Wednesday, October 26, 2011
Monbar en la Petite Bayonne
Miguel Sánchez-Ostiz
La Petite Bayonne, entre el Nive y el Adour, un dédalo de callejuelas, de arcadas, de muchas casas sórdidas y oscuras junto a otras señoriales, flanqueada por cuarteles hechos aulas universitarias, y en su corazón, la rue Pannecau –¿Quién no sabía dónde estaba? Algunos se jactaban de frecuentarla y de estar en el secreto–... La rue Pannecau y el Hotel Monbar. A lo largo de mi vida he pasado muchas veces delante de ese bar. Hoy a mediodía estaba lleno de parroquianos que por la pinta y la edad no parecían estar festejando nada de lo que se celebraba al otro lado de la muga.
El 25 de septiembre de 1985, dos mercenarios del GAL que organizó el gobierno español, asesinaron a cuatro activistas de ETA. Parece ser que cobraban 200.000 francos por cabeza. Una guerra del ojo por ojo que salió mal y de la que en tiempos se hablaba con nostalgia: «Un GAL bien montado», decían en la sobremesa vinosa de Belarmino, y lo decían en serio. Se dijeron muchas cosas, en muchos lugares, se brindó por muchas muertes, por demasiadas, en nombre de un país, en nombre de una patria, cada cual por la suya: demasiada sangre y demasiado vino.
No voy a recordar nada a toque de cornetín de órdenes ni a favor del viento que mejor sople. Me dejen o no me dejen (eso dicen), escribiré lo que me de la gana y como me de la gana, con arreglo a mi conciencia, no al fondo de reptiles, no para pasar la gorra, no para pertenecer a fratria alguna, me aburren todas las fratrias, sin excepción.
Publicado en el blog del autor (Vivir de buena gana), 23/10/2011
Imagen: Hôtel Monbar, Bayonne
Tuesday, October 25, 2011
‘El boliviano perdido’, retrato de un fantasma veintegenario
Ricardo Bajo H.
El retrato de una juventud de clase media paceña, empobrecida, desclasada, arribista, corrupta, pobre de espíritu, acomplejada...
“El boliviano perdido, la novela-viaje de Daniel Mayer, es la esperada e inevitable crónica del éxodo de la clase media boliviana a la no siempre amorosa Madre Patria”, así habla Giovanna Rivero, la escritora cruceña de Montero en la contratapa de la ‘ópera prima’ de este joven escritor paceño. Y no, pues El boliviano perdido (editorial La Hoguera, 2010) no es una novela sobre la inmigración. De las 180 páginas apenas las últimas 60 transcurren en España. Y es una pena, pues lo mejor del debut de Daniel Mayer Valda llega al final. Pareciera que el novel escritor comenzó a narrar sin saber el rumbo, de manera desprolija, sin tenerla clara, gastando pólvora en gallinazo. El boliviano perdido es, en realidad, el retrato de una juventud de clase media paceña empobrecida, desclasada, arribista, corrupta, pobre de espíritu, acomplejada, mantenida, racista, hedonista y drogadicta, borracha, sin compromiso, falsa, narcisista, ignorante, educada pero inculta, idiotizada por el YouTube, la ‘Play’ y la televisión por cable llegada de afuera, desengañada, indiferente, frustrada, amarga, atea por culpa de madres beatas y padres alcoholizados, estúpida, sin futuro, sin horizontes, terriblemente conflictuada, en un permanente callejón sin salida, apátrida, sin identidad, tránsfuga. Sebastián –el protagonista, alter ego del escritor– es un ‘veintegenario’, un Peter Pan que se niega a crecer, joven de la zona Sur de La Paz, del barrio de Los Pinos, acomplejado de su clase, soñando con pertenecer a la clase alta con la que se codea en el colegio y la universidad. Otra vez lo autobiográfico como uno de los “errores” más frecuentes de los literatos noveles (junto a la imitación estilística de sus paradigmas). Sebas huye a Europa para volver rico y el sueño se torna en pesadilla. Estereotipo que despierta a la cruda realidad de la explotación laboral, la indiferencia social y la xenofobia en su viaje hacia el despertar de la inocencia en España. El estilo trepidante, rabioso y desenfadado concentra en ese instante, lamentablemente en el epílogo, su mejor ‘tempo’ y ritmo. La descripción y la realidad cruda de los trabajos basura de los inmigrantes bolivianos en Europa (de pizzero, de limpiador de baños, de laburante en una joyería de lujo, de vago sin remedio…) son, sin duda, señales prometedoras de un narrador en ciernes, con el pesimismo fantasmal otra vez como santo y seña de la nueva generación de escritores bolivianos. La migración narrada no como ansiada escalera social de progreso personal sino como descenso a los infiernos adornado de desempleo, crisis, drogas, trago barato y gorroneo (una de tantos regionalismos españoles que adornan la novela, a ratos sobrando los cargosos chaval y macho) es la mejor virtud de la obra de Mayer, emparentándola con novelas más cerradas, complejas y ricas como El exilio voluntario, del cochabambino Claudio Ferrufino, ganadora del premio Casa de las Américas, La Habana, Cuba. Y aunque la primera parte de El boliviano perdido sea excesivamente larga y reiterativa, no quita para que tenga buenos pasajes como la denuncia de un racismo latente y de larga data, posado y reposado en la clase social retratada: “En La Paz las primeras palabras que aprendí siendo chiquitito fueron chola, india y Coca-Cola. Después mamá, papá, cosa que nunca conté a nadie. No me acusen de racista, uno no quiere ser racista pero uno se cría en esos ambientes pues, y termina siendo narcisista. El chip de la desigualdad lo lleva uno desde pequeño”. La obra de Mayer no viene a ser otra cosa (siguiendo la feroz autocrítica de excelentes películas como Zona Sur, de Juan Carlos Valdivia) que el reflejo en el propio espejo de una clase decadente que sueña con el arribismo social, pero que es consciente de que incluso las clases populares son más felices: “Santusa era de Batallas, nuestra empleada doméstica, la recuerdo como una persona transparente, de mente muy despejada. Feliz, bonita, con su cabello negro, sus trenzas largas y su carita risueña y redonda. Creo que ella, con los numerosos hijos que tuvo después, ocho, y sus muchos problemas era más feliz que nosotros y nuestro mundo de amarguras complejas y contradicciones”.
Publicado en La Esquina (Cambio/La Paz), 16/01/2011
Imagen: Portada del libro
Monday, October 24, 2011
Bolivia dormida, bajo la cama del Libertador
René Darwin Pinto
Bolivia está botada en esa oscuridad plácida que se adivina bajo la cama histórica donde murió el Libertador, en esa hacienda de esclavistas donde aún, dicen los que viven ahí, se oyen fantasmas por siempre encadenados a esa tierra, mitad de aquí, mitad de allá.
Es verano y Bolivia tiene calor, pese a que los ladrillos del piso han sido regados. Acaba de llover con esa alegría estacionaria que uno siente en la cumbia y todo está en su lugar esta mañana de formas caribeñas en la hacienda San Pedro de Alejandrino, en Santa Marta (Colombia), tal cual lo ha descrito García Márquez en El general en su laberinto.
Afuera, los árboles tienen grabados mensajes de libertad; la estatua del Libertador sigue libre de cacas de pájaros y al fondo, esa especie de templo funerario de piedra blanca donde dicen están sus restos. En la casa, la tina del baño de donde emergía Bolívar chorreando aguas de tisanas, cargando sus tristes 45 kilos de amargura, sigue ahí; el reloj que ataja al tiempo, detenido a la hora de su muerte, y la cama pulcra, con una bandera de Colombia usada como sábana, y bajo ella, Bolivia dormitando.
El día anterior, viniendo desde Cartagena de Indias en un bus, después de pasar por Barranquilla y ver el estuario del río Magdalena, había visto la ciénaga con sus casitas de madera de pie sobre el pantano y las decenas de ojos blancos de los ramilletes de negritos que miraban a la gente en la carretera como si vieran seres vivos por primera vez. Luego, los famosos bananales de los libros del Gabo y los rieles de un ya inexistente ferrocarril amarillo. Después, Santa Marta y sus playas de arena blanca, su arroz con coco y sus picos nevados. ¿Y Aracataca? Está a dos horas. Vamos. No. ¿Por? De noche el camino es territorio de guerrillas. Mierda.
De modo que esta mañana, estoy en la hacienda donde murió el Libertador diciendo esa frase terrible “He arado en el mar”, y la habitación donde expiró, y la muchachita de la casa museo, explicándolo todo… Que la cama estaba así, que el reloj fue detenido por el médico fulano de tal a la hora de la muerte del Libertador… y yo: señorita disculpe, todo muy lindo, pero ¿qué se llama ese animalito? ¿La perrita bajo la cama? Sí. Bolivia. Ah mire, yo soy boliviano (me río). Ah, no (nerviosa), este, es que se llama Olivia, pero por el clima latinoamericano y eso, este, vea, también tenemos un gato que se llama Ecuador... Mentía más nerviosa, pero a Bolivia, no le importaba.
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La Razón (La Paz), 23/10/2011
Imagen: La muerte del Libertador, obra pictórica de E. Yépez D. Z.
Friday, October 21, 2011
MOTELES Y FRASES/BAÚL DE MAGO
Roberto Burgos Cantor
Parece buena hora, la actual, para que un coleccionista ocioso empiece a ordenar un tesauro con las frases de políticos y presidentes de Colombia. No las que acuñan en discursos escritos. Estos en algún tiempo fueron causa de desvelos de sus autores, afligidos por las tiranías de la gramática y los dogmas totalitarios de la religión. Hoy son construidos, así: cons-tru -i- dos, por publicistas, versificadores de caridad, filósofos principiantes, y al final leídos a tropezones por el mandatario.
Se trataría de las ocurrencias que surgen al calor de un humor contrariado, o de una repentina malicia, y que por lo general las impulsa la imprudencia o la travesura. La mina de exploración es tentadora. Saldrían poetas repentinos, admiradores de Voltaire, surrealistas fieles, lectores de Vargas Vila, latinistas del lunfardo, todo un mundo que permitiría a partir del humor o de esa ciencia exacta que es la sicología, conocer los distintos climas de un país cada día objeto de demolición y enseguida entregado a los planes de urgencia de sus parches.
Esta semana un joven Presidente, con cierto e impasible desprecio, advirtió a un miembro de su partido, senador en ejercicio, cómo había vendido los principios y reglas que inspiran a su organización. El precio fue las sábanas de un motel. La idea cercana a aquellos destellos de la buena narrativa y que tanto utilizan los corresponsales de guerra y los novelistas policíacos, merece relatar su contexto para una comprensión universal.
Quizá por el desvío colombiano que consiste en nunca llamar a los objetos, situaciones, y vergüenzas por su nombre, motel es un eufemismo. No corresponde a los alojamientos de carretera que se ven en el cine y que jamás se olvidan. Así el de Psicosis del gran Alfred. Motel en este país está más cerca a casa de citas, parecidas a la del travieso Buñuel en Bella de Día con sus pervertidos, su mujer casta, y su enamorado de medias rotas.
El joven Presidente lanzó esa frase tremenda porque en el inacabable vía crucis que ha sido para nuestros países el comercio de las drogas, Colombia, entre muertos y corrupciones, expropió algunos bienes a los capos. Parece que las inversiones preferidas de los maleantes son los moteles.
El senador acusado utilizó su influencia para obtener la administración de un motel expropiado. Se desconocía que la función de senador otorgaba experiencia en la administración de casas de citas. Nuevos oficios.
El énfasis de la metáfora presidencial está en las sábanas. ¿Qué tendrán?
Me dispuse a escarbar el misterio. Un guardián de motel me acompañó en mi tarea de campo. Son muchas las enseñanzas. Para este incidente bastan pocas. Los moteles son innumerables y están regados por toda la ciudad. En tanto más residencial el barrio mejor se camuflan. Los planes de ordenamiento no cuentan. Su utilización es intensiva. Camas fugaces refrendan o finalizan una pasión. Este uso mantiene las sábanas averaguadas, húmedas. La lavadora trabaja. Les da un color y aroma peculiares.
¿Será fetichista el senador?
Le gente se pregunta: ¿por qué ese político que vocifera contra el aborto no renuncia o cita a duelo a quien así lo describe? ¿Buscará un perdón pontifical?
De El Universal (Cartagena de Indias), octubre 2011
Imagen: Roberto Burgos Cantor en un afiche de lectura de tesis sobre La ceiba de la memoria
Rusia: el poder y los libros
por Juan Forn
Pareciera que sólo el cine puede contar la Rusia actual. O que la Rusia actual sólo da para malas películas, con su mafia, sus nacionalistas y su versión salvaje del capitalismo salvaje. Pero la increíble relación con los libros que tienen los rusos es capaz de todo. Miren, si no, el duelo que se está dirimiendo en estos días en Moscú. No me refiero al baile de Natacha que ofrecerán al mundo Putin y Medvedev, uno dejando de ser primer ministro para volver a ser presidente y el otro dejando de ser presidente para volver a ser primer ministro. Esa coreografía es para que la televisión occidental llene unas horas de programación con enviados en directo ofreciendo su análisis a cámara, embutidos en gorros de astracán con la cúpula del Kremlin a sus espaldas. Los rusos están mucho más pendientes de otro duelo que ocurre en bambalinas, entre un millonario convertido en preso célebre y un segundón del gabinete a quien los politólogos de Occidente adjudican todo el mérito de esa coreografía de Estado que vienen bailando con gracia de autómatas Putin y Medvedev en la última década.
Hasta donde se sabe, ese querubín demoníaco llamado Vladislav Surkov es hijo de madre soltera, nacido en los confines de Rusia y llegado a Moscú en plena Perestroika con el propósito de hacer teatro de protesta, pero muy pronto viró al mundo de las relaciones públicas en la euforia sin ley post-derrumbe de la URSS. Su hobby eran las artes marciales y las peleas callejeras, y en un dojo moscovita conoció a uno de los jóvenes magnates que surgían de la nada en la Rusia en esos años, Mijail Kodorkovski, quien lo contrató como guardaespaldas, luego como asesor de imagen, después como mano derecha de su imperio y, cuando Surkov le exigió que lo hiciera socio, se pelearon. Mientras Kodorkovski seguía acrecentando su fortuna, Surkov se sumó a la campaña política para que Putin alcanzara la presidencia. Surkov craneó para él una astutísima combinación de realpolitik stalinista con herramientas del marketing político capitalista. Es leyenda que nadie dura mucho en el entorno de Putin, pero Surkov logró evitar las sucesivas purgas (cuando se empezó a hablar hace poco de sus ambiciones presidenciales, filtró a la prensa el dato de que es hijo de padre checheno, una manera eficaz de autoimpugnarse como candidato) y hay unos cuantos que creen que él mismo orquesta esas purgas desde su despacho, donde conviven libros de Lyotard y Negroponte con retratos de Tupac Shakur y el Che Guevara.
Con su mejor cara de Míster Bean, Surkov puede producir una película satírica anti-Putin de un director de moda y afiliarlo al partido el día del estreno, organizar manifestaciones de skinheads nacionalistas y mandar a reprimirlas, negociar con grupos empresarios la privatización de un gasoducto y orquestar la posterior campaña de expropiación y cárcel de esos mismos empresarios. Por esa razón huyeron de Rusia el hoy magnate futbolero Roman Abramovich y demás corsarios de las privatizaciones realizadas en la era Yeltsin, cuando Putin alcanzó el poder y los señaló como grandes culpables del derrumbe económico del país. Kodorkovski, que para entonces había alcanzado según la revista Forbes el título de hombre más rico de Rusia, no se fue: sobreestimó su poder (es leyenda que en una reunión con Putin le sonó el celular y atendió como si el presidente no estuviera delante) y subestimó el poder de su ex empleado. En octubre de 2003, dos días después de agasajar a Dick Cheney (el socio de Bush) en su mansión de Moscú, fue apresado en un operativo comando televisado en directo (la TV es feudo de Surkov) cuando bajaba de su avión privado en un aeródromo de Siberia.
Según sus compañeros del Pabellón 4, Kodorkovski se pasó el primer mes en la cárcel tumbado en su litera, atónito, y después hizo lo que hacen los rusos cuando caen presos: se puso a escribir. Cinco meses después apareció en una revista económica un artículo firmado por él, titulado “La crisis del liberalismo ruso”. No era una acusación a sus perseguidores, sino un ataque a sus defensores (“Desde el Pabellón 4, donde resido hoy, puedo ver más claramente que aquellos apoltronados en ambientes más confortables”). La opinión general fue que el Kremlin lo había forzado a hacerlo o lo había fraguado (los viejos hábitos). Kodorkovski contraatacó con otra epístola, y otra, y otra (en una, llamada “Prisión, Propiedad y Libertad”, escribe: “Había muchas cosas que antes no podía decir porque atentaban contra mi patrimonio. Eso es la tiranía de la propiedad. Ahora que estoy en prisión no defiendo mi propiedad sino el derecho a decir lo que pienso”), y alcanzó por fin status de causa célebre a principios de este año, cuando se publicaron sus Ensayos reunidos, con una foto en tapa que lo muestra entre rejas (la misma foto que el Kremlin usó hace ocho años, a través de su prensa afín, anunciando la suerte que correrían los magnates vendepatria en la Rusia de Putin; sólo que ahora, en la tapa del libro de Kodorkovski, parece decir: “Mientras yo esté entre rejas, todo Rusia es una prisión”).
El libro trepó al tope de las listas de best-sellers, peleando el primer puesto con una novela llamada Casi cero, firmada por un tal Natan Dubovitsky (permítanme señalar que la esposa de Surkov se llama Natalya Dubovitskaya) y con un prólogo del propio Surkov, donde niega enfáticamente haber escrito el libro y asegura que es el mejor que ha leído en su vida. La cosa no termina ahí. La versión teatral del libro que no escribió Surkov es el éxito de la temporada en Moscú. Las entradas se revenden en el mercado negro a quinientos dólares y algunos de los que pagan esa cifra reciben sólo un almohadón para acomodarse en el piso, en los pasillos laterales de la sala. El director de la obra (Kirill Serebrennikov, el hombre que está renovando el cine y el teatro rusos) ha incluido varios cambios en la pieza. El protagonista, que en la novela era un RR.PP. meramente corrupto, ahora es fáustico: no sólo vende su alma al demonio, sino que en el desenlace de la pieza desafía al mismísimo para recuperarla, en una mesa de negociación. Para los moscovitas, esa mesa es Rusia. No es que crean que, porque Kodorkovski se haga el profeta, es mucho mejor que Surkov: saben que son dos endemoniados (aunque lo condenaron por evasión impositiva, a Kodorkovski se le adjudican varias muertes de empresarios rivales, por las que fue condenado in absentia su jefe de seguridad, que por supuesto está prófugo). Lo que les pasa a los moscovitas y al resto de los rusos es que, a pesar de setenta años de realismo socialista y treinta más de degradación capitalista, todavía tienen en el adn el reflejo instantáneo de reconocimiento cuando tienen delante una buena novela rusa. Y en ésta van todos por la misma página: ya saben todos que el verdadero duelo que hay en la Santa Madre Rusia es entre el hombre que está tras bambalinas y el que está tras las rejas, mientras el mundo habla de Putin y Medvedev.
Publicado en El puercoespín/21/10/2011
Monday, October 17, 2011
Periodismo de trinchera (I)/SABATINAS INTEMPESTIVAS
de Gregorio Morán
Hay una cafetería en Logroño, grande y céntrica, donde el dueño ha escrito en la fachada un lema en letras bien trazadas, para que todo el mundo pueda leerlo. Lo copié en una servilleta, en la seguridad que algún día me iba a ser de ayuda: “Y no acudiré nunca a la cita feroz de la nostalgia”.
No siento melancolía alguna hacia el periodismo de los años de la transición. En España el periodismo se eclipsó con la Guerra Civil. Luego vino otra cosa. Cuando llegó la transición lo más divertido, periodísticamente hablando, es que nadie sabía muy bien dónde estaba, aunque todos creíamos firmemente en lo que hacíamos, y eso daba como resultado una desbordante ingenuidad y una considerable falta de criterio en los grupos empresariales que nacían o habían sobrevivido con la dictadura. Y cuando no hay un criterio preciso en un medio de comunicación todo es posible.
Luego afinan y se acaban los juegos. El periodismo de la transición, como el del franquismo, está por historiar.
El oficio de periodista que yo conocí era un trabajo artesano. Como el fontanero o el carnicero o el ebanista. Mejor visto socialmente, aunque con matices, porque un fontanero malo o un carnicero sucio estaban segregados del gremio, pero un periodista chorizo podía tener mucho predicamento. En otras palabras, que los fontaneros o los carniceros o los ebanistas, todos formaban oficios donde la dignidad profesional era sagrada. Nosotros, no. Contemplar a un fontanero en el ejercicio de soldar constituye uno de los privilegios de una edad, por lo demás nada feliz ni gratificante, pero recuerdo que siendo niño, después de pedir permiso por si importunaba, me sentaba sobre un cojín y me quedaba pasmado mirando cómo usaba el estaño y el soplete hasta que obraba el milagro de la aleación. Mi madre siempre les ponía al lado una copa de vino blanco. Sin preguntar, por costumbre.
Hubo un día, no sabría precisar, que empezó a ser carnicero quien tenía una carnicería, no quien sabía cortar la carne. Luego llegaron los argentinos. Argentina, en los setenta, nos trajo con el exilio varias aportaciones, amén de psicoanalistas, entre ellas los cortadores de carne. En Alemania es un oficio, con alta cualificación. Los ebanistas alcanzaban la exquisitez; el olor de un taller de ebanistería no tenía comparación ni siquiera con las tiendas de ultramarinos. Había otros gremios, pero confieso que me atraían menos y no los recuerdo con tanta precisión.
Yo llegué tarde al periodismo canónico, empecé en las cavernas, pero sí recuerdo que las redacciones periodísticas de entonces no eran sanas; tenían todos los vicios de los pobres, y es sabido que en los vicios se nota mucho quién es rico y quién no. Los ordenadores fueron como la luz eléctrica, ¿quién se imagina volver a las velas? Pero se difuminó el gremio; un problema de velocidad. Pasamos en muy poco tiempo por demasiadas etapas. Como en el verso de Aragon, “apenas aprendimos a vivir, y ya era demasiado tarde”. Me temo que los jóvenes estudiantes de periodismo no lean periódicos, les bastará con mirar la televisión.
De qué carajo les va a servir lo que nosotros contemos, si en primer lugar no van a encontrar trabajo, y menos aún si dicen que leen, y en segundo lugar, nosotros somos especies de parque natural, dejadas a su suerte; ni siquiera de zoológico, donde se selecciona a los animales.
Soy un contemplador masoquista de los informativos de televisión. Y cada noche me pregunto -sólo veo los vespertinos- cómo es posible que todos sean igual de malos. Idénticos y deleznables. Pueden invertir el orden de las noticias, esa es toda la diferencia, pero siempre dan las mismas imágenes con parecidos comentarios.
Me admiran los corresponsables, patéticas figuras que han de explicar lo que les piden, en un tiempo récord. ¿Y saben ustedes lo angustioso del asunto? Que el sueño de buena parte de los nuevos periodistas es poder salir por televisión, aunque sea anunciando compresas en el puerto de Aqaba.
La última vez que me senté en el banquillo de los acusados en un tribunal, cosa nada agradable y que, lamento decepcionar, no fue por estafa, sino por un delincuente que se sintió afectado en su honor de criminal, mi abogado, mío y sólo mío, un curtido penalista, antes de empezar la sesión me hizo una sugerencia inolvidable: “Le ruego que evite las ironías”. Hay sitios donde la ironía, el sarcasmo, el desdén por lo institucional, la distancia frente a la desvergüenza, no tienen sitio alguno. Por entonces yo no había leído las memorias de Bertrand Russell (Edhasa), allí hay unas sentidas líneas sobre Oscar Wilde. El divertido Wilde no percibió que sus agudezas le condenaban ante unos jueces que querían su cabeza y la cobraron.
Los tribunales de justicia no son lugares para la ironía. Los periódicos lo fueron, pero ya no lo son. No porque haya vetos o censuras, sino porque muchos lectores se acostumbraron a leer en diagonal. A partir de eso hay que evitar los sarcasmos sobre la estafa del Palau o sobre los créditos de la CAM, o sobre el PP, o sobre ese candidato retorcidamente genial que es Rubalcaba. ¡He ahí un Andreotti, cuando creíamos que eso no se daba en España desde el conde de Romanones! Se avergüenza uno de tener que explicar, una vez más, que cada día que siga en su casa Fèlix Millet la sociedad catalana está humillándose; retratándose como una sociedad sin opinión pública. Y bastaría el hecho de que han sido sancionados un par de jueces por decir que el sumario y la instrucción se eternizan, para pensar sin rubor alguno que existe una colusión inquietante entre los que administran la justicia y los que han delinquido por activa y por pasiva. Cómo vamos a tener el cuajo de pedir dureza y rigor con los rateros de menor cuantía cuando los grandes se burlan de nosotros.
Hay una diferencia entre estar al borde del abismo y vivir encima de un volcán, y se llama rebelión social; esos comportamientos están convocándola. Que altos cargos de la Caja de Ahorros del Mediterráneo se autoconcedieran créditos suntuosos, con cero intereses, que no devolvieron, exige procesamiento y detención, porque sin esa medida precautoria y exhibicionista no es posible que alguien asuma por qué debemos apretarnos el cinturón, o colgarnos de él.
El problema por abordar no es si la crisis nos va a barrer, cosa que excede en este momento nuestras posibilidades analíticas. Tampoco está en pronosticar si los socialistas pueden perder por más o por menos. La cuestión se reduce a la obviedad siguiente: todos los partidos que pierden, es decir, la izquierda, lo hace a causa de que el votante se retira, abandona, los manda a la mierda, a ellos y a ese Mefistófeles que se han inventado en la figura guiñolesca de Rubalcaba. Lo peligroso de una situación como ésta es que no se ha roto el pacto de la transición, porque dicho pacto no existió nunca. Lo que sí es gravísimo es que la Constitución, que por cierto es denunciada por quienes la rechazaron o ni siquiera tenían edad para no votarla, no conseguiría ni la mitad de apoyo que entonces. Y que los partidos se están quedando sin base social en el mismo momento que el periodismo se mete en las trincheras.
¿En qué se diferencia el alcalde de Vic del alcalde de Badalona? En que uno es de familia conocida de toda la vida, y el otro un aspirante a líder. El pool de intelectuales que tanto ayudó a la victoria de García Albiol debería pensar en eso. Que los partidos ascendentes en Catalunya no son los independentistas, que gozan de la subvención y el narcisismo patriótico, sino un grupo que ni haciendo un casting de tipos imposibles para la política, podrían dar un equipo como el formado por una señora que se llama Alicia y unos hermanos, los Fernández Díaz, idóneos para hacer de los Dalton del spaghetti western en el que se ha convertido la política catalana. El periodismo no se debate entre corrupción o mediocridad, sino en que nada evita que los corruptos además sean mediocres.
Publicado en La Vanguardia (Barcelona), septiembre, 2011
Thursday, October 13, 2011
GRACILIANO RAMOS/ENTRE EL RUMOR
Iván Castro Aruzamen
Para Alejandra Canedo
Vidas secas de Graciliano Ramos, pertenece a lo más granado de la novelística del regionalismo nordestino dentro de la literatura brasileña de la primera mitad del siglo XX. Si Graciliano Ramos explotó al máximo la novela de la tierra, no menos hizo sobre aquellos que no tenían tierra, por esa razón, Vida secas, es una novela de la tierra pero de los sin tierra. La gran novelística brasileña –donde se inscribe Vidas secas– alcanzó madurez por la simplicidad de su prosa. En esa línea, Graciliano Ramos, desde sus trabajos iniciales, inaugura un estilo abierto y libre, en la cual todavía hoy se mantienen algunas corrientes contemporáneas latinoamericanas.
Cuando Graciliano Ramos escribe Vidas secas, el regionalismo literario se encuentra perfectamente perfilado ante la conciencia literaria de la época. No cabe duda en ese sentido, de que su autor la concibió como novela regionalista de la tierra. De acuerdo con tal propósito, Graciliano Ramos, en Vidas secas, se ajusta a las condiciones formales que definen y caracterizan a dicha narrativa. No es gratuito que Fabiano sea la biografía de un héroe que se enfrenta a las condiciones adversas de la sequía, la amenaza constante de la muerte, la soledad del bosque, la parquedad de su lenguaje, que le sume en condiciones de inferioridad frente al otro. Así, también, la inestabilidad de la fertilidad de la tierra, acaba por arrojar a los habitantes del sertón a la cúspide de la incertidumbre; por esa razón, salen de un lugar a otro en busca de una nueva oportunidad para la vida, que no deja de ser seca.
En Vida secas la sucesión temporal de episodios se encuentra ligada a la estructura de manera indisoluble; y como género literario se propone expresar tan sólo el sentido de la vida humana, la vida en el sertón. Vidas secas, no consiste en otra cosa sino en una serie de vidas secas (Fabiano, doña Vitoria, los hijos y la perra Baléia), a través de las cuales se nos revela, las carencias, frustraciones, aspiraciones, y, sobre todo, aquello que la pobreza o la miseria absoluta no logran borrar: la esperanza.
La figura de Fabiano es un retrato proverbial del hombre que vive en la selva y que Graciliano Ramos, por medio de su técnica biográfica perceptiva revela una realidad profunda, la del protagonismo de la vida individual y colectiva, lo que hace de Vidas secas una verdadera novela del género de la tierra. El interés del lector, se desplaza desde el conformismo de Fabiano, para quien el destino “era como si en su vida hubiera aparecido un agujero”, hacia la conciencia del valor de la vida humana, singularísima, en cada uno de los personajes. Para el lector no pasan inadvertidos los castigos y escarnios por los que pasa Fabiano y su familia –el policía amarillo que lo conduce a la cárcel sin motivo alguno, el hacendado que siempre termina engañándolo por el valor de su trabajo (fruto del endeble dominio del lenguaje que tiene Fabiano) y la naturaleza que adquiere una enorme influencia en la conciencia de los personajes–. De manera que, por virtud del escritor, asistimos azorados al decurrir del fatídico destino que envuelve a los seres humanos cargando una vida seca. Gracias a los artificios estéticos, la intuición se apodera poderosamente del sentido de la vida humana, de toda vida humana. La técnica del relato biográfico del personaje, se desenvuelve dentro de las condiciones sociohistóricas acarreadas por la modernidad tardía que se da en Latinoamérica en la primera mitad del siglo XX.
Graciliano Ramos retrata en Vidas secas el mundo de los personajes como un espectáculo, que el lector enfrenta ensimismado y corroído por preguntas sin respuesta. La muerte de Baléia, por ejemplo, no sólo despierta sentimientos de piedad y conmiseración, sino la persuasión de que lo inevitable de los seres es la muerte. Si por un lado aparece la antropoformización del mundo animal, por otro, también se da una animalización de los seres humanos, que termina funcionando como una vitrina en las que se exhibe las vidas secas de los personajes y se nos presenta como un desafío para la conciencia individual con la que tenemos la posibilidad de entrar en contacto con la experiencia de los habitantes del sertón. Así, las cosas que hacen o que les pasa –los golpes del soldado amarillo, la falta de ropa, los coscorrones a los niños, la inaccesibilidad al lenguaje– lejos de ser una simple descripción anecdótica funciona como catalizador de la revelación íntima de los personajes; en esta develación de la psicología de los personajes, Graciliano Ramos, inserta por medio del lenguaje menguado de Fabiano, un efecto estético asombroso: la carencia del lenguaje deviene también en una vida estéril.
En la mudanza de la familia –al principio de la novela–, “minúsculos, perdidos en el desierto quemado, los fugitivos se abrazaron, sumaron sus desgracias y pavores. El corazón de Fabiano latió junto al corazón de doña Vitoria, un abrazo cansado acercó los trapos que los cubría”; pues, el objeto hacia el que se dirige la atención de Graciliano Ramos, no es la sociedad o determinado sector de ella, sino el mundo de los fugitivos, de la mudanza, de aquellos no tienen tierra, sino sólo unos harapos que los cubre de las inclemencias del agreste medio donde se desenvuelven, su cotidianidad. Vidas secas, devela el caos y refleja las condiciones de sobrevivencia y la desvalorización que sufre la existencia humana en medio de una realidad abrupta, y peor aún, cuando no hay posibilidad de acceso al lenguaje como manifestación de poder. Por tanto, la creación novelística de Ramos, escruta la experiencia del humano vivir para extraer de ella una ilustración corroborativa, que más allá del desánimo y la frustración, apela a la esperanza, como una posibilidad de salida ante el sentido grotesco de un mundo sin lenguaje y extremadamente voraz. “Y caminaban hacia el sur, inmersos en aquel sueño. Una ciudad grande, llena de personas fuertes. Los niños en escuelas, aprendiendo cosas difíciles y necesarias. Ellos dos viejitos, acabándose como perros, inútiles, acabándose como Baléia”. Sin posibilidad de acceso al lenguaje y mejores posibilidades de vida, una vida llena de exuberancia, será siempre un sueño o como dice Francisco Ayala: “Muertes (vida) de perro”.
Imagen: Escena de Vidas secas, filme brasilero dirigido por Nelson Pereira dos Santos, 1963
Monday, October 10, 2011
Un poeta y sicólogo gana el Nobel de Literatura
Poeta. El escritor sueco Tomas Tranströmer, de 80 años, obtuvo el galardón 2011. Lo recibirá el 10 de diciembre en Estocolmo. Su obra está traducida al español.
El poeta sueco Tomas Tranströmer fue distinguido ayer como el ganador del Premio Nobel de Literatura, según anunció la Academia Sueca en Estocolmo. El escritor, de 80 años, es el octavo literato sueco galardonado con el Nobel en los más de 100 años de historia del premio. "Es uno de los grandes poetas de nuestro tiempo", dijo el secretario de la academia, Peter Englund, mientras se escuchaba un sonoro aplauso. Nacido en Estocolmo en el seno de una familia de periodistas, estudió Psicología, Literatura e Historia de la Religión y trabajó durante años como sicólogo. “Siendo joven, reconocí que no podía mantenerme ni alimentar a una familia con la escritura de poesía, de modo que elegí una profesión que no perturbase la escritura, sino que le agregase experiencia. Por esto elegí la profesión de sicólogo, de lo cual nunca me he arrepentido”, dijo el poeta ayer a El País de Madrid. Su debut literario fue en 1954 con 17 dikter (17 poemas). Entre sus obras publicadas en idioma castellano figuran títulos como Postales negras, El bosque de otoño o Góndola fúnebre. Sus poemarios han sido traducidos a unos 50 idiomas. Tranströmer se mostró "contento" y "emocionado" al conocer el anuncio. La esposa del poeta, Mónica Tranströmer, dijo que el escritor "no creía que podía llegar a vivir esto", tras conocer la noticia. El Nobel 2011 tiene dificultades para hablar desde que en 1990 sufrió apoplejía, aunque eso no le ha impedido seguir escribiendo. Según su esposa, el poeta "se siente cómodo con todas las personas que vienen a felicitarlo y a fotografiarlo". Añadió que la pareja se mostró "muy sorprendida" cuando el secretario de la Academia Sueca, Peter Englund, los llamó antes de anunciar el premio para darles la noticia. El Nobel de Literatura está dotado de $us 1,47 millones. Su entrega será el 10 de diciembre, día en que se conmemora la muerte del fundador de los premios, Alfred Nobel.
Poesía concisa y fresca Tranströmer ha sido galardonado, según la Academia Sueca, "porque, a través de la condensidad de sus traslúcidas imágenes, nos aporta un acceso fresco a la realidad". Ayer, el escritor boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot reprodujo en Facebook un fragmento de Madrigal: “Heredé un bosque sombrío donde rara vez voy. Mas llegará un día en que los muertos y los vivos cambien de lugar. Entonces, el bosque se pondrá en movimiento. No estamos sin esperanzas...”.
Repercusión
- Vargas Llosa no lo leyó. "Tengo que confesar que nunca lo había leído", reconoció ayer sobre el sueco Tomas Tranströmer. "Sé que es un poeta muy destacado y su nombre ha sonado muchas veces como candidato al Premio Nobel. Pero lamentablemente no lo he empezado a leer hasta ahora", subrayó el Premio Nobel de 2010 ayer desde Madrid. - Carlos Hugo Molina. “No lo conozco. Lectura para la casa”. - Liliana Colanzi. “Lamentablemente no lo he leído”. - Paola Senseve. “He leído cosas sueltas, no conozco más de su obra”. - Gabriel Chávez Casazola. “Aquí no lo conocemos. Esto prueba, una vez más, el aislamiento de Bolivia de los circuitos de difusión editorial internacional y de los flujos referenciales en poesía”. - Homero Carvalho. “No sabía de él, hasta hace unas horas. El Premio Nobel, como otros premios, es una importante referencia. En mi caso, después de enterarme que les fue entregado el Nobel he conocido la obra de Gao Xingjian, Naipaul, John Coetzee, Elfriede Jelinek, Orhan Pamuk y Herta Müller. Haré lo mismo con este autor”.
Publicado en El Deber (Santa Cruz de la Sierra), 9/10/2011
imagen: Tomas Tranströmer, Premio Nóbel de Literatura, 2011
REFLUJOS/BAÚL DE MAGO
Roberto Burgos Cantor
Es de suponer que quienes observan el transcurrir de la vida colombiana habrán podido establecer los cambios que en un espacio de difícil caracterización, el de la política electoral, vienen ocurriendo.
Tienen utilidad, entonces, las miradas hacia atrás. El vértigo arrasador ha terminado por aislar a los seres de todo cuanto no sea la urgente actualidad, el ahora ruidoso, que han convertido al mundo en una encrucijada de escándalos y de incertidumbres.
Hace años los aspectos relativos a los votos y la representación se movían en la confrontación amenazante de dos ideologías fanatizadas, con sus respectivas adherencias. Una con el matiz de izquierda, la otra con la religión. El designio misional consistía en convertir, no convencer, al contrario o destruirlo . Así se vivieron – si eso es vivir – tiempos de muerte y disputas inútiles que arrojan hasta este presente explosiones de intolerancia, ganas de desquite, enconadas venganzas.
Después un pacto elemental de turnos y reparto en el ejercicio del gobierno entretuvo las diferencias. Los grandes problemas continuaban irresueltos, agravaban su lastre. Y justo por el deseo de solución el ser humano cede su libertad para construir aparatos de regulación, generar equidades y orientar la realización personal.
La exclusión y la ceguera afectan a los procedimientos de reparto cuando se trata de incluir a otros. Estos llegan después o amplían los dogmas severos con los cuales las ideologías apuntalan sus seguridades. En todo caso disminuyen la porción que a partir de intereses sirvió para consolidar el acuerdo.
Hoy las sonoras ideas y los partidos políticos que las enarbolaban como banderines sentimentales se diluyen ante la urgencia de necesidades que no dan más espera. Tantos ilustrados que indicaron por quien votar dejan un saldo frustrante. La igualdad, el campesino, la industria, la salud, la educación, el agua, los tributos. El universo de lo local sostenía, con sus adhesiones inocentes, la ilusión ilustrada. Los mecanismos con que sumaron votos jamás se revisaron, ni se sometieron a crítica. Ahora se impone la anomalía diaria: el empleo, las basuras, el transporte, la policía, los jueces. La brecha entre los discursos y el hambre se hizo intolerable.
El fracaso de los ilustrados, su incapacidad de acercar los ideales políticos a la realidad, el cultivo de las clientelas como rostro de la democracia, la debilidad antes la codicia de los poderes del lucro, el abandono de la educación, fueron alimentando la larva de desconfianza, el exacerbado individualismo al cual conducen los estados de necesidad extrema.
Así los anteriores mandaderos de los jefes ilustrados, desplomados los partidos políticos y sus propuestas gastadas, decidieron abrir la oferta de sus servicios. O ejercer ellos mismos su representación. Quien sabe si esta presencia de ciudadanos humildes postulados para Alcaldes en muchos municipios, sin ideas de gobernar, sea un castigo a las incompetencias anteriores o un purgatorio en el duro esfuerzo de construir una sociedad virtuosa.
Respuesta o manipulación allí está la baraja: carniceros, curas, peluqueros, locutores, chanceros, manicuristas, loteros. Todos alegres de ingresar a la tómbola. ¿Se baraja otra vez?
Publicado en El Universal (Cartagena de Indias/Colombia), 10/10/2011
Tuesday, October 4, 2011
Y usted ¿vive de esto?
Eva Díaz Pérez | Sevilla
Fueron burócratas, carteros, camareros, empleados de banca, contrabandistas de opio, diplomáticos, aviadores, acróbatas e incluso cazadores de ballenas en el Ártico. Y, en sus ratos libres, escribían obras maestras. ¿A qué se dedicaba Apollinaire? ¿Cómo sobrevivía Maximo Gorki? ¿Qué trabajo permitía a Georges Perec dedicarse a la literatura?
La escritora italiana Daria Galateria se dio cuenta un día de que en la biografía de los grandes autores había un lado secreto, desconocido y a veces un punto extravagante: sus trabajos alimenticios. Así que decidió recopilar en un curioso inventario el oficio al que se habían dedicado personajes como Jack London, Bohumil Habral, Bulgakov o Faulkner. El resultado fue 'Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores', un libro muy celebrado en Italia y que ahora publica por primera vez en castellano la editorial Impedimenta con traducción del escritor aragonés Félix Romeo.
En esta perspectiva inédita del mundo literario, la autora indaga en las tareas a las que se dedicaron autores como Maxim Gorki que empezó a trabajar desde niño como descargador en el Volga. Luego fue pinche, fogonero, pescador, panadero. Sin embargo, bastó que uno de sus cuentos tuviera éxito para que comenzara a colaborar en varios periódicos y tuviera que escribir dos artículos al día. Curiosamente, Gorki confesaba que ese "trabajo esclavo" lo agotaba.
Hay una larga tradición de médicos escritores, a veces con problemas. Bulgakov, por ejemplo, aprovechó su oficio para engancharse a la morfina.
Esta naturaleza vampírica de la literatura frente a los oficios puramente alimenticios la 'sufrió' también Jack London, quien, en 1897, durante la fiebre del oro, desembarcó en Klondike, trabajó duramente e incluso vivió en una cabaña abandonada rodeado de lobos. Claro que cuando se dedicaba a la escritura se quejaba de intensos e insoportables dolores de espalda.
Esta consideración de la escritura como la más agotadora de las tareas también nubló a Charles Bukowski que trabajó disciplinadamente durante 14 años como cartero, pero que "cuando le dieron un sueldo por escribir, se quedó paralizado por el terror toda una semana".
Para muchos escritores, trabajar en algo que no tuviera que ver con la literatura les permitía tener libertad, ya que su medio de vida no dependía de lo que escribieran. Es lo que pensaba Voltaire que argumentaba que era imposible ocuparse de la cultura sin una buena base económica. Del mismo parecer era Georges Perec que no abandonó su empleo subalterno de documentalista en un laboratorio médico. "Pensaba que era peor depender de la escritura para vivir -peor para la escritura-. Cuarenta horas a la semana, y después era libre para crear lo que le pareciera", explica Daria Galateria.
Desde los míticos funcionarios, como el burócrata Kafka, a Eliot ejerciendo de empleado de banca que "trabajaba en un sótano, inclinado, como un pájaro negro en un comedero", este inventario de oficios aburridos o extremadamente extravagantes se detiene en la historia del checo Bohumil Habral que cuando llegó el socialismo real a Checoslovaquia tuvo que convertirse en obrero no cualificado porque los profesores y artistas fueron degradados. "Habral trabajó en las acerías y casi perdió la vida en el empeño", apunta Galateria.
Hubo emprendedores como la novelista francesa Colette que en 1932, ya con 60 años, montó un instituto de belleza financiado por la princesa de Polignac y por el bajá Al-Glawi, contando además con el apoyo del ministro Andrés Maginot, el de la línea defensiva de entreguerras. Entre polvos y cremas, la autora de la exitosa serie de novelas de Claudine se movía como pez en el agua incluso aportando detalles de su célebre personaje para diversos perfumes y lociones. Lástima que el negocio fracasara.
También hay una larga lista de médicos como Mijail Bulgakov, que se enganchó a la morfina, o el austriaco Arthur Schnitzler que alternaba su oficio con la escritura y con la vida social, ya que era muy aficionado a los bailes. Ese mundo burgués 'fin de siècle' de la Viena del decadente imperio austrohúngaro aportó no pocos argumentos al autor de 'El teniente Gustl' o 'La señorita Else'. En febrero de 1881 anota en su diario: "Bailo con más pasión que nunca. En casa a las seis. Poco después he ido a la sala anatómica a hacer la autopsia de una joven. Estoy confuso".
Publicado en El Mundo (España), 4/10/2011
Saturday, October 1, 2011
Ser camba
Darwin Pinto Cascán
Me pidieron que defina lo que significaba para mí ser camba, y como buen camba, no le reculé al bulto.
A ver: la definición hiperbreve fruto de la sabiduría popular del cambaje sería: el camba nace donde quiere… La corta, según el poeta beniano Horacio Rivero, sería: Yo soy un camba de Moxos/Criau en la Adversidá/Tengo al pampa en los Ojos/ y entre los Glóbulos Rojos/ la sangre de Trinidá… La definición de un camba de esos de antes que galopaban con guitarra calada y fusil balaenboca, sería la de Cañoto: Condenado estoy a muerte/porque así lo manda el Rey/no me apena, me divierte/vivir juera de la ley….
Para sumarle a lo anterior, mi definición será más larga. Obvio. Pero para joder al clishe, ni hablaré del carnaval, ni del majadito. Para mí, ser camba es todo y un montón de cosas más. Construí mi cosmovisión viviendo tanto en la ciudad de los anillos como en el campo de caña, tamarindos, jaguares y culebras chupatetas. Aunque esté en Madrid o en La Habana, para mí cualquier sol malaleche es el que quema a los pescadores del Río Grande. Y la luna de Cartagena es la inspiradora de corajudos guitarreros enamoraos que eludían las artes oscuras del duende y la viudita para tunar en la ventana del potencial suegro esperando que a la pelada le tiemblen las choquizuelas bajo el garrote de esos versos incendiaus de purísima aguilillura.
Primer dato: la palabra camba dicen que deriva de un dialecto del país que parió a la Miss Universo 2011 (¡qué oportuno!), traído acá por los esclavos africanos que venían de Brasil rumbo a Potosí. Significa: Amigo. Otros dicen que proviene del guaraní: cambá, o sea: negro. Esto último es más creíble como origen del término si se toma en cuenta que tal palabra era utilizada despectivamente por el patrón blanco (denominado bonitamente nomás como cruceño) para diferenciarse del camba, del otro, del indígena a su servicio. Y sí, había (hay) una división de clases muy jodida, con una burguesía de entonces que, mientras occidente escribía la historia del país con cuartelazos suicidas y proezas melgarejianas, acá criábamos algún bicho, ajenos al resto del planeta. Eso en parte por el abandono del Estado que dejó un vacío de poder ocupado por las famosas “cuantas familias”, y en parte porque no se podía hacer más en un país monoproductor concentrado en cavar con manos de gente pozos en la montaña para arrancar minerales cuyas ganancias terminaban en los bolsillos de la rosca minera y del resto de la oligarquía colla. ¡Ups! Éramos un cero a la izquierda, con apenas, y de chichada, tres presidentes: Jose Miguel de Velasco, German Busch y Hugo Bánzer. Cada cual con sus méritos y sus desastres, claro.
Incluso cuando “camba” se volvió una “buena palabra” en el propio oriente, la división de clase se mantuvo entre el camba pituco y el camba cunumi. El pituco es el que vive de lo que le da su papá. De ese no hablaré porque es un parásito avalado por el Derecho y la heráldica. El otro, el cunumi, ese es del que habla Otero Reiche en su poemanga Canto al Hombre de la Selva: Mi corazón es la colmena y mi cerebro el hormiguero. Vibran mis músculos de boa, se abren cantando mis arterias... Yo soy el hombre de la selva, perfume, cántico y amor, pero encendido de relámpagos, pero rugiendo de huracanes. Yo soy un río de pie… Se me hace chicó la piel cuando leo esto de don Raúl, otro camba de los que sangró en el Chaco, como Busch, como Carmelo Cuéllar, como otros miles en las guerrillas de Independencia, en el Pacífico, en Ingavi o en el Acre, en la que los cambas de la Columna Porvenir dieron la vida una república que les enseñó a leer diciéndole: con LL de llama. Mierda, varios de nosotros a esa edad nunca habíamos visto un coso de esos. En fin.
Para definir al camba, no hay que perder de vista a Santa Cruz como ciudad andante. Si partimos de la premisa de que la identidad cultural se construye a partir de la manera en que un pueblo (gente de similares costumbres e historia) se relaciona con otro, (dependiendo si elige parecerse o defenderse de la influencia del otro acentuando las características propias), entonces el camba es un mestizo hijo de varias sangres. Y su historia empezó con esa caravana que salió de Asunción en el siglo XVI cuando Bolivia no existía ni por chijte. “Lo cruceño” comenzó con esa marcha de Ñuflo de Cháves que en comitiva de españoles y guaraníes hizo el amor y la guerra con los pueblos que halló en su camino hasta fundar Santa Cruz de la Sierra, el 26 de febrero de 1561, cerca de San José de Chiquitos. 43 años vivieron los cruceños ahí como punta de lanza de la Conquista y de la defensa de la última frontera del imperio español hasta que la ciudad rebelde al Virreinato de Lima fue traslada a Cotoca y de ahí hasta esta San Lorenzo, en las llanuras de Grigotá donde se alza hoy junto a su Fexpo, el poderoso Oriente Petrolero y a las magníficas Magníficas. Por ese relacionarse con otros pueblos, en el lenguaje vernáculo camba existen palabras indígenas y uno que otro galicismo (vos), fruto del contacto con el Río de la Plata. Nuestro máximo héroe, Ignacio Warnes, era argentino. Por distintas razones, siempre estuvimos más cerca de Buenos Aires que de La Paz.
Esa Santa Cruz de la Sierra de muchas sangres fue la defensora de la frontera oriental de la colonia y de la república en contra de los avances bandeirantes portugueses, fue “cuna de ciudades” que hizo patria al salir de ella los cruceños que poblaron lo que hoy es Beni y Pando. Y entonces aparecieron los collas.
El andino, heredero del pensamiento imperialista Inca, fortalecido tras su choque con la cultura española; mejor organizado, más numeroso y monopolizador del poder político desde la colonia hasta la republica, era una identidad muy, muy fuerte que hizo que el cruceñazo se sienta amenazado en su identidad más íntima. Y entre el indígena de la altura y el de las tierras bajas, optó por hacer de la palabra camba su nombre universal.
Imagen: Escudo de Santa Cruz de la Sierra