Roberto Careaga C.
Sucedió hace dos semanas. Se sentaron de espaldas al mar y
hojearon Hamlet, la obra de Shakespeare. Varias ediciones, algunas en
inglés, otras en español. Lo habían leído juntos antes, pero ese día, en Las
Cruces, Nicanor Parra y su nieto, Cristóbal Ugarte, el Tololo, estaban
trabajando. O algo parecido. Es otro capítulo de una historia vieja, que a
inicios de los 90 tuvo un momento clave en Nueva York: Parra hizo sus mayores
avances en la traducción de la obra. Con los años, su posible versión de Hamlet
ha alcanzado los contornos del mito, sobre todo después de Lear rey &
mendigo, su aplaudida traducción para El rey Lear. Pero su
existencia es cada vez más incierta. Tololo quiere lo contrario. Y en eso
estaba hace dos semanas: convenciendo a su abuelo para que retome la traducción
de Hamlet.
El fantasma de Hamlet ha vuelto a pasearse por Las Cruces, pero
Parra le hace el quite. Hace rato que no está para grandes proyectos: lo suyo
es pillar frases, agarrar ideas al vuelo. Pasa el día aferrado a un cuaderno y
un lápiz Bic haciendo anotaciones. Lo tenía en su regazo un día de la semana
pasada, mientras tomaba el sol en el antejardín de su casa. De gorro de lana y
camisa de franela, Parra saluda a las visitas que se asoman, pero aprieta los labios
y no emite palabra. Es lo de siempre: de la poesía, de la política, del poder,
de la fama, Parra se escabulle. Ahora parece que está eludiendo a la muerte.
“Parra es inmortal”, dice el crítico norteamericano Harold
Bloom, obviamente aludiendo al impacto de su antipoesía, pero justo después de
enterarse que el próximo miércoles 5 de septiembre el autor de Poemas y
antipoemas cumplirá 98 años. Nacido en 1914 en San Fabián, en los 50 Parra
instaló su “montaña rusa” en la poesía, puso en jaque el imperio lírico de
Neruda y a punta de habla callejera, sarcasmo radical y una libertad
insobornable, abrió la última ruta poética conocida. Un siglo después, vive
frente al Pacífico como un maestro antojadizo y enigmático, aún dueño de la
última palabra.
“Está más lúcido que cualquier persona que conozca. Nos va a
enterrar a todos”, dice Rodrigo Rojas, director de Literatura de la UDP y,
desde hace algunos años, uno de sus amigos. El lo ha visto: Parra sube
escaleras, no usa lentes, maneja casi todos los días su Volkswagen escarabajo y
no es raro que acompañe el almuerzo con una copa de vino. “Es
impresionantemente sano. Es como un fenómeno. La cabeza la mantiene increíble”,
agrega Patricio Fernández, otro de sus cercanos.
Aunque quitado de bulla, Parra es un vecino ilustre de Las
Cruces. “Está cada vez más importante, Nicanor. Quizás es la hora del Nobel”,
dice el escritor Gustavo Frías, vecino y amigo del poeta. Desde que recibió el
Premio Miguel de Cervantes, las visitas aumentan y aumentan. Antes, Las Cruces
celebraba el cumpleaños de Parra con una masiva elevada de volantines en la
playa. Nada más. Este año será distinto: hoy, a las 19 horas, el Centro
Cultural Nicanor Parra tendrá una celebración que incluye lectura de poemas,
fotografías y música a cargo de Mauricio Redolés, que interpretará sus
versiones de los poemas El poeta y la muerte, Catalina Parra y La
poesía terminó conmigo.
“Espero poder saludarlo y abrazarlo”, dice Redolés, pero está
difícil. Le avisaron de la fiesta, pero que llegue es otra cosa. Parra rehúye
de los actos públicos. Mandó a su nieto a España a recibir el Cervantes y el 9
de octubre lo enviará de nuevo: Tololo viajará con un autorretrato de su
abuelo, el que se colgará en el Instituto Cervantes junto a retratos -pinturas,
fotografías- de todos los otros ganadores. “El decidió hacer su propio retrato,
pero todavía no ha hecho nada. Va a estar listo a última hora”, dice Tololo.
Además de ese retrato, Parra coordina la curatoría que su hija
Colombina y el editor de sus obras completas, Ignacio Echevarría, realizan para
la exposición de su trabajo que montará en Guadalajara, en el marco de la Feria
del Libro de Guadalajara 2012, en noviembre. “Túnel de la risa”, le llamó una
vez Parra al ver el primer plan: varios pasillos por los que se avanza
siguiendo cronológicamente el desarrollo de su obra. Va a cambiar. Hasta último
minuto, Parra pedirá cambios.
Es un tira y afloja. Igual que con Hamlet. “Mi abuelo
quiere que lo traduzca yo. Me está enseñando, pero yo no lo voy a traducir.
No”, dice Tololo. “Yo quiero que en el proceso él se entusiasme y retome el
trabajo. Fue tan importante lo que hizo en Lear rey & mendigo”,
agrega, y cuenta un dato desalentador: el trabajo que hizo Parra con la obra en
Nueva York está perdido. Los escritos se traspapelaron en mudanzas y hoy no hay
rastros certeros de esa traducción. Según el nieto, su abuelo está volviendo a Hamlet.
“Si le ponen plata encima de la
mesa, estoy seguro que saca rápido esa traducción. Pero no sé si Nicanor tiene
ganas”, dice Fernández. Es lo de siempre: Parra no cumple expectativas. La
literatura no le importa demasiado. Se levanta tarde, toma un buen desayuno,
almuerza comida chilena, lee los diarios, le gustan los helados y el buen
chocolate, duerme siestas, se acuesta temprano. Va y viene por el litoral
central, hace casi un año que no se asoma por Santiago. Llena cuadernos
universitarios con anotaciones y chispazos, cinco o seis al año. Hay cajas y
cajas de inéditos, tantas que Tololo está seguro de que lo inédito de Nicanor
Parra es mucho más que lo publicado. “Debe ser el doble”, asegura.
Publicado en La Tercera (Chile),
3/09/2012
Imagen: Caricatura de Nicanor Parra
No comments:
Post a Comment