HUÁSCAR SANDOVAL BAUER
Hace un
tiempo que no escribo, estoy como adormecido, sumido en un letargo muy cercano
a la beatitud, pero sin la certeza de la redención. Con una resignación sin fe
o una espera sin esperanza.
Me siento
en la terraza de casa, tomo café y fumo-ahora que el calor nos dio un
respiro-contemplo el atardecer y sueño. Sueño que camino con Claudio, tras las
huellas de Babel, por las calles de Odessa. Busco a Tolstoi, el conde, no el
místico, ese vendría después. Imagino a los alucinados jinetes que cargaron
contra la muerte en un valle de sombras interminable, en Balaklava. En
Sebastopol, encuentro al conde…
Paseo con
Mauricio por la martirizada África, y encuentro las quimeras negras en Katanga
y los apocalípticos caballos en Biafra. Navego rio arriba por el misterioso
Congo, directo al “corazón de las tinieblas”. El horror lo impregna todo, hasta
el alma. La muerte clama por Leopoldo y los belgas. Busco oro en el Transvaal y
un cielo protector en el Sahara. Quiero encontrar a Francia en Argelia, pero ya
no está, se fue con más pena que gloria.
Soy testigo
de cómo un Taipan ingles construye un imperio en Hong Kong, la bahía mejor
protegida del mar de la China. Botín de la primera narco-guerra: la pérfida Albión
lo hizo de nuevo. Después serian derrotados por “un faquir semidesnudo”, como
lo calificó Churchill. Pero esa es otra historia.
Vi como un
Shogun exigía la lealtad eterna de sus guerreros en un sanguinario ritual, no
exento de belleza. Muchos años después un excéntrico escritor repetiría el
ritual, para mayor gloria del emperador, provocando el horror del mundo
“civilizado”.
En fin,
soñar no cuesta nada, lo malo es tener que despertar para volver a soñar, eso
fatiga un poco…
Yacuiba, 28
de enero, 2022
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