Monday, December 28, 2009
Una hazaña literaria sensacional/LITERATURA
Arturo von Vacano
Un periodista cochabambino con enormes bigotes á la Zapata y
tendencias de derecha tan extremas que
las dijeron fascistas cuando pregunté por él a
mis amigos vallunos ha perpetrado (en este caso,
la palabra encaja) una hazaña formidable, casi increíble,
pero a todas luces sensacional que me obliga a cambiar
mi opinión de sesenta años sobre la limpieza de los
premios literarios:
Claudio Ferrufino Coqueugniot, columnista de Los Tiempos, ha
ganado la versión del medio siglo del
Premio Casa de las Américas de Cuba dejando con la boca
abierta a cada quien que lo conoce y, tal
vez, con las orejas mojadas a quienes le dieron el premio.
Ese triunfo, hablando en lengua futbolera, no es un gol de
media cancha; es un gol de arco a arco y
debe ser aplaudido con entusiasmo por todo aquel que sea
boliviano, que guste de las novelas, que
pueda apreciar lo que es estar escribiendo durante diez años
un libro y que entienda que hay cosas
ante las cuales las diferencias de opinión política importan
un pito y sólo queda, brillando como una
estrella, la obra de arte.
Más aún en el caso boliviano, país mágico y maravilloso que,
por caprichos del azar y otras influencias
nefastas, es tanto o más pobre en cuanto a letras como lo es
en otros aspectos: Bolivia comenzó el
tercer milenio sin un solo autor de prestigio que la pusiera
en el mapa continental de la literatura,
carencia que, sin duda alguna, se subsanará de modo evidente
cuando la obra de Ferrufino salga a
confirmar el renombre que ya le ha dado el simple anuncio de
su triunfo. Difícilmente pudo la Casa de
las Américas haber hallado un modo mejor ni más amplio para
difundir las ideas y opiniones de su
más reciente premiado.
Es tal la hazaña de Ferrufino que yo, viejo de izquierdas
que nunca leo Los Tiempos y por tanto no
puedo opinar por mí mismo sobre la posición política de este
“fascista” de bigotes mejicanos, me saco
aquí la gorra parisina con la que ando desde 1992 y saludo
su éxito sensacional sin la menor reserva
aunque con su poquitín de envidia porque soy tan humano como
el que más. La explicación de mi
envidia viene luego.
Saludo el triunfo de Ferrufino no sólo con entusiasmo sino
también con la satisfacción de ver que los
dioses han sido buenos con nuestro país y nos han dado a
alguien al que venía buscando yo desde
hace más de dos décadas, como saben quienes leen mis notas:
una voz boliviana para el diálogo
internacional de famosos autores. Debo haber escrito sus
buenas 20 piezas denunciando esa
ausencia. El que otra de nuestras plumas de mayores
oportunidades haya decidido justamente en
estos días un abandono tal vez definitivo del tema y la
tragedia boliviana para buscar su suerte entre
los millones de gringos que escriben policiales noir viene,
también y a su modo, a subrayar la
ausencia que anoto y la importancia del triunfo de
Ferrufino.
Será necesario decir, tal vez, que Ferrufino contribuye y
mejora la imagen de todos los escritores
bolivianos, los que se encierran tierra adentro y los que
salen a conquistar mundos, y de este modo
ayuda sin duda a la mejor suerte internacional de los más
jóvenes que le seguirán. Su influencia,
pues, que recién comienza, no se limita a la literatura;
también se proyectará hacia los valores
humanos.
Y así es como veo buenas razones para agradecerle sus
esfuerzos literarios como sin duda verá
Ferrufino razones buenas para agradecer a Evo Morales la
hazaña de salir en chompa para poner a
Bolivia en el mapa del mundo. Exiliado desde siempre, no hay
mejor testigo que yo de ese milagro de
Evo: sólo desde que salió en su primera gira apareció
Bolivia en la prensa internacional, y esa hazaña
es la que permitió al mundo su real descubrimiento de
Bolivia y sus gentes.
Es difícil, pero debo referirme también a mi cambio de
opinión sobre la limpieza de los premios
literarios. El premio de Ferrufino me lleva a alterar esa
opinión y debo decir que La Casa de las
Américas debe manejar el premio más limpio del universo.
Sólo así se entiende (y muchos siguen
comentándolo en cien partes diferentes) el conflicto entre
la ideología de la Casa y la posición política
del premiado, y sólo al considerar una pulcritud excepcional
y una honradez a prueba de fuego entre
quienes manejan el Premio pudo alcanzar esta coyuntura
sensacional. Creer que ignoraban las
tendencias políticas del autor o suponer que son idiotas
todos ellos sería una maldad. Pensar
cualquier otra cosa es imposible. Ferrufino es columnista de
un diario de ultra derecha desde hace
años. Nadie puede decir nada sobre una pretendida ignorancia
cubana de este hecho. Es tal la cosa
que no se puede llegar más que a una conclusión: la calidad
de la obra es tal que forzó al jurado a
premiarla ignorando olímpicamente que es obra de un
“fascista”.
Y por ello habrá que aplaudir a la Casa de las Américas casi
tanto como a Ferrufino, quien ganó el
premio en esas casi inconcebibles condiciones.
Lo ganó en días que me certificaban que Dios es, como
Ferrufino, hombre de derechas, y de allí
emerge mi no poca envidia ante su triunfo.
Me sucede como a aquel mini-partido político que nunca tocó
las puertas de los cuarteles, nunca
aceptó pactos secretos ni compromisos dudosos, jamás manchó
su buen nombre ni violó la limpieza
de su conducta: como consecuencia, jamás llegó al poder y
hoy nadie recuerda ni siquiera sus siglas.
Habiendo cometido el mismo pecado y habiendo criticado no a
medio mundo sino al mundo entero,
me desespero a veces porque muero de viejo sin haber hallado
un editor para mis obras y me aterra la
idea de dejarlas tan huérfanas como yo.
Ese terror permitió la siguiente nota que, como mil otras
similares, jamás mereció la cortesía de una
respuesta. Yo la envié el día en que el triunfo de Ferrufino
se anunciara. Hable usted de coincidencias.
Publicado en Ramona (Opinión/Cochabamba), año 2009
Imagen: Afiche de conferencia (1984 y el control social)
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