PABLO CEREZAL
Contento de que yo hubiese preferido su país a Argel, Túnez o Trípoli, me aseguró varias veces su protección y amistad.
Ali-Bey
Despierto
en Cochabamba, dañado, dolorido de chaqui, también de las
costillas que me golpeé anoche, al cerrar todas las puertas. La habitación da
vueltas, tantas que no ubica sus cuatro paredes en Cochabamba, sino en Salvador
de Bahía, donde ayer te hacías barro entre las alfarerías obtusas de mis penas.
Gira la habitación. Gira el mundo. Giran y danzan aviones que no llegan,
cargados de viajeros de la nada que lucen girones de escarcha mientras les
envidio pintando plata a los últimos náufragos de mis sienes y al reloj que
decidí no tener para olvidar todas las ocasiones en que no. Bailan aviones los
cielos de Lisboa que, hoy, ahora, ya, desea ser, más que una ciudad, una
ciencia. Cuántas cervezas allí, en la capital lisboeta, acordes de Tom
Petty y la mirada agria de Neil Young embadurnándonos
de exceso todos los alcoholes consumidos a mayor gloria del amor que nunca tuvo
nombre porque jamás llegó a ser. Volteo, despacio, dolorido, mi cuerpo. ¿Me
habré roto una costilla? ¿O será tan solo, de nuevo, la arritmia? Volteo y el
balcón de este hostal en el gótico barcelonés celebra mi daño con un aplauso de
palomas y un espumillón vegetal tan selvático como tu mirada tras haber
pastado, despacio, mi sueño. Y yo que te pensaba dormida, aquí, en esta cama
dañada del robo del siamés de sus sábanas. Así mi mirada: hurtada y sin saber
quién ni por qué ha decidido robarla. Mejor cerrar las pestañas, lacra de
lágrimas para esta carta que te escribo desde Seúl, acomodado en el calor de
otra noche de verano sin mañana, a pesar del sol, sin luz, sin la promesa de
tus pestañas cuando me dicen mañana. Calienta el sol o calienta la resaca.
Caliente mi mano cuando te congrega y te reclama para recomponer con tu nombre
el granate sin color de las sábanas. Caliente, tórrido el aire que no fluye ahí
afuera, mascado por las voces de la kasbah, en Tánger, ¿o era Estambul? No
importa. Lo primordial es cambiar las sábanas, cada tiempo. A veces, tú sabes
cuáles, cada muchas semanas, por no perder el cabello más que por evitar el
esfuerzo. Y colgarlas al clarear de la vecindad para que hagan chistes sobre
las islas en que se mancha todos los pájaros de Koh Ngai, recién nacidos de la
selva, recién paridos por la inercia y las olas sin rabia que lamen tus pies
cuando decides acariciar las algas. Volteo de nuevo y duele, de nuevo, con
insistencia de misiva bancaria, esta costilla, no sé cual, mejor no investigar
con las manos tiznadas del recuerdo que te erijo cuando me erijo, de nuevo,
como teleñeco de una telequinesis que batalla contra el raciocinio y me da la
espalda como tú en Cusco, llorando el último beso y escandalizando todas las
puertas por cuyos cerrojos deslizan la lengua el resto de hospedados, buscando
tu vientre, reptando la mañana. Intento dar otra vuelta y siento que ya es
mañana en Varanasi, caricia de cuerpos incinerados acariciando las bacterias y
la calma de un Ganges que no fluye porque quiere regresar su caudal a la
canción de cuna de todas las habitaciones vacías en que no te tuve y solo te
soñé mientras escribía con mis manos peldaños de nieve cantábrica. La playa de
Barro, ya solo su nombre me encharca el aliento: barro del que tal vez estén
hechas las costillas que me duelen. Una costilla, tal vez solo una, para qué
buscarla, con las manos manchadas de tu nombre. Adán sin costilla o costilla de
Adán, nombre científico: monstera deliciosa, así que hazla delicia en tu
paladar si es que aún le queda resquicio de carne a su escueta estructura
monstruosa. Así crecen las plantas trepadoras en todas las junglas que no
recorreremos juntos. Así me trepa el sistema nervioso la electricidad de tu
palabra cuando la dices sin siquiera inquietar tu garganta, mientras yo pienso
en beberme otra cerveza o 1906, las matemáticas no son lo mío, ya sabes,
tampoco la coherencia ni la claridad ni la lucidez del ejército que se sabe
vencedor de todas las batallas. Como batallaban los ejércitos del amor
esculpiendo orgasmos contra las piedras de los templos de Kahurajo, a punto de
trepar los cielos y yo destrepando, como reptil benévolo, tus barrios bajos. Me
muevo, horizontal y despacio, miro el teléfono esperando la llamada del
servicio de urgencias más cercano. Supongo que he olvidado que estoy en La
Bañeza, donde los recuerdos se hacen piedra contra los cristales de todas las
terrazas. Logro levantarme, me desprendo la mortaja, me acaricia una luz que
apenas moldea mi sombra contra una pared en que tus manos esperan como un cante
jondo de escarcha. Mi sombra, danzando monedas a los pies de todos los mendigos
ciegos: Aleluya, Cohen, Morente, Buckley y
tu voz tricotando milagros entre las telarañas. Me duelen las costillas tras el
golpe de anoche, o una, tal vez solo una, la que me falta.
Ocasiones
que hacen honor a su nombre y permanecen por siempre ocasiones, en la memoria,
entre los dedos, en lo más profundo de mi sistema digestivo, pululándome las
entrañas, doliéndome eso que otros llaman alma.
Camarero,
otra ronda, ya qué más da... es tarde, vamos a cerrar.
_____
De
VISLUMBRES DE EL DORADO, blog del autor, 13/08/2022
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