Saturday, December 17, 2011
Novela de Gustavo Espinosa/Quién cuenta la Historia
Daniel Mella
LO PRIMERO es el estilo. Es difícil sujetarlo a una tradición, aunque puedan rastrearse muchas. Nombrar a Fellini sería caprichoso si no se mencionara también al espíritu del rock, a Onetti y a Dante y a Marx, al barroco, las madrugadas en el bar, la Facultad de Humanidades, Bioy Casares. La lista sigue, pero en última instancia cualquier influencia que se entrecruce en el estilo de Gustavo Espinosa es menos relevante que la energía nuclear de su escritura.
Hay una potencia rebelde en el fraseo que se percibe como una especie de fe y es lo que conduce al lector de la primera a la última página. La sensación de que la novela no se agota y la razón por la que exige y soporta la relectura, proviene antes que nada de lo que el lenguaje está haciendo en la página; del estilo, que es lo último y es donde reside el misterio mayor. La adjetivación, la cadencia virósica, la sensualidad, la humanidad. Y el humor, gracias a dios, salvaje y sobre un fondo de
melancolía.
CAMBIOS EN CHINA. Es mucho lo que cambió desde China es un frasco de fetos (Hache Editores, 2001), la novela debut de Espinosa, a Carlota Podrida (HUM, 2009), la novela que acabó por catapultar al autor al primer plano de la narrativa uruguaya actual. En China... había una búsqueda casi joyceana dentro de la palabra misma, y la acción transcurría en un mundo enloquecido, referenciable al terrenal pero definitivamente otro. Carlota... abre un ciclo nuevo, al que se integra Las Arañas de Marte (HUM, 2011). La escritura se ha depurado al punto de hacerse más accesible sin por eso sacrificar precisión ni ambigüedad, y el escenario ha pasado a ser la ciudad de Treinta y Tres, donde vive el autor. La conciencia del lugar físico desde el cual se habla es fundamental para el narrador de estas últimas dos novelas. Es lo primero que da un sesgo a su punto de vista y es la plataforma desde la cual busca ampliar su óptica y la nuestra.
No estamos, claramente, en uno de los círculos del infierno. Espinosa nos hace testigos de la vida de personajes que transitan la marginalidad, algunos más conscientemente que otros, pero no lo viven como una condena absoluta. No se pierden en la locura; si traspasan la frontera es con los ojos abiertos. Lo que hay de infernal en esta geografía es que en verdad no hay margen, o no hay otra cosa que margen. Un habitante de Treinta y Tres es tan marginal como lo es su ciudad dentro de su país, que vive en el margen de un continente marginal en el hemisferio marginado por la línea del ecuador. Esto lo saben y lo sufren
el lector y el narrador, Quique Segovia en el caso de Las Arañas de Marte (HUM, 2011). Al igual que Sergio Techera, personaje principal de Carlota..., Quique es músico y ávido consumidor de noticias en forma de objetos de arte y de textos políticos y filosóficos. Su cultura les da otro marco desde el cual interpretar la realidad. El marco de Quique revienta en mil pedazos cuando se da cuenta, luego de un proceso, del carácter ilusorio de los discursos, que no son otra cosa que una tecnología diseñada para el control. Eso es lo que lo salva y alumbra en él una conciencia distinta.
HIJO DE LA ONDA. El grueso de los sucesos en Las Arañas de Marte se desarrolla en 1975, en plena dictadura. Quique milita en un grupo de adolescentes comunistas (JDP) que camuflan sus asambleas con bicicleteadas. Es hijo de un chofer de la Onda y tiene un amigo postrado por la poliomielitis, de buena posición social, con el que comparten música y libros extranjeros. A raíz de ciertos eventos entre trágicos y picarescos, Quique traba relación con Román Ríos, en quien irá descubriendo un poeta singular, y con Broche de Oro, la "artista" de cabaret con quien tendrá un tórrido affaire a orillas del Olimar y en la cama turca de su cuchitril.
Quique no consigue que esos ámbitos se comuniquen. Al amigo burgués y minusválido no puede contarle de sus escapadas sexuales ni de su militancia. A sus camaradas no les interesa lo que pueda surgir de la apertura a los influjos de la cultura imperialista de su amiguito y su relación con Broche les provoca fastidio o burla. En palabras de Quique, "era un cosmonauta en permanente gira por mundos que se desconocían y extrañaban entre sí, cuya única intersección era yo mismo(...) una criatura singular y anfibia que sólo podía haber emergido de la excentricidad de los márgenes, en una intrincada frontera donde se
tocaban chisporroteando algunos universos de sentido radicalmente heterogéneos...".
Los trances frenéticos con la Broche de Oro pasan a ocupar el centro del interés de Quique, que continúa con las inofensivas reuniones de la JDP y con sus visitas al amigo, más como si fueran obligaciones o el mero impulso de una inercia. Es en ese momento, cuando el foco de Quique se ha desplazado al objeto de su deseo, que se entera de boca de su padre de que está "regalado", que la policía sabe todo lo que ha venido haciendo los últimos diez, quince días, y despierta al hecho de que ha
pasado a desempeñar un papel en la narrativa del Estado, cosa que le abre los ojos al tiempo que da origen en su interior a un sentimiento cuyo eco pervive hoy día con una fuerza particular: el miedo a la tortura. "Operado por el Cholo Miraballes y otras criaturas análogas, aquel aparato infalible e idiota cartografiaba cada cosa que yo, simplemente, había dejado que sucediera. Y procesaba una hermenéutica ruin. Dentro de aquel constructo incontestable todo acto mío era parte de una serie de errores horribles, por los cuales yo iba a ser castigado, seguramente con la aplicación de electricidad en los huevos y otras cosas que, según se sabía, ya habían ensayado con los tupamaros. Ese sistema de malentendidos era ni más ni menos que la realidad. Otros la habían estado creando mientras yo cogía, cantaba y escuchaba noticias sobre la inminente ruina del capitalismo".
QUIÉN ESCRIBE Y QUIÉN ARMA. Las Arañas de Marte es una indagación en los mecanismos por los cuales nos representamos la realidad. La novela se pregunta quién la escribe y quién arma la narración de nuestras vidas, quién adjudica validez y jerarquías, quién cuenta la Historia. Se pregunta sobre los modos de desaparición de los sujetos y del sentido. Toca ciertos puntos clave de la así llamada "historia reciente" sin caer en los lugares más comunes. Es al mismo tiempo una épica de pueblo chico, un relato costumbrista colorido y hediondo como un carnaval, una novela de iniciación y un monumento vivo a ciertas cosas que fueron
banales en su propio tiempo y que hoy ganan una dimensión distinta porque brindan testimonio de un contexto muerto.
Por suerte la novela también es mucho más de lo que se pueda decir de ella y no se perjudica al lector si se devela, por ejemplo, que Quique se va al exilio, que en Suecia deviene académico y que sigue militando en festivales de la resistencia y que su mejor gesto es la conservación y edición de la obra de Román Ríos antes de que su forma residual de escribir sea una víctima más del colapso general. Algunos de sus poemas (para ser cantados guitarra en mano en bolichitos y festivales minúsculos) vienen impresos en el cuerpo de Las Arañas de Marte. Puede que Ríos sea emblema del artista que crece lejos del amparo de las
instituciones, pero también es verdad que la novela consigue lo que se proponía: alumbrar a un poeta original llamado Roman Ríos, palabra hecha carne. Es de esperar que algún día aparezca finalmente la totalidad de sus canciones reunidas en un tomo titulado Cuaderno Mis Trabajos.
LAS ARAÑAS DE MARTE, de Gustavo Espinosa. HUM, 2011. Montevideo, 158 págs. Distribuye Gussi.
Publicado en El País, Montevideo, 2011
Imagen: Tapa de Las arañas de Marte
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