Josefina Ortega • La Habana
Foto: Cortesía de la autora
Parece una broma de mal gusto que ese gran mito del ballet romántico tuvo que vérselas durante su primera temporada en la capital cubana con los bailarines españoles radicados aquí a la sazón, de muy poca monta por cierto, y que, sin embargo, no aceptaban presentarse en la escena del Tacón a título de cuerpo de baile junto a la diva, sino que reclamaron ser tratados también como primeras figuras con todas las prerrogativas y reclamos.
Por suerte la sangre no llegó al río y el excepcional arte de Fanny Elssler pudo ser admirado por los habaneros en 1841, en diez funciones —ocho de abonos y dos extraordinarias, unas de estas en beneficio de la célebre bailarina— que tuvieron como escenario el gran coliseo erigido unos tres años antes por el catalán Francisco Marty quien, “tan astuto como la zorra y suspicaz como el aura tiñosa”, elevó los precios considerablemente para las presentaciones de la artista.
Qué historia esta. Por un lado sus partidarios la distinguían como “la diosa del baile”, merecedora de todos los mimos y halagos, mientras sus detractores la consideraban “un precedente de duda, de reprobación”, al juzgar que su danza constituía una inmoralidad de las más grandes vistas en la Isla. Y ni qué decir del cuerpo de baile que la acompañó, integrado incluso por rechonchas doncellas que un desesperado Marty le consiguió con la prisa que requería el caso, la orquesta y los decorados además precarios a más no poder.
Así y todo lo de la famosa diva austriaca en La Habana fue todo un suceso, no importa que en esa época no hubiera aquí una verdadera cultura sobre la danza clásica ni mucho menos. Fanny Elssler tiene el singular mérito de ser, en palabras de don Alejo Carpentier, “la primera gran bailarina que atravesó el Océano para danzar en nuestro continente”.
Sus principales ballets presentados fueron La sílfide, La cracoviana, La smolenska, La tarántula y La cachucha, pieza esta última, según cuenta la historia, que desencadenó un gran revuelo en el público sobre todo entre los hombres hechizados por la artista seguida a todas partes por sus admiradores.
Su llegada a La Habana el 14 de enero de 1841 en una escala de su viaje hacia Norteamérica, fue inesperada aunque en realidad no constituyó una sorpresa, pues se le aguardaba de un momento a otro, tal como lo confirma esta nota publicada unos días antes en el Diario de La Habana: “La Ninfa de la danza, la famosa Elssler que se nos anuncia a los primeros arribos de New York”. Formaban su comitiva, entre otros, la bailarina francesa Arraline, el mimo inglés Parsloe, su prima Katti Prinster y el presunto amante de la Elssler, Henry Wikoff, que figuraba como su secretario particular y a quien se le reconoce hoy día como el verdadero autor de las supuestas cartas de la estrella, según afirma el estudioso cubano Francisco Rey Alfonso, quien en 2005 publicó las referidas misivas “desde La Habana” acompañadas por un estudio suyo al respecto en un volumen de Ediciones Boloña.
La actuación en la Isla de la Elssler indica que los acaudalados criollos, en una demostración de su poderío, podían darse lujos tan exorbitantes como el de pagar a una artista de tal jerarquía la que, sin duda alguna, llenó sus arcas aquí, a tal punto que solo en la función de su beneficio recogió en las puertas del teatro la elevada cantidad de 7 600 pesos oro y, por si fuera poco, recibió fastuosos regalos, entre ellos, un vestido de maja de raso rojo bordado con hilos de plata, cuyo costo ascendió a 500 pesos oro.
El 23 de febrero de 1841 Fanny Elssler se despedía de la capital cubana rumbo a Nueva Orleans a bordo del vapor Natchez.
Todavía se recuerda que en aquella su primera temporada en La Habana donde la Elssler aplaudió al gran caricato criollo Covarrubias, la prensa publicó nueve poemas en su honor, aparte de los impresos en papeles de china repartidos en el teatro las noches de las funciones, y músicos tan notables como Claudio Brindis de Salas (padre) le dedicaron contradanzas interpretadas una y otra vez en los bailes del Tacón y en otros salones.
Se cuenta que en esos días en las calles de la capital cubana los organilleros ambulantes incluyeron en su repertorio algunas de las composiciones por ella bailadas.
Publicado en La Jiribilla . Revista de Cultura Cubana #263, La Habana, marzo del 2010
Imagen 1: Fanny Essler bailando La cachucha
Imagen 2: Fanny Essler
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