Wednesday, January 25, 2012
La hora de Tomas Tranströmer
Roberto Mascaró (desde Cartagena de Indias)
UNA MAÑANA de julio de 1981, dos años después de mi llegada a Suecia, le conté a mi compañera sueca de esos tiempos que estaba empezando a leer poesía nórdica -con serias dificultades, ya que por ese entonces necesitaba de la asistencia del diccionario a cada rato. Yo era en esos tiempos un poeta inédito y bastante feliz. Pensaba que aunque publicase algo mío en Suecia algún día, tendría garantizada la indiferencia del público local - ya que escribía solamente en castellano- cosa que no me quitaba el sueño. Vivía en una especie de ostracismo lírico que hacía más romántico aún el oficio del poeta. Claro que a las chicas les encantaba conocer a un bardo, no importa qué lengua usase.
-Hay un poeta que me gusta mucho: se llama Tomas Tranströmer.
Ella, que era muy joven y no era gran lectora de poesía, me dijo:
-Ah, Tranströmer. Es un poeta muy conocido. Fijate que hasta lo han citado en los noticieros de televisión... A cada rato se gana un premio. Para mí es un poco denso. -Ella prefería a los poetas trovadores (Dan Andersson, Mikael Wiehe, Cornelis Wreeswijk), a los que había conocido bien cuando era okupa en Estocolmo.
-¿Sabés? Hay un poema de Tranströmer que quisiera traducir. Podríamos publicarlo en Saltomortal [era una revista bilingüe que editábamos en aquella época]... Pero creo que sería más serio pedirle autorización. No sé cómo funciona el asunto de los derechos aquí.
-¿Cómo funciona? Llamalo por teléfono y pedile...
Así de sencillas son las cosas en Suecia, pensé. Ese día aprendí que todo pensamiento protocolar, para los suecos, pertenece al ámbito diplomático o empresarial. Las cosas de la cultura deben ser francas y abiertas... O al menos así era por los 80, cuando no había tantos millones de coronas en juego, como en nuestros alegres tiempos del escritor-empresario, neoliberal y transnacional. Llamé a Informaciones y pregunté por el número; Tomas vivía por entonces en la ciudad de Vesters, cerca de Estocolmo.
Me respondió él y, para mi asombro, me dijo que pasaría al día siguiente por mi casa, ya que tenía que andar por esos rumbos. La cosa se había resuelto en pocos minutos. Sin Internet ni recomendaciones.
NI HÉROE NI LÍDER. Al otro día llegó a casa. Alto, flaco, canoso, picado de viruela, vestido con extrema sencillez: frente a mí estaba el gran poeta nórdico nacido en Estocolmo en 1931. Nunca había conocido a un poeta tan informal y tan poco pretencioso, tan alejado del papel de héroe romántico o líder político que asumen tantas veces los poetas latinoamericanos.
-Este es el barrio de mi infancia -dijo sin preámbulos-. Yo vivía por aquí, calle abajo, y aquí crecí. De manera que llegar a Bondegatan [era el nombre de nuestra calle] fue muy fácil.
Poco después de este encuentro, Pepe "Veneno" Alanís abriría un boliche uruguayo a la vuelta de mi casa. Se llamaba Cono Sur. Creo que allí tocaron varios famosos: Susana Rinaldi, Los Olimareños. Quedaba ante una pequeña plaza de barrio. Todo esto pasaba en aquella Suecia que sentíamos como el fin del mundo, como otro planeta. En la otra esquina, había un trozo de Uruguay. A unas cuadras hacia la estación de metro Slussen se instalaría Nordan, la editorial sueco-uruguaya que publicó mi primer libro, y también el sello que fundamos con Mario Romero y Sergio Altesor, Siesta.
-Sin duda, puedes traducir los poemas que desees -dijo Tranströmer. Yo te autorizo. En Suecia, el autor es el único dueño de sus derechos de autor: no es posible enajenarlos; es lo que dice la ley.
El poema que yo quería traducir se llama "Ensamhet" (Soledad) y no lo traduje en aquellos días, sino este mismo año, para incluirlo en Deshielo a mediodía (Nórdica Libros, Madrid, 2011). Es el segundo volumen, que cierra su obra completa, totalmente corregida:
I
AQUÍ ESTUVE a punto de perecer una tarde de febrero.
El coche resbaló de lado en el hielo, avanzó
por la senda contraria. Los coches enfrentados
-sus focos- se acercaron.
Mi nombre, mis bolsillos, mi trabajo
se liberaron y quedaron silenciosos atrás,
cada vez más lejos. Yo era anónimo
como un muchacho en un patio de colegio rodeado de enemigos.
El tráfico contrario tenía luces poderosas.
Me iluminaban mientras yo conducía y conducía
en un terror transparente que fluyó como clara de huevo.
Los segundos crecieron -en ellos se podía encontrar lugar-,
se hicieron grandes como pabellones de hospital.
Uno podía casi detenerse
y respirar un instante
antes de ser destruido.
Entonces apareció un apoyo: un grano de arena que ayudó
o un maravilloso golpe de viento. El coche se soltó
y reptó rápido a través de la ruta.
Un poste fue golpeado y quebrado -un tono claro-
voló en la oscuridad.
Hasta que llegó la calma. Yo seguía en el asiento
y vi que alguien llegaba entre la nevisca
para ver qué había sido de mí.
II
He andado por ahí largo tiempo
en los helados campos de Östgötland.
No se veía a nadie por ningún lado.
En otras partes del mundo
hay quienes nacen, viven, mueren
en continuo tumulto.
Ser siempre visible -vivir
en un enjambre de ojos-
debe dar una expresión particular al rostro.
El rostro cubierto de arcilla.
El murmullo sube y baja
mientras ellos se reparten entre sí
el cielo, las sombras, los granos de arena.
Yo tengo que estar solo
diez minutos por la mañana
y diez minutos por la noche.
-Sin programa.
Todos hacen cola hacia todos.
Muchos.
Uno.
(de Tañidos y huellas, 1966).
LA CIUDAD DEL CONDE. Siempre he deseado visitar Montevideo, la ciudad natal del Conde de Lautréamont... -nos explicó Tranströmer.
Nos contó lo mucho que había viajado por el mundo, gracias a los festivales de poesía. Pero nunca había estado en América Latina. Creo que aún está esperando que lo inviten: con los 80 recién cumplidos, sigue viajando por el mundo como si nada.
Después de aquel día del verano de 1981 solíamos comunicarnos por carta. Publicamos algunos poemas de Tranströmer en Saltomortal, por supuesto. Luego, me fue enviando poemas inéditos y ejemplares dedicados de todos los libros que iba editando. (Ahora se puede ver cómo los precios de esos libres suben y suben, como en la Bolsa, sin cesar).
Incluso me enviaba libros con versiones de sus poemas en otras lenguas (inglés, italiano, francés, turco, japonés, indonesio, suahili, árabe, etc.). Así, fui reuniendo en mi biblioteca filas y filas de obras de Tranströmer, que aún están allí, casi todas autografiadas por el autor. En 1985 se editó la antología La nueva poesía sueca, que hicimos con el poeta tucumano Mario Romero. En ese libro hay un par de poemas de Tranströmer. Poco después decidí editar una antología de su obra. Se llamó El bosque en otoño y reúne poemas de todos los libros editados por Tomas hasta ese momento. Ediciones de Uno de Montevideo publicó el libro, con tapa naranja y diseño de Maca. Tranströmer me cedió sus derechos de inmediato. Nunca preguntó por un contrato ni por una retribución. Son cosas que ahora recuerdo y que es bueno que se sepan. Años después se publicó en Madrid (Hiperión, 1989) Para vivos y muertos, una antología ampliada que todavía anda circulando por ahí, sin que le hayan pagado al poeta ni al traductor por sus derechos. Vaya a saber cuántas reimpresiones se hicieron. Los editores son a veces, paradójicamente, los peores piratas.
Esas ediciones ya no valen para mí, porque en la edición reciente he realizado correcciones en casi todos los poemas. La edición de Nórdica Libros (2010, 2011) es la única válida y jurídicamente legítima, por voluntad expresa del autor.
Así nació una amistad "a la sueca". Una larga y entrecortada relación epistolar, a menudo telefónica. Conocí su casa en Vesters; bebimos vino y comimos pescado en su pequeño jardín. Tomas era psicólogo de profesión y su área de trabajo se desarrollaba en las cárceles y hospicios juveniles. Mónica, su esposa, era enfermera, especializada en casos de tortura y abusos. Por eso hablaba un poco de español, porque atendía a los refugiados que llegaban a Suecia de las cárceles de Chile y de Uruguay. Es una persona absolutamente inquebrantable: ha permanecido junto a su esposo después del derrame cerebral que lo paralizó hace ya más de veinte años, atendiéndolo y ayudándolo a rehabilitarse. Han hecho milagros. Ella es su esposa, transformada en enfermera, asistente, secretaria e intérprete.
Siempre me han invitado cordialmente a la cabaña que tienen en la isla de Runmarö, en el archipiélago que se extiende por el delta en el cual se encuentra Estocolmo, la "Venecia nórdica". Por una razón o por otra, nunca pude visitarlos. Pero conozco bien el archipiélago. En verano, esta zona adquiere una belleza extraordinaria. Miles y miles de islas, algunas de ellas privadas, entre las cuales navegan innumerables veleros y barcas de transporte. En Suecia (al menos en otras épocas), toda familia de obreros o empleados tenía la seguridad de ser un día propietaria de una sommarstuga (cabaña de verano) y de un segelbt (velero). Dos pasiones de los suecos, que siempre van coronadas de la bandera color azul con la cruz dorada. Eran los derechos que la sociedad de bienestar, construida por la socialdemocracia, había hecho obligatorios... Era el concepto de Folkhem, el Hogar sueco. Actualmente, la globalización ha creado legiones de pobres de materia y de espíritu, también en este país nórdico. Let´s go, yeah, yeah, al son de la ruleta planetaria. ¿Estará ya muerto el romanticismo bucólico y marítimo de los suecos?
Es el verano, cuando la naturaleza bulle de verdor y los escasos meses de calor del verano se pueden disfrutar - como en un breve paraíso-. Este ha sido un tema de celebración y de euforia en la obra poética de T.T. Tal vez el poema "Tábano dorado" sea el ejemplo más cabal de esta euforia estival:
El lución, lagartija sin patas, fluye a ras de la escalera del zaguán
calmo y majestuoso como una anaconda; la diferencia es
solamente el tamaño.
El cielo está cubierto pero el sol irrumpe. Así es el día.
Esta mañana, mi amada ahuyentó a los malos espíritus.
Como cuando uno abre la puerta de un oscuro cobertizo del sur
y la luz lo invade
y las cucarachas salen como flechas rápido rápido hacia los
rincones y suben por las paredes
y ya no están -uno las vio y a la vez no las vio-:
así la desnudez de mi amada hizo huir a los demonios.
Como si nunca hubiesen existido.
Pero vuelven.
Con mil manos que conectan mal la anticuada central telefónica
de los nervios.
Es el cinco de julio. Los altramuces se estiran como si quisiesen
ver el mar.
Estamos en la iglesia de la mendicidad, devoción sin alfabeto.
Como si los irreconciliables rostros de los patriarcas no existiesen
y el nombre de Dios mal escrito en la piedra.
Yo vi a un ortodoxo predicador de televisión que recolectó
muchísimo dinero.
Pero era frágil y necesitaba el apoyo de un guardaespaldas,
un chico bien vestido con una sonrisa que le ajustaba como
una mordaza.
Una sonrisa que ahogaba un grito.
El grito de un niño al que los padres dejan abandonado en
una cama de hospital.
Lo divino roza a una persona y enciende una llama
pero luego se retira.
¿Por qué?
La llama atrae las sombras, estas vuelan crepitando y se
funden con la llama
que sube y se ennegrece. Y el humo se extiende negro
estrangulador.
Al final, tan sólo el humo negro; al final, tan sólo el devoto
verdugo.
El devoto verdugo se inclina hacia adelante
sobre la plaza y la multitud, que forman un espejo rugoso
donde puede mirarse.
El mayor fanático es el mayor escéptico. Él no lo sabe.
Él es un pacto entre dos
según el cual el uno tiene que ser visible al cien por ciento
y el otro invisible.
¡Cómo odio la expresión "cien por ciento"!
A los que no pueden estar sino en su parte delantera
a los que nunca están distraídos
a los que jamás abren la puerta equivocada para poder así
vislumbrar al Inidentificado,
¡déjalos de lado!
Es el cinco de julio. El cielo está nublado pero el sol irrumpe.
El lución fluye a ras de la escalera del zaguán, calmo y
majestuoso como una anaconda.
El lución, como si no existiese Administración.
El tábano dorado, como si no existiese el culto a los ídolos.
Los altramuces, como si no existiese "cien por ciento".
Siento esa hondura en la que uno es amo y cautivo, como
Perséfone.
A menudo he yacido en la áspera hierba, allí abajo,
y he visto la tierra abovedarse sobre mí.
La bóveda terrestre.
A menudo; ha sido la mitad de mi vida.
Pero hoy me ha abandonado mi mirada.
Mi ceguera ha partido.
El oscuro murciélago abandonó mi rostro y tijeretea en torno
al luminoso espacio del verano.
(de Para vivos y muertos, 1989).
LA MÚSICA, EL ICTUS, ÚLTIMOS AÑOS. Tal vez haya sido el ictus o derrame cerebral que Tranströmer sufrió hace ya más de veinte años, junto al hecho de que este poeta sea sueco, los dos obstáculos que se interpusieron entre él y el galardón que otorga cada año la Academia Musical de Suecia -este es el nombre que le dio su fundador, el Rey Gustavo Adolfo-: el Premio Nobel de Literatura. El gran poeta es un poeta que ya no escribe. El centro del lenguaje quedó desactivado. Su poema-río-libro Bálticos-Poema, es a mi entender una pieza mayor de la poesía del siglo XX, tanto como lo son La tierra baldía de T. S. Eliot, Tabacaria de Fernando Pessoa, La hora 0 de Ernesto Cardenal, o Alturas de Macchu Picchu de Pablo Neruda (y hay muchos más, por supuesto). En Bálticos-Poema describe Tranströmer un ictus, tal vez de un antepasado suyo, lo que convierte este pasaje en una profecía sobre su propio destino:
Entonces llega el derrame cerebral: parálisis en el lado derecho
con afasia, solo comprende frases cortas, dice palabras
inadecuadas.
Así, no lo alcanzan ni el ascenso ni la condena.
Pero la música permanece, sigue componiendo en su propio
estilo,
se convierte en un fenómeno de la medicina en el tiempo que
le queda por vivir.
(de Bálticos-Poema, 1974).
Como el personaje del poema, él se convirtió, después del derrame cerebral, en músico. Desde niño toca el piano, y esa habilidad la usó ahora, paralizado del lado derecho, para tocar al piano obras escritas para la mano izquierda, ya que existen varias composiciones de esta índole. Además, varios compositores han escrito piezas exclusivas para Tranströmer, piezas que ejecuta en los festivales de poesía que sigue frecuentando, con una voluntad de hierro y entusiasmo por la poesía. El poeta está afásico, pero la música fluye entre sus dedos de pianista. Es así, también, como en la profecía de Bálticos: un fenómeno de la medicina. Una rehabilitación milagrosa. La presencia de la música, que siempre estuvo viva en la poesía de Tranströmer, ahora se ha hecho parte de sus mañanas, en las que toca en su piano de cola blanco. La música, que siempre ha sido tema de sus poemas.
EL AZAR DE UN PREMIO. Cada año, en estas últimas décadas, muchos hemos esperado que el jueves de la primera semana de octubre, según la tradición, sonase el nombre de Tranströmer como Nobel. Año tras año nos hemos hablado por teléfono con su esposa Mónica para darnos ánimo, en la esperanza de que aparezca la aguja en el pajar. Muchas veces he afirmado que todo premio es en principio injusto, ya que siempre son más de uno los merecedores. Es fácil comprobar que esto es válido en cualquier concurso, en cualquier certamen. El Nobel es un premio que no se salva de este destino. Por eso, muchos piensan: "será el próximo año", con total certeza de que su favorito debería ya haberlo recibido. A mi criterio, este premio debería ser plural, y debería ser estímulo para escritores jóvenes, que realmente necesitan el dinero y el prestigio.
Lo que muchos no saben es que también hay apuestas. Y este año, según rumores bien fundados, hubo una filtración desde dentro de la hiperhermética Academia, cosa que elevó las apuestas por Tranströmer considerablemente, durante esa hora crucial del primer jueves de setiembre.
A mí la noticia me encontró durmiendo, a las 5 de la madrugada, en una cama de hotel de San Salvador: no me sorprendió, porque me había dormido con la certeza de que este año sería el vencido. Así fue. Yo ni siquiera sabía que uno podía apostar, como otros apuestan por Peñarol. Como me hallaba participando del Festival Internacional de Poesía, mientras desayunaba con deliciosas tortillas de maíz fui saludado con efusión por poetas y organizadores.
Fue un placer presentar, junto a mi poesía, las versiones de Tranströmer en El Salvador, Guatemala, Honduras, y en Colombia, donde me encuentro ahora, participando en el Festival de Poesía de Cartagena.
CONCENTRACIÓN, DRAMA. No es mi papel hacer valoraciones críticas de la obra de Tranströmer. Es una obra demasiado cercana. Como traductor, siempre he sentido que las obras que traduzco son bastante mías, que forman parte de mi trabajo en la poesía. Quien elabora versiones y no transcripciones, no efectúa un servicio, sino una obra independiente. Una obra de carácter fantasma, una interpretación, es cierto, pero una obra al fin. La traducción es un género literario.
Su obra me atrajo desde el principio por su combinación de concentración atravesada de sorpresivo dramatismo (personajes que hablan por boca del poeta), y por su visión absolutamente contemporánea del mundo. También su brevedad contribuyó a esa atracción: Tranströmer ha publicado apenas catorce poemarios y una autobiografía trunca. Estos elementos, según algunos consejos de Walter Benjamin, como aquel que recomienda al traductor "permitir que la fuerza de la lengua original irrumpa en la lengua de recepción", han contribuido en mi fascinación y amor por esta intensa e impecable obra poética.
Publicado en El País (Montevideo, Uruguay), 2011
Imagen: Tomas Tranströmer
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