little boy who confuses “kike” with “kite,” in “Down at the Dinghy”—who thinks that his father has been maliciously compared to “one of those things that go up in the air. . . . With string you hold.”
Salinger was an expansive romantic, an observer of the details of the world, and of New York in particular; no book has ever captured a city better than “The Catcher in the Rye” captured New York in the forties. Has any writer ever had a better ear for American talk? (One thinks of the man occupying the seat behind Holden Caulfield at Radio City Music Hall, who, watching the Rockettes, keeps saying to his wife, “You know what that is? That’s precision.”) A self-enclosed writer doesn’t listen, and Salinger was a peerless listener: page after page of pure talk flowed out of him, moving and true and, above all, funny. He was a humorist with a heart before he was a mystic with a vision, or, rather, the vision flowed from the humor. That was the final almost-moral of “Zooey,” the almost-final Salinger story to appear in these pages: Seymour’s Fat Lady, who gives art its audience, is all of us.
As for Holden Caulfield, he is so much a part of the lives of his readers that he is more a person to phone up than a character to analyze. A “Catcher” lover in his forties handed Holden’s Christmas journey to his own twelve-year-old son a few years ago, filled with trepidation that time and manners would have changed too much for it to still matter. Not a bit—the boy grasped it to his heart as his father had, as the Rough Guide to his experience, and used its last lines as his yearbook motto. In American writing, there are three perfect books, which seem to speak to every reader and condition: “Huckleberry Finn,” “The Great Gatsby,” and “The Catcher in the Rye.” Of the three, only “Catcher” defines an entire region of human experience: it is—in French and Dutch as much as in English—the handbook of the adolescent heart. But the Glass family saga that followed is the larger accomplishment. Salinger’s retreat into that family had its unreality—no family of Jewish intellectual children actually spoke quite like this, or revered one of the members quite so uncritically—but its central concern is universal. The golden thread that runs through it is the question of Seymour’s suicide, so shockingly rendered in “A Perfect Day for Bananafish.” How, amid so much joyful experience, could life become so intolerable to the one figure who seems to be its master?
Critics fretted about the growing self-enclosure of Salinger’s work, about a faith in his characters’ importance that sometimes seemed to make a religion of them. But the isolation of his later decades should not be allowed to obscure his essential gift for joy. The message of his writing was always the same: that, amid the malice and falseness of social life, redemption rises from clear speech and childlike enchantment, from all the forms of unself-conscious innocence that still surround us (with the hovering unease that one might mistake emptiness for innocence, as Seymour seems to have done with his Muriel). It resides in the particular things that he delighted to record. In memory, his writing is a catalogue of those moments: Esmé’s letter and her broken watch; and the little girl with the dachshund that leaps up on Park Avenue, in “Zooey”; and the record of “Little Shirley Beans” that Holden buys for Phoebe (and then sees break on the pavement); and Phoebe’s coat spinning on the carrousel at twilight in the December light of Central Park; and the Easter chick left in the wastebasket at the end of “Just Before the War with the Eskimos”; and Buddy, at the magic twilight hour in New York, after learning from Seymour how to play Zen marbles (“Could you try not aiming so much?”), running to get Louis Sherry ice cream, only to be overtaken by his brother; and the small girl on the plane who turns her doll’s head around to look at Seymour. That these things were not in themselves quite enough to hold Seymour on this planet—or enough, it seems, at times, to hold his creator entirely here, either—does not diminish the beauty of their realization. In “Seymour: An Introduction,” Seymour, thinking of van Gogh, tells Buddy that the only question worth asking about a writer is “Were most of your stars out?” Writing, real writing, is done not from some seat of fussy moral judgment but with the eye and ear and heart; no American writer will ever have a more alert ear, a more attentive eye, or a more ardent heart than his. 

Del New Yorker, edición del 8 de febrero, 2010

Imagen: Retrato de J.D. Salinger

Hungarian Dry Whites? Forge Ahead/VINOS


By ERIC ASIMOV

COMFORT zone? Believe me, I understand. At restaurants, I’m always fighting the impulse to order a beloved dish again and again. I have to struggle against sticking to customary territory in music, books and, especially, in wine.
Habit partly explains the appeal of the familiar. The desire to drink nothing but Burgundy, for example — assuming you can afford such a desire — stems certainly from the titillating satisfaction derived from the wine. Like a laboratory rat touching a button wired to the pleasure center of the brain, you want to repeat the experience endlessly. With time, the quest broadens to the point where you want to learn as much as possible about this complex, nuanced region.
People who are just beginning to grasp wine naturally want to dive deeply into the pantheon regions. They have read such ardent descriptions of the thrills of these wines that they are no longer willing to settle for vicarious enjoyment. Again, with experience, comes the desire to focus and learn. Who can argue with the notion that one can lose oneself forever in the wines of Italy?
Yet no matter how alluring the desire to fixate on a particular set of wines, experimentation has great virtues. Practically speaking, wines from lesser-known regions are often cheaper. But more to the point, drinking wine with blinders on can deprive you of unexpected, deeply satisfying, even thrilling bottles.
Case in point: the dry white wines of Hungary. Who even knew Hungary made dry white wines? The country is best known for Tokaji aszu, gorgeously honeyed, lavishly sweet wines of such balance and precision that they can accompany savory meals. The history of this legendary wine stretches back centuries, and most likely, near the beginning, the wines were more dry than sweet. Now, in the post-Communist age, Hungary is making dry whites again, and some of the wines are stunningly distinctive and delicious.
It was by chance last year, at Terroir, the wine bar and merchant in San Francisco, that I first tried the 2006 dry white from Kiralyudvar, a winery that I knew made wonderful sweet wine. The ’06 was only the second vintage of this dry white, made mostly of furmint, the region’s leading grape, yet it was extraordinary, with a gorgeous aroma of herbs and flowers, and the luscious texture that comes from fermentation in oak barrels.
The wine was absolutely dry and balanced, with the waxy, lanolin quality that I find so alluring in good white Bordeaux. Yet it had an indelible stamp of sweet richness to it, as if botrytis, the fungus that so beautifully intensifies the flavors of Tokaji aszu — and Sauternes, for that matter — had somehow insinuated its way into this wine as well, though I knew it hadn’t.
I’ve had this wine several times since, and have not been let down. Moreover, it has spurred a fascination with dry whites from Hungary that has led to a few highly satisfying bottles, a number that is small because production of dry whites is still in its infancy in Tokaj, and few make it to the United States.
Still, in an Indian restaurant I managed to find a 10-year-old bottle of dry furmint from Tokaj Classic, and its delicate floral flavors complemented the spicy food beautifully. I also found a 2007 furmint from Royal Tokaji, with beguiling aromas of exotic fruit, Asian spices and anise. It, too, had that waxy quality, as did a 2005 from Dobogo, which had gorgeous fruit aromas and an attractive, almost savory mineral flavor.
All these wines come from the Tokaj region, about 130 miles northeast of Budapest in the foothills of the Carpathians. But I also found a bottle of 2006 Szent Ilona Borhaz from Somlo, in the western part of Hungary near the Austrian border. This wine, which had a floral aroma and a tangy apple and mineral flavor to it, was a blend of 30 percent furmint, 60 percent harslevelu and 10 percent juhfark. Talk about leaving a comfort zone!
At least I can pronounce Kiralyudvar — it’s KEE-rye-oohd-var, which means king’s court. Although the estate is historic, with records dating back to the 11th century, it was reconstituted in 1997 when it was bought by Anthony Hwang.
Mr. Hwang, an American businessman, is also the majority shareholder of Huet, the iconic Vouvray producer. His co-owner at Huet, Noël Pinguet, who oversees the winemaking, has worked closely with Kiralyudvar. Fittingly, chenin blanc, the grape of Vouvray, shares with furmint the capacity for making complex dry wines of elegance and finesse, and the versatility to make a range of long-lived sweet wines.
Because dry wine is relatively new to the region, Mr. Hwang wrote in an e-mail conversation, Tokaj producers are still working out the kinks. But he is optimistic about the future.
“Sweet winemaking mind-sets and techniques are at times practiced too often when making dry wines in Tokaj,” he said. “The results are high-alcohol, tannic wines where the wonderful terroirs are obscured. As more producers find their own voices, more precisely made, terroir-expressive dry furmints will be produced.”
Mr. Hwang suggested that most producers consider dry wine to be vital to the region’s future growth, and that the region’s greatest challenge is overcoming the public perception that Tokaj makes only sweet wines.
“The challenge is to get people to taste well-made dry Tokaj furmint,” he said. “Once tasted, the wine speaks for itself.”
That was certainly my experience. I’ve had a few other good dry furmints, like the Oremus Mandolas, refreshing with well-integrated oak flavors — oak and furmint take to each other very well. I’m still looking for a dry white from Disznoko.
Interestingly, Oremus is owned by Vega Sicilia, the great Spanish producer, and Disznoko is owned by Axa, the French insurance giant, which owns a number of top-flight wineries. Foreign ownership certainly recognizes the potential of Tokaj. It’s up to the rest of us to have a look.

Del New York Times, edición del 10 de febrero, 2010

Imagen: Viña Kiralyudvar, Hungría

Thursday, February 11, 2010

LO QUE NO FUE, segunda novela de Enrique Ferrari presentada en la Feria del Libro de la Habana/LITERATURA


28 de enero de 2010

x Yohana Lezcano Lavandera

Al ritmo del Bugalú, los Bailadores de Santa Amalia hicieron gala de sus potencialidades artísticas para ganarse la sonrisa y el aplauso de todos los asistentes a la presentación de los Premios Casa 2009, celebrada este miércoles junto al majestuoso Árbol de la vida. El Bugalú, modalidad musical surgida en la década del 60 en Nueva York y propia de la cultura diaspórica latina en los Estados Unidos, es una de las hibrideces que cocina el investigador puertorriqueño Juan Flores en su ensayo Bugalú y otros guisos, laureado con el Premio Extraordinario del pasado año. Flores explicó que su libro trata sobre identidades mezcladas en un guiso de culturas cuya base primordial es la historia social. Y es que Bugalú… habla de esos latinoamericanos radicados en los Estados Unidos que hace medio siglo no poseían muchos conocimientos sobre música, pero que aún así, la llevaban en el corazón. El también profesor de estudios latinos del departamento de análisis social y cultural de la Universidad de Nueva York reveló que su propósito al realizar ese ensayo fue rescatar aquellas costumbres eclipsadas por fenómenos anteriores y posteriores de quienes no son reconocidos como parte de América Latina. Junto a otros sonidos que delatan a la música como ventana de la cultura centrada en la historia diaspórica, Bugalú y otros guisos propone adentrarse en otros temas como los flujos migratorios y las remesas culturales de los inmigrantes latinos en Norteamérica en su proceso de conformación de identidades, costumbres y valores propios. Otro de los galardonados con el Premio de la pasada edición fue el boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot, quien ofreció las claves de su libro El exilio voluntario y las motivaciones surgidas para escribir “unas páginas que lo que tienen de turbias también lo tienen de sinceras.” Roberto Zurbano, director del Fondo Editorial Casa de las Américas, quien estuvo a cargo del lanzamiento de los libros, indicó que la “novela intensa” de Ferrufino, “escrita desde cierto escepticismo y desesperanza en medio de los Estados Unidos por un boliviano”, puede ser leída desde varias posibilidades: fantástica, autobiográfica, de aventuras. La única mujer que obtuvo la más alta distinción del Premio Literario en 2009, Yolí Fidanza, hizo llegar una comunicación desde su Argentina en agradecimiento al jurado que confió en su novela juvenil La prometida del señor de la montaña o La doncella del Huillallaco. “La palabra escrita debe reemplazar a la presencia física y llegar igualmente cargada de emoción”, escribió Fidanza en la carta enviada, la cual reflejaba también la definición de su obra como “un libro corto donde están contados, en un lenguaje limpio, unos sucesos en parte históricos, en parte pura ficción”. Argentina fue el país que más premios alcanzó en la edición 50 del concurso literario. En la categoría testimonio fue privilegiado el libro Mañana es lejos (memorias verdes de los años rabiosos), del rioplatense Eduardo Rozenzvaig. Según el director del Fondo Editorial Casa de las Américas, Mañana es lejos, “vuelve sobre los pasos de un momento terrible para la vida de los argentinos y vuelve a exorcizar los fantasmas de lo que fue la dictadura militar en ese país.” Réquiem, del poeta brasileño Ledo Ivo, completa los cinco Premios Casa 2009 presentados en la jornada del miércoles. Este es un libro que “desde el resplandor del silencio alcanza un ritmo poético que resulta un canto esencial a la vida”, y para Zurbano “debe ser leído en la más pura intimidad.”
Durante el lanzamiento de las obras premiadas el pasado año, se presentó también la mención en la categoría de Novela 2009, Lo que no fue, del argentino Enrique Ferrari. Esta narración entra en una reescritura de la Guerra Civil vivida por un descendiente de españoles en Argentina. Roberto Zurbano agregó que vale la pena tener una referencia de esa “ficcionalización de una historia o historización de una ficción” para reconstruir cualquier biografía de esos que llegaron a América Latina después de la Guerra Civil.
Uno de los premios honoríficos otorgados por la Casa hace un año fue El alternado paso de los hados, del peruano Carlos Germán Belli, el cual obtuvo el premio de poesía José Lezama Lima. Este es un “poemario de madurez en el que se asoman, bajo una sencillez sorprendente, preocupaciones que abarcan de los asuntos más nimios a los más trascendentales.” Quienes asistieron a la presentación de los Premios Casa 2009 en la Sala Che Guevara, disfrutaron de la presencia del colombiano Roberto Burgos Cantor, autor de La ceiba de la memoria, obra condecorada con el Premio de narrativa José María Arguedas. Burgos Cantor exaltó la importancia de la Casa como lugar de legitimidad para esos escritores que resultan premiados y señaló que esa condición lo honra y lo llena de retos. Además recordó que en “Don José María Arguedas” está el “tremendo conflicto del narrar y del lenguaje”. Por otra parte, Zurbano dijo del premio Ezequiel Martínez Estrada correspondiente a la obra Globalización e identidades nacionales y postcoloniales… ¿de qué estamos hablando?, del chileno Grínor Rojo: “Es un libro de una ensayística crítica bastante aguda que niega y afirma, simultáneamente, que las literaturas pueden expresar identidades nacionales en tiempos de globalización”. Un momento especial fue también la intervención del investigador brasileño Carlos Walter Porto-Gonçalves, ganador del premio Casa 2008 con La globalización de la naturaleza y la naturaleza de la globalización, y jurado de la presente edición en la categoría de literatura brasileña. Porto-Gonçalves realizó varias reflexiones sobre la situación actual de nuestro mundo y enfatizó en que la esencia de la sociedad capitalista es la separación del hombre de la naturaleza a través de un mecanismo en que todo pasa a ser mercancía. El brasileño argumentó la creciente diferencia entre pobreza y opulencia, y destacó que los países más necesitados no tienen ni la más mínima posibilidad de participar en el “banquete” de los ricos. Este jueves a las siete de la noche se realizará la entrega de los Premios Casa de las Américas 2010 en la Sala Che Guevara.

Extraído del blog "Que de lejos parecen moscas" del escritor argentino Enrique Ferrari. Publicado el 9 de febrero, 2010

Imagen: El libro más pequeño del mundo

Tuesday, February 9, 2010

Los desafíos de la cultura 'narco'


por Tomás Eloy Martínez

Los novelistas van siempre un paso adelante de la realidad. Hacia 1930, el argentino Roberto Arlt vislumbró en sus dos grandes novelas, Los siete locos y Los lanzallamas, la madeja fascista que se cernía sobre las naciones jóvenes del sur. Así también ahora la guerra contra las drogas y el narcotráfico impregna buena parte de la literatura, sobre todo en Colombia y México, donde la cultura narco se ha infiltrado en todos los aspectos de la vida.
Hay que arruinar su negocio con la despenalización del consumo
Expandida como un virus, la cultura narco pone y derriba Gobiernos, compra y vende conciencias, se toma la vida de las familias y ahora la vida de las naciones. La cultura narco es la cultura del nuevo milenio.
Todos los días las noticias arrojan cadáveres que se ordenan entre "decapitados" y "severamente mutilados". Los sicarios ya no tienen una patria, sino que las invaden todas: el cartel de Sinaloa tiene laboratorios en la provincia de Buenos Aires, las bandas que actúan en las sombras imponen guerras en las favelas de Río de Janeiro o en las villas de San Martín, en España, o Boulogne, de Francia.
La traición, si se sospecha, se castiga con acciones mafiosas; si se prueba, con crímenes que traen más muertes, en una escalada de venganzas infinitas.
En su novela póstuma 2666, el novelista chileno Roberto Bolaño relató en toda su crudeza y horror los asesinatos de mujeres en Santa Teresa, transmutación literaria de Ciudad Juárez, enclave fronterizo con El Paso, Tejas, donde desde hace décadas gobiernan la violencia y la impunidad. Esas muertes narran un crimen continuo, una historia de nunca acabar.
Un empresario poderoso que observa cómo su país está siendo minado por los narcotraficantes en complicidad con la corrupción del poder, decide ganarles "siendo más criminal que ellos" en la última novela del escritor mexicano Carlos Fuentes, Adán en Edén. La manera en que el dinero sucio del narcotráfico penetra en la sociedad provocó picos de rating en la versión para televisión de Sin tetas no hay paraíso, la historia en la que Gustavo Bolívar, escritor colombiano, cuenta cómo una joven de 17 años se prostituye para comprarse pechos más grandes y así acceder al círculo de los traficantes.
La lista viene amontonando títulos en sintonía con el ritmo en que avanzan la muerte y la corrupción por el continente: Rosario Tijeras, del colombiano Jorge Franco; La reina del sur, del escritor español Arturo Pérez-Reverte; Balas de plata, del mexicano Élmer Mendoza, o La virgen de los sicarios, del colombiano-mexicano Fernando Vallejo, son apenas unos pocos ejemplos con un denominador común: cada golpe al narcotráfico es devuelto con otro golpe aún mayor.Es lo que le ha ocurrido al presidente Álvaro Uribe en Colombia y ahora al presidente Felipe Calderón en México. Mientras tanto se destruyen personas, familias, pueblos, culturas. Cada día se hace más evidente que la guerra no es la solución al problema y que la única vía posible es enfrentarlo desde la raíz, es decir, desde la despenalización del consumo.
Las inteligencias más lúcidas del continente insisten en que es imperioso llegar a un acuerdo de cooperación entre traficantes y consumidores. Cuando se rompan esos pactos siniestros de silencio y dinero, y los expendios de droga salgan a la luz del día, como el alcohol después de la Ley Seca, quizás hasta los propios traficantes descubran las ventajas de trabajar dentro de la ley.
La despenalización avanza. España, que trata la drogadicción como un problema de salud, fue el primer país europeo en despenalizar el consumo de marihuana. La posesión para uso personal no es delito, aunque el consumo público está castigado con multas administrativas y su legislación contra el tráfico está entre las más severas de Europa.
Hace pocas semanas, y a contracorriente de una costumbre avalada por el ex presidente George W. Bush, la Administración de Barack Obama estableció que los fiscales federales no gastaran sus recursos en arrestar a personas que usan o suministran marihuana con fines medicinales.
Quizás el caso más conocido sea el de Holanda, donde en rigor es delito el consumo de cualquier sustancia prohibida. Sólo hay cierta consideración para el acceso a la marihuana en los llamados coffee shops, lugares reservados para la compra y consumo de menos de cinco gramos diarios.
En Argentina un fallo de la Corte Suprema de Justicia estableció que el consumo personal de marihuana no es un delito y también ha concentrado en un solo juzgado federal todo lo relacionado con el paco, un veneno barato que arrasa los círculos más pobres de la población.
¿Es la despenalización la cura de todos los males? El lenguaje de las armas demostró su fracaso y la historia ya escribió su ejemplo más contundente cuando en los Estados Unidos se prohibió el consumo de alcohol durante los 13 años que duró la Ley Seca.
La prohibición que comenzó el 17 de enero de 1920, lejos de hacer desaparecer el vicio, provocó la creación de un mercado negro del que surgieron todos los Al Capone, los Baby Face Nelson, los falsos héroes como Bonnie & Clyde y una legión de padrinos que sembraron el terror a sangre y fuego. Como era casi previsible, muy pronto la corrupción se apoderó de las conciencias policiales.
De los agentes encargados de velar por la prohibición, un 35% terminaron con sumarios abiertos por contrabando o complicidad con la mafia y, como era previsible, muy pronto aparecieron las estadísticas nefastas: 30.000 muertos y 100.000 personas resultaron víctimas de ceguera, parálisis y otras complicaciones por envenenamientos con el alcohol metílico y otros adulterantes, a los que recurrían los bebedores desesperados.
En 1933, cuando Franklin D. Roosevelt derogó la Ley Seca, el crimen violento descendió dos tercios. En Estados Unidos no se acabaron los borrachos, pero desaparecieron los Al Capone.
El arma más efectiva contra los jefes del narcotráfico es arruinarles el negocio. Y la única vía posible para hundirlos es legalizando el consumo. No se trata de alentar el consumo, sino de controlarlo mejor, invirtiendo en campañas efectivas de salud pública.

Imagen: Tomás Eloy Martínez

Ultimo artículo de Tomás Eloy Martínez, publicado en El País, año 2010 CFC

Una conversación interminable con un lector impenitente/LITERATURA


Así tituló el crítico e investigador cubano Ernesto Sierra su exposición en torno a la obra de William Ospina durante la segunda jornada de la Semana de Autor, evento que se inició este martes con la presencia del escritor colombiano.
Sierra se adentró en algunos de los volúmenes de la copiosa obra de Ospina en los que el poeta y ensayista dialoga y cruza estilos, sistemas de ideas sobre historia y sociedad.
Los nuevos centros de la esfera es para el ensayista cubano una continuidad de su libro Es tarde para el hombre de 1994. En este último Ospina se interroga “¿Qué le queda al hombre al final del milenio que no sea reencontrar el genuino sentido de lo sagrado y lo bello? ¿Qué significado poseen hoy la enfermedad, la muerte, la naturaleza y el tiempo libre desprovistos de la profundidad de la mirada mítica? ¿Es tarde para el hombre?”
Por su parte, el poeta y novelista Jesús David Curbelo enfocó su intervención en las dos ramas de la ensayística de Ospina, una literaria y otra más social. Sin embargo, llamó la atención sobre el mestizaje de la prosa del colombiano en tanto interrelaciona temáticas nunca excluyentes. Son, afirma Curbelo, “vasos comunicantes que relacionan al Hombre y el Universo y al Hombre en el Universo”.
Se siente atraído por la mirada novedosa que Ospina propone sobre autores clásicos, revisitados por la crítica. Ejemplos son Esos extraños prófugos de Occidente, de 1994, y La decadencia de los dragones, del 2002.
No descuida Jesús David en su alocución la idea del mestizaje cultural, las marcas de autonomía que señala la escritura de Ospina unida a la preocupación por el problema colombiano. De ahí su admiración por el poeta Juan de Castellanos, Estanislao Zuleta o Aurelio Arturo y las sucesivas novelas en torno a la conquista: Ursúa y  El país de la canela.
En el ámbito del ensayo más marcadamente social, se reafirman y enfatizan estos intereses. ¿Dónde está la franja amarilla? pone en evidencia un activo y punzante diálogo con la sociedad civil colombiana e intenta alzarse por encima del simulacro político. Pero esa preocupación nacional, según Curbelo, va alcanzando una trascendencia continental. Para él, el autor desmonta el archiconocido complejo de inferioridad que, como recalca el escritor cubano, aún padecemos.
Juan Nicolás Padrón, ensayista e investigador de la Casa de las Américas, centró su visión en el universo poético, en lo que él considera “la poesía de la otra Historia”.
Padrón advierte que esa fusión de estilos, preocupaciones y temáticas, rasgo recurrente en la producción total de Ospina, está sedimentada en la profundidad con la cual el colombiano hurga en la Historia. “ de que (la Historia) le sirva para comprender el presente. Su obra se resiste a la tradicional clasificación por géneros, e incluso resulta imposible circunscribir al autor a la ya desusada expresión de “literato” o autor literario, pues se trata de un mensajero del tiempo, un severo crítico de la modernidad americana, que debía partir de otra Historia para comenzar de nuevo su reconstrucción verdadera; y como la historia americana se inició como canto y mito, ha sido la poesía el lenguaje de esa iniciación”.
Al concluir el panel, Ospina agradeció a los expositores sus respectivas lecturas sobre su producción literaria. “Uno cree que está solo cuando escribe – dijo – y mucho después sabemos que estábamos conversando con otros”.
Un coterráneo le preguntó cuáles creía él que serían las estrategias más eficaces para contrarrestar o solucionar la situación crítica que atraviesa Colombia. El asistente partía de su lectura de ¿Dónde está la franja amarilla? y de su experiencia de vida.
Según el autor de Ursúa, los problemas de Colombia no son estrictamente políticos ni la solución tampoco, a no ser que se piense la política de otra forma. “Son problemas de gran complejidad cultural, debe buscarse las soluciones a la luz de esa complejidad”.
Añadió, “me he esforzado por interrogar nuestra memoria compartida, de los pueblos tradicionalmente renegados, de los mitos borrados. Colombia vive una singularidad dramática: es un país que se reconoce poco en su territorio. La diversidad no ha encontrado una interpretación que proponga un proyecto coherente. No se comporta como nación”.
Para Ospina Colombia debería ser el país con una mayor vocación continental debido a su ubicación geográfica, sin embargo, según el poeta, su país ha asumido una condición de “insularidad” y negación al diálogo con sus vecinos e incluso con su propia historia.
Una de sus mayores preocupaciones con respecto a la situación colombiana radica en la incertidumbre de reconocer dónde están los protagonistas del cambio y dónde está el proceso cultural que va a crear a nuevos ciudadanos que permitirán que Colombia no esté a merced de los vientos y del espíritu colonizador.
Tomando como imagen la esfera nuevamente, según Ospina Colombia es una figura anómala de la geometría porque siempre ha buscado su centro afuera. No ha logrado situar ese centro en ella misma, sino que gravita alrededor de otros centros culturales y políticos, explicó.
El ensayista ve esa transformación solo posible en el campo del arte, la filosofía y la literatura y no precisamente en la política, entendida en su sentido más llano. Colombia necesita, planteó, la devolución del equilibrio filosófico y moral para que pueda adelantar con normalidad en su proceso histórico.
Sin embargo, según la mirada de Ospina, Colombia está transformándose y lo ha estado haciendo a través de la literatura. La obra de García Márquez ha significado, en este sentido, un cambio de actitud de la visión del país sobre sí mismo.
La tarde concluyó con una lectura de poesía en la cual el narrador recorrió varios títulos de su cuantiosa producción. Poemas aparecidos en su primer libro Hilo de arena, de 1986, La luna del dragón, de 1992, El país del viento, de 1992, ¿Con quién habla Virgina caminando hacia el agua?, de 1995 fueron escuchados por la voz de su autor.
El día de hoy abre con el panel “La narrativa en Ospina” con la presencia del escritor cubano Eugenio Marrón quien disertará en torno a las “Maneras de navegar con William Ospina”, se hará lectura del texto “La fórmula elemental de contar: atrapar, retener y cautivar”, que el ensayista colombiano Hugo Niño preparó para el encuentro. La sesión continúa con la intervención “Voces” del crítico Alberto Quiroga, de la revista colombiana Número.
Seguidamente, William Ospina compartirá con el público sobre su(s) poética(s).
Mañana concluye la Semana de Autor con la presentación de El país de la canela, libro que mereciera el Premio Rómulo Gallegos 2009.

Imagen: Semana de Casa de las Américas con William Ospina, Cuba, 2009
 
 

El sexo censurado del cine argentino/CINE


Todo empezó por casualidad durante las reuniones previas a entrevista que el escritor y crítico de cine Diego Curubeto le realizaba a Isabel Sarli para el Canal 4 de la televisión inglesa. Uno de esos días vio en un rincón de la casa de la diva una pila de latas de película que nunca habían estado allí. Eran cortes que la censura había hecho a las películas de Armando Bó durante 23 años. “Me volví loco”, resumió Curubeto, director de “Carne sobre carne”, el filme que montó con aquel material y que luego de su paso por distintos festivales finalmente se exhibe en la sala del Malba, en Buenos Aires.
“Le pregunté: «¿Qué es eso Isabel?». Y me dice «Ah, yo estaba triste porque es algo que había dejado Armando y no sabía si tirarlo, son cosas que él rescataba de la censura». Ahí me volví loco. Y me dijo que había bastante. Y yo sé que «bastante» en la casa de Isabel puede ser una tonelada”. Así relató Curubeto el inicio de un proyecto que demandó cinco años de trabajo con un equipo que también integraron Fernando Martín Peña y Octavio Faviano, entre otros.
Fueron necesarios tres camiones para trasladar unas novecientas latas, de las cuales quedó un material “en bruto” utilizable de veinte horas. El resultado es una película de 95 minutos, en material fílmico. La mayor parte, 45 minutos, la constituyen las tomas prohibidas y el resto son escenas de ficción y animación, con material que abarca desde 1958 hasta 1981, con película en blanco y negro, color, súper 8, cinemascope, 16 milímetros, Agfa, Eastman.
“Es el mayor metraje de material salvado de la censura en cualquier país del mundo en cualquier época”, explicó Curubeto y añadió: “La película trabaja sobre la historia de Isabel Sarli y Armando Bó, sobre el cine de Armando Bó y sobre el fenómeno de la censura en la Argentina”.
El crítico, que además debuta en el rol de director con este filme, dijo que mirando esas escenas “uno aprende pecados nuevos” y añadió: “Hay cosas muy fuertes, de hecho la película es prohibida para menores de 16. Pero lo más interesante es entender cómo trabaja la censura y ese es el escándalo desde el punto de vista cinéfilo”.
En cuanto a las escenas de sexo señaló: “Hay cosas que nunca vi en mi vida. A Armando le cortaban las películas acá, mientras que en otros países le pedían más sexo, lo que era para volverse loco. Luego había cosas que Isabel no quería hacer. Entonces inventaban latigazos, experimentos raros para no hacer el sexo más fuerte que a ella no le gustaba”.
Curubeto, autor de libros como “Cine de súper acción”, junto a Peña, o “Cine bizarro”, contó que su “fascinación” por las películas del dúo Sarli-Bó llegó cuando fue al estreno de “Insaciable”: “Siempre me fascinó la audacia, la manera de capturar lo más fuerte que encontraba en el cuadro. El hacía que las cosas sucedan”.
Un fenómeno como aquel hoy sería irrepetible. Para Curubeto la razón es el “factor humano”: “Tanto de Armando Bó, en cuanto a la calidad de artista totalmente audaz hasta lo demente, como de Isabel Sarli. De ella la revista Life decía que era la mujer más linda del mundo. Que era como Elizabeth Taylor, pero más voluptuosa”.
Curubeto, que estudia cine desde los 15 años, aclaró: “No me gusta el cine bizarro por sí mismo, sino como un género. Pero lo de Isabel Sarli es algo especial porque tiene que ver con el cine de culto”.

La Capital

Imagen: Isabel Sarli en uno de sus filmes

El fusilamiento de Severino Di Giovanni


por Roberto Arlt

"El 1º de febrero de 1931 fue fusilado el anarquista expropiador de origen italiano Severino Di Giovanni, quien con asaltos y atentados, logró tener  en jaque a la policía del país durante seis años. Tras despedirse de su familia, Di Giovanni fue ejecutado en el patio de la penitenciaría de la calle Las Heras ante varios testigos, entre los que se encontraba el escritor Roberto Arlt, quien en un artículo –transcripto a continuación- narró los últimos momentos de vida del anarquista". Fuente: ARLT, Roberto, Obras completas, Buenos Aires, Omeba, 1981, en PIGNA, Felipe, Los Mitos de la Historia Argentina 3, Buenos Aires, Planeta, 2006.

“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.
”Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
— Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
— ¡Viva la anarquía!
— ¡Fuego!
”Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.
”Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
”Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
— Está prohibido reírse.
— Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar  

Imagen: Anarquistas II: Mártires y Vindicadores/Documental de Leonardo Fernández