Josefina Ortega • La Habana
Foto: Cortesía de la autora
Parece una broma de mal gusto que ese gran mito del ballet romántico tuvo que vérselas durante su primera temporada en la capital cubana con los bailarines españoles radicados aquí a la sazón, de muy poca monta por cierto, y que, sin embargo, no aceptaban presentarse en la escena del Tacón a título de cuerpo de baile junto a la diva, sino que reclamaron ser tratados también como primeras figuras con todas las prerrogativas y reclamos.
Por suerte la sangre no llegó al río y el excepcional arte de Fanny Elssler pudo ser admirado por los habaneros en 1841, en diez funciones —ocho de abonos y dos extraordinarias, unas de estas en beneficio de la célebre bailarina— que tuvieron como escenario el gran coliseo erigido unos tres años antes por el catalán Francisco Marty quien, “tan astuto como la zorra y suspicaz como el aura tiñosa”, elevó los precios considerablemente para las presentaciones de la artista.
Qué historia esta. Por un lado sus partidarios la distinguían como “la diosa del baile”, merecedora de todos los mimos y halagos, mientras sus detractores la consideraban “un precedente de duda, de reprobación”, al juzgar que su danza constituía una inmoralidad de las más grandes vistas en la Isla. Y ni qué decir del cuerpo de baile que la acompañó, integrado incluso por rechonchas doncellas que un desesperado Marty le consiguió con la prisa que requería el caso, la orquesta y los decorados además precarios a más no poder.
Así y todo lo de la famosa diva austriaca en La Habana fue todo un suceso, no importa que en esa época no hubiera aquí una verdadera cultura sobre la danza clásica ni mucho menos. Fanny Elssler tiene el singular mérito de ser, en palabras de don Alejo Carpentier, “la primera gran bailarina que atravesó el Océano para danzar en nuestro continente”.
Sus principales ballets presentados fueron La sílfide, La cracoviana, La smolenska, La tarántula y La cachucha, pieza esta última, según cuenta la historia, que desencadenó un gran revuelo en el público sobre todo entre los hombres hechizados por la artista seguida a todas partes por sus admiradores.
Su llegada a La Habana el 14 de enero de 1841 en una escala de su viaje hacia Norteamérica, fue inesperada aunque en realidad no constituyó una sorpresa, pues se le aguardaba de un momento a otro, tal como lo confirma esta nota publicada unos días antes en el Diario de La Habana: “La Ninfa de la danza, la famosa Elssler que se nos anuncia a los primeros arribos de New York”. Formaban su comitiva, entre otros, la bailarina francesa Arraline, el mimo inglés Parsloe, su prima Katti Prinster y el presunto amante de la Elssler, Henry Wikoff, que figuraba como su secretario particular y a quien se le reconoce hoy día como el verdadero autor de las supuestas cartas de la estrella, según afirma el estudioso cubano Francisco Rey Alfonso, quien en 2005 publicó las referidas misivas “desde La Habana” acompañadas por un estudio suyo al respecto en un volumen de Ediciones Boloña.
La actuación en la Isla de la Elssler indica que los acaudalados criollos, en una demostración de su poderío, podían darse lujos tan exorbitantes como el de pagar a una artista de tal jerarquía la que, sin duda alguna, llenó sus arcas aquí, a tal punto que solo en la función de su beneficio recogió en las puertas del teatro la elevada cantidad de 7 600 pesos oro y, por si fuera poco, recibió fastuosos regalos, entre ellos, un vestido de maja de raso rojo bordado con hilos de plata, cuyo costo ascendió a 500 pesos oro.
El 23 de febrero de 1841 Fanny Elssler se despedía de la capital cubana rumbo a Nueva Orleans a bordo del vapor Natchez.
Todavía se recuerda que en aquella su primera temporada en La Habana donde la Elssler aplaudió al gran caricato criollo Covarrubias, la prensa publicó nueve poemas en su honor, aparte de los impresos en papeles de china repartidos en el teatro las noches de las funciones, y músicos tan notables como Claudio Brindis de Salas (padre) le dedicaron contradanzas interpretadas una y otra vez en los bailes del Tacón y en otros salones.
Se cuenta que en esos días en las calles de la capital cubana los organilleros ambulantes incluyeron en su repertorio algunas de las composiciones por ella bailadas.
Publicado en La Jiribilla . Revista de Cultura Cubana #263, La Habana, marzo del 2010
Imagen 1: Fanny Essler bailando La cachucha
Imagen 2: Fanny Essler
Monday, March 22, 2010
Sunday, March 21, 2010
Encarecimiento que hizo Olintlec del poderío de Moctezuma
Partió, pues, Cortés de Cempoallan, que llamó Sevilla, para México, a 16 días de agosto del mismo año, con cuatrocientos españoles, con quince caballos y con seis tirillos, y con mil trescientos indios entre todos, así nobles y de guerra como tamemes, entre los que cuento los de Cuba. Ya cuando Cortés partió de Cempollan no había vasallo de Moctezuma en su ejército que los guiase camino derecho de México, pues todos se habían marchado, o por miedo, cuando vieron la liga, o por mandato de sus pueblos y señores, y los de Cempoallan no lo sabían bien. Las tres primeras jornadas, en que el ejército caminó por tierras de aquellos amigos suyos, fue muy bien recibido y hospedado, especialmente en Xalapan. El cuarto día llegó a Sicuchimatl, que es un lugar fuerte, puesto en la ladera de una sierra muy áspera, y tiene hechos a mano dos pasos como escaleras para entrar en él, y si los vecinos quisieran prohibirles la entrada, con dificultad subieran por allí los peones, cuanto más los caballeros. Pero, según después se vio, tenían mandato de Moctezuma que hospedasen, honrasen y proveyesen a los españoles, y hasta dijeron que, pues iban a ver a su señor Moctezuma, que supiesen de cierto que les era amigo. Este pueblo tiene muchas y buenas aldeas y alquerías en la parte llana. Sacaba de allí Moctezuma, cuando lo necesitaba, cinco mil hombres de pelea. Cortés agradeció mucho al señor el hospedaje y buen tratamiento, y la buena voluntad de Moctezuma; y cuando se despidió de él, fue a pasar una sierra bien alta por el puerto que llamó del Nombre de Dios, por ser el primero que pasaba; el cual es tan sin camino, tan áspero y alto, que no lo hay tanto en España, pues tiene tres leguas de subida. Hay en ella muchas parras con uvas, y árboles con miel; en bajando aquel puerto, entró en Theuhixuacan, que es otra fortaleza y villa amiga de Moctezuma, donde acogieron a los nuestros como en el pueblo anterior. Desde allí anduvo tres días por tierra despoblada, inhabitable, salitral. Pasaron alguna necesidad de hambre, y mucha más de sed, causa de ser toda el agua con que tropezaron salada, y muchos españoles que a falta de agua dulce bebieron de ella, enfermaron. Les sobrevino también un turbión de piedra, y con él un frío que los puso en mucho trabajo y aprieto, pues los españoles pasaron muy mala noche de frío, sobre la indisposición que tenían, y los indios pensaron morir; y hasta murieron algunos de los de Cuba que iban mal arropados y no hechos a semejante frialdad como la de aquellas montañas. A la cuarta jornada de mala tierra volvieron a subir otra sierra no muy áspera, y porque hallaron en la cumbre de ella mil carretadas, a lo que juzgaron, de leña cortada y compuesta, junto a una torrecilla, en la que había algunos ídolos, la llamaron el Puerto de la Leña. Dos leguas pasado el puerto, era la tierra estéril y pobre: mas después dio el ejército en un lugar que llamaron Castilblanco, por las casas del señor, que eran de piedra, nuevas, blancas, y las mejores que hasta entonces habían visto en aquella tierra, y muy bien labrada, de lo que no poco se maravillaron todos. Llamábase en su lenguaje Zaclotan aquel lugar, y el valle, Zacatami, y el señor, Olintlec; el cual recibió a Cortés muy bien, y aposentó y proveyó a toda su gente muy cumplidamente, porque tenía mandamiento de Moctezuma que lo honrase, según después él mismo dijo, e incluso por aquella noticia y mandamiento o favor sacrificó cincuenta hombres por alegría, cuya sangre vieron fresca y limpia, y hubo muchos del pueblo que llevaron a los españoles en hombros y hamacas, que es casi en andas. Cortés les habló con su farautes, que eran Marina y Aguilar, y les dijo la causa de su venida a aquellos lugares, y lo demás que a los de hasta allí decía siempre, y al cabo le preguntó si conocía o reconocía a Moctezuma. Él, como asombrado de la pregunta, respondió: "Pues, ¿hay alguien que no sea esclavo o vasallo de Moztezumacín?" Entonces Cortés le dijo quien era el Emperador, rey de España, y le rogó que fuese su amigo y servidor de aquel tan grandísimo rey que le decía, y si tenía oro, que le diese un poco para enviarle. A esto le respondió que no saldría de la voluntad de Moctezuma, su señor, ni daría, sin que él se lo mandase, oro ninguno, aunque tenía mucho. Cortés calló a esto y disimuló, pues le pareció hombre de corazón, y los suyos gente de manera y de guerra; pero le rogó que le dijese la grandeza de aquel su rey Moctezuma, y respondió que era señor del mundo, que tenía treinta vasallos cada uno con cien mil combatientes, que sacrificaba veinte mil personas cada año; que residía en la más linda y fuerte ciudad de todo lo poblado; que su casa y corte era grandísima, noble y generosa; su riqueza, increíble; su gasto, excesivo. Y por cierto que él dijo la verdad en todo, salvo que se excedió algo en lo del sacrificio, aunque en verdad era grandísima carnicería la suya de hombres muertos en sacrificios por cada templo, y algunos españoles dicen que había años que sacrificaban cincuenta mil. Estando así en estas pláticas, llegaron dos señores del mismo valle a ver a los españoles, y presentaron a Cortés cuatro esclavas cada uno, y sendos collares de oro de no mucha valía. Olintlec, aunque tributario de Moctezuma, era gran señor y de veinte mil vasallos. Tenía treinta mujeres todas juntas y en su propia casa, con más de otras cien que las servían. Tenía dos mil criados para su servicio y guarda. El pueblo era grande, y había en él trece templos, cada uno con muchos ídolos de piedra y diferentes, ante quien sacrificaban hombres, palomas, codornices y otras cosas, con sahumerios y mucha veneración. Aquí, y por su territorio, tenía Moctezuma cinco mil soldados en guarnición y frontera, y postas de hombres en parada hasta México. Nunca hasta entonces había sabido Cortés tan entera y particularmente la riqueza y poderío de Moctezuma; y aunque se le presentaban ante sí muchos inconvenientes, dificultades, temores y otras cosas en su marcha a México, oyendo aquello, que a muchos valientes por ventura desmayara, no mostró punto de cobardía, sino que cuantas más maravillas le decían de aquel gran señor, tanto mayores espuelas le ponían de ir a verlo; y como tenía que pasar para ir allá por Tlaxcallan, que todos les afirmaban ser grande ciudad, y de mucha fuerza y belicosísima generación, despachó cuatro cempoallaneses para los señores y capitanes de allí, que de su parte y de la de Cempoallan y confederados les ofreciesen su amistad y paz, y les hiciesen saber que iban a su pueblo aquellos pocos españoles a verlos y servir; por tanto, que les rogasen lo tuviesen por bueno. Pensaba Cortés que los de Tlaxcallan harían otro tanto con él como los de Cempoallan, que eran buenos y leales, y que como hasta allí le habían siempre dicho la verdad, que también entonces les podría creer; que aquellos tlaxcaltecas eran sus amigos, y se alegrarían de serlo asimismo de él y de sus compañeros, pues eran muy enemigos de Moctezuma, y hasta que irían de buena gana con él a México, si hubiese de haber guerra, por el deseo que tenían de librarse y vengarse de las injurias y daños que habían recibido de muchos años a esta parte de la gente de Culúa. Disfrutó Cortés en Zaclotan cinco días, pues tiene fresca ribera y es gente apacible. Puso muchas cruces en los templos, derrocando los ídolos, como lo hacía en cada lugar que llegaba y por los caminos. Dejó muy contento a Olintlec, y se fue a un lugar que está dos leguas río arriba, y que era de Ictazmixtlitan, uno de aquellos señores que le dieron las esclavas y collares. Este pueblo tiene en el llano y ribera dos leguas a la redonda, tanto caserío, que casi tocan unas casas con otras, al menos por donde pasó nuestro ejército; y será de más de cinco mil vecinos, y colocado en un cerro alto, y a un lado de él está la casa del señor con la mejor fortaleza de aquellos sitios, y tan buena como en España, cercada de muy buena piedra con barbacanas y hondo foso. Reposó allí tres días para repararse del camino y trabajo pasado, y para esperar los cuatro mensajeros que envió desde Zaclotan, a ver qué respuesta traerían.
Extracto de la Conquista de México, de Francisco López de Gomara
Imagen: Personaje alado de los Tuxtlas, Veracruz, México
Monday, March 15, 2010
Cien años de soledad , o la magia sin fin
por Teodosio Fernández
Han pasado cuarenta años desde la aparición de Cien años de soledad y todavía hoy se mantiene intacta la magia de ese mundo centrado en Macondo, con el prolongado y laberíntico proceso que lo lleva desde la inocencia de sus orígenes hasta una prosperidad precaria y luego a un final apocalíptico, con el ascenso y la caída de la estirpe de los Buendía, marcada por la obsesión y el temor del incesto. Otros hitos de la narrativa hispanoamericana habían abierto el camino por el que Gabriel García Márquez transitaba entonces, como Pedro Páramo, la extraordinaria novela con la que Juan Rulfo arraigó la imaginación mítica en suelo mexicano, o como El reino de este mundo y las demás obras con las que Alejo Carpentier trató de llevar a la ficción su voluntad de descubrir lo real maravilloso en un paisaje virgen, donde indios y negros mantenían vivo su caudal de mitologías, en el territorio donde los conquistadores españoles habían tratado de encontrar la fuente de la Eterna Juventud y la áurea ciudad de Manoa, y donde en tiempos de la Revolución Francesa aún salían expediciones en busca de El Dorado o de la Ciudad Encantada de los Césares. García Márquez era un heredero declarado de esa actitud, dispuesto a resaltar la presencia de aspectos extraordinarios en la vida cotidiana de América Latina: más de una vez recordaría que a fines del siglo XIX un explorador norteamericano vio en los territorios amazónicos un arroyo de agua hirviendo y un lugar donde la voz humana provocaba aguaceros torrenciales, y que en la costa argentina de la Patagonia los vientos se llevaron un circo entero para que las redes de los pescadores capturasen al día siguiente cadáveres de leones y jirafas. Esa atmósfera propicia a lo insólito se acentuaría en el ámbito de su Aracataca natal, en ese ámbito del Caribe donde Cristóbal Colón pudo encontrar plantas fabulosas y seres mitológicos, donde arraigó la magia traída desde África por los esclavos negros y discurrieron las andanzas de piratas capaces de montar un teatro de ópera en Nueva Orleans y de llenar de diamantes las dentaduras de las mujeres.
Las raíces de esa visión de América Latina eran ya entonces profundas, alimentadas por una convicción que desde los años veinte relacionaba el mito con el modo de pensar de los hombres primitivos, carentes de memoria histórica. Esa América, un continente joven a los ojos de una cultura europea que entonces se decía en decadencia y se mostraba ávida de maravillas, inevitablemente había de estar habitado por las leyendas y los mitos ya desaparecidos ante los avances de la razón y de la ciencia en otras partes del mundo. Por otra parte, la literatura parecía ahora capaz de trazar con nitidez los perfiles de una identidad cultural que antes había resultado esquiva a los numerosos esfuerzos que los intelectuales latinoamericanos habían dedicado a su búsqueda. Determinada por esa visión, Cien años de soledad venía a consolidar una imagen de la realidad y de la historia de América Latina inseparable de esa condición que la convertía en el territorio de lo mágico y legendario, de lo maravilloso y lo fantástico, en un mundo irreducible a los modelos racionalistas europeos y a la represión de los instintos y de la imaginación que se consideró característica de la civilización occidental.
Esa imagen de América Latina continúa hoy vigente en buena medida, aunque ya no lo estén algunos de los presupuestos en que se apoyaba, como la discutible contraposición entre la fantasía latinoamericana y el pragmático racionalismo europeo o norteamericano, racionalismo que precisamente sació su sed de maravillas y de exotismo con ésa y otras muestras de «realismo mágico» que la literatura de Hispanoamérica le proporcionaba. Por otra parte, hoy es difícil defender la relación de la América Latina mítica e insólita con la vitalidad que mostraba entonces su novela, género que ni se agotó en latitudes que habían olvidado sus orígenes míticos o legendarios, como a veces se auguró, ni allí fue capaz de ofrecer por mucho tiempo resultados capaces de mantener la supremacía internacional conseguida en los años sesenta. Es evidente que el éxito extraordinario de Cien años de soledad tuvo que ver con la visión maravillosa y maravillada de la realidad y de la historia que proponía, pero en el secreto de tal éxito estaba también una manera de narrar: nadie había conseguido ni conseguiría una conjunción más lograda de ingredientes míticos y folclóricos para transformar lo inverosímil en cotidiano, ni una voz más adecuada a tal propósito que ésa que García Márquez asoció a la de su abuela cuando le contaba las historias de fantasmas que habían inquietado su niñez; la voz de un narrador imperturbable que entreveraba sin estridencias lo familiar y lo extraordinario. La propuesta de un universo fascinante resultaba, pues, inseparable de las habilidades de un gran escritor.
Con el paso del tiempo, Cien años de soledad ya no es sólo el hito con que culminó un largo proceso de la literatura hispanoamericana del siglo XX . Hoy poco queda ya de las convicciones que favorecieron aquella fascinación ante una realidad que se creía diferente, fascinación exigida por la necesidad de regresar a los orígenes y de beber en las fuentes aún vivas de la magia y el mito, por la voluntad de encontrar una dimensión atemporal ajena a las desventajas de la historia y de la civilización. Con lucidez admirable, como adivinando el futuro, Cien años de soledad proponía la mejor concreción literaria de lo real maravilloso de América y a la vez su cuestionamiento: merece especial atención el momento de la novela en que Aureliano Babilonia descubre que los manuscritos del gitano Melquíades refieren toda la historia de los Buendía, y comprende que Macondo, esa ciudad de los espejos y de los espejismos, será arrasada y desterrada de la memoria de los hombres en el mismo instante en que él acabe de leer los pergaminos. En consecuencia, Cien años de soledad no es otra cosa que la lectura de los manuscritos de Melquíades, lo que no sólo habla de la fatalidad que rige la historia de una estirpe condenada de antemano, y de la incapacidad del hombre para alterar un destino preescrito; también insinúa que esa insólita realidad latinoamericana mostrada en el relato no tiene otra existencia que la que le proporciona la literatura. Precisamente en la concreción literaria que representó su expresión cultural más lograda, la realidad maravillosa de América encontraba a la vez su cuestiona-miento y su parodia.
Ahora que el realismo mágico es un capítulo cerrado de la historia de la literatura hispanoamericana, Cien años de soledad revela su capacidad inagotada para tolerar y aun proponer nuevas significaciones, y entre ellas merece atención la que cabe relacionar con García Márquez y con su necesidad de dejar testimonio de su infancia, trascurrida en una casa grande y muy triste, con una hermana que comía tierra, una abuela que adivinaba el porvenir, un abuelo que evocaba recuerdos incesantes de una interminable guerra civil y numerosos parientes de nombres iguales que nunca alcanzaron a percibir claramente los límites que separaban la demencia y la felicidad. Desde esa perspectiva, Cien años de soledad ha podido dejar paulatinamente de ser una imagen y un testimonio de la realidad latinoamericana para convertirse cada día más en un ejercicio íntimo y personal de la memoria, determinado por la nostalgia. No es imposible que esta relectura ayude a rectificar las interpretaciones que vanamente trataron de conciliar las inquietudes y aspiraciones de un tiempo de esperanza, también muy presente en la literatura del momento, con el destino de una ciudad y de una estirpe condenadas a cien años de soledad y a no tener una segunda oportunidad sobre la tierra. En efecto, el destino de Macondo y de los Buendía obliga a matizar la visión de aquellos años sesenta como un tiempo dominado por las utopías revolucionarias, utopías destinadas a desvanecerse en las décadas siguientes, cuando las difíciles circunstancias políticas y económicas, y tal vez el agotamiento de las fórmulas literarias de los años anteriores, determinaron el proceso que paulatinamente llevó a los narradores a enfrentarse con la dura realidad de América Latina, a abandonar el mito para acercarse a la historia, no sin dejar en evidencia que la fantasía podía ser utilizada también para ocultar las carencias y justificar las derrotas. Nadie mejor que García Márquez para seguir la crisis del realismo mágico y de la voluntad de crear atmósferas míticas. Tras El otoño del patriarca y tras el período de silencio con que el escritor quiso condenar la dictadura militar impuesta en Chile por Augusto Pinochet, el alcance voluntariamente menor de Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera significaba un alejamiento consciente de aquella práctica literaria empeñada en proponer imágenes de Latinoamérica y en aproximarse a una identidad que otra vez se mostraba inasible. Entre los muchos aspectos de interés que ofrecen esas novelas, sólo me interesa señalar esta vez que el narrador de la primera trataba de recomponer con su relato «el espejo roto de la memoria», y que en la segunda no sólo prevalecen los aspectos relacionados con el amor sino también los que tienen que ver con los recuerdos personales y familiares del autor. En su condición de novela histórica, El general en su laberinto inevitablemente constituía una recuperación del pasado, esta vez para evocar los últimas días de Simón Bolívar y extraer una reflexión desencantada y plena de significación en ese tiempo contemporáneo que parecía asistir al fin de las utopías. Las nuevas ficciones parecían crear la atmósfera adecuada para volver a Cien años de soledad y descubrir ahora que ante todo se trataba de un esfuerzo de García Márquez para dejar «constancia poética» de su infancia, como él mismo insistiría en explicar. Quienes descubrieron en Cien años de soledad la realidad maravillosa de América, aquel mundo fascinante donde lo cotidiano alcanzaba caracteres de leyenda, pueden volver sobre ella para reencontrar aquel ámbito mágico y para evocar con el autor las fantasías y la inocencia de la niñez perdida, y también para recuperar con ella una parte considerable de la memoria colectiva de los tiempos recientes.
Publicado en Ínsula nº 723, Marzo 2007
Imagen: Gabriel García Márquez con Cien años de soledad, Emecé
Saturday, March 13, 2010
Robert Brasillach (1909-1945)/El escritor que de Gaulle no perdonó
Virginia Martínez
ROBERT BRASILLACH cayó frente al pelotón de fusilamiento, gritando "Viva Francia, a pesar de todo". Era el 6 de febrero de 1945. Tres días antes, el general De Gaulle había aceptado recibir a su abogado defensor. Cuando este, en un desesperanzado intento por salvar la vida de su cliente, se ofreció a aportar más información sobre el caso, imperturbable el general respondió: "No vale la pena". Es probable que en ese momento, De Gaulle ya hubiera firmado el decreto que confirmaba la pena capital.
Novelista, periodista, crítico literario y cinematográfico, Brasillach fue el único escritor de prestigio juzgado y fusilado por colaborar con los nazis. En sus Memorias, al explicar su conducta respecto de la llamada política de depuración que siguió a la liberación, De Gaulle se refiere a él sin nombrarlo pero de manera inequívoca: "Si no habían servido directa y apasionadamente al enemigo, conmuté las condenas, por principio. En un solo caso, el único, no me sentí con derecho a conceder la gracia. Pues, en las Letras, como en todo, el talento es título de responsabilidad". De Gaulle emplea dos palabras, talento y responsabilidad, que repitieron una y otra vez el fiscal y el defensor, durante el sonado juicio.
Cincuenta años después de los hechos, Alice Kaplan, profesora de Literatura e Historia francesa de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, se puso a investigar su caso y el de otros escritores colaboracionistas en los archivos judiciales franceses. Con ese material publicó The collaborator, the trial and execution of Robert Brasillach (University of Chicago Press, 2000). Al año siguiente Gallimard editó la obra con el título de Intelligence avec l`ennemi.
Crítico literario. El padre de Brasillach era un militar que había servido en las fuerzas coloniales de Marruecos y que cayó en combate durante la Primera Guerra Mundial. El segundo matrimonio de la madre llevó al niño y a Suzanne, la hermana mayor, a mudarse a la pequeña ciudad de Sens. A los 16 años Brasillach partió a París para preparar el ingreso a l`École Normale Supérieure (ENS). Allí conoció al joven Maurice Bardèche, que iba a tener gran influencia política e intelectual en él y con quien hizo íntima amistad. Años después Bardèche se casó con Suzanne. Eran tan inseparables que Brasillach acompañó a su hermana y a su cuñado en la luna de miel. A partir de ese momento los tres vivieron bajo el mismo techo.
Ya en su época de estudiante en la ENS, Brasillach se distinguió por su adhesión a la monárquica y ultra nacionalista Acción Francesa, de Charles Maurras. A los 21 años escribía en la revista de la Acción. Su primer artículo de éxito fue la "Oración fúnebre por Gide". En realidad era una malévola pseudo necrológica pues Gide no había muerto, pero como a juicio del autor, el vejete hacía tiempo que no tenía nada que decir, bien podía dárselo por muerto. Esa nota definió el estilo con que ejercería el periodismo y la crítica literaria. En 1931 publicó su primer ensayo, Presencia de Virgilio, canto a la sensualidad e idealización de la amistad masculina.
Ese año abandonó la carrera universitaria, se convirtió en escritor de tiempo completo y publicó El proceso a Juana de Arco. Poco después su firma comenzó a aparecer en el semanario pro nazi Je suis par tout. Portavoz del fascismo. A mediados de la década del treinta, Brasillach se definía como un fascista a la francesa. Daba conferencias, escribía y militaba a favor de la causa. En 1934 viajó a la reunión del Partido Nacional Socialista en Nürenberg. A su regreso escribió "Cien horas con Hitler", artículo en el que exhibía la fascinación que le despertaba el Führer.
El nazismo de Brasillach no era un sistema político totalitario sino una gesta épica, exultante, hecha de jóvenes fuertes y musculosos y banderas al viento. Francia tenía que elegir entre hundirse en el escepticismo y la decrepitud o sumarse a la impetuosa cosmovisión nacionalsocialista. A medida que se acercaba al nazismo, Brasillach se volvía más ácido y violento contra los escritores de izquierda o con aquellos que tenían algún compromiso democrático: le resultaban mediocres, mustios, sin virilidad.
Antisemita racional. Entre 1931 y 1939, fiel a su internacionalismo fascista, viajó por Alemania, Bélgica, Italia, España y el norte de África. Publicó cinco novelas, dos libros sobre la guerra civil española, dos ensayos y una Historia del cine (1935), escrita en colaboración con Bardèche. El trabajo fue muy bien recibido y tres años más tarde lo editó el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
La crítica cinematográfica no quedó al margen de las elecciones ideológicas del autor. Así Leni Riefenstahl, cuyo film El triunfo de la voluntad, en la primera edición del libro es sólo "monótono y por momentos magnífico", en 1942 pasa a ser "la más grande artista del Tercer Reich", una cineasta que se abre paso en un mundo sofocado por la corrupción judía.
A fines de la década del treinta había consolidado su antisemitismo. Sin embargo él se definía como un moderado: "No queremos matar a nadie, no deseamos organizar ningún pogromo. Pero también pensamos que la mejor manera de impedir las reacciones siempre imprevisibles de un antisemitismo de instinto es organizar un antisemitismo racional". Seguramente esa moderación lo llevó a pedir que se privara de la ciudadanía a los judíos.
En respuesta al gobierno que prohibió a la prensa incitar al odio racial, Brasillach publicó el artículo "El asunto simio", en el que sustituyó la palabra judío por mono: "¿Vamos al teatro? La sala está repleta de monos. Se cuelgan por todos lados, en el palco, en el escenario. ¿En el ómnibus, en el metro? Monos. ¿Me siento inocentemente en un bar? A derecha y a izquierda los monos se acomodan. Su habilidad para imitar los gestos de los hombres hacen que, a veces, no los reconozcamos enseguida…".
Prisionero liberado. En setiembre de 1939 lo llamaron al Ejército y en junio del año siguiente fue hecho prisionero por los alemanes. Pasó diez meses en campos de internación junto a soldados compatriotas. Allí escribió la obra de teatro Berenice, el Diario de un hombre ocupado y la novela Los cautivos.
Poco después de su internación, la Embajada alemana comenzó gestiones ante las autoridades del Reich para lograr que lo liberaran. De vuelta a París, Brasillach habló en un acto organizado por Je suis partout, en el que fundamentó la necesidad histórica de una Francia fascista. Gallimard reeditó El proceso a Juana de Arco, muy elogiado por sus valores ideológicos en la Nouvelle Revue Francaise, que dirigía el fascista Drieu la Rochelle.
Brasillach desayunaba y almorzaba en el Instituto Alemán, se fotografiaba en las recepciones en compañía de nazis uniformados y seguía escribiendo contra los judíos, que ahora ya no eran simios sino ratas. Cuando los atentados contra la ocupación empezaron a hacerse visibles, sumó un nuevo enemigo: los terroristas de la Resistencia, como los llamaba.
Cada semana Je suis partout, del que Brasillach era redactor en jefe, publicaba una columna de denuncia: fulano es comunista ¿es posible que yo sea el único que lo sabe?; el que firma los artículos de tal periódico de Avignon con el seudónimo de Lubert no es otro que el judío Lussy; el judío David Rubiné sigue ejerciendo la medicina a pesar de que Vichy se lo prohíbe; aquel, que es sospechoso de colaborar con la Resistencia vive en tal calle.
Colaboracionista de corazón. El 13 de octubre de 1943 abandonó la dirección del semanario por discrepancias con el resto de la redacción. En el juicio, la decisión se esgrimió como prueba de que el acusado no compartía el extremismo de sus compañeros y que se sentía francés antes que nazi. Sin embargo, los documentos que ofrece Kaplan, prueban que los alemanes nunca consideraron su alejamiento como una defección.
Cuando el gobierno provisional de De Gaulle declaró ilegal la prensa colaboracionista y ordenó confiscar sus bienes, la mayoría de los redactores de Je suis partout huyeron a Alemania. Brasillach se negó. Reunió algunos libros y se mudó a un altillo. "Si los judíos vivieron encerrados en armarios durante casi cuatro años. ¿Por qué no imitarlos?", anotó en su diario.
El 21 de agosto de 1944 fuerzas del Comité Francés de Liberación Nacional detuvieron a su madre. Cuatro días después, desde su refugio, Brasillach escuchó las campanadas de Notre Dame celebrando la liberación. No sabía que la madre estaba presa ni que habían detenido a su padrastro y a Bardèche. Recién un mes después, un amigo se atrevió a contarle lo sucedido. Brasillach decidió entregarse.
Cofradía masculina. En los meses que pasó en la prisión de Fresnes, reforzó su credo fascista y se dedicó a la literatura: escribió obras de teatro, ensayos, tradujo a Shakespeare y comenzó a planear la publicación "póstuma" de su obra.
Ya antes de la liberación, De Gaulle había comenzado a preparar el marco jurídico que debía respaldar el juicio a los colaboracionistas. Había puesto cuidado en basarse en el Código Penal vigente antes de la guerra y no crear nuevos delitos. El Código castigaba con la muerte a "todo francés que en tiempos de guerra sostenga inteligencias con una potencia extranjera o con sus agentes, en vistas a favorecer la empresa de esa potencia contra Francia". En ese artículo, el número 75, se basó el juicio a Brasillach.
Los protagonistas. Los juicios contra quienes, desde la prensa, habían apoyado la ocupación alemana -apunta Kaplan- proliferaron, pues eran de fácil instrucción: bastaba con reunir los artículos, marcar los pasajes más comprometedores y llamar a algún testigo. El de Brasillach, en particular, prometía destacarse por la fama del acusado y las dotes oratorias del fiscal y el defensor.
El pasado de estos últimos revela que las fronteras entre colaboracionistas y patriotas no eran tan francas en la Francia recién liberada. A Jacques Isorni se lo tenía por uno de los más prestigiosos abogados defensores del foro parisino. Admirador de Maurras y partidario del mariscal Pétain, a quien poco después también defendió ante la justicia, durante la guerra Isorni había considerado a De Gaulle un desertor.
El fiscal Marcel Reboul había integrado el sistema judicial de Vichy. Había prestado, como era obligatorio, juramento de fidelidad a Pétain pero -según su hija- también siempre había hecho lo posible para blanquear los expedientes de judíos y opositores.
Quedaba claro que entre el Poder Judicial de antes y después de la guerra, y el de Vichy, había fuertes líneas de continuidad. La depuración alcanzó solo a los responsables de firmar deportaciones y
sentencias de muerte.
El juicio. El 19 de enero de 1945 en un París liberado, pero en una Francia todavía en guerra, comenzó el juicio. La sala estaba llena. Entre el público se encontraban el filósofo Maurice Merleau-Ponty, Simone de Beauvoir y representantes de los principales diarios de la Resistencia.
Brasillach escuchó con atención los cargos y respondió con mesura. Isorni le había pedido que su conducta desmintiera la fama de violento que lo precedía. Eso no le impidió defenderse sin concesiones.
Reboul lo acusó de mantener relaciones carnales con el enemigo. Citó todos los pasajes de su obra que denotaban la seducción del escritor por el ritual y la potencia del nazismo. El fiscal golpeó bien: el rumor sobre la homosexualidad de Brasillach era un secreto a voces y en sus textos abundaban connotaciones homoeróticas como la belleza de los muchachos, la intimidad de las amistades masculinas, entre otras. Reboul apeló a los sentimientos más conservadores del jurado.
Presentó lo más odioso de sus artículos: las denuncias y la instigación. En su última intervención, en voz baja y mirando de frente al acusado, le dijo que había leído y releído su obra buscando encontrar una palabra de piedad y no la había encontrado.
La condena. "Es un honor", dijo claro y fuerte, Brasillach cuando le leyeron la sentencia. A partir de ese momento, como era norma con los condenados a muerte, lo recluyeron en una celda de aislamiento, encadenado.
Francois Mauriac se puso al frente de la campaña para salvarle la vida. Escribió en Le Figaro apelando a la caridad cristiana y a la necesidad de cerrar las heridas. Albert Camus le replicó desde Combat acusándolo de ser portavoz de un dilema falso: odio o perdón. Francia, dijo, tiene necesidad de justicia. Igual Camus firmó por él basándose en su oposición ideológica a la pena de muerte.
Tras largas discusiones sobre el contenido y el tono de la petición, comenzó a circular una carta pidiendo por Brasillach. Se sumaron Colette, Jean Anouilh, Paul Claudel, Jean-Luis Barrault, Paul Valéry, Maurice de Vlaminck y Jean Cocteau. Entre los que se negaron a acompañarla se cuentan Picasso, Gide, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
Nace el mito. Con el tiempo Brasillach se benefició de una doble reivindicación. Unos eligieron recordarlo solo por sus novelas y ensayos. Otros hicieron de su legado político objeto de culto. Para Jean-Marie Le Pen del Frente Nacional, Brasillach es el romántico sacrificado por sus ideas, el brillante que murió antes de tiempo. O para decirlo en palabras de Kaplan: el "James Dean del fascismo".
Lo que escribió Hannah Arendt sobre Ezra Pound, vale también para Brasillach: si antes de la guerra el antisemitismo del poeta podía ser un asunto privado, sin efectos políticos, no lo era denunciar judíos -o comunistas, resistentes- cuando se los estaba exterminando. Es a esa responsabilidad de los hombres de letras a la que se refiere De Gaulle en sus Memorias.
También es cierto que Brasillach pagó culpas propias y ajenas y que su muerte le ahorró igual destino a otros periodistas tan o más radicales que él. Después de su fusilamiento no hubo más ejecuciones de escritores. A sus colegas de Je suis partout les conmutaron la condena a muerte por trabajos forzados y luego los amnistiaron. Lucien Rebatet, uno de los duros de su grupo, autor de Los escombros, libelo antisemita, éxito de ventas bajo la ocupación, reconoció la deuda: "Él nos salvó la vida, muriendo primero".
Publicado por El País, Uruguay, 2010
Imagen: Robert Brasillach durante su juicio
Friday, March 12, 2010
Textos y cuentos de Charles Bukowski: Mozart, el vino y John Fante
Elvio E. Gandolfo
STEPHEN KING y Charles Bukowski son dos nombres de la cultura popular estadounidense que suelen o solían sub-promocionarse. Desde el punto de vista de la cultura o la literatura "alta", desde luego. El autor de El resplandor tuvo la mala idea (según admiradores como Peter Straub) de comparar su tarea creativa con la confección de hamburguesas. Mientras vivió Bukowski, por su parte, tendió no solo a exhibir sino también a subrayar su fama de borracho, drogón, pendenciero y gustador de las así llamadas "mujeres de la vida".
La aparición de este grueso volumen de "relatos y ensayos inéditos (1944-1990)" hacía temer los mismos excesos de búsqueda de "inéditos" en autores como Roberto Bolaño o W. G. Sebald a los que nos tiene acostumbrados el sello Anagrama. La lectura confirma sin embargo que al hacerse la selección sobre un material mayor ya seleccionado y publicado en revistas, resulta un libro tan sólido como otros del autor. El porcentaje de textos claramente menores no es mayor que en otros libros suyos.
POETA Y CUENTISTA. Cuando Charles Bukowski pudo abandonar al fin el odiado mundo del trabajo menor asalariado había producido ya incontables poemas. Fue justamente el editor decidido a recopilar en libros más largos lo que hasta entonces había circulado en cuadernillos, quien le propuso pagarle un sueldo para que solo escribiera. De inmediato Bukowski se descubrió como narrador. Tanto en la poesía como en el relato breve consiguió logros dignos de la mejor tradición norteamericana.
Nada correcto políticamente, dice: "En algún momento del trayecto, en algún momento del puto colegio, se te meten en la cabeza. Te dicen, en resumidas cuentas, que el poeta es un maricón. Y no siempre se equivocan". Y remacha en otro texto: "Un hombre con el menor sentido en la cabeza o sentimiento en el corazón no iría nunca a una universidad aunque se lo pudiera costear. No hay nada que aprender allí salvo lo que ha ocurrido en la historia de las cosas y él ya sabe lo que ha ocurrido en la historia de las cosas con sólo dar una vuelta a cualquier manzana en una ciudad". Plantea además que la palabra escrita debiera abordarse como la pintura o el sonido. Y apuesta sus fichas: es posible que a la larga Matisse perdure más que Van Gogh, que el novelista O`Hara pase al olvido junto con Mailer. "D. H. Lawrence", en cambio, "perdurará, aunque por qué, no puedo decírtelo ahora. Mi cerebro no lo tiene; sólo los sentidos".
Si no hay poemas sí figuran en cambio cuentos. Uno de ellos, "Ejercicio", muestra hasta qué punto el directo, autobiográfico, caótico Bukowski puede arriesgarse a experimentar con eficacia sin proclamarlo. Ennoviado con una mujer que toma pastillas así como él bebe, van juntos a buscar provisiones a la casa de una "dealer". A una velocidad feroz el encuentro degenera en una mezcla de violencia y sexo entre las dos mujeres, con Charles B. de espectador. Como es literatura, lo que importa es el lenguaje: sencillez, repetición al máximo, reducción al hueso. Para redondear, más adelante se repite la visita, y la escena, aunque más corta, vuelve a funcionar. El texto tiene un punch que más parece oriental que estadounidense. Hay también un eficaz, veloz relato de ciencia ficción paranoica ("Tal como ocurrió"). El más clásico y "literario", con el tema del doble ("El otro") es también el menos original.
MANUAL DE INSTRUCCIONES. En "Allucinager" describe por qué le gusta apostar: "Para mí el hipódromo es lo mismo que la plaza de toros para Hemingway: un lugar donde estudiar la muerte y el movimiento y tu propio carácter o la falta del mismo". Después hace algo más técnico. En "Escoger los caballos. Cómo ganar en el hipódromo, o al menos quedarse igual", destila su experiencia, en beneficio de los neófitos. Recomienda no gastar dinero necesario para otros menesteres (alquiler, comida, gastos comunes), no prestarle atención a los bocones que recomiendan ganadores y cómo elegir un probable ganador. Aunque sabe que lo que hace es inútil: "La razón de que no me importe revelar estos secretos es que conozco la naturaleza humana. No asimilarás lo que te he dicho, creerás que es una estafa. Todo hombre o mujer tiene que quemarse a su manera. Nada que yo te diga puede salvarte". El dato final es claro: "Mi mejor consejo con respecto al hipódromo es: no vayas".
LA LECCIÓN DEL MAESTRO. El trabajo más extenso y conmovedor del volumen es el perfil de John Fante (denominado "Bante" en el texto), complejamente transmitido. Todo escritor tiene un momento de revelación en que lee algo que es exactamente lo que él quiere lograr (le pasó como cuentista a Roberto Fontanarrosa con Dar la cara, de David Viñas). En el caso de Bukowski, cuando descubre a Fante al leerlo en una biblioteca ya ha recorrido una buena cantidad de grandes nombres clásicos. Pero lo que descubre en el texto cambia hasta la percepción misma de la página: "¡Las palabras eran sencillas, concisas y hablaban de algo que ocurría aquí mismo! Hasta la letra en la página parecía distinta". Embalado, cree reconocer el hotel donde ocurre el relato y sale a buscarlo. Recién años después, cuando por fin encuentre a John Fante (hospitalizado, mutilado por su diabetes) descubrirá que un pequeño error lo había hecho equivocarse. El fastidio, la furia ante el estado casi terminal de Fante se convierte en agresión: "Había oído hablar mucho sobre Fante durante mis borracheras. Sobre cómo el mundo era tan estúpido que no era consciente de que sus escritos existían. Cómo el mundo era tan estúpido para honrar a tipos como Mailer y Capote y Bellow y Cheever y Updike cuando un simple párrafo de John Fante podía decir más con una sencillez pasmosa". Aunque también descubre que, incluso en el deterioro, nada reemplaza el encuentro directo: "Allí estaba ese hombrecillo bajo su sábana. No le quedaba mucho de las piernas. Le habían dejado los brazos, las manos. Las manos se le veían muy pálidas. Pero tenía una cara estupenda, tenía una carita de dogo. Había mucha tenacidad en ella. Una palabra más amable es `valentía`". Así como Bukowski tenía como faro a Fante, al propio Fante le había pasado lo mismo con Sinclair Lewis (a quien Bukowski no apreciaba en absoluto). Como Bukowski, él también lo había buscado y conocido, para desilusionarse. Pero el contacto entre los dos escritores de la vida de los "losers" en las calles y los campos estadounidenses resulta mejor: se aprecian mucho. Bukowski (en ese momento en plena fama) colabora a reeditar la obra del maestro. Al fin asiste a su previsible entierro, y reconoce: "Había conocido a mi ídolo. Muy poca gente lo consigue".
Además hay múltiples "escritos de un viejo indecente", un texto sobre Los Ángeles, un apoyo tenaz al viejo Ezra Pound, un comentario sobre Artaud, e innumerables datos sobre escritores, editores, revistillas culturales, y notas de rechazo. En el final reconoce: "Quería perdurar pese a las trampas, morir ante la máquina con la botella de vino a la izquierda y, pongamos, Mozart sonando en la radio a mi derecha".
FRAGMENTOS DE UN CUADERNO MANCHADO DE VINO, de Charles Bukowski.
Anagrama, Barcelona, 2009. Distribuye Gussi. 360 págs.
Publicado en El País, Uruguay
Imagen: John Fante, en una edición italiana
Wednesday, March 10, 2010
Bitter Truth/Arshile Gorky at Tate Modern
By Jackie Wullschlager
American art’s favourite story is that of its own invention, which gives special place to Arshile Gorky. The Armenian was the hinge that swung Parisian surrealism into New York abstract expressionism, and so to US dominance of visual culture. Philadelphia Museum’s extensive, finely tuned retrospective, just arrived at Tate Modern, is therefore a full-blown, triumphal affair and, as European museums possess only half a dozen major Gorkys, a vivid, rare pleasure.
Britain’s sole example is Tate’s 1942 “Waterfall”, turpentine-thinned lush green paint coursing down a canvas iridescent with natural forms and body shapes, mimicking a cascade. Reproduction cannot convey the effect: Gorky is one of those non-cerebral artists whose agenda is inseparable from the way he applied paint to canvas. This show brings him alive as painterly painter as well as art-historical pivot, fleshing out how his impassioned, very American theme – the trauma and opportunity of exile and immigration – is drawn into his every stroke.
Mid-20th-century America was full of influential émigrés – Léger, Mondrian, Max Ernst – but they arrived middle-aged and fully formed. Gorky by contrast reached Ellis Island as a teenager, fleeing the Armenian genocide that claimed his mother (who died from starvation), and he developed as an American painter. In their free-wheeling energy, sense of space, all-over compositions and liberation from classical order, the mellifluous late abstractions here – the delicate oil and Conté crayon “Soft Night”, the lyrical grey-cream “The Limit”, the fiery “Agony” – could not have been made by a European artist burdened with modernism’s formal ancestry.
Gorky’s paradoxical love affair with this heritage opens Tate’s show. The first rooms, including Gorky’s Cézannesque “Pears, Peaches and Pitcher”, his copy of a Matisse, “Antique Cast”, and the schematised “Woman with a Palette”, recently discovered and echoing Picasso’s 1920s nudes, read like an abbreviated history lesson. Self-taught through 20 years’ absorption in the modern masters, Gorky presented himself in New York as a Paris-trained prodigy. But he never set foot in France; nor did he know Russian. Born Vosdanig Adoian, he renamed himself Gorky to camouflage his provincial roots, pretending instead glamorous kinship with the Soviet writer Maxim Gorky.
In fact, the second Gorky was unaware that the first, too, had taken the name as pseudonym, attracted by its meaning – Russian “bitter”. It fits the painter perfectly, for the bitterness of loss threads through his oeuvre. Tate acknowledges as much in the central, persuasive drama of its hang: a face-off, through arches across five galleries, between the velvet-black lines of erotic biomorphic creatures engaged in frustrated battle in “Nighttime, Enigma and Nostalgia”, and the flat, steely portrait “The Artist and his Mother”.
The abstract work muses on the unattainability of Armenia, and Gorky’s sense of being an outsider in the west, sexually and socially. (“I made a terrible mistake getting in with these Surrealist people,” he said. “The husbands sleep with each other’s wives. The wives sleep with each other. And the husbands sleep with each other. They’re terrible people.”) The realist one is based on a proud, rigid photograph sent by Gorky’s mother in Armenia to remind his father, long emigrated to America, of the family’s existence.
Both works showcase Gorky’s technique through the 1920s and 30s of building up then scraping away “hundreds and hundreds of layers of paint to obtain the weight of reality”. It is hard not to see these dense, pasted, smoothed-over surfaces as enactments of remembering, forgetting, attempting to recover the irretrievable. “I place the same colour or line until my soul comes out and my head aches,” Gorky said. Confident in making a mark repeatedly, he was also uncertain that it would ever be right.
Stark as a Byzantine icon, “The Artist and his Mother” illuminates this entire show. Gorky’s instinct for modernist flatness lay – like Warhol’s a generation later – in childhood exposure to hieratic styles of Orthodox Christian art. The portrait is displayed here alongside drawings dramatising how he simplified and monumentalised the composition, his mother becoming a sadder, more remote figure at each turn. In a later oil version in pallid pinks and salmons, softer and more amorphous, she seems to fade away, famished or emotionally shut down after manifold disasters.
Fixated on mother and motherland but cut off from the direct stimulus of Armenian motifs, Gorky transformed recollection into fantasy. The surrealist vocabulary of “Image in Kharkom” and “Garden In Sochi”, built around womb and breast shapes, fruits, leaves, patches of rock or sky, fabulises his mother’s nurturing presence and the fecund landscape of his father’s orchard. “How My Mother’s Embroidered Apron Unfolds in My Life”, bathed in the apricot and violet hues of that rural paradise, takes flight through a new gestural spontaneity as Gorky dared improvise around these familiar elements in diluted washes of liquid oil paint. Pigments run, blur, pool to create evanescent veils of colour.
“I tell stories to myself while I paint ... often from my childhood,” Gorky explained. “My mother told me many stories while I pressed my face into her long apron with my eyes closed. Her stories and the embroidery on her apron got confused in my mind. All my life her stories and her embroidery keep unravelling pictures in my memory.”
Even when rapture with the American countryside, and brief marital happiness, intensified Gorky’s work in the 1940s, this vision remained his chief source. In the sleepy, bucolic “The Plow and the Song”, a vertical figure and female torso are entangled with hints of field, barn, haystack. Looping sexually charged forms in “The Liver is the Cock’s Comb” suggest an Eden pierced with shafts of darkness, but also recall the rich abstract ornamentation of Armenian carpets.
Surrealist high priest André Breton called this “the most important picture done in America”. He told Gorky that “art must spring from a source and that people who do not have a homeland do not contribute much to culture”. Gorky, agreeing, said nothing of his own origins. That secret inner life was surely his twin strength and sacrifice. “No joy, no black despair ever wrung from him the admission that he was born Vostanig Adoian,” his wife Mougouch wrote after his suicide in 1948. “He was the painter Arshile Gorky to the very limit of his life ... his entire personality a pure creation of the will to paint.”
‘Arshile Gorky: A Retrospective’, Tate Modern, London, to May 3, www.tate.org.uk. Museum of Contemporary Art, Los Angeles, June 6-September 20, www.moca.org
Publicado en el Financial Times (Londres), 12/2/2010
Imagen: Arshile Gorky/Jardín en Sochi, 1943
Monday, March 8, 2010
“¡Que el diablo se haga poeta!”
Robert Walser
Vida de poeta
Alfaguara, 1990
por Carlos Rull
La primera vez que supe algo acerca de Robert Walser fue durante la lectura de Bartleby y compañía, la extraña e inquietante colección de vidas literarias de Vila-Matas. Walser, como tantos otros escritores recogidos por el autor catalán, fue uno de aquellos bartlebys escribientes – oficinistas anónimos - dedicados a una escritura que acabaría por conducirles a la negación la escritura, un escritor del NO. Fue el propio Vila-Matas quien acabó por decidirme a abordar la obra del olvidado escribiente suizo al insistir en mencionar a Walser en sus otras dos últimas novelas, El mal de Montano y Doctor Pasavento , en la que el escritor suizo adquiere un papel fundamental como símbolo de la voluntad de negación, de la necesidad de no-ser para transmutarse en escritura y de la nostalgia de la inocencia creativa original.
Robert Walser (1878-1856) acabó sus días mientras se dedicaba a una de sus aficiones favoritas y fuente principal de inspiración para muchos de sus relatos: el paseo. Lo encontraron estirado sobre la blanca nieve que cubría las tierras circundantes al centro de salud en el que estuvo ingresado desde 1929. Vida de poeta recoge sus dos primeros libros, Geschichten (1914) y Poetenleben (1918), que a su vez recogían sus escritos, artículos y relatos publicados en revistas y periódicos entre 1899 y 1916. Se trata por tanto de una antología de sus relatos de juventud, una ocasión estupenda para asistir al recorrido inicial de quien acabaría por renegar de la escritura sumergido en una insuperable “crisis de la pluma”. Lo último que escribió fueron una serie de microgramas, microtextos aparentemente crifrados y escritos a lápiz, abigarrados y amontanados en 526 folios. Dejó de escribir definitivamente en 1933. Uno de los relatos de este volumen está dedicado a Hölderlin sobre cuyo destino similar al suyo dice Walser: “Hölderlin salió de la casa, vagó todavía un tiempo más en el mundo y cayó luego en una demencia incurable”.
Aunque la crítica ha olvidado a menudo la existencia de Walser, fue éste un autor de referencia en el panorama del “jugendstil” o modernismo alemán, reivindicado repetidamente por autores como Hesse, Kafka o Musil. Y mucho de modernismo es lo que encontramos en estos relatos. La figura del artista, del poeta, del actor, del joven suelen aparecer opuestas al mundo burgués y fariseo, no es extraño que el padre de Wenzel en el relato con ese título nos recuerde a los burgueses de Darío o al Senyor Esteve de Rusiñol. Abundan, pues, los relatos sobre jóvenes que quieren ser artistas (pero a los que, en muchos casos, les “falta chispa”), sobre poetas que pasean y observan el mundo, sobre talentos que se dedican a sablear a sus mecenas, sobre pintores y poetas, sobre poetas en comunión con la naturaleza, sobre obreros poetas, sobre artistas y bosques. Literatura y naturaleza, literatura sobre la misma literatura (como en “Hölderlin” o “Kleist en Thun”) y paseos, muchos paseos, de los que hablaremos más abajo. Abundan también relatos de corte vanguardista o de tono absurdo como “Discurso a una estufa”, “Discurso a un botón”, “Hombre de harina”, “Teatro de gato” y el divertidísimo y desazonador “Mundo”.
La mirada de Walser, que, según dicen, nunca dejó de ser encantadoramente ingenua (de ahí, seguramente, su locura) está transida de amor a la naturaleza. No hay épica en los textos de Walser, a lo sumo en deambular expectante, ansioso de contemplar y describir, de convertir el paisaje en palabra. Poco importa si los paseos de Walser eran reales o imaginarios pues él los convierte en puro arte poético, todo lo que le rodea se convierte en literatura, en palabra construida pictóricamente, es decir, a trazos. Son retazos de observaciones que sin necesidad de constituir una descripción perfecta y coherente transmiten la impresión justa y exacta del paisaje o el suceso. De verbo ágil y prosa sutil, el entonces joven escritor suiza pinta con exactitud no sólo el paisaje sino también el estado de ánimo, la sensación, la emoción, la fascinación ante los colores, las formas, los olores, los sonidos, que traslada con vaga rigurosidad al texto. En muchos de los relatos no hay voluntad alguna de explicar una historia, ni siquiera de describir un cuadro costumbrista o de relatar una pequeña anécdota, sólo son paseos literarios, al estilo de El caminante y de algunos relatos de Hesse, pero aún más desnudos de narración. Sin incurrir en la descripción farragosa y minuciosa, construye Walser una naturaleza literaria propia y creo que inimitable y pide a menudo al lector su colaboración y su implicación en ese proceso, a menudo con guiños cómicos o gestos cómplices.
Sus personajes son a menudo vagabundos, solitarios deambulantes que muestran un profundo despreció por el éxito, la rutina, la comodidad burguesa y la tiranía de lo cotidiano y de las obligaciones, y están, en cambio, dotados de una ingente capacidad para percibir la belleza del entorno, embelesarse ante un paisaje o sentir el éxtasis estético de un paseo dominical por un parque urbano o del hallazgo fortuito de un rincón bucólico e ignoto en lo profundo de un bosque. Como Walser, que nunca fue capaz de conservar un mismo trabajo ni de vivir en una misma ciudad durante mucho tiempo, sus personajes huyen de la cotidianeidad y la rutina (como el propio Walser huye a través de su escritura) para vivir del arte, o del simple deambular; huyen de la responsabilidad y el éxito para ser ellos mismos, para disfrutar de su existencia y de la contemplación gozosa de la naturaleza por la que transitan.
Sin embargo, la ingenuidad del observador embelesado, del enamorado del verdor y el oro de los campos y las colinas no debe cegarnos a la evidente ironía – a veces casi maliciosa – que transita por muchos de los textos de este volumen. No es raro que Walser se carcajee de artistas y burgueses, sonría ante los aspirantes a actor y las actrices, nos guiñe el ojo ante las angustias creativas de poetas y escritores o lance más o menos disimulados sarcasmos acerca de todo lo que le pasa por delante. Así, “El obrero”, retrato de un obrero con vocación de artista dedicado a la invención de utopías, finaliza con una maliciosa ironía antipatriótica.
Más allá de su anécdota vital, del aislamiento y la locura que lo convierte en personaje literario ideal para la ficción, Robert Walser merece sin duda alguna una visita atenta a su obra. Como volumen de juventud, Vida de poeta nos proporciona una primera aproximación, un resumen completo y detallado del periodo de formación del escritor suizo, que puede servir como introducción para quien desee seguir esa trayectoria suya hasta la locura, pero que se sostiene por sí solo como una lectura original, emotiva, entrañable, divertida, diferente.
Carlos Rull, 2006
Imagen: Robert Walser en 1890
Viaje al fin de la noche
Los filósofos, ésos fueron, fíjese bien, ya que estamos, quienes comenzaron a contar historias al buen pueblo... ¡Él, que sólo conocía el catecismo! Se pusieron, según proclamaron, a educarlo... ¡Ah, tenían muchas verdades que revelarle! ¡Y hermosas! ¡Y no trilladas! ¡Luminosas! ¡Deslumbrantes! "¡Eso es!", empezó a decir, el buen pueblo, "¡sí, señor!" ¡Exacto! ¡Muramos todos por eso!" ¡Lo único que pide siempre, el pueblo, es morir! Así es. "¡Viva Diderot!", gritaron después. "¡Bravo Voltaire!". ¡Eso sí que son filósofos! ¡Y viva también Carnot, que organizaba tan bien las victorias! ¡Y viva todo el mundo! ¡Al menos, ésos son tíos que no le dejan palmar en la ignorancia y el fetichismo, al buen pueblo! ¡Le muestran los caminos de la libertad! ¡Lo emancipan! ¡Sin pérdida de tiempo! En primer lugar, ¡que todo el mundo sepa leer periódicos! ¡Es la salvación! ¡Qué hostias! ¡Y rápido! ¡No más analfabetos! ¡Hace falta algo más! ¡Simples soldados ciudadanos! ¡Que voten! ¡Que lean! ¡Y que peleen! ¡Y que desfilen! ¡Y que envíen besos! Con tal régimen, no tardó en estar bien maduro el pueblo. Entonces, ¡el entusiasmo por verse liberado tiene que servir, verdad, para algo! Danton no era elocuente porque sí. Con unos pocos berridos, tan altos, que aún los oímos, ¡movilizó en un periquete al buen pueblo! ¡Y ésa fue la primera salida de los primeros batallones emancipados y frenéticos! ¡Los primeros gilipollas votantes y banderólicos que Dumoriez llevó a acabar acribillados en Flandes! Él, a su vez, Dumoriez, que había llegado demasiado tarde a ese juego idealista, por entero inédito, como en resumidas cuentas prefería la pasta, desertó. Fue nuestro último mercenario... El soldado gratuito, eso era algo nuevo... Tan nuevo, que Goethe, con todo lo Goethe que era, al llegar a Valmy, quedó deslumbrado. Ante aquellas cohortes andrajosas y apasionadas que acudían a hacerse destripar espontáneamente por el rey de Prusia para la defensa de la inédita ficción patriótica, Goethe tuvo la sensación de que aún le quedaban muchas cosas por aprender. "¡Desde hoy -clamó, magnífico, según la costumbre de su genio- comienza una época nueva! ¡Menudo era! A continuación, como el sistema era excelente, se pusieron a fabricar héroes en serie y que cada vez costaban menos caros, gracias al perfeccionamiento del método. Todo el mundo lo aprovechó: Bismark, los dos Napoleones, Barrès, lo mismo que la amazona Elsa.
Extracto de Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche, Edhasa, Madrid, 2007. pp. 84-85
Imagen: Louis-Ferdinand Céline
Tuesday, March 2, 2010
Discurso inaugural de José Mujica, presidente del Uruguay
"Señora Presidenta de la Asamblea General, mi querida Lucía, Legisladores y Legisladoras que representan la diversidad de la Nación, Presidentes y Presidentas de países amigos que están con nosotros, altos funcionarios destacados para apoyar esta ceremonia, cuerpo Diplomático, Presidente de la Suprema Corte de Justicia, Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, Señores ex Presidentes, Dirigentes de los Partidos Políticos del Uruguay y de las principales organizaciones sociales, de las comunidades religiosas, en fin, señores y señoras. A todos los aquí presentes, gracias.Y también gracias a todos ustedes, compatriotas del alma, que nos acompañan en sus casas y en las calles.
Mis conocimientos jurídicos, extraordinariamente escasos, me impiden dilucidar cuál es el momento exacto en que dejo de ser presidente electo para transformarme en presidente a secas. No sé si es ahora, o si es dentro de un rato, cuando reciba los símbolos del mando de manos de mi antecesor. Por mi parte, desearía que el título de "electo" no desapareciera de mi vida de un día para otro. Tiene la virtud de recordarme a cada rato que soy presidente sólo por la voluntad de los electores.
"Electo" me advierte que no me distraiga y recuerde que estoy mandatado para la tarea. No en vano, el otro sobrenombre de los presidentes es "mandatario". Primer mandatario, si se quiere, pero mandado por otros, no por sí mismo.
Con mejores palabras y más solemnidad, esto es lo que la constitución establece. La Constitución es un marco, una guía, un contrato, un límite que encuadra a los gobiernos. Ese es su propósito principal. Pero es también un programa, que nos ordena cómo comportarnos, en cuestiones que tienen que ver con la esencia de la vida social. Por ejemplo, nos manda literalmente evitar que las cárceles sean instrumentos de mortificación. O nos dice NO reconocer ninguna diferencia de raza, género o color.
¡Cuánta deuda tenemos aún con la constitución!
¡Con qué naturalidad la desobedecemos!
No está de más recordarlo hoy, un día en que nos enorgullecemos de estar aplicando las reglas con todo rigor y detalle.
Pondremos todo nuestro empeño en cumplir los mandatos constitucionales. En cumplir los que aluden a las formas de organización política del país, por supuesto Y también en cumplir los enunciados constitucionales que describen la ética social que la nación quiere darse.
Hoy es el día cero o el día uno de mi gobierno. Y para mí, gobernar empieza por crear las condiciones políticas para gobernar. Por si suena como un traba-lenguas, lo repito: para mí, gobernar, empieza por crear las condiciones políticas para gobernar. Y gobernar, para generar transformaciones hacia el largo plazo, es más que nada crear las condiciones para gobernar 30 años con políticas de estado.
Me gustaría creer, que esta de hoy, es la sesión inaugural de un gobierno de 30 años.
No míos, por supuesto, ni tampoco del Frente Amplio, sino de un sistema de partidos, tan sabio y tan potente, que es capaz de generar túneles herméticos que atraviesan las distintos presidencias de los distintos partidos,y que por allí, por esos túneles, corren intocadas las grandes líneas estratégicas de los grandes asuntos. Asuntos como la educación, la infraestructura, la matriz energética o la seguridad ciudadana. Esto no es una reflexión para el bronce ni para la posteridad. Es una formal declaración de intenciones.
Me estoy imaginando el proceso político que viene, como una serie de encuentros, a los que unos llevamos los tornillos y otros llevan las tuercas. Es decir, encuentros a los que todos concurrimos, con la actitud de quien está incompleto sin la otra parte. En ese tono se va a desarrollar el próximo gobierno del Frente Amplio. Asistiendo incansablemente a las mesas de negociación con vocación de acuerdo.
Puede ser que el gobierno tenga más tornillos que nadie, más tornillos que el Partido Nacional, más que el Partido Colorado, más que los empresarios y más que los sindicatos… ¿Pero de qué nos sirven los tornillos sueltos, si son incapaces de encontrar sus piezas complementarias en la sociedad?
Vamos a buscar así el diálogo, no de buenos, ni de mansos, sino porque creemos que esta idea de la complementariedad de las piezas sociales, es la que mejor se ajusta a la realidad.
Nos parece que el diagnóstico de concertación y convergencia es más correcto que el de conflicto, y que sólo con el diagnóstico correcto, se puede encontrar el tratamiento correcto.
Miramos la radiografía, y lo que vemos adentro de la sociedad, son formas convexas y cóncavas, negociando el ajuste, porque se necesitan entre si. Entonces pensamos que sería contra natura, que los representantes políticos de esos retazos sociales, nos dedicáramos a separar y no a concertar.
En Uruguay, todos los partidos políticos son socialmente heterogéneos. Pero los partidos tienen fracciones, y las fracciones tienen acentos sociales. Pero aún en el caso de las fracciones más específicamente representativas de sectores, el mandato de sus votantes no es el de atropellar ciegamente para conquistar territorio.
Hace rato que todos aprendimos que las batallas por el todo o nada, son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque. Queremos una vida política orientada a la concertación y a la suma, porque de verdad queremos transformar la realidad.
De verdad queremos terminar con la indigencia
De verdad queremos que la gente tenga trabajo.
De verdad queremos seguridad para la vida cotidiana.
De verdad queremos salud y previsión social bien humanas.
Nada de esto se consigue a los gritos. Basta mirar a los países que están adelante en estas materias y se verá que la mayor parte de ellos tienen una vida política serena.
Con poca épica, pocos héroes y pocos villanos. Más bien, tienen políticos que son honrados artesanos de la construcción.
Nosotros queremos transformaciones y avances de verdad. Queremos cambios de esos, que se tocan con la mano, que no sólo afectan las estadísticas sino la vida real de la gente. Para lograrlo estamos convencidos de que se necesita una civilizada convivencia política Y no vamos a ahorrar ningún esfuerzo para lograrla.
Por supuesto, nada de esto comienza con nosotros. El país tiene hermosas tradiciones de respeto recíproco que vienen de muy atrás. Pero es probable que nunca hayamos estado tan cerca de conseguir un cambio cualitativo en la intensidad de esos vínculos entre partidos políticos.. Quizás ahora podemos pasar de la tolerancia a la colaboración, de la confrontación controlada a ciertos modos societarios de largo plazo.
Con el Frente Amplio en el gobierno, el país ha completado un ciclo. Ahora todos sabemos que los ciudadanos no le extienden cheques en blanco a ningún partido y que los votos hay que ganárselos una y otra vez en buena ley. Los ciudadanos nos han advertido a todos que ya no son incondicionales de ningún partido, que evalúan y auditan las gestiones, que los que hoy son protagonistas principales, mañana pueden convertirse en actores secundarios.
Después de 100 años, al fin, ya no hay partidos predestinados a ganar y partidos predestinados a perder. Esa fue la dura lección que los lemas tradicionales recibieron en los últimos años. El país les advirtió que no eran tan diferentes entre sí como pretendían, que sus prácticas y estilos se parecían demasiado y que se necesitaban nuevos jugadores, para que el sistema recuperara una saludable tensión competitiva.
Por su parte el Frente Amplio, eterno desafiante y ahora transitorio campeón, tuvo que aceptar duras lecciones, no ya de los votantes sino de la realidad. Descubrimos que gobernar era bastante más difícil de lo que pensábamos, que los recursos fiscales son finitos y las demandas sociales infinitas, que la burocracia tiene vida propia, que la macroeconomía tiene reglas ingratas pero obligatorias. Y hasta tuvimos que aprender, con mucho dolor, y con vergüenza, que no toda nuestra gente era inmune a la corrupción.
Estos últimos años han sido entonces de intenso aprendizaje para todos los actores políticos. Es probable que todos estemos ahora más maduros y por tanto listos para pasar a una etapa cualitativamente nueva en el relacionamiento entre fuerzas políticas.
Cada una con su identidad y sus énfasis ideológicos. Sin aflojarle ni a la pulseada ni al control recíproco. Pero sí ampliando dos capacidades que estamos lejos de haber llevado al máximo: la sinceridad y la valentía.
Más sinceros en nuestro discurso político, llevando lo que decimos un poco más cerca de lo que de verdad pensamos y un poco menos atado a los que nos conviene. Y más valientes para explicarle, cada uno a su propia gente, los límites de nuestras respectivas utopías. Esa sinceridad y esa valentía van a ser necesarias para llevar adelante las políticas de estado que proyectamos. Para ponernos de acuerdo vamos a tener que rebajar nuestras respectivas posturas y promediarlas con las otras. Y esa rebaja implica líos obligatorios con nuestras bases políticas. Ese va a ser un test de valentía.
Los temas de estado deben ser pocos y selectos. Deben ser aquellos asuntos en los que pensamos que se juega el destino, la identidad, el rostro futuro de esta sociedad.
Sin pretensiones de verdad absoluta, hemos dicho que deberíamos empezar por 4 asuntos: educación, energía, medio ambiente y seguridad. Permítanme un pequeño subrayado: educación, educación, educación. Y otra vez, educación.
Los gobernantes deberíamos ser obligados todas las mañanas a llenar planas, como en la escuela, escribiendo 100 veces, "debo ocuparme de la educación" Por que allí se anticipa el rostro de la sociedad que vendrá. De la educación dependen buena parte de las potencialidades productivas de un país. Pero también depende la futura aptitud de nuestra gente para la convivencia cotidiana. Y seguramente, cualquiera de los aquí presentes podría seguir agregando argumentos sobre el carácter prioritario de la educación. Pero, lo que probablemente nadie pueda contestar con facilidad es ¿a qué cosas vamos a renunciar, para darle recursos a la educación? ¿Qué proyectos vamos a postergar, qué retribuciones vamos a negar, qué obras dejarán de hacerse?
¡Con cuántos "NO" habrá que pagar el gran "SÍ" a la educación!
Ningún partido querrá quedar en soledad para hacerse responsable de todo ese desgaste. Tendremos que hacerlo juntos, decidirlo juntos y por supuesto, poner el pecho juntos. Este es el significado de las políticas de estado. Sus consecuencias no deben beneficiar ni perjudicar a ningún partido en particular.
¿Estamos dispuestos a hacerlo?
Si no lo estamos, todas nuestras grandes declaraciones de amor por la educación, no serán más que palabrerío de discurso político.
También hemos sugerido que los temas de infraestructura de energía, sean separados de la agenda gubernamental corriente, y tratados en común por todos los partidos. La energía es un asunto lleno de complicaciones técnicas. Implica complejos pronósticos sobre el stock de recursos no renovables, como los hidrocarburos. Pero también implica casi adivinanzas, sobre lo que nos traerá el desarrollo tecnológico de la energía solar o de la energía eólica. E implica cálculos, de resultado todavía incierto, sobre la conveniencia de hacer agricultura de alimentos o agricultura para producir bio-combustibles. Pero después que todos los ingenieros y todos los adivinadores del futuro den su veredicto, la política tendrá que ocuparse de las definiciones estratégicas, en temas en los que la opinión social va a estar dividida. El más notorio de esos temas, es el uso de energía nuclear para generar electricidad. Otro, es cuanto estamos dispuesto a pagar para apoyar las energías renovables que no son económicamente rentables, incluidos los biocombustibles.
En estos temas, tan imprevisibles, el aumento de la base de sustento político no garantiza que se tomen decisiones óptimas. Pero sí asegura que los rumbos elegidos no serán modificados sobre la marcha. En materia energética no se puede avanzar en zig-zag. Porque pueden pasar décadas entre el momento en que un proyecto comienza a andar, y el momento en que empieza a producir.
También , hemos reservado las estrategias de medio ambiente, para ser tratadas en régimen de políticas de estado. Hoy la comunidad internacional nos pide que nos pensemos a notros mismos como miembros de una especie, cuyo hábitat está cada vez más amenazado. Hace años que el país ha incorporado una fuerte consciencia sobre el tema, ha legislado con sabiduría y ha operado con decisión y transparencia. Pero la tensión, entre el cuidado del medio ambiente y la expansión productiva, va a ir en aumento. Vamos a estar cada vez más tironeados, entre las promesas de la explosión agrícola, y las amenazas asociadas al uso intensivo de agroquímicos. Para no hablar de asuntos aún mas complejos, como las incógnitas vinculadas a la modificación genética, de las especies vegetales. ¡Hasta nuestras pobres vacas! con sus emisiones de gases, son un enorme tema de discusión medio ambiental en el mundo.
Sobre todos estos asuntos, ya empiezan a escucharse algunos tambores de guerra. Afortunadamente, de guerra conceptual, entre los partidarios de la producción a rajatabla, y los preservacionistas a toda costa. El estado deberá arbitrar y tomar las mejores decisiones. Sean las que sean, deben tener un ancho respaldo político, para que
tengan toda la legitimidad posible y puedan sostenerse en el tiempo, contra viento y marea. Aquí de nuevo el sistema político tendrá que ser sincero y valiente, porque para cuidar el medio ambiente habrá que renunciar a algunas promesas productivas. O al revés, para sostener la producción, habrá que rebajar la ambición de una naturaleza intocada.
Nos jugamos mucho en todo esto. Tenemos que decidirlo entre todos. Y después, enfrentar las consecuencias entre todos.
La seguridad ciudadana, es el último tema que estamos proponiendo abordar, de inmediato, en régimen de políticas de estado. No lo incluiríamos, si sólo se tratara de mejorar la lucha contra una aumentada delincuencia tradicional. Creemos, que no sólo estamos frente a un escenario de números crecientes, sino ante transformaciones cualitativas.
Ahora tenemos drogas, como la pasta base, de muy bajo costo, que no sólo destruyen al adicto sino que lo inducen a la violencia. Y tenemos mafias enriquecidas, con amplia capacidad de generar corrupción en la policía. Y tenemos operadores del narcotráfico
internacional, que usan el país para el tránsito, la distribución y el lavado de dinero.
Aún, somos una sociedad tranquila y relativamente segura. Pero lo peor que podríamos hacer, es subestimar la amenaza. La sociedad ha levantado el asunto a los primeros lugares de la agenda pública y desde el sistema político tenemos que responder sin demora y a fondo.
Educación, energía, medio ambiente y seguridad son los temas para los que debiéramos definir estrategias orientadas al largo plazo y luego, arroparlas, protegerlas del vaivén político para que puedan proyectarse en el tiempo y consumar sus efectos. Para todo lo demás, necesitamos que la política discurra en sus formas naturales: es decir, el gobierno en el gobierno y la oposición en la oposición. Con respeto recíproco, pero cada uno en su lugar.
Como gobierno, nos corresponde la iniciativa para trazar el mapa de ruta. Aquí vamos.
Lo que hoy comienza, se define a sí mismo, entusiastamente, como un segundo gobierno. Ya lo dijimos en la campaña: nuestro programa se resume en 2 palabras "Más de lo mismo"
En primer lugar, vamos a darle al país 5 años más de manejo profesional de la economía, para que la gente pueda trabajar tranquila, e invertir tranquila.
Una macroeconomía prolija es un prerrequisito para todo lo demás.
Seremos serios en la administración del gasto, serios en el manejo de los déficit, serios en la política monetaria y más que serios, perros, en la vigilancia del sistema financiero.
Permítanme decirlo de una manera provocativa: vamos a ser ortodoxos en la macroeconomía. Lo que vamos a compensar largamente, siendo heterodoxos, innovadores y atrevidos, en otros aspectos.
En particular, vamos a tener un estado activo, en el estímulo a lo que hemos llamado, el país agro inteligente.
El agro uruguayo está viviendo una revolución tecnológica y empresarial, creciendo muy por encima del resto del país. Los problemas son hoy otros: la sustentabilidad del suelo, la incorporación masiva del riego como factor de producción y sobre todo de mitigación ante las frecuentes sequías. Los proyectos de fuentes de agua que involucran predios de diferente propiedad, marcan una época y es un deber darles el máximo apoyo. Las políticas de reserva y de seguros son exigencias de la adaptación al cambio climático. La investigación, la recreación genética, la alta especialización en las ramas biológicas que nutren el trabajo agrícola de toda esta región, definible como último reservorio alimentario de la humanidad, son para nosotros el capítulo central de una especialización que hemos en llamar ¨el país agro-inteligente¨
Queremos que la tierra nos dé uno. Y a ese uno, agregarle 10 de trabajo inteligente. Para al final tener un valor de 11, verdadero, competitivo, exportable.
No vamos a inventar nada, vamos con humildad detrás del ejemplo de otros países pequeños, como Nueva Zelanda o Dinamarca.
Si el país fuera una ecuación, diría que la fórmula a intentar es agro + inteligencia + turismo + logística regional. Y punto.
Esta, es nuestra gran ilusión. A mi juicio, la única gran ilusión disponible para el país. Por eso, no vamos a esperar de brazos cruzados que nos la traiga el destino o el mercado. Vamos a salir a buscarla con decisión. Pero también con seriedad. Apoyando sólo aquellas actividades, que una vez maduras, tengan verdadera chance de subsistir por sí mismas.
No queremos repetir errores del pasado.
En particular no queremos que nos vuelva a pasar lo que ocurrió entre los años 50 y 70, cuando la sociedad desperdició enormes recursos, en la quimera de industrias imposibles.
Ya una vez quisimos ser autárquicos, y producirlo todo fronteras adentro. Nos fue mal, muy mal.
Sería criminal no aprender de aquellos dolores y volver a una economía enjaulada y cerrada al mundo.
Y si vamos a ser proactivos en ciertas dimensiones de la economía productiva, vamos a ser el doble de proactivos en la búsqueda de una mayor equidad social.
¡Eso sí, que no vamos a esperarlo sentados!
¡Ahí sí, que no tenemos paciencia para esperar que la prosperidad resuelva sola las cosas!
Tal como hizo el gobierno que termina, vamos a llevar el gasto social a los máximos posibles. Y vamos a sostener y profundizar los múltiples programas solidarios emprendidos en los últimos 5 años. Ya bajamos la indigencia a la mitad, pero aún queda un 2 % de la población en esa situación. El objetivo es terminar con esta vergüenza nacional, y que hasta el último de los habitantes del país, tenga sus necesidades básicas satisfechas, en los términos definidos por las Naciones Unidas.
¡Pero con saciar las necesidades básicas no hacemos nada!
Hoy, y después de años de prosperidad y de esfuerzo solidario, 1 de cada 5 uruguayos, sigue en condiciones de pobreza.
Aún, si al país como conjunto, le sigue yendo bien, estamos amenazados en convertirnos en una sociedad que avanza a 2 velocidades: unos recogen los frutos de un crecimiento acelerado, otros - por retraso cultural y marginación - apenas los contemplan. No es justo, pero además es peligroso, porque no queremos un país que se luzca en las estadísticas, sino un país que sea bueno para vivir. Y no será bueno, si la prosperidad y el bienestar de una familia, se tiene que disfrutar con muros o alambres de púa.
De nuevo, para enfrentar la pobreza, la educación es la gran fuente de esperanzas.
La escuela y sus maestros, son el ariete principal que hemos de usar para integrar a aquellos a los que las penurias dejaron al costado.
El combate a la pobreza dura tiene mucho de acción formativa en la niñez y la adolescencia.
A la cabeza de todas las prioridades va a estar la masificación de las escuelas de tiempo completo, seguido por el fortalecimiento de la Universidad del Trabajo y el sostén de esa maravilla que es el Plan Ceibal.
Ya tenemos una computadora por niño y por maestro. Ahora vamos por una computadora por adolescente y por profesor. Y por conexión a Internet en todos los hogares. Si la educación es la vacuna, contra la pobreza del futuro, la vivienda es el remedio urgente para la pobreza de hoy.
En primera instancia desplegaremos un abanico de iniciativas solidarias con la vivienda carenciada, DENTRO Y FUERA de los recursos presupuestales. Apelaremos al esfuerzo social. Vamos a demostrar que la sociedad tiene otras reservas de solidaridad que no están en el Estado.
Me niego al escepticismo, sé que todos podemos hacer algo por los demás y que lo vamos a demostrar.
¡Van a ver!, van a aparecer materiales, dinero, cabezas profesionales y brazos generosos.
!LES APUESTO A QUE SI!
No quiero olvidarme de nuestros pobres de uniforme. Las FF AA, llenas de pobres, van a ser parte del Plan de Emergencia Habitacional y vamos a movernos rápido para aliviar en algo la penuria salarial que las aflige. El pasado no es excusa para que hoy no nos demos cuenta que una patria de todos incluye a estos soldados.
Nuestro reconocimiento para aquellos compatriotas militares que sirven en Haití y han demostrado una admirable entereza y eficiencia solidaria.
En estos años, el Uruguay ha cambiado mucho, y nadie discute que ha cambiado para bien.
Allí están los números económicos y sociales, de todos los colores. Pero hay un cambio menos visible, imposible de cuantificar, pero a mi juicio de gran importancia: el cambio en la autoestima, el cambio en la manera que nos percibimos a nosotros mismos y a los horizontes posibles.
Nuestros modestos éxitos nos han hecho más ambiciosos y más inconformistas.
¡Bienvenido inconformismo!
¡Bienvenido el cuestionamiento de viejas certezas!
Y en esta línea: BIENVENIDO EL PROFUNDO CUESTIONAMIENTO DEL ESTADO URUGUAYO. Del estado hacia adentro, como estructura, como organización, como prestador de servicios.
El Uruguay se mantuvo al margen de los vientos privatizadores de los años 90. Es más, la sociedad recibió propuestas, las consideró y las rechazó explícitamente. Estuvimos entre los abanderados de ese rechazo y no nos arrepentimos.
Pero el respaldo de los ciudadanos, fue a un modo de propiedad social, no a un modo de gestión de la cosa pública y menos, a sus resultados. Es probable que aquellos eventos y estas confusiones, hayan postergado demasiado la discusión franca sobre el Estado, sobre los recursos que consume y sobre la calidad de los servicios que presta.
Hoy una revisación profunda es impostergable.
Necesitamos evaluaciones serias, imparciales y profundas.
Necesitamos números y comparaciones.
Y con todo eso a la vista, tenemos que rediseñar el Estado.
Todos sabemos que puede ser más eficiente y más barato.
Esta reforma, no va ser en contra de los funcionarios sino con los funcionarios. Pero tampoco vale hacerse el distraído: el 90% de la eficacia del estado se juega en el desempeño de los funcionarios públicos.
La sociedad uruguaya ha sido benévola con algunos de sus servidores públicos y casi cruel con otros. Ha permitido que, funciones sencillas, que no requieren esfuerzo ni preparación, se paguen en algunas oficinas 10 veces más de lo que recibe quien realiza un trabajo imprescindible y duro, como un policía o un maestro rural. Cuando estas asimetrías duran un tiempo, pueden considerarse errores o desaciertos. Cuando duran décadas, más bien parecen ser manifestaciones de una sociedad que se va volviendo cínica.
Del mismo modo la sociedad uruguaya ha protegido a sus servidores públicos mucho más que a sus trabajadores privados. Recordemos que en la crisis del año 2002 y 2003, casi 200 mil personas perdieron su trabajo y ninguna fue un funcionario público. Se estima que otras 200 mil sufrieron rebajas en sus salarios, y todos fueron trabajadores privados.
Como bien ha dicho el presidente Tabaré Vazquez, esta es la madre de todas las reformas. No deberíamos permitir que esa madre nos siga esperando.
¿En que mundo vivimos? No está fácil de saber.
Me gustaría preguntárselo, a cada uno de los ilustres visitantes que están aquí.
Aunque sin duda tienen "mucho mundo", me atrevería a decir que no van a poder darme una respuesta simple.
¿Verdad que no?
El mundo está cambiando a cada rato Y lo que es peor, a cada rato está cambiando la teoría, de cómo se construye, uno mejor.
Todavía no acabamos de padecer las consecuencias de la crisis planetaria, con que nos obsequió el sistema financiero, en la cumbre del mundo. Descubrimos que habían creado un universo de burbuja y de casino. Pero que desde allí, no solo se jugaba a la ruleta, sino que se podía golpear al mundo productivo real.
Durante la crisis, para rescatar lo que quedaba en pie, se rompieron dogmas que parecían sagrados, se decretó la muerte de los paradigmas vigentes y se volvió a la política, como a un refugio de esperanza.
Hoy ante los desafíos no previsibles de la realidad, casi todos pensamos que ningún camino puede descartarse a priori, ninguna experiencia desconocerse, ninguna fórmula archivarse para siempre.
Sólo el dogmatismo quedó sepultado.
No está fácil navegar. Las brújulas ya no están seguras de donde quedan los puntos cardinales Así que mirando las estrellas nos quedan algunas pocas certezas para orientarnos.
Primero, que el mundo ya no hay un centro sino varios y que la globalización es un hecho irreversible. Por todos lados, los humanos anudamos nuestro destino y nos hacemos
mutuamente dependientes. La idea de cerrase al mundo quedó obsoleta. Pero a su vez, el proteccionismo sigue vivito y coleando, y a menudo es protagonizado por unidades de tamaño continental.
Los latinoamericanos, un poco a los tumbos, estamos intentando construir mercados más grandes ¡Pero como nos cuesta!
Somos una familia balcanizada, que quiere juntarse, pero no puede.
Hicimos, tal vez, muchos hermosos países, pero seguimos fracasando en hacer la Patria Grande. Por lo menos hasta ahora.
No perdemos la esperanza, porque aún están vivos los sentimientos: desde el Río Bravo a las Malvinas vive una sola nación, la nación latino-americana.
Dentro de nuestro hogar latinoamericano, tenemos un dormitorio que compartimos y que se llama MERCOSUR.
!AY MERCOSUR!
¡Cuanto amor y cuando enojo nos suscita!
Hoy estamos en público y no es el momento de hablar de los temas de alcoba. Sólo déjenme afirmar que para nosotros, el MERCOSUR es "hasta que la muerte nos separe" y que esperamos una actitud recíproca de nuestros socios mayores.
Finalmente, deseamos que el Bicentenario nos encuentre con un Río de la Plata más angosto, despejados todos los caminos que nos unen.
He reservado para el final, la más grata de todas las tareas: saludar la presencia de quienes han venido a acompañarnos desde el exterior, especialmente de aquéllos que han venido desde muy lejos, casi inesperadamente. Años atrás hubiéramos considerado estas visitas como un valioso gesto diplomático, una cortesía de país a país. Creo que en los últimos tiempos, estas presencias tienen un significado mucho más intenso y mucho más político. Siento que al estar aquí, ustedes expresan el respaldo a los procesos democráticos de renovación del poder. Se hacen testigos de la celebración.
¡Ya sabíamos del afecto! Pero nos gusta más sentirlo en la presencia física de todos ustedes. Sentirlo cara a cara. ¡Y también corresponderlo cara a cara!
Esto es así, para el afecto entre la gente y para el afecto entre los países. Quererse de cerca, debería estar recomendado en las academias de diplomacia.
Así que, amigos del mundo aquí presentes, reciban el agradecimiento del Uruguay entero. Sepan que no sólo estamos honrados por su presencia. También estamos contentos de tenerlos aquí y hasta diría que un poco conmovidos.
Para terminar, déjenme llegar al borde de la exageración, y decir que, este gobierno que empieza, no lo ganamos, sino que lo heredamos. Porque la principal razón de mi llegada a la presidencia, es el éxito logrado por el primer gobierno del FA, encabezado por el Doctor Tabaré Vázquez.
El y sus equipos han hecho un gran trabajo: les digo muchas gracias en nombre de 3 millones de uruguayos.
Nosotros, vamos a seguir por el mismo camino, construyendo una PATRIA PARA TODOS Y CON TODOS
MUCHAS GRACIAS
De El País, Uruguay
Imagen: El ex-guerrillero tupamaro, y hoy presidente del Uruguay: José Mujica
Monday, March 1, 2010
Then and Now (Bronzino at the Met)
by Peter Schjeldahl
There’s a new old art star in New York this winter: Agnolo Bronzino, the sixteenth-century Florentine painter, whose entire corpus of some sixty known drawings (a few attributions are uncertain) is on exhibit at the Metropolitan Museum, to rousing effect. His arrival heralds a new old movement: Mannerism, the most commonly despised period in Western art history and, I think, the one that best befits creative culture today. We are mostly Mannerists now. Art about art, and style for style’s sake, Mannerism held sway from the end of the High Renaissance, circa 1520, until the Baroque kicked in, seven decades later. Even the strongest Mannerists—Pontormo and Bronzino in Florence, Parmigianino in Rome, Tintoretto in Venice, and El Greco in Italy and Spain—squirmed under the crushing criteria that had been established by Michelangelo, Leonardo, Raphael, and Titian. They did so in ways both ingeniously elegant and gamily perverse. Think of Parmigianino’s elongated body parts, then of El Greco’s elongated everything. Recall Bronzino’s “The Allegory of Venus and Cupid,” at the National Gallery in London: a confounding tour de force of over-the-top sensuality and cryptic symbolism, painted for France’s racy, bookish Francis I. (Cupid lewdly embraces his naked mother while, among other things, Father Time presides, a butterball putto rejoices, a cute-faced and snake-tailed grotesque proffers a honeycomb, and a dove departs on foot like a stricken guest from a party that is way out of hand.) As the Mannerists toiled in the twilight of the Renaissance, so do we in relation to the modern age—the word “modern” having been torn from its roots to signify things that loom behind us. The cinquecento artists would be intrigued by one of our musical genres, the mashup: new songs cobbled from scraps of old songs. (It shares an arch intricacy with their most popular form, the madrigal.) The movie “Avatar” strikes me as Mannerist through and through, generating terrific sensations of originality from a hodgepodge of worn-thin narrative and pictorial tropes. Ours is a dissolving, clever culture of mix and match. We are ready for Bronzino.
He was born Agnolo di Cosimo Mariano di Tori, a butcher’s boy, near Florence in 1503. He may owe his nickname (the Bronze One) to the fact that he had a ruddy complexion. Sometime between the ages of twelve and fifteen, he became a student and protégé of Pontormo, the introspective pioneer of Mannerism, who had known Leonardo and studied with Andrea del Sarto. Pontormo and Bronzino are presumed to have been lovers; they remained close until Pontormo’s death, in 1557, when Bronzino was deprived of his mentor’s estate in a court case brought by a weaver who claimed, falsely, to be a blood relation. Bronzino’s early work can be hard to distinguish from Pontormo’s supple and energetic hand—seen at the Met in a furiously blowsy sketch of a Madonna and Child—but by the late fifteen-twenties he had come into his own, with a look of polished, imposing splendor. As the chief court painter of Florence’s ruler, Cosimo I de’ Medici, Bronzino executed some of the greatest of all portraits. Two are among the few treasures of Mannerism in American museums. Both exude aristocratic hauteur and erotic glamour: the Frick’s “Lodovico Capponi”—with that lad’s unforgettably protruding, glad-to-see-us codpiece—and the Met’s own superbly arrogant “Young Man” (the only canvas in the show, presented with radiological analysis of its drawing techniques). They depict highly particular individuals. Bronzino’s renderings of women tend to be generic masks of beauty—devastatingly so in the “Head of a Smiling Young Woman” (circa 1542-43), a study for his elaborate frescoes in the chapel of Cosimo’s Spanish wife, Eleonora di Toledo, in the Palazzo Vecchio. One glance at this girl—if she was an actual girl, and not an idealized synthesis—might land you, as it did me, goofily in love.
Bronzino was also a prominent poet—witty, erudite, and, when not penning courtly lyrics and paeans, prodigiously raunchy. A leading intellectual of the time testified that the painter had memorized all of Dante and much of Petrarch. Bronzino spoofed the bards in burlesques celebrating, say, rough trade in the night streets of Florence. Prose translations by the scholar Deborah Parker document a style drenched in double-entendre, as in this play on a word, pennello, which can mean “paintbrush” or “penis”:
Who is the person who does not take pleasure in the things that this thing does, which is born from the bristle or tail hair? And there is no man or woman so savage that he or she does not seek to have some of its things or to have himself drawn from life... I would not know how to recount one of the thousand different actions and extravagant ways; you know that everyone likes variety. It is enough that in order to make it from behind, in front, across, foreshortened, or in perspective one uses the [pennello] for them all.
I have two thoughts about this. First, it’s fun; and, second, it’s not that remote from sophisticated American humor today. A similarly burlesque spirit permeates “The Daily Show” and The Onion: taking glee in the absurdities of inescapable conditions. Folding ribaldry into nightmarish politics, for instance, doesn’t change anything, but it cheers us up. The trick is to force despairing cynicism to a pitch of wholesome revelry. Bronzino’s laughter resonates.
The pictures in the show, most of them black-chalk studies of heads and bodies, are working drawings, some of which have been squared up for transfer to paintings or tapestries. Bronzino didn’t make an independent art of drawing, though his exacting care may give the impression that he did. A telltale feature is the thin, continuous line that contours his figures, divorcing them from the negative space of the paper: they were limned to be integrated elsewhere. Within the lines, fabulously deft anatomical details, in hatched and smeared shadings, evoke voluptuously animate flesh. Bronzino makes this look so easy, you should remind yourself to appreciate it. The most gorgeous of the drawings are male nudes, including a tall, narrow study, for the Eleonora chapel, of a young man seen from behind, twisting in a serpentine posture while holding a pillow, or a bizarre hat, on his head with one hand. The artificiality of the pose coexists perfectly with lip-smacking, carnal joy. That’s Mannerism: the most contrived degree of fantasy, the most candid of appetites. It bespeaks the urbanity of someone well able to conduct himself impeccably in any company while pursuing personal pleasures without a lot of compunction.
Bronzino’s long residence in the doghouse of art history began during his lifetime, with his displacement, as Cosimo’s favorite, by his inferior rival Giorgio Vasari, whose treatment of Bronzino in his biographical magnum opus, “Lives of the Artists,” drips condescension. (It seems that the Duke was swayed by the relative speed with which Vasari’s workshop fulfilled commissions.) Later, Bronzino, suffering through centuries of contempt for Mannerism in general, as an addled interregnum between the Renaissance and the Baroque, was often singled out for abuse on moral grounds. A leading American art historian, Frank Jewett Mather, re-stated the case in 1923: “He was a vicious person, a cold aesthete, with few of the generous virtues that nourish the soul.” (I can hear Bronzino responding, “Nourish this!”) In 1903, Bernard Berenson cheerfully contemplated the prospect of “Bronzino sinking into obscurity.” Berenson was “tempted to fancy,” he wrote, that Bronzino’s drawings were scarce (he counted only thirteen in all, two of them erroneously) because the artist had destroyed most of them out of commendable shame at their “dulness.” The connoisseur’s connoisseur of Italian painting somehow detected “feebleness of touch” in Bronzino’s light-fingered grace.
It’s unsettling to read such judgments, by smart men, on art that looks so good at present—as it does to a lively cohort of art historians who include the show’s excellent curators, Carmen C. Bambach, Janet Cox-Rearick, and George R. Goldner. (Reproductions of Bronzino’s paintings, in the thorough and sumptuous catalogue, confirm his mastery of clarion color in glassy illusions of hyper-reality.) The old verdicts suggest a proactive condemnation—of our own era—which, for all we know, future generations may come to endorse. Meanwhile, we are doing the best we can in the twenty-first century, things being as they are; and anyone who wants our friendship had better be civil to Bronzino. ♦
Publicado en el New Yorker, 1 de febrero, 2010
Imagen: Bronzino/Desnudo, circa 1545-60