La cultura mexica no solo rindió culto a la guerra, al viento y al Sol, sino también a la fertilidad y a la belleza; mostró su respeto por la Luna y la fuerza que ésta ejercía sobre el hombre. Veneró también al agua, la agricultura y a la tierra fértil. Xochiquetzal, Chalchiuhtlicue, Coyolxauhqui y Xilonen, entre otras deidades femeninas, fueron fuerzas complementarias para equilibrar el universo.
Aun cuando no tuvieron la popularidad de los dioses con poderes para ‘provocar’ la lluvia, combatir a la noche y hasta proteger a los combatientes durante las luchas con pueblos vecinos, Tonantzin, Coatlicue, Chicomecóatl y Teteoinan, por citar solo algunas, jugaron un importante papel en la cosmovisión mexica, refirió Paola Angélica Sosa Salazar, quien imparte un taller sobre diosas de esta antigua civilización, en el Museo del Templo Mayor, dirigido a niños y adolescentes.
Tláloc, Quetzalcóatl, Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, dioses capaces de proteger a un pueblo, tuvieron su contraparte en ellas; esto no significó antagonismo, más bien fue la manifestación de la dualidad que prevalecía en la cultura mexica, aseveró Sosa Salazar.
Una de las piezas más admiradas en el MTM es el relieve de la diosa Coyolxauhqui, localizada hace 35 años al pie de la escalinata del Templo Mayor.
La Coyolxauhqui representa a un personaje femenino desmembrado. El mito azteca describe el nacimiento del dios Huitzilopochtli; narra que el embarazo de la diosa madre Coatlicue, por unas plumas de colibrí que cayeron del cielo, enfureció a su hija Coyolxauhqui y a sus 400 hermanos, los Centzonhuitznahua (estrellas del cielo del sur), quienes decidieron matar a su progenitora.
Huitzilopochtli defendió a su madre de Coyolxauhqui, a la cual decapitó para después arrojarla del cerro de Coatepec. Este mito simboliza la lucha entre el Sol y la Luna. En ello reside la importancia del monolito de Coyolxauhqui —deidad lunar mexica—, descubierto en 1978 a los pies de la escalinata derecha del Templo Mayor de la antigua Tenochtitlan.
Éste y otros mitos fueron recreados a través de rituales y ofrendas en cada uno de los templos del recinto sagrado de la ciudad tenochca, por lo que es una importante fuente para el conocimiento de la religión y de la cosmovisión de los mexicas, expresó Paola Sosa Salazar.
El Templo Mayor fue el centro de la vida política y religiosa de la sociedad mexica; albergaba el templo doble dedicado a Tláloc (dios de la lluvia) y a Huitzilopochtli (dios solar de la guerra y patrón de los mexicas), y ahí también fueron edificadas la Casa de las Águilas, el Templo de Ehécatl (dios del viento), un tzompantli (altar de cráneos), el Juego de Pelota y el Calmécac, escuela donde estudiaban los hijos de gobernantes.
En el centro ceremonial del Templo Mayor también se encuentran estructuras dedicadas a Xochiquetzal, diosa de la belleza; Chicomecóatl, diosa del maíz, y a Cihuacóatl-Quilaztli, diosa joven de la tierra y la fertilidad.
Coatlicue, musa de la plástica del siglo XX
La deidad mexica Coatlicue, progenitora de dioses y diosas, ha seducido a diversos artistas a través de los años; cautivó a Diego Rivera, José Clemente Orozco y a Saturnino Herrán, al convertirse en musa de algunas de sus obras.
Aproximadamente tres años antes de morir, el pintor mexicano Saturnino Herrán (1887–1918) plasmó a la Coatlicue en su obra Nuestros Dioses Antiguos, inspirada en el México prehispánico y sus costumbres indígenas. Dicha obra puede ser admirada en el Museo de Aguascalientes.
A su vez, José Clemente Orozco dejó testimonio de su arte en el interior del Hospicio Cabañas, hoy Instituto Cultural Cabañas; ahí quedó el muralSacrificio, en el que en una de sus escenas retrata a una Coatlicue guerrera, con arco y flecha.
Diego Rivera fue otro de los artistas mexicanos que se dejaron seducir por la deidad. Su obra La Coatlicue mecánica, quedó plasmada en el Instituto de Artes de Detroit, Estados Unidos. En ella se hace referencia a que la maquinaria automotriz es el origen de la vida en esa ciudad.
La mujer, de acuerdo con representaciones de deidades mesoamericanas, fue considerada constructora, educadora y bastión de la sociedad. La madre en el mundo prehispánico jugó un papel determinante.
Entre las deidades femeninas más veneradas estuvieron: Tonantzin o Xilonen, diosa del maíz; Mictecacíhual, señora de la muerte; Toci, la diosa abuela que enseñaba a las mujeres los secretos de la vida doméstica y la coquetería, y Tlazalteótl, “la comedora de inmundicias”, deidad de la prostitución que devoraba los pecados sexuales.
Del Boletín del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia), México, 11/03/2013
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