GERMÁN GULLÓN
El gran
escritor checo Milan Kundera nos ha dejado cuando el olvido empezaba a
arañarle los talones. Incluso su reputación apareció cuestionada en la última
década, cuando sus últimas novelas, puestas bajo la lupa por la crítica fijada
en interpretar la identidad personal, comenzaron a ser juzgadas con la estrechez
de miras de los apóstoles de la cultura de la cancelación.
Cuando en
2014 publicó La fiesta de la insignificancia las miradas del
protagonista, Alain, un intelectual de edad avanzada, señas que indican una
clara semejanza con Kundera, a una joven cargadas de erotismo,
acompañadas de ciertos arriesgados comentarios hizo que algún recensionista se
preguntase si todavía cabía defender la validez y perduración de su obra.
Apreciaban estos comentaristas un evidente antifeminismo.
El
barómetro crítico anuncia, pienso yo, una tormenta pasajera, porque si
ampliamos la lente estimativa comprenderemos mejor el contexto de su vida y
literatura, que dan mejor cuenta de la talla del autor. Y antes de entrar en
materia, recuerdo que Javier Marías, digo el rey Xavier del Reino de Redonda,
confirió a Kundera el título de duque de Amarcord.
Y recuerdo
también que la literatura y la filosofía producidas en el Este de Europa
durante el pasado siglo manifiestan una cercanía notable al folclore, entonces
los artistas cosechaban desde el siglo XIX fuentes temáticas de la tradición.
Aparece en los autores la preocupación por la identidad, por indagar
sobre sus raíces.
El padre de
Milan Kundera (1929-2023), Ludvik, discípulo de Leo Janácek, el gran
investigador e intérprete de músicas eslavas, enseñó piano a su hijo, y le
familiarizó con una forma de sentir y sintonizar con el pulso de la vida checa.
Esta educación chocaba con la ideología oficial de los ocupantes soviéticos, y
poco a poco su carrera profesional, de profesor de literatura y de música, de
literato, le convierten en un disidente político, uniéndose así a
otros miembros de esa ruptura provocada por los intelectuales del Este de
Europa durante la guerra fría. La imposibilidad de ganarse la vida y de participar
en la vida cultura checa al ser expulsado por sus actividades subversivas del
Partido Comunista, le llevó a emigrar a Francia (1975), donde adquirió la
nacionalidad en 1987.
Para las
nuevas generaciones, el nombre y la obra de Kundera quizás apenas evoque
recuerdo alguno, pero en los años ochenta del pasado siglo,
varias de sus novelas, especialmente El libro de la risa y el
olvido (1979), La insoportable levedad del ser (1984)
y La inmortalidad (1988), escritas ya en su país de adopción,
alcanzaron un éxito extraordinario, precisamente porque planteaban
un tema de actualidad, la relación entre la identidad personal y la nacional.
La Comunidad Económica iba dando forma a lo que sería la Unión Europea, y en
España concretamente la transición planteaba retos al desarrollo
democrático. Leer a Kundera te permitía ensayar tus propios dilemas.
También eran
novelas del exilio, lo que naturalmente resonaba en España, donde la
recuperación de los trasterrados ocupaba un lugar preferente. Estas novelas no
cayeron del cielo, venían precedidas por tres estupendas narraciones, plenas de
humor, donde se recrea ya la vida bajo el régimen comunista, tituladas La
broma (1967), La vida está en otra parte (1972)
y La despedida (1973).
La
insoportable levedad del ser permanece en la memoria por muchas razones. Hay asuntos inolvidables, el
amor de Teresa por un perro. Son detalles que por momentos te sacan de la
historia central, y te recuerdan que este libro se caracteriza por mezclar la
ficción con el ensayo. El mundo representado fluye como en la vida, de lo
insignificante, que nos impacta por la carga afectiva, a lo intelectual.
Esto a la
vez le concede a las novelas de Kundera una forma particular, en la que todo se
acaba conectando. En especial, y lo que no dejará de tocar a los lectores es la
manera en que la identidad personal de los personajes se ven afectadas,
incluidas, por las fuerzas políticas que quieren forzar un conflicto para
anular la libertad personal. Hoy, la brutal guerra de Ucrania, la
crueldad y excesos rusos, perspectivizados por los de la Checoslovaquia de los
ochenta, nos permiten entender lo que significa esta violencia personal, que no
se contabiliza en cadáveres, sino en seres anulados por el poder del
más fuerte.
Leer al
Kundera novelista me parece hoy un ejercicio muy razonable y oportuno. Su libro
de ensayos El arte de la novela (2006), una lectura que
provoca a releer la literatura del Este europeo. Y, como la violencia humana es
un río que no cesa, me atrevo a afirmar que la fuerza expresiva de las novelas
de Kundera, la calidad literaria de sus textos, quedará con nosotros.
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De EL
ESPAÑOL, 12/07/2023
Imagen: Milan Kundera, photo: Gisèle Freund,IMEC/Fonds MCC, Muzeum hl. města Prahy
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