DIEGO MEDRANO
Cuántos,
cuántos ojos legañosos, pequeños, recién amanecidos, húmedos, leyeron o
enfrentaron, la boca llena de aire y los pulmones vacíos, los dedos codiciosos,
el tacto en la vista y la verga tiesa, las mil páginas que dedicó Maurois a
Balzac. Cuántos. Recuerdo a Leopoldo María Panero custodiando este tocho, junto
al Contra Sainte-Beuve de Proust que publicaba Tusquets por esos años, en una
mochila de colgar con cuerdas, casi trapo, hoy tan presente por todas las
espaldas. No hay verano sin tocho ni desafío o reto largo. Cuántos, cuántos
valientes entran en el menudeo del enorme escritor, a mordiscos, a sorbos, los
dientes serios y la lengua loca. Balzac es toda Francia, junto con Victor Hugo,
el monstruo total, una prosa empujada por el juego, las tres jarras de café
negro, el insomnio, la comida a lo bestia, el sudor frío, la prosa sin
descanso, las ganas de dinero sin descanso, el beber sin descanso, follar sin
tregua, alcohol a morro y sin parar en vasos. Flaubert quedó en un señor
tranquilo que pesca junto al río. Su furia y psicosis es la de Dostoievsky. La
bella locura, una locura hermosa. "Merezco este infierno", decía
mientras reía por el diente que le faltaba, la risa con agujero negro y pátina.
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Del muro de
Facebook del autor, 07/2023
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