por Marianela González
Regina Crespo prestigia con su trayectoria académica esta edición del Premio Casa de las Américas. Como parte del jurado de Literatura brasileña, esta mujer nacida en el gigante sudamericano y residente desde hace siete años en México, ha construido una armonía con el resto de los decisores de esta categoría que la convierten en una especie de aglutinante. Difícil resulta distraerla un segundo de la lectura de las obras en concurso; pero cuando se logra, el tiempo se agradece. Además de una excelente conversadora, Regina transpira una vocación pedagógica que le capacita para esclarecer cualquier inquietud, por compleja que resulte.
Doctora en Historia social por la Universidad de São Paulo, ha coordinado antologías de literatura brasileña. Sobre las obras que concursan en esta edición del Premio, considera que es necesaria una primera observación: “debo resaltar un detalle muy pertinente, creo, relacionado con la misma función que ha cumplido el Premio en Brasil. Un año tenemos literatura de ficción, y otro, producción no ficcional. Esta vez tenemos ensayos de corte académico, muchos de ellos. Desde esa perspectiva, reflejan lo que se está produciendo en términos de reflexión histórica, sociológica y antropológica en Brasil. Es una buena muestra de los desarrollos que se han logrado en estas áreas. Hay una multiplicidad de trabajos y la selección está siendo muy complicada, pues tenemos textos de rigor y originalidad ―lo cual es una consideración importante para un premio de esta magnitud―, de modo que no será una decisión fácil”.
Cuando aún resta una semana para el veredicto, la indagación sobre el concurso cae por su propio peso. Sin embargo, solo fue un pretexto para invitarla a dialogar sobre lo que podríamos llamar “su tema”. Coordinadora del volumen Revistas en América Latina: proyectos literarios, políticos y culturales (2010), Regina Crespo ha hecho de las relaciones entre intelectuales y política el eje de su labor investigativa, confiada no solo en la centralidad que dichas articulaciones revisten en el escenario latinoamericano, sino también en las posibilidades que brindan para establecer puentes entre la cultura brasileña y el resto del continente, en ocasiones tan distanciadas.
¿Cómo consideras que se propician estas cercanías?
―Los hispanoamericanos y los brasileños somos, como suelo decir, parientes; pero no necesariamente hermanos, por una serie de razones: la lengua, los intereses no siempre comunes, cuestiones de liderazgo continental que suelen alejar a los países. Los temas de Estado no deberían afectar la vida de la gente común y corriente, pero muchas veces sucede y por eso se producen frecuentes distanciamientos, específicamente entre brasileños y mexicanos. Digo esto porque creo que un actor importante para poder cambiar eventualmente esta situación es justamente el intelectual.
«Los intelectuales pueden establecer puentes que muchas veces los gobiernos y sus representantes no pueden o no están interesados en construir. En ese sentido, se produce una relación extremadamente cercana entre el intelectual y la política, lo cual me fue llamando la atención. Con el tiempo, se me hizo evidente que no es posible pensar el quehacer intelectual sin asociarlo a las instituciones de la política. De una u otra manera, este sujeto interfiere: sea criticando ―de hecho, su principal función―, sea justificando las relaciones políticas existentes. Por ahí va mi interés, lo cual involucra también a la literatura, las artes, la reflexión crítica y las esferas del poder».
¿Cuál es la metodología que te permite proponer, digamos, estas cartografías culturales o intelectuales en América Latina?
―Cuando uno quiere entender el desarrollo de la historia cultural y política de determinada sociedad, en determinado periodo, no puede prescindir de analizar qué pensaban los intelectuales de este tiempo: sean quienes apoyaban al contexto político del momento, sean quienes le hacían la oposición.
«Existe una tendencia, entre los intelectuales que estudian a intelectuales, de analizar y privilegiar el estudio de los llamados intelectuales críticos. “Críticos” pensando en las vertientes de la izquierda, sobre todo. Sin embargo, para entender todo el desarrollo de las relaciones culturales, de las relaciones de fuerza que se establecen en el campo cultural y político, es necesario estudiar ambos “equipos”, por decirlo de algún modo: los intelectuales de izquierda y los de derecha.
«En Brasil, por ejemplo, se percibe un rescate crítico del análisis de estos intelectuales. Para ello es necesario manejar no solamente lo que es su producción escrita, sino incorporar una perspectiva más integral que algunos de nosotros definimos como “trayectorias intelectuales”: todo aquello que está alrededor de ese sujeto y que culmina en la obra o deja de figurar en ella, por decisión del autor. Por eso se explica, creo, el auge de las publicaciones de compendios de cartas que hoy está teniendo lugar por todo el continente, para entender en el espacio de la informalidad cómo se fueron construyendo determinadas ideas.
«También son útiles los artículos que se publican en la prensa, en los periódicos y en las revistas, teniendo en cuenta incluso la propia delimitación de los perfiles de estos medios a lo largo de la historia: por ejemplo, existen las revistas donde supuestamente los autores disponen de un tiempo mayor para la reflexión, para los textos más pausados, sin necesidad de noticiar al calor del momento; luego, queda para los diarios la urgencia de opinar, de noticiar. De modo que un texto publicado por un autor en uno u otro medio también forma la diferencia, conformando una especie de fortuna crítica de la cual el estudioso tiene que partir para tratar de recuperar esa trayectoria intelectual y ubicar mejor al sujeto en su tiempo, su lugar en las corrientes hegemónicas o subalternas del momento. Así trazamos los puentes entre cultura y política, entre el quehacer intelectual y el poder, entre el espacio de la crítica sistemática y aquellos vinculados a la toma de decisiones».
¿Te ha interesado indagar por esas conexiones en Cuba?
―Resultaría interesante constatar cómo todas esas herramientas pueden contribuir también acá. Estudiar a Lezama Lima, por ejemplo, es ver la revista Orígenes, su correspondencia con Cintio Vitier, todos los elementos que permitan descifrar por qué en determinado tiempo estuvo en el ostracismo o fue considerado una persona no grata, extraoficialmente, en el contexto político del momento. Es un rompecabezas de pistas cuyo armado siempre dependerá de la perspectiva de quien lo arme. No siempre será igual. Más bien, nunca será igual; pero ahí es justamente donde se justifica que todo esto se haya convertido en una especie de subdisciplina en la ciencia histórica.
«Me acerqué de alguna manera, en este sentido, a la propia existencia de Casa de las Américas y de su revista. Coordiné un proyecto que aún tiene algunas actividades en proceso, sobre revistas literarias latinoamericanas. Hubo varios intelectuales y estudiosos de varios países que estudiaron revistas importantes durante el siglo XX y una de las que figuran es, justamente, Casa de las Américas. Tengo una alumna que está estudiando la labor de Casa en las décadas de los 60 y 70, con la preocupación de comprender el lugar de la revista en el ámbito político cubano y su proyecto latinoamericanista, lo cual, en el perfil más general del proyecto, llama muchísimo la atención.
«La idea fue indagar sobre cómo aparece América Latina en revistas a lo largo y ancho del continente y qué papel tuvo el acontecer político en la constitución de sus políticas editoriales y distributivas. Entre todas esas publicaciones, brilla Casa de las Américas. En ese sentido, es inevitable advertir la congruencia entre la revista, la Casa, sus proyectos editoriales y la función común de servir como especie de referencia absolutamente presente desde el punto de vista ideológico, incluso en nuestros días, cuando el tema del latinoamericanismo es muy puesto en tela de juicio por los bloques económicos y otra serie de factores que cuestionan la pertinencia de tales proyectos. Creo que la respuesta está dada: si no fuera pertinente no seguiría existiendo un lugar como la Casa; si no fuera pertinente, no seguiría actuando como una especie de faro todo lo que desde este lugar se publica y se premia. Tampoco es gratuito que tengamos casi 400 obras en esta edición del Premio».
En América Latina, los escritores más reconocidos internacionalmente han estado justamente en el centro de la esfera pública, participando de una u otra forma en la política. ¿Es una característica de nuestro continente?
―En América Latina hay ciertamente una relación muy cercana entre la política y la cultura, porque los intelectuales en América Latina emergen a partir de un proceso de profesionalización del escritor que se produce básicamente en las esferas del periodismo y de las instancias educativas. En ese sentido, ¿dónde está el Estado?: por definición, en las instancias educativas; pero también, de una u otra manera, vinculado a las esferas mediáticas.
«En Brasil, por ejemplo, estos espacios tuvieron un crecimiento mucho más tardío que en otros países del continente, como Argentina, México e incluso Perú; pero han existido siempre personas de las clases dominantes que escribían sus textos y los trataban de colocar en los periódicos, gente que decidió publicar un periodiquillo de poesía para lucirse en sociedad, etc. Y eso, justamente, ha sido una especie de escalón para mantenerse en una posición preferencial en el campo político.
«Todo este proceso que sí vincula clases dominantes e intelectuales, se fue transformando con el propio proceso de modernización que de la sociedad brasileña y en la generalidad de las sociedades latinoamericanas, y fue otorgando una visibilidad distinta a los sujetos intelectuales. Suelo utilizar la categoría del “poeta funcionario”: el que escribe y publica, pero que tiene una vinculación más fuerte con las esferas del poder, sea como diplomático o como diputado, como una figura influyente en los planos local e incluso nacional.
«Tendríamos muchísimos ejemplos. En México, digamos, la universidad es una voz que se escucha mucho desde los centros políticos, lo cual no suele suceder en otros países, como Estados Unidos. En Brasil, de hecho, no funciona de esa forma. Quizá sea una característica de los países hispánicos, no sabría decirlo con certeza, pero es algo que se percibe a lo largo de América Latina como marca definitoria».
En nuestros días, ¿definirías determinados factores que “posicionan” a un intelectual latinoamericano en la esfera pública internacional, especialmente a través de los medios de comunicación?
―Depende del medio. Hay que pensar que los medios tienen sus pautas ideológicas. Creo que a la vista de los órganos más conservadores, el intelectual latinoamericano todavía es un soñador, un desubicado, un autor de proyectos utópicos; pero por otra parte, hay otra línea que se expresa no solamente en los medios escritos y los medios oficiales, sino en lo que tenemos hoy de producción de visiones en las redes sociales y en los blogs.
«En ese sentido, el intelectual latinoamericano tiene y tendrá otras funciones mucho más ágiles que lo que hoy se espera de este sujeto, aparentemente limitado a hacer una crítica bien portada, sugerencias reformistas, escribir uno u otro libro… Desde esa perspectiva, las posibilidades de inserción y de actuación de los intelectuales se está ampliando desde una manera que yo definiría como una hormiga: no se percibe a primera vista, porque no está en las primeras planas de los periódicos ni en los telenoticiarios, pero ahí están».
De La Ventana, Portal informativo de la Casa de las Américas, CUBA, 23/01/2013
Foto: Regina Crespo
Es una increíble torpeza, sobretodo de parte de los intelectuales de izquierda, omitir o despreciar todo cuanto ha contribuído la intelectualidad derechista o conservadora.
ReplyDeletePor mi parte, es constumbre leer de todo, libremente. Entre mis narradores preferidos está Paul Johnson. Me divierto a rabiar con él, con su exquisita cizaña, con sus impertinencias y ataques a la adustez izquierdista.
También disfruto a Hobsbawm, alguien mucho menos dogmático de lo que suele pensarse de un escritor marxista.
En Chile, tierra de abundantes cronistas e historiadores, uno en particular, aún vivo, (fue hasta mi profesor en la Universidad de Chile) odiado por los sectores indigenistas, por la izquierda, por los antropólogos y sociólogos, pues él escribe mejor que la mayoría de los encumbrados narradores de mi país. Me refiero a Sergio Villalobos.
Salufos cordiales.