La reciente
publicación de Cuentos completos de Andrés Caicedo por
Alfaguara es un nuevo aporte para la construcción del mito de este autor como
artista adolescente. Aquí se reúnen relatos ya publicados en ediciones
separadas, a excepción del inédito “El ideal”, escrito cuando Caicedo tenía
menos de 15 años y reproducido en edición facsimilar. El resto son en su
mayoría conocidos incluso por lectores argentinos, incluidos Calicalabozo y Angelitos
empantanados (o historias para jovencitos), dos de las series de cuentos de
este nuevo paquete que se cierra con una última parte que reproduce la nouvelle
“El atravesado”, publicada en 1998 en Bogotá por Editorial Norma.
Tener todos estos
relatos breves en un solo volumen no deja de ser una comodidad para una lectura
panorámica de esta obra despareja, con sus altibajos, textos conmovedores
y otros olvidables o que se empantanan tanto como sus
niños-protagonistas, en parte por los riesgos asumidos al incorporar jergas
tribales, términos ensamblados o invertidos, saltos de puntos de vista y otros
experimentos de época.
De todos modos
hay cuentos que muestran una alta destreza narrativa. Como el célebre
“Berenice”, esa reescritura del cuento de Poe donde no es un hombre sino tres
quienes se enamoran y obsesionan a tal punto por los dientes de una mujer que
la mutilan y le arrancan la dentadura en vida. También “Calibanismo”, en el que
se cruzan como nunca la violencia callejera y la antropofagia, Hollywood y la
geografía de Cali. O “Besacalles”, esa historia simple y perfecta de
cross-dressing en la que una lectura de genero verá claras evidencias de la
indiscutible bisexualidad del autor. También “En las garras del crimen”, con
sus reflexiones meta-literarias y guiños a la novela negra. Y “El tiempo de la
ciénaga”, que no da respiro en sus 16 páginas sin un punto y seguido ni aparte,
con un ritmo de vértigo en el que caen y se enlodan los jovencitos caleños,
ángeles crueles capaces de matar, mentir, delatar y dejar en el pozo a quienes
más amaron.
Además de “El
atravesado”, entre los mejores está el sorprendente “Maternidad”, una historia
de inversión de roles que destruye la función materna. El cine estadounidense,
las luchas de pandillas, el amor con o sin barreras de clase, la naturalidad
del homicidio, los choques de músicas, las drogas, el encierro juvenil y el
resto de los temas de Caicedo aparecen en ambos con su mayor brillo y potencia.
Gracias a las
fechas anotadas al final de cada texto se destaca el precoz talento de un autor
que también se dedicó a la crítica de cine, a los guiones, a las propias
películas y obras de teatro, sin contar su única novela, Que viva la
música, que como se sabe llegó a sus manos en su último día de vida,
justo cuando su novia lo había abandonado. Ese día quedó claro que la
publicación de una ópera prima no basta para disipar toda la angustia y el
dolor de una existencia atormentada, presa de una sociedad enferma; la
literatura no salva o al menos no salvó a Caicedo, que se despidió con 60
pastillas del barbitúrico Seconal a los 25 años. Había escrito: “Que no accedas
a los tejemanejes de la celebridad. Si dejas obra, muere tranquilo, confiado en
unos pocos amigos”.
Y los amigos y
familiares se ocuparon en cuidar y difundir sus escritos. Pero no pudieron
evitar que su entrañable figura de rebelde con causa, compuesta de excelente
material para edificar un mito, al crecer cada vez más alto arrojara sombra
sobre su obra. Las incesantes ediciones post-mortem solo continuaron enredando
esa leyenda de muerte joven en los tejemanejes de la celebridad.
–Publicado en
revista Ñ el 8 de octubre de 2016 bajo el título “Un campeón desparejo”, que
disparó la respuesta del lector Rafael Cruz en la siguiente edición de la
revista, el 15/10/2016. En defensa de los altibajos que puede tener todo
escritor, la respuesta elogió a Caicedo como “escritor fuera de sí y hacia sí
mismo con todas sus dudas, aciertos y sentimentalismos” (estoy de acuerdo).
Llamándolo “Rimbaud caleño” (una comparación incomprensible, ya que Rimbaud
dejó de escribir para lanzarse a su aventura), el lector reaccionó sin duda
ante la calificación de “obra despareja” del artículo, llevada por la edición
final de la revista a ese lugar central que es el título, que encima calificó
directamente al autor como “desparejo”. Un desplazamiento que llama al equívoco
pero en fin, bienvenido: ya sabemos que a los suplementos culturales les gusta
la polémica.
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De PASEO ESQUIZO, 17/10/2016
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