PABLO MENDIETA PAZ
Carlo Gesualdo,
príncipe de Venosa y conde de Conza, fue un compositor italiano de música
polifónica, profana y religiosa de fines del Renacimiento. Representante del
madrigal en todo su apogeo junto a otros insignes creadores, marcó la historia
de la música tanto por su vida excesiva como por sus composiciones, muchas de
ellas consideradas como las más innovadoras de este periodo.
Nacido
probablemente en la ciudad de Venosa en 1566, Gesualdo provenía de una familia
aristocrática con lazos cercanos a la Iglesia: entre sus tíos se hallaban el
cardenal Alfonso Gesualdo y San Carlos Borromeo, así como el papa Pío IV. La
corte napolitana de su padre, el príncipe Fabrizio Gesualdo, estaba constituida
por ilustres músicos y teóricos. Naturalmente que por tan cercana relación con
ellos, Carlo fue iniciado en la música a muy corta edad, especialmente en la
interpretación del laúd y en la composición.
Según numerosos
testimonios, Gesualdo, ya músico formado, manifestó una abierta oposición a la
doctrina aristocrática de la sprezzatura, cuyo postulado advertía que toda
persona de alto rango que tuviera vastos conocimientos en la materia que fuere
no debía exteriorizarlos. Él, pues, en abierta contravención a ese principio,
revelaría públicamente a lo largo de su existencia toda su sabiduría y todo su
arte: dos libros de canciones sacras para cinco a siete voces; cuatro motetes a
María; cinco libros de madrigales a capella, entre otras composiciones; y la
divulgación, hacia el final de sus días, de su obra más profunda: los Tenebrae
Responsoria a seis voces, en los que la figura de Cristo mártir se expresa
musicalmente de una manera absolutamente personal (armonización audaz y
adelantada a su época).
Hombre
enigmático, de carácter dificultoso y recóndito, el velo de misterio que rodeó
a Carlo Gesualdo es, guardando las proporciones, el mismo que ensombrecía los
rostros de ciertos de sus contemporáneos, tales como del pintor italiano El
Caravaggio (1571-1610), primer gran exponente de la pintura barroca, y del
dramaturgo y poeta inglés -predecesor de Shakespeare- Christopher Marlowe
(1564-1593), artistas ambiguos, brillantes, excesivos, asesinos y víctimas de
muertes en extrañas circunstancias.
Estos personajes
representaron los vaivenes de las incertidumbres y aspiraciones nobles, de las
quimeras y la violencia renacentista, así como de las guerras religiosas, la
renovación artística y la revolución copernicana, que afectaron
superlativamente en la vida íntima de Gesualdo. Una vida íntima que por su
matrimonio con María d´Ávalosdio nacimiento a la "leyenda negra” del
compositor. Celebrada la boda el 28 de abril de 1586 en la iglesia San Domenico
Maggiore, de Nápoles, el enlace terminó sórdidamente cuatro años después, el 17
de octubre de 1590, con el asesinato de María y de su amante Fabrizio Carafa,
duque de Antria, ultimados con ensañamiento y salvajismo por Gesualdo quien,
para perpetrar semejante crimen de honor, utilizó una espada bien afilada, una
daga y un pequeño arcabuz, según atestiguó Bartodo, empleado del compositor, a
la Gran Corte del Vicariato de Nápoles. El trágico fin de su matrimonio
contribuyó a la posteridad de Gesualdo, que se convirtió así en el compositor
asesino de la historia de la música.
Hasta el siglo
XIX, si no más, mucha tinta corrió sobre este escándalo que involucró a
familias nobles y a toda la aristocracia napolitana. El hecho pronto se
convirtió en sujeto poético, según el grado de compasión reconocido a las
víctimas. Como ejemplo, Torquato Tasso (célebre por su poema épico La Jerusalén
liberada), evocó en varios sonetos los últimos momentos de los amantes.
En el imaginario
popular, el crimen de Gesualdo no fue olvidado. Tampoco él pudo impedir que el
escabroso lo conviviera, hasta el fin de su vida, en un alma atormentada y
pecadora. Hombre profundamente inclinado a la religión y respetuoso de la
justicia divina, nació en él la necesidad de expiación de la culpa, de
"cazar a los demonios”. Se sometió entonces a severas cuando no
extravagantes prácticas de penitencia. La flagelación masoquista y otros
ejercicios de "mortificación de la carne”, quizás mórbidos o perversos, o
propios de aquella ferviente devoción, fueron su intento de castigo redentor en
el epílogo de su existencia.
Ya musicalmente,
y con toda la libertad de componer a su buen placer, sin obligación de
responder a un mecenas (a diferencia de Monteverdi, por ejemplo), a ojos de sus
contemporáneos "sus madrigales plenos de artificio y de exquisito
contrapunto, a los cuales se añadían fugas complejas, se enlazaban con destreza
sin igual”. Por sus últimos madrigales, los más originales por la audacia y
refinamiento en su textura, Gesualdo es llamado a entrar, con genio, en la
historia de la música.
Si Gesualdo
fundamentalmente apareció en escena como un compositor "tradicional”,
Monteverdi, su contemporáneo, impulsaba la transición del madrigal
"manierista” y de la ópera por invención del madrigal "dramático”.
Aquel, por lo dicho, no modificaría esencialmente las formas existentes y,
según un estilo muy personal, compuso a la manera tradicional de la época;
aunque, en iluminado estilo y esclarecida concepción de eminente creatividad,
no pudo sustraerse más adelante a la construcción de obras basadas en
cromatismos, disonancias y en rupturas rítmicas y armónicas. Todo un ilustre
precursor y visionario, cuya producción sacra, tan fértil como la profana, han
sido fuente inagotable para creadores del siglo XX.
Si el lenguaje
precursor de Gesualdo influyó en las escuelas compositivas, es asimismo
relevante la vasta literatura escrita sobre él: Anatole France evocó la muerte
de María d´Ávalos en Le puit de Sainte-Claire (tentativamente traducido como El
bien de Santa-Clara); la historia fue recogida también en el Madrigal del
escritor húngaro Lászlo Passuth, y en Le Témoin de poussière (El indicador de
polvo) de Michel Breitman (premio des Deux Magots 1986). Aunque otros autores
han dedicación especial atención a la obra de Gesualdo, y a su cruel crimen de
honor, no es posible citar y profundizar en todos ellos por falta de espacio.
En este resumido
trabajo de la tormentosa vida de Carlo Gesualdo, y de su excelsa música, se
descorre el velo de un personaje controvertido, célebre más que nada por su
"crimen de honor”, cuya truculencia se menciona -valga el apunte- en una
escena del filme True Story (Una historia real), de 2015, en cuya cinta se
escucha el dramático y alusivo madrigal Se la mia morte brami.
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De PÁGINA SIETE
(La Paz), 07/05/2017
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