Sunday, October 25, 2020

Sueños de Francia


MAURIZIO BAGATIN

 

Mouans-Sartoux a un paso de la lavanda de Grasse, haschisch barato en las brasseries, cuscús y Beaujolais, y el perfume de millones de flores, fábricas de perfumes y trabajo duro por marroquíes y tunecinos, por los clandestinos de todo el Magreb, esto es lo que no cuentan los de la Costa Azul, la petite bourgeoisie un día con Pétain y el otro contra Dreyfus, así una parte de la Francia de la Liberté, Égalité, Fraternité…

Y la estación de Niza, cerrada en la noche que, con 14 puntos de suturas en mi pierna, me dejo dormir justo en un parque de la ciudad que fue Reino de Piamonte, y un gringo gordo y borracho se me cae encima, grito, grito fuerte y el amigo que mientras había ido a comprar cigarro vuelve y lo patea hasta dejarlo tendido cerca de una fuente de agua pútrida…

Una noche Salvatore, extraño nombre por uno que viene de Treviso, nos lleva a Cannes, hay el festival del cine, una Deneuve aún belle de jour (et dans la nuit), Laura Morante joven y sensual, la musa de Almodóvar y simplemente Juliette Binoche; cruzamos los miles semáforos de la ciudad, verdes tras verdes sus luces, un boulevard interminable, smoking y Moët & Chandon, recuerdo de Serge Gainsbourg en su tumba en Montparnasse, un Gauloises tras otro Gauloises, un bourbon y su je t’aime moi non plus; todo esto antes del semáforo rojo no respetado y choque:”¿Oui, oui trés jolie!” pero el choque ya fue y la cara de Salvatore en ver la chica casi desnuda saliendo del Chevrolet de un novio más preocupado por su perrito que por la dulce Genevieve…

En el Hospital de Grasse la enfermera me hace sentar, me mira por mucho rato, estoy sudando y pierdo sangre de la pierna… Observo el extraño color de sus ojos, de sus cabellos, y en su esquiva mirada veo Carlos Magno y Giuseppe Garibaldi, las peripecias de una utopía, unir o liberar, me pregunta si soy italiano, un día lo fuiste tú también le contesto, pero ¿cuándo seremos europeos?, ojos grandes o podridos, un viento del este, étimo aún incierto, miles de años y mucho esperma, viajes y retornos… entra el médico y empieza a coser, 14 puntos, 5 internos, 9 externos, le digo “ni el Olympique de Marsella tienen tantos puntos en la tabla”…

Viajamos toda la noche, única pausa Lyon, dos Stella Artois y una baguette con queso, uno de los muchos quesos que Francia produce, una cajetilla de cigarro alcanzará hasta el amanecer, Claudio conducirá hasta París, su hermano duerme en la hamaca colgada atrás, en el camión lleno de herramientas, de todo el material de trabajo, yo haré de copiloto hasta ver las primeras luces de Lutecia, luego despertaré a Daniele y prepararé el primer joint del día…

El hotelito estaba a un paso del metro Chatelet, el jefe en nuestro trabajo era un véneto con una diarrea permanente, la cual no le permitía tomar el metro y tenía que desplazarse con el auto y con un chofer siempre preparado en pararse en un bar, una brasserie o un café adonde el jefe podía entrar a la toilette y… una mañana vino a controlar los avances de nuestra obra, estábamos instalando puertas, ventanas, portones y ventanillas en un colegio fiscal, un colegio de Francia, una empresa italiana ganó la licitación y nos contrató, imagínense el ministerio de Educación a través del ministerio de obras publica licita una obra que vienen ganada por una grandísima empresa italiana, la cual a su vez contrata otra empresa italiana para ejecutar la obra… antes escribí sobre la utopía de Carlo Magno y la de Giuseppe Garibaldi…

Empecé a frecuentar un pub en Rue du Mont Thabor, un pub irlandés, con mucha bulla, buenas cervezas, chicas con cabellos rojos y muchas pecas en su cara, afiches de James Joyce, Oscar Wilde, uno de Beckett que no puedo encontrar en ninguna imagen internauta. Un día apareció colgada una invitación a ser partícipe de un partido de futbol #%&¡Q, la otra palabra era ilegible y decidí jugar este partido de futbol #%&¡Q; el sábado por la tarde, después de un almuerzo liviano, sopa de cebolla y ¼ de vino tinto me fui al Bois de Boulogne, jugadores de petanque invadían la tarde soleada parisina, más al norte las canchas de fútbol estaban repletas pero logré ver mis compañeros de futbol #%&¡Q, listos con sus poleras rigurosamente verdes y botas con cachos de cuero. El partido empezaría a las tres de la tarde, pregunté contra quienes íbamos a jugar, el capitán de nuestro equipo me dijo contra los Gaelic Foot de La Courneuve…mientras veía que todos se pasan el balón con las manos, lo lanzaban con las manos y se empujaban y derribaban como en el rugby… le pregunté a nuestro capitán porque se calentaban así y me contestó, mirándome con asombro, que así se juega el futbol gaélico…

25 octubre 2020

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Imagen: Paul Cézanne/Los techos de París, 1882

 

Thursday, October 8, 2020

Pesadillas desde el primer mundo


MAURIZIO BAGATIN

Todos aprendieron de la peste. Esto lo escuchamos todos y dicho por casi todos. Menos por aquel que tenía que volverse al país desde el Viejo continente. Él sí algo aprendió de la peste, nunca quiso admitirlo. Para él fue una pesadilla, la ausencia del retorno, la permanencia en la tierra del pandemónium.

Durante más de quince años trabajó sin descanso, sin vacaciones, sin fines de semana; su decisión, al salirse de aquí, era la de trabajar, trabajar y trabajar, para lograr ahorrar más dinero posible, y luego volverse para invertirlo aquí.  Se fue cuando aún el presidente gringo seguía en el poder y quiso volver cuando supo de la caída del innombrable. En enero empezó planeando su vuelta, renovación del pasaporte, boleto de avión, transferencia de una parte del dinero ganado en una cuenta que su hermana le abriría aquí, en su país natal.

Durante más de un mes se dedicó totalmente en organizar su vuelta al país; viajar fue, durante casi quince años, un ejercicio que nunca quiso siquiera nombrar, fue una acción que nunca quiso practicar, el objetivo era claro: trabajar para ahorrar para volver. Durante casi quince años trabajó y durante casi quince años ahorró. Nunca volvió.

Su profesión desde el principio le ofreció estabilidad, buenas ganancias y la seguridad de que un día hasta aquí, en su país de origen, se le ofrecería gratificaciones y un futuro mejor de lo que se iba perfilando quince años atrás. Por eso se fue, por ese pesimismo que, al quedarse aquí, nunca podía haberse metamorfoseado en optimismo, en su exacto contrario. En enero del 2003 viajó al país donde una marea de connacionales ya había decidido buscar suerte. Ahí viajó y ahí de inmediato consiguió trabajo, ahí se instaló y ahí decidió quedarse hasta hacer realidad su sueño. Volver con todo el ahorro fruto de su trabajo.

Con el boleto en la mano el viaje ya tenía fecha, para marzo volvería a su país de origen. El vuelo era con la nueva compañía nacional, la compañía aérea con la cual llegó a Europa ya no existía, y el vuelo esta vez sería directo, desde el país de los conquistadores hasta el país conquistado, una novedad absoluta para él, una de las pocas ventajas de la globalización, dormirse con un huso horario y despertarse seis horas más joven. Tal vez sentirse en casa, tal vez sentir nuevamente la tierra, la gente, el aroma de las comidas, el perfume y los malos olores que siempre han definido su país. Se preparó también a esto.

¿Quién lo esperaba? Su hermana, ya anciana; su tío, ya viejo; sus amigos, ya perdidos; su gente, ya cambiada… un retrato de Dorian Gray sacado del sótano, un proceso de cambio de ilusiones, un maquillaje del capitalismo, un lapso de tiempo para trasladar los sueños de un continente a otro, tal vez, y nada más… su pasado interrumpido, su presente inmóvil, su futuro incierto.

El invierno que acompañó su decisión del retorno transcurrió, hasta el mes de febrero, sin el habitual frío, ni siquiera una nevada en la ciudad donde vivía, siempre acostumbrado, él, en sacar nieve de la puerta de la entrada a su casa desde diciembre hasta marzo; ver vecinos cargando esquís en el maletero de sus autos y dirigirse hacia las estaciones invernales de esquí. Este invierno parecía más a una primavera caprichosa, de las que no dejan florecer las mimosas, las violetas y las prímulas, un invierno primaveral lo definieron ecologistas y hasta algún político siempre atento a los vientos de cambios. Y pensar, se dijo mirándose al espejo, que dejé hace quince años la tierra de la eterna primavera, adonde el invierno dura una cuantas horas al día; aquí aguanté todos los años temperaturas bajo cero desde diciembre hasta febrero, algunos años hasta final del mes de marzo. Tal vez, se dijo, premonitor es también el clima, parece que estuviera preparando mi retorno. Extrañas suposiciones las suyas. El cambio climático estaba presente aquí y allá, la eterna primavera no lo habría esperado aquí y el frío llegaría atrasado allá. Caos climático y cada cosa en su lugar, pensó, y así parece ser.

Con todos estos pensamientos, y con todas sus certezas, fue preparando el equipaje, una sola maleta, con ruedas, cuando viajó la primera y única vez salió de aquí con estos bolsones enormes y de empacho, envolviéndolo con esta marea de celofán carísimo que te ofrecen en todos aeropuertos, y el maletín de a mano; faltaban pocos días y decidió revisar si todo estaba bien, los documentos, el equipaje, decidió salir y comprar un recuerdo más para su hermana, una chompa de lana con estampado del nombre del país en el cual transcurrió más de quince años de su vida. Volvió a la casa y oyó del noticiero de la televisión nacional que en una ciudad de un país asiático en solo diez días habían armado un hospital completamente equipado para enfrentar la peste que estaba azotando el territorio y que, por primera vez en la historia, podía volverse planetaria; pocos hablaban de todo esto en la clínica donde él trabajaba desde hacía quince años; pocos recordaban las pestes del pasado; nadie tomaba en serio ni siquiera los primeros dos casos señalados y denunciados en la misma ciudad donde él estaba viviendo ahora. Después de una semana se declaró la pandemia a nivel mundial, oyó por primera vez la palabra lockdown, se encapsularon enteros territorios colindantes a la ciudad en la cual vivía. Le fueron suspendidas, debido a su profesión, la vacación y el viaje a su país natal. No viajó y desde aquel día empezó su pesadilla en el primer mundo.

Mientras caminaba al trabajo escuchaba o leía las noticias que llegaban desde aquí; la decepción por el fallido retorno, el desasosiego por la atmósfera que estaban viviendo, sobre todo en la región donde estaba, no lo vencieron. Pronto terminará todo, llegará una vacuna, como siempre serán los primeros, unos cuantos, en fallecer y luego volverá la normalidad, pronto estaré en mi país natal y desde ahí empezaré de nuevo.

Llegó marzo y se cerraron todas las fronteras, internacionales y muchas de las nacionales, era imposible trasladarse de una provincia a otra, según el número oficial de los contagiados la política tomaba medidas y las fuerzas del orden las ponía en acto. El orden del caos ya no era solamente climático, el orden del caos se adueñó de todo imaginario y de toda acción colectiva. Nada de nuevo para él, que vivió dictaduras y golpes de estado, toda una novedad para las nuevas generaciones del Viejo continente, al menos para los que no conocieron la guerra, el hambre y la miseria. Todo esto para que alguien, o todos, aprendan. Pará él no, él no tenía nada que aprender que no fuera la imposibilidad del retorno, la inutilidad de todos los preparativos, la seguridad de que aún sigue ahí, en el Viejo Continente, esperando que la peste enseñe a todos un poco y del poco que sea útil para todos.

14 septiembre 2020

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Imagen: Jackson Pollock/Sketches