Pere Carles Josep Foix Cases, militante
anarquista durante más de una década y escritor, (Ruibregós, Lleida
1893-Barcelona, 1978) representaba a una amplia franja militante que oscilaba
(o combinaba) el anarquismo federalista y el republicanismo catalanista. Muy
joven emigró a Argentina, pero en 1913 se encuentra en Barcelona. Según parece
desertó de la marina y se autoexilió a París, dónde en 1919 comienza a
colaborar con la prensa anarquista. De vuelta a Barcelona fue detenido y
trasladado a Cartagena, pero logra abandonar el barco que iba destinado a
Dakar. De nuevo en París, regresa clandestinamente a España para tomar parte en
la lucha conspirativa contra la Dictadura, sufriendo no menos de siete
detenciones. A finales de la década formó parte del CN de la CNT con Peiró, y
en 1930 colabora estrechamente con este en Solidaridad Obrera, la colaboración
se hace extensiva al Manifiesto de Inteligencia Republicana. Pere Foix se
dejará llevar por el entusiasmo republicano y catalanista y emerge en el período
siguiente como militante de la Ezquerra, encontrándose en 1933 al frente de la
oficina de prensa de la Generalitat, aunque al parecer nunca rompió enteramente
con su raíz anarquista y en sus trabajos literarios sobre diversas figuras del
anarquismo trata de acentuar las inclinaciones catalanista y gubernamentalistas
de estos.
Como periodista y escritor, Foix utilizó diversos
seudónimos, tales como León X. Xifot, Albert de La ville o Delaville. Firmas
que aparecen en periódicos como Le Libertaire, L´lnternationale (ambos
parisinos), ¡Despertad!, de Vigo, Solidaridad Obrera, L'
Opinió, La Humanitat, La Rambles, los tres últimos
de inspiración nacionalista. Exiliado en México llevará a cabo una extensa
labor como escritor. Pere Foix fue autor de Los archivos del terrorismo
blanco (1931), Barcelona, 6 de Octubre (1935), Catalunya,
simbol de Llibertat, España desgarrada, Vidas agitadas (1942),
pero su obra más destacada seráApostols i mercaders, Premio de los
Juegos Florales de lengua Catalana de Montevideo, en 1949 (Nova Terra,
Barcelona, 1976), que es también la que más plenamente refleja su intensa
militancia anarquista. También escribió extensas biografías de grandes
personajes mexicanos como Lázaro Cárdenas, Pancho Villa y Benito Juárez, así
como una extensa biografía: Panait Istrati, Novela de su vida (Mexicanos
Unidos, México, 1956), autor al que había contribuido a dar a conocer en
traducciones firmadas como Belleville, y a la que pertenecen estas páginas.
PERE FOIX
A mi regreso a
Barcelona, en octubre de 1924, siguió una asidua correspondencia. Sus cartas
eran una expresión fervorosa a la Amistad, que él escribía con mayúscula.
En diciembre de dicho año fui encarcelado y durante los tres
meses y medio de mi encierro, cada semana recibía carta de Istrati. "Que
la prisión no te amilane. Piensa que nosotros, en Francia, luchamos y
lucharemos contra las perfidias de ese fantoche de Primo Rivera, decía en
su primera carta que me dirigió a la prisión de Barcelona. Y una mañana tuve la
agradable sorpresa de recibir sus dos primeros libros, cariñosamente dedicados
a mis compañeros, los presos políticos y sociales, que uno de éstos le
agradeció en un artículo publicado en un periódico clandestino. En agosto de
1926 hice un viaje a Niza, donde Istrati pasaba los meses del invierno y
también los más calurosos del estío. El mismo día de mi llegada a aquella
encantadora ciudad fui a su domicilio. Vivía en una casa de los alrededores,
rodeada de florido y perfumado jardín, con muchos pinos, mimosas, naranjos y
cerezos. Y por si algo faltara para hacer de aquella una vivienda todavía más
agradable, multitud de pájaros gorjeaban y sin temor a ser molestados, volaban
por el jardín y las ramas de los árboles. Me recibió la patrona, la señorita
Bruteau, soltera, flaca, más que vieja envejecida, un poco descuidada en el
vestir, cabello entrecano, quien sonriente y con mucha simpatía me habló del
señor Istrati.
Me dijo la señorita Bruteau que el señor Istrati hacía dos
días que con su esposa había marchado a París, llamado con urgencia por su
editor. La esposa de Istrati era Berthine Ziemssen. En abril de 1926 se juntó
con él en París y hacían vida matrimonial.
-En esta butaca -me dijo la señorita Bruteau señalándome un
enorme sillón- el señor Istrati pasa muchas horas leyendo.
Le gustan los pinos y es muy amigo de los pájaros, que como
usted puede ver aquí hay muchos y bonitos. Al romper el día se levanta y se
entretiene cuidando las flores del jardín hasta la hora del desayuno. Es muy
bueno el señor lstrati. Y su esposa es una gran señora, instruida y agradable.
Recibe contadas visitas y casi nunca sale de casa.
No era Istrati el hombre de antes, tosco y desapacible,
ceñudo y poco comunicativo. Sus asperezas en el lenguaje se trocaron en finas
expresiones y sus modales eran de gran corrección. Lo comprendí por los elogios
que de él hacía la dueña de la casa, una ricachona venida a menos que tenía que
compartir su hogar con el matrimonio Istrati u otra pareja cualquiera, que
según entendí no hilaba muy delgado si pagaban puntualmente el alquiler de la
planta baja de la casa, que en los altos vivía ella en compañía de un perro y
de un minino muy juguetón.
-De muchas letras y muy bien educado es el señor Istrati.
Recibe los periódicos a montones y muchas cartas y libros. Nunca se le vio
ocioso. Cuando no desbroza el jardín, lee o escribe. Es hombre de corazón y
bien templado, el señor Istrati.
Nada, que me encontré con una persona convencida de los
altos méritos del ya famoso escritor, a quien ponderaba sin reservas y con lujo
de hipérboles, pues se trataba de una mujer de mucha imaginación y que hablaba
hasta por los codos.
A principios de 1927, me escribió: "Estamos preparando
la publicación de una revista de vanguardia que dirigirá Barbusse y cuyo título
será Monde. Con la anuencia del grupo editor te ofrezco sus columnas. Espero
que nos ayudarás en nuestra tarea de fustigar a los tiranos que pretenden
extender su dominio por el mundo. En cada número de la revista destinaremos una
página para combatir a Mussolini y a Primo de Rivera. Los revolucionarios
españoles tendréis en Monde una excelente tribuna."
Hasta nosotros habían llegado noticias de que Panait Istrati
había ingresado en el partido comunista francés, pero conociendo su
inquebrantable independencia de criterio y su indisciplinado temperamento, nos
resistimos a creerlo. Supimos que colaboraba en la prensa comunista francesa,
mas no le dimos mayor importancia. Que él me dijera que formaba parte del grupo
editor de una revista dirigida por el comunista Henri Barbusse, nos hizo creer
que era cierto lo de su ingreso en el partido comunista de Francia. Al
contestarle le dije que le agradecería si me informaba sobre su posición
política. Jamás recibí su respuesta. Con mi carta pidiéndole esa aclaración,
quedó interrumpida nuestra relación epistolar. En lo sucesivo, nada supe de él
directamente.
En octubre de 1927, la prensa publicó la noticia de que,
invitado por el gobierno soviético, hizo un viaje a la URSS. El viaje aquel fue
precedido por una declaración de fe comunista, que nos dejó perplejos. ¿Istrati
comunista?, nos preguntábamos con extrañeza. Sí, había leído El Capital, de Marx,
pero se armó un lío; no lo entendió. Él mismo nos confesó en París.
Conocía Campos, fábricas y talleres, La Conquista del pan, La Ciencia Moderna y
la Anarquía, Ética y La Gran Revolución, de Kropotkin. Seguramente que leyó
algo de Stirner, de Tucker, de Godwin y de Proudhon, porque de ellos nos habló.
Un día puse en sus manos Mon Communisme, de Sebastián Faure, de cuyo libro me
habló con el entusiasmo de un neófito en las luchas sociales. Le agradaba leer
los artículos de Malatesta y también los libros de Luis Fabbri. Y de las
enconadas porfías que dividieron la Primera Internacional entre bakuninistas y
marxistas, hizo comentarios favorables a los primeros, simpatizando con las
aliancistas de París, de Barcelona, de Alcoy, que seguían a Bakunín. También
leyó a Saint-Simon, a Considerant, a Louis Blanc, a Roberto Owen. Era enemigo
del reformismo de Renaudel, de Vandervelde y de Jouhaux.
Dado su temperamento, no creía en su comunismo, pese a su
ingreso en el partido comunista francés. La explicación de que abrazara esa
férrea disciplina, únicamente se puede encontrar en los halagos con que lo
envolvieron los comunistas de París y sin darse cuenta se encontró en las filas
del partido en el momento de su consagración literaria.
Con su viaje a Rusia sufrió un tremendo desengaño. No era
aquello lo que él creía. Fue a Rusia pensando que vería un país cuya vida se
regía por una organización socialista y se sintió mortificado al comprobar que
se vivía mejor en Francia. Era de presumir el desencanto en quien aborrecía la
autoridad en cualesquiera de sus formas y sistemas, y que siempre había
pleiteado con políticos y polizontes, según él los bandidos que atormentan a
los ciudadanos en las grandes urbes.
Los bolcheviques y los funcionarios le hablaron con
desprecio de la burguesía occidental, avasalladora, agresiva, arrogante e
impertinente. Y de la clase media le dijeron que era abúlica y aduladora,
mofándose de la una y de la otra, a la vez que injuriaban a las clases oscuras
de la sociedad capitalista (los trabajadores y los campesinos) embrutecidas por
la miseria y la explotación. Él comprendió que, en comparación con la vida
miserable y abyecta del tiempo de los zares, los rusos gozaban de cierto
bienestar, pero que los soviets no eran ni mucho menos una organización
socialista, aparte que observó que los rusos se mostraban retraídos,
desconfiados, taciturnos.
Estando Istrati en Moscú recibió una carta de Víctor Serge,
quien vivía en Leningrado, invitándole a que fuera a verle. Aceptada la
invitación, Víctor Serge y Panait Istrati fueron amigos. Víctor Serge, pese a haber
sido el traductor titular de Lenin, en tiempos de Stalin cayó en desgracia.
Istrati se lamentaba de la confusión ideológica de los dirigentes de la URSS.
-Fui testigo de un hecho espantoso -le decía Istrati-. Por todas
partes he visto hojas de propaganda distribuidas por los soviets, las cuales
llegan hasta las aldeas más pequeñas; instrucciones para que cultiven con
provecho la tierra, para que la abonen de manera científica, etc.
-Es verdad -asintió Víctor Serge.
-Y claro, los que siguen esas instrucciones producen más y
viven con mayor comodidad. El soviet de la aldea, enfurecido, interviene. A los
que siguen al pie de la letra las instrucciones que les llegan de Moscú, los
declaran kulaks, les confiscan sus bienes tan penosamente adquiridos y les
tratan de enemigos del socialismo. Un hombre de Telav, inteligente y
trabajador, había plantado una viña siguiendo las nuevas instrucciones y
empleando los abonos químicos, la viña prosperó. ¿Verdad que los demás
campesinos debían estar contentos y seguir su ejemplo? Pues no fue así. Era un
kulak, un traidor que pretendía enriquecerse con el producto de su trabajo. Y
el soviet local, envidioso e incapaz, quería confiscar sus bienes. ¿ y qué
crees que hizo ese pobre diablo?
-No sé, pero conozco casos semejantes en que el
calumniado se suicida --Contestó Víctor Serge.
-¿Suicidarse? No, hizo algo peor para la economía
rusa. Se reunió con su mujer, sus hijos y otros parientes, y acordaron que
durante la noche destruirían la viña. Y así lo hicieron. Al amanecer se
presentó ante el soviet del pueblo y exclamó iracundo : ¿Kulak? ¡Ya no lo soy!
Podéis estar satisfechos. El socialismo se salvó en Telav.
Después de una pausa durante la cual Víctor Serge le miraba
con fijeza, Istrati prosiguió:
-El soviet le escuchó sin emoción. Los que lo integraban
sonrieron. i Y se habían arrancado de raíz dos mil quinientas cepas de viña!
¿Comprendes, Víctor? ¡Dos mil quinientas cepas para engordar a los cerdos!
-Serénate Panait. Esto no tendría importancia si no
fallara la dirección, porque ya sabes que la realización de una idea lleva
consigo casos feos y aún horribles.
-A ti te consta que yo vine a Rusia con el propósito
de quedarme aquí para siempre.
-Eres un sentimental, Panait. Tu corazón sobrepasa a tu
inteligencia. Y ahora, ¿qué piensas hacer? ¿Quedarte?
-¡No! -gritó Istrati-. Me bastaría saber lo que hacen
contigo, con tu suegro Russakov, con Liuba, tu buena mujer y con tu pequeño
Vladi, para irme de este país.
-Un atropello siempre es un atropello sea quien fuere la
víctima. No porque suframos mi familia y yo debes enfurecerte.
-Sé que al llegar a París, comunistas y anticomunistas me
abrumarán a preguntas. Unos y otros intentarán llevarme a su redil.
-Y los estalinistas, sospechando que no sigas sus consignas
al pie de la letra, no te dejarán ni a sol ni a sombra -aseguró Víctor Serge.
Víctor Serge, que era un escritor hijo de padres rusos
nacido en Bruselas, que fue bolchevique en tiempos de Lenin y de Trotsky y que
a la sazón se enfrentó al estalinismo, le habló largo y tendido sobre la
Revolución rusa y el estalinismo.
-Sí, ya sé que aquí, salvo los burócratas y los comunistas,
quienes se manifiestan con brillante locuacidad y viven muy bien, el resto de
la población no come todo lo que necesita -le dijo Istrati-. Y mientras
aquéllos, ahítos y festivos, adoran con religiosa unción los símbolos del
comunismo puestos en todas partes, a los que vitorean con estentórea voz, los
trabajadores sufren mucho más que los de cualquier país capitalista. No sabes
con qué sentimiento tengo que hablar así. Estoy asqueado, puedes creerlo a burócratas
y comunistas, coreando al gobierno, alardean de ser los salvadores de las
clases humildes, de las cuales se autonombran sus auténticos representantes.
Francamente te digo que hubiera sido mejor no hacer este viaje a Rusia, porque
al menos habría mantenido la ilusión de que aquí se está construyendo, como
ellos dicen, la sociedad socialista. Te consta que en Moscú, y también en
Leningrado, he protestado de las injusticias de que he sido testigo discutiendo
con los estalinistas. Pero creo que en Francia será mejor que me calle.
-¡Nunca! ¡No digas eso, Panait! -le gritó Víctor Serge--.
Debes escribir tus impresiones sobre la URSS, de lo contrario serás cómplice
del gran fraude.
-Entiendo que si estando en Francia hablo o escribo sobre la
URSS, podré causar grave daño al proletariado internacional.
-¡Al contrario, le prestaras un gran servicio! Si callaras
cometerías una felonía. Con tu viaje a la URSS has contraído una
responsabilidad ante el mundo libre y no olvides que tus lectores esperan tus
impresiones. No te dejes conducir por los burócratas del Kremlin que en cuanto
llegues a París te halagarán para que escribas lo que a ellos les conviene.
Panait Istrati salió de Rusia en la primavera de 1929
enojado con sus compañeros de viaje porque no sólo no le ayudaron en sus
críticas contra la burocracia de Stalin, sino que le reprochaban que con su
actitud favorecía a los enemigos de la Rusia soviética. Fue de Leningrado a
Moscú, para protestar contra la persecución de que era víctima Víctor Serge. Y
con tanta vehemencia abogaba por su amigo, que antes de favorecerle le
perjudicaba, al punto que Víctor Serge y su familia fueron desterrados a
Siberia, en donde estuvieron seis años.
Ante su impotencia gritaba, blasfemaba, gesticulaba,
lloraba. Se estrellaba contra la muralla de la burocracia y sufría atrozmente.
Eleni Samios, que con Istrati hizo su viaje a Rusia, reporta que el escritor
rumano exclamó estando en Moscú: "Entonces, ¿en la URSS se persigue a los
obreros? ¿Se mata a los amigos? ¿Es por vuestro sistema de gobierno que queréis
sacrificar nuestra vida, nuestra obra, nuestra alma? ¡Ah, no! O se rehabilita a
Russakov (el suegro de Víctor Serge) u os escupo al rostro. Sabed que vuelvo a
Europa para gritar mi testimonio de hombre honrado. Sé gritar, y gritaré hasta
romper los tímpanos de Stalin y su cuadrilla."
Y refiere que para conseguir que se hiciera justicia a
Russakov, anciano de 72 años lanzado al pacto del hambre, corría de un lado a
otro desde la mañana hasta la noche. Continuamente hablaba por teléfono y
lanzaba la palabra de “Cabrones" contra Stalin y los suyos. "Luego
-añade Samios-- como un pobre conejo herido perseguido por la multitud, se
acurrucaba en su habitación y temblaba en espera de ser detenido. Incluso temía
su desaparición. "¡Ah, pero venga lo que viniere!', exclamaba
iracundo." ¿Acaso no nos han referido que un periodista extranjero
demasiado curioso quiso hacer una excursión de la que nunca regresó?"
Al llegar a París Istrati estaba indeciso. Por un
lado, los que le hablaban el mismo lenguaje de Víctor Serge en Leningrado, por
el otro, tenía que soportar la verborrea de sus camaradas del partido, que
todos los días le pedían que escribiera el libro presentando al mundo la
imponente obra socialista de la URSS, patria del proletariado. ¿Y su
conciencia? Su conciencia no le permitía mentir, se decía en sus dubitaciones.
Los comunistas franceses le asediaban a preguntas e incluso llegaron a exigirle
que hiciera una declaración en el diario del partido, en espera del libro.
Querían comprometerle, atándolo para siempre al carro del comunismo. Su
indecisión les inquietaba y seguían sus pasos. Y empezaban a increparle,
injuriándole cuando les manifestó su inconformidad con el socialismo de Stalin.
Quiso visitar a Romain Rolland y éste se negó a recibirlo. Eleni Samios escribe
respecto a la negativa de Romain Rolland :
"Si Romain Rolland lo hubiera recibido diciéndole, por
ejemplo: "Hijo mío, mi buen Panaitaki, tienes razón; pero cállate.
Cállate, por favor, no proporciones armas a los enemigos. Sí, sí, ya lo sé que
Víctor Serge, tu amigo, sufre injustamente, que su mujer y su hijito corren
peligro de muerte. Pero la humanidad avanza y a menudo pisoteando cuerpos inocentes.
y nosotros debemos lamentar las desgracias, pero siempre ayudando a que la
humanidad pueda vencer. y por esta vez, nuestro supremo deber es callarnos,
sobretodo estando en el campo enemigo” Pero en lugar de esto, desde Romain
Rolland hasta Magdeleine Paz -a quienes estimamos a pesar de todo- consideraron
más cómodo arrojar la piedra sobre nuestro Istrati, alejándose de él como de un
apestado. No repetiré aquí las exclamaciones oídas en Francia. Los gritos de
Panait necesitan un poco más de justicia, un poco más de imparcialidad, un
corazón humano capaz de comprender." Tiene razón. Pero se hizo lo
contrario; le insultaron llamándolo traidor y otras lindezas por el estilo. En
una publicación comunista se llegó a escribir lo que sigue :
"Viajando Istrati en esa época con
unos delegados de los países de Occidente, de pronto advirtió en el mismo vagón
-¡horror!- a un delegado marroquí y exclamó indignado:
"-¡Yo no quiero viajar con este negro!
"El haiduk se había vuelto civilizado
como un norteamericano."
Asqueado, un buen día escapó de París sin
despedirse de nadie y se fue a Niza. En esa ciudad respiraba a sus anchas,
nadie le molestaba con necias preguntas e impertinentes exigencias. Allí, solo
con Berthine, podría reflexionar. Aquella ciudad se prestaba para el sosiego y
la reflexión. Pero los atardeceres de Niza, envueltos con el embrujo del
Mediterráneo acrecentaban su tristeza, y su hostilidad hacia los hombres era
mayor aún. Su pensamiento volaba y se recreaba en el paisaje de su infancia que
le causaba infinita emoción, sintiendo la nostalgia de la patria. Berthine veía
cómo sufría. Una mañana estaban los dos sentados en la terraza de su casa. Ella
le dijo:
-No te mortifiques, Panait. Debes tomar las
cosas con calma. Esos nervios acabarán contigo. Y no debes olvidar que estás
enfermo.
-¡No olvido nada! -le contestó con acritud-. Con
que, ¡déjame en paz!
-¡Ay, hijo; estás imposible! ¡Ese viaje a Rusia
te ha trastornado! ¡Sosiégate y reflexiona, no seas arrebatado! Si antes de ir
con los comunistas hubieras pensado lo que hacías, ahora no te encontrarías en
esos líos, que culpa tuya es por haberte metido en aquellos dibujos. Istrati la
miró con fijeza no disimulando su malhumor. Ella insistió:
-¡Los comunistas! ¿Qué te une a ellos? ¡Nada! Tú
eres un rebelde, un inadaptado, en tanto que ellos son un rebaño sometido a la
voluntad de sus pastores.
-Eso sí que es verdad -contestó él.
-Reprocharle a uno defectos que no tiene,
culparle de que abriga intenciones aviesas, ser tratado con crueldad porque
difiere del pensamiento del que dogmatiza y se atreve a hablar en un lenguaje
claro y franco sin querer comprenderlo, es un juego sucio. El equilibrio se
mantiene discutiendo, ordenando los pensamientos y las ideas. Quien se irrite
frente al adversario no razona, desbarra porque no está en condiciones de
escuchar.
-Lo peligroso es que juegan con nuestra libertad
y aun con el futuro del hombre.
-Hiciste una tontería uniéndote a los comunistas,
Panait ya sé que lo lamentas y si ahora fuera no lo harías. Olvidaste que
cuando un hombre, por sus méritos, alcanza la celebridad, tiene que ir con
mucho cuidado en lo que habla y hace. Un cualquiera puede equivocarse, tú no.
Reconoce que te comportaste como un chiquillo, no como un escritor de fama
mundial.
-¡Escritor de fama mundial! ¿Para que la gente me mortifique
me han hecho escribir? ¡Sí, ya sé que soy un hombre de responsabilidad! Y
precisamente por esto me exigen que mienta. ¡Vaya con la gentuza esa! i Soy un
cobarde, eso es, un cobarde! Si cuando me corté la garganta hubiera tenido el
pulso de los valientes, habría acabado con todo.
-¡Calla, calla, no digas necedades!
-¿Por qué Romain Rolland me obligó a escribir? Cuando
la gente no se ocupaba de mí sufría, es verdad, y mucho. Pero, ¿y ahora? ¿Acaso
soy feliz yendo del brazo con eso que llaman la gloria? ¡La gloria! ¡A la m...
la gloria! Si no soy dueño de mis actos, ¿para qué me sirve la celebridad?
Comunistas y anti comunistas me abruman, me martirizan para que les diga su
verdad. Por lo visto yo no cuento para nada. "Piensa en el partido al cual
te debes", me gritan unos. "No olvides que Stalin es un monstruo y
una engañifa la que representa", me susurran los otros. Y todos quieren
que les dé un libro. Bueno, pues tendrán el libro. ¡Y les va a escocer!
-Para decidirte a escribir Un libro no es
menester que te martirices. Todo consiste en que domines tus nervios y
recuperes la serenidad. Si ésta te faltó cuando te adheriste al comunismo,
tenla en la hora de empezar a escribir un libro que esperan tirios y troyanos.
-Tienes razón, Berthine.
-Espera un par de semanas o un par de meses, que
la cosa no urge. Que vayan a la porra los impacientes, que son muy ladinos, y
tú escribirás para las almas sedientas de verdad. Ahora, si te parece, podemos
ir unos días a Mónaco ya nuestro regreso empiezas a escribir tu libro. Yo te
ayudaré poniéndolo en limpio. ¿Conforme?
-Conforme.
Y los dos, cogidos del brazo, dieron un paseo por el
jardín.
A las siete de la tarde cenaron y se acostaron a las
ocho y media. Istrati, confortado por las palabras de Berthine, durmió a pierna
suelta nueve horas.
A su regreso de Mónaco recibió una carta de Rieder
rogándole que fuera a París para corregir las pruebas de uno de sus libros. De
mala gana fueron a París. Dos meses después volvían a estar en Niza y Panait
Istrati tuvo que acostarse. Tosía y escupía sangre. Llamaron al doctor Pradier
y éste le aconsejó que no escribiera. Necesitaba mucho descanso.
Pasado tres meses se recuperó y con fecha de 18 de
diciembre de 1929, escribió una carta a Gherson, un comunista ruso, y le
dijo: Mentiría sí no dijera que mí viaje a la URSS me desilusionó.
Cierto que vi cosas buenas, dignas de alabanza y que me agradaron; pero la URSS
no es lo que yo creía. Ahora, pasada la crisis de mi enfermedad que me tuvo en
cama una temporada, estoy .en disposición de escribir mis impresiones sobre la
Rusia soviética. Es posible que lo que escriba no se ajuste a sus deseos pues
entiendo que debo hacer una crítica constructiva la cual, viéndola por el lado
bueno, quizá sea de provecho para la URSS, teniendo en cuenta que todo sistema
político se consolida y perfecciona con la libre discusión. Le comunico mi
intención con toda lealtad y asimismo espero el consentimiento del
partido." -¡Berthine! ¡Berthine! i Ya soy libre! ¡Ven a leer esta carta!
-le gritó Istrati desde el jardín minutos después de haber recibido la
correspondencia.
Berthine corrió a su encuentro y leyó que
había sido expulsado del partido comunista francés.
-¡Estupendo! -dijo ella con el rostro
radiante al tiempo que dio un estentóreo :
-¡Viva la libertad!
-Hoy ha terminado mi tormento, ¡Berthine y
el mío! Porque a mí también querían catequizarme. -Por fin podré escribir lo
que me dé la gana. Ya nadie mutilará mi pensamiento.
-Y a mí no me fastidiarán con su estúpida
propaganda.
-Ya sé que querían que fueras del partido.
¡Anda, que no me presionaron poco para que te convenciera !
-¡Ah, si hubieras visto cómo me adulaban
esos bribones! ¡Qué asco! De buena gana les hubiera mandado a freír espárragos,
pero me aguantaba. Estabas tú de por medio.
-Me dijeron que, mediante tu ingreso en el
partido, habían acordado meterte en la redacción del diario.
-¡Y no insistieron poco ni mucho para que
fuera contigo a Rusia!
-Lo sé, lo sé. A mí también me dijeron
que sería muy conveniente que fueras conmigo al "país del
socialismo."
-Son tan estúpidos que creyeron haberme
catequizado con sus halagos. Pero se equivocaban de medio a medio. Perdían su
tiempo y gastaban saliva en balde.
-No cabe duda. Eres una mujer
inteligente.
-Astuta, diría yo.
-Creo que tenías razón al decir que si
hubieras estado conmigo en París cuando los comunistas me invitaron a juntarme
con ellos, no habría hecho la barrabasada de ingresar en el partido de la hoz y
el martillo.
-Y hubieras hecho muy bien en no meterte
en ese fregado. El escritor que se impone por su talento, nunca debe someterse
a la disciplina de un partido antidemocrático ni aceptar que revisen sus
originales y mucho menos admitir la censura.
-Muy cierto, Berthine. Confieso que fui
un estúpido.
-En este aspecto, tan repugnante es el
comunismo a la rusa como el catolicismo. El escritor católico se expone a la
excomunión y el comunista a la difamación. Porque espera, mi buen Panait; que
esto no se liquida con la expulsión.
-Lo presumo.
-Pero no les hagas caso ni te dejes
intimidar, que las sandeces y las mentiras irán al por mayor. Según les
convenga, te atacarán con dureza o suavizarán su acento. Lo que procedería
hacer en orden a lo ocurrido, es dejar en el olvido las tribulaciones que te
amargaron la vida.
Estaban en esta plática cuando llegó el doctor Charles
Pradier quien comió con ellos, y los tres comentaron jocosamente la expulsión
de Istrati del partido comunista. De sobremesa hablaron sobre el proyectado
libro que dedicado a la URSS Istrati escribí ría y éste, en términos generales,
les explicó lo que pensaba decir.
-Pues le pondrán cual no digan dueñas, que de esos
pazguatos nada bueno se puede esperar -le dijo Pradier-. Ocurrencia desgraciada
fue, en efecto, su ingreso en el partido comunista.
-A el hecho, pecho, y a trabajar, sin temer las
consecuencias -resumió Berthine con optimista acento.
La independencia de criterio, la sinceridad en la exposición
de las ideas, la firmeza de convicciones basada en la honradez y la rectitud en
la conducta, son las cualidades que ha de poseer un escritor.
Panait Istrati no había escrito ningún libro político,
hasta que dio a la imprenta sus impresiones sobre la Rusia soviética. Sabía que
con este libro sería imprecado y ultrajado, pues no ignoraba que los
partidarios de la dictadura del proletariado no admiten la menor crítica del
sistema ruso de gobierno; y que sacando a colación los ataques de los
reaccionarios a Rusia, dirían que quien no está con ellos es un fascista. Pero
él se preciaba de ser un escritor independiente y honrado que no podía engañar
a sus lectores, no importándole ni poco ni mucho la cerril propaganda de los
comunistas. Si las ofensas le molestaban, también aborrecía la vileza y los
procederes bajunos.
Cabe decir que Berthine Ziemssen, mujer de mucho
temple, inteligente y culta, en esa etapa de la vida de Istrati ejerció sobre
éste una influencia considerable.
-De los medrosos nada se ha escrito -le decía
Berthine-. Las grandes figuras actúan sin resentimiento, perdonan las ofensas y
de su alma borran el rencor, despreciando la adulación y la perfidia. Spinoza
dice que la tiranía, al destruir la libertad, de la cual tan celosos han de
estar los hombres, obliga al individuo a pensar de una manera y a obrar de
otra, añadiendo que quien no puede hacer uso de la razón se torna astuto y odia
a sus semejantes. Por consiguiente, las dictaduras, ya sean ejercidas en nombre
de un Estado proletario, eclesiástico, aristócrata o capitalista, al
desfigurar al hombre, son causa de desavenencias al impedir que cada cual
juzgue por sí mismo los actos de los gobernantes. Entiendo, pues, que no debe
pesarte, sino enorgullecerte, el haber escrito un libro que trata de la
dictadura del proletariado, poniendo en evidencia los defectos de un régimen
que esclaviza al hombre.
-Lo malo es que muchos de sus adeptos obran de
buena fe y les siguen ciegamente -contestó Istrati-. Y no olvides que el
capitalismo, con su egoísmo y desbarajuste, les proporciona preciosos elementos
de propaganda.
-De acuerdo -afirmó Berthine--. Pero no es lícito que
para combatir un mal se cree otro peor, porque en una democracia capitalista
puedes escribir sin cortapisas y existiendo la oposición, se fiscalizan los
actos del gobierno.
-Hasta cierto punto, que el capitalismo usa de sus
mañas para enmudecer a la oposición. El soborno y el pacto del hambre son sus
armas favoritas. Quizá el socialismo democrático sería.
A ello iba -interrumpió Berthine-. Con una
democracia socialista, no existiendo la explotación del hombre por el hombre y
respetándose el libre albedrío de cada cual, la humanidad quizá encuentre la
paz y el bienestar. El socialismo ha de exaltar al individuo reconociéndole
todos sus derechos.
-En efecto -dijo Istrati-. y en la URSS el Estado lo
es todo y nada el individuo. Mientras el hombre no sea reconocido como elemento
fundamental de la sociedad, mientras no se enaltezca el individualismo dentro
de la colectividad y subsistan la coacción y la tiranía, el caos económico
creará y afianzará los regímenes de fuerza, y en el mundo no habrá paz.
-Y la acumulación de riquezas en un grupo de
hombres en detrimento de la mayoría, es causa de miseria -argumentó Berthine--.
De ahí la necesidad de combatir la desigualdad de fortunas, limitando la
propiedad que es una creación social.
-La idea base del socialismo es la libertad. El
absolutismo, aunque se disfrace de dictadura del proletariado, es antisocialista
y antihumano -aseveró Istrati, a lo que contestó Berthine: “El Estado gendarme,
no importa cuál sea su ideología, supone una intolerable agresión. Con el socialismo
se podrán resolver los arduos problemas políticos, sociales y económicos insolubles
para el capitalismo y agravados por lo que en Rusia llaman dictadura del
proletariado”.
-En estos tiempos de confusión, es menester que los
sociólogos y los economistas presenten soluciones concretas y claras -dijo
Istrati-. El llamado comunismo de Estado, es decir, ruso. -es un equívoco y aun
me atrevería a asegurar que es la negación del marxismo. En todo caso se puede
sostener que en nada refleja el movimiento obrero internacional.
-No lo refleja ni tampoco lo representa -sentenció
Berthine-. Es más, ha sido la causa de la escisión de la organización
internacional de los trabajadores, haciéndola ineficaz. Tú lo apuntas en tu
libro.
-Lo cual demuestra que los bolcheviques, al crear la
Internacional Comunista, escindiendo los partidos socialistas de todos los
países, no sólo debilitaron a la clase obrera, sino que la lanzaron a enconadas
luchas intestinas. Por consiguiente, los bolcheviques, con sus partidos
comunistas, cuña peligrosa metida en el socialismo internacional, al debilitar
a la clase obrera fortaleció a la reacción capitalista, a la vez que facilitó
la organización nazi en Alemania, con los ulteriores desastres que el posible
triunfo de Hitler puede acarrear a la humanidad. De no haber existido la
Internacional Comunista, es muy posible, casi seguro, que al terminar la guerra
de 1914-1918, los socialistas europeos se hubieran reagrupados y unidos habrían
podido presentar un programa de rehabilitación económica en el período
inmediato a la terminación de la guerra, y de haber surgido en Alemania el
nazismo, no habría recibido la adhesión de la clase media --campesinos,
burócratas, intelectuales, pequeños comerciantes- que empieza a ver en Hitler y
lo que éste representa, una fuerza capaz de ordenar la economía del país.
Berthine apoyó el argumento de Istrati diciendo:
-Si la contrarrevolución triunfa en Alemania será
gracias al gravísimo error, llamémosle error de Lenin, al fundar su
Internacional Comunista. Digo su Internacional Comunista, porque ésta siempre
ha estado al servicio del gobierno soviético, en detrimento de los intereses de
la clase obrera y de la organización socialista internacional. Ha sido y es una
fuerza negativa porque en todas partes debilita el movimiento obrero.
-Y explotando el prestigio de la- Revolución rusa, con
su demagogia ultrarrevolucionaria, consiguieron engañar a muchos socialistas
europeos, especialmente a los jóvenes.
-Cierto -dijo Berthine-. y lo grave es que los rusos,
a' pesar de que los hechos les han demostrado que están equivocados en su
juicio respecto al capitalismo europeo, subestimando su fuerza, mantienen la
Internacional Comunista, es decir, la división de la clase obrera en Europa, no
ciertamente en provecho de revolución internacional, sino para disponer de
importantes núcleos de obreros e intelectuales, como instrumentos de la
política exterior del Estado soviético. Los rusos, a juzgar por su actitud,
parece como si hubieran dicho, y tercamente mantienen su posición: ¿No hay
revolución en Europa? ¡Pues que se hundan los partidos socialistas! Nosotros
necesitamos un movimiento comunista en todos los países, para que nuestro
gobierno pueda disponer de una fuerza exterior al servicio de sus necesidades.
Ya ese gobierno soviético, dictatorial, policiaco, terrorista y antisocialista,
nada le queda de aquel empuje revolucionario de noviembre de 1917 que consiguió
la simpatía, cuando no el apoyo, de millones de trabajadores, esperanzados en
que la Revolución rusa fuera la salvación del mundo
Istrati dijo:
-El Estado soviético al convertirse en lo que
ahora es, ha desilusionado a los trabajadores de todo el mundo por no haber
demostrado prácticamente que la organización soviética es superior a la
capitalista. Claro está que ellos justifican el retroceso por no haber sido
secundados por los trabajadores europeos, haciendo la revolución en sus países.
También explotan el argumento de que la revolución se produjo en Rusia, país
pobre e industrialmente atrasado y cuya agricultura tampoco estaba en pleno desarrollo.
Pero eso, de ninguna manera justifica la represión bolchevique contra los
socialistas revolucionarios rusos ni el encono con que han dividido la
organización internacional de los trabajadores.
Hablando de un tema para ellos tan sugestivo se
les pasó el tiempo. Y dieron por terminado su coloquio, porque tenían que ir a
la imprenta a hacer las últimas correcciones a los tres tomos de Vers l' autre
flamme, que se pusieron a la venta a comienzos de 1930.
Al día siguiente subieron a Montmartre y comieron en un
restaurante frecuentado por artistas de todas las nacionalidades. A Istrati ya
Berthine les gustaba aquella pintoresca colina, cuyos habitantes raramente
bajan a París. Al pie de la estatua erigida al Caballero de la Barre frente al
Sacré Coeur, contemplaron el inmenso caserío de París que a sus pies se
extendía, y hablaron de la acogedora y bulliciosa ciudad en donde los hombres
trabajan y luchan, unos para conseguir un mendrugo de pan y otros para alcanzar
la gloria en aquel centro de la cultura universal.
París les fascinó y les agradaba andar y recrear su
vista por las callejas de piedras ennegrecidas y cargadas de historia, reflejos
de lo eterno, antes que pasear por los grandes bulevares, revoltijo de
inquietudes, por donde se asoma una multitud compleja e hirviente de ir y venir
afanoso, ocupada en industrias y trabajos diferentes. Total, que Berthine,
vistas las calles del viejo París, tenía mucha afición al Louvre. Decía que en
el Louvre se desvanecen las miserias humanas. y aunque Istrati, debido a sus
preocupaciones, no tenía el espíritu predispuesto para apreciar el mérito de
las obras que el museo encierra, ella se las arreglaba para que, juntos,
pasaran allí muchas horas.
Berthine, ante el retrato de madame Récamier, dedicó
un recuerdo a aquella maravillosa mujer en cuyos salones se congregaba lo más
selecto de la sociedad parisién de su tiempo y dijo:
-Las cartas -escribió a Benjamín Constant son un
valioso documento que describe la vida de París a fines del siglo XVIIII y ya
sabes que fue amiga de madame Stael y de Chateaubriand. Por su talento y sus
letras, la discreción y la gracia con que sabía tratar a la gente, más que por
su belleza, entró por la puerta grande en la historia universal. ¡Y pensar que
Napoleón persiguió a tan encantadora mujer y también a madame Stael!.
-¡Qué tiene de extraño que Napoleón las
persiguiera, si la autoridad y la plebe casi siempre coinciden en el desprecio
a los altos valores! ¿Qué hay de más repugnante que un autócrata y los energúmenos
que lo aplauden? --contestó Istrati.
Como es de suponer, Vers l´autre
flamme, de Panait Istrati provocó la indignación de los comunistas quienes en
la prensa y en la tribuna insultaban a su autor. Le llamaban traidor y agente
del fascismo, porque entre otras críticas del estalinismo, aseguraba que Stalin
había destruido la obra iniciada por Lenin y Trotsky, los directores de la
Revolución rusa que intentaron crear una verdadera sociedad socialista. Y tanto
como lo denostaban los comunistas, lo elogiaban los enemigos de la URSS. Y fue
precisamente Henri Barbusse, con quien Istrati colaboró en Monde, el que
publicó un agresivo artículo contra el autor de Kyra Kyralina. Del artículo de
Barbusse reproducimos el siguiente párrafo: "El escritor rumano que vino a
nuestras filas pobre y haraposo, nos abandona bien provisto de todo. Teme
perder la pitanza y la riqueza a la cual se ha acostumbrado, y que adquirió con
nuestra ayuda. Ese catacaldos engreído que por no ser nada ni agradecido es,
desprecia la amistad de Romain Rolland, y se va con los que pagan mejor y al
contado. Buen viaje."
Istrati estaba mortificado. Tantas y tan
groseras imprecaciones le atormentaban, porque él creía haber dicho la verdad
por lo que a Rusia respecta.
-Creo que mejor que el insulto sería discutir
Serenamente a quien del insulto hace un arma de propaganda, señal que le falla
la razón, pero tanta bajeza me causa náuseas -dijo entristecido a Berthine.
-¡Pero, hombre! ¿Es posible que hagas caso a esos
bergantes? -le contestó ella-. ¡Déjalos que aticen esos socarrones impertinentes
con ínfulas de sabio! A fuer de sincera te he de decir que a mí no me incomoda
ni me quita el sueño su estúpida agresividad. Y sí mi opinión ha de valer,
entiendo que hemos de irnos a Niza ahora mismo, que allí no oiremos los
berridos de esos animales.
-Tal vez tengas razón, porque el juicio errado de esa
pobre gente es difícil de destruir.
-Ingenuo eres si esperabas otra cosa. ¡Déjalos, que se queden aquí con su solfa!
Astutos sí que lo son, porque sabiendo que no eres orador, te retan a una
controversia para ponerte en ridículo. No estaría mal que les contestaras que
aceptarás la controversia cuando en Rusia las permitan.
Se fueron a Niza con el propósito de no volver a París.
Además de que a Istrati le asqueó el tumulto de discusiones e insultos que
provocó su libro, volvía a molestarle su enfermedad.
Ya en Niza, el doctor Pradier le ordenó que se
acostara y le dijo que de no seguir al pie de la letra sus recomendaciones,
renunciaría a cuidarlo.
-Y aún está por ver -le dijo el médico- si no tendrá
usted que volver a un sanatorio de Suiza. Si me hace caso quizá se pueda evitar
que vaya a Suiza. Con que, ya lo sabe; quietecito y a obedecer.
Istrati estaba dispuesto a todo con tal de no volver a
un sanatorio, porque el recuerdo del de Lausana le horrorizaba. Berthine
acompañó al médico hasta la puerta del jardín. Pradier le recomendó que el
enfermo no leyera ni el diario y que, en lo sucesivo, nadie le hablara de su
último libro ni de los comunistas.
-Confío en usted, Berthine. Ayúdeme y lo salvaremos.
Si me obedece de aquí un par de meses, o antes, podrá salir a la calle.
Berthine Ziemssen, voluntad indómita y audaz a
la vez que delicada y tierna, consiguió que el enfermo le obedeciera, salvando
esta nueva crisis. No obstante los solícitos cuidados de su exquisita
compañera, Istrati estaba desmejorado, pálido, los ojos hundidos, con una
tosecilla muy molesta, quebrantada su naturaleza.
Y aquel hombre, cuyo destino durante tantos años fue
un acertijo, cuando consiguió lustre y dinero los hombres y la naturaleza lo
precipitaban a la tumba. Hablaba poco y su mirada incierta vagaba por los árboles
del jardín; el zumbar de los insectos, le molestaba y hubiera querido espantar
a las pajarillos que gorjeando se posaban en el barandal de la terraza. No le
interesaba nada. Helo que le rogaba, y estaba con tan mal genio y amargado, que
con sus impertinencias incluso llegó a molestar a la afable y dulce Berthine.
Ésta le quería más que nunca y se esforzaba para templar la aspereza del
carácter del enfermo. quien en verdad era intratable.
Su convalecencia se prolongó largos meses. Felizmente
para Istrati, Pradier era un buen médico. Con la tuberculosis veía desvanecerse
su ambición de seguir escribiendo (en olvido de aquella teoría extraña de que
no quería ser un escritor) y la inactividad a que le sometía Pradier le
destrozaba el alma. Que éste no le permitiera hacer lo que él quería le dejaba
con una murria de mil demonios.
Ya muy avanzado el mes de marzo de 1931, el médico le
permitió leer el diario y alguna novela fácil y distraída. También podía ir, en
taxi, a dar una vuelta por las afueras de la ciudad y estarse una media hora en
el paseo de los Ingleses, siempre en compañía de la risueña y graciosa
Berthine.
Una mañana de abril, alegre como los pájaros del
jardín y capaz de levantar el ánimo del más pesimista, Ilamó a gritos a
Berthine: -¡Mira, mira lo que dice Le Petit Nitois! ¡En España se ha proclamado
la República!
-¿Qué en España se ha proclamado la República ? -preguntó
Berthine incrédula, cogiéndole el diario--. A ver, déjame ver.
Se sentó a su lado y en alta voz leyó lo que sigue:
"Como consecuencia del triunfo que los republicanos y los socialistas
obtuvieron en las elecciones municipales del día 12, ayer, 14 de abril, se
proclamó la República en España. En las grandes ciudades, el pueblo, en
impresionantes manifestaciones, vitorea a la República y destruye los símbolos
de la Monarquía.
En todos los edificios públicos ondea la bandera
republicana. El rey está en Cartagena y se dice que embarcará en un buque de
guerra, puesto a su disposición por el gobierno provisional y será conducido al
extranjero. En toda la Península reina el orden más perfecto. El pueblo,
loco de alegría, no cesa de vitorear a la República. Patrullas del ejército
enarbolando la bandera republicana, juran que defenderán al nuevo régimen.
Niceto Alcalá Zamora, que presidía el Comité Revolucionario, ha asumido la
presidencia del gobierno provisional, el cual ha lanzado una proclama pidiendo
al pueblo que conserve la serenidad y no cometa desmanes, dando al mundo un
ejemplo de sensatez y de madurez política, probando que España está capacitada
para vivir en un régimen de libertad y de democracia republicana."
-¡Extraordinario y sorprendente suceso! iLa República en
España! ¡Parece increíble! Nunca sospeché que de unas elecciones municipales
pudiera surgir la República en un país como España -comentó Berthine.
-En realidad, España es un pueblo desconcertante -dijo
Istrati-. De todos modos está por ver si los republicanos serán capaces de
consolidar el nuevo régimen. La Iglesia, por ejemplo, creo que será
difícil de sujetar, teniendo en cuenta que el alto clero español es el más
agresivo e ignorante de Europa y quién sabe si no se convertirá en el
aglutinante de las fuerzas antirrepublicanas.
-En efecto --corroboró Berthine, añadiendo:
-Yo no me fiaría de esa insólita adhesión del ejército a la
República. Puede ser una añagaza. Lo que procedería es que inmediatamente
organizaran el ejército republicano. Ahora es el momento. Deberían aprovechar
la sorpresa y desorientación de los militares, y su temor a las represalias.
Sin titubeos, con el tacto que el caso merece, sin herir la susceptibilidad de
los creyentes, tendrían que reducir a la obediencia a la Iglesia. Esta
institución, a mi entender, es peligrosísima. y aún queda la incógnita de la aristocracia, de
la burocracia y de la burguesía.
-Confieso que desconozco el movimiento político español
-dijo Istrati-. Quiero creer que la República tiene a sus hombres, que sabrán
defenderla. ¿Habrá allí figuras de la talla de un Gambetta, de un Jules Ferry,
de un Waldeck-Rousseau? Lo deseo de todo corazón.
-Mira, Panait; no te quiebres la cabeza y deja el diario,
que ya veremos lo que ocurre. Ahora a desayunar. Recuerda que a las once vendrá
a buscarnos el taxi para ir a Cannes. .
En Cannes, Pradier tenía una magnífica residencia e
invitó a Istrati y a Berthine a que fueran a pasar una semana.
El año 1931 transcurrió sin que ningún suceso de importancia
alterara la paz del matrimonio Istrati. En el mes de mayo de 1932,
habiéndole entrado en su alma la nostalgia de la patria lejana, por primera vez
habló Istrati de volver a Rumania. Pradier le aconsejó que esperara unos meses,
quizá un año. Debía fortalecerse para soportar las emociones que le produciría
el regreso a la patria.
En el mes de agosto volvieron hablar de la República
española. Ella dijo:
-¿Ves? ¡Lo que te decía! El ejército monárquico que no
destruyeron, se subleva contra la República. El general Sanjurjo, un nuevo
Kornilov, se ha pronunciado en Sevilla el 10 de este mes y quiere proclamarse
dictador.
-Pues sí. y Azaña, la máxima revelación de la
República, me parece otro Kerenski. Todo se va en discursos en España y nula es
la acción. Aunque vencida la sublevación de Sanjurjo, temo que la República no
se consolide -añadió Istrati, a lo que ella contestó:
-Si en España surge un liberal honrado e inteligente
como lo fue Juan Prim, está condenado a morir asesinado. Asesinado murió
también el estadista liberal José Canalejas. Y cuando en 1931 aparece en la
política española un hombre equilibrado, orador insigne, de gran cultura,
escritor brillante, político honesto, de incorruptible y arraigado liberalismo,
que quiere para su patria honor, prosperidad y gloria, precisamente por poseer
tan relevantes cualidades, es triturado por la reacción española que añora los
tiempos de Fernando VII. Me refiero precisamente a Manuel Azaña, de quien
Alfonso XIII ha dicho que si él hubiera tenido a un primer ministro de tan
noble estirpe como Azaña, jamás se habría visto en el trance de tener que
abandonar el trono español.
-Desgraciadamente es verdad -asentó Istrati- y el siglo XIX
tiene para España rasgos de una decadencia tan deplorable, que pone en
entredicho el prestigio de aquel país, lo cual es inconcebible en un pueblo que
en ocasiones ha demostrado ser poseedor de una arrogante vitalidad y de un
encomiable empuje revolucionario. Recuerda los comuneros de Castilla que se
alzaron contra el absolutismo de Carlos V, entre otras gestas gloriosas que dan
esplendor a la historia de España.
-¡Y cuántas torpezas han cometido en estos dieciséis
meses de Repúblicas -exclamó Berthine--. En vez de concertar alianzas político-militares
con Inglaterra, y con Francia especialmente, en el artículo sexto de la
Constitución republicana renuncian a la guerra. ¿Cabe mayor candidez? ¡A la
guerra renuncian todos los verdaderos demócratas, pero surge de imprevisto! y
mal que les pese, hay que apechugar con ella. Fíjate que la República española
está entre peligrosos enemigos, El dictador Carmona en Portugal y Mussolini en
Italia, y espera, que tal como van las cosas en Alemania, mucho me temo que a
los republicanos españoles se les presente otra complicación internacional;
observa que Hitler se va adueñando de la voluntad de los alemanes y nada sería
de extraño que se apoderara del poder, con la aquiescencia de los militares
prusianos que aspiran a una guerra de desquite, Lo dicho, no alcanzo a
comprender cómo los republicanos españoles no han concertado un pacto
político-militar con la República francesa.
-Cierto -aseveró Istrati-, y debían haberlo hecho en
el mismo en el mismo instante en que la República denunció la alianza que con
Mussolini firmó Primo de Rivera en Roma en 1926.
-Por lo visto temen llevar a cabo una clara política
internacional, mientras que en lo que respecta a la política interior, no se
atreven a aplicar sus propias leyes sociales -lamentó Berthine.
-Nada, chico; la República española es un caso perdido. La
reacción, embravecida ante la pasividad de los republicanos, se torna agresiva
y embiste con furia. Es lamentable -Sí que es de lamentar -corroboró Istrati-.
Porque una España republicana cambiaría la política internacional en detrimento
del fascismo que en Alemania va cobrando prestigio y fuerza.
-¡Si al menos supieran aprovechar, con una saludable
reacción, la advertencia que supone la sublevación del general Sansurjo! -dijo
Berthine con un gesto de desaliento.
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A principios de 1933, Istrati se veía muy bien y
pese a la tuberculosis que destruía su pecho, estaba alegre y hablaba con
acento optimista respecto al porvenir. y habiéndosele metido en la cabeza ir a
Rumania no había manera de convencerle de que el clima de Niza, era mejor
para él que el de su patria. -Iremos a Braíla, a Constantaza, a Bucarest -decía
muy contento--. Estoy seguro de que Rumania te gustará, Berthine. -No lo dudo;
pero, ¿y tu salud? ¿Te probará el clima
?
-¡Claro que sí, mujer! Viviremos en Bucarest. Te
anticipo que es una ciudad muy bonita. Y pasaremos los veranos en Sinaia, una
estupenda población veraniega, a dos pasos de Bucarest. Intervino Pradier y
consiguió que aplazaran el viaje a Rumania hasta la primavera de 1934. Y en
abril de ese año Panait Istrati y Berthine Ziemssen llegaron a Constantza.
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Como es de suponer, Vers
l´autre flamme, de Panait Istrati provocó la indignación de los comunistas,
quienes en la prensa y en la tribuna insultaban a su autor. Le llamaban traidor
y agente del fascismo, porque entre otras críticas del estalinismo, aseguraba
que Stalin había destruido la obra iniciada por Lenin y Trotsky, los directores
de la Revolución Rusa que intentaron crear la sociedad socialista. Y tanto como
lo denostaban los comunistas, lo elogiaban los enemigos de la URSS. Y fue
precisamente Henri Barbusse, con quien Istrati colaboró en Monde,
al que cito de memoria porque en enero de 1939, al ocupar Barcelona los
falangistas, me destruyeron el archivo y mi modesta biblioteca.
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De FUNDACIÓN
ANDREU NIN, 04/2006