Brotan en la sal del instinto los cactus salvajes
y se mueven en la luz envueltos por el viento,
en el fondo de la noche.
Álvaro Diez Astete: Abismo (1988)
Burton, el divino
cónsul, el traductor de ese libro de maravillas que es Las mil y una
noches, era un cultor de eso que se llama endurecerse. Dormía afuera de la
tienda, se dejaba azotar por el viento y por la arena, padecía de heridas y de
sed, caminaba hasta extenuarse. Sabía –se sabe- que siempre nos espera un
kilómetro más de travesía, siempre hay un minuto más de vida por vivir, más
allá del sacrificio, más allá –incluso- de la sangre.
Fawcett, llevaba
esa lógica hasta un extremo admirable. No sólo no bebía –cosa que Burton sí
hacía en cada burdel o taberna que encontraba en puerto malsano al cual
arribaba, y lo hacía con el mismo fervor y extremismo que imantaba a su
compatriota abstemio-, sino que Fawcett escribió sin escribirlo como tal,
reglas de oro para un manual del endurecimiento, un manual de cómo resistir y
resistirse a las adversidades (y sirenas) del camino.
Es memorable su
desprecio profundo y su temible malestar cuando debió permanecer por más tiempo
de lo esperado en Cuiabá, que esos años, segunda década del siglo XX, era un
poblacho de pioneros: cazadores de caimanes y de indios, buscadores de oro,
contrabandistas de pieles y de brandy, fugitivos, dementes, milicos, borrachos
incurables (varios de ellos extranjeros. Era lo que más deploraba: a los ebrios
anclados en la selva, sentía que no eran ellos solos los que se degradaban bajo
el sol feroz, sino también sus patrias de origen) y putas, putas desconsoladas,
por el destino que las trajo hasta allí.
Levi Strauss pasó
por la misma Cuiabá treinta años después y su llegada a la capital del Mato
Grosso brasileño recordó a la de un sultán otomano en el exilio. La descripción
de su equipamiento, de su personal, de los lujos que transportaba con él (una
biblioteca, para ilustrar sus desatinos), rompe con los cánones del
endurecimiento. Es más, Levi Strauss, explícitamente -basta leer Tristes
Trópicos- abjuraba, hasta el sarcasmo, de todo eso, y es más, tras su
famosa expedición, jamás lo volvió a intentar y envejeció venerablemente y
falleció ya canonizado.
Burton y Fawcett,
no. Fueron resistidos, se los intentó olvidar. Uno y otro eran cactus salvajes,
raras aves, caballos cerriles, que embellecen con sus gestos y sus palabras el
viaje de ida en el cual nos embarcamos todos desde el momento en que mami nos
deposita en el mundo.
Nosotros, cuando
niños, implorábamos: vámonos de campamento. A lo Nietzsche, habría que decir
que el campamento es algo que no sólo debiese ser promovido en las escuelas
públicas, como la mejor manera de aproximar a los alumnos a la naturaleza, a la
geografía y a la historia, sino también como la más útil de las prácticas en
torno a la formación del carácter de los mismos. Es imperioso romper el círculo
vicioso y tecnológico de consumismo y frivolidad que cerca a los niños que
habitan las ciudades, desde que abandonan sus cunas.
Arlt, en su
desmesura genial, clamaba por un deshabitarse heroico de las urbes y un arrojar
a sus moradores a las montañas, a las estepas, a los bosques (a la Patagonia
cordillerana, señalaba con mayor precisión), a donde pudiesen sentir el rigor
de la existencia, y luego, por ello mismo, apreciarla y defenderla contra todos
los abusos anti-vida para los cuales el sistema nos acostumbra y nos domestica,
más allá del flagelo y la laceración que conllevan.
El campamento, la
vida en contacto con la naturaleza que procura el uso de las ancestrales carpas
–que sirvieron de morada móvil a nuestros antepasados desde que se les ocurrió
salir de las cuevas, durante el glorioso neolítico- es, sin duda, una manera
eficaz de endurecerse.
Será por eso
también que uno de los autores favoritos del Che Guevara fue T:E. Lawrence,
otro cultor de la fogata en el medio de la nada, otro endurecido a conciencia,
otro cactus salvaje, que ligó para siempre, en su poética de la desolación
geográfica, al endurecimiento personal y el compañerismo entre los seres
humanos. Este lazo espacial entre vida y esencia es casi-casi una especie de
matriz mítica de esa forma atemporal y no convencional de la guerra llamada
guerrilla.
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Fotografía: Richard Francis Burton
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Fotografía: Richard Francis Burton
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