«No conozco la
región del lago Baikal, no conozco Siberia, ni siquiera he viajado nunca por
encima del paralelo sesenta y cinco - y sin embargo estoy ahí sin duda
alguna...», dice uno de los textos del libro «Deseo de ser piel roja», de
Miguel Morey (XXII Premio Anagrama de Ensayo) uno de los libros de El Canon, el
librero donde guardo mis libros de cabecera. Este fragmento refleja algo que siempre
he sentido y que muchos otros han sentido también. Que todos estamos hechos de
lo que hemos vivido, de las personas que hemos conocido, de la música que
hemos escuchado, de los libros que hemos leído y de los lugares a los que hemos
viajado. Pero también estamos hechos de todo aquello que no hemos vivido, de
las personas que no hemos conocido, de la música que no hemos escuchado, de los
libros que no hemos leído y de los lugares que no hemos conocido. En
definitiva, somos lo que tenemos y lo que nos hace falta. Por igual. Yo, por
ejemplo, siempre he dicho que los fiordos noruegos son el lugar más hermoso del
mundo y que sería feliz viviendo en una cabaña de madera en las orillas de un
fiordo. Nunca he estado ni siquiera en Noruega ni me he preocupado por ver
fotografías de sus fiordos. Pero hay cosas que intuimos. Yo tenía un amigo que
decía que estaba seguro de que el día que Natalie Portman lo conociera se
enamoraría de él. Tenía una convicción absoluta de eso. Aseguraba que tal vez
lo mejor era que nunca sucediera porque él no sabría entonces cómo manejar el
hecho de estar casado con una estrella de Hollywood. Terminar por rechazar el
encuentro le daba un consuelo. A lo que viene todo esto es a que hay en
nosotros un espíritu enorme de aventura, de descubrir lo ignoto, de ser también
descubiertos por lo desconocido. Es maravilloso tener la certeza de que el día
que leas «En busca del tiempo perdido» o «Los hermanos Karamazov» tu vida va a
dar un giro. O pensar que tu felicidad está en Groenlandia o en Timor Oriental.
Cuando le conté de esto a un amigo me echó la típica perorata de que la
felicidad la llevamos por dentro y que no depende del lugar en donde estemos.
Es verdad eso, pero rompe con la magia de las utopías que yo le estaba
planteando. Es como decirle a Peter Pan que debe ser más feliz en Londres que
en el País de Nunca Jamás. Hay algo mágico en el hecho de amar lo desconocido y
en pensar que hay otros lugares para nosotros, aunque nunca vayamos a estar ahí
(y tal vez la magia consista en nunca llegar a estarlo). Fernando Pessoa en «El
libro del desasosiego» hablaba del viajero más grande que llegó a conocer y que
nunca salió de Lisboa. Viajaba en mapas y libros y postales y cartas y fotos y
videos. Sin haber conocido nunca sitio en el mundo, era capaz de describir
cualquier rincón, cualquier callejón de cualquier ciudad del mundo, con sus
aromas, sus colores y sus gentes.
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