MAURIZIO BAGATIN
Celia
contaba las enormes gotas de lluvia que se mezclaban con sus lágrimas; a las
cuatro de la mañana no pudo más. “Parecía una película”, nos
decía mientras una nueva lágrima iba descendiendo por un rostro ya marcado por
el tiempo.
A la
experiencia vienen bien los callos de las manos, que son páginas abiertas de un
libro sin índice. A veces retorno a Fanon, escritor más necesario que Galeano
para revelarnos las máscaras del ser humano, no solo por el color de su piel
sino por desvelar nuestras conciencias. Si aún las tenemos.
A Isabel
Allende ni siquiera la tomó en cuenta aquel misógino de Harold Bloom, y sin
embargo fue ella en demostrarnos, más que nadie, donde inició el realismo
mágico. Una concisa frase que resumiendo deleita, fueron los conquistadores
en dar inicio al realismo mágico, escribiéndole al rey de España sobre
un continente que tenía fuentes de juventud, que se podía recoger el oro y los
diamantes del suelo, que la gente tenía unicornios o tenía un pie tan grande
que a la hora de la siesta se elevaba como una sombrilla para tener sombra.
Santa María, Tocaia Grande y Comala vinieron muchos años después.
El cheque
llevaba un 8 que según la cajera se parecía a un 6. No era solo una cuestión de
onomatopeya o de literalidad, el número en letras no podía equivocar, y menos
aún engañar a nadie. Margherita, esta vez, estudió la nueva cajera y al 201 de
su ticket se fue a cobrarlo. El pueblo es aún más distante que la urbe en
viveza y engaño. Podrá seguir lloviendo como en Macondo, pero las lágrimas no
son como el aceite, ellas nunca se separarán de lo vital de nuestras vidas.
Amniótico o el origen de nuestros sueños, la misma composición define el
líquido.
Cliza-Buenos
Aires. 39 años en
Santa Rosa La Pampa y luego el retorno. Ya era un gaucho, como el nombre que
dio a su restaurante. En la imagen kitsch que algún pintor de brocha borda
destinó a una pared del restaurante, se lo ve plácido cabalgando un blanco
caballo pampeño, fiel retrato de su orgullo cliceño, del sudor y de muchas lágrimas.
Allá quedaron las cenizas de su amada y las futuras generaciones.
En una mesa
ya con aspecto navideño hay dos chicas invadidas por tatuajes y cargadas de
juguetes chinos. El hombre es siempre lobo del hombre. Vuelven a su
tierra desde España, Italia, Virginia o explotadas en Buenos Aires o Sao Paulo.
Disfrutan de un cubilete en su mano, de la choleada que allá sería de mal
gusto, de la mirada de sus padres ancianos a los cuales habrán construido una
casa medias aguas en ladrillo, que les permita olvidar el
adobe, el techo de paja y tal vez hasta la chicha que cada fin de semana tenían
que elaborar en Villa Rivero.
Entre la
tierra y el cielo un horizonte. Nubes que forman extrañas figuras, botes,
dinosaurios, las mismas ondulaciones de los cerros, sus compañeros siempre
fieles. El maíz que tal vez no se recuperará, el trigo sembrado con inocente e
ingenua anticipación, la alfalfa extendida al sol para salvar lo salvable.
Frutos de una tierra que merece más memoria por parte de su gente.
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