Monday, March 5, 2012
El mundo como una película de “cow-boys”
Por Gonzalo Mendieta Romero/Cartuchos de harina
Página 7 ha tenido semanas movidas por la suspensión de las colaboraciones de Claudio Ferrufino. Eso revela que es una institución pública, sujeta al examen de la sociedad. En su Comité Editorial, revisé de cerca la decisión tomada por el director así que dejaré el épico papel de la vocería de las grandes causas de la humanidad, a gente con perfil cinematográfico.
Humildemente, contra todo ejemplo, aún creo en respetar a las personas concretas, esas que tienen malos días, dolencias hepáticas, extravíos, grandes frustraciones, e incluso las que cometen pecados graves o son injustas. No me animo a decir que nunca incurriré en sus faltas, ni desearía que, si así fuera, no se me permitiera redención. Afecta mi salud mental la tendencia a demonizar, sea a Ferrufino o a Raúl Peñaranda, alegando vicios o docilidad frente al poder, no el fruto de personalidades complejas, con ideales, errores, dolor de muelas, precipitación e intenciones.
Aunque me dan nauseas el racismo y la violencia, creo que la condena fácil, a la que el país siempre ha sido propenso, es fruto del más delicado puritanismo. Es una expresión farisaica, hipócrita, destinada a regodearse con los propios valores, exaltados por la mugre del adversario. Poco importa si esa actitud se esconde entre libertarios o entre igualitarios. Ambos van embebidos en la entronización de sus prejuicios, más dados a ver la paja en el ojo ajeno, que la viga en el propio. Y si en algo asoma mi orgullo, lo admito, es en que ni por casualidad se me confunda con ninguno de ellos. Quizá en eso se me cuela también alguito de Hollywood.
En síntesis, me enferma la moral del cine gringo o del europeo condescendiente (uno de los más refinados hijos del racismo, que se hace pasar por humanismo). Desconfío al tiro (la frase le va al pelo) de esa moralina ágil para pintar de santos a los cow-boys matando a Jerónimo y sus apaches, o para provocar lágrimas por la virtud de Jerónimo y los suyos, en cualquiera de las versiones de “Danza con Lobos” o de las películas del género.
Sospecho que detrás de cada acto humano se alojan parecidas emociones, iguales perradas y, de vez en cuando, un efímero momento de luz, de auténtico color. Y no me refiero, claro está, a las luces de technicolor, ésas que iluminan nuestras grandiosas virtudes cuando vamos a la cacería del mal, engolados por nuestra perfección, por la gran valentía de denunciar a voz en cuello al enemigo, por la seguridad de representar a los héroes de la historieta.
Tengo una cierta desconfianza por el autoelogio que suele ocultarse detrás de la tutela de las grandes causas. Me animan más las virtudes sencillas de callar cuando es debido o hablar sólo si de verdad se puede hacer diferencia, cuidando que no sean la soberbia o algún otro vicio, los que exploten mi voz o, peor, mi alma. Dejo el éxtasis a los cruzados de hoy, alertas para tajear a los infieles.
Mi abuelo veía películas de John Wayne, así que albergo una clara debilidad por el mundo romántico. Suelo compensar esa debilidad con ejercicios de ortopedia, aprendidos del sufrimiento propio y ajeno que causa el autoengaño. Intento, a la vez, que esos ejercicios no me conduzcan al cinismo, vieja tentación del desengaño.
John Wayne fue el arquetipo del vaquero de los westerns norteamericanos. Las películas en que actuaba remarcaban su encarnación del hombre seguro de sí mismo, que todo lo hace bien, incluso matar. Santificado por los principios que el guión le atribuía en cada frase, en cada acto, no precisaba preguntarse si había obrado bien, pues estaba implícito. En esas películas no se conoce el deber de examinarse primero, para detectar las propias fallas. Las de los otros se advierten fácilmente, con comodidad, como en la butaca mullida de un cine VIP.
Las grandes causas, los principios nobles no requieren de maneras, métodos o cuidados. Así que sólo me queda alentar a nuestros John Waynes y Jerónimos. Merecen un Oscar o quizá un Premio Nobel, sea por la paz o por la dinamita de Alfred Nobel.
Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 4/03/2012
Imagen: Andy Warhol/II.377: Cowboys and Indians - John Wayne, 1986
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