Friday, April 6, 2012
TOULOUSE ES ROSA
Diego Enrique Osorno
Todo comenzó en Toulouse, cuyo centro es color rosa. Y a cierta hora de la tarde, a los ladrillos al descubierto de los antiguos palacios y edificios les pega el sol, entonces el rosa de Toulouse se transforma en rosa mexicano. El día que llegué a la ciudad presencié ese sospechoso cambio casi mágico. Esa misma tarde, los kioscos de periódicos ofrecían Les dossiers do Canard enchaine, en cuya portada se veía al presidente de Francia, arma en mano: un viejo revólver ridículamente agigantado por el photoshop junto al titular Le grand fiasco de la police aux mans de Sarko. (Ahora que me siento a escribir lo que recuerdo, no tengo en mi memoria ningún policía durante la semana que pasé en Toulouse y ciudades cercanas, lo cual es enigmático para un viajero proveniente de un país en el que oficialmente hay más de dos mil cuerpos policiales y extraoficialmente otros cientos más).
El día siguiente lo amanecí caminando las calles del centro. Era las seis de la mañana y allá en México la medianoche. En Toulouse el sol primaveral aparece justo a las seis en punto y a las nueve adquiere tal intensidad que de repente la ciudad tiene un aire a Caborca, o a otro de los pueblos desérticos de Sonora que viven todo el año asoleados, incluso en invierno. Las chicas andaban con pantalones hasta la rodilla, como si fueran pescadoras a la moda, o con falda, mostrando piernas blancas y delgadas. Me pareció que los jóvenes varones iban más cubiertos, tanto que no parecían sentirse a gusto con la primavera. Tres de los diez muchachos que vi traían sacos de poliéster.
EL LEÓN DE TOULOUSE Y LA SEÑORA DE LA CATAPULTA
Más tarde me uní al grupo. El tour comenzó con un recorrido guiado por una linda cicerone. Fuimos a la sede del gobierno municipal, un viejo palacio cuyo salón, Los Ilustres, se alquila para celebrar la mayoría de las bodas de Toulouse, que por lo demás, no son muchas, así que no hay tanto problema para que los valientes aparten una fecha. El salón está en un segundo piso y por fortuna, a nadie se le ha ocurrido poner elevador, porque el visitante tendría menos probabilidades de mirar el imponente mural de las escaleras, pintado a principios del siglo XIX en honor de animados juegos florales medievales. Antes de llegar al salón de bodas, hay una galería muy grande, con pinturas impresionistas. La que más me gustó fue una de Heri Martin.
Al llegar a Los Ilustres y ver otro inmenso mural pintado en sus paredes y techos, uno puede conocer de manera abreviada la historia de Toulouse desde el siglo XIII para acá. En esa época, el Papa ordenó una campaña de exterminio de cátaros, que propició la creación de un comando terrible reponsable de la misión: el tristemente afamado Tribunal de la Santa Inquisición. Los cátaros eran una especie de católicos precomunistas que estaban en contra de la riqueza terrenal -cuyo máximo representante entonces era la Iglesia Católica. Miles de cataros fueron perseguidos, torturados y asesinados sin piedad por órdenes de sacerdotes y cardenales, generales con sotanas y crucifijos. Uno de los exterminadores más entusiastas (todo esto puede conocerse en el mural de Los Ilustres) fue el Conde de Toulouse, quien se cubrió de gloria al inventar un sistema de catapultas tan sencillo que hasta los niños y mujeres podían participar en la masacre de cátaros, al incorporarle al armatoste una serie de mecanismos prácticos para el lanzamiento de piedras y el aplastamiento del enemigo. El líder de los cátaros era un tipo al que la historia oficial le borró el nombre, pero al que las leyendas nombran como El León de Toulouse. Por estos rumbos debió de andar Bernardo Gui, el temible religioso dominico con el que se enfrentó Guillermo de Baskerville en la novela El nombre de la rosa, de Humberto Eco. Pero no fue el inquisidor Bernardo Gui quien acabó con El León de Toulouse. Al León de Toulouse lo aplastó una piedra gigante lanzada por la catapulta que accionó una señora gracias al invento del Conde. La figura de la señora, por supuesto, sobresale en el mural. La mayoría de las parejas que se casan, eligen su figura de fondo, para la foto nupcial.
TINTIN Y SANTO TOMÁS DE AQUINO
A un lado del palacio municipal, en una animada explanada en la que ese día había un mercadillo, algunos puestos ofrecían comics sobre El León de Toulouse. También de otros clásicos galos como Tintín en el mundo Maya. (Tintín, ese gran reportero enano que cautivó a mi hijo cuando vimos en un cine de Monterrey una película spildbergiana reciente sobre él). También había cómics de westerns franceses en los que ocurren aventuras de Billy the Kid y Gerónimo El Apache en este lado del océano Atlántico. Y luego dicen que los latinoamericanos monopolizamos el realismo mágico.
Frente a esa explanada hay un hotel donde vivió Antoine de Saint-Exupèry cuando trabajaba como piloto de una flamante compañía áerea que llevaba cartas de Toulouse a Santiago de Chile. A un lado del hotel, está la calle del Toro, un sendero urbano muy acogedor para los peatones, con comercios de todo tipo que tienen fachadas antiguas y nombres maravillosos, como la librería Maldoror. Mientras la caminamos, nuestra guía nos habla de las vírgenes negras de Toulouse. Misteriosas figuras católicas oscurecidas por el humo -o por el intento de hacer pasar a las vírgenes cristianas como diosas de la tierra que adoraban los paganos conquistados en las cruzadas. Nuestra inteligente cicerone – que tenía esa voz típica de las feministas- nos pide recordar que los católicos no tenían representaciones femeninas hasta hace unos cuantos siglos. Al parecer inventaron a las vírgenes para atender a la nueva clientela en que se convirtieron las mujeres cuando se les empezó a tratar con mayor dignidad y hasta se les permitió participar en las decisiones políticas.
La calle Del Toro desemboca en la imponente Iglesia Saint Sernin. Entramos como manada y lo primero que noté es que en el atrio hay una imagen de un toro embistiendo a un hombre. En esta iglesia está enterrado Santo Tomás de Aquino. Es además la sede mundial de los jacobinos (en México mejor conocidos como dominicos). Durante unos años, la Iglesia madre de los dominicos fue usada como cuartel militar por Napoleón. Ahí metió a soldados y caballos. Creo que fácilmente unos quinientos caballos cabrían aquí. O más. No sé, es el establo más grande que he visitado en mi vida. Y obviamente el más lindo. Por desgracia he visto muchas iglesias en mi vida, cientos, y puedo afirmar que Saint Sernin es las más hermosa. También Saint Sernin es el establo más majestuoso que he conocido en mi vida. Y esto lo digo con mayor autoridad, porque he visitado aún más caballerizas que iglesias.
EL AZUL PASTEL Y LA ROSA DE LOS ARTISTAS
Ahora sé que nuestra guía de ese día era española (bueno, está bien, catalana) y que estudió en Toulouse después de que recibió la beca Erasmus Turismo. Se casó con un nativo de la ciudad y vive en las afueras porque la renta en el centro rosa es muy cara: un departamento miniatura te vale por lo menos 400 euros al mes. Pero es difícil encontrar departamentos vacíos, porque esta ciudad es una ciudad universitaria en la que el 70 por ciento de los estudiantes se preparan como científicos que buscarán dedicarse a la principal industria local que es la aeronaútica. En Toulouse se hacen partes y refacciones de satélites artificiales. En cuestiones aeroespaciales es como la Houston de Francia, aunque, en cuestiones turísticas, para un americano sería como la San Francisco de Francia. Para un paisano, se me ocurre que podría ser la Querétaro francesa.
Otro negocio muy típico de aquí tiene que ver con otro color: el azul pastel. Las ganancias por la antigua comercialización de la planta de la que se saca el color azul son las que permitieron levantar sendos palacetes del centro rosa. Y hubieran brotado mucho más palacetes, pero alguién llevó a Francia el índigo y el comercio de pastel se redujo. Después, cuando Napoleón ocupó la ciudad -incluida la Iglesia-Establo- de Saint Sernin- ordenó que sus soldados estuvieran muy bien uniformados con ropa color azul. La producción de pastel se reactivó gracias a esa tropa.
En algún momento, la bonanza fue tal, que hay una frase aplicada en Francia a las personas que se dan la buena vida: “Vives en el país de las cucañas...”. La cucaña es el amasijo de hojas que se hace para sacar el color azul. Para un francés, ese país mitológico es Toulouse y sus alrededores.
Al día siguiente fuimos con un artista que vive en un ático frente a Saint Severin. Se llama Jerome Somillot. Recientemente tuvo una exposición que se llamaba Desastre, la cual ya pueden imaginarse de qué trata. Jerome es un chico simpático que tiene tatuada una rosa en el brazo. La misma (y ya misteriosa) rosa que llevaba tatuada María, la cicerone del segundo día de tour. Parece que es la rosa de los artistas de Toulouse. Habría que checarlo en wikipedia.
Al salir del ático caminamos a la estación Juana de Arco, de la línea B del metro de Toulouse, donde se proyectaban mensajes de amor que los viajeros dejan para sus parejas o sus imposibles. Una camiseta deportiva pero elegante, con trazos azules, parecía la indumentaria de moda entre los varones del metro. Era la playera del equipo local de Rugby, que ha sido campeón 18 veces del Torneo nacional. Es curioso, pero el mote del equipo es Estadio Toulouse, cuando lo mejor hubiera sido ponerle los Pasteles de Toulouse o las Cucañas de Toulouse. Digo.
LULÚ Y PICASSO
María, la cicerone del segundo día es una artista que interviene espacios raros para convertirlos en comedores. Una noche antes de vernos, su cuarto de dormir fue el sitio donde recibió a un grupo de sus mejores amigos para cenar. Comieron manjares, sobre todo mariscos, y de postre, probaron pastelería erótica. No se trató de ninguna orgía. No de una orgía sexual, sí una como las de Las edades de Lulú, la novela de Almudena Grandes. Ojo: no confundir con buffet.
Saliendo del metro fuimos al mercado Víctor Hugo. (¿Por qué no se nos ha ocurrido ponerle el nombre de Mariano Azuela o Juan Rulfo al de Medellín en la colonia Roma del Distrito Federal?). El área del comedor estaba en el segundo piso, atiborrada de banderas de equipos de rugby. El puesto que escogimos para comer de pie, lo atendía su dueña, una viejita de 80 años, de esas que parecen sacadas de un cuento medieval. Probamos queso Brit, queso de cabra, queso... Después fuimos al antiguo rastro de la ciudad, convertido ahora en el Museo de Arte Moderno Les Abbaloires, con una colección propia de 3 mil piezas que abarcan retratos modernistas hechos a Mao Tse Tung, cuadros de Antonio Saura, de Bernar Venet, Pierre Soulages, pero una de las piezas más impresionantes es el telón pintado por Picasso y Luis Hernández, para el cual debieron excavarse 11 metros al suelo, con el fin de hacerle un lugar especial. Está hecho de algodón y tiene detrás, otra cama de algodón, así como unas puertas movedizas que lo protegen de la luz. Las imágenes del telón representan la vida privada, convulsionada, de Picasso. El telón fue hecho en 1936, un año antes del Gernika. Mide 8 por 13 metros. Picasso en persona vino a Tolouse a donar el telón. Qué buena onda, Picasso.
PASCALE Y EL TANGO
Río Loco es el nombre del festival musical de primavera que se celebra en Toulouse a la orilla del imponente río Garona. En 2011, de Texas vinieron a tocar Los Lobos; de Oaxaca, Lila Downs; de Palestina el Trío Joubrand; de Europa del Este DJ Click; de la nación Tuaré, Bombino. La Nación Tuaré es la que está en lo que el Sistema y sus mapa mundis llaman Nigeria o Libia. Bombino es el mejor guitarrista de África. Y además es un tipazo.
Otro festival importante es Tangopostal. Fuimos a tomar un café con la directora, Pascale Van Den Ostende, una belga radicada en Toulouse desde muchos años atrás. Empezó diciendo que le gustaba el tango por la forma en la que se abrazan las parejas que lo bailan, su manera de perdurar, algo que la salsa y mucho menos el rock pueden conseguir en los cuerpos. Pascale llegó al tango después de mirar una noche enigmática de Bruselas una película que se llama Lección de tango. De inmediato quiso bailarlo con su esposo. Pero cuando empezó a tomar clases él la dejó. Ella se preguntó: ¿Qué quiero? Y se respondió mientras viajaba a Buenos Aires para aprender tango.
Luego ya nos dio la información oficial: el festival es organizado por unos 500 tangueros de Toulouse agrupados en 20 asociaciones de tango (lo cual me indica que los tangueros de Toulouse se asemejan a los izquierdistas mexicanos: no son muchos y están demasiado divididos). El promedio de edad de los tangueros de Toulouse es de 45 años (en eso también tienen parecido con los izquierdistas mexicanos). Durante el festejo hay milongas diarias. Se llama Tangopostal por la línea área entre Francia y Sudámerica, en la que piloteaba aviones Antoine de Saint-Exupèry, mientras escribía El Principito.
Tangopostal surgió cuando cinco tangueros se reunieron para organizarlo. Hay una idea falsa de que el tango se baila en salones y es elitista. Los cinco tangueros querían demostrar que el tango es nacido de la calle, que viene de un barrio popular de Buenos Aires, como La Boca. El primer año el Festival fue un éxito, el segundo fue un buen año, pero no se sustentó financieramente. Luego incorporaron conferencias, películas, mesas redondas, lo dedicaron a celebridades como Astor Piazzola y se improvisaron bailes tangueros entre peatones de calles transitadas, como por ejemplo Del Toro, en donde está la hermosa librería Maldoror.
“Cada día recibo 60 u 80 mails de festivales y milongas de tango que son organizados es distintos lugares del orbe. La plaga del tango en Francia es mucho más grande de lo que se imagina cualquiera”, comentó Pascale, quien trabaja 30 horas a la semana para el Festival y 30 horas como médico en escuelas del sistema educativo tolosano. Sus hijos y nietos le reclaman tanta bailada.
BISTES Y LOS CHINOS
Chateu de Mauriac, un castillo de la época medieval que luego fue una granja llena de cerdos y sin luz, es ahora la residencia del pintor Bernard Bistes, y está a pocos kilómetros de Toulouse. Llegamos por la mañana. Un campesino nos recibió. Su padre era el pintor al que visitábamos. La casa pertenece a una red de mansiones de artistas que se visitan en Francia, como la de Víctor Hugo, la de Monet y otras. Aquí en lugar de cerdos ahora hay tres mil obras de arte, algunas en venta.
Cuando compró el castillo, el pintor pagó casi lo de un coche. En esos años sesenta, nadie quería venir al campo, estaba de moda la ciudad – ahora todo mundo sueña con una casa en el campo. El castillo debe valer en estos días casi lo mismo que un cohete espacial. Y las mejoras continúan: cada vez que se vende una pintura se avanza en la restauración.
“Los artistas no somos inteligentes pero tenemos intuición”, dice el pintor, con una euforia secreta, mientras nos conduce entre los pasillos de su castillo. Luego se queja de algunos visitantes. A lo largo de la mañana anoto en mi libreta algunas de sus frases y acabé haciendo este octálogo subversivo muy útil para neófitos del arte como yo:
1.- La gente no compra el choque estético que le produce una obra, sino cuadros que pueda colgar en las salas de sus casas.
2.- El dibujo de desnudos ya no está de moda.
3.- Hay pintores que mezclan el arte con la política. No me gustan. Son cortesanos del poder. Políticos que pintan.
4.- Los chinos no tienen en sus museos nada auténtico. Casi todo está hecho con tinta china y ésta no dura más de 100 años. Su obra es copia de copia. Un chino toma una buena foto de una pintura y hace mil iguales.
5.- Los desnudos se venden poco, entonces pinto flores porque esas se venden bien.
6.- No hay que mezclar la venta con la creación. Yo vendo la mierda a esos que te compran pensando en cuál va a combinar con sus cortinas.
7.- Mozart es infernal. No se puede pintar escuchándolo a él de fondo. Es una invasión total, no deja ningún lugar para ti. Te chupa la energía.
8.- Picasso se perdió. Perdió mucho tiempo haciendo dinero. Y como artista el dinero no te sirve para nada. El dinero sirve para que tu familia se pelee por él. Ahora hay hasta un coche que se llama Picasso.
Mientras caminábamos por una sala con una chimenea del siglo XVI con piso del siglo XV (el de Juana de Arco), Bistes contó que hace no mucho tiempo unos bandidos de Marsella llegaron a tratar de asaltar su castillo. De madrugada empezaron a golpear la puerta principal del Chateu de Mariac, sin lograr derribarla nunca. Bernard despertó y sacó un revólver. Esa noche dormía en una cama del Imperio Chin valuada en cerca de un millón de dólares, la cual tiene en una de sus recámaras principales. Desde ahí disparó al aire para espantarlos y activar alarmas, hasta que se fueron. No tiene duda alguna de que eran de Marsella por el tipo de vehículos y la forma de hablar.
Después de que nos contó eso nos llevó a un salón del siglo XIII en el que se celebran las bodas. El lugar está rodeado de unos cuadros de amantes que Bistes pintó en Uruguay, cuando trabajó como agregado cultural. También hay adornos con una planta que se llama Orejas de conejos.
También había un hermoso ouroboro.
Algunos valientes prefieren este sitio a las afueras de Toulouse, que el palacio municipal, para tirarse al vacío del matrimonio.
TRUFAS Y HALCONES
Albert Camus estuvo aquí, eso es un hecho. Lo que está en duda es que haya dicho que “en Cordes todo es bonito, incluso el arrepentimiento”, como se presume en las guías turísticas locales. Pero lo que sí es un hecho es que en Cordes todo es bonito, incluso el arrepentimiento. Pasa lo mismo con Lawrence de Arabia, quien tras residir aquí escribió: “Arriba del cielo, por el manto de niebla que cubre la falda de la montaña está el pueblo”.
Caminamos por la calle Caliente, la cicerone del quinto día improvisa un pase de tango, frente a la mansión del Gran Jinete, una obra maestra de arquitectura gótica. Seguimos a Le controleur de Roy, un restaurante en el que estuvo el Emperador Akhito de Japón, la Reina Elizabeth de Inglaterra, Miterrand, y que su dueño cerró hace poco, indignado porque lo acusaron de que ahí se había desatado una epidemia a causa de las trufas blancas y las trufas negras del menú. Llegamos hasta un mercado del siglo XIII, medioevo, por la Iglesia de Saint Michel.
Fue una visita rápida, antes de llegar hasta nuestro verdadero destino de ese día: Albi, un pueblo majestuoso atravesado por el Río Tarna (Tormenta, en celta). Los celtas le tenían miedo al río por eso le pusieron tormenta. El hotel donde nos hospedamos, era antes un molino de harina que aprovechaba la fuerza del río para abastecer de pan a la ciudad. El primer sitio que visitamos fue la Plaza Santa Cecilia: la iglesia de ladrillo más grande del mundo, terminada en el siglo 13, aunque la construcción inició en 1282. Es de 113 metros de largo, y el campanario es de 80 metros de alto. La piedra la trajeron de Cordes, a 25 kilómetros de aquí. En el centro del atrio está pintado el Juicio Final. Pintores de Flandes vinieron en el siglo XIV a hacer el trabajito. La historia de Santa Cecilia es la siguiente: fue condenada a morir en el siglo II, por un grupo de árabes poderosos. No tenía ni 25 años de edad. La ataron al agua hirviendo pero no le pasó nada. Luego la decapitaron y en tres días desangró, en cámara lenta. Es la santa de los músicos. Y de los cristianos perseguidos.
En la torre de la Iglesia de Santa Cecilia hay unos halcones adiestrados para cazar palomas. Están en el campanario y son liberados una vez al día para que hagan su trabajo. Afuera de la Iglesia de Santa Cecilia a nadie le cae mierda de paloma en la cabeza, si acaso gotas de sangre de paloma. ¿Qué no decían en el catecismo que el espíritu santo era una paloma?
Los halcones de la Iglesia de Santa Cecilia son más famosos que el sacerdote a cargo de la iglesia. Hay filas de personas esperando verlos desde los telescopios instalados en las afueras. No sólo eso. También hay cámaras de video en el nido grabando las 24 horas lo que sucede por ahí y estas imágenes se transmiten en los noticieros locales y en una página web. El big brother del pueblo es un nido de halcones. Insisto con lo del realismo mágico europeo.
TOULOUSE LAUTREC Y CHOCOLAT DANSANT
Los halcones no son lo más conocido de Albi. Es su museo en el que se reúne la mayor colección de Toulouse Lautrec. Toulouse Lautrec es uno de los grandes pintores marginales de Francia. Medía 1.50 metros. Su familia pertencía a la aristocracia local, eran aficionados a la pintura, pero él prefería los caballos que el arte, aunque montar le costaba trabajo debido a su corta estatura. Luego dejó los caballos y se puso a pintar: en uno de sus primeros cuadros, y uno de los más conocidos, Artilleur sellant son Cheval, Toulouse quería representar un caballo como una persona. Tenía 17 años cuando pintó Caballo Blanco Gacela. Los papás de Toulouse eran condes, pero él murió antes que ellos y no pudo adquirir ningún título nobiliario.
A lo largo de su carrera, Toulouse pintó el mundo alegre: desde las prostitutas hasta a los médicos del gobierno que iban a revisarles sus sexos. Hay cuadros de mujeres con el pelo teñido de rojo, mujeres siendo curadas de sifilis, mujeres besándose... Entre sus personajes más conocidos está La Golosa, una bailarina del Moulin Rouge, así como Valentín El sin huesos, un millonario que tenía una rara enfermedad que lo hacía parecer elástico; también pintó cantantes no famosas de los inicios del siglo XIX: May Milton, May Belfort, y de todos estos personajes que pueden verse en el Museo de Albi, uno muy bello es Chocolat dansant, un cuadro de 1896 en el que Toulouse Lautrec pinta a un negro de ropa ajustada bailando en un bar, algo mucho más atrevido en aquella época, que retratar prostitutas de París. Para más información de Toulouse Lautrec, desde un punto de vista mexicano, hay que leer la obra de Agustín Cadena; para ver directamente la obra de Toulouse hay que venir al Museo de Albi.
Uno de los primeros estereotipos acerca de la cultura francesa que conocieron los nacidos en los ochenta (o sea los de mi generación) tiene que ver con un dibujo animado hecho por Friz Freeleng. Se trata de una pantera que aunque no venía al caso, recordé mucho mientras veía la obra de Toulouse Lautrec en Albi: una pantera graciosa, muda y rosa, como lo fue esa visita que hice al sur de Francia.
Revista Gatopardo, México, 21/03/2012
Imagen 1: Toulouse-Lautrec/Chocolat dansant dans un bar, 1896
Imagen 2: La maison de Dieu avec vue sur la Garonne
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