Sunday, December 18, 2011
La modelo y el artista/Miradas penetrantes
Andrea Blanqué
EN UN MUNDO que ha sido tomado por el arte conceptual, surge una autobiografía y ensayo sobre ser modelo que posa desnuda para pintores, escultores y fotógrafos. Es decir, para artistas que se abocan a reproducir la figura femenina. Como hace siglos.
Se tiende a asociar la modelo desnuda con la pintura, por ejemplo, del siglo XIX, donde el surgimiento de camadas de artistas de calidad eternizaron rostros y cuerpos que pertenecían a mujeres de quienes han quedado rastros, escritos, seguimientos biográficos. La modelo del siglo XIX se asoció a la musa, a la puta, e incluso a la esposa. Hay algo que se espera en el imaginario de muchos: el pintor que mira debe pasar en algún momento a tocar. El prerrafaelista inglés Dante Gabriel Rossetti sentenció: "todas las modelos son unas putas".
No obstante, a lo largo de la historia del arte también mujeres de la nobleza posaban para artistas: en este caso el contrato era distinto, a menudo la modelo pagaba al pintor y no al revés, el artista era un servidor y no el dueño de la situación. Así, la famosa Simonetta de Botticelli (El nacimiento de Venus), era amante de un Medici y prima de Américo Vespucio. La rica Hélèna Fourment se casó con Rubens y este la pintó más de 900 veces. Pero la mayoría de los cuerpos desnudos que vemos por los museos del primer mundo no tuvo este origen.
Toda esta mitología se va al demonio con el arte conceptual, dado que el arte representativo del cuerpo humano se ha hecho humo. Ello no significa que en talleres y escuelas de arte no continúen los estudiantes observando a esas mujeres quietas, que exponen lo que la gente esconde.
mujer flaca.
Kathleen Rooney en Desnuda. Mi vida como objeto, se coloca en una larga estirpe de modelos, pero en el siglo XXI ya no existe esa disociación entre las mujeres "de bien" y las de "vida fácil" que pululaban por Montmartre, cerca de los cabarets, esperando que los pintores las contrataran. Durante mucho tiempo ser modelo era una ocupación que realizaban en sus ratos libres trabajadoras que redondeaban así el magro salario: por una sesión de tres horas podía ganarse lo que en un taller o una fábrica se pagaba por mucho más tiempo.
Kathleen Rooney tiene una experiencia parecida: luego de una desagradable experiencia en una tienda de regalos de un museo, donde el jefe la acosó sexualmente y, al rechazarlo, fue despedida, vio por azar en una revista un anuncio buscando modelos para posar. Llamó por teléfono y le dieron las pautas: debía quedarse muy quieta, en la posición que se le indicase, con períodos de descanso. La paga era buena y así comenzó un oficio que le permitió costearse sus estudios universitarios.
Cuando la Hermandad Prerrafaelista descubrió a Elizabeth Siddal, la modelo "fetiche" de Rossetti y otros era empleada en una tienda de sombreros: quedaron azorados ante su belleza y su cabello rojo. Terminó siendo la amante, musa y esposa de Rossetti, aunque la relación fue difícil y la depresión la llevó a hacerse adicta al láudano. El famoso cuadro de Millais que la muestra como Ofelia flotando, anticipa el horror real de la bella que se suicida luego de parir un bebé muerto, hijo del pintor. La situación de Rooney en el siglo XXI es bien distinta: su cultura, sus conocimientos de arte, su extracción social, aunque ella no lo admite, crean una coraza que impide que su cuerpo sea vulnerable frente a esas miradas de cirujanos o de cuervos, según como se vea.
Ella quiere ser una modelo desexualizada, por supuesto. Insiste en que no es bella. La contratan no por su hermosura, sino por su profesionalismo, aunque el detalle de que sea muy delgada no es menor, en el auge de la anorexia universal. Se llama a sí misma "flacucha", pero lo que parece ser humildad, es su fuerte: ser joven y flaca son dos requisitos para posar en el siglo XXI.
acoso sexual.
Durante la lectura, uno supone que en algún momento los artistas la acosarán sexualmente, como hizo el jefe de la tienda de
regalos. Incluso parece inminente una violación cuando accede a una sesión con un adinerado desconocido que paga bien y es un fotógrafo kitsch y mediocre con ínfulas de artista, que hace esperar al novio de Kathleen en la cafetería de la esquina.
Pero eso no sucede jamás. Nadie parece mirarla con lascivia, y el viejo mito de la modelo y el pintor se desvanece. En este ensayo Kathleen Rooney intenta diferenciar entre estar desnuda y "estar en cueros". Su actitud es distinta a la de las chicas stripper, y no solo por la inmovilidad. Mientras posa, ella reflexiona. Debe permanecer tres horas quieta, y no con la mente en blanco.
El libro da una idea de por dónde vuela la cabeza de Kathleen mientras los demás la miran, pero no es la meditación de la modelo sobre la desnudez o las citas de Roland Barthes o John Berger lo mejor de sus reflexiones durante su inmovilidad. Lo que más inquieta al lector es la relación de esta modelo para estudiantes de arte -cuya mayoría no serán jamás genios- con una genealogía de modelos que la antecedieron y crearon vínculos extremos con obras de arte.
Lo más interesante del libro es su empatía con modelos de otros siglos. Aparece la historia de Victorine Meurent, la modelo de Manet para el escandaloso Desayuno sobre la hierba y para L`Olympie, que también era pintora, expuso en el Salón de los impresionistas y fue miembro de la Sociedad de Artistas Franceses. Hoy sus pinturas están perdidas y se la recuerda como modelo: dejó escritos autobiográficos y teóricos sobre su condición de "musa".
cuestión de energía.
Otros pintores, como Degas, anotaban en un cuaderno las características de los tipos de modelos siguiendo el patrón de las
carreras de caballos. Para Delacroix, que el pintor se acostara con la modelo le quitaba energía para lo que más le importaba en la vida, que era pintar. Delacroix es un caso raro porque se compadece del sufrimiento corporal de las modelos entumecidas e incómodas. El escultor Giacometti era un gran frecuentador de prostíbulos pero no le parecía que modelos y putas fueran lo mismo. Un caso extraordinario es el de Kitty, que posó para muchos, entre ellos Maurice Utrillo, quien la tuvo desnuda y de pie, durante horas: al final de la sesión, ella se acercó al cuadro a mirar y se encontró con un paisaje campestre.
Hay historias terribles como el de la musa, modelo y compañera de Modigliani, Jeanne Hébuterne, quien se tiró por el balcón estando embarazada de ocho meses con un hijo de ambos. Es que un par de días antes había muerto Modigliani de meningitis tuberculosa.
Y luego está la necrofilia del artista. Simonetta Vespucci fue muchas más veces pintada muerta que viva. Botticelli, que llegó a ser anciano, pintó a Simonetta toda su vida a partir de su máscara mortuoria. Había fallecido a los 22 años y era tan hermosa que fue paseada muerta por la ciudad para que la gente observara su rostro por última vez.
Kathleen Rooney sabe muy bien que esos ojos de modelos que perforan desde museos y galerías en los retratos de los grandes artistas, es lo único que queda de los "ausentes". Otro tema muy inquietante para ella es verse repetida hasta el infinito, como los guerreros del emperador Qin Shi Huang, en dobles perturbadores que le recuerdan el doppelganger, el mito del heraldo de la muerte que se presenta con el mismo rostro del que va a morir.
DESNUDA. MI VIDA COMO OBJETO, de Kathleen Rooney, Turner Noema, 2011.
Madrid, 291 págs. Distribuye Océano.
Publicado en El País, Montevideo, 12/2011
Imagen: Simonetta Vespucci, por Sandro Botticelli
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