Roberto Burgos Cantor
Cuando los periódicos dieron la noticia sobre la concesión del premio Nobel de literatura al escritor chino Mo Yan, tuve un pensamiento equivocado. Todos destacaron, sin mayor explicación, la influencia del caballero Faulkner y del prodigioso García Márquez en la obra del cuenta cuentos del distrito Dongbei de Gaomi. Entonces concluí con apresurada irresponsabilidad que de ser así no era chino.
Después leí destacadas informaciones que se referían a protestas y exigencias dirigidas al escritor premiado porque no se manifestaba sobre temas que Occidente predica con la obsesiva hipocresía de quien tira piedras al techo del vecino sin ocuparse de revisar el propio. Esto jamás quiere decir que la conducta propia reprobable justifique las maldades del vecino.
Pero hay temas, como la escogencia de un escritor para el Nobel, cuyo misterio lo preserva el silencio de la Academia Sueca, sus argumentos escuetos, y por aciertos y por decisiones inexplicables, generan interpretaciones públicas de diversa laya. Sobre todo cuando de artistas se trata. El mundo está tan descreído de cantaletas políticas, económicas, morales, que cae en la tentación de convertir al escritor, músico, pintor, en vocero del murmullo desesperado de una sociedad inerme y hoy desesperanzada.
De mi desatino llegó a rescatarme un breve mensaje de Alejandro Burgos quien me remitía el discurso con el cual Mo Yan recibió el Nobel de literatura. Como no tuve pato con algas para la cena de navidad lo leí durante el silencio que sigue a los villancicos de la noche buena.
Tenía años que no disfrutaba con sentimientos diversos un texto pleno de vida, belleza y verdad como este discurso, quizá el preferiría que se denomine cuento, del narrador chino. Por lo general los escritores somos dados a mentir para soportar la realidad. Y en tal paradoja Mo Yan encuentra el sentido de un viejo maestro: “ (…) en las desgracias es donde habita la felicidad”.
No son muchos, desde don Quijote y sus palabras sobre las letras y las armas, los escritos que sorprenden por la afirmación entera de su génesis. Entre ellos el prólogo, mucho costó a Conrad que lo publicaran, de la novela El negro del Narciso.
Mo Yan se sitúa en el único lugar que tiene un escritor de ficciones: su condición de tal, sus cuentos y su ambición estética. Y desde el tiempo posible por el cual responde: el de sus libros publicados. Aquí despeja un interrogante que a muchos nos obsede. ¿Qué se puede agregar a lo ya escrito, a esa propuesta de orden en un terremoto incesante? Parece obvio que la respuesta está en continuar escribiendo. Esa conmovedora revelación del escritor cuando después de oír, repetir y recrear a los contadores de cuentos de Gaomi con su gracia verbal descubre lo que le pide su madre y está en su nombre: que no hable tanto, que el silencio se esconde en la palabra escrita. Pasar del saltimbanqui de la voz al duro esfuerzo de tallar la letra. La talla como perduración, perdurar como testimonio, testimoniar para no ser por siempre recién llegados a la sociedad que sigue inconclusa.
Con humor, sabiduría, intuición artística, agradecimiento, valentía Mo Yan ha escrito una de las mas bellas encíclicas literarias.
Publicado en El Universal (Cartagena de Indias), 29/12/2012
Foto: Mo Yan
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