Friday, June 29, 2012

Entrevista de Seamus Heaney y Richard Kearney a Jorge Luis Borges (1981)

Richard Kearney: Su prosa pone de manifiesto una continua obsesión con el mundo de la ficción y de los sueños, un universo de laberintos inconscientes. En ocasiones es algo tan onírico que se vuelve imposible distinguir entre el autor (usted), los personajes de la ficción y el lector (nosotros).


Seamus Heaney: Esta interacción entre la ficción y la realidad parece ocupar un lugar central en su obra. ¿Cómo afecta su obra el mundo de los sueños? ¿Usa conscientemente material onírico?

Borges: Cada mañana, cuando despierto, recuerdo sueños y los grabo o los escribo. A veces me pregunto si estoy dormido o si estoy soñando. ¿Estoy soñando ahora? ¿Quién puede saberlo? Nos soñamos unos a otros todo el tiempo. Berkeley afirmaba que Dios era quien nos soñaba. Tal vez tenía razón... ¡pero cuán tedioso para el pobre Dios! Tener que soñar cada grieta y cada mota de polvo en cada taza de té y cada letra en cada alfabeto y cada pensamiento en cada cabeza. ¡Debe estar exhausto!

Heaney: ¿Su mundo onírico alimenta de manera directa su forma de escribir? ¿Toma prestado y traspone el contenido de sus sueños a la literatura? ¿O se trata acaso de una habilidad narrativa que le da a las imágenes su contorno y su forma?

Borges: El relato ficticio da un orden al desorden del material onírico. Pero no puedo decir si el orden está impuesto o si ya está latente dentro del desorden y tan sólo espera quedar realzado a través de su repetición en la ficción. ¿Inventa el escritor de ficción un orden completamente nuevo ex nihilo? Supongo que si pudiera contestar semejantes preguntas ¡no escribiría ficción en absoluto!

Heaney: ¿Podría darnos algunos ejemplos reales de lo que quiere decir?

Borges: Sí. Le contaré un sueño recurrente que me interesó mucho. Un pequeño sobrino mío, quien solía quedarse conmigo con cierta frecuencia y me contaba sus sueños cada mañana, soñó el siguiente tema recurrente. Estaba perdido en un sueño y luego llegaba a un claro en donde me veía salir de una casa blanca de madera. En ese punto, solía interrumpir su resumen del sueño y preguntarme, "Tío, ¿qué hacías en esa casa?". "Estaba buscando un libro", le contestaba. Y se quedaba muy contento con esa respuesta. Como niño, todavía era capaz de deslizarse de la lógica de su sueño a la lógica de mi explicación. Tal vez así funcionen mis propias ficciones...

Heaney: ¿Es entonces el modo más que el material de los sueños lo que principalmente influye e inspira su obra?

Borges: Yo diría que son las dos cosas. He tenido varios sueños recurrentes a lo largo de los años que han dejado su huella en mi ficción de una u otra forma. Los símbolos difieren con frecuencia, pero los patrones y las estructuras siguen siendo los mismos. Por ejemplo, con frecuencia he soñado que estoy atrapado en un cuarto. Trato de salir, pero vuelvo a entrar a un cuarto. ¿Se trata del mismo cuarto?, me pregunto. ¿O acaso escapo a un cuarto exterior? ¿Estoy en Buenos Aires o en Montevideo? ¿En la ciudad o en el campo? Toco la pared para intentar descubrir la verdad sobre mi paradero, para encontrar una respuesta a estas preguntas. Pero ¡la pared es parte del sueño! De modo que la pregunta, al igual que el que la hace, regresa eternamente a ese cuarto. Este sueño me dio el tema del laberinto que aparece con tanta frecuencia en mis ficciones. También estoy obsesionado con un sueño en donde me veo en un espejo con varias máscaras o rostros que se superponen unos sobre otros; los desprendo de manera sucesiva y me dirijo al rostro que está frente a mí en el espejo; pero no me contesta, no puede oírme o no me escucha, es imposible saberlo.

Heaney: ¿Qué clase de verdad cree que Carl Jung intentaba explorar en su análisis sobre los símbolos y los mitos? ¿Cree que los arquetipos jungianos son explicaciones válidas de lo que experimentamos en el mundo inconsciente de la ficción y de los sueños?

Borges: He leído a Jung con gran interés, pero sin convicción. En el mejor de los casos, fue un escritor imaginativo e inquisitivo. Es más de lo que uno puede decir acerca de Freud... ¡Qué basura!

Kearney: La sugerencia que usted hace aquí de que el psicoanálisis tiene valor como un estimulante imaginativo más que como un método científico me hace recordar la afirmación que usted hace en el sentido de que todo el pensamiento filosófico es "una rama de la literatura fantástica".

Borges: Sí, creo que la metafísica es un producto de la imaginación al mismo nivel que la poesía. Después de todo, la idea ontológica de Dios es el invento más espléndido de la imaginación.

Kearney: Pero ¿inventamos nosotros a Dios o es Dios quien nos inventa a nosotros? ¿Es divina o humana la imaginación creativa primaria?

Borges: Ah, ésa es la pregunta. Puede ser ambas.

Heaney: ¿Acaso su experiencia infantil de la religión católica alimentó su sensibilidad de alguna forma duradera? Me refiero más a sus ritos y misterios que a sus preceptos teológicos. ¿Existe algo llamado imaginación católica, que podría expresarse en obras literarias como, por ejemplo, en el caso de Dante?

Borges: Para el argentino, ser católico es más una cuestión social que espiritual. Significa que uno se alínea con la clase, el partido o el grupo social correcto. Nunca me interesó este aspecto de la religión. Sólo las mujeres parecían tomar la religión en serio. Cuando era niño, cuando mi madre me llevaba a misa, yo rara vez veía a un hombre en la iglesia. Mi madre tenía una gran fe. Creía en el paraíso; y quizá su creencia significa que ahora ella está allí. Aunque ahora ya no soy un católico practicante y no puedo compartir su fe, sigo entrando en su habitación todos los días a las cuatro de la mañana, la hora en que murió hace cuatro años (¡tenía 99 años y le aterraba cumplir cien años!) para rociar agua bendita y rezar el Padre Nuestro como ella lo pidió. ¿Por qué no? La inmortalidad no es más extraña ni increíble que la muerte. Como mi padre agnóstico solía decir: "Dado que la realidad es lo que es, el producto de nuestra percepción, todo es posible, incluso la Trinidad". Creo en la ética, que las cosas en nuestro universo son buenas o malas. Pero no puedo creer en un Dios personal. Como lo dice Shaw en Major Barbara: "He dejado atrás a la Desposada del Cielo". Me siguen fascinando los conceptos metafísicos y alquímicos de lo sagrado. Pero esta fascinación es más estética que teológica.

Kearney: En Tlon, Uqbar y Orbis Tertius, usted dijo que la eterna repetición del caos gradualmente hace surgir o revela un patrón o un orden metafísico. ¿Qué tenía usted en mente?

Borges: Me divertí mucho escribiendo eso. Nunca dejé de reirme, de principio a fin. Todo era una enorme broma metafísica. La idea del eterno regreso es, claro está, una vieja idea de los estoicos. San Agustín condenó esta idea en Civitas Dei, cuando compara la creencia pagana en un orden cíclico del tiempo, la Ciudad de Babilonia, con el concepto lineal, profético y mesiánico del tiempo que se encuentra en la Ciudad de Dios, Jerusalén. Este último concepto ha prevalecido en nuestra cultura occidental desde San Agustín. Sin embargo, creo que puede haber algo de verdad en la vieja idea de que, detrás del aparente desorden del universo y de las palabras que usamos para hablar de nuestro universo, podría surgir un orden oculto... un orden de repetición o coincidencia.

Kearney: Usted escribrió alguna vez que, a pesar de que este orden cíclico no puede demostrarse, sigue siendo para usted "una elegante esperanza".

Borges: ¿Eso escribí? Eso es bueno, sí, muy bueno. Supongo que en 82 años tengo derecho a haber escrito unas cuantas líneas memorables.. El resto puede "echarse a perder", como solía decir mi abuela.

Heaney: Usted habló de reir mientras escribe. Sus libros están llenos de diversión y picardía. ¿Escribir siempre ha sido para usted una tarea placentera o ha sido alguna vez una experiencia difícil o dolorosa?

Borges: Sabe, cuando todavía podía ver, me encantaba escribir, cada momento, cada frase. Las palabras eran como juguetes mágicos con los que yo jugaba y movía de toda clase de formas. Desde que perdí la vista a los cincuenta años, no he podido regocijarme con la escritura con esta naturalidad. He tenido que dictarlo todo, volverme un dictador más que un jugador de palabras. Es difícil divertirse con juguetes cuando uno está ciego.

Heaney: Supongo que la ausencia física de la pluma y el estar encorvado sobre el escritorio hace una gran diferencia...

Borges: Sí, así es. Pero extraño poder leer más que poder escribir. A veces me regalo a mí mismo un pequeño engaño, me rodeo de todo tipo de libros, sobre todo diccionarios, en inglés, español, alemán, italiano, islandés. Se convierten en seres vivos para mí, me susurran cosas en la oscuridad.

Heaney: ¡Sólo un Borges podría practicar semejante acto de ficción! Sus sueños siempre han sido, de una manera bastante evidente, importantes para usted. ¿Diría usted que su capacidad o necesidad de habitar el mundo de la ficción y de los sueños aumentó de alguna manera por haber perdido la vista?

Borges: Desde que me volví ciego lo único que me queda es la alegría de soñar, de imaginar que puedo ver. A veces mis sueños se extienden más allá del sueño y se adentran en mi mundo de vigilia. Con frecuencia, antes de dormir o al despertar, me descubro soñando, balbuciendo frases oscuras e inescrutables. Esta experiencia simplemente confirma mi convicción de que la mente creativa siempre está activa, siempre está más o menos soñando tenuemente. Dormir es como soñar la muerte. De la misma manera en que despertar es como soñar la vida. A veces ya no puedo distinguir cuál es cuál.

* * *

Jorge Luis Borges: Como argentino, me siento alejado de la corriente española. Me crié en Argentina teniendo la misma familiaridad con la cultura inglesa y francesa que con la española. Así que supongo que soy doblemente extranjero... pues incluso el español, la lengua en la que escribo precisamente como un extraño, se encuentra al margen de la principal tradición literaria de Europa.

Seamus Heaney: ¿Cree usted que existe algo semejante a una tradición hispanoamericana... aceptando el hecho de que todas las tradiciones deben ser imaginadas antes de aparecer?

Borges: Es cierto que la idea de la tradición implica un acto de fe. Nuestras imaginaciones alteran y reinventan el pasado todo el tiempo. Sin embargo, debo confesar que a mí nunca me convenció mucho la idea de una tradición hispanoamericana. Por ejemplo, cuando viajé a México, me encantó su rica cultura y literatura nativa. Pero sentí que no tenía nada en común con ella. No pude identificarme con su culto al pasado de los indios. Argentina y Uruguay difieren de la mayor parte de los demás países latinoamericanos en el sentido de que poseen una mezcla de las culturas española, italiana y portuguesa que ha dado lugar a un ambiente más europeo. Por ejemplo, la mayor parte de nuestras palabras coloquiales en el español argentino son de origen italiano. Yo mismo desciendo de ancestros portugueses, españoles, judíos e ingleses. Y los ingleses, como nos lo recuerda Lord Tennyson, son una mezcla de muchas razas: "sajones y celtas y daneses somos". No existe tal cosa como la pureza racial o nacional. Y, aunque así fuera, la imaginación trascendería tal cosa dado que no existe una cultura específicamente argentina que pudiera llamarse "latinoamericana" o "hispanoamericana". Los únicos verdaderos americanos son los indios. Los demás son europeos. Por lo tanto, me gusta pensar que soy un escritor europeo en el exilio. Ni hispánico ni americano ni hispanoamericano, sino un europeo expatriado.

Heaney: T. S. Eliot habló de "toda la mente de Europa". ¿Cree haber heredado parte de esta mente a través del tamiz español?

Borges: En el argentino no existe ninguna alianza exclusiva a una sola cultura europea. Como dije, podemos tomar cosas de varias lenguas y literaturas europeas distintas... tal vez adoptar "toda la mente de Europa", si es que existe algo semejante. Pero precisamente debido a nuestra distancia de Europa también tenemos la libertad cultural o imaginativa para mirar, más allá de Europa, hacia Asia y otras culturas.

Richard Kearney: Como lo hace usted en su propia ficción al invocar con frecuencia las doctrinas místicas del budismo y del Extremo Oriente.

Borges: El hecho de no pertenecer a una cultura "nacional" homogénea tal vez no sea una pobreza sino una riqueza. En este sentido, soy un escritor "internacional" que reside en Buenos Aires. Mis ancestros provinieron de muchas naciones y razas distintas, como lo he mencionado, y pasé gran parte de mi juventud viajando por Europa, en particular por Ginebra, Madrid y Londres, en donde aprendí varias lenguas nuevas, alemán, inglés antiguo y latín. Este aprendizaje multinacional me permite jugar con las palabras como hermosos juguetes, entrar, como lo dijo Browning, en "el gran juego del lenguaje".

Heaney: Me parece muy interesante que su inmersión en varias lenguas durante su infancia, y sobre todo en el español y el inglés, le haya dado ese sentimiento del lenguaje como un juguete. Sé que mi propia fascinación con las palabras estuvo estrechamente relacionada con el hecho de que aprendiera latín cuando era niño. Y la fatigué. También aprendí mucho de él.

Kearney: ¿Y qué opina de Beckett, tal vez el discípulo literario irlándes más cercano a Joyce? El parece compartir con usted una obsesión con la ficción como un laberinto autoescrutador de la mente, como una parodia eternamente recurrente de sí misma...

Borges: Samuel Beckett es muy aburrido. Vi su obra Esperando a Godot y eso me bastó. Me pareció que era una obra muy pobre. ¿Para qué tomarse la molestia de esperar a Godot si él nunca llega? Qué cosa tan tediosa. Después de eso, ya no tuve deseos de leer sus novelas.

Traducción de Katia Rheault  
De Biblioteca Ignoria
Foto: Seamus Heaney por Bobbie Hanvey, 1996

Thursday, June 28, 2012

Cosas que no están en realidad presentes: acerca de la Antología de literatura fantástica y Jorge Luis Borges


Por Ursula K Leguin

El escenario de los relatos fantásticos es, por lo general, la vida cotidiana, pero la esencia de lo fantástico abarca una realidad más permanente y más universal que las costumbres sociales en las que está basado el realismo. La sustancia de la que está hecha la fantasía consiste en materia psíquica y constantes humanas: situaciones e imágenes que reconocemos sin que nos haga falta aprender o saber nada en particular acerca de la Nueva York actual, de la ciudad de Londres en 1850  o de China hace 3000 años.
Un dragón aparece entonces en el campo; los lectores y escritores de ficción norteamericanos extrañarán acaso entonces la veracidad directa de Jewett o Dreiser, de la misma forma que los británicos sienten acaso nostalgia de la refinada solidez de Arnold Bennet; pero las sociedades en y para las cuales esos novelistas escribieron eran suficientemente limitadas y homogéneas como para poder ser retratadas en un lenguaje que podía plantearse seriamente el objetivo  de describir, citando a Trollope, “nuestra forma actual de vida.”
Las fronteras de ese lenguaje –basado en limitaciones y premisas de clase, de cultura, de educación y de ética- a la vez enfocan y reducen el alcance de toda ficción. La sociedad en que vivimos en estas décadas que rodean el segundo milenio –una sociedad global, poliglota, enormemente irracional, continuamente fluctuante y proclive a cambios bruscos y profundos- no es pasible de ser descripta en un lenguaje  que tenga como premisa la continuidad de una experiencia vital uniforme y compartida.
Es por ello que los escritores se han volcado al idioma global e intuitivo de la fantasía para describir, lo más precisamente posible, “nuestra” forma “actual” de vida.
Es por ello que muchas de las descripciones más exactas y reveladoras de nuestra vida cotidiana despliegan matices extraños,  o aparecen desplazadas en el tiempo, o se disuelven en  drogas o en psicosis, o se remontan repentinamente  desde lo mundano hacia lo visionario para luego descender de esas alturas tan simplemente como habían ascendido.
Es por ello que el dilema central de nuestra era, el uso o no uso de fuerzas devastadoras, fue planteado del modo más convincente en términos ficcionales por el creador de la más pura literatura fantástica. Tolkien comenzó a escribir El Señor de los Anillos en 1937 y lo terminó una década más tarde; durante ese intervalo, Frodo logró frenar su deseo imperioso de utilizar el Anillo del Poder para lograr sus fines, pero las naciones del mundo no demostraron la misma sensatez.
Es por ello que Las ciudades invisibles de Italo Calvino puede resultar ser una  mejor guía para nuestro mundo que cualquiera de las publicadas por Michelin o Fodor.
Es por ello que los escritores de realismo mágico de Sudamérica, y sus colegas de la India y otros lares, son ampliamente admirados por la fidelidad completa y reveladora que sus relatos guardan hacia la historia de sus tierras y sus pueblos.
Es por ello que Jorge Luis Borges, un escritor ubicado en un país marginal, en un continente marginal, que optó por identificarse con una tradición marginal, en lugar de adherir a la corriente dominante del realismo modernista que fluía tan plenamente durante su juventud y madurez, resulta ser, de todos modos, un escritor central para nuestra literatura.
Sus poemas y relatos, sus imágenes de reflejos, bibliotecas, laberintos y senderos que se bifurcan; sus libros de tigres, de ríos, de arena, de misterios y fugacidades, son mundialmente admirados, porque son bellos, porque alimentan nuestro espíritu y porque cumplen –como el I Ching o el Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa- la función más antigua y urgente de las palabras: el crear para nosotros “representaciones mentales de cosas que no están en realidad presentes”, de tal manera que logremos formar, a través de ellas,  nuestras propias opiniones acerca del mundo en que vivimos, y dentro del mismo, hacia donde podríamos dirigirnos, de qué cosas podremos alegrarnos, y a cuáles de ellas deberíamos temer. 
Fragmento de una introducción a una edición inglesa de Borges
Imagen: Dibujo de un tigre hecho por Jorge Luis Borges a los 4 años

Wednesday, June 27, 2012

Cuatro grandes narradores



Emmanuel Carballo

1. REVUELTAS, CUENTISTA
José Revueltas publicó dos grandes libros de cuentos que figuran entre los más significativos de la narrativa mexicana de cortas dimensiones: Dios en la tierra (1944) y Dormir en tierra (1960). En este último, que reúne ocho textos, unos escritos en la década de los cuarenta y otros en la de los cincuenta, se mueve en ellos con aterradora destreza de narrador y poeta.
Dormir en tierra, como toda su literatura, es un libro gozoso y dolorosamente terrenal, implacablemente materialista. En él la vida se reduce a “los días terrenales”. Dios ha caído a la tierra y lo han devorado los hombres. De allí arranca, creo, el carácter sagrado que la vida y el hombre tienen en su obra. Supongo al igual que Roger Caillois que lo sagrado suscita en el adulto los mismos sentimientos que el fuego en el niño: “el mismo temor de quemarse, el mismo afán de encenderlo; idéntica emoción ante lo prohibido, igual creencia de que su conquista trae consigo fuerza y prestigio, o herida y muerte en caso de derrota. Y así como el fuego produce a la vez el bien y el mal, lo sagrado desarrolla una acción fasta o nefasta y recibe los calificativos opuestos de puro e impuro, de santo y sacrílego, que definen con sus límites propios las fronteras mismas de la extensión del mundo religioso”.
Los personajes de Revueltas quieren vivir, pero temen que los incendie la vida, que los torne ceniza. Su destino, sin embargo, es el de arder. Pienso en la amante del contramaestre Galindo, el protagonista efectivo de “Dormir en tierra”. Allí se lee: “era hermosa como un relámpago y amaba como si matara, como una criminal que ya no tiene nada en el mundo sino ese amor, suyo hasta el exterminio y la ceniza”. Y más adelante: “ella estaba hecha para amar con esa inclemencia de náufrago, con esa lumbre sin límites, con esa voracidad invasora”. Temen a la felicidad de los instintos, felicidad que identifican con lo prohibido. Cuando la alcanzan se sienten fuertes, superiores, dignos de seguir viviendo; cuando fracasan en este intento se resignan a morir o a que los maten. Lo sagrado (la vida, la aceptación del propio ser) es un mundo de energías; lo profano (la no vida, la enajenación del ser), un mundo de sustancias. Quieren vivir en el mundo de las fuerzas y no en el mundo de las cosas. Aspiran a lo sagrado e intentan no profanar su cuerpo ni la vida que les tocó en suerte vivir.
Los personajes de Revueltas no se distinguen precisamente por la inteligencia: son torpes, anormales o pervertidos. No responden, en otras palabras, a los dictados de lo que comúnmente se entiende por razón: viven en un mundo primitivo gobernado por la magia. Frutos del determinismo, aceptan desde una postura estoica la responsabilidad individual.
Revueltas cree, al igual que Faulkner, que un personaje se muestra con absoluta claridad en una situación sexual extrema. He aquí cómo se manifiestan, en este sentido, sus criaturas: adolescentes que terminarán en ninfómanas; criminales y frustradas de índole sexual; ardorosas mujeres que enloquecen de amor o sucumben a causa de esa misma pasión; niñas en las cuales el ímpetu sexual se manifiesta mediante perversidades que tienen que ver con el espíritu y niñas que al tener conciencia del sexo, al que consideran pernicioso, se suicidan; anormales que añaden al apetito de la carne los placeres del alcohol; prostitutas y chulos; amantes que viven únicamente para recordar la infamia de que fueron víctimas.
Los cuentos, realistas en apariencia, trascienden la vida común y corriente; parten de la realidad próxima y se remontan a la realidad última. Como Faulkner, Revueltas logra superar la realidad de escritores costumbristas y naturalistas mediante metáforas en las que mezcla lo concreto y lo abstracto. Estos elementos, al juntarse, estallan: identifican el plano humano y el plano cósmico.
Decir a estas alturas que los cuentos de Revueltas son más de atmósfera que de anécdota, de introspección más que de acción constituye una obviedad. Las historias que cuenta en ellos son infinitamente pequeñas: se pueden resumir en unas cuantas frases. A Revueltas le interesa calar en las profundidades del hombre. Para cumplir este propósito emplea el punto de vista omnisciente, pero cuidándose de que el lector sospeche que lo sabe todo. La simultaneidad de incidentes que confluyen para iluminar ciertos hechos de la vida de un personaje, los bruscos cambios en el espacio y el tiempo, el oscuro simbolismo con que carga actos e imágenes, el misterio con que diluye la realidad próxima y el misterio implícito en la realidad última, todo ello da a sus textos profundidad, verosimilitud: los vuelve inconfundibles, dignos de lectura y dolorosa relectura. (1962)

2. TEXTOS MUY BIEN ACABADOS
Años pasados, en una de nuestras frecuentes conversaciones, incité al escritor chileno Manuel Rojas a trazar su autorretrato como escritor. Transcribo algunas de sus palabras con rigurosa fidelidad:
Yo soy un hombre de escasa preparación, de escasa escuela. Nunca fui a la universidad, ni siquiera cursé la instrucción secundaria. Creo que lo dado de mí es natural en mí. Poseo la capacidad para ser escritor y dicen que soy un escritor de raza. La verdad es que, entre todo, lo que más me gusta es escribir. Lo hago con agrado. Gozo cuando se me presentan dificultades. Me detengo, espero, no me apresuro, no me pongo rabioso ni me dan ataques de apoplejía como al pobre Flaubert. Escribo con cierta facilidad. Luego corrijo y vuelvo a corregir hasta que estoy conforme, satisfecho. Si hubiera sido ebanista, habría fabricado algunos muebles muy bien acabados. Fui escritor y he procurado escribir en esa forma. Un amigo mío tras oírme hablar de mi propia obra comentó: “Es como escuchar a un carpintero. Hablas de tus libros como si fueran muebles: en forma sencilla, sin vanagloriarte de conocer los estilos, las maderas, las talladuras”. Soy una especie de obrero que escribe libros porque para ello tiene facultades. Y eso me gusta. (1963)
3. MUNDO FASCINANTE Y PELIGROSO
Elena Garro publica en 1964 su libro de cuentos La semana de colores. Sus cuentos pertenecen a la corriente del realismo mágico y nada tienen que ver con las narraciones cortas que por esos años se escribían en México.
Por el tema y la técnica este libro se puede dividir en dos mitades. La primera integrada por cinco cuentos en los cuales los personajes son niños y que, de un modo o de otro, tienen que ver con la autobiografía. La segunda la componen seis textos que presentan personajes adultos y cuentan historias cuyos problemas sólo afectan a personas mayores. En una y otra mitades están presentes las mismas características: la realidad cede sitio a la magia, o por lo menos la comparte; la única finalidad de la vida es ser más vida: es decir, a los personajes sólo les interesa realizarse dentro de sí mismos, desatendiéndose por lo tanto del destino de su colectividad; lo soñado es más real que lo vivido; el pretérito condiciona el presente y anuncia cómo será el porvenir: todo está predeterminado de antemano y nadie puede escapar a su destino; la vida oscila entre el movimiento y la quietud, entre el luchar y el conformarse, y en todos los casos puede más el Nirvana que el cielo de Cristo, la abstención que el empecinamiento; se conoce mejor y más a fondo por medio de los sentidos que de la inteligencia; nadie puede comunicarse con nadie a no ser que las dos personas vivan la “misma hora” y el “mismo día” y sus vidas por un oculto designio coincidan durante más o menos cierto tiempo; como visión del mundo el idealismo siempre será preferible al materialismo.
Los once cuentos coinciden en varios puntos: los personajes de unos y otros desprecian la razón, la lógica, aceptan como única guía posible la imaginación y viven presos en un mundo fascinante y peligroso hecho de supersticiones, consejas y mitos. Unos y otros cuentos están escritos en un estilo coloquial que en algo se parece a la manera con que narran sus historias las viejas sirvientas de las casas acomodadas y los viejos campesinos de las pequeñas aldeas. (1964)

4. EL TUMULTO DE SU ALMA
Al referirse a Ernesto Sábato algún crítico lo aproxima a otros dos narradores argentinos: José Bianco y Manuel Mujica Lainez. Afirma que los tres se han volcado violentamente en sus obras hacia su propia interioridad. Y es cierto, todo escritor que se respeta tarde o temprano termina por asomarse a su yo más profundo. Y, también, practica la operación contraria: se abre al mundo y a los problemas de sus semejantes. La caracterización de Sábato y sus compañeros de equipo de tan genérica resulta superficial.
Sábato al igual que Bianco nace en 1911: Mujica Lainez es de 1910. Por edad pertenecen al mismo equipo; por propósitos realizados o fallidos a mundos distintos y distantes. Mujica busca a su manera, proustianamente, una edad perdida, la de una Argentina más refinada, culta y oligárquica. Su obra es la respuesta de una clase, la clase alta, ante los esfuerzos del peronismo por repartir más equitativamente la riqueza entre los argentinos. Bianco también es nostálgico, pero a su modo. En su obra breve y hermosa no se advierte la nostalgia de una clase desplazada por otra, ni tampoco la terca añoranza de un pasado más digno que el presente, se habla tan sólo de un mundo íntimo en el que se rememoran los goces del amor, los sentidos y una juventud cada vez más lejana.
Enigma, curiosidad, lucha permanente entre contrarios (la razón y la locura, lo objetivo y lo subjetivo, para poner dos ejemplos) son palabras que ayudan a comprender a Sábato como hombre y como escritor.
Estudioso de las ciencias físico-matemáticas (llegó incluso a doctorarse), un buen día, en París, descubre que su vocación más auténtica son las letras. Desde entonces, e incluso antes, se siente disputado por dos fuerzas encontradas: la que lo arrastra hacia un abismo oscuro y la que intenta rescatarlo mediante los poderes del orden y la luz. Así, de la atracción por el surrealismo pasa con el tiempo a una concepción del mundo realista. Así también abandona, en determinado momento, una prestigiosa militancia en el Partido Comunista Argentino y sienta plaza como francotirador que a veces dispara a favor de la lógica y otras a favor del absurdo. Oscilaciones y contradicciones que le han ganado más detractores que simpatizantes.
El propio Sábato, en El escritor y sus fantasmas, explica su actitud: Se me ataca “porque sostengo que el escritor tiene un solo compromiso, el de la verdad total… Alternativamente me atacan desde uno y otro lado por mis actitudes políticas y hasta por la literatura que escribo. Y de ese modo soy considerado como comunista por los reaccionarios y reaccionario por los comunistas. No es una situación confortable ni provechosa. Los comunistas me califican de contradictorio, de pequeñoburgués vacilante, cuando no de individuo que con una literatura irracionalista sirvo, como ellos dicen en su jerga, a los intereses de la reacción… Los reaccionarios, por su lado, que al parecer deberían estar alegres de esos calificativos, me acusan de bolchevique porque estoy por la justicia social y por la liberación de los pueblos miserables. En suma, no encajo ni en un esquema ni en el opuesto”.
Sábato reconoce que es una persona llena de contradicciones y dudas, y cree que ello se debe a que es un novelista y no un pensador ni un sociólogo. “Los filósofos —agrega—, los pensadores tienen la obligación de sostener un sistema coherente de ideas, un esquema unívoco y claro. El novelista, en cambio, expresa en sus ficciones todos sus desgarramientos interiores, la suma de todas sus ambigüedades y contradicciones espirituales”.
El “tumulto de su alma” sólo ha encontrado salida en tres ocasiones, en tres novelas: El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1962) y Abaddón el exterminador(1974). De la primera a la segunda median catorce años, y entre ésta y la última, doce. El porqué de la distancia entre cada una de las novelas encuentra sentido en palabras de Sábato: “No puedo sino escribir sobre las grandes crisis que atravesamos en nuestra existencia, esas encrucijadas en que nuestro ser parece hacer un balance total, en que reajustamos nuestra visión del mundo, el sentido de la existencia en general. Esos periodos son pocos, muy pocos: el fin de la adolescencia, el fin de la juventud, el fin de la vida”. Vistas desde este ángulo, El túnel aborda la crisis de la adolescencia, Sobre héroes y tumbas la de la juventud yAbaddón la de la madurez absoluta, antesala de la muerte.
De la primera a la más reciente, las novelas de Sábato calan en ciertos temas clave, obsesionantes a lo largo de su vida: la soledad, la incomunicación, la lucidez, la locura, la ceguera, el amor (más como imposibilidad de posesión absoluta del otro ser que como deseo compartido y prolongado), el crimen, el suicidio y la muerte natural, la búsqueda de lo absoluto, lo irracional, lo sobrenatural, el sentido de la vida y las preocupaciones básicas y diarias: la del hombre que vive entre los hombres, en un mundo hostil y sin sentido, y que lucha por sobrevivir sin importarle si los medios que emplea son justos o ilícitos.
Toda esta temática, esta problemática, está teñida por una visión melancólica de la realidad. Aquí, en este punto, encuentro similitud con sus compañeros de equipo, Mujica y Bianco. Pero la añoranza de Sábato va más lejos, es ontológica y a veces metafísica. No se interesa únicamente por una clase social o un grupo de hombres exquisitos, se angustia por el hombre en abstracto, al margen de nacionalidad, clase social, talento y oficio, por el hombre que está aquí y ahora y que es, en términos sartreanos, una pasión inútil. La visión del hombre y del mundo aproximan a Sábato al existencialismo francés, al de Sartre. Por cierto, una de las heroínas de El túnel, María, lee a este autor y asimila sus ideas.
El túnel es una novela de breves dimensiones (sobre todo si se le compara con las otras del mismo autor) en que se mueven arrebatos que rápidamente conducen al crimen y la locura, la que de inmediato establece sus propias leyes. Así los personajes, y sobre todo el protagonista, rechazan primero la realidad externa y después se pierden en un túnel sin principio ni fin. Narrada en primera persona y por un pintor delirante, la mecánica de la novela es artísticamente impecable: el peso de la realidad enloquece a Castel, y éste al mirar y juzgar el mundo en que vive lo hace con la cabeza y el corazón de un loco. De esta manera enloquece la realidad y vuelve cuerdo su angustiado mundo subjetivo. Al terminar el libro el lector no distingue la razón de la locura.
Sobre héroes y tumbas técnica y estilísticamente deja muy atrás la obra anterior. Es una novela y algo más, mucho más, que una novela. Rompe con las normas imprecisas del género e inventa nuevos procedimientos estructurales para contar, con el pretexto de una novela de amor (como en El túnel), una anécdota que a su vez se fragmenta en numerosas anécdotas, tantas como personajes significativos aparecen en estas páginas. Desde cierta perspectiva parece un gran mural de la Argentina y los argentinos, de sus problemas, frustraciones y esperanzas. Pero simbólicamente el país crece hasta convertirse en el mundo; y el hombre argentino, visto en sus puntos esenciales, cede su sitio al hombre de nuestro tiempo. La clave de la novela se halla en el inquietante y metafórico “Informe de ciegos” que contiene algunas de las páginas más deslumbrantes y verdaderas escritas en español a lo largo del siglo XX.
Abaddón el exterminador es, hasta ahora, la culminación de la obra de Sábato, su testamento como hombre y artista. Creo, también, que será su última novela. ¿Qué podría escribir, me pregunto, después de esta novela en que resume la vida entera de un hombre, él mismo, y del mundo en que le tocó vivir? Si pudiera, la única novela válida sería aquélla en que relatara, en vivo, su propia muerte.
Aquí Sábato una vez más, y con mayor perfección, retoma sus temas preferidos, convive con algunos de los personajes de sus obras anteriores e insiste en sus obsesiones fundamentales. Insiste, también, en que no hay respuestas a las preguntas en que ha venido insistiendo de 1948 a 1974.
La estructura es sorprendente ya que rompe con las leyes que él mismo había inventado en las dos obras precedentes. Se puede decir que es una novela, existen argumentos para probarlo, pero asimismo se puede decir que es algo diferente, sin etiqueta por el momento, que unifica en un todo homogéneo prosa narrativa y ensayo, autobiografía y memorias, arte y ciencia, moral y política, juicios y profecías. Y unido todo por un artista, un gran artista que se avergüenza de su propia sabiduría. (1974)

De la Revista de la Universidad de México, Mayo/2012
Fotos: José Revueltas, Manuel Rojas, Elena Garro, Ernesto Sábato




Tuesday, June 26, 2012

Jon Lee Anderson: “Casi cancelé la cita que reveló la tumba del Che”






Roberto Navia Gabriel



En una fosa había siete cuerpos. Seis estaban tirados promiscuamente, uno encima del otro. El séptimo, recostado boca arriba con cierta dignidad, con una campera tipo militar puesta sobre su cabeza y con las manos cercenadas quirúrgicamente apuntando al cielo.
Jon Lee Anderson vio esos cuerpos aquel 28 de junio de 1997 y ahora, desde Inglaterra, rememora el día en que se topó de frente con los restos de Ernesto Che Guevara y con los de sus compañeros de guerrilla, con los que había compartido una fosa común durante 28 años.
Jon fue el periodista que en 1995, a través del New York Times, sorprendió con la noticia de que el general boliviano Mario Vargas Salinas le había revelado que Guevara estaba oculto bajo la pista de Vallegrande. También fue el que 17 meses después de las excavaciones, desde Miami, llamó a su hermana mayor para decirle: “Lo siento, no puedo ser testigo de tu boda porque los restos del Che reclaman mi presencia”.  Habían encontrado al guerrillero, Jon se estremeció y tomó un vuelo a Bolivia.

¿Qué significó revelar el lugar y después encontrarte con el Che? - Me marcó mucho. Fue más que el descubrimiento de un secreto. No solo destapó lo que había pasado con el Che y sus compañeros - algunos caídos en combate y otros asesinados-,  sino que ayudó a destapar lo que había pasado con muchas otras personas desaparecidas en Bolivia. Ayudó a zanjar esa etapa de las desapariciones forzosas, los asesinatos políticos y mucha gente empezó a saber lo que había pasado con sus seres queridos y los restos. Desde ese punto de vista, fue una experiencia muy conmovedora. Me sentí bien al haber incursionando en una especie de actualidad y de historia.

¿Cómo es que llegas a saber dónde estaban los restos del Che? -Estaba dos meses ya en Bolivia, entrevistando a todo el mundo que tenía que ver con la gesta del Che, con excomunista, exguerrilleros, militares, analistas, personas que me podían arrojar alguna luz de lo que había sido la vida y la muerte de Guevara. Estaba muy cansado, había concertado la entrevista con el general Mario Vargas Salinas, creo que era sábado, la verdad que estaba cansado y casi cancelé la entrevista porque no veía que Vargas Salinas tenía algo que ver directamente. De hecho, nunca conoció a Guevara en vida. Su papel, creo, fue el aniquilamiento de la segunda columna del Che, de Joaquín y de Tania en el río Masicurí, unas seis semanas antes de la muerte de Ernesto. Es más, había escrito un libro que tituló algo así como El león del Masicurí, todo para él mismo. Pensé que iba a ser un militar más, capaz de sacar pecho y no decirme nada
- Pero fuiste.

- Al final fui a la entrevista. Vargas Salinas me citó en su quinta, en las afueras de Santa Cruz. Nos sentamos en el jardín, una mujer, empleada suya, nos trajo un café. Resultó ser un hombre cincuenta y pico de años, bastante afable, muy distinto a los otros militares que había conocido. Fuimos hablando de todo, él contó su historia, sobre todo esa  gesta del Masicurí. Se me ocurrió preguntarle sobre uno de los guerrilleros (Freddy Maimura), cuyo destino nunca se había sabido. Aceptó que lo habían ejecutado los militares. Eso abrió una mayor afinidad, sentí que yo estaba con un hombre que había pasado la etapa de los secretos, de las ideologías y que quería dejar las cosas bien. Un militar orgulloso de su rol en esa gesta histórica, pero que tampoco quería guardar secretos desagradables.
Lo entrevisté durante tres horas. Cuando terminé no se me ocurrió ninguna otra pregunta, me levanté de la mesa y en eso hice clic, la matemática interior. Me dije dentro de mí: este hombre me ha dicho que estaba en Vallegrande la noche que el cuerpo del Che estuvo expuesto ahí y que luego el mismo desapareció. Vargas Salinas tiene que saber dónde están los restos de Guevara. Prendí la máquina otra vez y le dije: “General, por si acaso, qué pasó con el cuerpo del Che?” Me mira y me dice: “Chico, yo te quería hablar de esto. Está enterrado bajo la pista aérea de Vallegrande”. Guao, y comienza a dar una serie de detalles. De cómo lo habían sacado de la lavandería donde lo habían expuesto, que habían recibido la orden de enterrarlo, de desaparecerlo antes de que llegara el hermano del Che a identificarlo y a llevar sus retos al día siguiente, y cómo habían ido con una pala mecánica a una parte de la pista aérea de Vallegrande, que habían cavado una fosa y que ahí habían tirado el cuerpo del Che y a los demás que estaban con él. Lujo de detalles. Eso fue en 1995, creo que por octubre.

- ¿Qué hiciste con ese hallazgo? - Me di cuenta de que no podía guardar esa información para publicarla en el libro sobre el Che que no había ni comenzado a escribir. A los dos días me la publicaron en el New York Times como portada, la misma que decía algo así como Un general boliviano lo dice todo después de 28 años. Aparece la tumba del Che Guevara.

- ¿Cuál fue la primera reacción después de la revelación? - Cuando salió la publicación en el New York Times yo ya estaba en La Paz. Esa mañana me despertó la llamada de una periodista boliviana. Yo estaba hospedado en el hotel Copacabana, en el mismo cuarto donde se había quedado el Che hacía 28 años. ¿Señor Anderson, me dijo la periodista, qué dice respeto al  desmentido de Vargas Salinas? Después me pasaron un fax en el que el general negaba lo que me había dicho sobre el paradero del guerrillero. Yo me sentí en la necesidad de llamar a una conferencia de prensa, porque comenzó una avalancha de insinuaciones, yo tuve que reafirmar lo que había publicado, pero intuí que Vargas Salinas estaba en aprietos. En esa conferencia dije que Vargas era un hombre patriota, sincero y que me parecía que el comunicado, si bien estaba firmado por su puño, parecía ser influenciado por unas manos ajenas, refiriéndome a los militares, que para entonces ya se estaba filtrando información de que estaba muy enojado.

- Y los políticos, ¿qué dijeron? - Gonzalo Sánchez de Lozada, que era el presidente de Bolivia, dijo que escuchó decir que mi persona había sacado la información a Vargas Salinas de whisky en whisky, cosa que no era cierto, porque fue entre café y café. El general no solamente no estaba ebrio, sino que habló como un hombre que no tenía ninguna cosa que temer y dije que lo había grabado todo, y acto seguido yo saqué la grabación que tenía en mi calcetín y la mostré a los periodistas que asistieron a la conferencia de prensa. Creo que era el día que el presidente abolió el secreto militar, era la primera vez que los bolivianos sabían que había secreto militar en torno a la ubicación de los restos del Che. Sánchez de Lozada confirmó la conformación de una comisión cívico-militar para ubicar los restos del Che.

- ¿Cómo era el ambiente en aquel momento? - Era un ambiente muy fuerte, viajé a Vallegrande, llegaron los altos mandos militares, incluyendo algunos que pelearon en contra de Guevara. Lo más curioso era que nos quedamos todos en el mismo hotel y alguno que otro me miraba de reojo en el desayuno, hasta hubo uno que me preguntó, ¿cómo es que le sacaste eso a Vargas Salinas? Luego supimos que a Vargas Salinas lo tenían bajo arresto domiciliario, lo trajeron a Vallegrande, lo hicieron caminar por la pista aérea (flanqueado por dos generales iracundos), con un pie dentro de la avioneta. Dijo que después de 28 años no podía recordar el lugar y luego se fue y nunca lo vi. Llegaron antropólogos forenses, unos italianos con georradar, era un trabajo de salir y probar su suerte. Duró 17 meses la búsqueda, con los militares intentando en todo momento incomodar, pero finalmente se logró dar con el Che y efectivamente estaba en la pista de Vallegrande.

- ¿Cuánto tiempo te quedaste en Valle Grande?, ¿Estuviste el día del hallazgo? - Estuve seis semanas más. Regresé a casa para Navidad porque había estado dos meses fuera. Recuerdo que después de dos semanas de búsqueda se cayó el tema, los generales empezaron a mover sus sables y supimos que se marchaban a La Paz para plantearle al presidente que hasta aquí no más la búsqueda. Antes habían llegado ex soldados veteranos de Ñanacahuazú para quejarse que nunca habían recibido pensiones después de casi 30 años, y ellos estaban enojados y algunos me amenazaron. El Viceministerio del Interior me tuvo que poner protección unos días; había un ambiente caldeado.
Esa noche, cuando se marcharon los generales a La Paz, llegaron dos o tres campesinos y se presentaron ante Loyola Guzmán, que era la única ex-guerrillera del Che que había sobrevivido. Le dijeron que sabían dónde hay muertos y la llevaron a tres km del pueblo, a un barranco, donde se encontraban seis guerrilleros enterrados, casi a ras del suelo.
Cayó la noticia como una bomba. Con eso revivió la búsqueda porque era la prueba de que había gente ilegalmente asesinada y enterrada en la zona. Llegaron forenses cubanos y yo me marché a casa. Quedaron que me avisarían tan pronto como lo encuentren. Fui a España, donde vivía, terminé la biografía del Che, hice viajes a todas partes y después fui a Miami, de gira promocionando mi libro. Ahí me amenazaron de muerte por escribir sobre Guevara. Yo tenía que ir de ahí a Nueva York para ser testigo de boda de mi hermana mayor. Pero me llamó desde Vallegrande Alejandro Incháurregui, el jefe de los forenses argentinos y me dijo: “Jon, lo hemos encontrado, ven. No le vamos a decir a nadie hasta que llegues”. La llamé a mi hermana y le dije: “Lo siento, no puedo ser testigo de tu boda porque los restos del Che reclaman mi presencia”.

- ¿Cómo fue tu ‘contacto’ con el Che? - El Che estaba a seis metros del último hueco cavado en 1995 antes del abandono de la excavación. Había una fosa que habían cavado y seis cuerpos ahí, cinco tirados promiscuamente, uno encima del otro, y el sexto recostado boca arriba, con cierta dignidad, con una campera tipo militar puesta sobre su cabeza y con las manos cercenadas quirúrgicamente como apuntando al cielo. Me dijeron que ya le habían hecho las pruebas, que encontraron tabaco en el bolsillo y yeso con el que le hicieron la mortaja, (hicieron una máscara antes de desaparecerlo). Se me estremeció el cuerpo al verlo. Era la comprobación de un hombre que fue asesinado y de pronto estaba ahí su cuerpo. Fue muy dramático. Al día siguiente, el New York Time sacó la noticia diciendo que después de 28 años el Che Guevara parece estar muerto.

- ¿Siguió en contacto con el general Vargas Salinas? - Me olvidé decir que luego de mi conferencia de prensa en La Paz, mandó otro fax diciendo que lo que había dicho era cierto. Pero nunca nos vimos. Yo temía por su integridad. Nunca más supe de él.


   Perfil  
Cronista que depende del asombro  Nació en los EEUU en 1957, pasó parte de su infancia en Colombia, donde aprendió el español, que domina con la inquietante pericia de los agentes dobles, y vivió varios años en Corea, Taiwán e Indonesia, donde entendió que las culturas distantes pueden ser una forma de naturalidad. El futuro cronista creció al lado de una madre escritora que preparaba guisos con ingredientes de varios países y un padre que desempeñaba un cargo diplomático...  La familia se acostumbró a ser feliz en cambiantes circunstancias. Lejos de crecer como un desadaptado, el hijo se convirtió en un entusiasta de los viajes y desde muy joven adquirió el hábito de memorizar atlas. Uno de los sellos del cronista es el dominio  de los datos precisos. Los viajes son su territorio, entre junio y septiembre de 2005 cruzó el Atlántico 18 veces, una cuota normal en su género de vida. En Bagdad, donde cubrió la guerra, reservaba cuartos en tres hoteles porque uno de ellos podía ser bombardeado esa noche.
* (Extractos del prólogo El Americano impaciente, escrito por Juan Villoro en el libro de Jon Lee Anderson, El Dictador, los demonios y otras crónicas, que se publicó en Anagrama)


Publicado en El Deber (Santa Cruz de la Sierra), 24/06/2012
Foto: El Che yace muerto en La Higuera

Monday, June 25, 2012

IN THE ARCHIVES/ THE WIDOW’S PEAK


                   

Aleksandr Solzhenitsyn, the most important political novelist of the twentieth century, died on August 3, 2008, at the age of eighty-nine. A couple of weeks after his burial, at the Donskoi Monastery, in Moscow, the Russian government ordered that Ulitsa Bolshaya Kommunisticheskaya—Big Communist Street—be renamed in his honor. A sly, even cynical gesture, considering Vladimir Putin’s early career. On the same street, a plaque describing the bare outlines of Solzhenitsyn’s achievement was placed next to a McDonald’s.
The writer’s widow, Natalia Solzhenitsyn, bears these ironies of history with wry patience. Last week, she came to BookExpo America, at the Javits Center, to describe a far more important memorial project––the ongoing development of a proper archive containing everything from Solzhenitsyn’s childhood crucifix to thousands of manuscript pages written in his hand, including a complete manuscript of “The Gulag Archipelago” that friends kept buried for twenty years in the Estonian countryside, out of the reach of the K.G.B.
During their thirty-five years of marriage, Natalia Dmitriyevna served as her husband’s first reader, editor, assistant, cook, driver, researcher, and (because Solzhenitsyn was a kind of literary monk) conduit to the earthly realm of agents, publishers, journalists, lawyers, and politicians. She also raised three sons because, she said jokingly, “the way Aleksandr Isayevich saw it, they would just grow up on their own.”
At seventy-two, Natalia Dmitriyevna is a handsome woman with high cheekbones, intense, intelligent eyes, and wintry, swept-back hair. As thousands of conventioneers wheeled around the vast hall, she showed slides of some of the exhibits being collected in the archive. Solzhenitsyn trained as a mathematician, and his mind ran to the systematic: he was a man of files, boxes, catalogues, labelled envelopes. And because he had suffered years in prison and internal exile, writing under the constant surveillance and harassment of the K.G.B., his gift for scrupulous, almost fanatical organization was a matter of survival––both for him and for his work. Solzhenitsyn is one of the last major writers to leave behind a vast archive of handwritten manuscripts. (His successors will bequeath their hard drives, if they dare.)
Natalia Dmitriyevna described just a few items in the archive: A childhood manuscript on which Solzhenitsyn had written “Volume One of the Collected Works.” His I.D. card for the Soviet Army. An unfinished novella called “Love the Revolution!,” written while he was in prison. His padded jacket from the Gulag. A rosary that he used to help him memorize poems. An official document issued after his imprisonment, saying that his sentence had been overturned “for lack of evidence of a crime.” A typescript of the novel “In the First Circle.” Work over forty years on an expansion of the Russian dictionary. A book of poems from Anna Akhmatova, inscribed, in 1962, “To A. Solzhenitsyn, In the days of his glory.” His 1970 Nobel Prize medal, which he was unable to collect until four years later, when the Kremlin forced him onto a plane to Germany and into exile.
Natalia Dmitriyevna lived her life with Solzhenitsyn as if in a foxhole: the foxhole of persecution in Moscow, and the foxhole of isolation and common purpose in the United States. During their years in America, 1976 to 1994, in the remote town of Cavendish, Vermont, she learned English. Through her sons––Yermolai, Ignat, and Stephan––she learned a little about the Red Sox and about rock and roll. It is fair to say that her husband did not. In eighteen years, he barely left the property. He worked. And she worked alongside him, an integral part of his creative process. All the while, Solzhenitsyn believed that the Soviet Union would collapse and that he would return home.
“In 1979, when the Soviet war in Afghanistan began, some of our friends in Moscow and St. Petersburg were arrested and a new darkness descended in the Soviet Union,” Natalia Dmitriyevna said. “Even then, Aleksandr Isayevich would say, apologetically, even as we were discussing where he would be buried in the West, ‘You are right: I can see no fact that supports any notion of my returning home. And yet, while I’m not trying to be prophetic, I also know that I will return. I see it.’ ” In 1994, Solzhenitsyn returned to Russia, and spent his last years in a house in the woods outside Moscow. He worked until the final days of his life.
“There are two facts of my new life,” his widow said. “On the one hand, when I’m working with these texts, when I am reading words written in his hand, I feel that I am with him. That life seems to continue. But even now I have a physical sense of grief, of loss, that can be set off by the most banal thing. The sight of his toothbrush, say, triggers this intensely painful feeling. And yet I live mainly in this happy circumstance, the sense of being with my husband until the end of my days.” ♦
Publicado en The New Yorker, 18/06/2012
Imagen: Natalia Dmitriyevna

Friday, June 22, 2012

Leningrad, los Sex Pistols de Rusia, o acaso de la URSS

Por Gabriel Magnesio

Los bloques de cemento barato están lejos de cualquier centro. Aquí no hay más que bloques, supermercados, estaciones de servicios, una empresa tercerizada que fabrica maniquíes, el motel Paradise y, en un centro imaginario, un Mc Donald’s.
El invierno se instala y hay cambio de horario. A las 5 de la tarde, el cielo baja, oprime y duele. Se prenden las luces detrás de las cortinas rojas, dentro de la inmensidad gris de los monoblocks.
Esta mañana, un hombre, más de 40, está sentado en el banco de esta plaza soviética. Tiene las manos entrelazadas, los hombros caídos, pocos dientes. Mira como caen las hojas de los árboles. Espera, me dice, que abra el supermercado para comprar su dosis de vodka barato para, al fin, empezar el día.
Los descampados, alrededor de los bloques grises, son las camas improvisadas donde las jóvenes bálticas pierden la virginidad. También hay juegos para niños de metal herrumbrado y, cuando nieva, viejos esquíes soviéticos, maltrechos, abandonados.
Al costado de la larga avenida congestionada y silenciosa hay gente que espera el ómnibus y mujeres que esperan al cliente. Hay un cartel gigante que anuncia un concierto de Leningrad, aquí, en el barrio de Seskine, periferia de Vilna, capital de Lituania.
Los Leningrad Cowboys son el peor grupo de la historia. Un grupo de rock finlandés inmortalizado en una película de Aki Kaurismäki. Pero Leningrad es el célebre grupo punk de San Petersburgo, los Sex Pistols del país más grande del mundo.
Creado en 1997, Leningrad fue prohibido oficialmente por el intendente de Moscú Yuri Luzhkov. Los textos eran considerados indignos para la imágen de la Gran Rusia. «La música de Leningrad es mas bien primitiva», me escribe Aliona, una amiga rusa de París. «El grupo es, sobre todo, un fenómeno. Al principio, su música se asemejaba a la de los prisioneros de los gulags. Luego crearon el rock ruso y triunfaron. En 2003 fueron galardonados por Muz TV, la MTV rusa».
En pleno apogeo, el líder, Sergéi Vladimirovich Shnurov, disolvió el grupo. «Leningrad estaba condenado al éxito gracias a sus textos provocativos», dice Aliona. «Sobre todo en nuestro país, donde todo esta prohibido y la primer respuesta es N(i)ET (no), herencia de la época soviética».
Leningrad escupe canciones satíricas, crudas y cínicas, «repletas de malas palabras, adoradas en Rusia, pero mal vistas si son dichas en público», dice Aliona. «El grupo tiene el humor de la mediocridad del hombre ruso básico: la rutina de millones de personas que se sienten perdedores».
Esta noche es el concierto de Leningrad. Los 14 músicos de la banda suben al escenario.
Sergéi tiene 38 años, parece de 60. Nació en Leningrado, antigua y actual San Petersburgo, en tiempos de la URSS. Tiene la fama de ser un líder carismático, enfant terrible, borracho, un tipo chic, visceral, perezoso –y francotirador despierto.
Sergei, dicen, canta horrores desde hace más de una década en cuevas de su ciudad. Sus conciertos son lo mas parecido a The Rocky Horror Picture Show. Leningrad es un amasijo grotesco, felliniano, cáustico hasta la exasperación.
Esta tarde, ahora, junto a mi guía lituana, saludo a Sergei, el líder, en el último piso de un hotel de Vilna. Sergei no habla inglés.
–¿Qué le inspira la figura de Lenin?
El representante de Sergei no reacciona, traduce apenas dos palabras. Sergei escucha el apellido.
–¿Lenin?
El representante traduce las dos palabras que escupe Sergei: «No veo la asociación…».
El representante no habla bien inglés. Tampoco entiende que yo no hable ruso. Repregunto, pero el traductor no traduce. Lenin se cae al agua.
–Los Sex Pistols quemaron a la Reina. ¿Cómo es la versión rusa de sex, drugs and rock and roll?
El representante traductor mira su celular. Traduce al ruso. Sergei se afina la voz, tose, pone cara de sorpresa y responde, se extiende. El representante dice: «Que los Sex Pistols piensan en drogas y que él no tiene nada que ver con las drogas».
Al traductor lo noto cansado y sin ánimo de esforzarse.
-¿Sí en sexo y rock and roll?
«No drug», repite el representante.
-¡¡Drugyyy… !! –grita Sergei.
«Otro tipo de droga», aclara el representante.
Se refieren al zapoi, la borrachera rusa. Un viaje de varios días por el precipicio, cargando litros de vodka cristalino.
La voz de Sergei tiene algo de oso, de modorra infinita. «Una cosa es como las personas hablan en la realidad. Nosotros hablamos como las personas no hablan, pero quisieran».
–¿Sos una referencia del under y de la sociedad rusa?
Un amigo de Sergei interrumpe. Anuncia que tiene una idea y mira a mi guía con ganas. Le pregunta si habla lituano. Propone reemplazar al representante traductor. Minutos antes, el tipo decía que había sido compañero, en la facultad de ingeniería de Moscú, del hijo de un narco del cartel de Cali.
-¿Saben cuál es mi idea? Conozco a alguien que habla perfecto el ruso y la lengua local. Tal vez sea mejor para poder entrar en los detalles que el inglés nos impide.
Llama al mozo, que es ruso y habla lituano, y le explica lo que debe hacer. El mozo se resiste, pero el tipo le agarra el brazo. Parece retarlo. El mozo consiente, derrotado.
–¿Se siente un referente político del under ruso?
Mi guía traduce al lituano y el mozo traduce al ruso, mirando al amigo de Sergei. El mozo no sabe quién es Sergei Shnurov, uno de los hombres más conocidos de Rusia.
–Ya no… -responde Sergei.
Repregunto.
–Hace 5 años, sí.
–¿De Rusia o del under?
Nadie traduce.
–¿Cómo es provocar en Rusia?
El mozo parece desconcertado frente a la pregunta. Sergei balbucea y calla.
–¿Qué le inspira Limonov?
–Un buen escritor.
–¿Y como político?
Se ríen.
–Un buen escritor -dice Sergei, condescendiente.
Eduard Limonov es un ruso discutido y distinguido. Un dandy que mezcló la ortodoxia y el bolchevismo. Además de escritor exitoso, dirige el partido Nacional Bolchevique, un grupo radical opositor a Putin.
En sus libros, Limonov se sienta una tarde en New York a tomar vodka en un banco de una plaza con otro ruso, pintor abstracto en Moscú, pintor de edificios en N.Y. Y sentencia :
«Algunos nacen cubiertos de plata. Otros, con pija y cuchillo».
«La imagino en un departamento sórdido de la periferia de Moscú, titubeante, con olor a alcohol, la concha al aire. La imagino cogida por dos rusos del barrio».
«Me gusta seducir pero soy irremediablemente monógamo. Si todas las mujeres fueran ninfómanas, la vida en la tierra sería mas divertida».
Cito a Putin: «Aquel que quiere restaurar el comunismo no tiene cerebro. Aquel que no lo extraña, no tiene corazón».
El representante juega con su celular. Tiene el vaso vacío, se bajó de un trago el whisky con coca.
El mozo sigue parado. Había rechazado la oferta de sentarse. Solo se apoya contra la silla.
–En Rusia no hubo comunismo. Putin debía referirse al comunismo cubano o chino –dice Sergei.
–¿Qué había en Rusia?
–Una monarquía. Durante muchos siglos.
Le pregunto como se sientieron sus padres el 5 de marzo de 1953, cuando murió Stalin.
Se ríen. Me dice que sus padres en el 53 tenían 3 años.
–¿Qué hacían sus padres?
–Mi madre trabajaba con máquinas electrónicas para cortar y mi padre con medios. Todos eran ingenieros de la Unión. Entre los dos crearon un muro de defensa contra los americanos, contra el capitalismo.
«A Sergei le gusta desnudarse en el escenario, mostrar el pene. Por eso sus conciertos están prohibidos. Por eso el público los considera mártires», escribe Aliona, desde París, e insiste: «Leningrad es el portavoz del hombre simple que quiere vivir tranquilamente, coger con su amante, evitar el sexo con su esposa fea, trabajar lo menos posible, tomar lo más que pueda frente al televisor. Ese hombre solo sabe expresar su personalidad por medio de malas palabras, sobre todo en ruso, como en las canciones de Leningrad».
–¿Cómo cree que sería su vida si siguiera esa monarquía? A los disidentes los encerraban en los hospitales psiquiátricos o en los gulags… ¿Quien le dio a usted la autorización de ser poeta?, preguntaba en esa época la KGB.
Silencio. Piensa.
–La pregunta no es precisa. La URSS fue distinta en los ‘50, ‘60 y ‘70. Pero si existiese la URSS, lucharía por ella si hubiese una tercera guerra mundial.
Ese periodo era la edad de oro de las variétés rusas. Klavdia Chouljenko y Marc Bernes eran vedettes de los años de guerra. Edita Piekha, Iossif Kobzon, Alla Pougatcheva, Sofia Rotaru y Lev Lechtchenko. Mouslim Magomaiev. Voces veneradas por el pueblo ruso. Y por Sergei.
–¿Lucharía hoy por Rusia?
Sergei escucha el consejo de su amigo y responde:
–Me rendiría de una vez.
Sergei adhirió en 2010 a las manifestaciones en favor de la liberación de dos bielorrusos encarcelados por un poema que el presidente Lukashenko no apreció. Los presos no fueron liberados.
–¿Le podría pasar a usted en Rusia? ¿Ser encarcelado por una canción?
–Por una canción, no, pero por todo un album, sí.
–¿Pero sigue libre?
–No voy a hacer más discos…
–¿Cuáles fueron las reacciones ante su versión del himno nacional ruso?
–No me acuerdo de esa canción.
Silencio.
–Ah… no era el himno de Rusia, sino el de la URSS. En la actualidad, todo es provocación. Una mujer con burka es una provocación. Una mujer sin burka es una provocación. Cualquier cosa que hagas es una provocación.
El ultimo hit de Leningrad se llama «Un dulce sueño ». La corista grita: «Me gusta cuando tu enorme pija esta dentro de mí. Quiero que solo sea mía. Pero… sé que solo es un sueño».
–¿Leningrad es sinónimo de provocación?
–Lo más seguro es que sí –responde Sergei, dubitativo o aburrido–. Muchos quisieran ser un héroe de un cuento de hadas. Pero cuando ves al diablo, ya no quieres ser un héroe –traduce el mozo ruso, asustado o indiferente, secuestrado por esta conversación a golpes.
–Los clips de Leningrad caricaturizan al marginal. ¿Ustedes son marginales o la caricatura cínica del marginal?
–La gente que piensa que soy cercano al pueblo se equivoca.
¿Su vida es heroica? –pregunto, y el mozo-traductor se asusta de nuevo.
–Soy el héroe de un cuento que escribo yo mismo. Pero el pueblo ve lo que está sucediendo ahora: una traducción del ruso al lituano, del lituano al inglés, del inglés al español. Todas las personas terminan la vida en la puta mierda.
–¿Qué piensa de la muerte de la periodista Anna Politkovskaia?
–No traten de acercarse a mí como a Putin porque ésa no es la situación. No pienso en una persona en particular, pero sí le caigo gordo a alguna gente por las cosas que hago. Y la gente que hace cosas tiene enemigos.
–¿Cómo se imagina en 20 años?
–Ya no cantaré.

De el puercoespín. 06/2012


Imagen: Leningrad Cowboys Go America, film de Aki Kaurismaki (1989)/Afiche finlandés