Friday, December 3, 2010
Jaime Escalante
Iván Castro Aruzamen
Jaime Escalante, nuestro boliviano más universal en la educación (con ayuda de los norteamericanos), ha muerto y nadie se acordó de entregarle por lo menos algún título nobiliario. He conocido profesores -todos de una forma u otra los hemos tenido-, que acababan siendo una patada en el hígado como maestros en el aula, pero, a pesar de eso les concedieron, un título honorífico ¡Cuánto más se lo merecía en vida el profesor Escalante! Murió en los Estados Unidos. Y ha hecho bien. Porque, ahora al parecer el Estado Plurinacional del MAS, anda empeñado en el afán de construir títulos para las monarquías sociales y representativas, y no así para personas que han hecho aportes significativos, digo, monarquías sociales, a la clase dirigencial de este país, para usar alguna forma legal; y eso de premiar de alguna manera, a bolivianos meritorios, nada. Pues, resulta que hay quienes quieren hacer, antes que dar un honoris causa o “hijos predilectos”, por su labor destacada, prefieren crear condes y duques políticos en las gobernaciones departamentales y alcaldías, con un solo toque de la varita mágica o con la varita de Presi Pluri y Guía Espiritual de los pueblos.
Seguramente, ahora que el profesor Escalante, ha partido hacia la casa del Padre Eterno, se preocuparán los políticos para plantarle el título nobiliario de “hijo predilecto” de la ciudad de La Paz, boliviano meritorio, etcétera. Pero, mientras estuvo en Bolivia, antes de su letal enfermedad, ese título hubiera sido merecido, solemne, además, de natural y entrañable, porque todo hijo de su tierra se lo merece. Lo que pasa es que aquí somos así; al hombre de bien, al intelectual, al ciudadano que triunfa, fuera o por estos lados, en primer lugar, se lo mata de hambre, a punta de pan y café; luego de muerto, se le vuelve a matar con homenajes por aquí y por allá. Si el profesor Escalante se fue de Bolivia, supongo que sería porque aquí no le daban facilidades para hacer su trabajo o le negaron alguna simple beca; en otro lugar, sí le dieron posibilidades, como estudiar, trabajar, investigar, leer, es decir, todo, para que pudiera hacer bien aquello que le gustaba: enseñar. Y ahora cuando ya no le hace falta, el país que a lo mejor le negó subirle el sueldo, le regalará un título nobiliario, refrendado por el Senado Plurinacional. Yo creo que este país tiene tan poca fe en sí mismo y en su gente, al punto que los gobernantes terminan flagelándose por el pasado y pecados ajenos, porque no son capaces de digerir los errores del pasado; aquí, en el Estado Plurinacional, hoy, mientras a un ciudadano, no le den por bueno y meritorio y que esto venga refrendado desde la escuela sindical, por muy capo que sea, tiene que ir a morir afuera o esperar que le maten de hambre en su tierra.
Para poder demostrar a los connacionales en Bolivia, quién es uno, quién era uno, qué hacia uno y que no es ningún moco de pavo, hay que hacerlo lejos, en América del Norte, en Europa, en África u Oceanía, qué sé yo, porque aquí en seguida acabaría uno, siendo detenido y procesado por traición a la patria y a la revolución. El profesor Escalante, habría necesitado facilidades para trabajar en y por su terruño y su gente; lo que ahora menos necesita es un título de hijo de lo que sea. Así somos los bolivianos. Preferimos regalar títulos, homenajes, estatuas, nombres de calles, antes que dotar de unas modestas ayudas para retener a nuestros mejores cerebros. El profesor Escalante no era un hombre de ideas aristocratizantes ni plebeyas, si lo hubiera sido, no se habría ido a trabajar toda una vida en el país de la democracia, sino que se habría quedado para dirigente o político de poca monta y vivir a costa del Estado como un zángano más.
Ya digo, que a los políticos se les ocurren cosas, pero siempre tarde. A lo mejor empiezan a crear títulos para todos nuestros cerebros en fuga. Ahí están, lejos del país, Claudio Ferrufino-Coqueugniot (uno de nuestros mejores escritores), Edmundo Paz Soldán (escritor), Pedro Shimose (poeta), René Blatman (juez de la Corte Penal Internacional de la Haya), Víctor Montoya (escritor), la lista es larga… ¿Por qué no declararles hijos predilectos? Mejor, para todos nuestros exiliados voluntarios. Aunque más productivo sería facilitarles trabajo en el país. Por supuesto que los hijos pródigos de esta tierra, no necesitan títulos de ninguna laya. En Bolivia es más fácil conseguir un título político (Presidente, Vicepresidente, Gobernador, Alcalde, concejero, corregidor, ministro, embajador, cónsul) antes que un salario digno o un pedazo de queso. El profesor Escalante y los miles de migrantes que salieron del país, se fueron porque querían comer todos los días.
Publicado en Opinión (Cochabamba), 7 de abril 2010
Imagen: Idolo pre-hispánico
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