JESÚS FERNÁNDEZ ÚBEDA
Una de las
grandes virtudes que, como escritor, tiene Pablo Cerezal (Madrid, 1972) es su
desparrame literario, su tremenda –y acertada– capacidad de desbordar géneros.
Su última obra, Diario de Corea (Versátiles Editorial), es buena prueba de
ello. ¿Es un dietario, una novela lírica, un poemario encubierto? Sí pero no,
no pero sí, a saber. Y en ese "a saber", en esa anarquía ordenada y
excesiva, se manifiesta el embrujo de su prosa.
El
argumento de Diario de Corea es simple: un tipo narra su
enamoramiento, sus fantasías eróticas y sus polvos salvajes con una chica que
"no es coreana, ni del sur ni, por supuesto, del norte. Ni siquiera es
asiática". El qué no da para mucho, y
da igual, porque el cómo es fabuloso. Cerezal, dándole la
vuelta al efecto Magdalena de Proust, empieza a narrar sus andanzas con su
amante cuando se le cae un diente de leche que aún permanecía anclado en su
dentadura. "Ahora que lo miro –escribe–, comprendo que ya estoy más cerca
del cementerio que del paritorio, y que lo que me queda por vivir ya es un
morir lento y despacioso".
El autor
escribe bajo la influencia o, cuando menos, tiene dejes de Francisco Umbral y
de Henry Miller. Aléjense del libro quienes pretendan encontrarse
con un primo pobre de Cincuenta sombras de Grey. En Diario
de Corea hay mucho sexo, pero mucho sexo bien contado, con elegancia,
finura y, por supuesto, sin beatería. Cerezal ejecuta un lirismo
exuberante, salpicado de sentencias que pasarían por versos –"Siempre
es primavera en ti, amor, aunque suene a propaganda de grandes
almacenes"–, pero sabe detenerse en el momento justo para no caer en el
manierismo.
Además,
bien a través de sus ojos, o de los "ojos adultos" de Corea,
"mujer de mirada niña que ha perdido sus pupilas entre cambalaches y
cachivaches", Cerezal traza la geografía de un Madrid que "se
pretende moderno ignorando que lo moderno solo es saber poner al día lo antiguo",
o en el que, en sus vagones, "hace turismo sin saldo un rebaño proletario
de pupilas con pantalla táctil que rehúyen el contacto"; en la segunda
parte de la obra, el autor pasea al lector por las bibliotecas borgianas o las
plantaciones de té de Corea del Sur. Si ha estado o no allí, da igual.
Así,
en Diario de Corea, Pablo Cerezal ofrece un chupito de aguardiente
literario, puro e independiente, y concentrado, quemante y placentero, en el
que sigue manifestando, sin quererlo o, al menos, sin ínfulas, su apuesta
temeraria por la despiadada y agradecida explotación, en el mejor de los
sentidos, de la lengua maravillosa que se margina y/o maltrata en Canet
de Mar o en el Premio Espasa de Poesía.
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De LIBERTAD
DIGITAL, 24/12/2021
Arábica y Madrid-Cochabamba son también muy recomendables. Pablo Cerezal es un escritor a tener muy en cuenta, la verdad.
ReplyDeleteExcelente escritor-poeta y una gran persona.
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