Wednesday, August 4, 2010
José Saramago (1922-2010). Tres siglos de escritura, un narrador
Álvaro Ojeda
CUANDO UN escritor genera un mundo, inventa una impostura que resulta verdadera, una mentira insustituible, una visión de lo que es el hombre, de lo que será y sobre todo de lo que ha sido. El escritor se alza del suelo y trata de ver la comarca que puede abarcar y se da cuenta de que en su limitada visión -es ese hombre y no otro, es ese paisaje y no otro- radica la grandeza de su intento.
Hay pocos ejemplos más evidentes que el del recién fallecido José Saramago, que fragua su literatura desde el Iluminismo del siglo XVIII y su afán progresista, transcurre por el siglo XIX contando historias y llega a tratar de atisbar en el siglo XX ese universo platónico apenas avizorado por los esclavos ciegos en que se han transformados los seres humanos. Un Saramago que nace en 1922 en la pobreza campesina de uno de los países más pobres de Europa, y debe someter su juventud y su madurez a la dictadura fascista de Antonio de Oliveira Salazar, que regirá el llamado "Estado Novo" hasta un par de años antes de su muerte en 1970.
Fue de todo, Saramago: metalúrgico, mecánico, vendedor de seguros, miembro del Partido Comunista, periodista, viajero dentro de su patria y en 1959 -superado el intento de su primera novela Terra do Pecado de 1947- editor. Su obra crece desde la poesía de Os Poemas Possíveis de 1966 hasta su camino de Damasco - expresión que analizaría con amargura
y descartaría por incorrecta- de Levantado del suelo (título original Levantado do Chao, de 1980) que describe la pobreza eterna e irracional del campesinado portugués. En una bibliografía que incluye más de veinte obras en prosa, sean novelas, libros de viajes, de memorias, de cuentos, media docena de obras de teatro y un volumen de Poesía completa de 637
páginas, es tarea casi inútil discriminar por rasgos de estilo o simple gusto. La obra es vasta; una aseveración del propio Saramago ayuda a comprenderla: "Precisamente, los nexos, los temas y las obsesiones de un cuerpo literario en tránsito, de este escritor que se viene observando a sí mismo como a una especie de continua crisálida que, segura de que jamás alcanzará el último instante de la metamorfosis, el que daría origen al insecto perfecto, se acepta y realiza en su propio e incesante movimiento. Nada más, pero también nada menos. La crisálida se mueve en el lugar oscuro en que se encerró, el escritor se mueve en el lugar oscuro que es."
Cuentos en español.
En 1983 Saramago publica un libro de cuentos (Objecto Quase), traducido y editado en 1994 como Casi un objeto. El libro refleja al escritor que ha concebido una nueva forma de puntuación -iniciada en Levantado del suelo- , que consiste en la eliminación de los signos de exclamación y de interrogación en los diálogos entre personajes, de los guiones que marcan esos mismos diálogos reemplazándolos por comas, y del clásico ordenamiento de la prosa en párrafos con su sangría habitual. Cuando dio su primera conferencia en Uruguay durante la Feria del Libro en 1998, meses antes de que le concedieran el Premio Nobel -en rigor vino a visitar a su amiga la poeta uruguaya Gladys Castelvecchi- brindó alguna explicación sobre ese y otros asuntos. Señaló lo caprichoso de indicar con tres puntos suspensivos una acción inconclusa o abortada y agregó como dato real que los ciegos en Portugal nunca habían encontrado la más mínima dificultad para leer en sistema braille sus textos.
A esa especie de universalidad que podía ser interpretada como una muestra de hermandad sensible por medio del arte literario, agregó una suerte de preocupación por saber qué había detrás de cada nombre, de cada rostro, del rostro propio y del rostro del prójimo. Se refirió una y otra vez a los nombres de los protagonistas de su novela de 1982 Memorial del convento -Blimunda y Siete Soles- y salvo cierto placer sonoro no logró encontrar razón para semejante bautismo. Lo que esconde el nombre es un misterio incluso para su creador. Caín, su última novela, publicada en 2009, insiste en el mismo asunto: hay un creador - el narrador, Dios, el que el lector elija- pero carece de razones. Y ese sistema de racionalidad escondida, a descifrar, que confesó en aquella conferencia, preside ese pequeño volumen de seis cuentos que es Casi un
objeto y que posee un cuento acaso emblemático para acceder al posterior Saramago. El cuento en cuestión se llama "Silla" y describe la caída de un anciano desde su silla porque ésta se ha deteriorado por el héroe del cuento, el Anobium o carcoma de la madera. El acceso al texto es una proeza del humor y de la utilización minuciosa de juegos de lenguaje: cada palabra, cada lugar común se revisa hasta sacar el jugo esencial de lo que se quiere decir y de lo que se dijo. "La silla empezó a caer, a
venirse abajo, a inclinarse, pero no, en el rigor del término a desatarse. En sentido estricto, desatar significa quitar las sujeciones.
Bien, de una silla no se dirá que tiene sujeciones, y, si las tuviera, por ejemplo, unos apoyos laterales para los brazos, se diría que están cayendo los brazos de la silla y no que se desatan. Pero es verdad que se desatan lluvias, digo también, o recuerdo más bien, para que no me suceda caer en mis propias trampas: así, sí se desatan chaparrones, que es apenas un modo diferente de decir lo mismo, ¿no podrían, en resumen, desatarse sillas, incluso no teniendo sujeciones?" Luego de otras consideraciones lingüísticas y literarias -de qué madera está construida la silla, cuál será el proceder del héroe, qué hacen los espectadores y el propio narrador ante la caída- adelantará la conclusión del texto, que es reflexión sobre la lengua que no puede decir y sobre el hombre que no puede hacer ni siquiera lo que debe: "De esta manera queda probado que el mundo no está bien hecho."
Luego ingresa en el relato el protagonista principal: un viejo achacoso que no sabe que tomará asiento en su propia desgracia y que mueve a cierta piedad. Hasta que el narrador advierte con inesperada dureza que el viejo no es otro que el dictador Salazar que no ha caído por la acción del pueblo sino por la naturaleza cumpliendo con sus funciones. Saramago dictamina con una modernidad atroz: "¿Qué es esto? ¿Nos iremos a apiadar del enemigo vencido? ¿Es la muerte una disculpa, un perdón,
una esponja, una lejía para lavar crímenes?"
No hay que engañarse, nadie ha liberado a nadie, la libertad es cosa superior pero también es tarea de insectos.
Historias corregidas.
Las cinco novelas que Saramago publica entre 1980 y 1989, giran en el eje de la historia portuguesa. No son novelas históricas al estilo de las escritas por Walter Scott con su Ivanhoe de 1819, modélico y fundador de un subgénero exitoso. Son novelas en donde el narrador propone un juego de intervención permanente del lector y de las voces de los propios protagonistas del relato que no parecen saber hacia dónde se dirigen o lo que es peor, hacia dónde los dirige el narrador omnisapiente que siempre es Saramago.
Historia del cerco de Lisboa -de 1989- propone una idea audaz: Raimundo Silva, un triste empleado de una encumbrada editorial, logra, a partir de su cargo de corrector, modificar la historia medieval de la ciudad de Lisboa cambiando un "sí" por un "no" en el texto que está corrigiendo. El resultado es que los cruzados jamás ayudaron a levantar el cerco de la ciudad de Lisboa por parte de los musulmanes. El corrector enamora y se enamora de su nueva jefa, que descubre la alteración aberrante en el texto que Raimundo Silva le ha entregado para editar. La nueva jefa del corrector se llama María Sara y por aquí se cuela una de las características cervantinas de Saramago: los juegos con los nombres de los protagonistas que terminan dependiendo de ellos como signos evidentes de carácter. María Sara es una resonancia de Saramago, y siendo la editora quien decide la existencia o la desaparición del "error" de Raimundo Silva, el lector enfrenta una especie de novedosa
teoría narrativa. María Sara se transforma en el Saramago de la ficción de Saramago. La duda sobre el desarrollo ulterior de la acción establece una analogía con la historia humana en dos facetas: la historia como corriente que arrastra al hombre o la historia como decisión humana, como destino elegido.
El inicio de la novela podría considerarse entre los mejores del género: "Dijo el corrector, Sí, el nombre de este signo es deleátur, se usa cuando necesitamos suprimir y borrar, la misma palabra lo dice, y tanto vale para letras como para palabras completas, Me recuerda una serpiente que se hubiera arrepentido en el momento de morderse la cola, Bien visto, sí señor, realmente por muy agarrados que estemos a la vida, hasta una serpiente vacilaría ante la eternidad".
Saramago genera narrativa a partir de una reflexión escondida en la cocina de las palabras, mientras avanza con decisión en un texto que será una poderosa historia de amor y de libre albedrío. Sonreiría el autor portugués si se lo comparara con el Dios del Génesis. Otra de las tretas de Saramago, que debió ser explicada por el autor, consiste en la cita de epígrafes al comienzo de algunas de sus novelas, que pertenecen a libros de origen desconocido. En este caso el texto proviene de El
Libro de los Consejos y reza: "Mientras no alcances la verdad, no podrás corregirla. Pero si no la corriges, no la alcanzarás. Mientras tanto, no te resignes".
Por supuesto que dicho libro no existe, es un invento del autor. Y sobre inventos y del impreciso límite entre creación, realidad y ficción, trata acaso la mejor novela en toda la obra de Saramago: El año de la muerte de Ricardo Reis. Editada en 1984 demora su publicación en español hasta 1997. Ricardo Reis es una creación, un heterónimo de Fernando Pessoa (1888-1935), el mayor poeta portugués moderno. Este Ricardo Reis es también poeta latinista y monárquico- y se exilia en Brasil porque no soporta la proclamación de la república en Portugal. No se sabe el año de la muerte de Reis porque Pessoa, que lo había creado, no quiso hacerlo morir. Un poeta de carne y hueso -Fernando Pessoa- genera a otro poeta que podría ser catalogado de clásico o al menos, bucólico. Para rizar el rizo, Ricardo Reis se enamora de Lidia, una de las tres mujeres
sobre las que se centran ciertos poemas de Horacio, el poeta romano contemporáneo del emperador Augusto, y le dedica algunas odas. En este punto de la historia literaria ingresa Saramago. En su novela, Reis vuelve al Portugal del fallecido Pessoa y no sólo traba una suerte de diálogo fantasmal con el poeta -que es además su padre- sino que reconoce a Lidia y la recrea con otros dones, con el mismo amor.
El trasfondo de la novela es político: son los inicios de la dictadura de Salazar y los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Un hermano de Lidia se involucra en una revuelta contra el régimen mientras que Reis debe, en un plazo de nueve meses, bien morir. La recreación de Lisboa en la década de los 30 es impecable. La natural manera en que vida y creación interactúan en el texto, resulta magnífica por económica, en recursos y en tratamiento: "Va Ricardo Reis bajando por la Rua dos Sapateiros cuando ve a Fernando Pessoa. Está parado en la esquina de la Rua de Santa Justa, mirándolo como quien espera, pero no impaciente. Lleva el mismo traje negro, la cabeza descubierta y, detalle en el que Ricardo Reis no había reparado la primera vez, no lleva gafas, cree comprender por qué, sería absurdo y de mal gusto enterrar a alguien con las gafas puestas, pero la razón es otra, no llegaron a dárselas cuando, en el momento de morir, las pidió".
Las esencias.
Dos obras podrían resumir la esencialidad humana que Saramago busca con desesperación: El Evangelio según Jesucristo de 1991 y Todos los nombres de 1997. La obra del autor portugués siguió creciendo y trató, total o parcialmente, la principal creencia religiosa occidental y la identidad que el nombre brinda, pero con un tono más ligado al empecinamiento que a la literatura. En El Evangelio según Jesucristo la palabra la tienen las víctimas humanas -en especial María y Jesús- y los evangelistas apócrifos, descartados por la historia oficial. El impresionante comienzo del texto es un reflejo humano de una pasión divina y consiste en la descripción del grabado Crucifixión de Durero. Es el hombre, el narrador, el diletante incluso, el que revela la verdad de la historia. Una verdad simple y brutal: Dios es cruel, Dios es innecesario, Dios no defiende su creación. Con un tono que ronda el sarcasmo, Saramago hace hincapié en el episodio del agua con vinagre que se le brinda a Jesús durante su agonía. Una figura humana aparece con un cubo a lo lejos en el grabado y sobre ella escribe el autor: "Se va,
pues; no se queda hasta el final, hizo lo que podía para aliviar la sequedad mortal de los tres condenados, y no puso diferencias entre Jesús y los Ladrones, por la simple razón de que todo esto son cosas de la tierra, que van a quedar en la tierra, y de ellas se hace la única historia posible."
De la historia de Don José, el protagonista de Todos los nombres, sólo resta decir que es una obsesión burocrática y ciudadana -en ese mundo cotidiano que también se describe en el ominoso Ensayo sobre la ceguera de 1996- disfrazada de funcionario del registro civil. Encuentra la ficha de una mujer que lo obsesiona: visita su casa, su escuela, su trabajo pero sólo obtendrá de ella su voz en un contestador telefónico. El que todo lo puede -el Dios de los registros, el Dios Google- no puede encontrar algo parecido, sucedáneo al amor, la incomunicación es casi irreal porque ha logrado llegar a la casa de esa mujer innominada: "Entonces don José se levantó, Tengo que irme, murmuró, pero antes de salir todavía dio una última vuelta por la casa, entró en el dormitorio, donde había más luz, se sentó un momento en el borde de la cama, una y otra vez deslizó la mano despacio por el embozo bordado de la sábana, después abrió el armario, allí estaban los vestidos de la mujer que había dicho las definitivas palabras, No estoy en casa."
Como los ciegos que lo entendieron antes que sus colegas y amigos, el registro de la vida no acepta la restringida visión del hombre ni el divino reflejo del creador: necesita al hombre común.
Acaso, de forma paradójica, sea su poesía lo que mejor defina a José Saramago. En el poema "Catorce de junio" con el que cierra su libro Poesía Completa -publicado en 2005-, escribió: "Cerremos esta puerta./ Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan/ como de sí mismos se desnudarían dioses./ Y nosotros lo somos, aunque humanos./ Es nada lo que nos ha sido dado./ No hablemos pues, sólo suspiremos/ porque el tiempo nos mira./ Alguien habrá creado antes de ti el sol,/ y la luna, y
el cometa, el espacio negro,/ las estrellas infinitas./ Ahora juntos ¿qué haremos? Sea el mundo."
Publicado en El País/Montevideo
Imagen: José Saramago en su juventud
Imagen 2: En foto posterior
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