Alicia Coqueugniot de Ferrufino
Si no tienes fortuna, ni un pequeño capital para poner un buen negocio, se pone un kiosco.
El kiosco era viejo, pero estaba en el Prado y por eso lo compramos. Lo pintamos, le cambiamos el techo. Compramos dos mesitas con cuatro sillas cada una. lo equipamos con mis platos, mi licuadora, tazas nuevas y por fin lo abrimos, reluciendo. Estaba en una esquina elegante y atendido por nosotros, tuvo pronto una buena clientela. Pero el abuelo enfermó y decidimos viajar a Córdoba.
Afanosos, fuimos a hacer nuestros pasaportes y olvidamos en casa a Claudio, que tenía quince días de nacido. En la oficina del fotógrafo, sentados y en pose, con una sonrisa que se congelaba esperando el tic de la máquina, recordé con espanto que me faltaba mi hijo. Corrí a casa y recogí a mi bebé, que, dormido, soñaba con su mamadera.
Para viajar dejamos el kiosko a una antigua criada, Aleja, y a sus dos hijas, Carmela y Teresa. Debían pagarnos un módico alquiler.
Estuvimos en Córdoba seis meses y al volver encontramos el kiosco vacío, a una Aleja alegre, y a dos loquillas irresponsables.
No nos pagaron nada. Joaquín les perdonó la deuda y los desastres ocasionados. Tuvimos que vender a plazos un kiosco arruinado y sucio.
Un hecho: no habíamos nacido para especulaciones económicas.
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De Cuentos para sus nietos
Fotografía: Alicia Coqueugniot Espeche
Bonito relato, los kioskos abundan en nuestra ciudad, imagino cuantas historia de personas que entusiastas y esperanzadas en ganar un poco de dinero ponen sus pequeños negocios y al parecer esta en manos del destino si les ira bien o no,...te comente un post anterior "DE TUPAKATARISTA A ÚLTIMO JACOBINO: RECORDANDO A ÁLVARO GARCÍA LINERA"
ReplyDeletewe were born to heal the wounds of the earth, our lives over
ReplyDeleteCierto, Janeth. E iré a ese texto de Sandro Velarde para leer tu comentario.
ReplyDeleteYes, Redgold Daniela, for that.
que buena invitación a doña memoria, para que al pasar por don escritor, quede para siempre don hecho.
ReplyDeleteAbrazo