Roberto Burgos Cantor
A veces las preguntas dormidas por las respuestas repetidas son sacudidas por la realidad. Esa realidad que según Witold Gombrowicz tiene un poder purificador.
¿Desde cuándo los colombianos nos venimos preguntando por la constancia de ese estado de espantosa devastación humana que acaba con saña vidas, bienes públicos, honras, propiedades particulares y de tan miserable torpeza en su ejecución criminal que por lo general termina destruyendo a seres humildes, inocentes?
Parece que con esa consecuencia de lástima, quizá el peor de los efectos de tanta gramática, que consiste en creer que ponerle nombre a las dificultades las resuelve y protege a la sociedad de su fuerza perversa, los colombianos terminamos por contentarnos con cacarear que lo terrible que nos sucede se llaman violencia.
La hemos utilizado con impecable esfuerzo académico, legislativo, presupuestal y ya tenemos expertos, doctores, estrategas, sin que se vislumbre una migaja de solución. Como cuando se dice invierno, o la niña, o verano, o peste. Se nombran pero se está inerme ante los desastres, indolente ante las resistencias, paralizado sin soluciones.
El nombre es tan prestigioso que constituye una divisa, al lado del café. Las bandas de los narcos mexicanos practican con orgullo uno de los cortes a seres humanos patentados durante la violencia de los años cincuenta. Fueron documentados y estudiados por juristas, forenses, carniceros y siquiatras. Lo llamaron corbata, sacar la lengua de la víctima por el cuello.
La idea de la violencia ha servido para excesos que no logran identificarse. El Gobierno porque esgrime un mandato de legitima defensa. El Estado porque encarna el monopolio de la fuerza. Los revolucionarios porque es la partera de la historia. Los militares porque es su deber patrio. Las autodefensas porque hay que llenar la ausencia del Estado protector. Los criminales porque en río revuelto algo se pesca. La derecha porque es mejor anexarnos al Vaticano. Y así, en una creciente de miedo destruimos lo poco que hemos hecho en los escasos años de la república, por minúsculos intereses que nadie se llevará a la tumba.
Si la violencia fuera la partera de la historia y la delirante locura colombiana fuera violencia, y la pesadilla a la cual sobrevivimos fuera historia, estaríamos ante los retos de una sociedad avanzada de realizaciones inéditas y retos dignos por su nobleza y humanidad. No creo exagerar si escribo que es un destino que hace siglos se merecen desde los pescadores que no trabajan los lunes en La Boquilla hasta los comedores de cuy crudo en el atrio de Las Lajas en Nariño. No bastaría el Bienestar Familiar para tantos paridos.
Entonces: ¿ a quién se le ocurre atentar contra la vida de un hombre sancionado por la Procuraduría, con una obligación de devolver de un Tribunal y que cada mañana vocifera por una emisora de mediana audiencia y escribe columnas con la añeja retórica greco-quimbaya. Y para empeorar mata a unos humildes empleados de salario mínimo ?
Pero es la violencia que afirma José Eustasio Rivera, nos ganó el corazón. Será violencia este desmadre.
De El Universal (Cartagena de Indias), 05/2012
Imagen: Moisés Mahiques/Violence Happening Location # 26
No comments:
Post a Comment