Hugo Vera Miranda
Me tocó estar allí. Por mi país. Por mi país fui a Afganistán. Por la libertad. Por mi familia. Por un mundo mejor. Sabía que llegaría el momento de volver a casa. El deber cumplido. Mientras tanto arena. Desierto. Calor sofocante. No importaba. Combatía. El enemigo se movía y yo también me movía. Eliminar. Cumplir órdenes. Dar órdenes. Formaba parte del batallón aerotransportado 157. Estuve en Nimruz, Uruzgan y en Zabul. La vida en el frente de combate no vale nada. No existe Dios ante la muerte. Se trata de salvar el pellejo y a otra cosa. Volví a casa después de un año. A Wisconsin, a Madison. Allí me esperaba Megan y mis dos hijos. El retorno del guerrero. Nevaba y llevaba en mi pecho las medallas. Abro la cerradura de la puerta y escucho los gritos de placer de Megan. No hice nada. Impasible. Saqué de la nevera una Coca-Cola y volví sobre mis pasos. Retorné a mi base. Nuevamente a Afganistán. Maté a más de 200 putos, sucios y malparidos talibanes.
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De INMACULADA DECEPCION, 28/08/2014
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