LAURA ESTRIN
“Soy un historiador, no un crítico” (Gersenzon citado por Jodasievich)
Sigo con
los libros que encantan, con los que les interesan solo a los que les
interesan. Quiero decir, tomados por algunos autores, solo queremos seguir
leyéndolos y ahí están entonces estos retratos, genialidad de la forma. Voy
desdeñando la ficción a pasos grandes, prefiero estos libros de una sinceridad
irremediable –como dijo Néstor Sánchez. O como precisó el Diario de
Gombrowicz, para el escritor exiliado que vive en una sociedad restringida,
asegura que «lo más indicado es una sinceridad áspera».
Con prólogo
de Berbérova estos retratos de Jodasievich. Y puedo abrir y cerrar un paso por
la literatura rusa entre El subrayado es mío de ella, su
mujer, y Necrópolis. Ella cuenta que al irse de Rusia Jodasiévich
afirmaba: “Lo más importante: es absolutamente indispensable sentirse
´emigrados´ al pie de la letra, y no personas que al azar ha llevado desde
Jamovniki (barrio de Moscú) hasta París. La literatura no puede sobrevivir en
los hospicios ni en los asilos para niños abandonados”. Era una época de semi-emigrados,
anota él luego.
También
puede tirarse una cuerda tensa, como pensó Shklovski para uno de sus libros,
entre los perfectos retratos de Tsvietáieva y éstos. Ambos habían sentido muy
profundamente que adentro de Rusia era imposible y afuera inútil. Fueron
tan diferentes pero tan enloquecedoramente obsesivos ambos, tan atornillados a
nosotros luego de leerlos. Libros sin retorno: o escribir como Gógol o dejar de
hacerlo, así pensaban ellos. Quizá porque como Jodasiévich en su primer
recuerdo señala justo: “Puede parecer raro a primera vista, pero, en principio
era normal en ese período y en ese ambiente que el ´don de escribir´ y el ´don
de vivir´ fuesen valorados casi del mismo modo.” Incluso se valoraba solo el
talento para vivir, lo más difícil, agrega, ya sabemos que escribir, escribe
cualquiera.
Digo
que Necrópolis es un libro insistente de la vida, para empezar
a hablar de amor hay que ir a los cementerios –dice Babel. Y Jodasievich en
estas memorias anota: “Las huellas que dejó en la vida, al igual que las que
dejó en la literatura, no son profundas. Pero antes de morir, con esa ironía
que raramente lo abandonaba, me dijo: ´Recuérdalo: sin embargo existí”
(“Muni”).
Jodasievich
no cierra sus retratos, no los acomoda, no son solo de escritores, son solo de
gente que él tuvo cerca en los años terribles de la Rusia del 900: “Muni y yo
vivíamos en un mundo abstruso y complejo que ahora me resulta difícil de
describir tal como entonces lo percibíamos… Vivíamos por consiguiente en dos
mundos… En una carta en verso de 1909 Muni me escribía con letra clara: ´la
poesía no salvará a Rusia,/ Difícilmente Rusia salve a la poesía’”. Jodasievich
escribe: “la Revolución nos desalojara a todos y a todo definitivamente” cuando
Gumiliev altivo con su misma porte afirmaba: “nada ha sucedido. ¿La Revolución?
Nada sé de ella”. El escritor puede vivir un tiempo en su propio aire.
En el
tijereteante retrato de Esenin, Jodasievich afirma: “El año 1917 nos aturdió.
Habíamos olvidado que no siempre la revolución viene de abajo, que a veces
puede venir de muy arriba”: Esenin, siguiendo a Kliuev, se orientaba hacia
donde había que hacerlo, eso Jodasievich marca fuerte. Y es en el único
medallón en que analiza poemas y escribe: “No juguemos con las palabras” y
hablando de los bolcheviques: “estaban dispuestos a desprenderse de la última
camisa y a perder el alma por amor al prójimo. Y a fusilar a ese mismo prójimo
si ´lo hubiese ordenado la Revolución´. Todos escribían poemas y todos estaban
en contacto directo con la Cheka. Uno de esos seráficos rubiecitos se hizo más
tarde de un nombre en los campos de fusilamiento. Pienso que Esenin los
frecuentaba debido a su curiosidad sin escrúpulos y a su gusto por las cosas
extremas, fueren cuales fueren.” Esenin después vio que no se iba hacia ningún
socialismo y lo escribió: “No soy un delincuente, no robé nada,/ no fusilé
desgraciados en la prisión./ No tengo amigos entre la gente,/soy súbdito de
otro reino”. Creo que por uno de estos versos Mandelstam lo perdonó.
Y así el
libro retrata gente que se quedó sola, que se murió, gente que mataron, gente
que armó una enorme necrópolis. Jodasievich dice clarito lo que
piensa y vio de ellos, “Era antisemita” – anota de Briusov. Pero no inventa
nada, Briusov mismo había dicho: “los polacos son de lejos antisemitas mucho
más coherentes que yo”.
Jodasievich
en varios de sus retratos aclara casi dialogal: “Estas son memorias, no un
artículo crítico” y en el recuerdo de Sologub, otra vez: “No estoy escribiendo
un ensayo crítico, pero tampoco quiero hacer afirmaciones gratuitas”. Los
autores son los que se permiten escribir lo que quieren. Así Necrópolis muestra
el devaneo comunista de Briusov: “Mientras se escribía sobre la metamorfosis de
Briusov, de ´esteta´ a poeta ´comprometido´, él, en el techo de su casa,
aprendía a tirar con el revólver, ´por si los huelguistas vienen a robar´”.
Briusov no tardó en decir que la revolución era el gobierno de los judíos.
Jodasievich afirma sin vueltas: en el 18 comienza el terror y Briusov había
denunciado al propio Jodasievich.
Jodasievich
era poeta pero dejó de escribir poesía. Jodasievich era muy duro, un gran
pesimista, estas memorias de sus contemporáneos son como frases que él se dice
a sí mismo. No parecen esperar un lector, Jodasievich está seguro de lo que
dice, no espera que lo confirmen. Inesperadamente el retrato de Esenin deja
al provinciano muy abajo y en el de Gorki éste queda bastante
arriba. No tiene problemas en afirmar que el genio de Biely se malogró y que
los Simbolistas, y también los Acmeístas, jugaron a las palabras “estropeando
los significados –y estropeando las vidas”.
Jodasievich
varias veces aclarará: “Por distintos motivos, hoy no puedo contar todo lo que
sé y pienso sobre Biely… Este deseo me obliga a ser honesto al máximo. Considero
un difícil deber el eliminar de la narración la hipocresía de las ideas y el
miedo a las palabras… La verdad no puede ser mezquina, baja…” Así afirmará que
solo Petersburgo tiene una instancia filosófica, política, sus
demás obras son siempre autobiográficas. Llamativamente es la que más se
conoce, de la que más se habla, de la no autobiográfica… Lo histórico-político
es serio, correcto, objetivo, la vida mancha y la
crítica quiere siempre hablar de otra cosa. Y la vida de Biely era una
laceración, como él mismo la definió, frente al recuerdo de Muni, para quien la
vida era un ´ligero estorbo´, como ´el incidente´ de Maiakovski o la astilla de
otros autores. Quizá al bosque no habría que haberlo talado, reflexiona
Jodasievich, y las astillas no habrían saltado -supone triste.
Jodasievich,
de quien hemos leído poco y solo sabemos por Berbérova, por Tsvietáieva, es un
poeta directo, esos que no explican: Chestov decía que aquellos “no son más que
´fastidiosos consoladores´ que no saben ni siquiera lo que dicen” y agrega: “El
que es libre no solo no busca explicación, sino que como una intuición
infalible adivina que la simple posibilidad de una explicación es el mayor
peligro que amenaza su libertad”.
Me parece
que estos libros gustan solo a los que algo conocen ya de lo que ellos tratan.
Es como ver fotos de las vacaciones de otros, de los recuerdos de otros. Es
como no pedirle al pescador que recorra su espinel pedirnos que no querramos
andar por donde hemos andado. Éstos son retratos que cuentan lo que no hay que
contar, de Biely leemos en Necrópolis: “Se lamentaba conmigo:
´Pasternak me aburre´. Supongo que a Pasternak le decía: ´Jodasievich me
aburre´”. Digamos, un libro contundente, y podemos silabear como hacía
Tsvietáieva para acentuar el término. Y “Muni”, en el retrato, es presentado
así: “En sus juicios literarios era en extremo severo, despreciaba casi sin
vueltas todo lo que no fuese absolutamente genial; tenía la desgracia de ser
muy sincero”. Este libro incluso señala un inoportuno Blok muriéndose ya
mientras pronuncia su conocido discurso a Pushkin, mientras articula: “los
funcionarios son nuestra plebe, la plebe de ayer y de hoy” y luego Jodasievich
define: “El autor de Los doce confiaba a la sociedad y a la
literatura rusa el deber de custodiar la extrema herencia pushkiniana: la
libertad, aunque fuese secreta” y allí la enorme afirmación del Blok de
Berbérova: Blok murió por falta de aire. Jodasievich dirá siempre más rocoso,
que Blok ya no podía vivir, que “murió de muerte”.
Jodasievich
es un hombre áspero pero el retrato más entrañable es el de Gersenzon: “la
bondad no opacaba su vivacidad, no debilitaba su ánimo… Cada tanto gritaba:
´¡hablen francamente, francamente´!… intolerante a la estupidez, a la
hipocresía, al doctrinarismo –cosas que en verdad lo ofendían-, sin embargo
jamás se fastidiaba cuando la ofensa era personal”. Y Jodasievich dirá. “Su
crítica era siempre benévola –y despiadada-. Expresaba sus opiniones con una
brutal franqueza”. ¡A Gersenzon, eso consta en el documento
que Necrópolis cita, lo dejaron morir los de la CEKUBU
(Comisión Central para el Mejoramiento de las Condiciones de vida de los
Académicos)!.
Ehrenburg
en sus memorias escribe que “Jodasievich hablaba de todo el mundo con tono
sarcástico y escribía poesías tiernas en las que decía que la muerte lo
atraía”, Ehrenburg agrega que en ese tiempo Blok hacía su diario, Korolenko
escribía cartas y Gorki artículos. Por el 900 hubo otros malhumorados, parece
que Chaim Soutine, el pintor lituano emigrado a París, también era un huraño
obstinado, siempre de mal humor –eso lo cuenta el hijo de Chagall.
Necrópolis es un libro que evidentemente
responde al grito de Shklovski de que hay que escribir biografías para ganar la
batalla contra la historia y refrenda mi idea de que hay solo algunas verdades
y no miles y que el mejor Gorki está en Los bajos fondos. Estos
retratos son una tijera dura de citas, de recuerdos, un tejido espinoso. Cuando
se extiende sobre el ir y venir, sobre el imposible mundo en que soñaba Gorki,
escribe: “no puedo decir ahora todo lo que sé y pienso, y por otro lado una
narración llena de reticencias no tendría sentido”. Pero no tarda en avanzar:
“Pero, el principal motivo, el más importante y que probablemente él mismo
ignoraba, se representaba mediante una particularísima circunstancia: su
actitud –en extremo compleja- con respecto a la verdad y a la mentira, que en
él se manifestó bien pronto, y que ejerció una influencia decisiva tanto en su
obra como en toda su vida.” Y nuevamente: “Escribo recuerdos sobre Gorki, no un
ensayo crítico sobre su obra…” para agregar más abajo: “A este ´gran realista´,
en verdad, lo que le deleitaba era solamente todo aquello que hermosea la
realidad…” y cita una carta del propio autor: “odio la verdad del modo más puro
y firme”. Gorki, a muchos les dio hogar y comida, liberó a muchos autores de la
Rusia del 20, se sacó él mismo enojado con Lenin –Irina Bogdaschevski siempre
nos recordaba sus “Pensamientos inoportunos” (Letopis), nadie recuerda
que volvió con Stalin, enredado. Chentalinski cuenta como mataron a su hijo y
cómo a él, tal vez.
Jodasievich
vivió una temporada en Italia como su huésped, nos cuenta que Gorki sabía de su
mito y lo jugaba: “solía decir tristemente, con una mueca, tenso e irritado:
´no se puede, arruinaría la biografía´. O bien: ´qué quieres, debo hacerlo, de
otro modo, arruinaría la biografía”. Cuando Gorki leyó los recuerdos que
Jodasievich editaba sobre Briusov, le dijo: “ha escrito de un modo muy cruel,
pero espléndidamente. Cuando muera, se lo ruego, escriba sobre mí”.
Muy amena e interesante avalancha de información. Gracias.
ReplyDeleteTal vez puedas conseguir Necrópolis, Daniel, libro imprescindible de Rusia. Y aconsejo Nina Berberova también. Abrazos.
DeleteTomo nota, Claudio. Abrazos.
Delete¡Abrazos!
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