Le reconocemos
por su forma de vestir: El jubón multicolor, los zapatos puntiagudos y el
talego vacío como el de un mendigo errante. Si encontraba a un pájaro era capaz
de entender su lenguaje. Llegó hasta una torre que, con el tiempo, se
convertiría en Abadía famosa, cuando el cristianismo comenzaba a implantarse
sobre la cultura pagana. A sangre y fuego: Los caminos que atravesó hasta
llegar allí estaban llenos de crucificados.
Temía sufrir la misma suerte pero estaba acostumbrado a la incertidumbre. El monje que le recibió le facilitó una celda, fuego, pan, una manta, agua para beber y lavarse.
La hospitalidad era solo aparente, pues el fuego no ardía, el agua estaba sucia, el pan duro y mohoso y la manta infectada de pulgas.
Temía sufrir la misma suerte pero estaba acostumbrado a la incertidumbre. El monje que le recibió le facilitó una celda, fuego, pan, una manta, agua para beber y lavarse.
La hospitalidad era solo aparente, pues el fuego no ardía, el agua estaba sucia, el pan duro y mohoso y la manta infectada de pulgas.
El prestidigitador se defiende con su lengua. Impreca, maldice. Sabe que su mundo, el mundo pagano, se ha derrumbado y que sus dioses ya no le protegen. No comprende las nuevas creencias con las que ha de convivir. Está preso. La puerta de la celda está cerrada con llave. Los monjes son muchos y más fuertes. Pronto descubrirá que el abad recela de sus poderes. Le intimida la magia, por supuesto. Pero aún más le preocupa la rima. Teme que la rima fije en la memoria de los hombres la maldición de su nombre por allí donde pase el prestidigitador.
El abad abre explícitamente los brazos formando una cruz antes de irse a dormir. La orden es clara. Esa noche los monjes obligan al prestidigitador a levantar su propia cruz. El intenta usar todas sus habilidades para dilatar el momento. Juegos de manos, historias regocijantes y libres, relatos de amor que convierten a aquellos hombres rudos y hoscos en un puñado de niños. Cuando agota su repertorio, los verdugos despiertan de la fascinación. Se siente el más desgraciado de los hombres porque posee imaginación y deseos que sus verdugos no tienen. Imaginación y deseos que incrementan su desventura. Al fin le clavan en la cruz. Y con él clavan las sensaciones, recuerdos, fantasmas y quimeras del prestidigitador, sus dioses, su mundo imaginario y sus sueños. Morirá y su cuerpo será devorado por los lobos y picoteado por los pájaros. La historia la escribió Boris Pasternak en una época y un país en el que también se perseguía a los juglares.
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Del blog del
autor, http://www.ramonmayrata.com/,
28/03/2012
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