Saturday, July 30, 2016

Barcos de papel (higiénico)

PAZ MARTÍNEZ

Ayer estuve en un barco de nombre extranjero. No vi al bello y rubio como la cerveza, ni pechos tatuados con un corazón, tampoco voces amargas y tristeza doliente y cansada de acordeón. Lo que sí ví fueron velas, velas que subían y bajaban, velas que se movían y nos llevaban, velas que se caían y empapaban y, al segundo, se abanicaban y secaban y entre velas vir e velas venir, me quemé la nariz. A veces pienso en cuando Noé hizo el arca y subió a los animales. Tenía que ser negro o llevar protección 50 en cantidades ingentes porque si no, no se entiende que haya estado en el mar tanto tiempo y salir indemne. Mira la pobre pantera, albina en su origen, la entiendo porque a mí, el sol, me fríe.
No sé por qué cuento esto, si nada tiene que ver con lo quería decir, o sí. Pensaba ayer en las armas y las guerras, en los fusiles, granadas, aviones, submarinos, bombas y torpedos, en los destructores y portaviones y la suma de todos ellos y creo que hay más que personas y entonces, pongamos que nos toca uno a cada uno. Yo quiero el mío, conocerlo y, si fuera barco, romper una botella de champagne en su casco, bueno tal vez lo cambiaría por una cerveza de lata, que la cosa no está para derroches. Lo cierto es que, en cuanto a aparatos, el único que entiendo de verdad es el submarino. Me parece el más vigente y educativo, el más útil y democrático porque si te van a matar, qué menos que te entiendan.
Bueno y como esto empieza a ir a la deriva, como mi barco velero, dejaros otra noticia importante que ayer me impactó: "Los gallegos, son los españoles que más papel higiénico gastan" Luego no digáis que no os dejo momentos de reflexión. Bicos de nai.


Slawomir Mrozek y su revolución de lo absurdo

DAVID GONZÁLEZ TORRES

La cartografía del cuento contemporáneo recorre un mapamundi que abarca la sicología de lo cotidiano de los literatos rusos decimonónicos, explota con el boom del argumento fantástico de los narradores latinoamericanos y, por fin, se asienta en el realismo de los escritores del siglo XX estadounidense.

Sin embargo, habría que colocar en los anaqueles de los bibliófilos del cuento los títulos de otros autores más alejados de dichas geografías. Slawomir Mrozek (Borzecin, Polonia, 1930) sería, entonces, uno de los indispensables; La vida difícil (Acantilado, 2002) un nuevo libro de cabecera; y La Revolución el cuento que toda antología merece.

Nunca un texto ha podido definir el cosmos literario de un gran autor, como lo es Mrozek. La Revolución, en tan sólo dos páginas, resume una trayectoria, una postura ideológica, un estilo. Se inicia así:

“En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí”.

Si seguimos leyendo, veremos que La Revolución contiene todo lo que podríamos decir –y obviar- de Mrozek. El autor polaco es mundialmente conocido por su obra teatral Tango, pero en su biografía se cita su carrera de arquitecto, sus estudios de historia del arte y cultura oriental o sus logros como dibujante satírico. Quizás sea este último adjetivo -satírico- el que mejor califique a Mrozek; el sustantivo que lo define es absurdo.

El relato es un texto de voz. En primera persona, un personaje nos va describiendo sus reflexiones a la hora de cambiar los objetos que amueblan su habitación. Trastoca de lugar la cama, el armario y la mesa. Esta recolocación tiene, como consecuencia, un resultado. A veces, acontece un sentimiento de inconformismo, se logra la radicalidad del vanguardismo o bien se llega al mismísimo hecho revolucionario. No hay que perderse el final, tan definitivo.

En este relato, y los subsiguientes de La vida difícil, Mrozek emplea un tono irónico envolvente y es este aspecto lo que le da cierta belleza plástica y, digamos, existencial a sus textos. No en vano, el escritor polaco se suma a las influencias confesas del denominado teatro del absurdo, junto a Eugène Ionesco, Samuel Beckett, Jean Genet, Tom Stoppard, Arthur Adamov, Harold Pinter.

Mrozek, como si fuera el protagonista de La Revolución, traslada las máximas de dicho estilo teatral al género del cuento. Coloca y traslada los argumentos. Una voz envolvente. La importancia del tono irónico. Prima la repetición. Se aproxima a la condición humana desde lo absurdo a través de situaciones y diálogos aparentemente ilógicos. Crea atmósferas oníricas dotadas de extremo simbolismo. Todo ello mediante el sarcasmo –el sarcasmo suma la ironía, la crueldad y la ofensa- que hacen de sus textos una obra de arte.

Pero La vida difícil –y como punta de lanza La Revolución- es una colección de relatos en la que Mrozek también plasma su visión del mundo, éste que él ha conocido. Mrozek es un autor del género absurdo, y por tanto afianzado en la filosofía existencialista, pero su aportación adicional es su feroz crítica hacia las ideologías dominantes. Destroza con la misma cruel ironía el rígido sistema estalinista del que mamó, tanto o más, como repudia el sistema capitalista con el que convive.

Relatos, como El juicio final, lo constatan: trata de un hombre que se muere, llega a un cielo comunista, del que lo expulsan hacia un infierno llamado capitalismo. Otros textos como Una charla sobre la historia contemporánea es una mofa sobre la inutilidad de los regímenes militares (a un general le regalan un mono y el mono, al final, suplanta la figura del general). O el relato Denuncias, que narra cómo un hombre acusa a un vecino de quedarse ciego de “una manera antiestatal”. La colección también incluye desternillantes revisiones mrozekianas de cuentos populares, como Caperucita Roja o la Bella Durmiente, o nuevos simbolismos, casi sin moraleja, para conocidos personajes de fábulas de Esopo.

Slawomir Mrozek, en definitiva. Indispensable. Pero, insisto, si existe un relato de La Vida Difícil que eclipsa a los demás, no lo duden, éste es La Revolución.

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De AVIONDEPAPEL.TV,



Postales callejeras

JOSÉ CRESPO ARTEAGA

Un día de aquellos, tomaba el micro como de costumbre para dirigirme al centro de la ciudad. Una vez en el asiento, me ponía los auriculares del MP3 para aislarme de su insufrible música tropical. Rodábamos tranquilamente sobre el asfalto hasta que llegamos a la intersección de una avenida principal que fue cuando el vehículo se nos apagó. El conductor le estuvo dando a la llave del encendido durante varios minutos y sólo recibía un quejumbroso chirrido de la máquina. Cinco minutos después, no le quedó otra que devolvernos el pasaje a medida que íbamos bajando en fila india. Yo estaba sentado asientos atrás y al llegar al alargado espejo interior, junto a la entrada, donde generalmente pegan frases o figuritas pude observar que con orgullo decía: Aquí todo es chévere: el carro, la música y el chofer.

Ayer por la mañana caminaba por la céntrica avenida Heroínas, a toda prisa y sorteando a varios transeúntes. Cuando de pronto, el muchacho que iba delante de mí se agachó hacia un costado junto al pretil de acera y pude ver que levantó un billete anaranjado. Le envidiaba su suerte, pues en mi vida jamás encontré más que algunas monedas de cinco pesos, las de mayor valor en metálico. Justo en el momento que lo adelantaba pude reparar con el rabillo del ojo que se estaba persignando por semejante golpe de fortuna. No sé si el joven se pasó de supersticioso, ya que a los pocos segundos vino corriendo un adolescente que le dijo que esos 20 bolivianos eran de él, según pude claramente oír. Como pillado en un acto ilícito, vi que entregaba el dinero sin decir nada.

Uno que camina a diario se puede topar con situaciones insólitas, chuscas o por lo menos llamativas, como las descritas líneas arriba. Aparte está el mundillo de los carteles y letreros que adornan o estropean la ciudad, según se vea. Los hay algunos que se pasan de creativos, como abundan los que patean el castellano además de estorbar la circulación a cada paso. No se salva ni la publicidad profesional tamaño fachada de edificio que provoca la hilaridad por no decir vergüenza ajena. Entre toda esta maraña de obstáculos visuales o agresión a la vista, no se puede negar que algunos anuncios, en toda su candidez o cutrerío, poseen cierto encanto que por lo menos arrancan una sonrisa.  O tal vez tenga yo un retorcido sentido del humor producto de mi ociosidad. ¿Cómo es eso de  “innovando flotas de última generación”?, si alguien puede echarme un cable, se lo agradecería. Ahí se los dejo.


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De EL PERRO ROJO (blog del autor), 27/07/2016

Friday, July 29, 2016

No vayas nunca hasta Oruro...

PABLO CINGOLANI

No vayas nunca hasta Oruro si no estás dispuesto a asombrarte. No sigas leyendo este texto si no estás dispuesto a admitirlo.

Oruro es llegar a Oruro a las tres de la mañana. Vienes desde Challapata, vienes desde el inmenso sur, vienes por la carretera vacía, desolada, aterradora si te descuidas —el sueño y el karisiri acosan, están siempre ahí. El viento helado de las punas también. El carro es una flecha roja que atraviesa la noche, tu vida, el destino. Y de repente, la ves.

La ves en el medio de la oscuridad que te avasalla. La ves entre el silencio del cosmos y el temor a que el karisiri se te aparezca, sombras y asfalto, el puñal del frío y el come grasa al acecho.

Al principio, la ves como si fuera un faro extraño, una luz inusual, una estrella que bajó de arriba. Luego, te aproximas y la ves como una ensoñación y frotas tus ojos; la ves como algo irreal pero que te empieza a sacudir tan fuerte que de fantástico no tiene nada: es cuando adviertes que su manto colosal ya te está amparando, te está atrayendo, te anda guiando —y la verdad es que te guió todo el tiempo, a cada momento, sobre todo tras que terminaste de comer tu pan y beber tu café en Ventilla y te lanzaste al desierto helado de los Kakachaqas y dejaste atrás los pueblos insomnes: Challapata, Poopó, Machacamarca. 

Al final, cuando ya estás de arribada, la ves y la ves bien y la visión te resulta esplendorosa: es la Virgen del Socavón, es el monumento más alto de América del Sur, y esa luz que te acoge, esa luz que te señala el rumbo, esa luz que no deja que mueras, es una de las emociones más fuertes que puedes sentir en la vida, si lo tuyo son los caminos, si lo tuyo son las travesías, si lo tuyo es la vida, que es lo mismo.


Oruro es llegar a Oruro a las tres de la mañana por la magia con la que te envuelve la Virgen y también porque allí está la casa de mi amigo Ricardo Solíz, allí está el Rodrigo, allí están los amparos.

—¿Qué quieren tomar?—dirá siempre el Rodrigo cuando acudas a ese morada de hospitalidad extrema, así te aparezcas a las 3 AM, esa hora loca a la que le cantó David Lebon, esa hora donde “el sueño de un sol y de un mar/ y una vida peligrosa/ cambiando lo amargo por miel/ y la gris ciudad por rosas”, puede causar estragos.

—¿Qué quieren tomar?—insistirá el Rodrigo, mientras nos desentumecemos de tanta andadura— ¿Un café o… un roncito?—y es cuando la carcajada al unísono estalla porque todos sabemos de antemano cuál será la respuesta. Oruro en el tarot es el naipe con el dos de copas: un trago que se comparte entre compañeros de fragua y de forja, como Osvaldo Ponce, otro amante de El Alba.

Por algo de esto, por algo profundo, por algo que quiero evocar, Kusch, el filósofo argentino Rodolfo Kusch, enseñó en las aulas de la Universidad Técnica de Oruro, más conocida como “la UTO”, a finales de los años 60 del siglo pasado. Lo hizo invitado y protegido por la amabilidad y el compromiso de un grupo de hombres y mujeres que convirtieron a la UTO de los sesenta en una trinchera donde se revalorizaba y se defendía a la cultura popular y la filosofía indígena americana como una herramienta insustituible de liberación nacional y social.

Vale la pena rescatar los nombres de algunos de ellos: Josermo Murillo Vacarezza, Antonio de la Quintana, Flora Herbas de Verdugués, David Segundo González, Eduardo Arce, Olimpia Quiñones, Hugo Salvatierra Oporto, María Lourdes de Forest, Marcelino Alconz Mendoza. Vale la pena anotar también el nombre del poeta mayor, el nombre de Héctor Borda Leaño, que una tarde destemplada y melancólica, me contó su versión de esta historia en su departamentito en Sopocachi y en compañía de otro grande: Rolando Costa Arduz.

Quedan por indagar esos años cuando a Oruro se la señalaba como “una especie de centro de Sudamérica”, porque allí se entrecruzan los espacios geoculturales aymara y quechua, y ambos con el modelo occidental. Debieron ser momentos cargados de un magnetismo especial los vividos allí. De florecimiento. Un dato que me estremece, por la casi sincronía, es que el primer curso de filosofía indígena dictado por Kusch en Oruro fue clausurado el 6 de octubre de 1967. Dos días después, en una quebrada de monte seco, al otro lado de Bolivia, el Che caía prisionero de los militares y de los yanquis. Al otro día, lo asesinarían.

Ese 6 de octubre, Kusch habló así: “Si esto que hemos estudiado como Filosofía Indígena no lo retomamos a nivel de comunidades y no tratamos de llevarla a fondo, todo lo que hemos estudiado no pasa de ser un juego inventado por intelectuales ociosos…” ―las palabras de despedida de Kusch al curso orureño, cuarenta y cinco años atrás, se tiñen de inexcusable profecía: “Si yo dijera ahora que el estilo de vida en América me parece que está en el estilo de vida del campesino de Carangas pueden ocurrir dos cosas: unos se reirán y otros creerán en lo que acabo de decir. Pero les advierto que el que se ríe de esta afirmación lo hace por cobardía. Porque suponer (…) que ese campesino que se ve cuando uno se interna con el camión en Carangas, que ese tiene el secreto del sentir de la vida en América, implica asumir un margen de responsabilidad que muy pocos quieren asumir. Es que tenemos que ser sinceros: somos profundamente cobardes para emprender una empresa tan grande…”. El profesor se exalta, se inspira y agrega: “Saber de un camino de esta índole (…) trasciende a nuestros hijos y a nuestros nietos. Es la época de una nacionalidad. Digo más, es la mística de ser boliviano, pero sin patrioterismos gratuitos e ingenuos, ni esquemas prefabricados, sino desde las raíces mismas del campesinado… Significa, ante todo, una misión y una mística que Sudamérica está esperando de ustedes. Yo mismo estaré esperando en esa Buenos Aires llena de timbres eléctricos, coches último modelo, con su sinnúmero de calles empedradas, con sus cartelones eléctricos, ahí mismo estaré esperando ese mensaje que ustedes están obligados a dar a Sudamérica”. 

Cumpliendo lo proclamado en sus discursos académicos, en febrero de 1970, campesinos del distrito de Challavito, Provincia Saucarí, Departamento de Oruro, concluyeron como alumnos uno de los cursos dictado por Kusch en las aulas de la UTO. “No debe existir en los anales de la historia cultural de nuestro país otro caso insólito como el presente” dijo Jorge Calvimontes con referencia al mismo, en las páginas del periódico La Patria de la ciudad altiplánica. Hoy, lo insólito se ha vuelto cotidiano y ojalá que irreversible. Como te dije: no vayas nunca hasta Oruro si no estás dispuesto a asombrarte. No vayas nunca hasta Oruro si no estás dispuesto a admitirlo.


Imagen: Vista general de la ciudad de Oruro, Bolivia.

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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 10/01/2014


Um retrato da musicalidade brasileira

AQUILES RIQUE REIS

O paulistano Toninho Ferragutti lançou A gata Café (Borandá), seu décimo álbum. Compositor, arranjador e um de nossos maiores acordeonistas, ele e seu instrumento se juntaram a outros quatro músicos para criar o Toninho Ferragutti Quinteto: Cássio Ferreira (sax), Vinícius Gomes (guitarra e violão), Thiago do Espirito Santos (baixo) e Cléber Almeida (bateria).

Partindo da formação instrumental do grupo e das dez músicas escolhidas para compor o novo disco, todas de sua autoria, Ferragutti definiu a estética musical que imprimiria nos arranjos (todos dele) e no modo de tocá-los. O resultado, então, foi uma sonoridade brasileira enriquecida em sua diversidade rítmica e melódica, inspirada no jazz e em suas raízes negras, sua harmonia e seu swing.
Os temas do CD são ricos em melodias e em levadas. Isso graças a arranjos generosos, seja em compassos para improvisos e uníssonos, seja nos duos de Toninho (acordeom) e Cássio (sax), ou de Vinícius (guitarra) e Thiago (baixo) – todos apoiados pelo pulso de Cléber (bateria), o que resulta num som brasileiro de qualidade.

O gênero diverso das composições de Ferragutti permite aos instrumentistas, de acordo com suas próprias concepções, revelarem o que está nas partituras à sua frente: todos muito inventivos, com uma virtuose expandida por sua jovialidade. A sonoridade resultante é fruto da arregimentação inicial concebida por Ferragutti e, principalmente, de seus arranjos e de seu instrumento.

Em algumas de suas regiões sonoras, o acordeom tem grande proximidade e afinidade com o som do sax, quando este se vale de sons médios da escala. Se cada duo dos dois instrumentos já resulta num encantamento, este só aumenta quando eles tocam o frevo “Bipolar”, que soa como um naipe de sopros frevando numa ladeira de Olinda. É, repito, a formação instrumental do quinteto, bem utilizada nos arranjos, que nos permite pressentir essas “viagens” sensoriais.

Outro exemplo? Quando a guitarra e o sax tocam em uníssono no início de “Santa Gafieira”, seguido de um improviso supimpa do acordeom, quase dá para sentir o cheiro de tabaco e álcool rescendendo do salão, onde os pares rodopiam.

Mais um? Em “Cortejo do Rio do Peixe”, diante de um solo da guitarra, com acordeom e baixo triscando as notas, podemos fantasiar o ruído dos passos numa rua qualquer do interior.

Outro? “Beduína”, quando Cléber (bateria), com viradas e levadas ligeiras, e o acordeom entoando a melodia nos permitem sentir que estamos num imaginável oásis, em meio a um desértico areal.

E mais outro? “Egberto”, quando Toninho Ferragutti resfolega no acordeom, tornando contagiante a pegada nordestina e fazendo-nos imaginar um bailão sob o luar do sertão, com os casais calçando suas alpercatas de couro e levantando poeira do chão.

Toninho Ferragutti, compositor contemporâneo, é um acordeonista que estabeleceu um retrato de rara beleza da musicalidade brasileira.


Aquiles Rique Reis, músico e vocalista do MPB4
Informações: www.boranda.com.br

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De JORNAL DE BRASÍLIA, 28/07/2016


Wednesday, July 27, 2016

Los Novios de la muerte... hace 35 años

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Hace treinta y cinco años, un 17 de julio, los paramilitares de Klaus Barbie, en unión de uniformados del narco-golpista García Meza, asaltaron la sede de Central Obrera Boliviana y asesinaron a Marcelo Quiroga Santa Cruz en circunstancias nunca del todo aclaradas. El asalto me lo contó hace años Liber Forti que estaba presente y, detenido, salió con vida. Me dijo que vio cómo bajaban a Quiroga ensangrentado arrastrándolo por las escaleras. Dudaba que estuviera vivo. Quiroga no estaba solo, también desaparecieron para siempre Juan Carlos Flores Bedregal y, en Oruro, el día 22, Renato Ticona... hay más, desaparecidos, torturados, asesinados. 

Los restos de Quiroga y sus compañeros no han sido hallados, pese a las promesas presidenciales, que el paso del tiempo convierte en grotescas, y los intentos de extorsión de los militares golpistas que cumplen condena en el penal de Chonchocoro, en el sentido de suministrar información a cambio de libertad. Las acampadas de damnificados frente al Ministerio de Justicia, en el Prado paceño, acabaron resultando molestas y fueron incendiadas. Lo vi.

Se sigue hablando de los militares bolivianos que participaron de manera directa en el asalto a la COB y consiguiente represión, y que entran y salen de prisión según criterios poco jurídicos y menos estrictos, pero muy poco de los paramilitares que formaban bajo el nombre Los Novios de la Muerte a las órdenes de Klaus Barbie, entre los que había españoles... algunos lucían insignias del Ejército español, algo que no creo pudiera pasar inadvertido a la Embajada española y su servicio de información. En concreto insignias de Tropas Nómadas y de GOES (popularmente conocidos como "guerrilleros"). ¿Quiénes eran esos españoles? ¿Quiénes los que habían sido legionarios del Ejército español? Silencio. Eso no le interesa a nadie por lo visto.

Entre los paramilitares estaba Stefano Della Chiaie (en la fotografía con gafas oscuras), presente con muchos otros matones, en Montejurra 76, asunto sangriento este organizado a todas luces desde Presidencia de Gobierno, como podrá probarse algún día, espero. Nadie ha respondido por lo cometido en Bolivia ni creo que haya sido perseguido en serio. La Costa del Sol es un pozo de podre. Los Novios de la Muerte eran una cuadrilla de malhechores internacionales que actuaron de manera impune y van camino de ser historia negra y solo eso, o materia novelesca. 

¿Qué relación tiene en Bolivia el ultraderechista Sixto de Borbón-Parma y Borbón-Busset, protagonista de los sucesos de Montejurra 76, con Roberto Nielsen-Reyes... o no se conocen de nada? 

Resulta interesante el testimonio de Ernesto Milá, recogido por Manuel Vázquez Montalbán en Mis almuerzos con gente inquietante.

Para las andanzas de Klaus Barbie estimo imprescindible la lectura del libro de Peter MacFarren y Fadrique Iglesias, Klaus Barbie, un Novio de la Muerte, así como los trabajos de Gustavo Sánchez y Carlos Soria-Galvarro que acompañó a Barbie en el avión que en 1983 lo entregó detenido en la Guayana: no sabía por qué lo habían detenido, me contaba Soria.

“Se inició en Bolivia una ola de asesinatos. La primera víctima fue el jefe del Partido Socialista, diputado electo por Cochabamba, Marcelo Quiroga Santa Cruz; brillante intelectual, ex ministro de Estado y principal gestor de la nacionalización de la empresa petrolera Gulf Oil Company. Los cuarteles se convirtieron en cárceles. Grupos no identificados asaltaban domicilios particulares. Fue destruido el edificio donde funcionaba y tenía su sede la Central Obrera Boliviana. Se impuso el toque de queda. Los paramilitares patrullaban las calles de las ciudades. Por primera vez en Bolivia, fueron utilizadas ambulancias como carros de asalto.” (Gustavo Sánchez Salazar, en Criminal hasta el final. Klaus Barbie en Bolivia, Barcelona, 1987, pág. 90)

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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 22/07/2016

Carrascal boca abajo (adelanto de la novela de Claudio Rodríguez Morales)

Julio Müller Schmidt

Aunque a los maquilladores de la funeraria les resultó imposible borrar el último gesto de dolor del periodista, el trabajo de recomposición me pareció bastante correcto. Al contemplar su rostro a través del vidrio del cajón mortuorio, no quedaban rastros de tanto golpe recibido ni del abandono de varias horas en una acequia al norte de Santiago. Sólo unos pocos pudimos acercarnos hasta el ataúd habilitado en el hall del diario La Nación –homenaje póstumo a su condición de ex redactor, editor de provincias y colega caído en servicio- para darle el último adiós al Cíclope y hacer nuestro aporte al jardín de coronas y arreglos florales que cubrían toda la sala.
Coincidí con Jorge Délano en lo extraño que resultó asociar a la persona de Luis Mesa Bell aquel estilo agresivo, proselitista, parcial y exagerado que lograra imprimirle a Wikén como su director responsable. De principio, pensábamos que de esos dedos largos, prolongaciones de un cuerpo más delgado de lo normal, sólo podían salir poesías amorosas y cuentos con paisajes bucólicos.

Lejos de la imagen de una fina pluma deslizándose suavemente sobre unas cuartillas tan blancas como su rostro, cuando se encontraba frente a su Underwood, el incesante golpeteo de las teclas se asemejaba a una ráfaga de ametralladora que estremecía toda la vieja casona de Amunátegui 85 y las restantes de la cuadra. Leer su trabajo periodístico era como recibir un baño de plomo, sobre todo para quienes no compartíamos su ideología, como ocurría con Délano y conmigo, varias veces sorprendidos por sus disparos.
Sin embargo, este detalle no fue impedimento para que ambos lográramos, curiosamente, el mayor acercamiento que permitía la reservada personalidad del periodista, incluso más que sus supuestos compañeros de causa, quienes no le dieron un recibimiento demasiado cálido a su llegada a Wikén.
Contemplando la obra de los anónimos carniceros, matizada por la luminosidad de los cirios alrededor del ataúd, recordé esa primera aparición de Luis Mesa Bell en la revista. Sus gafas ahumadas le cubrían la mitad de la cara para mantener en reserva su problema ocular, mientras Roque Blaya lo guiaba con una mano sobre la espalda hasta el rincón donde estaban apilados los escritorios. Dado que la casona de Amunátegui se encontraba en permanente reparación, en cualquier momento podía caernos un pedazo de yeso sobre la cabeza, como le había ocurrido a Joaquín Edwards Bello poco tiempo antes, razón para ausentarse de Wikén durante una semana. Para evitar que la ley de la gravedad terminara por arrebatarle al personal de su revista, Roque Blaya nos mandó a refugiarnos en un rincón de la sala de redacción donde estaríamos protegidos del desmoronamiento de tejas y adobe.
Convencí a Jorge Délano de subir al segundo piso de La Nación para tomar un café antes de iniciar el tortuoso peregrinar al cementerio. Allí nos encontramos con varios amigos y colegas que habían tenido la misma idea que nosotros: Jenaro Prieto, Domingo Melfi, Mario Torrealba, Pedro Sienna, Godofredo Christophersen, Renato Ramos, Federico Frederieksen, Bismarck López, Eulalio Serradilla y Pan Van Loc. En cierto momento, me aparté de la conversación y contemplé con asombro desde los ventanales las columnas humanas que se iban sumando al cortejo por las calles de Santiago.
-¡Sorprende! –comentó Délano a mis espaldas-. Parecen hormiguitas.
Había sin duda un toque de sarcasmo en su comentario. Aunque se divisaban personas decentes, predominaban obreros, comunistas, vagabundos y su abultada descendencia. Como ciudadanos amantes del orden, deseábamos que por respeto al difunto se mantuviera la compostura durante la jornada, pese a que en vida el mismo contribuyera al surgimiento de esta violencia política. De las pupilas de los caminantes, brotaba un resplandor de odio que los asemejaba peligrosamente más a lobos hambrientos que a laboriosas hormiguitas.
Abajo, en las escalinatas del edificio, la aglomeración no concedía ni un centímetro para el libre desplazamiento, extendiéndose más allá de la vereda contraria, repletando el frontis de la Casa de Gobierno. Resultaba imposible que el cortejo avanzara por Agustinas, como instruía el volante que un activista pusiera entre mis manos sin que alcanzara a rechazarlo.
Nos abrimos paso con Jorge Délano entre el gentío hasta alcanzar mi automóvil, estacionado a unos metros de La Nación. Quedamos atrapados dentro del vehículo rodeados de brazos, piernas y sombreros anónimos que empujaban la carrocería de un lado a otro, provocándonos la sensación de estar dentro de un bote. Después de media hora, le indiqué a la detective que encendiera el motor, llamándola por error Willy.
-Discúlpeme, ése era el nombre de mi otro muchacho. Fue una mala jugada del inconsciente –dije-. Creo haberle contado su historia. ¿Cómo tengo que llamarla, detective?
-Silvina estará bien, señor Müller.
-Silvita, entonces. No pretendo faltarle al respeto, pero aparte de buenamoza es usted muy joven, hasta podría ser la hija que no tengo.
A ritmo cansino, dejamos atrás el asfalto de Morandé, los jardines de La Moneda y la sombría vereda de Amunátegui donde los restos de Luis Mesa Bell desfilaron por última vez frente a las oficinas que albergaron su fugaz y bullicioso paso por Wikén, acompañado de cientos de pañuelos blancos. De regreso en Agustinas, se sumaron otras columnas humanas provenientes de la Alameda para continuar, luego, la ruta por Ahumada hacia el norte, con dirección al cementerio. La carroza -tirada por un corcel negro con una gota blanca sobre la nariz y conducida por un cochero con sombrero de copa, frac y levita- transportaba, además del ataúd, a la madre y hermanos menores del difunto. Me sentí parte de un ciempiés gigantesco que extendía sus extremidades por las cuadras de la ciudad y cuya cabeza visible correspondía a la carroza de los Mesa Bell.
Durante la víspera, no había necesitado insistirle demasiado a Jorge Délano en lo conveniente de resguardarnos de los probables desbordes que causaría esa muchedumbre, la misma que desde hacía unos años venía poniendo en jaque a las fuerzas del orden. Todo indicaba que dentro del cementerio la ayuda de Silvita resultaría fundamental.
Al pasar el cortejo frente a la carpa de un circo en el barrio Mapocho, nos detuvimos unos minutos para que su bandita ejecutara, vestida con traje de gala, la marcha fúnebre. Fue un homenaje sobrio y de buen gusto que en nada alteró el ánimo colectivo. La columna se engrosó aún más al recorrer la calle Puente, la avenida La Paz y rodear la plaza del Cementerio General, ahora con floristas y cirqueros sumados a hombres de overall, sus mujeres y sus hijos creciendo como callampas desde varias cuadras al sur.
Nunca sospeché un destino como éste para aquel muchacho tímido y silencioso al que las circunstancias obligaron a convertirse en una nueva víctima de las incómodas bromas de Pedro Sienna. En un primer momento, Sienna se mostró demasiado preocupado por su próximo artículo como para distraerse con “un muchachito que parecía volarse con el viento”. Ni siquiera detuvo el golpeteo de su máquina de escribir -un canto de ángeles si se le compara con el estilo del futuro director de la revista- cuando Roque Blaya batió sus palmas como si fuese a anunciar un espectáculo artístico.
-Señores, les presento a Luis Mesa Bell –dijo ceremonioso-. Desde ahora, será nuestro colaborador número uno. Así como ven a este pibe, tiene calle, dedos rápidos y una consciencia insobornable y revolucionaria, justamente lo que necesitamos para los tiempos que se avecinan.
El dueño de Wikén había hecho suya aquella manera de expresarse después de su adhesión a la causa del aviador Marmaduke Grove, desterrado temporalmente en Isla de Pascua al abortarse la revolución socialista que pretendía llevar adelante desde La Moneda junto a sus secuaces Eugenio Matte, Arturo Puga, Wilfredo Ruiz Tagle y Carlos Dávila. En todo caso, el destierro no aseguraba que sus locuras estuviesen bajo control, menos aún si eran azuzadas por publicaciones como Wikén. En semejante clima de belicosidad, yo tenía la certeza de que la amenaza roja brotaría de cualquier lado, más aún en un entierro tan concurrido como el que participaba en esos instantes y que me trajo a la memoria las primeras palabras que le dirigí a Luis Mesa Bell a su llegada a la casona de Amunátegui:
-Bienvenido, estimado amigo.
Mi intención era romper el silencio que ya se estaba volviendo demasiado incómodo para los presentes, salvo para Pedro Sienna que seguía trabajando en su escrito como si nada pasara.
-Como verá, las comodidades no son muchas –agregué-, pero en entusiasmo no nos quedamos.
Con la mano extendida, me limité a mostrar los escritorios apilados en un rincón y distanciados a sólo milímetros unos de otros, con las máquinas de escribir y las hojas desparramadas por diferentes lados, incluidas las sillas, lo que daba una panorámica de la forma de trabajo de la revista Wikén.
-Vos te habrás dado cuenta, Luchito, de lo buenazos que son estos chicos para quejarse –dijo Blaya sin abandonar el semblante de anfitrión-. Pero no te preocupés, que son rebuena gente. Ocupá el escritorio de Edwards que pasa vacío o el que esté disponible. Mirá, acá las cosas funcionan por orden de llegada. Los primeros siempre tendrán una underguó con tinta nuevita, cuartillas blancas y el sueldito al día.
-Perdón, mi estimado Roque –objetó Jorge Délano desde su atril-, pero eso que dices sólo es una verdad a medias. Acuérdate que Topaze ha sido un verdadero salvavidas para varios números de tu revistita. En la imprenta aceptaron trabajar con Wikén porque les dijimos que era un subproducto de nuestra empresa. ¿Se te olvida el espaldarazo que debimos darle? Convéncete de una vez que el socialismo no es tan rentable como pensabas.
-¿Qué decís, che? –intervino sorprendido Blaya.
-Nuestro amigo periodista debe saber en qué lugar se está metiendo –contestó Délano.
Ninguno en la sala de redacción imaginó que este altercado era el comienzo del distanciamiento sin retorno entre los dos empresarios periodísticos, unidos hacía sólo unos meses por una sincera amistad. En aquel momento, Délano se encontraba confeccionando sus últimas caricaturas para nosotros antes de consagrarse a tiempo completo a Topaze, su propia revista satírica, la misma que sirviera de aval a Wikén para aparecer en los kioscos durante los tiempos difíciles. La línea editorial adoptada por Roque Blaya en los últimos números acabó por alejar definitivamente al dibujante de nuestro equipo.
En lo personal, después de la elección de 1920, me había resignado a esperar la recuperación de la democracia por parte de los hombres racionales para alejarla de caudillos demagogos, como el Lobo del Puerto, que tanta popularidad habían adquirido entre el vulgo en los últimos años. Pese a que la convulsión social se extendía por el territorio, mi rol en la revista sólo se alteró parcialmente a medida que Roque Blaya fue dejando en mis manos aquello que al ideario socialista le tenía sin cuidado, como la página literaria, los espectáculos y, una vez emigrado Délano, el cine. Esta modesta colaboración periodística me permitía desahogar mi espíritu de escritor y recibir, además, una pequeña paga por ella, aunque se tratara de algo más bien simbólico, ya que mis ingresos siempre dependieron de los casos que atendía en mi bufete relacionados con la especulación bursátil. Por eso, a pesar del fanatismo ideológico de Roque Blaya, continúo sintiéndome en deuda con él por haberme dejado hacer mis locuras sobre una cuartilla en blanco y una “underguó” de cinta desteñida.
A medida que avanzaba el coche detrás de la carroza, fui constatando con la vista y el olfato la contundente digestión del caballo de la funeraria, detalle del que no alcanzaba a percatarse Jorge Délano. La maraña de pelos en que se habían convertido sus cejas daba cuenta de su intento por buscarle algún sentido a tanta tragedia acumulada en el último tiempo. Para mí la explicación estaba en el cambio en la línea editorial de Wikén, donde los artículos de variedades escritos por Jorge Sanhueza, Carlos Cariola o por su servidor fueron reemplazados por los panfletos políticos de Luis Mesa Bell y de Renato Ramos. A partir de entonces, la revista comenzó a lanzar ataques de artillería pesada a quienes intentaran frenar la materialización del anhelo socialista y a recibir, a modo de respuesta, una avalancha de querellas en los Tribunales de Justicia.    
Pero no todos los afectados por los dardos de la revista reaccionaron de una manera tan civilizada. Luis Mesa Bell, maquillado, rígido y movilizándose en posición horizontal unos pocos metros más adelante, estaba allí para recordárnoslo en cada momento. Ni siquiera el delirante Roque Blaya se lo imaginó en estas condiciones al dar por concluidas las presentaciones de rigor ese nublado día de julio o agosto.
-Bueno, basta de palabras que tenemos mucho qué hacer. Para qué decir el señor Sienna que está más inspirado que nunca. Luchito, –dirigiéndose a Mesa Bell-: ponéte cómodo que estás en tu casa. No tengo para qué recordar el laburo, si vos lo sabés mejor que nadie.
Roque Blaya dio media vuelta y se dirigió a su oficina, tiempo aprovechado por Luis Mesa Bell para obedecer a sus instrucciones en forma diligente. Las tablas del piso crujieron más de lo acostumbrado con las suelas de sus alargados zapatos. Se desprendió de la chaqueta y del sombrero y los ubicó en la parte más alta del colgador, la única que se encontraba desocupada de nuestras respectivas prendas de vestir. Regresó hacia los escritorios y se detuvo junto a Pedro Sienna, sin que éste le hiciera caso alguno, persistiendo en escribir su artículo. Cuando Luis Mesa Bell intentó decirle algo, su voz se perdió por completo detrás del sonido metálico de la Underwood. Tras unos minutos de buscar inútilmente algún contacto verbal, se atrevió a tocar la manga de la camisa del escribiente quien, junto con detener su tecleo, dio un brinco de su silla y cayó con los pies abiertos en actitud de sorpresa.
-¿Quién osa interrumpir al creador más importante de esta revista? -preguntó Sienna con los ojos desorbitados-. ¿Acaso has sido tú, Coke, ilustrador de la miseria humana? ¿O tú, Julito, escritorcillo regalón de las señoritas casaderas? –agregó con sus ojos clavados en mí-. ¿O algún otro reporterillo de esta gaceta que sobrevive a duras penas?
-Disculpe, fui yo –dijo Mesa Bell con angustia-. Sólo le quería pedir permiso para sentarme en el escritorio del fondo.
-¿Pero quién me está hablando que no veo a nadie? –dijo Sienna con los ojos desorbitados-. ¿A quién asociar semejante voz de ultratumba? ¿Acaso será un ánima que se escapó del cementerio y que de pura despistada nos anda penando a estas horas de la mañana?
La mayoría de los presentes festejó la última bufonada de quien era más reconocido por su papel protagónico en la película “El Húsar de la Muerte” que por sus dotes de cronista. Sólo Jorge Délano y yo nos abstuvimos de sumarnos al jolgorio. Lo único que parecía divertir a mi amigo dibujante eran las bromas publicadas en Topaze, sus experimentos cinematográficos, sus sesiones de hipnosis o las visitas a la casa de Marina Villarroel o María Elisa. Yo, por mi parte, sentí lástima del joven colaborador de gafas ahumadas a quien comparé con una avecilla recién salida del cascarón, imagen distante del periodista experimentado que era en realidad, al atribuir las palabras de presentación de Roque Blaya sólo a un cumplido.
-No se preocupe, mi amigo –dijo Délano a Mesa Bell-. A falta de público, le ha dado a nuestro Húsar por hacernos estas representaciones para que nosotros le ayudemos con lo que sea nuestra voluntad.
El dibujante salió de su atril y se acercó a Pedro Sienna que permanecía en actitud expectante, sin imaginar lo que su colega tramaba dentro de su cerebro. Délano introdujo su mano al bolsillo del pantalón y extrajo unas monedas que ofreció al actor y cronista.
-Tome, buen hombre, aquí tiene unos centavos –dijo-. Más de eso no puedo darle. Ahora quítese del paso del amigo periodista. A fin de cuentas, él no está obligado a prestarle atención a sus delirios de grandeza.
Con los ojos hirviendo de rabia, Sienna le arrebató las monedas y las arrojó lo más lejos que pudo, sin percatarse que uno de los ventanales de la casona se encontraba en el curso de su trayectoria. La fuerza del proyectil trizó el cristal y lo transformó en una enorme tela de araña que nos dejó boquiabiertos. Poco a poco, los pedacitos comenzaron a desplomarse en el piso de la oficina y otros descendieron hacia la calle. Con el estruendo, hasta Roque Blaya salió de su oficina alarmado.
-¿Pero qué pasó acá, chicos? –preguntó.
No era necesario indagar en detalles. El daño resaltaba evidente ante nuestros ojos. Mientras Délano y Sienna continuaban frente a frente en la mitad del pasillo, como en una suerte de duelo, Mesa Bell intentaba apoyarse en la pared sumido en el desconcierto.
-Es el costo de una representación de nuestra estrella –dijo Délano conteniendo la risa-. Su arte nos hará, de ahora en adelante, morirnos de frío.
La personalidad de Blaya no era capaz de exigir a él o los responsables el pago de un vidrio nuevo ni de descontar de los sueldos el costo de la reposición. Por eso recurrió a un trozo de polietileno y de tela adhesiva para cubrir el marco en espera de una solución “mágica”. Nada de eso cambiaría después del crimen: en una suerte de homenaje póstumo, la dueña de la propiedad le exigiría al argentino no reponer el cristal como condición para continuar arrendándole la casa, compromiso fácil de respetar por la costumbre nuestra de llamar tradición al simple deterioro.
Confirmé lo relatado en voz de la propia viuda Von Diermissen luego de verla materializarse -espléndida como siempre y de luto riguroso- por uno de los costados del mausoleo de la familia Díaz Mesa. Con un clavel rojo apretado en su mano enguantada, se detuvo a mi lado para confesarme su anhelo post mortem:
-Quiero que las cosas sigan igual que cuando él estaba con nosotros.
Sin mirar a nadie, pero con decenas de ojos puestos sobre ella, lanzó el clavel dentro del orificio de la sepultura con una mano apoyada en el pecho. Decidí invocar lo que quedaba de nuestro nexo de antaño –quizá un poco deteriorado pero aún existente-, a ver si me ayudaba a descifrar este trágico enigma.
-¿Puedo decirte algo? –dije-. ¿Sabías que andan diciendo que tú y Luis tuvieron….? -como siempre ocurre, mi capacidad de decisión se fue atenuando a medida que hablaba.
-No me digas –me interrumpió-. Apuesto a que dicen que fuimos amantes ¿Eso dicen, no es cierto?
-Sí –contesté-. Al menos se desprende de…
-¿Y tú qué crees?
Antes que yo esbozara una respuesta, zanjó el destino de la conversación:
-Quédate tranquilo. A pesar de que soy una loca, con mi marido sólo nos separó la política, nada más.  

Carrascal boca abajo / Claudio Rodríguez Morales
Das Kapital ®, julio de 2016

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De EVOLUCIÓN DE LA ESPECIE (blog de Claudio Rodríguez Morales), 27/07/2016

Monday, July 25, 2016

5 REASONS WHY TRUMP WILL WIN

MICHAEL MOORE

Friends:

I am sorry to be the bearer of bad news, but I gave it to you straight last summer when I told you that Donald Trump would be the Republican nominee for president. And now I have even more awful, depressing news for you: Donald J. Trump is going to win in November. This wretched, ignorant, dangerous part-time clown and full time sociopath is going to be our next president. President Trump. Go ahead and say the words, ‘cause you’ll be saying them for the next four years: “PRESIDENT TRUMP.”

Never in my life have I wanted to be proven wrong more than I do right now.

I can see what you’re doing right now. You’re shaking your head wildly – “No, Mike, this won’t happen!” Unfortunately, you are living in a bubble that comes with an adjoining echo chamber where you and your friends are convinced the American people are not going to elect an idiot for president. You alternate between being appalled at him and laughing at him because of his latest crazy comment or his embarrassingly narcissistic stance on everything because everything is about him. And then you listen to Hillary and you behold our very first female president, someone the world respects, someone who is whip-smart and cares about kids, who will continue the Obama legacy because that is what the American people clearly want! Yes! Four more years of this!

You need to exit that bubble right now. You need to stop living in denial and face the truth which you know deep down is very, very real. Trying to soothe yourself with the facts – “77% of the electorate are women, people of color, young adults under 35 and Trump cant win a majority of any of them!” – or logic – “people aren’t going to vote for a buffoon or against their own best interests!” – is your brain’s way of trying to protect you from trauma. Like when you hear a loud noise on the street and you think, “oh, a tire just blew out,” or, “wow, who’s playing with firecrackers?” because you don’t want to think you just heard someone being shot with a gun. It’s the same reason why all the initial news and eyewitness reports on 9/11 said “a small plane accidentally flew into the World Trade Center.” We want to – we need to – hope for the best because, frankly, life is already a shit show and it’s hard enough struggling to get by from paycheck to paycheck. We can’t handle much more bad news. So our mental state goes to default when something scary is actually, truly happening. The first people plowed down by the truck in Nice spent their final moments on earth waving at the driver whom they thought had simply lost control of his truck, trying to tell him that he jumped the curb: “Watch out!,” they shouted. “There are people on the sidewalk!”

Well, folks, this isn’t an accident. It is happening. And if you believe Hillary Clinton is going to beat Trump with facts and smarts and logic, then you obviously missed the past year of 56 primaries and caucuses where 16 Republican candidates tried that and every kitchen sink they could throw at Trump and nothing could stop his juggernaut. As of today, as things stand now, I believe this is going to happen – and in order to deal with it, I need you first to acknowledge it, and then maybe, just maybe, we can find a way out of the mess we’re in.

Don’t get me wrong. I have great hope for the country I live in. Things are better. The left has won the cultural wars. Gays and lesbians can get married. A majority of Americans now take the liberal position on just about every polling question posed to them: Equal pay for women – check. Abortion should be legal – check. Stronger environmental laws – check. More gun control – check. Legalize marijuana – check. A huge shift has taken place – just ask the socialist who won 22 states this year. And there is no doubt in my mind that if people could vote from their couch at home on their X-box or PlayStation, Hillary would win in a landslide.
But that is not how it works in America. People have to leave the house and get in line to vote. And if they live in poor, Black or Hispanic neighborhoods, they not only have a longer line to wait in, everything is being done to literally stop them from casting a ballot. So in most elections it’s hard to get even 50% to turn out to vote. And therein lies the problem for November – who is going to have the most motivated, most inspired voters show up to vote? You know the answer to this question. Who’s the candidate with the most rabid supporters? Whose crazed fans are going to be up at 5 AM on Election Day, kicking ass all day long, all the way until the last polling place has closed, making sure every Tom, Dick and Harry (and Bob and Joe and Billy Bob and Billy Joe and Billy Bob Joe) has cast his ballot?  That’s right. That’s the high level of danger we’re in. And don’t fool yourself — no amount of compelling Hillary TV ads, or outfacting him in the debates or Libertarians siphoning votes away from Trump is going to stop his mojo.

Here are the 5 reasons Trump is going to win:
  1. Midwest Math, or Welcome to Our Rust Belt Brexit.  I believe Trump is going to focus much of his attention on the four blue states in the rustbelt of the upper Great Lakes – Michigan, Ohio, Pennsylvania and Wisconsin. Four traditionally Democratic states – but each of them have elected a Republican governor since 2010 (only Pennsylvania has now finally elected a Democrat). In the Michigan primary in March, more Michiganders came out to vote for the Republicans (1.32 million) that the Democrats (1.19 million). Trump is ahead of Hillary in the latest polls in Pennsylvania and tied with her in Ohio. Tied? How can the race be this close after everything Trump has said and done? Well maybe it’s because he’s said (correctly) that the Clintons’ support of NAFTA helped to destroy the industrial states of the Upper Midwest. Trump is going to hammer Clinton on this and her support of TPP and other trade policies that have royally screwed the people of these four states. When Trump stood in the shadow of a Ford Motor factory during the Michigan primary, he threatened the corporation that if they did indeed go ahead with their planned closure of that factory and move it to Mexico, he would slap a 35% tariff on any Mexican-built cars shipped back to the United States. It was sweet, sweet music to the ears of the working class of Michigan, and when he tossed in his threat to Apple that he would force them to stop making their iPhones in China and build them here in America, well, hearts swooned and Trump walked away with a big victory that should have gone to the governor next-door, John Kasich.

From Green Bay to Pittsburgh, this, my friends, is the middle of England – broken, depressed, struggling, the smokestacks strewn across the countryside with the carcass of what we use to call the Middle Class. Angry, embittered working (and nonworking) people who were lied to by the trickle-down of Reagan and abandoned by Democrats who still try to talk a good line but are really just looking forward to rub one out with a lobbyist from Goldman Sachs who’ll write them nice big check before leaving the room. What happened in the UK with Brexit is going to happen here. Elmer Gantry shows up looking like Boris Johnson and just says whatever shit he can make up to convince the masses that this is their chance! To stick to ALL of them, all who wrecked their American Dream! And now The Outsider, Donald Trump, has arrived to clean house! You don’t have to agree with him! You don’t even have to like him! He is your personal Molotov cocktail to throw right into the center of the bastards who did this to you! SEND A MESSAGE! TRUMP IS YOUR MESSENGER!

And this is where the math comes in. In 2012, Mitt Romney lost by 64 electoral votes. Add up the electoral votes cast by Michigan, Ohio, Pennsylvania and Wisconsin. It’s 64. All Trump needs to do to win is to carry, as he’s expected to do, the swath of traditional red states from Idaho to Georgia (states that’ll never vote for Hillary Clinton), and then he just needs these four rust belt states. He doesn’t need Florida. He doesn’t need Colorado or Virginia. Just Michigan, Ohio, Pennsylvania and Wisconsin. And that will put him over the top. This is how it will happen in November.

  1. The Last Stand of the Angry White Man. Our male-dominated, 240-year run of the USA is coming to an end. A woman is about to take over! How did this happen?! On our watch! There were warning signs, but we ignored them. Nixon, the gender traitor, imposing Title IX on us, the rule that said girls in school should get an equal chance at playing sports. Then they let them fly commercial jets. Before we knew it, Beyoncé stormed on the field at this year’s Super Bowl (our game!) with an army of Black Women, fists raised, declaring that our domination was hereby terminated! Oh, the humanity!

That’s a small peek into the mind of the Endangered White Male. There is a sense that the power has slipped out of their hands, that their way of doing things is no longer how things are done. This monster, the “Feminazi,”the thing that as Trump says, “bleeds through her eyes or wherever she bleeds,” has conquered us — and now, after having had to endure eight years of a black man telling us what to do, we’re supposed to just sit back and take eight years of a woman bossing us around? After that it’ll be eight years of the gays in the White House! Then the transgenders! You can see where this is going. By then animals will have been granted human rights and a fuckin’ hamster is going to be running the country. This has to stop!

  1. The Hillary Problem. Can we speak honestly, just among ourselves? And before we do, let me state, I actually like Hillary – a lot – and I think she has been given a bad rap she doesn’t deserve. But her vote for the Iraq War made me promise her that I would never vote for her again. To date, I haven’t broken that promise. For the sake of preventing a proto-fascist from becoming our commander-in-chief, I’m breaking that promise. I sadly believe Clinton will find a way to get us in some kind of military action. She’s a hawk, to the right of Obama. But Trump’s psycho finger will be on The Button, and that is that. Done and done.

Let’s face it: Our biggest problem here isn’t Trump – it’s Hillary. She is hugely unpopular — nearly 70% of all voters think she is untrustworthy and dishonest. She represents the old way of politics, not really believing in anything other than what can get you elected. That’s why she fights against gays getting married one moment, and the next she’s officiating a gay marriage. Young women are among her biggest detractors, which has to hurt considering it’s the sacrifices and the battles that Hillary and other women of her generation endured so that this younger generation would never have to be told by the Barbara Bushes of the world that they should just shut up and go bake some cookies. But the kids don’t like her, and not a day goes by that a millennial doesn’t tell me they aren’t voting for her. No Democrat, and certainly no independent, is waking up on November 8th excited to run out and vote for Hillary the way they did the day Obama became president or when Bernie was on the primary ballot. The enthusiasm just isn’t there. And because this election is going to come down to just one thing — who drags the most people out of the house and gets them to the polls — Trump right now is in the catbird seat.

  1. The Depressed Sanders Vote. Stop fretting about Bernie’s supporters not voting for Clinton – we’re voting for Clinton! The polls already show that more Sanders voters will vote for Hillary this year than the number of Hillary primary voters in ’08 who then voted for Obama. This is not the problem. The fire alarm that should be going off is that while the average Bernie backer will drag him/herself to the polls that day to somewhat reluctantly vote for Hillary, it will be what’s called a “depressed vote” – meaning the voter doesn’t bring five people to vote with her. He doesn’t volunteer 10 hours in the month leading up to the election. She never talks in an excited voice when asked why she’s voting for Hillary. A depressed voter. Because, when you’re young, you have zero tolerance for phonies and BS. Returning to the Clinton/Bush era for them is like suddenly having to pay for music, or using MySpace or carrying around one of those big-ass portable phones. They’re not going to vote for Trump; some will vote third party, but many will just stay home. Hillary Clinton is going to have to do something to give them a reason to support her  — and picking a moderate, bland-o, middle of the road old white guy as her running mate is not the kind of edgy move that tells millenials that their vote is important to Hillary. Having two women on the ticket – that was an exciting idea. But then Hillary got scared and has decided to play it safe. This is just one example of how she is killing the youth vote.

  1. The Jesse Ventura Effect. Finally, do not discount the electorate’s ability to be mischievous or underestimate how any millions fancy themselves as closet anarchists once they draw the curtain and are all alone in the voting booth. It’s one of the few places left in society where there are no security cameras, no listening devices, no spouses, no kids, no boss, no cops, there’s not even a friggin’ time limit. You can take as long as you need in there and no one can make you do anything. You can push the button and vote a straight party line, or you can write in Mickey Mouse and Donald Duck. There are no rules. And because of that, and the anger that so many have toward a broken political system, millions are going to vote for Trump not because they agree with him, not because they like his bigotry or ego, but just because they can. Just because it will upset the apple cart and make mommy and daddy mad. And in the same way like when you’re standing on the edge of Niagara Falls and your mind wonders for a moment what would that feel like to go over that thing, a lot of people are going to love being in the position of puppetmaster and plunking down for Trump just to see what that might look like. Remember back in the ‘90s when the people of Minnesota elected a professional wrestler as their governor? They didn’t do this because they’re stupid or thought that Jesse Ventura was some sort of statesman or political intellectual. They did so just because they could. Minnesota is one of the smartest states in the country. It is also filled with people who have a dark sense of humor — and voting for Ventura was their version of a good practical joke on a sick political system. This is going to happen again with Trump.

Coming back to the hotel after appearing on Bill Maher’s Republican Convention special this week on HBO, a man stopped me. “Mike,” he said, “we have to vote for Trump. We HAVE to shake things up.” That was it. That was enough for him. To “shake things up.” President Trump would indeed do just that, and a good chunk of the electorate would like to sit in the bleachers and watch that reality show.

(Next week I will post my thoughts on Trump’s Achilles Heel and how I think he can be beat.)

Yours,

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De la página web del autor.




En el día del Tata Santiago

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Los rancios de la camisa azul abrían sus virguerías literarias de efeméride con un rebuscado y solemne anacronismo: «En el día del señor Santiago», es decir, hoy. Yo prefiero hacerlo del Tata Santiago boliviano que enmascara a Illapa, el dios andino del rayo, el trueno, la lluvia, la venganza, la justicia y demás imposibles raras veces vencidos. Hoy, hace unos pocos años, estaba una vez más en Guaqui, en la iglesia y santuario de Santiago, el de la Iglesia católica y el de los yatiris del lago, más lejos, en una ladera que domina un amplio panorama con el Titikaka como fondo, que ofician sus  propios ritos  en las alturas alrededor de cruces y piedras o apachetas que les son sagradas.
Los retablitos del Tata Santiago son muy comunes entre las familias de campesinos y comerciantes que el 25 de julio acuden a su santuario a bendecirlos y a llevar gladiolos a su capilla,  encender velas, pedirle favores y grabar sus peticiones a punta de navaja en las paredes renegridas de humos, cubrirse con maná o pétalos, lucir chales de lujo y joyas de oro viejo, procesionar por las calles, comer pescados del lago en los puestos callejeros, challar y beber cerveza…
En su capilla, bajo la imagen, he visto ofrendas de todas clases, cartas al más allá, piedras que han pasado por challas poco ortodoxas, aerolitos tal vez, azúcar, arroz, pétalos, huesos, envoltorios… y en uno de los muros había un cartel que decía que estaba prohibido encender velas negras, que allí se acude  a hacer el bien y no a desear el mal, algo que sin embargo va  con las penumbras de la naturaleza humana y con quien se siente burlado, estafado, agredido y no encuentra justicia ni reparación… que los cielos arreglen lo que no hay manera de arreglar desde la tierra con  las manos del trabajo. Los yatiris de las negruras y los descalabros mortales no están allí, sino en la carretera de Oruro… metían miedo hasta de lejos y eso que andaban jugando al balón, pero esta es otra historia.

Y lo mismo hacen, otros devotos o los mismos, poco importa, el 3 de mayo, pero esta vez en el templo de los yatiris, con otros rituales y otras oraciones en las que los latinajos aproximativos se mezclan con el castellano rudo y el aymara. ¿Devociones? ¿Supersticiones? Lo mismo me da porque en el fondo de desamparos,  precariedades y reveses de la perra suerte es el mismo. De los gajes del humano vivir se trata, que son muchos.

¿Regresaría? Sin lugar a dudas, el 3 de mayo y el 25 de julio, y en cualquier fecha, pasaría por el cementerio, vagaría por la ladera desde la que se divisa el lago, entraría, miraría, escucharía rezos, murmullos, olería el aceite hirviendo de las sartenes donde fríen pescados, el humo del palo santo, el incienso, la cerveza… y lejos, me pararía a escuchar el silbido del viento entre la yareta y la paja brava, o el silencio, la luz.
–¿Pero no ha ido usted a Guaqui suficientes veces, hombre, que el tiempo apremia? –me pregunta insidiosa mi sombra.
–No, nada está nunca demasiado visto ni vivido, no al menos para mí, ni en Guaqui ni en parte alguna.

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De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 25/07/2016

Saturday, July 23, 2016

Under para siempre

AGUSTINA FRONTERA

Es 1984, hace 7 meses que asumió Raúl Ricardo Alfonsín la presidencia y las promesas de una renovación primaveral en la moral y la cultura excitan a la juventud. Enrique Jorge Symns tiene 38 años pero es un niño con aspecto de sufi disfrazado de Philip Marlowe. Está arriba de un escenario, en La Esquina del Sol de Gurruchaga y Guatemala. Al lado esperan Los Rendonditos de Ricota. El monólogo que recita antes del próximo tema es sobre James Huberty, un asesino serial que mató a 21 personas pocos días atrás en un McDonalds de Estados Unidos: “En nombre de todos los desesperados, en nombre de toda esa turba de imbéciles que son como una plaga de langostas (…), sabía que la sangre era una cosa traviesa, comenzó a disparar, entonces se produjo un milagro maravilloso, la sangre de un abogadito se mezclaba con el cerebro del hijo de un estudiante de medicina, las tripas de un hippie que había cantado una canción de Bob Dylan con la sangre de un empleado que estaba ahí haciendo un chorizo (…). Nuestro héroe, se atrevió a matarnos a nosotros, esta lacra inmunda, a nosotros”. El centenar de personas que están apretadas en el local rompen en gritos. En la voz de Symns ya está todo: la vibración del asediado por la sociedad, un cantar que no se le irá nunca más, la arenga lindante entre el burlesque, el arrabal y la unidad básica, espantado pero elegante.  

La escena de Enrique Symns en La Esquina del Sol es un mojón que separa su vida hacia atrás y hacia adelante, una línea que lo pone ora del lado del asesino ora del que mastica una hamburguesa. Atrás está la infancia, la huida de la sociedad, el cincelado de la marginalidad, la pérdida voluntaria del hogar, el peregrinaje por la actuación, la música, las drogas, la literatura, los viajes, la filosofía, el delito; hacia delante, el periodismo, los periodistas, los libros, las drogas, las bandas, el linyerismo, la enfermedad, el amor y el dolor.

¿Qué me mirás?

Enrique Symns conoció a sus padres antes de saber que eran sus padres. Vivió con sus tíos en Monte Grande y en Lanús. Según sus autobiografías, nació en una u otra ciudad el 2 de enero de 1947 o el 22 de diciembre de 1944, siempre bajo el signo de capricornio: un animal mitad cabra, mitad pez. Enrique Jorge era hijo extramatrimonial de su padre y tuvo que esperar a que la esposa muriera para poder vivir con papá y mamá bajo el mismo techo. A los 13 años se mudó con ellos a Buenos Aires, al barrio de Barracas.

A los 10 años, recuerda en El señor de los venenos, le disparó en la pierna con un rifle de aire comprimido a un nene de la bandita enemiga del barrio. El comisario de Monte Grande se lo puso entre ceja y ceja: ahí comenzó la relación de Symns con la policía. Los viejos edictos policiales condenaban a cualquiera que deambulara, no hacía falta ser un ladronzuelo o estafador como de hecho lo era el Symns adolescente. Conoció varios de los calabozos de la Capital. A los 14 comenzó una seguidilla de fugas de la casa. En el movimiento repentino del paso de la urbe despojada, semi rural, a la ciudad, se germina, según él, una incomodidad primordial: “No hubo transición. La adultez fue una ropa que me pusieron como si fuera un presidiario; nunca dejás de ser niño, te obligan a dejar de serlo.” Por entonces, la defensa ante la mirada acusatoria de los otros solía ser: “¿Qué me mirás?”

En varios pasajes de sus textos autobiográficos y entrevistas Symns dice: “como no fui a la escuela no aprendí nada”. Dice también que sus padres nunca lo enviaron al colegio, pero en Big Bad City cuenta una anécdota que lo contradice: “Yo tenía 15 años y había aprobado el segundo año de la secundaria. Mis padres me premiaron con un veraneo en Mar del Plata en casa de mis tíos”. Ha hecho del relato de su vida una autoficción, así como ha llevado al extremo en sus excursiones periodísticas el género periodismo-ficción.

Symns no terminó la escuela secundaria. A los 19 años fue a Mar del Plata y trabajó en el restaurante del Hotel Sheraton. El chico tímido y poco comunicativo que era había empezado a robar en el restaurante. Así llegó a triplicar su sueldo, que compartía con su amigo Arturo, un linyera gay que paraba cerca del hotel. Esa relación fugaz, “fuimos amigos durante 24 hrs”, prefigura un rasgo fraternal que no abandonará nunca: “amigos, ese es el nombre de mi raza”, dirá mucho tiempo después en una editorial de Cerdos & Peces.

Las primeras lecturas habían sido de la mano de la hermana, unos años mayor que él, profesora de filosofía. Suele decir que de su biblioteca absorbió a los 15 años La crítica de la razón pura, de Kant, y los libros básicos de Nietzsche, Schopenhauer, Heidegger. También recuerda que una de las primeras veces que conoció el cariño fue cuando, sin querer, la hermana le rozó el brazo: se espantó.  

Después del paso por Mar del Plata volvió a Buenos Aires. Tuvo las primeras experiencias de vida callejera, ya no como delincuente juvenil sino como un merodeador adulto. Pasaba el tiempo entre un zaguán en la calle Carlos Calvo, donde podía leer las novelas policiales que robaba de la biblioteca pública de la calle Patricios y un bar que había montado en las escalinatas del Parque Lezama.  

Symns ha contado otra historia de Symns: a los 17 años, como no había terminado el secundario tuvo que falsificar un título para poder inscribirse en la facultad de Psicología de la Universidad del Salvador. Cursó un año entero. Según él dice “leía tres páginas de El ser y la nada de Sartre y de inmediato me convertía en un experto en existencialismo (…) era un farsante con una capacidad innata que atravesaba todas mis actividades”.  

En aquellos años 60, Symns deambulaba entre el Politeama, La Academia, el bar La Paz, y se mezclaba con sus enemigos de guante blanco: los intelectuales. En esos bares pasó algo que le cambió la vida para siempre: fumó marihuana. Con las primeras pitadas inauguró una sospecha: alguien hablaba dentro suyo.  

Así habló Symns

   Al revés que la mayoría de la humanidad, el cuerpo de Symns no disminuye en tamaño con los años: se acrecienta hasta llegar a ser un abominable hombre de humo. Como un santito andino, recibe cigarrillos a cambio de sus palabras. Detiene el paso, no podría pitar y empujar el andador al mismo tiempo. Nubla la vista y lo despabila un griterío: “hay quilombo”. Quiere ir a ver, falsa alarma: fue sólo una trifulca de las tantas que ocurren en el barrio de Constitución.  

Es noviembre de 2014 y Symns dice que le gusta Radiohead. La banda británica no existía cuando tomó ácido por primera vez, pero sí su equivalente psicodélica, Pink Floyd. Ese verano de 1971 un peruano que convivía con él en Río de Janeiro, en el Barrio Santa Teresa, le convidó LSD. Recordó sus pesadillas de niño. Alimentaba sus pensamientos místicos con las lecturas de Gurdjieff, Krishnamurti, Castañeda. Symns ya estaba adiestrado en domesticar el horror.  

—Nunca estuve preso. Bah sí…caí preso por pegarle una trompada a un cana y sacarle el revólver. Estaba peleándome con mi esposa en un bar y agarró y rompió todo lo que había en la mesa, se paró un tipo del bar y se metió en el medio. “Soy policía”, dijo, sacó el chumbo y le pegué una patada en las bolas. Ahí fui preso.  

En 1970, también en Río, había estado en una cárcel con “50 tipos que parecían panteras”.  

Symns parece un viejito cándido de 70 años, con la camisa arrugada. Vista de afuera, la conversación resultaría grotesca. Acaba de pedir una milanesa y una ensalada de zanahoria. Exige que no haya sal en la mesa y con modales cariñosos hace cada tanto un ademán a la moza, para que le complete con soda el vaso de vino. Para cualquier transeúnte que lo ve comer, es un abuelo tierno, que no tiene quién le sugiera cómo vestirse. Sin saber que el yeti andrajoso que se saca una zanahoria mal rallada de la boca fue un faro de la cultura libertaria del país.

Symns desborda referencias en cualquier conversación. El ritmo frenético, cargado de frases misteriosas pero prístinas se alimenta de sus lecturas, que confunde erráticamente, que por momentos inventa o, en otros casos, atribuye a algún autor reconocido.  

—“Nada es verdad, por lo tanto todo está permitido”, dice Dostoievski en Crimen y castigo. Cuando lo leí siendo borrego quería salir a matar gente… si nada es verdad, explicame por qué no me voy a coger un chico de ocho años, ¡explicame!  

Symns no es un intelectual, no es un farsante, o sí. Es aquel tipo que en un destello de LSD decidió convertirse, o fue convertido, en un predicador. Es quizás lo más parecido que hemos tenido y tendremos a Zaratustra.

Ricardo Ragendrofer leyó a Symns antes de trabajar con él varios años en la revista Cerdos & Peces: “Sus textos eran absolutamente maravillosos”. Hay una frase de Bukowski que Ragendorfer trae en relación a Symns, para muchos, su doble argentino:  

—“Escribir es como darle una pitada a un faso, el humo es para uno y la ceniza es lo que se publica”. Con Enrique hicimos empatía inmediatamente, vivíamos intensamente, creíamos que el horror nunca se iba a terminar, y Enrique tenía esa forma de ser, que te alentaba a decir cualquier cosa con libertad, no había límites, y si causaba escozor lo que uno decía, tanto mejor.  

Osvaldo Baigorria, periodista, escritor, también conoció a Symns en la redacción el El Porteño. No dice que es nuestro Zaratustra, pero sí reconoce que mientras para él el espíritu libertario compartido se basaba en expandir los límites de lo que se puede decir y hacer, Symns lo vivía en términos de control versus caos: batallaba para expandir el caos. Lo predicaba.  

Cuando Symns vuelve a Argentina ya es un hombre de 30 años.  

La vieja Europa

   “A España me fui en el ‘75. Habían secuestrado a Beatriz Perosio, la presidenta de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, y le tocaba a mi novia, que era la vicepresidenta. Ella se escapó porque la iban a matar y me fui con ella. Nos separamos allá y volví a Argentina en el ‘80 o en el ‘81.” Según el Nunca más, Beatriz Perosio fue secuestrada en 1978, la capturaron en el jardín de infantes que había creado y la llevaron al campo de detención “El Vesubio”.  

Enrique Symns es uno de esos personajes que el mismo Symns retrató en Cerdos & Peces. Tiene el don del relato, pone en relación eventos, circunstancias y lugares y arma una historia. Una habilidad que quizás haya aprehendido atando los cabos familiares, o sorteando acusaciones en el barrio, cuando robaba los billetes que los vecinos dejaban debajo de los sifones. Una gracia que maduró en los bares, al calor del alcohol en la garganta, con la lubricación de algún estimulante extra y la urgencia por hacerse de alguna mujer, de algún amigo. “Fui un lumpen hasta los treinta y pico de años”, dice con la mirada puesta en una puerta.  

La presión en los tímpanos de la prueba de sonido lo hace gritar. Está acodado en la barra de Plasma, en San Telmo. Es 2012: vuelve a “tocar” (en rigor, a monologar) con una banda después de varios años. Dice que no está nervioso. Toma un fernet casi puro. Saluda cariñosamente. Todos son sus amigos, aunque no recuerde los nombres. Sube muy lento las escaleras, ya necesita un bastón para caminar. Arriba lo espera un público (¿ricoteros, escritores, periodistas, artistas, músicos?) que no supera los 35 años de edad promedio, que ni siquiera había nacido cuando Symns andaba por Europa.  

—Llegué a España un día después de la muerte de Franco, me acuerdo que los mismos medios que lo cuidaron y no lo dejaron morir durante meses tenían champagne en la heladera y brindaron cuando murió. Y España de un convento se convirtió en un prostíbulo, se convirtió en el país que más se chupaba la pija en el mundo.  

En El señor de los venenos, Symns cuenta que cuando partió a España trasladó objetos de arte y muebles del actor Norman Briski. Es cierto: Briski recuerda haber recibido a Symns en su casa y cenado con él. Era uno más de los argentinos exiliados que Briski, ligado a Montoneros, debía contener y ayudar a encontrar trabajo. En España, Symns tuvo su primer empleo como escritor: por pedido de unos mejicanos escribió La represión sexual en el franquismo, un libro de divulgación que no firmaría (y que resulta inhallable). En esos años en Europa iba y venía de Holanda a España, hacía compra-venta de vehículos, vendía combustible en Italia, robaba televisores, traficaba joyas a Portugal, e incluso fue encuestador. De la reunión con Briski se había llevado sólo un dato, el teléfono de otro filoperonista: el sociólogo y encuestador Julio Aurelio. Norman Briski no recuerda este dato que menciona Symns en su autobiografía.  

En esos años europeos  experimentó  con sustancias psicotrópicas, en especial con drogas enteógenas. Todavía no había probado la cocaína. Fue a conciertos de los Rolling Stones, de Pink Floyd, aprendió a violar con la mente, tuvo sexo con niñas, con muchos, drogado y sin drogar, probó todo y configuró para siempre su porte de chamán degenerado, de predicador astral paranoico. Es en estos años cuando delinea estéticamente una lengua del submundo. En España comenzaba “el destape”, “la movida madrileña”, el punk. En esos ambientes de desburguezación del mundo Symns tenía mucho para dar. Su lengua había nacido menor, no necesitaba quitarse lo blanco, salir del closet. Symns era su propio otro.  

La revista de este sitio inmundo

 “Después de acá, me voy a cenar con Calamaro”, avisa, para que los talleristas que asisten a su clase en el Bar La Academia no crean que pueden entrevistarlo tan fácil. Es octubre de 2014 y Symns ya tiene las rueditas del andador incorporadas. Se lo ve ágil. Los bigotes se le tiñen de naranja fluorescente cada vez que apura un trago del Campari que con delicadeza familiar, de quien ha crecido en los bares, le pide a la moza que llene pero no tanto. Acaba de volver de Mar del Plata. Está enfermo: la diabetes avanza y necesita dinero. Por eso su amigo y periodista Rodolfo Palacios organizó el taller: dos encuentros intensivos en los que desplega lecturas, poesía y el anecdotario de su vida.  

Symns volvió de España en 1982, influenciado por algunas lecturas de revistas europeas.  

—Recuerdo Ajo Blanco, El Viejo Topo y El Víbora, una revista de historietas que se atrevía por ejemplo a mostrar a un niño haciéndole una fellatio a su padre. Los italianos eran lo más dark en temas de sexualidad. El impacto de esas imágenes y lecturas me hizo recordar la maldición moral que regía en el país donde yo había nacido.  

Cuando llegó a Argentina, la Dictadura todavía no había terminado, la Guerra de Malvinas había sacado las multitudes a la calle —“en la multitud no hay nadie, sólo la voz del poder hablando”, dice que dice Schopenhauer—, y había puesto en evidencia la pleitesía con el gobierno militar de varios de los referentes del rock. El rock, que había conquistado a Symns por su espíritu insurrecto, ahora hablaba de “patria”, “nación”, “pueblo”.  

—En realidad mi oficio era el de monologuista callejero. Estaba en la calle Corrientes y me vio actuar Jorge Pistocchi, el director de Pan Caliente, aunque parezca increíble, y me preguntó si quería ser Jefe de redacción de la revista. Al mes, dos meses, me vino a visitar el Jefe de redacción de Clarín y me llevó al diario.  

—¿Va a comer postre?  

—¿Tiene flan casero?  

—No, ¿le mando a comprar uno de supermercado?  

—Bueno, pero traémelo que no me dé cuenta, no en el envase de plástico.  

En Pan Caliente conoció a Gabriel Levinas. Levinas era un marchand de lo contemporáneo que había tenido que abandonar la militancia en el PCR por un cáncer fulminante, al cual sobrevivió, y en 1974 abrió una galería de arte a metros de la calle Florida. Levinas dirigía El Porteño desde 1979 y esa tarde de 1982 Pistocchi lo había llamado para pedirle asesoramiento acerca del rumbo de Pan Caliente. Según cuenta Levinas, en la redacción estaba Symns solo: había escrito toda la revista con seudónimos mientras Pistocchi se fumaba un porro. Al poco tiempo, en una marcha por Teatro Abierto, Syms y Levinas volvieron a cruzarse. Cuenta Symns que Levinas, que estaba con León Gieco, lo presentó como “el mejor periodista del país”. Y ahí se lo llevó a trabajar a El Porteño.  

Sus primeras notas fueron sobre homosexualidad, dando la palabra a gays y lesbianas. En paralelo a su incipiente actividad como periodista, había empezado una ascendente carrera como monologuista en pequeños antros. Symns quería hacer el periodismo que había aprendido en España, pero tuvo resistencia interna, “Fogwill, Briante, me querían prohibir”.

Cuenta Levinas:   —Cerdos & Peces surge de la incompatibilidad entre el staff tradicional de El Porteño y Enrique Symns. El jefe de redacción era Miguel Briante, el secretario fue Jorge Di Paola, después fue Ernesto Tiffenberg, pero la realidad es que todos ellos tenían un criterio muy arcaico de lo que era el periodismo. Estaban pasando otras cosas, el mundo tenía otras necesidades, tenía las reivindicaciones de los aborígenes, de la sexualidad, de la homosexualidad, de los presos comunes, de un montón de cosas que no eran advertidas como una necesidad y era algo que resultaba para nosotros muy obvio, para mí, para Enrique.  

Levinas dice que la forma de expresarse y de pensar de Symns chocaban con el periodismo tradicional. Los editores no aceptaban el estilo de Symns ni su vehemencia. Briante amenazaba a cada rato con renunciar. Levinas, que tenía el capital, creó dentro de El Porteño un espacio exclusivo para Symns. El suplemento sería independiente y Briante no tendría nada que ver con el contenido. El nombre del suplemento fue jugado a los designios del Iching. Levinas tiró y salió el hexagrama 61 “la verdad interior”, que dice: “los cerdos y los peces son los animales menos espirituales y por lo tanto los más difíciles en ser influidos. Cuando uno se halla frente a personas tan indómitas. Todo el secreto del éxito consiste en encontrar el camino adecuado para dar con el acceso a su ánimo”.  

Symns buscaba combatir al “periodismo jurisprudente”, aquel que está a favor de los policías y no de los ladrones, de los médicos y no de los leprosos, de los jueces y no de los drogadictos. Contra un periodismo que juzga, que mapea, que interviene a favor del orden, proponía la mirada de los marginados, de todo lo que excede, lo que espanta, lo inmundo. Cerdos & Peces, la revista de este sitio inmundo fue un intento de captura de las subjetividades libres, desclasadas, “los peores”, los sujetos que “se resisten a la cultura”, según se interpreta del hexagrama 61.  

Baigorria describe el público lector de C&P en continuidad con la redacción: cualquier lector podía convertirse en productor de la revista. Y ¿quiénes la leían?, contesta Baigorria:  

—La revista la leían las minorías, lo minoritario, no hablábamos de “under”, eran los márgenes de la sociedad: dealers, gays, punks, anarcos, presos, la gente del rock, cuando el rock todavía era rock, la gente que iba a Cemento, al Parakultural, todo ese tipo de gente. En la redacción estaba siempre Enrique, a veces con su sifoncito, la gente se podía quedar a dormir, llevabas tu nota y te hacía una leve modificación ahí mismo, era eso y acto seguido se armaba un derrape de alcohol y cocaína, en el que podías participar o no.  

En el cruce entre el linyera trotamundo de Lanús, hijo de anarquistas, flaneur de las drogas y los porteñísimos periodistas de profesión, analistas culturales, escritores de novelas, se desarrolla el vector Symns de la cultura argentina. Es en ese encuentro que Enrique debe forzar su identidad y comienza a definir su voz periodística y literaria (oral y escrita). ¿No hay, sin embargo, en él una tradición circense, un tinte pantagruélico, una comicidad emparentada con Alberto Olmedo, con la extroversión del surrealista Salvador Dalí, afecto también a las declamaciones? Symns no era under hasta que la cultura burguesa lo encapsula allí. Su desarraigo, su explosión infantil, payasesca y delincuencial, de quien “pelea por divertirse”, no pudo ser tragada por la intelectualidad, pero inaugura una vertiente carnavalesca. Enrique queda ligado a los submundos pero con un lugar en el mundo desde donde decir: una revista, un monólogo. Queda amigo de los actores y actrices, los músicos delirantes, los poetas. A su don para ver relatos por doquier y para contarlos con plasticidad de escultor se le sumaba ahora la dimensión de la lengua: rufián, androide, miserable, elegancia, merodeo, todas palabras de su léxico personal.  

C&P se editó por primera vez en agosto de 1983: la tapa era la foto de unos jóvenes pidiéndole fuego a un policía para prender un porro. El día que salió pusieron una bomba en la redacción de El Porteño.  

—Yo era anarquista, de mentira, porque ni siquiera era anarquista, yo decía que era anarquista para que me dejaran de joder con por qué no era peronista. Era anarquista-individualista, que es la peor mierda, sos un hijo de puta burgués que le chupa un huevo la humanidad.  

Esa es su respuesta cuando alguien le pregunta si en aquel espíritu de la revista había política. Lo dice con sus manos alzadas, como dirigiendo la orquesta de su propio discurso. El padre de Enrique era anarquista y decía que el fraude de Perón fue convertir a los guerreros revolucionarios en mendigos sindicales. “Militar viene de milico”, dice, todavía peor que el periodismo jurisprudente: el periodismo militante.  

Aunque rehúye de la palabra política, porque le remite a “la dominación”, como director de Cerdos & Peces participó de la organización de un festival en Parque Lezama en apoyo a la candidatura de Augusto Conte, diputado de la Democracia Cristiana y referente de Derechos Humanos (uno de los fundadores del CELS). Symns cuenta una anécdota de aquel festival: lo recaudado iba a la campaña de Conte, pero cuando terminó el recital, en el que tocaron Los Redondos (sin El indio, que no estaba de acuerdo), entre otros, se dieron cuenta de que faltaba buena parte de la caja y acusaron a Miguel Abuelo por el robo. El ladronzuelo había sido el propio Symns.  

13 mil ejemplares y un amor  

Esos años de frenesí, con Luca Prodan, Batato Barea, José Sbarra, Los Redondos, Vera Land, cuando “todos éramos como chamanes, íbamos de plaza en plaza, de bar en bar” fueron los años más exitosos de la revista: llegó a vender 13 mil ejemplares por número mensual. En las noches blancas de la redacción, Symns escribía las editoriales acompañado de alguno de los cadetes, “todos chicos hermosos, los amaba”, entre los que se cuenta El Mosca, el cantante de 2 minutos.  

“Leer la revista era como comer un sánguche de milanesa, era mi alimento”, dice Hugo de la Paz es un lector fanático de la revista y de Los Redondos, ese cocktail simbólico fue para él “como ir a vivir a la China”. De la Paz tenía 17 años, trabajaba en una fábrica y la revista fue una gran compañía para “soportar el mundo”. No sólo para eso: en sus páginas, por ejemplo, conoció “quién fue Carlitos Marx”. De la Paz hoy tiene casi 50 años, trabaja de plomero, pasa música, y aunque Symns fue su ídolo en tiempos de rebeldía lo recuerda con desengaño: las posturas políticas de Symns, abiertamente antipopulistas, antikirchneristas, le bajaron el mito.  

Helmostro Punk editaba, junto con Mosquil y Picún, la sección Barrio Chino, una agenda del rock, el punk y las drogas que experimentaba la miscelánea, el cómic, el humor erótico y la estética y factura del fanzine. Fue además quien escribió un texto clave para entender el punk argentino, el editorial del compilado Invasión 88. Mauricio Kurcbard (como se hace llamar ya adulto Helmostro, devenido clown y cantante, “exiliado cultural del macrismo” en México) recuerda a Symns como un maestro. En Argentina muchos temas los habilitó él (drogas, sexo oculto, estafadores, ladrones, pervertidos), era un talentoso, aunque un poco reiterativo. Seguramente cuando muera va a estar al lado de Arlt”.  

Symns también recuerda a Helmostro:  

—En la redacción estábamos yo, Vera, Helmostro Punk, Fernando Almirón, que se murió hace poquito, pobrecito, y Levinas… Éramos como el francés Michel Foucault: primero comía, después cogía y después se dedicaba a pensar, así tiene que ser la vida. No podés pensar sin coger, se piensa después de coger, cuando ya liberaste todas tus energías.  

Vera Land fue su amiga, amante y esposa. Por consejo del Indio Solari devino Jefa de Redacción de la revista. Una mujer imponente con quien se casó por pedido de los padres de ella, que era menor de edad cuando empezó a “salir” con Symns.

Vera hoy trabaja en Mavirock, una revista para público joven, que homenajea a una fan de Los Redondos que murió adolescente. Tu maquillaje de fuga se evapora con la luz (publicado en 2001 en Chile), es el único libro de Vera, una novela emparentada con la lengua de Symns. Andrea Álvarez, su nombre real (“Rebotín, rebotán, de la vera Vera Land”, la recuerda una canción de Los Piojos), se resiste a dar testimonio a periodistas sobre esta época, tampoco existen imágenes de ella en Internet. Llevan separados más de 10 años: “El divorcio lo pagó ella, salió como 6 mil pesos”. Vera vivía hasta hace muy poco en la Casa Marconetti, de Paseo Colón y Brasil, frente a Parque Lezama: edificio emblema de la época, donde alguna vez convivió con Symns.  

Symns no abandonó el nomadismo, ni cuando tenía un poco de plata. “Nunca me importó el dinero, yo quería dinero para el champagne, cocaína y taxi”, dice con la risa seca en busca de complicidad. Cada tanto volvía a la casa de sus padres a dormir en una cama limpia y despertar con el desayuno que la madre anciana le preparaba.  

Henry, líder dealer  

“Fabi Cantilo echó a Henry Miller/ porque era muy tarde y por lo que escribe”, dice “Tercer Mundo”, hit de 1990 de Fito Páez. Ese “Henry Miller” es nuestro Enrique Symns. Dos años después del éxito radial, Fito colaboraba con 5000 pesos para el retiro que iba a hacer Symns a Necochea. Los Redondos pusieron 700 pesos: habían editado La mosca y la sopa —con el arte de tapa de Rocambole, que había elegido la imagen de un cerdo comiéndose a un pez—,  un disco que incluía Blues de la artillería, el tema dedicado a Symns: “¿Cabe todo lo tuyo en una maldita valija?”.  

A medida que Symns creaba su propia cofradía se distanciaba de Los Redondos, que a fines de los 80 cambiaron los tugurios febriles por microestadios. La Negra Poli le había pedido a Symns que no participara más en los shows: los monólogos le parecían muy subidos de tono y la amistad casi hermandad que tenía con El Indio se había evaporado. Cuando a fines de abril de 1991 asesinaron a Walter Bulacio en la puerta de un recital de los Redondos en el Estadio Obras Sanitarias, Symns ya estaba enemistado con ellos y la postura de la banda terminó de romper el vínculo.  

—Cuando muere Walter Bulacio le escribo una carta al Indio Solari en Cerdos & Peces y lo acuso de complicidad en el crimen. Nunca reconocieron la muerte como asesinato. Aún hoy cuando todos reconocen el homicidio, todavía los Redondos no asumieron la culpa y responsabilidad en ese crimen. A la policía la habían contratado ellos.   “Conversaciones de pajaritos” llama Symns a los diálogos de la merca. La cocaína es la explicación que muchos dan para entender el presente de Symns, enemistado con sus amigos, en soledad y angustiado por tener que seguir vivo.  

—La cocaína era la única manera de vivir, era la única manera de soportar la estupidez de la normalidad, de la inmunda galería de espectros que es la ciudad, donde lo único que podes hacer es trabajar, estudiar, casarte, tener hijos, toda la pelotudez junta en una masa de mierda de giles perdidos. El tipo que va a la facultad es un pelotudo, en vez de perderse, extraviarse y leer y aprender de la vida y de los demás, no, vivís en una masa de gente que no le importa un carajo los otros. Y además, si sos negrito sos confiable, si sos blanquito no te creo nada.    

Ya convertido en mito, luego del distanciamiento de Los Redondos, continuó como monologuistas de Bersuit Vergarabat, Los Piojos y Los Caballeros de la Quema.  

—Enrique era muy generoso con las bandas nuevas. Yo lo conocí porque leía la Cerdos. Habíamos sacado un casete que se llamaba Primavera Negra, se lo llevé a la redacción, ahí estaban Vera y Enrique. Era un tipo inquietante. Era un chaman del under, no del under pedorro, el under era otra cosa, por su inteligencia y su formación, no por su costado de reviente, una leyenda que él ayudó a construir, es un tipo autodestructivo. La autodestrucción es su sino. Era un cazador nocturno, cuando todavía parecía que la noche tenía algo para dar, un gran cronista de la época.  

El que habla es Iván Noble. En entrevista de 2005, Symns lo mencionó como su mejor amigo. En Cemento, en Arpegio, compartieron escenario. “Después se hizo más amigo de mi ex mujer, Julieta Ortega”, dice Noble. “La última vez que lo vi fue en la casa de mis ex suegros, hace dos años, tenía problemas para caminar, siempre lo recuerdo como una puerta de entrada a un mundo que de otra forma no podrías conocer”.  

Los años 90 pusieron reflectores de gran potencia apuntando hacia el under, las bandas de rock se volvieron comerciales, los periodistas de los márgenes entraron a la Rock and Pop, a Página/12, crearon suplementos, hicieron magazines en TV. Hasta Symns llegó a la pantalla, como invitado del programa de Mariano Grondona, representando  al“Movimiento disidente toxicológico”, al lado de Chiche Gelblung, Mariano Grondona, Nicanor González del Solar, Carolina Perin y Mempo Giardinelli. El debate era sobre la pertinencia de mostrar por televisión las experiencias del español Antonio Escohotado.  

Los 90 son la deglución mediante el mercado de todo lo que una década atrás eran experiencias inclasificables. Los periodistas y artistas under buscaban entrar al mercado y a los nuevos medios privatizados como asalariados. La contracara era la cocaína.  

Las clínicas   Symns publicó varios libros. Algunas de sus historias comenzaron a la manera del folletín en las páginas de Cerdos & Peces, como La banda de Los Chacales (1987), la historia de un grupo de delirantes que toma un estudio de televisión. Luego publica Invitación al abismo (1995), selección de textos periodísticos y literarios; Páez (1996), biografía de Fito Páez; La vida es un bar (2002), selección de textos periodísticos y literarios, reeditado por El Cuenco de Plata en 2008; La última canción (2002), biografía del grupo de rock chileno Los Tres; El señor de los venenos (2004), autobiografía; En busca del asesino (2005), Big Bad City (2006) y Senderos extraviados: crónicas y entrevistas al límite (2013). Además, participó como investigador en el film Sobredosis (1986) de Fernando Ayala y como actor en el corto El Puñal (1990) y en Plástico cruel, adaptación de la obra de José Sbarra, dirigida en 2004 por Daniel Ritto.  

En 1998 se fue a vivir a Chile. Fue profesor universitario, dio clases de Epistemología del Lenguaje en una universidad en Concepción y fue parte del equipo fundador de The Clinic, una revista contracultural.  

Patricio Fernández, uno de los miembros fundadores y actual director del semanario, cuenta su relación con Symns en un texto acerca de los orígenes de esa publicación: “Symns se incorporó a la revista”; dice. En cambio, para Symns, la revista fue inventada por él: “Éramos él y yo, nadie más. Yo me consideraba un co-director, no un empleado. Yo inventé la revista, inventé todos los suplementos”, argumenta en el famoso descargo que hace contra The Clinic en el diario El Mercurio en noviembre de 2001. Symns no sólo acusa a Fernández de no reconocer su participación en la sociedad sino también de “fraude ideológico”, porque Symns había descubierto que el capital inicial de la revista era en parte de un ministro del gobierno. Pato Fernández niega las acusaciones y cuenta que indemnizaron a Symns, que después de amenazar con encadenarse en las puertas del edificio se fue a vivir con ese dinero a La Isla Negra. Sus discusiones en el Bar Liguria de Santiago lo habían hecho famoso. Aquel fue el momento de mayor exposición y éxito económico, pero no duró mucho. La biografía que escribió con Vera Land sobre el grupo Los Tres le trajo complicaciones legales y personales. Se gastó toda la plata y en 2002 volvió a Argentina. Lo esperaba una vida de croto.  

Deambuló entre diversas publicaciones, programas de radio (El falso impostor, con Gillespie, fue lo más destacable), pensiones y clínicas. Pasó una temporada en Bariloche, donde sufrió un ACV en el medio de un bosque. Allí le ocurrió lo mismo que en sus sueños de infancia: por más que le hablara, su mano estaba como muerta, no era suya, no le respondía. Vivió en Derqui, después en Mar del Plata, dejó de tomar cocaína pero no soportó la vida en hoteles. Sacó la Pensión de escritores de la Ciudad de Buenos Aires. Hoy vive con eso y con los derechos de sus libros.  

—Nunca tuve miedo a la pobreza, siempre fui pobre. Una de las cosas que me tiene cansado es que vivo en pensiones horribles, desde hace 10 años ya. La soledad del hotel no es lo mismo que la soledad de vivir en una casa, la soledad de un hotel es como la cárcel: tenés que compartir con desconocidos, está prohibido tener amigos y familiares.   Es 2014 y Symns termina el flan de plástico en un bar de Constitución. Está rodeado de gente que lo admira y le hace preguntas. Symns apenas modula las palabras: no es su dentadura, no son las copas de vino, no es la salud deteriorada; está retorcido por la angustia.

—Ya no tengo ganas de escribir, tengo que hacerlo para sobrevivir, por mí no escribiría más, no sé lo que haría, por eso no sé si seguir viviendo, es algo que mis amigos no quieren escuchar pero es la verdad. Yo no puedo dormir de noche porque… Odio todo lo que me pasó, odio Cerdos & Peces, odio ser escritor.  

De regreso a su pensión, pasa por un banco a retirar dinero, pide ayuda para colocar la clave alfanumérica. El que reniega de la revista, teclea su secreto: P-E-Z.   Hoy   —El clima de derrota y negatividad siempre lo acompaña, es como una sombra maldita que lo persigue. Pero está mejor de ánimo.  

Rodolfo Palacios, con quien comparte la admiración delincuencial, es su gran amigo de los últimos años. Para el 2016 tienen proyecto conjunto: un libro sobre la Triple fuga, que ocurrió en diciembre pasado, mientras Symns se recuperaba de una intervención compleja. En 2015 un grupo de admiradores organizó eventos y colectas para operar a Symns de la próstata: se juntaron cerca de 70 mil pesos. Gracias a ellos se volvió a salvar. Hoy lee y mira películas todo el día, solo en una pensión.  

El 24 de mayo hizo un show en El Emergente. Tenía la potencia ancestral intacta pero por momentos la voz se perdía. Tomó sólo agua y fumó sin parar. Como es usual habló pestes de los hospitales y avisó que esa era su despedida. Como es usual también, sobre el final, se desdijo: “la pasé tan bien esta noche que quizás pueda repetirla”.  

—Lo revitaliza el caos —dice Palacios.  

Symns, el mito viviente de under, el falso impostor, el escritor que vivió su vida como si fuera parte de su obra: un degenerado, un genio, un chaman, un miserable, ¿un mito?  

—No, leyenda. Leyenda es un ejemplo que dejás sobre cómo sobrevivir en soledad en un mundo de zombis, de seres estructurados, de personas ausentes que andan por las calles yendo y viniendo de lugares, no estando en ningún lado como la mayoría de ustedes, como ustedes que no están en ninguna parte. Nosotros éramos como una manada de desahuciados que tratábamos de escapar de la cárcel del tiempo.

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De ANFIBIA


Fotografía: Alejandro Kaminetzky