DANIEL MOCHER
París
suite: 1940, de José Carlos Llop, deliciosa intriga sobre los turbios años de
dandi sablista y estafador sin escrúpulos que César Gonzalez-Ruano vivió en el
París de la ocupación nazi. Venta de salvoconductos y pasaportes a judíos
necesitados, timos con obras de arte falsificadas, cualquier inmoralidad
resultaba pequeña con tal de proseguir con un tren de vida que cruzaba las
noches parisinas cargado de joyas, lujo, champán y mujeres. Tras la guerra fue
condenado en Francia, in absentia, a veinte años de trabajos
forzados por “inteligencia con el enemigo”, pena que nunca cumplió por haber
logrado regresar a España en 1943.
Pienso en
mi familia ucraniana y en las diferentes formas que hay de comportarse ante una
guerra. Sergei, Irina y Tania lo perdieron todo, salieron de Járkov con lo
puesto y poco más. Sus coches, los pisos recién reformados, la dacha, los
negocios, familia, amigos, toda quedó en suspenso, esperando la bomba que
hiciera blanco y ruina de todo aquello que una vez fue su vida. Lo fácil es
estropearse, volverse medio loco, dejar a un lado ética, vergüenza y
miramiento, arrasar con todo cuanto se ponga a nuestro paso. Pero
ellos son buena gente, están del lado correcto, del de las víctimas que vuelven
a salir adelante sin hacer ruido ni aspavientos, como si nada, por no molestar,
lo que llevan haciendo desde tiempos inmemoriales sus antepasados, han vuelto a
empezar aquí desde la honradez y la alegría, siempre con una sonrisa en la
boca, trabajando duro por hacer realidad sus sueños, sin desfallecer. Son
víctimas pero no se rinden. Aman la vida con locura. Dice Sergei que solo hay
una vida, y luego Dios dirá.
Jamás
harían como la ajedrecista que en Dagestan envenenó recientemente a su rival
untando con mercurio sus piezas y su parte del tablero. Jamás. Pongo la mano en
el fuego por ellos. No son de esa calaña. Tampoco tendrían la actitud que
mantuvo César González-Ruano en el París tomado por los nazis, ni la de Maurice
Sachs, escritor judío delator de judíos. Mis ucranianos son otro tipo de
personas, de otra pasta, de las que vale la pena conocer y hay que cuidar en la
medida de lo posible. Cuando he necesitado algo, siempre han estado ahí. Solo
puedo reprocharles el poco español que han aprendido en todo este tiempo junto
a nosotros. Pero ese es un mal menor y tiene remedio.
Esta tarde
vendrá Sergei a tomar algo y volverá a hablarme de los murales que pintaba su
padre cuando la URSS, me contará que los mongoles, ante la falta de sal, ponían
pedazos de grasa de cerdo entre la silla de montar y el caballo para que fuese
curándose con la sal del sudor de sus corceles durante el trote estepario, de
los frutos que cogían en el campo de su infancia en Jarkóv para hacer licores o
mermeladas, me dirá que de joven aprendió boxeo con un profesor judío y
posiblemente nombraremos a Isaak Bábel, Odessa, el mar de Azov, su amada
Crimea, de paisaje tan parecido al de Valencia, dirá, hablaremos del samagon que
destilaba Tania, de cuando esquiaban por los Cárpatos rumanos, del viaje a
Israel para acompañar a su ahijado por un implante coclear, de cuando trabajó
en Arabia Saudí compartiendo piso con trabajadores filipinos y el día de cobro
comían montañas de cangrejo maridado con whisky en cantidades industriales.
Volverá a
hablarme de todas esas cosas, de todo aquello que había ignorado de mi pasado
hasta hace bien poco, de una parte fundamental de mí, de la parte eslava de mi
vida que yo desconocía. Le hablaré de su lado mediterráneo, de mi infancia, de
ese lado latino de su infancia, entre arrozales, olivos y naranjos, muy cerca
de la costa valenciana, que él, hasta hace un par de años, no podría imaginar,
no sabía. Brindáremos al final de la tarde, mientras se anuncia sutil el otoño
con signos tan claros que son difíciles de ver si falta la atención, cuando la
brisa refresca y anuncia postrimerías, y la sombra obliga a entrar en casa a
por algo de ropa para seguir la conversación, brindaremos, decía, por todas las
cosas que en estos días morirán solo para regresar como nuevas, como nunca, tal
vez la paz, alguna tórtola malherida, el júbilo, el deseo, unas migajas de amor
son suficientes, con eso bastará, para el próximo verano.
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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor