Un día de
aquellos, tomaba el micro como de costumbre para dirigirme al centro de la
ciudad. Una vez en el asiento, me ponía los auriculares del MP3 para aislarme
de su insufrible música tropical. Rodábamos tranquilamente sobre el asfalto
hasta que llegamos a la intersección de una avenida principal que fue cuando el
vehículo se nos apagó. El conductor le estuvo dando a la llave del encendido
durante varios minutos y sólo recibía un quejumbroso chirrido de la máquina.
Cinco minutos después, no le quedó otra que devolvernos el pasaje a medida que
íbamos bajando en fila india. Yo estaba sentado asientos atrás y al llegar al
alargado espejo interior, junto a la entrada, donde generalmente pegan frases o
figuritas pude observar que con orgullo decía: Aquí todo es chévere: el carro,
la música y el chofer.
Ayer por la
mañana caminaba por la céntrica avenida Heroínas, a toda prisa y sorteando a
varios transeúntes. Cuando de pronto, el muchacho que iba delante de mí se
agachó hacia un costado junto al pretil de acera y pude ver que levantó un
billete anaranjado. Le envidiaba su suerte, pues en mi vida jamás encontré más
que algunas monedas de cinco pesos, las de mayor valor en metálico. Justo en el
momento que lo adelantaba pude reparar con el rabillo del ojo que se estaba
persignando por semejante golpe de fortuna. No sé si el joven se pasó de
supersticioso, ya que a los pocos segundos vino corriendo un adolescente que le
dijo que esos 20 bolivianos eran de él, según pude claramente oír. Como pillado
en un acto ilícito, vi que entregaba el dinero sin decir nada.
Uno que camina a
diario se puede topar con situaciones insólitas, chuscas o por lo menos
llamativas, como las descritas líneas arriba. Aparte está el mundillo de los
carteles y letreros que adornan o estropean la ciudad, según se vea. Los hay
algunos que se pasan de creativos, como abundan los que patean el castellano
además de estorbar la circulación a cada paso. No se salva ni la publicidad
profesional tamaño fachada de edificio que provoca la hilaridad por no decir
vergüenza ajena. Entre toda esta maraña de obstáculos visuales o agresión a la
vista, no se puede negar que algunos anuncios, en toda su candidez o cutrerío,
poseen cierto encanto que por lo menos arrancan una sonrisa. O tal vez
tenga yo un retorcido sentido del humor producto de mi ociosidad. ¿Cómo es eso
de “innovando flotas de última generación”?, si alguien puede echarme un
cable, se lo agradecería. Ahí se los dejo.
Para una historia de la lingüística callejera. Muy bueno.
ReplyDeleteSaludos cordiales.