Wednesday, August 28, 2024

Valencia suite: 2024


DANIEL MOCHER

 

París suite: 1940, de José Carlos Llop, deliciosa intriga sobre los turbios años de dandi sablista y estafador sin escrúpulos que César Gonzalez-Ruano vivió en el París de la ocupación nazi. Venta de salvoconductos y pasaportes a judíos necesitados, timos con obras de arte falsificadas, cualquier inmoralidad resultaba pequeña con tal de proseguir con un tren de vida que cruzaba las noches parisinas cargado de joyas, lujo, champán y mujeres. Tras la guerra fue condenado en Francia, in absentia, a veinte años de trabajos forzados por “inteligencia con el enemigo”, pena que nunca cumplió por haber logrado regresar a España en 1943.

Pienso en mi familia ucraniana y en las diferentes formas que hay de comportarse ante una guerra. Sergei, Irina y Tania lo perdieron todo, salieron de Járkov con lo puesto y poco más. Sus coches, los pisos recién reformados, la dacha, los negocios, familia, amigos, toda quedó en suspenso, esperando la bomba que hiciera blanco y ruina de todo aquello que una vez fue su vida. Lo fácil es estropearse, volverse medio loco, dejar a un lado ética, vergüenza y miramiento,  arrasar con todo cuanto se ponga a nuestro paso. Pero ellos son buena gente, están del lado correcto, del de las víctimas que vuelven a salir adelante sin hacer ruido ni aspavientos, como si nada, por no molestar, lo que llevan haciendo desde tiempos inmemoriales sus antepasados, han vuelto a empezar aquí desde la honradez y la alegría, siempre con una sonrisa en la boca, trabajando duro por hacer realidad sus sueños, sin desfallecer. Son víctimas pero no se rinden. Aman la vida con locura. Dice Sergei que solo hay una vida, y luego Dios dirá.

 

Jamás harían como la ajedrecista que en Dagestan envenenó recientemente a su rival untando con mercurio sus piezas y su parte del tablero. Jamás. Pongo la mano en el fuego por ellos. No son de esa calaña. Tampoco tendrían la actitud que mantuvo César González-Ruano en el París tomado por los nazis, ni la de Maurice Sachs, escritor judío delator de judíos. Mis ucranianos son otro tipo de personas, de otra pasta, de las que vale la pena conocer y hay que cuidar en la medida de lo posible. Cuando he necesitado algo, siempre han estado ahí. Solo puedo reprocharles el poco español que han aprendido en todo este tiempo junto a nosotros. Pero ese es un mal menor y tiene remedio.

 

Esta tarde vendrá Sergei a tomar algo y volverá a hablarme de los murales que pintaba su padre cuando la URSS, me contará que los mongoles, ante la falta de sal, ponían pedazos de grasa de cerdo entre la silla de montar y el caballo para que fuese curándose con la sal del sudor de sus corceles durante el trote estepario, de los frutos que cogían en el campo de su infancia en Jarkóv para hacer licores o mermeladas, me dirá que de joven aprendió boxeo con un profesor judío y posiblemente nombraremos a Isaak Bábel, Odessa, el mar de Azov, su amada Crimea, de paisaje tan parecido al de Valencia, dirá, hablaremos del samagon que destilaba Tania, de cuando esquiaban por los Cárpatos rumanos, del viaje a Israel para acompañar a su ahijado por un implante coclear, de cuando trabajó en Arabia Saudí compartiendo piso con trabajadores filipinos y el día de cobro comían montañas de cangrejo maridado con whisky en cantidades industriales.

 

Volverá a hablarme de todas esas cosas, de todo aquello que había ignorado de mi pasado hasta hace bien poco, de una parte fundamental de mí, de la parte eslava de mi vida que yo desconocía. Le hablaré de su lado mediterráneo, de mi infancia, de ese lado latino de su infancia, entre arrozales, olivos y naranjos, muy cerca de la costa valenciana, que él, hasta hace un par de años, no podría imaginar, no sabía. Brindáremos al final de la tarde, mientras se anuncia sutil el otoño con signos tan claros que son difíciles de ver si falta la atención, cuando la brisa refresca y anuncia postrimerías, y la sombra obliga a entrar en casa a por algo de ropa para seguir la conversación, brindaremos, decía, por todas las cosas que en estos días morirán solo para regresar como nuevas, como nunca, tal vez la paz, alguna tórtola malherida, el júbilo, el deseo, unas migajas de amor son suficientes, con eso bastará, para el próximo verano.

En agosto 28, 2024 

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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor 

Sunday, August 18, 2024

Dichosa maldición


DANIEL MOCHER

 

Ensimismarse es cualquier cosa menos estar a solas con uno mismo. Pareces un dálmata de escayola en su imperturbable majestad pero por dentro llevas un caballo de Troya repleto de bulla, guerra y jaleo. Tajan tus ojos idos como cuchillo de almogávar. ¿Qué se hizo en tu sangre enfebrecida de la calma y la quietud? Faltan décadas de práctica meditativa intensa y puede que cientos de varazos en la espalda mediante la caña reglamentaria de bambú (keisaku) de algún maestro zen perteneciente a la escuela Rinzai. Pequeño saltamontes, resiste un poco más, no desesperes ni tires la toalla. Lo bueno tarda en llegar o nunca llega.

A poco que uno se quede aprisionado en sus adentros, desfilan gárgolas góticas y antiguos fantasmas nipones, crepitan goznes y cadenas en la bodega, suenan hipidos apagados, carcajadas dementes, peroratas, filípicas excesivas, brulotes obstinados, al otro lado de la pared desconchada y cetrina, intramuros, bajo la dermis, entre asaduras, miedo, incertidumbre y mondongos varios, ahí las bestias, los endriagos, todos tus monstruos, esperpentos. Todo lo que nos hiere largo tiempo y regresa y no nos deja en paz y regresa de nuevo a la carga es un espectro, un viejo conocido de límites imprecisos como de bruma o picadura que viene a visitarnos sin permiso, vendedor de humo y crecepelos, falsas soluciones milagrosas en la hora más inadecuada. Bumerán de incordios, lo que duele y pesa es ese vacío existencial que es un hartazgo del alma, tanto desperdicio apilado, la luz de los días inadvertida, su joyel en extravío, nos rompe ese esperar en el bar de la derrota por si regresa la felicidad de un tiempo ya perdido, alguna revelación inicial velada nuevamente, tal vez, tres o cuatro epifanías.

 

Es de sabios rebajar las expectativas, reconocer nuestras limitaciones, dejemos lo absoluto a los filósofos, también las aporías, podemos desear solo la calma o algún instante pequeño, grato, humilde, animal de compañía erizándonos la piel como lo hace la caricia de un viento amable bajo las parras o la higuera de una casa encalada en el centro de un verano de campiña inglesa o mediterránea, plantaciones de té o lavanda, también aquella hierbaluisa que llenaba un patio interior de una casa con linaje en Jaraíz de la Vera que nos iba emborrachando mientras le dábamos poda y conversación.

 

Guido Finzi dice que las cosas sencillas son menos agresivas para el espíritu, como él, quiero espetos de sardinas asadas en la playa de la Carihuela, un vinho verde de Ponte de Lima, pasear por las viejas juderías sefardíes, por ciudadelas medievales amuralladas, con calles empedradas y soportales, balcones en voladizo, campanarios, iglesias, catedrales, belenas, callejones, nieve en los inviernos y tardes infinitas de libros, crepitar de chimeneas, conversaciones fraternas, amor y tragos lentos. Que suene un piano en la distancia por Satie o Chopin, cualquiera vale para regodearse en el dolor, extraer la miel dulcísima del opio amargo de la muerte y sus esbirros. Algún iconostasio ortodoxo traído desde Járkov, reproducciones de las telas más emblemáticas de Chagall, su Crucifixión blanca, por ejemplo, Henri Matisse, La alegría de vivir, Gaugin, George Braque, alguna veneciana de Signac, saber que no muy lejos queda la costa, aunque nunca acudamos a pasear por la arena de sus playas. La bondad, abrirse de par en par a su paso, a pesar de que escasas veces aguijonee nuestro oscuro cuerpo perdido tendente al pillaje y la rapiña.

 

Una vida prosaica es una vida tullida, algo crucial le falta. La levadura, el fundamento. Poesía, poesía, como la sal que arregla los guisos y los besos que apañan lo averiado, vendaje, friegas que olían a alcohol de romero, manantiales, poesía, la casa mítica de la infancia por la que, como escribiera José María Álvarez, errarás por sus salas vacías buscando algo, que solo tuviste en el principio y verás al final, dichosa maldición, poco más tenemos, poesía, para soportar tanta intemperie, este puro éxodo de leprosos arrastrándose por angostos caminos entre rosaledas de pétalos perfectos y espinas afiladas, hacia un desierto o una noche interminable, fue la vida y se fue la vida, poesía, los oasis, las estrellas, poesía, para oler el salitre cuando el mar todavía queda insoportablemente lejos y nos fallan las fuerzas.

en agosto 18, 2024

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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor 

Thursday, August 15, 2024

Paula Modersohn-Becker: carta a Rainer Maria Rilke



Worpswede, 25 de octubre de 1900

 

Lo esperamos en la hora del crepúsculo, mi pequeña habitación y yo, en la mesa roja hay flores de otoño y el reloj deja de marcar el tiempo. Pero usted no viene. Estamos tristes. Y luego volvemos a sentir gratitud y alegría de que usted siquiera exista. Esa conciencia es hermosa. Clara Westhoff y yo hablamos recientemente de que usted es una idea hecha realidad para nosotras, un deseo cumplido. Vive de manera intensa en nuestra pequeña comunidad. Cada uno de nosotros le está agradecido y desearía brindarle alegría una vez más. Es tan hermoso hacer feliz a alguien, porque se hace sin darse cuenta y sin querer. En nuestros hermosos domingos, usted está entre nosotros, y nosotros con usted. Y así seguirá siendo. Porque usted hace un acontecimiento de cada uno de nosotros, y lo que nos entregó en abundancia, en silencio y con ternura sigue viviendo en nosotros. Y ahora le agradezco por las nuevas alegrías. Su poema del domingo me hizo sentir tranquila y devota; Clara Westhoff lo leyó y se quedó pensativa durante mucho tiempo. La mañana del domingo me trajo los libros y su particular fisonomía. Están frente a mí. Los acaricio en mis pensamientos. Y su cuaderno de bocetos es una parte querida de usted que hojeo, agradecida, en noches tranquilas. La “Anunciación” y “A mi ángel” son ramas que se enredan con encanto alrededor de mi alma. Y usted es el árbol. Cuido el cuaderno y se lo enviaré de vuelta por correo certificado el 1 de noviembre. ¿Sabe? Tengo una sensación similar a la que tuve hace unas semanas, cuando casi a diario me decía cosas hermosas y lo único que yo hacía era devolverle su lápiz rojo. Porque usted me lo daba…

 

En Berlín viven una prima y una tía mía: Maidly y la señora Herma Parizot, dos mujeres delicadas y sensibles a las que, justamente, la vida no ha tratado con suficiente delicadeza. Si alguna vez se encuentra en uno de sus estados de generosidad, quizás podría visitarlas. Creo que usted también sería feliz al hacerlo, porque es algo muy delicado y noble. Y si siente que puede preguntar, pídale a Maidly que le toque música de Beethoven. Ella tiene su propia forma de interpretarlo. Y es hermosa. La hermana mayor de Maidly y otros seis niños, entre los que yo me encontraba, una vez, cayeron en una gran cantera de arena, cerca de Dresde. Nosotros pudimos escapar. Esa niña fue el primer acontecimiento en mi vida. Se llamaba Cora y había crecido en Java. Nos conocimos cuando teníamos nueve años y nos queríamos mucho. Ella era muy madura y sabia. Con ella, llegó el primer destello de conciencia a mi vida. Maid y yo hundimos nuestras cabezas en la arena para no ver lo que sospechábamos, y le dije: “Sos mi legado”. Y sigue siéndolo. Y porque ella es mi legado, le pido que le brinde un poco de belleza. Ya le enviaré la dirección.

 

El Sr. Modersohn se alegró mucho con su carta. Pintó un hermoso cuadro: una niña con ovejas que, en la luz de la tarde, regresa a casa por una colina. Usted amaría la pintura. Casi todos los días hace una nueva. Es el comienzo de un período de gran creatividad para Modersohn. Siempre siento como si debiera cuidarlo. Ese acto de apoyo me hace bien. Aquella tarde, usted miró en las ocultas corrientes de su alma, que es profunda y hermosa, y a aquellos que la ven, les hace sentir bien.

 

Una vez más, es de noche y me encuentro junto a mi lámpara amarilla. Afuera está completamente oscuro y silencioso. Solo de vez en cuando cae una gota del techo de paja mojada y la vaca que duerme hace sonar su cadena.

 

En esta calma, permítame estrecharle las manos. A menudo, pienso en usted.

 

Suya, Paula Becker

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Imagen: Detalle de autorretrato

De BUCHWALD EDITORIAL