ROBERTO BURGOS CANTOR
Aún no logro saber si los cambios profundos o aparentes que ocurren en los tiempos del mundo dejan vacíos, sustituyen algo, o proponen novedades.
Tampoco sé si era un vicio de románticos tener algún verso a flor de alma y decirlo sin ninguna razón. Así brotaban, hace algunos años, poemas enteros o líneas de ellos que cumplían sin deliberación varios resultados. Por un lado se reconocía, poco a poco, la entraña de un país en sus complejidades de aceptación o de rechazo; por otro se afinaba la expresión de las honduras inescrutables. Es decir, cada ser sentía la presencia de su misterio, de lo innombrable. Y la poesía lo mostraba. Revelaba el secreto, distinto a divulgarlo.
En mesas de amigos durante la noche, en paseos urbanos sin rutas escogidas, se asomaban Luis Carlos López, Porfirio Barba Jacob, León de Greiff, Guillermo Valencia, Aurelio Arturo, Eduardo Carranza, Pombo, Jorge Artel, Candelario Obeso, Álvaro Mutis, Cote Lamus, Gaitán Durán, entre los nuestros. Venían también Rubén Darío, Neruda, Aridjis, Lorca, Hernández, Vallejo.
Estos y otros eran parte del rumor de la época, potenciaban las voces solitarias de los entusiastas y de los afligidos.
Desde hace algunos años se han silenciado esas invocaciones y no suenan aún las nuevas compañías. De repente algo de Raúl Gómez, o de Juan Manuel Roca, o de José Manuel Arango, o de Rómulo Bustos.
Algunos atribuyen el silencio a que la poesía se encuevó en la intimidad y ello evita su enunciación en voz alta. De la manera contagiosa y fecunda como hablan los locos. Sin destino, sin explicaciones.
No parece una razón atendible por cuanto casi siempre la guarida de la poesía ha sido un pliegue desconocido. Y de allí sale cual botella lanzada al mar de la época.
Si me resulta extraño que el mundo y sus seres hayan adoptado otras continuidades. Por nombrar algunas: las simplezas de las consignas electorales, las mentiras de las sentencias del comercio, la miseria de las frases de la seducción amorosa.
Pienso en los prostíbulos de Chile donde las mujeres anfitrionas leían los Veinte poemas de amor de Neruda. Agregaría ternura a la ambigüedad del encuentro despiadado¿?
A lo mejor los cambios en las artes son de tal radicalidad que todavía no los hemos asimilado. Y la parte del mundo que se resiste a transformarse se entretiene con sus insistencias baratas.
Cómo entonces no preguntar por aquel poeta turco, Nazim Hikmet, que tanto dio a muchos, de aquí y de allá, su convulsionada tierra, y quien cumplió 50 años de muerto¿?
Aún soñamos con Taranta-Babu: “Te envío/esta carta/desde Roma/sin poner en ella/nada más que mi alma.”
Pero allí vamos entre tropezón y salto pescando estrellas y a veces silbando a una iguana.
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De EL UNIVERSAL, Cartagena de Indias, 13/07/2013
Imagen: Beryl Cook/Poetry Reading, 1982
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