Tuesday, May 7, 2024

El Flaco y el Poeta ciego


 
MAURIZIO BAGATIN

 

Ahora se han encontrado en una calle de Buenos Aires, y como niños están recorriendo y pateando una lata aplastada, una botella vacía, una pelota hecha de trapos viejos. Saco del estuche Libertango, Astor Piazzolla acompaña esta charla imparcial, todo el pathos de un imposible amor, de la imposibilidad de una correspondencia. Futbol y literatura se encuentran donde se trazan esquemas y donde afloran teorías, una hipérbole que engendra una nueva táctica, una rima que conjuga el triangulo perfecto. La mejor defensa será el ataque, la prosa el deleite de la novela. Botines con cachos y camisetas sudadas como la biblioteca de Babel.

El Flaco es el filósofo que enseña ética adentro de cuatro líneas blancas y el Poeta ciego es Tiresias que sigue reflexionando sobre la esfinge, de cuando Sófocles lo puso ahí. Olvidaron Videla y aquellos días trágicos e inseparables. El invierno de la Pampa argentina soplaba como las ejecuciones en los garajes de la muerte; deleitándose del ballet de Kempes o hablando de la inmortalidad transcurrieron horas de atónito silencio y de enclaustrada felicidad.

Futbol sin trampas es el Aleph del Flaco, desde ahí podemos apreciar la poesía del juego que en la Argentina vale más de todas las demás cosas. La metis de Ulises fue de ingenio para el campeón futbolista, mientras Ulises navega en la memoria de Funes como en los espejos que tanto sembraban el horror. Los dos caminaron la orilla. El Flaco y el Poeta ciego tuvieron una enciclopedia, para uno fue la Británica y para el otro la cancha de futbol. En algún lugar se encontraron. El Flaco nunca amó el panem et circenses sino la estética del hombre en acción, el Poeta ciego consideraba toda obra humana bella en su ejecución. Encuentro feliz que en un día del 1980 se materializó en una “solicitada”, que demandaba al gobierno conocer la lista de desaparecidos y sus paraderos, y fue nombrada “de Borges a Menotti”, dos grandes que surcaban mundos tan alejados, pero tan significativamente vecinos.

Ambos hoy más cerca del Martin Fierro, hoy más cerca de la belleza del futbol, de la estética de la palabra.

6 de mayo 2024 

en el camino


PABLO CEREZAL

 

Te preocupa que te deje.

Nunca te dejaré.

Sólo los extraños viajan.

Siendo dueño de todo,

no tengo dónde ir.

Leonard Cohen

A algún tugurio de la España, vamos, decías y, una vez más, conducías mis pasos entre vidrios que se habrían de romper rayando la madrugada, Dennis, hermano. Sólo había sido otra semana de dejar perderse pelotas de malabar en los resquicios del asfalto. Los niños columpiaban su temperatura lechón a ritmo de monociclo, pedían dinero entre los autos, asfixiaban con sonrisas los faros y los llantos de llego tarde a casa, otro bloqueo, puta, ya es tarde y hoy es jueves noche de machos. 

En Cochabamba, ya no recuerdo, puede ser que sí, los jueves eran noche de machos, de hembra los viernes, o al contrario, pero había un día estipulado para los desvaríos noctívagos de una y otro siempre en compañía de los de su propio sexo. En sexo, tal vez, pensé en más de una ocasión, derivarían tales riesgos. Tú me desmentías, Dennis, sabio, que toda noche es suplicio cuando sólo se busca la semilla del trago para reverdecer la violencia o el llanto. Y nosotros lagrimeábamos sobrios y etéreos, dolidos pero aún enteros, al filo de otra madrugada que daría en nada. Regresar a casa, ¿qué casa? Aquellas cuatro paredes y el mugido de un gato y el ronroneo liebre de mi Munay todavía perdido en el extrarradio rosa de latidos y muérdago por venir del vientre materno. Le acariciaba, por sobre tu vientre, a él acariciaba. 

Cochabamba quedaba lejos, afuera, tan sólo el murmullo de mar muerto de aquel río Seco que acunaba nuestras noches con su murmurar tan sólo vertederos hasta que llegase la siguiente crecida. Y Munay crecía y en mi interior algo sabía que no se sabía nombrar porque le faltaba aliento. Y hoy, a años luz, me recuerdo y me pregunto si soy un faquir o sólo un remiendo. Enfrentar el pasado y no dolerte de él. Únicamente contemplar, desde afuera, cómo te ha conformado. Aún tiene movilidad e incluso deja rastro en algunos senderos. Cada día menos, lo comprendo ahora que sólo sueño con horadar caminos alejados de todos y todo lo que logre dudarme, como frente al espejo, si aún me reconozco. Pueda ser que lo haga, pero nunca me recomiendo, y la hembra es sabia y sabe mirar y es por ello que tal vez lo único que me regale sea alejarme de su aliento.

Algún tugurio de la España y una botella de vino comprada en un tinglado con telarañas de sombra mordiendo la comisura del labio ciego de la caserita, que no te regalaba las buenas noches si no le aumentabas el peso en la mano al verterle las monedas que compraban aquel vertido en que, después, nos precipitábamos. Y hablábamos, Dennis, y siempre aparecía Scarlet y mi loco empeño en soñar su sonrisa crecida en gana de morder la vida. Tú me decías haz algo, hermano, sigue luchando que ya no se aproveche más el gringo estos niños son tu norte. Y hoy se me antoja sudario. Hoy todo lo que amo se me antoja sudario mientras brindo por los pasos perdidos no con Aranjuez, Dennis, que acá, el vino, aunque más caro, duele menos el paladar. Que lo que duele, siempre, es la distancia y por eso sigo anclándome al sueño del nonato y preguntándome a qué huele el mañana cuando ya conozco todo aroma para mi futuro y sé que es frustrado.

¿A qué huele el mañana? Nunca me lo respondiste. Pero sé cómo aroma Munay las estancias y las impregna de sueños en que, para huir la pesadilla, escalo ramas de bambú ansiando alcanzar el cielo. Que lo toqué. Que lo he tocado. Mira mis huellas dactilares y comprende por qué se borraron. Porque el cielo quema y tal vez sólo Luzbel sepa cómo se desorienta el paladar, tras el amor, como tras el alcohol, para quedar seco de distancia y algo así como acartonado.

Caminábamos Cochabamba y llegaba la hora de regresar a casa. Munay ya estaba naciendo. Pero La Cancha me llamaba, con su plenitud de orines, sus trapicheos mugre y sus maneras de sándalo encendido sólo a mayor gloria de quienes no llaman futuro al método de buscarse el trago o el alimento cada día. Nunca lo supiste, Dennis, o sí, pero tomaba el taxi y pedía al chófer que me regresase a La Cancha. Ahí veía niños boquear entre mareas de plástico, me dolía de los míos, que me esperaban al día siguiente ejercitando músculos y mandíbulas antes de la hora de la comida, y regresaba al verdaderamente mío cuando ya casi nacía, para acurrucarme en la frazada mercurial de su latido. Angie abismaba pupilas en mi deambular por la casa hasta recogerme en murmullo de porvenir al que hoy, desorientado, hago eco con mi desvestirme en el cuarto de baño, triste desnudo, declive por más que lo nieguen: el futuro es esto que hoy, esto a lo que tú recompones, cuando se te antoja, los pedazos.

En las calles aún podía comprender el jeroglífico exacto que habían tallado en lumbre Scarlet y el resto de malabaristas del hambre cuando a lomos de monociclo. Y un puñado de pelotas puro trapo recomponiendo el asfalto. Es tarde, aullaba la caserita, y te marchas o te marchamos. Hora bruja de recoger los trastos. Tú ya acariciabas los sueños, Dennis, y yo aún andaba perdido en Cochabamba tanto como esta noche ando perdido en mí pensando sólo que lo más sano, a pesar de adulterado, sería emprender, de nuevo, el camino.

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De POSTALES DESDE EL HAFA, blog del autor, 06/05/2024 

Tuesday, April 23, 2024

Libro contra dragón


DANIEL MOCHER

 

Farinato de Ciudad Rodrigo con huevos revueltos, café americano y Perder el juicio de Ariana Harwicz, en la faja dicen que tiene un toque de David Lynch y a mí también me viene a la cabeza Fogwill y sus pichiciegos, una voz dura que horada nuestras zonas de confort, de nuevo lo oscuro y brutal emitiendo esa luz verde fosforescente y pantanosa de rara belleza que emborracha. Verde que te quiero verde. Verdes de la aurora boreal o de la Ofelia de Millais ahogada en el río. Una huida claustrofóbica, un secuestro condenado al fracaso, querer ser buenos y no poder.

La mañana pasa lenta, tediosa barcaza deslizándose por aguas de minutos mansos y extendidos hacia nadie sabe. Hemos montado una habitación de juegos en la que fue morada de la hija que se marchó y no quiere ser pródiga todavía, hay que seguir con el hueco bien presente recordando el abandono. Pasamos allí el rato mientras Claudia da sus primeros pasos y los niños juegan juntos a construir y destruir Imperios, Elena se inclina por una cerveza 1906 y yo por la cazalla Cerveró, con agua y mucho hielo.

Tratamos de imaginar cómo será la próxima casa, con suerte la definitiva, tal vez, una chimenea es imprescindible si nos mudamos a las tierras más frías del interior, algo de terreno para un pequeño huerto y algún árbol frutal, más de tres habitaciones y, si es posible, un despacho para poner allí la biblioteca y algunos objetos del pasado, como anunciaba certera aquella tienda de antigüedades clausurada, quincalla genealógica, cosas viejas salvadas in extremis de terminar en el vertedero, conservadas solo por su valor sentimental. Antiguallas, trastos inservibles, pecios rescatados del naufragio de otras vidas. Pipas de brezo, cámaras Voigtlander, mecheros antiguos y oxidados, plumas estilográficas maltrechas, un molinillo de café y un retrato de mi suegra pintado al óleo sobre lienzo por Constante Gil, quien fuera propietario del mítico café Madrid e inventor del Agua de Valencia, un cóctel de cava, zumo de naranja, ginebra y vodka. En el Café de las Horas creo recordar que también le añaden unas gotas de angostura y algo de ambiente neobarroco.

 

Claudio Ferrufino me comenta sus últimas adquisiciones librescas: Geografía de Estrabón y La guerra de Granada, de Diego Hurtado de Mendoza. Entiendo y comparto su alegría. Esa elección es un elogio de lo inactual, una apología de lo repudiado y desaparecido. Un milagro. El tiempo es realmente de oro cuando lo invertimos en todas esas cosas que para muchos desgraciados ya son inútiles e improductivas. En pleno siglo XXI, entre guerras crecientes y barbarie desmedida, la esperanza, un libro, cuartetos de cuerda, pinceles y aguarrás, pan de oro, subrayar, escribir en los márgenes, la escala pentatónica o las variaciones Goldberg, sonetos, el triple salto mortal, rosetones, capiteles, pizzicatos, marinas, aguadas, arquivoltas, bodegones, coreografías, decorados, telones que suben, funciones que empiezan, cuentacuentos, recitales, clases de baile, carboncillos y otras revoluciones interiores, verdaderas.

 

La gran minoría lectora como un rey Midas con lepra en un reino decadente, la humanidad resistiendo el asedio, el arte que embellece y hace un poco más soportable este gran absurdo azul que gira y describe órbitas elípticas alrededor del Sol. Es un alivio encontrar a alguien con quien compartir obsesiones, compinches, hermanos de tinta, alguien que te diga, mira, lee esto, aquí hay medicina de la buena, piloerecciones, puñetazos y mariposas en el estómago, asombro, sacudidas y puntos de inflexión, escapatorias, reinvenciones, canela en rama y horizontes nuevos. Es san Jorge, 23 de abril, Día del Libro, Elena me regala Guerra y guerra de László Krasznahorkai, como un exorcismo, guerra, odio, lo que no debería existir, guerra y más guerra, lo que va creciendo como un hongo venenoso por todas partes. El dragón despliega sus alas de dominio para hundir al mundo en su sombra, el santo murió hace siglos y no se le espera, hay demasiados inocentes muertos, el libro en mis manos, mártires alimentando a la bestia, numerosos son también sus siervos, me hago a un lago y comienzo a leer en voz alta, dirige su hocico hacia mí, resopla, llamaradas, todo es fuego alrededor, tal vez pueda leer un par de líneas más, un par de palabras, se acabó, László, 451 grados Fahrenheit.

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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor, 23/04/2024

Imagen: Tienda de antigüedades de Valencia, objetos del pasado.

 

Thursday, April 11, 2024

MAPAS DE HIELO Y ARENA


JULIA ROIG

 

«No está absorto en la contemplación de las olas. No está absorto porque sabe lo que hace: quiere mirar una ola y la mira [...] no son «las olas» lo que pretende mirar, sino una ola singular [...] la ve crecer, acercarse, cambiar de forma y de color, envolverse en sí misma, romper, desvanecerse, refluir [...] no se puede observar una ola sin tener en cuenta los aspectos complejos que concurren a formarla y los otros igualmente complejos que provoca [...] su mirada se detendrá en el movimiento del agua que bate la orilla hasta ser capaz de registrar aspectos que no había captado antes [...] La cresta de la ola que avanza se alza en un punto más que en los otros y desde allí empieza a festonearse de blanco [...] para entender cómo es una ola hay que tener en cuenta esos empujes en direcciones opuestas que en cierto modo se contrapesan y en cierto modo se suman y producen una ruptura general de todos los empujes y contraempujes en la habitual inundación de espuma [...] este modelo debe tener en cuenta una ola larga que sobreviene en dirección perpendicular a las rompientes y paralela a la costa, haciendo deslizar una cresta continua que apenas aflora. Los brincos de las olas que avanzan alborotadas hacia la orilla no turban el impulso uniforme de esta cresta compacta que las corta en ángulo recto y no se sabe dónde va ni de dónde viene. Tal vez es un soplo de viento de levante que mueve la superficie del mar transversalmente al impulso profundo de las masas de agua del mar abierto, pero esta ola que nace del aire recoge al pasar los impulsos oblicuos que nacen del agua y los desvía y endereza en su dirección llevándolos consigo».

Italo Calvino

 

 

«All I can do is be me, whoever that is»

Bob Dylan

Me comprometí a escribir el prólogo de esta novela cuando precisamente la finalidad primera de un prólogo al uso atenta contra mi naturaleza y por ello entiendo que eso es precisamente lo que se espera de mí, que no escriba un prólogo al uso, que sea, como el bardo Dylan dijo, yo misma, quien quiera que sea ésa.

Por ejemplo, me gustaría decir que este artefacto poético al que te asomas, nace de la libertad y el respeto de dos artistas, dos géiseres creativos e incansables que no transigen, Pablo Cerezal y Diego Vasallo. Ambos maestros de la vita contemplativa, cazadores furtivos del gesto, del detalle, por ello se mantienen en eterno movimiento, sabiendo que siempre hay un margen que pasa desapercibido, un surco nuevo o antiquísimo por recorrer o descubrir, porque el ojo inquieto, ya sea hacia dentro o hacia fuera, busca. Este poema de fuego y papel, nace del instinto impecable de dos flâneurs que se reconocieron una noche de frío y humo, una de esas noches de faros y naves a la deriva en el asfalto madrileño.

Un prólogo es un estado de ánimo, dijo Kierkegaard, y de ser así me gustaría contagiarte de él y llenarte de curiosidad y ganas de adentrarte en estas páginas, no por ofrecer un tráiler literario que contenga las claves y los mejores momentos sino por acercarte a todas esas escenas que quedaron fuera. Brindarte esta obra llena de bruma de la playa de La Concha; calles empedradas salpicadas de sirimiri en busca de un bar que refugie; el olor a café desde el primer contacto; alguna distorsión de una prueba de sonido de una noche cualquiera, de ese momento que busca más que la perfección, la belleza. Que sostengas entre tus manos este Jaizkibel con vistas estratégicas a dos autores que creen en la liturgia y la calma de hacer las cosas con la dedicación que implica el dejar en cada una un poco de alma.

Aquí no hay señuelos, aquí bombea la sangre creando a cada paso un lienzo inaudito, cortazariano porque a lo rayuela muerde por donde lo abras, y orsonwelliano por el juego de voces laberínticas a modo de espejos que nos brinda tan poética como peligrosamente. Novelas río, canciones río, de eso sabe mucho el tándem Cerezal-Vasallo. Cada novela de Pablo es un viaje recorriendo lo inesperado. Cada disco de Diego es una odisea repleta de alquimia. Cada uno de sus cuadros un testamento en blanco y negro del dolor aullando una historia. Y ambos han recorrido mucho mundo, y ambos le tienen querencia al riesgo artístico, porque sí, así suena la palabra libertad.

Aunque resulte algo manido, necesito gritarlo una vez más: it’s not the song, it’s the singer. Una canción es una experiencia, una novela es una experiencia, un cuadro es una experiencia, el amor es una experiencia. Yo no puedo pervertir ni un instante de la misma dando indicaciones, comparativas o aperitivos. No quiero hacerlo. No tendría sentido. Por eso voy a imaginar cómo se sumergen tus ojos en este maremoto de pensamientos, canciones, vivencias, lugares, placeres y llantos, porque aquí hay dos bosques líricos, frondosos y únicos que se recorren mutuamente, sin miedos ni guías y así sería hermoso adentrarse en este libro. De la mano de dos prestidigitadores de verbo cirujano recorriendo y dejándose recorrer la entraña sin artificio. Y da miedo, honestamente, entrar en la mente de un creador total, ya sea un Da Vinci norteño o un Shepard castizo. Da miedo porque cada vez es más difícil hallar voces que respondan a su propia voracidad, a su caos, a su inconsciencia incluso. Puros outsiders de la luz y la calle fácil, que diría Tom Waits.

Y me reconcilia, a pesar de estos tiempos de velocidades insanas y bellezas erróneas, me reconcilia abrazarme a una palabra maravillosa para la que apenas hay lugar: inspiración. Encontrar aquello que nos golpea, que nos alimenta, que nos transforma, y hacer algo con ello porque no puede ser de otra manera, porque no se puede contener. Ese es el verdadero arte que algunos ansiamos encontrar, el arte que nace del placer y del daño, de la belleza y la crueldad, de la urgencia y la calma, pero sobre todo de la necesidad de mantenernos ansiosos, hambrientos y vivos, reinventando mapas de hielo y arena para perdernos en ellos.  

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Prólogo a Diego Vasallo, trayectoria de una ola, de Pablo Cerezal. Parkour poético, 2024

Saturday, April 6, 2024

Viajes de viajes


MAURIZIO BAGATIN

 

El primero en absoluto fue una fuga. Con el Mago llegamos hasta el pueblo más cercano, ver la gran construcción del gasoducto era la experiencia más inolvidable que podíamos hacer a nuestros cinco años. El verdadero viaje era dentro del viaje, escapar, evadir, romper el hielo, desaparecer, retornar. Adrenalina y emociones sin haber leído aun Los muchachos de la calle Pál.

De una de las regiones más perdidas y más fascinantes de Europa, Extremadura, salieron hacia el Nuevo Mundo los “conquistadores” más hambrientos de Europa. Recuerdo cuando vi la película de Luis Buñuel “Las Hurdes, tierra sin pan”, un viaje en el tiempo que me recuerda a las poesías de Rocco Scotellaro, a los estudios antropológicos de Ernesto De Martino. Sin siquiera conocerse todas estas familias hambrientas desde Trujillo invadieron Sudamérica: Nuño de Chávez fundó Santa Cruz de la Sierra, el fray Vicente de Valverde fue obispo de Cuzco, Gonzalo Jiménez de Quesada era el compañero de Cortés en su conquista de México. Se pregunta Gavin Menzies: “¿Acaso un hada madrina agitó una varita mágica sobre aquella ladera polvorienta de la que tantos conquistadores partieron?”

Cuando leemos a Swift y a Verne inspirados por Ulises y descubrimos cuan viajeras son las letras más atrevidas, surcan mares y profundidades desconocidas, también el De Amicis más atrevido saliendo de los Apeninos cruza un océano y se enfrenta a los Andes.

La literatura es un permanente viaje. El viaje de los viajes. Heródoto viaja y moldea el mundo para los historiadores. Kapuściński es el heredero de la brújula. Y en el medio Marco Polo va dictando en veneciano sus peripecias a un pisano, el escribano Rustichello. Tremendo viaje es lo de Boccaccio, que se va a Nápoles y retorna con el Decamerón.

En un abrir y cerrar de los ojos, Barataria sigue esperando la llegada de su futuro gobernador, Sancho Panza; Ferdinand Bardamu adentro de la noche busca una luz y una imposible salida; viajes imaginarios y utópicos, un caleidoscopio que logra ver “una mezquita en lugar de una fábrica”.

A los diecisiete años -cuando no se puede ser serios- mi viaje fue hacia el sur -buscando, buscándome- y fue de inmediato el sur. Mi tentación ha sido siempre pensar que si no conoces el sur del mundo no conoces al mundo. No se si estoy en lo correcto, un sueño de Walter Benjamin me indica que sí, me despierto y también Paul Gauguin me hace un guiño.

El Capitán Fracasa y Fernando Pessoa, todos viajaron, aunque una sola vez. Aldous Huxley más allá de unas puertas, Virgilio retornando de Brindisi, Adriano de mil misiones, Alejandro Magno hasta el profundo miedo de cruzar un mar que era solamente un rio. Hay cansancio y derrotas, en el viaje hay heroísmos y bellaquerías, traición y triunfos. Mentiras y un último sueño. On the road o En la Patagonia.

“El hombre de las suelas de viento” consumió sus zapatos; Dino Campana y los cronistas de las Indias y los naturalistas hicieron lo mismo. Rutas de polvo y llenas de malhechores, una Transiberiana siempre soñada, la ruta del Inca dejada a mitad, el camino explotado de Santiago y la Vía Apia, cuando todos los caminos empiezan en Roma.

En casi tres meses viajamos en tren por la península. Un viaje inolvidable, solo dos regiones fueron dejadas al olvido: Cerdeña y la Val de Aosta. Leyendo el barroquismo de Lezama Lima, con una introducción de Julio Cortázar que es otro viaje, uno se va perdiendo y perdiendo sin naufragar. ¿Viajé en el libro o con el tren?

En un tiempo pacifico me hice acompañar por Claudio Magris, el Danubio no es un rio, es un mundo que fue y otro que imaginamos, uno que vendrá y el que debemos descubrir página tras página. Uno de los viajes más placenteros. Uno de los últimos de los grandes viajeros, Peter Matthiessen, búsqueda espiritual y espíritu de sobrevivencia; el viaje que quisiera haber hecho en aquella época, lo de Christopher Isherwood: El cóndor y las vacas. Y los que ahora no recuerdo porque seguramente los he hecho, con sus autores, a cada línea sudando, remangándome y peleando con el sueño, más madrugador que una alondra, más despierto que un murciélago. El viaje que hizo mi padre escapándose de la guerra civil, del hambre, de la página más miserable de nuestra historia.

Hay un viaje interior también. En un momento la Historia doblegó su curso, algunos comprendieron que revolución y reacción no eran propiamente su semántica; algunos reconocieron que los trenes que recorrían muchos territorios y las chimeneas que eructaban venenos nos enseñaban algo más, mucho más que unos viajes, mucho más que el progreso.

Tolstoj no terminó el viaje que inició, Ulises cerró el círculo y volvió a Ítaca, Abraham no lo cierra nunca…

Tiempo y espacio que se cruzan. Muchos salieron sin retornar, Borges desde la orilla, Conrad de las tinieblas, Ursula K. Le Guin de Omelas.

Teseo en su laberinto sigue un hilo para fugarse del minotauro; más allá solo ethos, solo pathos, el logo y la physis...

La poesía probablemente es la premisa de todos los lenguajes, debe ser el viaje más contemplativo que el ser humano pueda emprender. Para un poeta es como ir a China a pie, cavar y cavar llegando a las antípodas de la tierra, salir de Italia y salir de Nueva Zelanda. Viajes maravillosos.

Y ahora aquí, en el país que me adoptó. Al gozar de la observación, como un coleccionista de paisajes surreales, de visiones que decodifico y deconstruyo; bicicleteando o desde una ventanilla que filtra las emociones, leyendo entre las líneas los raros acertijos del hombre contemporáneo, descifrando charadas y muertos intentos de genialidad. El viaje de un siglo, lo de Céline o lo de Musil. Embriago frente al Sena con Henry Miller. Sigo engatusándome de la dama que me sigue acompañando, día y noche en este viaje, de sabores y de saberes…olvidando habilidades y jugando con las imprevisibilidades. Siguen los viajes de los viajes.

5 de abril 2024

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Foto: “El portón de los sueños”, Aramasi, Villa Rivero, Cochabamba 

Sunday, March 31, 2024

inventario de desaciertos

 


PABLO CEREZAL

 

Soy el trazo marcado a navaja contra la corteza de un árbol. Tiene forma de corazón. Desbarata el amor que se sueña intacto.

He abierto senderos y me he perdido en caminos que no se hacen al andar. Tal vez al llorarlos como a la última posibilidad de una vida que merezca todos los tropiezos comprendidos al despertar.

Hay una chichería en Cochabamba que atesora mi bilis de horas de más, minutos sin ti, entre sus baldosas. Y un trasiego de dudas esparcidas como cayena molida sobre antiguos mapas asiáticos.

Soy el sin rumbo, ahora que nadie quiere marcarlo. Y abro la navaja. Y busco otro árbol. Uno que no muera. No me basta saber que me sobrevivirá al menos cien años.

Mucho sur, demasiado este, algún oeste sin vaqueros pero henchido de bisontes bifrontes, y este norte que hoy vislumbro peinando cantábricos como tus dedos espumas, ayer, al Atlántico. Los míos se enredan, todavía, en estúpida cartomancia que acaricia el filo de esta navaja. Que no te escandalice la sangre. Los hematomas, como los sueños, nacen hacia dentro. Los sueños, como los peces, mueren hacia arriba, buscando la superficie: como una escala, una Venus de hielo en primavera o la trayectoria errónea de una bala.

Hay una cebichería en Arequipa que mantiene intactos, contra sus manteles de cuadros mal recortados, mis ansias de pescado crudo. Y un mercado de sal en Jeju que jóvenes desconocidos, con toda la vida por delante, recorren afilando pupilas que no encuentran entre sus corredores la cartografía errónea de mis pasos.

Están el altiplano y el Sahara. Como remiendos de ejecutados contra la contrariedad enladrillada de mis zapatos. Un té al anochecer, entre Sabra y Chatila. Un trago largo en Salvador de Bahía. Y entre mis dedos infantes esta navaja, como jauría de mordiscos que sólo hacen presa en bosques que atesoran silbidos de viento sin norte. En ocasiones me siento árbol de corteza escueta esperando el traspiés de otra navaja. Una que haya recorrido Vallecas en busca de reyerta.

En la Cantinha da Aida disimulan que me añoran cuando sólo esperan de regreso la telequinética magia con que tus labios despertaban pirotecnias a la espuma del primer trago de cerveza. Y tengo mucha sed, pero soy mis errores, que ahora caminan con las manos para contemplar el mundo más bello incluso que cuando soñado. Del revés sólo del revés se puede contemplar la realidad. Pero así es imposible siquiera intentar propinarle un trago. Y tengo mucha sed.

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De VISLUMBRES DE EL DORADO, blog del autor, 31/03/2024

Imagen: Pablo Cerezal

 

Tuesday, March 26, 2024

Chuquiago


PABLO MENDIETA PAZ

 

Monumental obra que bosqueja personajes y recodos de La Paz, y en gran medida supera todo lo escrito sobre la hoyada. Dura por momentos, benévola en otros, un dualismo que traduce lo sombrío, y también lo luminoso -en el sentido de Walter Benjamin- de una urbe que no admite comparación, el navarro Miguel Sánchez-Ostiz se transforma en el tenaz y estoico voyeur « que con mapa en mano conoce cada una de las puertas de la ciudad, y las abre ». Con esta magnífica obra, el autor destapa las abundantes contradicciones de una ciudad como La Paz, pero al fin, con maestría sin límite, las impugna, las reconoce válidas, y embellece la ciudad. Ganador de ocho premios literarios, Miguel Sánchez-Ostiz, enorme autor español, aporta encumbradamente a escribir la historia de Chuquiago.