DIEGO MEDRANO
Tuvo todos
los premios (Herralde, De la Crítica…) en ese tiempo vivo donde significaban
algo, sus libros fueron flor de cuño y estigma contra pusilánimes (Las
pirañas, No existe tal lugar, La caja china, Peatón de Madrid, La nave de Baco),
la proximidad de barateros, buhoneros, borrachones y bebedores le salvó de
cualquier integración posible. Miguel Sánchez Ostiz es leyenda y vuelve como
tal: Ahora o nunca (Editorial Renacimiento). Sus libros huelen
a quemado, a barra mojada, a copas dejadas a la hosca, a humo de pajas, a “vita
pericolosa”, a niebla herida. Su lenguaje nervioso no tiene rival posible.
Ahora o
nunca destila
días pasados (2016) pero el hechicero siempre fue escritor sin género. Diario
nuevo más que nuevo diario, cambio de vida, el invierno y la paciencia, jamás
prisionero del rencor ni moralidad por cuatro perras. Las pirañas iban
de eso: una vida moral, una escritura moral, entre tanta risotada y puro
encendido, entre tanto pijodandi y boom del ladrillo, entre tanto arrimado a
las letras con vocación de medro. El escritor sigue igual: huele a distancia
las borrascas, los temblores y las camorras, ajeno a gomosos y jamás en la
tinta del aburrimiento, todo lo contrario, tajo y sajo.
Duerme a
brincos, el pulso en ocasiones como para robar panderetas, evita la pomada y la
cara de los compinches ocasionales, no entra en la derrota por el lenguaje de
las excusas, huye de los pegados al ladrido y el mordisco, huye de la parroquia
devota y entregada, pronto se baja el bañador frente a las olas salvajes:
“Escribir para mí mismo, todo lo demás es tontería, es decir, es una estupidez
andar buscando un lector a estas alturas, el que venga, bienvenido, al otro no
lo conozco”.
Huye de
toda puesta en escena y brinda, Viña Tondonia en alto, por jitos, andobas y
mangutas, cada cual en su nadería, pose y balbuceo; cada cual en su jeremiada,
sin lo que más importa: urgencia de escritura. Es duro como el pedernal y
escribe con sangre por las paredes de la cueva alucinada: “Entre escribir para
publicar y escribir para escribir, por el hecho mismo de hacerlo, hay una
distancia que no se recorre jamás. No buscar lectores, si vienen, bien, si no,
mala suerte, el trabajo está hecho y el gozo vivido y cobrado”.
Huye de los
afectos vinosos, de los días foscos, de las riadas habituales a base del
concierto eterno de petardos. Al sacudirse la barba fluvial donde cantan los
grillos, escapan erudiciones fules, mentideros escachafamas, compadreos
baratos, los hampones literarios siempre pobres y de vareta: “Insatisfecho para
siempre y cada día que pasa más desaparecido”. Su voz es un lujo, apetito
eterno del idioma, dignidad obrera (la del obrero de las letras), tan en desuso
o mancillada: “La verdad es que siempre me ha gustado más estar dentro que
fuera: la cabaña, la cueva, la buhardilla, el cuarto apartado, la casa
solitaria. Vivir en una burbuja, ser para el ensueño”.
No escribe
por venganza ni exceso de trago ni evitar el empujón: “Concibo mis novelas como
un rompecabezas que se ha ido uniendo como una galería de espejos quebrados,
una galería de feria”. Pesa no encontrar editor pero tonifica respirar hondo
ajeno al desprecio y el insulto. Escribe fuera de la bolsa y el cotarro, dale
que te pego, ajeno al desahogo del diario letrinesco, sin charlatanes ni
sacamuelas cerca, así aúlla por entero sobre la colina blanca: “Ética nueva:
para que yo disfrute o haga mis negocios, tú tienes que joderte y si te quejas
eres un cabrón. En el manual del progre figura el aguantar los abusos del
prójimo mientras este sea de tu clase o de tu cuerda”; “No hay tiempo para
hacer de papamoscas”, “No te abraces a las resacas de prestigio”.
El maestro
escribe desde el frío, ajeno al puesto y la bicoca, ya de vuelta de todo, sin
legañas en el alma, sin derribos ni poetas, ajeno a desmemoria y cuchilladas
traperas. La tumba arde abierta: “Estoy pagando caro el haberme vuelto de
Madrid, el meterme en Baztan y el publicar donde he publicado desde 2002, y lo
que he publicado, claro”. El maestro no oye a la zahúrda de mamarrachos, los
buenos puros, las mejores copas, la timba de guapetones y tramposos: “La
escritura es mi único asidero, una forma de combatir este tiempo negro”. La
niebla es a veces teatro para sombras: “Qué siniestro es ver cómo se te han ido
quedando las ganas por el camino, sobre todo las ganas”; “Ando entre la furia y
la depresión profunda”. La escritura es una bala sin tiempo.
Sienta la
cabeza Sánchez Ostiz para gritar más fuerte: “No es fácil sobreponerse a diario
a la pregunta de qué valor tiene lo que haces, a la vez de comprobar que el
tiempo corre en tu contra, y que es ahora o nunca y resulta nunca”. Ahora
o nunca: “Ese canguelo que está detrás de todos mis trabajos”. Ahora
o nunca: “La vida ya fue, dijo Tabucchi. Aplausos. Incondicionales. No se
te ocurra decirlo a ti en el concierto de los listos y los acomodados porque
con suerte solo te abuchearán… Pero tú sigue, dale que te pego, porque entre
otras cosas, no te queda otra”. Miguel Sánchez Ostiz: sabio de la tribu,
gigante de las letras, escritor sublime, mejor persona.
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De EL
IMPARCIAL, 30/11/2022
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