Saturday, October 1, 2011
Ser camba
Darwin Pinto Cascán
Me pidieron que defina lo que significaba para mí ser camba, y como buen camba, no le reculé al bulto.
A ver: la definición hiperbreve fruto de la sabiduría popular del cambaje sería: el camba nace donde quiere… La corta, según el poeta beniano Horacio Rivero, sería: Yo soy un camba de Moxos/Criau en la Adversidá/Tengo al pampa en los Ojos/ y entre los Glóbulos Rojos/ la sangre de Trinidá… La definición de un camba de esos de antes que galopaban con guitarra calada y fusil balaenboca, sería la de Cañoto: Condenado estoy a muerte/porque así lo manda el Rey/no me apena, me divierte/vivir juera de la ley….
Para sumarle a lo anterior, mi definición será más larga. Obvio. Pero para joder al clishe, ni hablaré del carnaval, ni del majadito. Para mí, ser camba es todo y un montón de cosas más. Construí mi cosmovisión viviendo tanto en la ciudad de los anillos como en el campo de caña, tamarindos, jaguares y culebras chupatetas. Aunque esté en Madrid o en La Habana, para mí cualquier sol malaleche es el que quema a los pescadores del Río Grande. Y la luna de Cartagena es la inspiradora de corajudos guitarreros enamoraos que eludían las artes oscuras del duende y la viudita para tunar en la ventana del potencial suegro esperando que a la pelada le tiemblen las choquizuelas bajo el garrote de esos versos incendiaus de purísima aguilillura.
Primer dato: la palabra camba dicen que deriva de un dialecto del país que parió a la Miss Universo 2011 (¡qué oportuno!), traído acá por los esclavos africanos que venían de Brasil rumbo a Potosí. Significa: Amigo. Otros dicen que proviene del guaraní: cambá, o sea: negro. Esto último es más creíble como origen del término si se toma en cuenta que tal palabra era utilizada despectivamente por el patrón blanco (denominado bonitamente nomás como cruceño) para diferenciarse del camba, del otro, del indígena a su servicio. Y sí, había (hay) una división de clases muy jodida, con una burguesía de entonces que, mientras occidente escribía la historia del país con cuartelazos suicidas y proezas melgarejianas, acá criábamos algún bicho, ajenos al resto del planeta. Eso en parte por el abandono del Estado que dejó un vacío de poder ocupado por las famosas “cuantas familias”, y en parte porque no se podía hacer más en un país monoproductor concentrado en cavar con manos de gente pozos en la montaña para arrancar minerales cuyas ganancias terminaban en los bolsillos de la rosca minera y del resto de la oligarquía colla. ¡Ups! Éramos un cero a la izquierda, con apenas, y de chichada, tres presidentes: Jose Miguel de Velasco, German Busch y Hugo Bánzer. Cada cual con sus méritos y sus desastres, claro.
Incluso cuando “camba” se volvió una “buena palabra” en el propio oriente, la división de clase se mantuvo entre el camba pituco y el camba cunumi. El pituco es el que vive de lo que le da su papá. De ese no hablaré porque es un parásito avalado por el Derecho y la heráldica. El otro, el cunumi, ese es del que habla Otero Reiche en su poemanga Canto al Hombre de la Selva: Mi corazón es la colmena y mi cerebro el hormiguero. Vibran mis músculos de boa, se abren cantando mis arterias... Yo soy el hombre de la selva, perfume, cántico y amor, pero encendido de relámpagos, pero rugiendo de huracanes. Yo soy un río de pie… Se me hace chicó la piel cuando leo esto de don Raúl, otro camba de los que sangró en el Chaco, como Busch, como Carmelo Cuéllar, como otros miles en las guerrillas de Independencia, en el Pacífico, en Ingavi o en el Acre, en la que los cambas de la Columna Porvenir dieron la vida una república que les enseñó a leer diciéndole: con LL de llama. Mierda, varios de nosotros a esa edad nunca habíamos visto un coso de esos. En fin.
Para definir al camba, no hay que perder de vista a Santa Cruz como ciudad andante. Si partimos de la premisa de que la identidad cultural se construye a partir de la manera en que un pueblo (gente de similares costumbres e historia) se relaciona con otro, (dependiendo si elige parecerse o defenderse de la influencia del otro acentuando las características propias), entonces el camba es un mestizo hijo de varias sangres. Y su historia empezó con esa caravana que salió de Asunción en el siglo XVI cuando Bolivia no existía ni por chijte. “Lo cruceño” comenzó con esa marcha de Ñuflo de Cháves que en comitiva de españoles y guaraníes hizo el amor y la guerra con los pueblos que halló en su camino hasta fundar Santa Cruz de la Sierra, el 26 de febrero de 1561, cerca de San José de Chiquitos. 43 años vivieron los cruceños ahí como punta de lanza de la Conquista y de la defensa de la última frontera del imperio español hasta que la ciudad rebelde al Virreinato de Lima fue traslada a Cotoca y de ahí hasta esta San Lorenzo, en las llanuras de Grigotá donde se alza hoy junto a su Fexpo, el poderoso Oriente Petrolero y a las magníficas Magníficas. Por ese relacionarse con otros pueblos, en el lenguaje vernáculo camba existen palabras indígenas y uno que otro galicismo (vos), fruto del contacto con el Río de la Plata. Nuestro máximo héroe, Ignacio Warnes, era argentino. Por distintas razones, siempre estuvimos más cerca de Buenos Aires que de La Paz.
Esa Santa Cruz de la Sierra de muchas sangres fue la defensora de la frontera oriental de la colonia y de la república en contra de los avances bandeirantes portugueses, fue “cuna de ciudades” que hizo patria al salir de ella los cruceños que poblaron lo que hoy es Beni y Pando. Y entonces aparecieron los collas.
El andino, heredero del pensamiento imperialista Inca, fortalecido tras su choque con la cultura española; mejor organizado, más numeroso y monopolizador del poder político desde la colonia hasta la republica, era una identidad muy, muy fuerte que hizo que el cruceñazo se sienta amenazado en su identidad más íntima. Y entre el indígena de la altura y el de las tierras bajas, optó por hacer de la palabra camba su nombre universal.
Imagen: Escudo de Santa Cruz de la Sierra
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