Eliseo Cardona
Celia Cruz nunca necesitó de su culo para cantar. No le hacía falta. (Y de haberle hecho falta, vamos, estaría yo escribiendo esto desde mi exilio en Mongolia.) Pero dado que en esos últimos años de su vida la guarachera necesitó, digamos, estar con los tiempos (que en modo alguno han estado a la altura de su tiempo), la mujer acudió a la pasarela de pelucas. Cada una era, si no un fashion statement, sí un fuck you statement. Porque debajo de esas pelucas, Celia rejuvenía como toda una Dorian Gray de la música para presentar un arte muy añejo, fino y refinado; un arte de buen gusto. Dicen que los gays, que tienen su aquel para cantar las cuarenta en cuanto a looks se refiere, la adoraban. Y razones no les faltaban.
Pero ya puedo imaginar lo que están pensando: comparar a Celia con Jennifer López. Bah. Pues yo les diré que sí, que la comparación cabe. Porque el pop de Celia era un pop con sustancia, mientras que el pop de Jennifer, que siempre dependió de su culo, se ha llenado de estrias, de celulitis, de guabuchos, de cosas que pondrían a un cirujano plástico con largos años de experiencia a romperse la cabeza para ver qué coño se puede hacer con un culo que ya no da más sobre un escenario.
Sobra decir que un culo en el imaginario del pop no es lo mismo que un culo en el imaginario matrimonial. Pero en ambos imaginarios buscamos cambiarlo con el tiempo. Y es que el culo que amanece con nosotros, en efecto, va perdiendo su encanto, y en la cabeza, acaso en el corazón, se van instalando las dudas sobre su permanencia en nuestro pasar por la vida. (Hablo de culos con los que uno se compromete: a meter, a manosear, a exhibir… Porque el que nos fue dado tenemos que llevarlo a cuesta hasta que se nos acaben los días en la tierra. De ahí, nuevamente, la sabiduría de la naturaleza, que nos permite tenerlo sin que podamos nunca examinarlo de frente; digo, como no sea en la ilusión que es el espejo o en esa otra que son las fotografías.) Puede que el amor (o una arrechera monogámica) nos permita seguir con el mismo culo en cama. Pero en el pop, el éxito de ese culo es tan efímero como efímera la música.
Cuando el culo de Jennifer apareció por primera vez, se lo celebró como un éxito de las llamadas cuotas latinas. Que era como decir: «Vean, gringos, nosotros sí que sabemos tener culos de verdad». (Ya ven ustedes el culo mustio de Miley Cyrus, que es un culo con el que ni un amish se botaría una paja.) No importa que Jennifer cantara como quien tira pedos tras ingerir un tazón de sopa china comprada en 7 Eleven, el culo tenía su encanto. Era un culo que incluso invitaba a los arabescos literarios. ¿Cuántos periodistas habré leído yo que, dados siempre a las metáforas rimbombantes, escribían cosas del tipo: «El gran pasado de Jennifer tiene un gran futuro»? Tiempos aquellos.
Luego y luego se comenzó a sacarle en cara a la dueña de ese culo por ponerlo en manos de tipos que no estaban a la altura. Como el mesero cubano de South Beach, por ejemplo, un balserito con buena pinta. Hay quienes llegaron al reclamarle a Jennifer, acaso pasando por alto que un culo nacido y criado en el Bronx, aunque se lo vista de seda, siempre tira para el gueto. O para el solar, que es la misma mierda. Con Marc Anthony se creo una suerte de telenovela nacional, chea y cursilona a más no poder. Los hombres (entre los que me incluyo) no entendían por qué Marc había cambiado a la Dayanara Torres por un culo cuya propietaria todavía no consigue que se le salgan los «wassup» a cada tres o cuatro palabras. Pero, bueno, como suelen decir en Puerto Rico: cualquier roto saca leche.
La última vez que mis oídos se prestaron a escuchar un disco de Jennifer, escribí lo siguiente: «Es una verdadera lástima que Jennifer López no pueda imprimirle a lo que canta cierto sentido de erotismo, sensualidad, sugerencia. Es una lástima porque, seamos sinceros, se trata de una mujeraza. Pero mi abuela solía decir que hay quienes pueden salir del gueto, pero el gueto jamás saldrá de cierta gente. Mucho me temo que escuchando «Como ama una mujer», el primer disco de JLo en español, obliga a pensar que esta mujer es meramente empaque y nada de sustancia. Sobre todo sustancia para hacer creíble estas canciones de amor, fidelidad, entrega y esencia femenina. De ahí que la López cante como si estuviera fingiendo orgasmos. Peor, como alguien que ni siquiera tiene talento para fingirlos».
Luego vino la caída en los American Music Awards. Y con la caída, nuevamente las imágenes aparatosas de los periodistas. El Nuevo Herald no quiso publicar lo que escribí, así que lo publiqué en este blog:
«En la reciente caída de Jennifer López en la ceremonia de premiaciones de los American Music Awards hay sólo una metáfora extraordinaria. El culo que llegó a ser apetecible objeto del deseo de bellaquitos sin sofisticar siempre fue lo que fue: lo único valioso de una mujer que ni para menearlo sirve. Ese culo nunca dejó de ser valioso ni siquiera cuando Marc Anthony plantó allí bandera. Porque en la caída, vean ustedes, el famoso trasero sirvió para amortiguar el impacto, que es la principal tarea de todo culo cuando su dueño cae de culo. Pero contrario al culo de la J.Lo, el del periodismo farandulero creció en el piso y del piso nunca se ha levantado».
Viendo a Jennifer desde Río de Janeiro (es decir, desde el paraíso de los culos), viéndola tratando de mover el culo en Central Park, no puedo menos que sentir vergüenza ajena. Vergüenza y lástima. Porque el pop nunca ha sido música de añorar el pasado sino el futuro. De ahí que lo que escuchemos ahora pase a ser viejo en el tiempo reglamentario de un pestañeo. Sobre todo en el pestañeo, porque vean ustedes, es ley natural que cuando vemos un culo que parece apeticible, la vista se vaya cuando aparecen mejores culos que acaso canten mejor.
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Del blog BLUEMONK MOODS, 27/07/2014
tienes razón aqui es un paraiso y la capital tal vez sea Rio.........con embajadas y consulados en cada esquina.
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