JORGE MUZAM
Encuentro a Claudio y Lorena en el chat. Lorena atiende su librería y lee y escribe entre cliente y cliente. Claudio me cuenta que escribe un artículo sobre Cristián Sánchez, ese cineasta chileno que hizo todo a su manera, y que por lo mismo, hoy se puede ufanar de su Zapato chino, que es quizás la mejor película chilena de todos los tiempos, más chilena que los porotos con riendas y las longanizas de Chillán, más chilena que las rarezas de Jodorowsky y que los hijos de puta corruptos y vagos que calientan el culo en el congreso a cambio de treinta mil dólares mensuales. Hablamos de Quintana, ese roteque adorable que Sánchez convirtió en su actor predilecto. Nuestro propio Al Pacino, que sólo podía expresarse en nuestra incomprensible jerigonza patria (porque carecia de estudios, y de verdad no los necesitaba) que manejaba un taxi prestado al que sólo se subían pasajeros problemáticos, que se llevaba a la amante a vivir con su señora y sus hijos y les pedía que más encima la trataran bien, y que hablaba de hacer gauchaítas y hasta tenía sueños de emprendimiento que se concretaban en talleres de bicicleta donde no entraba nadie.
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Mi habitación campestre se hace pequeña y debo deshacerme de algunas cosas, o al menos trasladarlas de sitio. Uno de los baúles de los que debo prescindir conserva los periódicos que compraba entre el 96 y el 98. Es decir, los suplementos de cultura y actualidad de esos periódicos. La mayoría nunca los abrí porque entonces Santiago era una fiesta interminable, un aullido de Fitzsgerald, demasiadas conspiraciones políticas y polvos de amanecida, y el tiempo simplemente no me alcanzaba para leer todo lo que adquiría. De esta forma, iba llenando cajas, maletas y baúles con libros, revistas, periódicos, películas, fotocopias y cuanta mierda se pudiera conservar. Los guardaba esperando momentos más tranquilos, cierto reposo en el horizonte. Pero pasó el tiempo, y esas cajas y baúles quedaron emocionalmente criogenizados. Algunos incluso contenían fotos íntimas de mis sucesivas parejas, cual de todas más bella, e instantáneas de nuestros traviesos romances, refulgientes de felicidad eternizada e irresponsable. Abrirlos significaba en los primeros tiempos remover una herida, alimentar la nostalgia, machacarme las bolas por fantasmas que sólo existían en mi mente. Luego ya no significaron nada. Con mi última pareja de esos años nos separamos el 98, nuestro nido se deshizo y las cajas quedaron guardadas hasta hoy, en que vuelvo a revisar esos archivos. Los titulares de esos periódicos son hoy historia conocida y a menudo olvidada, los reportajes sobre tecnología o medicina parecen de la prehistoria, las modelos top son hoy recatadas señoras, y los líderes políticos de entonces son hoy unos mamarrachos desprestigiados o cadáveres a los que hasta los gusanos les hacen asco.
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Abril 2014
Imagen: Pierre Alechinsky
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