Roberto Burgos Cantor
Cuando los periódicos dieron la noticia sobre la concesión del premio Nobel de literatura al escritor chino Mo Yan, tuve un pensamiento equivocado. Todos destacaron, sin mayor explicación, la influencia del caballero Faulkner y del prodigioso García Márquez en la obra del cuenta cuentos del distrito Dongbei de Gaomi. Entonces concluí con apresurada irresponsabilidad que de ser así no era chino.
Después leí destacadas informaciones que se referían a protestas y exigencias dirigidas al escritor premiado porque no se manifestaba sobre temas que Occidente predica con la obsesiva hipocresía de quien tira piedras al techo del vecino sin ocuparse de revisar el propio. Esto jamás quiere decir que la conducta propia reprobable justifique las maldades del vecino.
Pero hay temas, como la escogencia de un escritor para el Nobel, cuyo misterio lo preserva el silencio de la Academia Sueca, sus argumentos escuetos, y por aciertos y por decisiones inexplicables, generan interpretaciones públicas de diversa laya. Sobre todo cuando de artistas se trata. El mundo está tan descreído de cantaletas políticas, económicas, morales, que cae en la tentación de convertir al escritor, músico, pintor, en vocero del murmullo desesperado de una sociedad inerme y hoy desesperanzada.
De mi desatino llegó a rescatarme un breve mensaje de Alejandro Burgos quien me remitía el discurso con el cual Mo Yan recibió el Nobel de literatura. Como no tuve pato con algas para la cena de navidad lo leí durante el silencio que sigue a los villancicos de la noche buena.
Tenía años que no disfrutaba con sentimientos diversos un texto pleno de vida, belleza y verdad como este discurso, quizá el preferiría que se denomine cuento, del narrador chino. Por lo general los escritores somos dados a mentir para soportar la realidad. Y en tal paradoja Mo Yan encuentra el sentido de un viejo maestro: “ (…) en las desgracias es donde habita la felicidad”.
No son muchos, desde don Quijote y sus palabras sobre las letras y las armas, los escritos que sorprenden por la afirmación entera de su génesis. Entre ellos el prólogo, mucho costó a Conrad que lo publicaran, de la novela El negro del Narciso.
Mo Yan se sitúa en el único lugar que tiene un escritor de ficciones: su condición de tal, sus cuentos y su ambición estética. Y desde el tiempo posible por el cual responde: el de sus libros publicados. Aquí despeja un interrogante que a muchos nos obsede. ¿Qué se puede agregar a lo ya escrito, a esa propuesta de orden en un terremoto incesante? Parece obvio que la respuesta está en continuar escribiendo. Esa conmovedora revelación del escritor cuando después de oír, repetir y recrear a los contadores de cuentos de Gaomi con su gracia verbal descubre lo que le pide su madre y está en su nombre: que no hable tanto, que el silencio se esconde en la palabra escrita. Pasar del saltimbanqui de la voz al duro esfuerzo de tallar la letra. La talla como perduración, perdurar como testimonio, testimoniar para no ser por siempre recién llegados a la sociedad que sigue inconclusa.
Con humor, sabiduría, intuición artística, agradecimiento, valentía Mo Yan ha escrito una de las mas bellas encíclicas literarias.
Publicado en El Universal (Cartagena de Indias), 29/12/2012
Foto: Mo Yan
Sunday, December 30, 2012
Saturday, December 29, 2012
Clase
Charles Bukowski
No estoy muy seguro del lugar. Algún sitio al Noroeste de California.
Hemingway acababa de terminar una novela, había llegado de Europa o de no sé donde, y ahora estaba en el ring pegándose con un tío. Había periodistas, críticos, escritores -bueno, toda esa tribu- y también algunas jóvenes damas sentadas entre las filas de butacas. Me senté en la última fila. La mayor parte de la gente no estaba mirando a Hem. Sólo hablaban entre sí y se reían.
El sol estaba alto. Era a primera hora de la tarde. Yo observaba a Ernie. Tenía atrapado a su hombre, y estaba jugando con él. Se le cruzaba, bailaba, le daba vueltas, lo mareaba. Entonces lo tumbó. La gente miró. Su oponente logró levantarse al contar ocho. Hem se le acercó, se paró delante de él, escupió su protector bucal, soltó una carcajada, y volteó a su oponente de un puñetazo. Era como un asesinato. Ernie se fue hacia su rincón, se sentó.
Inclinó la cabeza hacia atrás y alguien vertió agua sobre su boca.
Yo me levanté de mi asiento y bajé caminando despacio por el pasillo central.
Llegué al ring, extendí la mano y le di unos golpecitos a Hemingway en el hombro.
-¿Señor Hemingway?
-¿Sí, qué pasa?
-Me gustaría cruzar los guantes con usted.
-¿Tienes alguna experiencia en boxeo?
-No.
-Vete y vuelve cuando hayas aprendido algo.
-Mire, estoy aquí para romperle el culo.
Ernie se rió estrepitosamente. Le dijo al tío que estaba en el rincón.
-Ponle al chico unos calzones y unos guantes.
El tío saltó fuera del ring y yo le seguí hasta los vestuarios.
-¿Estás loco, chico? -me preguntó.
-No sé. Creo que no.
-Toma. Pruébate estos calzones.
-Bueno.
-Oh, oh… Son demasiado grandes
-A la mierda. Están bien.
-Bueno, deja que te vende las manos.
-Nada de vendas.
-¿Nada de vendas?
-Nada de vendas.
-¿Y qué tal un protector para la boca?
-Nada de protectores.
-¿Y vas a pelear en zapatos?
-Voy a pelear en zapatos.
Encendí un puro y salimos afuera. Bajé tranquilamente hacia el ring fumando mi puro. Hemingway volvió a subir al ring y ellos le colocaron los guantes. No había nadie en mi rincón. Finalmente alguien vino y me puso unos guantes.
Nos llamaron al centro del ring para darnos las instrucciones.
-Ahora, cuando caigas a la lona -me dijo el árbitro- yo…
-No me voy a caer -le dije al árbitro.
Siguieron otras instrucciones.
-Muy bien, volved a vuestros rincones; y cuando suene la campana,
salid a pelear. Que gane el mejor. Y se -dirigió hacia mí- será mejor que te quites ese puro de la boca.
Cuando sonó la campana salí al centro del ring con el puro todavía en la boca. Me chupé toda una bocanada de humo, y se la eché en la cara a Hemingway. La gente rió.
Hem se vino hacia mí, me lanzó dos ganchos cortos, y falló ambos golpes. Mis pies eran rápidos. Bailaba en un continuo vaivén, me movía, entraba, salía, a pequeños saltos, tap tap tap tap tap, cinco veloces golpes de izquierda en
la nariz de Papá.. Divisé a una chica en la fila frontal de butacas, una cosa muy bonita, me quedé mirándola y entonces Hem me lanzó un directo de derecha que me aplastó el cigarro en la boca. Sentí cómo me quemaba los labios y la
mejilla, me sacudí la ceniza, escupí los restos del puro y le pegué un gancho en el estómago a Ernie. El respondió con un derechazo corto, y me pegó con la izquierda en la oreja. Esquivó mi derecha y con una fuerte volea me lanzó
contra las cuerdas. Justo al tiempo de sonar la campana me tumbó son un sólido derechazo a la barbilla. Me levanté y me fui hasta mi rincón.
Un tío vino con una toalla.
-El señor Hemingway quiere saber si todavía deseas seguir otro asalto.
-Dile al señor Hemingway que tuvo suerte. El humo se me metió en los ojos. Un asalto más es todo lo que necesito para finalizar el asunto.
El tío con la toalla volvió al otro extremo y pude ver a Hemingway riéndose.
Sonó la campana y salí derecho. Empecé a atacar, no muy fuerte, pero con
buenas combinaciones. Ernie retrocedía, fallando sus golpes. Por primera vez pude ver la duda en sus ojos.
¿Quién es este chico?, estaría pensando. Mis golpes eran más rápidos, le pegué más duro. Atacaba con todo mi aliento. Cabeza y cuerpo. Una variedad mixta. Boxeaba como Sugar Ray y pegaba como Dempsey. Llevé a Hemingway contra las cuerdas. No podía caerse. Cada vez que empezaba a caerse, yo lo enderezaba con un nuevo golpe. Era un asesinato. Muerte en la tarde. Me eché hacia atrás y el señor Hemingway cayó hacia adelante, sin sentido y
ya frío.
Desaté mis guantes con los dientes, me los saqué, y salté fuera del ring. Caminé hacia mi vestuario; es decir, el vestuario del señor Hemingway, y me di una ducha. Bebí una botella de cerveza, encendí un puro y me senté en el
borde de la mesa de masajes. Entraron a Ernie y lo tendieron en otra mesa.
Seguía sin sentido. Yo estaba allí, sentado, desnudo, observando cómo se preocupaban por Ernie. Había algunas mujeres en la habitación, pero no les presté la menor atención. Entonces se me acercó un tío.
-¿Quién eres? – me preguntó-. ¿Cómo te llamas?
-Henry Chinaski.
-Nunca he oído hablar de ti -dijo.
-Ya oirás.
Toda la gente se acercó. A Ernie lo abandonaron. Pobre Ernie. Todo el mundo
se puso a mi alrededor. También las mujeres. Estaba rodeado de ladrillos por todas partes menos por una. Sí, una verdadera hoguera de clase me estaba mirando de arriba a abajo. Parecía una dama de la alta sociedad, rica,
educada, de todo -bonito cuerpo, bonita cara, bonitas ropas, todas esas cosas-. Y clase, verdaderos rayos de clase.
-¿Qué sueles hacer? -preguntó alguien.
-Follar y beber.
-No, no- Quiero decir en qué trabajas.
-Soy friegaplatos.
-¿Friegaplatos?
-Sí.
-¿Tienes alguna afición?
-Bueno, no sé si puede llamarse una afición. Escribo.
-¿Escribes?
-Sí.
-¿El qué?
-Relatos cortos. Son bastante buenos.
-¿Has publicado algo?
-No.
-¿Por qué?
-No lo he intentado.
-¿Dónde están tus historias?
-Allá arriba -señalé una vieja maleta de cartón.
-Escucha, soy un crítico del New York Times. ¿Te importa si me llevo tus relatos a casa y los leo? Te los devolveré.
-Por mi de acuerdo, culo sucio, sólo que no sé dónde voy a estar.
La estrella de clase y alta sociedad se acercó:
-El estará conmigo. -Luego me dijo-. Vamos, Henry, vístete. Es un
viaje largo y tenemos cosas que… hablar.
Empecé a vestirme y entonces Ernie recobró el sentido.
-¿Qué coño pasó?
-Se encontró con un buen tipo, señor Hemingway -le dijo alguien.
Acabé de vestirme y me acerqué a su mesa.
-Eres un buen tipo, Papá. Pero nadie puede vencer a todo el mundo.
-Estreché su mano-. No te vueles los sesos.
Me fui con mi estrella de alta sociedad y subimos a un coche amarillo
descapotado, de media manzana de largo. Condujo con el acelerador pisado a
fondo, tomando las curvas derrapando y chirriando, con el rostro bello e impasible. Eso era clase. Si amaba de igual modo que conducía, iba a ser un infierno de noche.
El sitio estaba en lo alto de las colinas, apartado. Un mayordomo abrió la puerta.
-George -le dijo-. Tómate la noche libre. O, mejor pensado, tómate la semana libre.
Entramos y había un tío enorme sentado en una silla, con un vaso de alcohol en la mano.
-Tommy -dijo ella- desaparece.
Fuimos introduciéndonos por los distintos sectores de la casa.
-¿Quién era ese grandulón?
-Thomas Wolfe -dijo ella-. Un coñazo.
Hizo una parada en la cocina para coger una botella de bourbon y dos vasos.
Entonces dijo:
-Vamos.
La seguí hasta el dormitorio.
A la mañana siguiente nos despertó el teléfono. Era para mí. Ella me alcanzó el auricular y yo me incorporé en la cama.
-¿Señor Chinaski?
-¿Sí?
-Leí sus historias. Estaba tan exitado que no he podido dormir en toda la noche. ¡Es usted seguramente el mayor genio de la década!
-¿Sólo de la década?
-Bueno, tal vez del siglo.
-Eso está mejor.
-Los editores de Harperïs y Atlantic están ahora aquí conmigo. Puede que no se lo crea, pero cada uno ha aceptado cinco historias para su futura publicación.
-Me lo creo -dije.
El crítico colgó. Me tumbé. La estrella y yo hicimos otra vez el amor.
Hemingway acababa de terminar una novela, había llegado de Europa o de no sé donde, y ahora estaba en el ring pegándose con un tío. Había periodistas, críticos, escritores -bueno, toda esa tribu- y también algunas jóvenes damas sentadas entre las filas de butacas. Me senté en la última fila. La mayor parte de la gente no estaba mirando a Hem. Sólo hablaban entre sí y se reían.
El sol estaba alto. Era a primera hora de la tarde. Yo observaba a Ernie. Tenía atrapado a su hombre, y estaba jugando con él. Se le cruzaba, bailaba, le daba vueltas, lo mareaba. Entonces lo tumbó. La gente miró. Su oponente logró levantarse al contar ocho. Hem se le acercó, se paró delante de él, escupió su protector bucal, soltó una carcajada, y volteó a su oponente de un puñetazo. Era como un asesinato. Ernie se fue hacia su rincón, se sentó.
Inclinó la cabeza hacia atrás y alguien vertió agua sobre su boca.
Yo me levanté de mi asiento y bajé caminando despacio por el pasillo central.
Llegué al ring, extendí la mano y le di unos golpecitos a Hemingway en el hombro.
-¿Señor Hemingway?
-¿Sí, qué pasa?
-Me gustaría cruzar los guantes con usted.
-¿Tienes alguna experiencia en boxeo?
-No.
-Vete y vuelve cuando hayas aprendido algo.
-Mire, estoy aquí para romperle el culo.
Ernie se rió estrepitosamente. Le dijo al tío que estaba en el rincón.
-Ponle al chico unos calzones y unos guantes.
El tío saltó fuera del ring y yo le seguí hasta los vestuarios.
-¿Estás loco, chico? -me preguntó.
-No sé. Creo que no.
-Toma. Pruébate estos calzones.
-Bueno.
-Oh, oh… Son demasiado grandes
-A la mierda. Están bien.
-Bueno, deja que te vende las manos.
-Nada de vendas.
-¿Nada de vendas?
-Nada de vendas.
-¿Y qué tal un protector para la boca?
-Nada de protectores.
-¿Y vas a pelear en zapatos?
-Voy a pelear en zapatos.
Encendí un puro y salimos afuera. Bajé tranquilamente hacia el ring fumando mi puro. Hemingway volvió a subir al ring y ellos le colocaron los guantes. No había nadie en mi rincón. Finalmente alguien vino y me puso unos guantes.
Nos llamaron al centro del ring para darnos las instrucciones.
-Ahora, cuando caigas a la lona -me dijo el árbitro- yo…
-No me voy a caer -le dije al árbitro.
Siguieron otras instrucciones.
-Muy bien, volved a vuestros rincones; y cuando suene la campana,
salid a pelear. Que gane el mejor. Y se -dirigió hacia mí- será mejor que te quites ese puro de la boca.
Cuando sonó la campana salí al centro del ring con el puro todavía en la boca. Me chupé toda una bocanada de humo, y se la eché en la cara a Hemingway. La gente rió.
Hem se vino hacia mí, me lanzó dos ganchos cortos, y falló ambos golpes. Mis pies eran rápidos. Bailaba en un continuo vaivén, me movía, entraba, salía, a pequeños saltos, tap tap tap tap tap, cinco veloces golpes de izquierda en
la nariz de Papá.. Divisé a una chica en la fila frontal de butacas, una cosa muy bonita, me quedé mirándola y entonces Hem me lanzó un directo de derecha que me aplastó el cigarro en la boca. Sentí cómo me quemaba los labios y la
mejilla, me sacudí la ceniza, escupí los restos del puro y le pegué un gancho en el estómago a Ernie. El respondió con un derechazo corto, y me pegó con la izquierda en la oreja. Esquivó mi derecha y con una fuerte volea me lanzó
contra las cuerdas. Justo al tiempo de sonar la campana me tumbó son un sólido derechazo a la barbilla. Me levanté y me fui hasta mi rincón.
Un tío vino con una toalla.
-El señor Hemingway quiere saber si todavía deseas seguir otro asalto.
-Dile al señor Hemingway que tuvo suerte. El humo se me metió en los ojos. Un asalto más es todo lo que necesito para finalizar el asunto.
El tío con la toalla volvió al otro extremo y pude ver a Hemingway riéndose.
Sonó la campana y salí derecho. Empecé a atacar, no muy fuerte, pero con
buenas combinaciones. Ernie retrocedía, fallando sus golpes. Por primera vez pude ver la duda en sus ojos.
¿Quién es este chico?, estaría pensando. Mis golpes eran más rápidos, le pegué más duro. Atacaba con todo mi aliento. Cabeza y cuerpo. Una variedad mixta. Boxeaba como Sugar Ray y pegaba como Dempsey. Llevé a Hemingway contra las cuerdas. No podía caerse. Cada vez que empezaba a caerse, yo lo enderezaba con un nuevo golpe. Era un asesinato. Muerte en la tarde. Me eché hacia atrás y el señor Hemingway cayó hacia adelante, sin sentido y
ya frío.
Desaté mis guantes con los dientes, me los saqué, y salté fuera del ring. Caminé hacia mi vestuario; es decir, el vestuario del señor Hemingway, y me di una ducha. Bebí una botella de cerveza, encendí un puro y me senté en el
borde de la mesa de masajes. Entraron a Ernie y lo tendieron en otra mesa.
Seguía sin sentido. Yo estaba allí, sentado, desnudo, observando cómo se preocupaban por Ernie. Había algunas mujeres en la habitación, pero no les presté la menor atención. Entonces se me acercó un tío.
-¿Quién eres? – me preguntó-. ¿Cómo te llamas?
-Henry Chinaski.
-Nunca he oído hablar de ti -dijo.
-Ya oirás.
Toda la gente se acercó. A Ernie lo abandonaron. Pobre Ernie. Todo el mundo
se puso a mi alrededor. También las mujeres. Estaba rodeado de ladrillos por todas partes menos por una. Sí, una verdadera hoguera de clase me estaba mirando de arriba a abajo. Parecía una dama de la alta sociedad, rica,
educada, de todo -bonito cuerpo, bonita cara, bonitas ropas, todas esas cosas-. Y clase, verdaderos rayos de clase.
-¿Qué sueles hacer? -preguntó alguien.
-Follar y beber.
-No, no- Quiero decir en qué trabajas.
-Soy friegaplatos.
-¿Friegaplatos?
-Sí.
-¿Tienes alguna afición?
-Bueno, no sé si puede llamarse una afición. Escribo.
-¿Escribes?
-Sí.
-¿El qué?
-Relatos cortos. Son bastante buenos.
-¿Has publicado algo?
-No.
-¿Por qué?
-No lo he intentado.
-¿Dónde están tus historias?
-Allá arriba -señalé una vieja maleta de cartón.
-Escucha, soy un crítico del New York Times. ¿Te importa si me llevo tus relatos a casa y los leo? Te los devolveré.
-Por mi de acuerdo, culo sucio, sólo que no sé dónde voy a estar.
La estrella de clase y alta sociedad se acercó:
-El estará conmigo. -Luego me dijo-. Vamos, Henry, vístete. Es un
viaje largo y tenemos cosas que… hablar.
Empecé a vestirme y entonces Ernie recobró el sentido.
-¿Qué coño pasó?
-Se encontró con un buen tipo, señor Hemingway -le dijo alguien.
Acabé de vestirme y me acerqué a su mesa.
-Eres un buen tipo, Papá. Pero nadie puede vencer a todo el mundo.
-Estreché su mano-. No te vueles los sesos.
Me fui con mi estrella de alta sociedad y subimos a un coche amarillo
descapotado, de media manzana de largo. Condujo con el acelerador pisado a
fondo, tomando las curvas derrapando y chirriando, con el rostro bello e impasible. Eso era clase. Si amaba de igual modo que conducía, iba a ser un infierno de noche.
El sitio estaba en lo alto de las colinas, apartado. Un mayordomo abrió la puerta.
-George -le dijo-. Tómate la noche libre. O, mejor pensado, tómate la semana libre.
Entramos y había un tío enorme sentado en una silla, con un vaso de alcohol en la mano.
-Tommy -dijo ella- desaparece.
Fuimos introduciéndonos por los distintos sectores de la casa.
-¿Quién era ese grandulón?
-Thomas Wolfe -dijo ella-. Un coñazo.
Hizo una parada en la cocina para coger una botella de bourbon y dos vasos.
Entonces dijo:
-Vamos.
La seguí hasta el dormitorio.
A la mañana siguiente nos despertó el teléfono. Era para mí. Ella me alcanzó el auricular y yo me incorporé en la cama.
-¿Señor Chinaski?
-¿Sí?
-Leí sus historias. Estaba tan exitado que no he podido dormir en toda la noche. ¡Es usted seguramente el mayor genio de la década!
-¿Sólo de la década?
-Bueno, tal vez del siglo.
-Eso está mejor.
-Los editores de Harperïs y Atlantic están ahora aquí conmigo. Puede que no se lo crea, pero cada uno ha aceptado cinco historias para su futura publicación.
-Me lo creo -dije.
El crítico colgó. Me tumbé. La estrella y yo hicimos otra vez el amor.
Thursday, December 27, 2012
Diosdado Cabello y los “Chulos” de la Revolución
Heinz Dieterich
El ex teniente quiere ocultar los preceptos políticos y constitucionales del traspaso de poder, que el mismo Hugo Chávez formuló con absoluta claridad en el discurso televisivo del 9 de diciembre
De analítica.com, 25/12/20121. Los chulosEl sábado 22 de diciembre tuve el dudoso honor de ser objeto de un comentario del presidente de la Asamblea Nacional venezolana, Diosdado Cabello. Cayendo una vez más víctima de su gravitación natural hacia la vulgaridad, torpeza y manipulación, afirmó que soy uno “de esos chulos que cuando ven un movimiento revolucionario se acercan”, y que no sabe “cuánto (me) estarán pagando”. Siendo importante saber quiénes son los elementos parasitarios (chulos) en un proceso revolucionario, propongo a Cabello un método sencillo para detectarlos: contratemos una agencia internacional de contabilidad que audite los ingresos y el patrimonio de los dos, desde el año de 1999, y publicaremos los resultados. Todo el pueblo venezolano podrá juzgar, entonces, quién de los dos es un chulo de la Revolución Bolivariana.2. Cabello intenta golpe de Estado institucional contra el PresidenteEl lenguaje soez de Cabello y sus sermones sobre la conspiración internacional contra la unidad del Bolivarianismo, no son más que una cortina de humo. El exteniente quiere ocultar su insubordinación contra el Presidente en funciones y los preceptos políticos y constitucionales del traspaso de poder, que el mismo Hugo Chávez formuló con absoluta claridad en el discurso televisivo del 9 de diciembre.Este testamento vivo de transición, formulado con pleno conocimiento de su situación de salud y de la realidad política venezolana, contiene cinco preceptos claves: 1. Constata que es prácticamente imposible la asunción a la nueva presidencia de Hugo Chávez. 2. Define sin ambiguidades que Nicolás Maduro es el sucesor designado por el Presidente (“uno de los lideres jóvenes de mayor capacidad para continuar (…) con su mano firme, con su mirada, con su corazón de hombre del pueblo”). 3. Estipula que debe convocarse a nuevas elecciones según los preceptos de la Constitución. 4. Ordena a todos los chavistas a cerrar filas con Maduro y seguir el camino trazado por el Presidente. 5. Excluye de manera consciente y deliberada a Cabello —quién estaba en la mesa televisiva— como próximo presidente y conductor del proyecto bolivariano.Este es el trasfondo del golpe de Estado institucional contra el Presidente Chávez, que Cabello pretendió ejecutar mediante su propuesta de modificación de la fecha del 10 de enero. Al ver descubierta su maniobra subversiva perdió las estribas y recurrió a los mecanismos del bajo mundo de los servicios de inteligencia que le son familiares: difamar, calumniar, mentir.3. La Democracia Nostra del exteniente Cabello
La actuación golpista de Cabello en el proceso de traspaso de poder revela nuevamente su vocación antidemocrática y manipulador que no sólo ha practicado desde 1999, sino que formuló en el Diario de Caracas en marzo del año pasado explícitamente. “Elecciones internas” son “un método burgués” que deben ser superadas en el PSUV por “la cooptación, que consiste en que, dado un cargo con un perfil determinado, se postulan varios nombres, y un grupo, un comité, toma la decisión…Ojalá, si la Revolución madura, ese debe ser el método.” Mussolini y Franco han de estar en algún rincón riéndose del método “post-burgués” del revolucionario Cabello.Cabello parece pensar que este momento de “madurez” ha llegado y que le toca a su grupo, “tomar la decisión” sobre la transición a la fase post-Chávez. No entendió que Chávez lo tenía plenamente identificado y que, por eso, escogió el formato de mensaje televisivo a la nación, para tenerla como testigo entero de su última voluntad política: no entregar a los chulos de la Revolución Bolivariana su proyecto de vida. Enhorabuena, Comandante.
Foto: Diosdado Cabello
¿Se puede sentir un país desde el extremo, desde el desierto, desde el otro? Memorial de la Puna, el libro final de Héctor Tizón
Pablo Cingolani
Lo decía él mismo, al principio y al final de su obra: que sería la última, que no escribiría más, y así fue: con su fallecimiento este año, Memorial de la Puna, se convirtió en el testamento literario y existencial de Héctor Tizón.
Son sólo 99 páginas pero es un libro enorme y fundamental y lo escrito alcanza tal vuelo poético, tal intensidad expresiva, se eleva tan por encima de la mediocridad que nos circunda y amenaza enterrarnos, que uno no puede sino conmoverse en extremo, uniendo vida y obra en un solo rayo de justicia, y diciendo lo que, en estos casos, es lo único que podemos y debemos decir: gracias.
Gracias por este legado, Tizón. Gracias porque tus últimas palabras son tan urgentes y tan necesarias que no sólo nos hacen acordar a las primeras que escribiste, sino que nos cuestionan, nos provocan y reclaman una reflexión tan profunda, nos penetran en el alma de forma tan potente, que será imposible que las olvidemos, a pesar de que como vos mismo decís en el Memorial… hay algo más fuerte e irremediable que la muerte y que es el olvido mismo. Hemos perdido muchas cosas en el camino, pero la memoria, no. Al menos, nosotros, no. Así que gracias, una vez más.
Gracias por esto: “Tal vez –anotó Tizón en uno de los cuadernos que componen el libro- no sería ocioso ni extraño mirar este país desde un lugar desde el cual nunca se lo ha visto”, y es obvio: habla de la puna, ese territorio que Tizón reinventó desde sus libros y que aún con Tizón y sus escritos, sigue siendo eso: el lugar desde el cual no se mira a un país, Argentina en este caso.
¿Y cómo es ese lugar, según el autor? Es la periferia, dice, es el desierto, aclara. Del desierto, escribió sentencioso: “La visión del desierto, con su soledad y silencio, nos empeña en develar el significado pendiente de todas las cosas. Sin la experiencia del desierto, no tendremos conciencia de la transparencia, del rigor ni de lo maravilloso”. Tremendas verdades que has arrojado al aire y a la historia, Tizón, y que deberían servir para un debate nacional, subregional, continental: ¿Cuándo miramos a nuestros países desde dónde los vemos? Para empezar: ¿lo vemos desde algún lugar que está dentro o que está fuera del mismo país?
Para Tizón, está claro y sería deseable que nos animáramos a verlo desde la puna, desde (en el caso argentino) su extremo noroeste, su extremo geográfico, pero no es sólo eso lo que cuenta (la frontera, la condición espacial) sino los atributos de ese lugar, sus cualidades específicas, su ser desierto, en primer lugar. Entonces nos metemos en honduras, porqué: ¿a quién se le ocurre ver/ pensar un país desde el desierto? ¿A quién se le ocurre ver/ pensar un país desde un lugar donde por definición no hay nada?
Surgen más interrogantes, son inevitables: ¿No hay nada o es que nosotros no vemos nada? ¿No hay nada o es que nosotros no queremos ver nada? Tizón lanza un piedrazo al medio de la conciencia nacional, al medio de la conciencia sudamericana, al medio de la sensibilidad de cualquiera que se anime a recibirlo, y dice: “aquí se puede vivir sólo contemplando las montañas…”.
Tizón, que empezó denunciando al mundo que en la puna argentina, que en la puna de Jujuy, hubo un genocidio contra los collas, que la batalla de Quera no era una leyenda ni menos un cuento de borrachos, que la batalla de Quera existió, como existieron luego las persecuciones sañudas contra los sobrevivientes del combate para aniquilarlos con prolijidad uno a uno para que ya no haya más rebeldía ni resistencia en la puna, Tizón que lanzó al mundo su clamor y su fuego por Casabindo, el mismo Tizón, pero el crepuscular, puesto en la piel de un puneño o de un exiliado en la puna, filosofa y asegura que allí se puede vivir sólo contemplando las montañas, aquí el interrogante es: ¿se puede vivir sólo mirando las montañas?
Ya algunos dirán: ¡qué pelotudez mirar las montañas! ¡Si las montañas son todas iguales! (juro que esto último lo escuché tal cual) Entonces, seguimos preguntándonos: ¿podremos mirar un país no sólo desde un lugar desde el cual nunca se lo ha visto sino desde un lugar donde a la vez se puede vivir sólo contemplando las montañas?
El libro aporta una clave mayor, y Tizón la escribe así de bonito: racionalizar es desangelizar.
En Otoño en las lagunas cuando llovizna, Tizón lo explica, lo empieza a explicar así: “cuando uno se acostumbra a verla así, se da cuenta al mismo tiempo que la naturaleza es Dios y me siento así yo mismo una parte de Dios”. Luego Tizón proclama: “no regresaré jamás a vivir en la ciudad”, y la remata tal cual: “ahora sé también que no basta con escribir, hace falta un destino”. Vivir es destino, por eso morir es fácil anotó páginas atrás. Lo difícil es vivir porque vivir es tener un destino, una fe, escribe en Frontera abajo, tal vez el más bello de todos los cuadernos que reunió Memorial de la Puna.
Si has llegado hasta aquí, lo primero que se me ocurre preguntar es: ¿has advertido que, por lo general, no se escriben, ni se leen libros que traten cuestiones así? ¿Así, cómo? –me puedes apretar un poco. Así, como las cosas que fue anotando Tizón. Que la naturaleza es sagrada. Que las ciudades son peligrosas, que pueden convertirse en tumbas inmensas. Que para vivir hay que tener motivos, causas. Que se puede vivir mirando a las montañas. Que ese es un gran motivo, porque cuando miras una montaña no estás viendo solamente una montaña, estás viendo la gracia, la divinidad, el destino, lo más simple pero a la vez lo más rotundo, lo más elemental pero a la vez lo más profundo. Así, esas cosas.
Y si, me dirás, muy lindo, todo muy lindo, pero, hermano… ¡hay que comer! ¡Hay que mandar a los chicos a la escuela! ¡Hay que comprarles juguetes para que no jodan! ¡Un celular a cada uno para que no los secuestren! ¡Una tableta a cada uno para que no se aburran! Y vos me decís que este tipo dice que se puede vivir sólo contemplando las montañas… ¿está loco? No sé, esta última pregunta, tan íntima, debería respondérsela cada uno.
Ironías aparte, a mí me sigue interesando la cuestión general, a saber: ¿cuándo miramos a nuestros países desde dónde los vemos? ¿Lo vemos desde algún lugar que está dentro o que está fuera del mismo país? ¿Lo vemos desde el crucero a Miami y a las Bahamas, aproveche por sólo 1000 dólares, todas las comidas incluidas? ¿Lo vemos desde ese imperio de la tecnología que cada vez nos va metiendo más aparatitos por donde puede y que si seguimos descuidándonos nos los va a meter por donde ya saben? ¿Lo vemos desde el lugar del consumo, desde la góndola del supermercado, desde el envenenamiento transgénico, desde la cola de la salchichería? ¿Lo vemos desde el lugar de los zombis? ¿Lo vemos desde los medios masivos de comunicación que han desterritorializado, con prolijidad, uno a uno –como los aniquilados tras la batalla de Quera- a todos los países? ¿O lo vemos desde esa geografía ritualizada, desde donde es posible vivir contemplando montañas, porque es otro de los rostros de Dios, Viracocha o cómo quieran llamarlo? ¿Desde donde lo vemos, eh? ¿Desde el lugar del fracaso del progreso babélico, el plástico y el pasatismo, las tres putas pes que son la misma porquería, o lo vemos desde el lugar de la pasión y de la mística?
Tizón nos está proponiendo algo radical, algo que tiene que ver con la vida, con la vida plena, no con morir (que es fácil, ya lo dijimos), no con la muerte, menos con la muerte en vida (para eso, prenden el televisor y listo) y es animarnos a pensar desde donde nunca pensamos, es animarnos a sentir desde donde nunca sentimos, es animarnos, en suma, a creer desde donde nunca creímos. ¿Se podrá mirar, ver, pensar, sentir, creer (en) un país desde ese lugar? ¿Se podrá mirar, ver, pensar, sentir, creer (en) un país desde el extremo, desde el desierto, desde el otro? ¿Se podrá mirar, ver, pensar, sentir, creer (en) un país desde el que se puede vivir sólo contemplando montañas? El que no padece, no sabe. De aguijones se amasa la vida. Tizón volvió a abrir las heridas de ese país no cicatrizado, el mismo país que vio Kusch por las mismas huellas: la Argentina Andina, la Argentina Destino, si es que nos merecemos alguno.
Río Abajo, 27 de diciembre de 2012
Foto: Purmamarca
Sunday, December 23, 2012
Cochabamba vista por viajeros y autores...
Por H. C. F. Mansilla
El compilador de este volumen, Mariano Baptista Gumucio, proviene de una ilustre familia cochabambina, dedicada desde hace generaciones a la política, al servicio público y a las labores literarias. Su bisabuelo fue Presidente de la República en la última década del siglo XIX. Este político conservador fue considerado en su tiempo como el mejor orador que tuvo el país. Nuestro autor ingresó muy joven a la vida política nacional: antes de cumplir 20 años ya era secretario privado del presidente Víctor Paz Estenssoro, en la época de las grandes reformas sociales. Se puede decir que entró a la política desde arriba, con una visión privilegiada sobre este complejo campo.
También fue Ministro de Educación bajo tres regímenes muy diferentes entre sí. Pero pronto se desilusionó de la política. Como persona inteligente empezó tempranamente a cultivar un talante crítico-reflexivo que ha mantenido hasta la actualidad. El impulso básico que lo anima desde entonces es un elemento ético que lo induce a meditar sobre el efecto que produce la política en el grueso de la población y en el destino concreto de los seres humanos.
Esta constelación lo llevó paulatinamente a las dos grandes preocupaciones de su vida: la historia y el vasto campo de la cultura. Baptista ha publicado numerosos libros sobre la historia política e intelectual de Bolivia, pero su enfoque general ha mantenido siempre una perspectiva atenta al contexto internacional y al desarrollo de la cultura a nivel mundial.
Esta visión lo ha preservado eficazmente de caer en las tendencias nacionalistas, teluristas y francamente provincianas, que han sido y son tan frecuentes entre los intelectuales bolivianos. Algunos de sus libros han sido pioneros al analizar problemas y carencias que sólo mucho más tarde se han convertido en temas discutidos por la opinión pública. Algunos títulos entretanto clásicos, como “Salvemos a Bolivia de la escuela”, “El país erial, El país tranca”, nos muestran el temprano interés de Baptista por cuestiones pedagógicas, ecológicas y burocráticas, cuestiones que hoy han ganado en intensidad y también en irracionalidad.
Por otra parte, Mariano ha tratado de recobrar la herencia teórica y moral de algunos personajes importantes de la creación intelectual del país, como Franz Tamayo, Alcides Arguedas y Carlos Medinaceli, reuniendo testimonios y observaciones de muy diverso origen, que son casi imposibles de encontrar en otras fuentes. Particularmente valioso ha resultado el volumen consagrado a Medinaceli, que contiene entrevistas, recuerdos y análisis que sólo se hallan en este libro.
Esta inclinación a recuperar y revalorizar un importante legado cultural es la que subyace al libro “Cochabamba vista por viajeros y autores nacionales”, que se inscribe en una serie de volúmenes dedicados a las nueve capitales departamentales. Estas obras nos muestran perspectivas poco usuales, a veces sorprendentes, de la vida urbana, de los paisajes y del ámbito familiar relacionadas con la enorme variedad geográfica, cultural y social del país. Esta serie creada y llevada a cabo por Mariano Baptista tiene la función de hacernos conocer testimonios de notable significación acerca de la evolución histórica y natural de las diferentes regiones. Por esta razón, los volúmenes están profusamente ilustrados. Las pinturas, las fotografías y los dibujos tienen a menudo un considerable valor estético e histórico. El volumen sobre Cochabamba está embellecido por numerosas fotografías de Rodolfo Torrico Zamudio, gran observador del paisaje y del habitante de estas comarcas.
El propio Mariano Baptista ha explicado su proyecto como el intento de “recuperar la memoria histórica” y, al mismo tiempo, “preservar la unidad del país”. Nuestro autor afirma que estamos en “tiempos de incertidumbre y hasta pesadumbre”. Esta serie de volúmenes debe contribuir, por lo tanto, a cimentar la unidad y la fraternidad entre las regiones del país mediante el conocimiento mutuo de sus tesoros culturales. Personalmente no creo que estemos en un periodo signado exclusivamente por esas cualidades dramáticas; la historia de la nación siempre ha estado marcada por la inseguridad ubicua, la imprevisibilidad de las acciones gubernamentales y el carácter caprichoso de sus habitantes. Actualmente, nos encontramos en uno de los ciclos recurrentes de esta evolución, donde experimentamos un manifiesto desinterés por el Estado de derecho y una exacerbación curiosa y pintoresca de la mencionada tendencia, pero no algo totalmente nuevo o desacostumbrado. De todas maneras, Baptista hace bien en recordarnos la estudiada negligencia con la que el Gobierno central trata los asuntos culturales. El mal estado de las bibliotecas públicas y los repositorios documentales constituye uno de los elementos de esa corriente.
En el libro se encuentra un texto de Alcides Arguedas, Psicología regional de Cochabamba, tomado de su conocido tratado Pueblo enfermo. Arguedas atribuye una considerable fantasía, un "desborde imaginativo, fecundo en ilusiones", a los habitantes de aquella ciudad. Le sigue inmediatamente un breve y brillante artículo de Miguel de Unamuno, titulado La imaginación en Cochabamba (1910), en el que este pensador impugna esta extendida opinión en torno a la presunta imaginación propia de los cochabambinos. Incluyendo en su refutación a los bolivianos, a los hispanoamericanos en general y a los españoles, Unamuno asevera que hay que diferenciar entre la retórica ampulosa y la reiteración de certidumbres tranquilizantes -firmemente arraigadas-, por un lado, y la genuina imaginación creativa, por otro. Unamuno va más allá y afirma que Cochabamba y los pueblos del Nuevo Mundo y de la España premoderna no exhiben habitualmente una fantasía inteligente, sino un apego rutinario a unos cuantos principios invariables que brindan seguridad. Son dogmáticos, sentencia Unamuno, a causa de la pobreza imaginativa, y no por tener una auténtica fantasía soñadora. Y esta inclinación, nos dice este autor, está estrechamente vinculada a la picardía cotidiana, a la malicia sistemática, que, disimulada por la oratoria frondosa y celebratoria, refuerza los prejuicios de vieja data y sosiega al espíritu convencional. La retórica frondosa no debe ser confundida con el anhelo de saber algo sobre el ancho mundo, algo que traspasa los estrechos límites del contexto propio, del terruño amado, de las costumbres cotidianas y por ello estimadas en grado muy elevado. El derecho a la información --es decir: el derecho a saber lo que todavía no se sabe-- tiene sentido si una sociedad atribuye un valor positivo al examen de lo extraño y desconocido. Ese anhelo, la base de la investigación científica, que Unamuno echa de menos en América Latina y España, es la actitud que nos permite comprender las carencias de lo que apreciamos entrañablemente.
En este volumen nos encontramos también con un texto de Gabriel René Moreno sobre la situación del clero de Cochabamba en el siglo XIX, famoso, según este autor, por su relajación moral y su crasa ignorancia. Estos acápites críticos son necesarios para que el libro en su totalidad no se limite a ser elogio o alabanza de una región. En el libro hay varios artículos sobre los políticos y los presidentes cochabambinos, quienes, en general, no han sido un título de gloria para el país.
Hay en este volumen una cierta desproporción al brindar un considerable espacio a los políticos procedentes de tierras cochabambinas y al dejar de lado a los empresarios de esas tierras. Los políticos no merecerían ser nombrados, salvando pocas excepciones como Mariano Baptista Caserta. Por ejemplo: hay que rescatar para la memoria histórica de la nación la obra empresarial e intelectual de Joaquín Aguirre Lavayén. Y falta un texto sobre Don Simón I. Patiño, el empresario más importante e ilustre que tuvo Bolivia, a quien Cochabamba no le hizo justicia. Es tiempo de contar con un estudio crítico sobre la vida y obra de Patiño, cuya imagen está cubierta por mitos y leyendas que impiden un acercamiento adecuado a esta figura.
Al final del libro, se encuentran los textos de Rolando Morales Anaya y Claudio Ferrufino-Coqueugniot, ambos cochabambinos, que nos relatan aspectos ambivalentes de la historia contemporánea de aquella comarca. Esto es indispensable, pues la tradición general del país y la cochabambina en particular tienden a la celebración acrítica de lo propio y a adoptar fácilmente concepciones históricas acuñadas por los vencedores, en el plano intelectual por nacionalistas y marxistas. Mediante los aportes de estos autores podemos comprender que la situación anterior a la Revolución Nacional era muy compleja y que la Reforma Agraria de 1953 no fue de ninguna manera el remedio ideal para una constelación agravada precisamente por los frutos del progreso material, como ha sido el crecimiento demográfico basado en modestas pero efectivas mejoras en el campo de la salud popular en la primera mitad del siglo XX. Como dice Ferrufino-Coqueugniot, el progreso y la globalización han significado para la Cochabamba actual la destrucción de un hermoso manto vegetal, perdido para siempre, y la introducción de la economía informal-delictiva. Esperemos que esto no sea la última palabra del desarrollo cochabambino.
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 23/12/2012
Foto: Mariano Baptista Gumucio (Carlos López Gamboa, Los Tiempos)
Saturday, December 22, 2012
BATALLÓN DE CASTIGO Sven Hassel
Julio V.
Sven Hassel es un escritor de origen danés que participo en la 2ª Guerra Mundial en el ejército alemán. Su biografía es confusa y compleja, y a algunos de los investigadores que han rebuscado en su pasado no les podríamos llamar sus amigos, precisamente. Por su obra no parece haber tenido simpatías por los nazis, pero tampoco Lobsang Rampa estuvo jamás en el Tibet, ni Patrick O´Brian se subió jamás a un barco; o al menos eso parece.
Sven Hassel es un escritor de origen danés que participo en la 2ª Guerra Mundial en el ejército alemán. Su biografía es confusa y compleja, y a algunos de los investigadores que han rebuscado en su pasado no les podríamos llamar sus amigos, precisamente. Por su obra no parece haber tenido simpatías por los nazis, pero tampoco Lobsang Rampa estuvo jamás en el Tibet, ni Patrick O´Brian se subió jamás a un barco; o al menos eso parece.
En cualquier caso se merece, por lo menos, el beneficio de la duda. Parece ser cierto que estuvo en un batallón de castigo, que como su nombre indica no debía ser un club de vacaciones, y si un billete a los peores frentes de la guerra, en las peores condiciones. Si aquella guerra fue un infierno, Hassel estuvo en el infierno del infierno.
La más dulce de las versiones sobre la vida de este autor dice que siendo muy joven se alisto en el ejército alemán buscando trabajo, que desertó tras la invasión de Polonia, y que fue arrestado y enviado a un batallón disciplinario donde debió conocer a lo más selecto de la Wehrmacht.
Acabó la guerra en el frente ruso y disfrutó durante unos años de la hospitalidad de un campo de concentración soviético. Al parecer cuando logró salir ingresó en la Legión Extranjera, ya que estaba embrutecido por el servicio a las armas y se sentía incapaz de hacer otra cosa.
Pero ahí su vida da un vuelco, comienza a trabajar en una fábrica, conoce a la que sería su esposa, quien le anima a escribir, y publica La Legión de los Condenados.
Una buena página sobre la vida deHassel, que recoge la versión “oficial” es: http://es.wikipedia.org/wiki/Sven_Hassel
Mi impresión sobre su vida es que fue un hombre atropellado por tiempos de guerra, que se las apañó como pudo para sobrevivir, y que no fue pero ni mejor que otros muchos. Se traslado finalmente a Barcelona, donde si aún vive debe tener 90 años. Por otro lado he leido algo de su reciente muerte, pero no puedo confirmar ni una cosa ni otra.
Sus libros
En su obra no hay que buscar juegos de literato florido, es un soldado de un batallón de criminales convictos, en una época donde no debían escasear. Pero describe a sus compañeros de armas de tal manera, que el lector no puede resistir una simpatía instantánea por la mayoría de ellos. Son Soldados embrutecidos hasta la locura, que conocen los peores frentes de la guerra.
Hassel los describe libro a libro, y logran echar una pizca de simpatía y ternura en el peor conflicto armado de la historia. Hermanito es un soldado enorme y brutal que no destaca por su inteligencia. Porta es un cínico buscavidas que usa sombrero de copa para entrar en batalla. Heide es un nazi entero y verdadero. El Viejo es el veterano sargento que manda la unidad, único referente de cordura y prudencia en una guerra de locos, y que sólo desea volver a casa y vivir en paz.
Las descripciones de este grupo de desheredados, su camaradería en medio de situaciones donde la convivencia es muy difícil, y las complicadas relaciones entre ellos mismos y con el resto de los participes en la guerra es uno de los puntales de la obra de Hassel. Sorprendentemente el autor habla muy poco de si mismo, replegándose a un papel secundario.
La ambientación es otro de los logros del escritor. A veces los dedos del lector se entumecen de frío al pasar las páginas donde los soldados combaten en el frente ruso, se siente la nieve, el hielo, el frío total y absoluto. Se oyen las bombas, retumba el suelo y oyes metralla y balas pasar silbando sobre tu cabeza. El enemigo es a veces una horda terrorífica de cosacos crueles que conocen el terreno y saben adaptarse al clima infernal de la estepa. En otras ocasiones son tormentas y ciclones de bombardeos aliados que lanzan sobre ellos todo el poder de su industria militar. A veces hay ratos de paz entre dos batallas, y entonces comienza la guerra por un cigarro, por un trago de alcohol; o la lucha por unas pocas patatas renegridas. De repente el estos soldados son capaces de matar a un camarada que ha violado a una prisionera, pero instantes antes podrían haber sido ellos los violadores.
Pero siempre el peor enemigo está al mismo lado de la trinchera. Oficiales fanáticos, nazis, Seres que sacan lo peor de la humanidad cuando las circunstancias les favorecen. Personas que en condiciones normales jamás destacarían por su talento o su trabajo, surgen de la miseria y la injusticia de tiempos de guerra y saben de forma innata medrar, elevarse sobre los demás y pisotear cualquier indicio de razón o generosidad.
Libros:
La legión de los condenados (1953)
Los panzers de la muerte (1958).
Camaradas del Frente (1960)
Batallón de castigo (1962)
Monte Cassino (1963)
Gestapo (1963)
¡Liquidad París! (1967)
General SS (1969)
Comando Reichsführer Himmler (1971)
Los vi morir (1975)
La ruta sangrienta (1977)
Ejecución (1979)
Prisión GPU (1981)
El comisario (1985)
De Comunidad El País, 25/11/2007
Foto: Sven Hassel
De Comunidad El País, 25/11/2007
Foto: Sven Hassel
Thursday, December 20, 2012
Hans Christian Andersen en el país de los vascos
Patxi Irurzun
(Artículo publicado en 2005, año del bicentenario de la muerte de Andersen, en DIARIO VASCO Y DIARIO DE NOTICIAS)
Es, este 2005, año de efemérides literarias, no sabemos si para bien o en detrimento de las obras y autores que se conmemoran. Es probable, por ejemplo, que miles de personas hayan leído durante estos últimos meses el Quijote, pero también es más que probable que otros tantos miles —incluso cientos de miles— hayan decidido, convertidos en víctimas colaterales del bombardeo mediático, borrarlo para siempre de su lista de libros pendientes. Contra lo que –aquí- pudiera parecer el del Quijote no es el único centenario que celebramos en estas fechas. Además cumplen siglos el prolífico, a ratos visionario y fantástico Julio Verne y el famoso autor de cuentos tan universales como “El traje nuevo del emperador” o “El soldadito de plomo”, Hans Christian Andersen, que es de quien nos vamos a ocupar en estas líneas.
El nombre de Andersen se suele unir inevitablemente a los cuentos para niños y de hecho cada año el 2 de abril, fecha de nacimiento del genial escritor danés, se celebra el día internacional del libro infantil y juvenil. Sin embargo, Andersen escribió también novelas, piezas teatrales y, sobre todo, fue un incansable viajero. “Viajar es vivir”, sentenció en su libro autobiográfico “El cuento de mi vida”. Y Andersen, que murió a los 70 años, tuvo una vida prolongada: hasta 29 viajes realizó, por Europa, África y Asia, de los cuales dejó constancia en varios libros. En “Viaje por España” (hay una magnífica edición de Marisa Rey, publicada por Alianza editorial) relata el realizado entre septiembre y octubre de 1862 en un recorrido que le llevó desdeLa Junquera , pasando, entre otros lugares, por Barcelona, Valencia, Granada, Sevilla, Madrid o Toledo, hasta Behobia, hacia donde se dirigió vía Vitoria, en medio de una colosal nevada.
“Habíamos llegado al País de los vascos. El tren paró en Vitoria, una ciudad plena de recuerdos históricos y bélicos”. Y más adelante, tras rememorar las gestas de Zumalacarregui: “Nosotros ahora no veíamos sol ni cielo, solamente las oscuras nubes mientras la nieve caía; el viento soplaba ocultando la ciudad de Vitoria tras su blanco y trémulo cortinaje. Cada vez que abrían la portezuela del coche se colaba una bocanada de nieve; cada viajero que entraba se sacudía un carro entero de ella.
Andersen sigue camino hacia Olazagutía, final de vía, donde aguarda para tomar una diligencia en dirección a San Sebastián. En la localidad navarra decide quedarse en la estación en lugar de salir a través de la nieve hasta un restaurante próximo.
“¿Era esto estar en España?, se preguntada, aterido de frío.
Afortunadamente para él la temperatura se suaviza al reanudar el camino y llegar a San Sebastián, que le causa una grata impresión: “Entramos en un pueblo; los faroles estaban todavía encendidos a primera hora de la mañana. El pueblo tenía aspecto de ciudad, con casas bien construidas y grandes soportales. Estábamos en San Sebastián”.
Y más adelante: “San Sebastián está pintorescamente situado en una caleta del golfo de Vizcaya; las rocas que lo rodean se alzan en pico desde el fondo de sus aguas verdes y profundas. Vimos el pueblo a la luz del sol naciente, que tiñó las nubes de púrpura. Nadie nos había mencionado esta ciudad de modo especial, ni se nos había dicho que mereciese la pena una visita larga, la cual sin duda merece. Es una ciudad genuinamente española, con un paisaje maravilloso. En el verano florecen los jazmines silvestres en las montañas, el aire está preñado de fragancias. San Sebastián es la meta de las excursiones de muchos franceses; se nota que aquí uno está entre los descendientes de las tribus del país, los fornidos iberos, en su lengua: escauldunac.
Hans Christian Andersen volvería 4 años más tarde al País de los vascos en tránsito hacia Portugal (se alojó en la “Fonda de Beraza” de San Sebastián), pero este primer viaje que reseña en su libro “Viaje por España” lo realizó cumpliendo un viejo sueño que terminó por tornarse pesadilla. España había sido desde su infancia y en su fértil imaginación un lugar paradisíaco, el país de la luz y el verano eternos. A pesar de que “Viaje por España” se mantiene fiel a sus ilusiones y el país no sale del todo mal parado, lo cierto es que el periplo por el paraíso imaginado en su infancia fue infernal, como deja constancia en su diario. No se trata sólo de que en el país del verano eterno hubiera terminado hundido en nieve hasta las rodillas. Cuando llegó aLa Junquera el escritor de Odense tenía ya 57 años y su obra era conocida en toda Europa. En toda Europa excepto en España, donde si bien se reunió con personajes como el Duque de Rivas o Cánovas del Castillo, que le trataron con una cordial indiferencia, se topó sólo con tres personas que conocieran su obra: un filipino, un alemán de paso y la hija de un orientalista.
Fue un golpe bajo a la vanidad de un autor acostumbrado a ser recibido y protegido por reyes o artistas de la talla de Charles Dickens. Lo cual, por otra parte, no está nada mal para el hijo de un zapatero pobre y una lavandera que limpiaba sus penas con aguardiente.
La historia de Hans Christian Andersen es una ejemplar muestra de superación por encima de todo tipo de barreras: sociales, físicas… Andersen es el patito feo de su propio cuento que acaba convertido en cisne. Nació en una cama que sus humildes padres construyeron con sus manos y con la madera de un ataúd –como si se tratara de la moraleja de cualquiera de sus cuentos—; fue un niño “raro”, que jugaba con muñecas y al que en una fábrica textil a la que entró a trabajar con 11 años desnudaron para verificar qué sexo tenía su voz dé ángel —un ángel feo como él solo—; con 14 años realizó su primer viaje –y probablemente el más importante-, a Copenhague, donde fue rechazado por su aspecto desastrado cada vez que intentó convertirse en bailarín o actor; recibió una educación tardía, desgarbado con 17 años entre alumnos de 11 y maestros que le golpeaban… Pero siempre fue consciente de su talento y confió en él, hasta convertirse en uno de los más grandes autores de la literatura universal y en uno de los mayores viajeros de su época. Y aunque vivió siempre en soledad —no fue correspondido por Edvardo Collin, hijo de uno de sus protectores, ni por Jenny Linn, famosa cantante lírica de la época, sus dos grandes amores—, la vida, fue para él –y así es como termina su libro “Viaje por España”- “el más maravilloso de los cuentos.
De Ajuste de cuentos, blog de Patxi Irurzun, 19/12/2012
Imagen: Hans Christian Andersen
(Artículo publicado en 2005, año del bicentenario de la muerte de Andersen, en DIARIO VASCO Y DIARIO DE NOTICIAS)
Es, este 2005, año de efemérides literarias, no sabemos si para bien o en detrimento de las obras y autores que se conmemoran. Es probable, por ejemplo, que miles de personas hayan leído durante estos últimos meses el Quijote, pero también es más que probable que otros tantos miles —incluso cientos de miles— hayan decidido, convertidos en víctimas colaterales del bombardeo mediático, borrarlo para siempre de su lista de libros pendientes. Contra lo que –aquí- pudiera parecer el del Quijote no es el único centenario que celebramos en estas fechas. Además cumplen siglos el prolífico, a ratos visionario y fantástico Julio Verne y el famoso autor de cuentos tan universales como “El traje nuevo del emperador” o “El soldadito de plomo”, Hans Christian Andersen, que es de quien nos vamos a ocupar en estas líneas.
El nombre de Andersen se suele unir inevitablemente a los cuentos para niños y de hecho cada año el 2 de abril, fecha de nacimiento del genial escritor danés, se celebra el día internacional del libro infantil y juvenil. Sin embargo, Andersen escribió también novelas, piezas teatrales y, sobre todo, fue un incansable viajero. “Viajar es vivir”, sentenció en su libro autobiográfico “El cuento de mi vida”. Y Andersen, que murió a los 70 años, tuvo una vida prolongada: hasta 29 viajes realizó, por Europa, África y Asia, de los cuales dejó constancia en varios libros. En “Viaje por España” (hay una magnífica edición de Marisa Rey, publicada por Alianza editorial) relata el realizado entre septiembre y octubre de 1862 en un recorrido que le llevó desde
“Habíamos llegado al País de los vascos. El tren paró en Vitoria, una ciudad plena de recuerdos históricos y bélicos”. Y más adelante, tras rememorar las gestas de Zumalacarregui: “Nosotros ahora no veíamos sol ni cielo, solamente las oscuras nubes mientras la nieve caía; el viento soplaba ocultando la ciudad de Vitoria tras su blanco y trémulo cortinaje. Cada vez que abrían la portezuela del coche se colaba una bocanada de nieve; cada viajero que entraba se sacudía un carro entero de ella.
Andersen sigue camino hacia Olazagutía, final de vía, donde aguarda para tomar una diligencia en dirección a San Sebastián. En la localidad navarra decide quedarse en la estación en lugar de salir a través de la nieve hasta un restaurante próximo.
“¿Era esto estar en España?, se preguntada, aterido de frío.
Afortunadamente para él la temperatura se suaviza al reanudar el camino y llegar a San Sebastián, que le causa una grata impresión: “Entramos en un pueblo; los faroles estaban todavía encendidos a primera hora de la mañana. El pueblo tenía aspecto de ciudad, con casas bien construidas y grandes soportales. Estábamos en San Sebastián”.
Y más adelante: “San Sebastián está pintorescamente situado en una caleta del golfo de Vizcaya; las rocas que lo rodean se alzan en pico desde el fondo de sus aguas verdes y profundas. Vimos el pueblo a la luz del sol naciente, que tiñó las nubes de púrpura. Nadie nos había mencionado esta ciudad de modo especial, ni se nos había dicho que mereciese la pena una visita larga, la cual sin duda merece. Es una ciudad genuinamente española, con un paisaje maravilloso. En el verano florecen los jazmines silvestres en las montañas, el aire está preñado de fragancias. San Sebastián es la meta de las excursiones de muchos franceses; se nota que aquí uno está entre los descendientes de las tribus del país, los fornidos iberos, en su lengua: escauldunac.
Hans Christian Andersen volvería 4 años más tarde al País de los vascos en tránsito hacia Portugal (se alojó en la “Fonda de Beraza” de San Sebastián), pero este primer viaje que reseña en su libro “Viaje por España” lo realizó cumpliendo un viejo sueño que terminó por tornarse pesadilla. España había sido desde su infancia y en su fértil imaginación un lugar paradisíaco, el país de la luz y el verano eternos. A pesar de que “Viaje por España” se mantiene fiel a sus ilusiones y el país no sale del todo mal parado, lo cierto es que el periplo por el paraíso imaginado en su infancia fue infernal, como deja constancia en su diario. No se trata sólo de que en el país del verano eterno hubiera terminado hundido en nieve hasta las rodillas. Cuando llegó a
Fue un golpe bajo a la vanidad de un autor acostumbrado a ser recibido y protegido por reyes o artistas de la talla de Charles Dickens. Lo cual, por otra parte, no está nada mal para el hijo de un zapatero pobre y una lavandera que limpiaba sus penas con aguardiente.
La historia de Hans Christian Andersen es una ejemplar muestra de superación por encima de todo tipo de barreras: sociales, físicas… Andersen es el patito feo de su propio cuento que acaba convertido en cisne. Nació en una cama que sus humildes padres construyeron con sus manos y con la madera de un ataúd –como si se tratara de la moraleja de cualquiera de sus cuentos—; fue un niño “raro”, que jugaba con muñecas y al que en una fábrica textil a la que entró a trabajar con 11 años desnudaron para verificar qué sexo tenía su voz dé ángel —un ángel feo como él solo—; con 14 años realizó su primer viaje –y probablemente el más importante-, a Copenhague, donde fue rechazado por su aspecto desastrado cada vez que intentó convertirse en bailarín o actor; recibió una educación tardía, desgarbado con 17 años entre alumnos de 11 y maestros que le golpeaban… Pero siempre fue consciente de su talento y confió en él, hasta convertirse en uno de los más grandes autores de la literatura universal y en uno de los mayores viajeros de su época. Y aunque vivió siempre en soledad —no fue correspondido por Edvardo Collin, hijo de uno de sus protectores, ni por Jenny Linn, famosa cantante lírica de la época, sus dos grandes amores—, la vida, fue para él –y así es como termina su libro “Viaje por España”- “el más maravilloso de los cuentos.
De Ajuste de cuentos, blog de Patxi Irurzun, 19/12/2012
Imagen: Hans Christian Andersen