Las nubes siguen
estacionadas a baja altura. No hay sol ni viento. La lluvia trajo vida al
valle. Retornan las pequeñas acequias, se pudren las hojas caídas y reverdecen
los campos. Espinillos y llantenes, zarzamoras y acelgas libres. Los conejos
cruzan los potreros medio locos de felicidad. Es temprano para encender la
chimenea. Hoy no tengo clases aunque sí mucho trabajo pendiente de huerta. Es
tiempo de plantar zanahorias y ajos. Necesito comprar postes de acacio.
Levantar cercos suficientemente altos que detengan el estropicio de las
gallinas. Preparo un té rojo. Tuesto un pan amasado y le esparzo miel de ulmo.
Abro El crepúsculo de un ídolo de Michel Onfray. Quedo
atrapado en el prólogo. Siento una especie de hermandad de clase, deseos de
darle un comprensivo y afectuoso abrazo al autor.
El padre de
Michel Onfray era obrero agrícola, empleado de una lechería, un miserable
explotado al que apenas le alcanzaba para subsistir. La madre era doméstica en
la misma lechería. Michel pasó cuatro años de su niñez en un orfanato
salesiano. Allí sintió "el aliento pedófilo de la bestia
cristiana". Al salir, a los 14 años, se las arregló para
aprovisionarse de libros viejos, desechados. Así conoció a Breton, Rimbaud,
Baudelaire, biografías, obras diversas de sociología, psicología, filosofía, y
tres autores que removieron su percepción de la vida: Nietzsche, Freud y Marx.
"Sentí la misma proximidad con la palabra de Marx, quien, en el
Manifiesto del Partido Comunista, explica que la historia, desde siempre, tiene
por motor la lucha de clases. El pequeño volumen de color naranja de la
colección Éditions Sociales se cubría de trazos de lápiz: el balanceo
dialéctico entre el hombre libre y el esclavo, el patricio y el plebeyo, el
barón y el siervo, el maestro de un gremio y el oficial, el opresor y el oprimido,
yo lo leía, sin duda, y sabía visceralmente que era justo, pues lo vivía en mi
carne, en la casa de mis padres, donde el salario de miseria apenas bastaba
para alimentar la fuerza de trabajo de mi padre, que el mes siguiente debía
volver a empezar para asegurar su supervivencia y la de la familia", dice
Onfray. Desde entonces se convirtió en un socialista y lo sigue siendo
hasta hoy, aunque de una manera libertaria, más cercana a Proudhon.
Mi caso es
parecido. Soy hijo de un campesino pobre, aunque autónomo, que se las arreglaba
para subsistir de mil formas. Compraba y revendía chivos, cerdos, gallinas,
ovejas, legumbres, bluyines, camisas, pañuelos. Cultivaba chacras como mediero,
sembraba trigo y avena en nuestro escaso terreno, cruzaba la frontera con Argentina
llevando cueros de conejos, linternas y mantas de Castilla, hacía carbón de
espino en los cerros, recolectaba encinas, castañas, avellanas y todo lo que
estuviera a mano. La verdad es que siempre le fue como el culo, no levantó
cabeza jamás, perdía plata a montones, se dejaba engañar fácilmente. Su talón
de Aquiles era ser honrado. Su orgullo era ser libre, no tener patrón. Respecto
a mis propias lecturas, creo que empecé por Dickens y Víctor Hugo. Fueron mis
primeros esbozos de miseria e injusticia literaria. Tardé algunos años en
llegar a Marx porque vivíamos en dictadura y todo lo relacionado con el
marxismo estaba absolutamente prohibido.
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 19/04/2016
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