Friday, February 24, 2012
La conversación en Troilo (Entrevista a Martín Kohan)
Christian Kanahuaty
A veces las cosas más importantes ocurren de forma alocada. Tomar un bus un jueves por la tarde y llegar a Buenos Aires un martes, luego de hacer diversas escalas y recorrer parte del territorio que desde siempre nos hicieron imaginar todos aquellos escritores que hicieron de la pampa el territorio mítico del gaucho.
Llegar a Buenos Aires, y llamar a Martín Kohan, ese era el motivo del viaje. No tenía dinero para ir a librerías, no quería ir por Parque Chaz, ni a Plaza Rivadavia, ni siquiera quería conocer Palermo. Solamente quería entregarle en sus manos los ejemplares de Te odio, novela para la que sin conocerme, accedió a hacer el comentario de la contratapa. Kohan, ya en su departamento, me presenta a su esposa y me muestra su biblioteca y charlamos un poco de algunos de los libros que más queremos. De aquellos que nos hicieron escribir los libros que escribimos y los que aún nos queda por escribir. Kohan es amable, pero habla poco y dice lo justo, casi como en sus novelas. Ha ganado el prestigioso premio Herralde de novela con Ciencias morales el año 2007 y el año siguiente, Diego Lerman llevó al cine bajo el título de La mirada invisible, este año, para febrero está prevista la salida al mercado de su nueva novela, Bahía Blanca, una novela de amor que reinventa las formas en las que dos personas pueden llegar a sentir afecto renunciando a lo que más necesitan. Y quizás por ello marca un momento diferente en la carrera de Kohan dedicado en algunos momentos de su vida a rastrear en la narrativa, qué es lo que pasó con Malvinas y con la dictadura de Videla.
Él dice que no se siente cómodo respondiendo a las entrevistas en su propia casa, así que me propone salir. Caminamos y hablamos del sol en Buenos Aires, de las calles que siempre están húmedas y de los vendedores de libros viejos que poco a poco se van quedando ciegos. Para él ese podría ser un gran tema de investigación, pero no le interesa hacerla. Tampoco cojo el anzuelo. Seguimos un poco y llegamos a Trolio. Un bar con aire nostálgico ubicado entre la intersección de dos calles, al 450 de Puerto Rico y Almagro. Entro y como no puede ser de otra manera, ahí está la historia del tango en cada una de sus paredes, bandoneones, fotos de Gardel, Lepeda, Troilo y Varela me flanquean. Hay una vitrola y unas lámparas a gas, las paredes están recubiertas de tablas de madera de cedro y sobre ellas están puestas con diminutos clavos las fotos que voy descubriendo. Las miradas de los que nos ven entrar no dicen nada, se encuentran perdidos en ese fraseo ajustado que hace con su voz de don juan el padre del tango moderno. Kohan me dice que hace tiempo que le perdió el gusto al Tango, pero que ese sigue siendo el mejor lugar para conversar. No me tienta descubrir su estudio en la Universidad de Buenos Aires donde hace más de diez años enseña Teoría Literaria y por eso me siento encantado en ese lugar tenue. Todo muy argentino, todo muy bien. Así que sacó la grabadora digital, la puntabola y la libreta. Martín se ríe un poco, pero luego me dice, vamos, comenzá, estoy listo.
Martín, quisiera empezar por lo que de alguna manera se podrían llamar tus antecedentes, ¿Cómo fueron para ti los años universitarios? Y, ¿qué te impulsó a estudiar la carrera de letras?
Lo que me decidió a seguir la carrera de letras fue notar que no quería que la literatura ocupara en mi vida el lugar que tienen los hobbies: un gusto de tiempos libres. Me vi lector de fines de semana, o lector de vacaciones; como sucede con tantas personas que trabajan en cosas ajenas a la literatura: solamente pueden leer cuando no tienen que trabajar. Yo no quería eso para mí. Yo quería que la literatura atravesara mi vida cotidiana, en vez de quedar relegada a sus márgenes. Y la carrera de letras me aseguraba eso: que la literatura iba a ser mi centro. Disfruté mucho de los años de estudiante: extraño ese tiempo.
Me parece que la vida universitaria tiene sus lados lindos, a mí me pasó, pero sé que ese tiempo se fue muy rápido, a pesar que conservo muy gratos recuerdos y amigos de ese tiempo. En fin, ¿cuáles son los recuerdos más frescos que tienes de ese momento? Y ¿eso tiene que ver con aquello que me decías que una de las cosas que te hubieran gustado hacer era ser vendedor de discos?
Lo que más me gustó de mis años de estudiante es lo que logré conservar de ellos: la posibilidad de pasarme una gran parte del día dedicado a estudiar literatura. En todo caso, en esos años aprendí a hacerlo y verifiqué que una vida así era perfectamente posible.
Lo del vendedor de discos era una broma: yo quería ser profesor de literatura, y lo soy; lo que quise y no pude ser es futbolista.
En ese periodo de formación, ¿Qué significó o significa la figura de David Viñas?
Para mí fue un impacto enorme, inolvidable, haber asistido a las clases de David Viñas. Su carisma y la potencia de su presencia en esas clases no hizo sino reforzar el impacto de sus textos: casi todo lo que yo pensaba que tenía que ser y hacer un intelectual, tiene que ver con lo que David Viñas era o hacía.
Luego de que Viñas nos pusiera nostálgicos, nos pusimos a conversar un poco de música, de Virus, de Soda Stereo, de la vida y casi muerte de Cerati y de cómo se puso todo el mundo en Argentina cuando se enteraron de la noticia. Para Kohan, Cerati representa lo que Charly representó a su generación; pero sabe que a Cerati le tocaron sociedad más complejas y disfuncionales que las que Charly pudo ver a pesar de sus arranques premonitores. Kohan dice por lo bajo que pocos han narrado la Argentina como Charly; pero cuando vuelvo al tema de Cerati me dice que piensa que Cerati tuvo acercamiento más fuerte con ciertas drogas nuevas y con las masas de jóvenes que aún buscaban respuestas y sobre todo, que amplió hasta el hartazgo ese gusto raro de las estrellas de rock por tener a todas las mujeres del mundo a su disposición. Kohan no se siente muy a gusto cuando habla mal de todos aquellos que se supone debería idolatrar.
¿Cómo era Argentina o, quizás sea mejor decir, Buenos Aires, por aquellos años?
En los cinco años que duró mi carrera universitaria, la Argentina cambió, vivió etapas distintas. Ingresé cuando empezaban a declinar las ilusiones del gobierno que ganó las elecciones cuando terminó la dictadura: hacia 1986-87, las leyes de impunidad y el desgobierno económico empezaban a deteriorar el clima entusiasta del ‘83. Para cuando terminé la carrera, en 1991, la mentira y la frivolidad del menemismo ya imperaban, y lo harían por varios años más.
Kohan no fuma, así que habla de una forma pausada y cauta. Toma se café sin prestarle mucha atención al sabor. Me mira y no sé si quiere terminar la entrevista cuanto antes o quiere darme todo su tiempo y no encuentra la forma de decirme que me ponga tranquilo. Que él está ahí para responder a mis preguntas. Así que continúo.
Me gustaría saber, si en algún momento de tu formación académica pensaste en dedicarte a la ficción. A ser tú mismo un escritor, ¿querías ser escritor o es algo que fue formándose de a poco en tu trayectoria? ¿De entre los escritores argentinos que tuviste la oportunidad de leer por primera vez, de cuál de ellos guardas un mayor cariño?
Nunca quise ser escritor, pero siempre quise escribir. Y siempre lo hice. Cursando la carrera de letras leí por primera vez a Juan José Saer, a Ricardo Piglia, a Manuel Puig, a Marcelo Cohen; escritores decisivos para mí.
Ahora bien, para entrar en materia, me gustaría decirte que algo que me emocionó mucho cuando leí Dos veces junio es la mirada que tienes sobre todo lo que pasó en Argentina tras el golpe del 76, ¿de qué modo decidiste contar esos ecos del golpe dentro el contexto del Mundial de Fútbol?
Revisar las premisas y los valores del patriotismo, ponerlos en cuestión o parodiarlos, es algo que me interesó sostenidamente y que busqué hacer, de maneras diversas, en distintos libros. El fútbol suele formar parte de esa maquinaria que sirve para producir fervores patrios. En Dos veces junio decidí detenerme en una noche de derrota; situar la acción en la noche en que Argentina pierde un partido (el único que perdió), para suscitar una atmósfera de pesadumbre: lo contrario del clima festivo que quedó como recuerdo del torneo ganado.
Muchos creen que hablar de temas políticos dentro de la literatura no sólo que resulta ser anacrónico, sino que se convierte con el tiempo en un juego peligroso y conflictivo tanto para la ficción como para la política. ¿Crees que esto es así o piensas más bien que habría otra forma de resolver la relación literatura-política dentro del texto narrativo?
Creo que es cierto que existen fórmulas reductivas y repetidas en la puesta en relación de literatura y política: novelas de “mensaje”, realismos previsibles, la reducción de la literatura a funciones de constatación o de expresión de certezas. A mi entender conviene apartarse de esas variantes. Pero eso no implica sacrificar la propia relación de literatura y política. Más bien exige buscarla con otra clase de formas; es lo que intento hacer en Dos veces junio.
Hay un espacio de fuga de ese reduccionismo que mencionas y creo que es el que se abre cuando aparecen novelas tuyas como Museo de la revolución donde a mí me pasa que la historia de los dos personajes –Norma y el agente literario-, se convierte en algo mucho más íntimo y fuerte que la lectura del texto que están realizando. Y en Ciencias Morales, pasa que encuentro aquella micro estructura del poder en el colegio. El colegio me parece que fue un escenario perfecto para establecer esa relación entre el poder y el control. ¿Esas fueron saliendo solas o te diste cuenta que eran ya parte de un proyecto narrativo mayor? Pero, ahora se me ocurre, ¿por qué utilizaste la figura de una mujer para mediar todas esas relaciones de poder, saber y control? ¿Qué esperabas encontrar?
Admito que las novelas se van sucediendo y las voy pensando una a una, y no como parte de un proyecto literario o proyecto de “obra” más integral. Luego fatalmente hay recurrencias, insistencias, líneas de continuidad o elementos de integración, coherencias espontáneas, digamos. Pero al pensar un texto no pienso más que en ese texto.
Así también, pensé a esas dos mujeres por separado: cada una según las necesidades de cada texto. Según creo, se oponen. De hecho, una es victimaria y la otra es víctima. Una es la que sabe todo lo que pasó (la única que sabe todo lo que pasó) y la otra es la que no termina de saber ni siquiera lo que pasa consigo misma.
Ahora, que han pasado los años y también las publicaciones, quisiera que hablemos sobre dos cuestiones más, la primera tiene que ver sobre la forma en que ves y evalúas la literatura en Argentina en los últimos 10 años, y si entre toda la nueva generación de escritores encuentras algunos que te motiven a seguir escribiendo o que te hagan sentir que tienes algo que compartes con ellos.
Hay muchas cosas que me interesan muchísimo en la literatura argentina de estos años. Y me siento cerca de muchos escritores que tienen con la literatura y con la lengua una relación semejante a la que tiendo a tener yo mismo (independientemente de que después nuestros textos efectivamente se parezcan o no). Para mencionar sólo a algunos de los que tienen más o menos mi misma edad o aparecieron posteriormente: Juan José Becerra, Gustavo Ferreyra, Damián Tabarovsky, Luis Sagasti, Jorge Consiglio, Aníbal Jarkowski, Hernán Ronsino, Pola Oloixarac, Tatiana Goransky, Gonzalo Castro, Iosi Havilio, Matías Capelli, Ramiro Quintana, son autores que leo con entusiasmo.
Terminamos la entrevista. Salimos de Troilo y caminamos ya bajo las luces de algunas farolas que persisten en quedarse a asistir al fin de los tiempos. Kohan me dice que la pasó bien, que no le gusta mucho dar entrevistas. Me dice que no olvide llamarlo la próxima vez que esté por Buenos Aires, quiere mostrarme más lugares de la ciudad. También, asegura, le agradaría que asista a una de sus clases en la UBA. Pero yo sólo le puedo decir que lo mantendré informado de mis movimientos. Me estrecha la mano en las puertas del edificio donde todo empezó. Me da las gracias por los ejemplares de mi novela que le traje de regalo.
Camino de nuevo por esa avenida y no me preocupo en mirar a ningún lado. Tengo que volver a la estación y dormir en uno de los hoteles que hay cerca, a la mañana siguiente regreso a La Paz. No quiero ver nada. Estoy en la ciudad que siempre quise conocer y no me importa. Quizás, las palabras de Kohan han calado más hondo de lo que yo imaginaba: a veces es mejor quedarse con la idea de las personas y de las ciudades que la literatura nos ha dado. Quizás, dice Kohan, suceda que cuando veámonos las cosas tal como son, no nos gusten. Sí eso es así o no, no me interesa averiguarlo. Pienso que es posible que en cierta literatura esté la respuesta.
Febrero 2012
Imagen: Christian Jiménez Kanahuaty
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