Monday, October 31, 2022

La piel arde


ELIANA SUÁREZ

 

Arena bajo los pies como minúsculas brasas incandescentes. Oro que despelleja el alma cuando no hay refugio donde guarecerse. Hombre o mujer, niño o anciano clamando al cielo por una nube o por agua. Agua como privilegio de clase. Transparente ante la riqueza, enlodada para la miseria.

Sol que ardes en cada célula y exasperas hasta lo insoportable. Grieta en tierra seca, escama de dragón devorador de humanidad. Se yergue el fuego como titán sobre la sierra. La flor y el árbol doblan servilmente su espalda y proclaman vencedor a quien como Atila será amo y señor del territorio.

Pero aquí, el recuerdo de aquellos días fríos trae el aroma de tu ropa, tu casa, tu comida. El silencio en el punto exacto en que la ciudad hace un vacío y en medio del tumulto no se oye nada. Un perseguir la dicha a cada paso, tratar de seducirla y lograr que anide en las esquinas donde alguna vez soñamos con una vida juntos.

Ahora, arden bajo la tierra la esperanza y el amor. Aguardan a resurgir colándose en ríos subterráneos, en agua que fluya y recorra toda la superficie de la tierra hasta bañar nuevamente mi cuerpo. Esa agua me poseerá y, entonces, un jardín crecerá en mis espaldas y las raíces fortalecerán nervios, músculos y órganos y viviré y sobreviviré a este tiempo árido en que las hojas caen antes y el cielo azul es presagio de descanso.

El sol se recuesta en la quebrada cansado de tanto arder. Una bandada de pájaros se nutre de la sombra y se despide en jolgorio incesante. Un espectro merodea entre los rosales. Es noche sin luna y las estrellas reinan. Lejos de aquí, la arena se vuelve velo de Ino. Lejos de aquí, una voz clama piedad entre las ruinas.

Entonces el aire de la noche sofoca. Es el dolor de otros cubriendo la faz de la tierra. En el horizonte, una boca negra engulle las formas y luces blancas simulan un amparo que no existe.

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Imagen: Mark Rothko

 

Thursday, October 27, 2022

Derecho a la tristeza


JAVIER VAYÁ ALBERT

 

Sentenciaba el nunca suficientemente añorado Jesús Quintero aquello de que la depresión es un estallido de lucidez. Una definición que rebosa precisamente una lucidez poética propia del genio andaluz que sabía perfecta y desgraciadamente de lo que hablaba. Un estallido de lucidez ante la conciencia abismal del hambre, la miseria, la desigualdad, la guerra y ese largo etcétera que lacera el mundo. Por suerte cada vez la sociedad es más sensible ante temas antes tabú o subestimados como la depresión o la salud mental. Sin embargo, esta creciente y necesaria alerta social tiene su reverso oscuro y, cómo no, dirigido por los de arriba. Se trata de la dictadura de la felicidad. Imagino a un algoritmo demiurgo haciendo saltar alarmas en los despachos ante cualquier posibilidad de negocio y control de las masas.

De este modo una legión sonriente de antiguos comerciales fracasados de compañías eléctricas o de inmobiliarias quebradas ahora reconvertidos en coachs e influencers inundan youtube y las redes sociales. Libros de autoayuda y pseudociencias que prometen ofrecer el secreto de la felicidad copan los estantes de las librerías donde antes podías encontrar no sin esfuerzo algún título de poesía. Cursos de bienestar emocional y mindfulness se publicitan en todas partes todo el tiempo. El mensaje es bien claro: debes ser feliz, y si no lo eres la culpa es solo tuya. De hecho, no intentar alcanzar esa dicha te convierte en paria antisocial, en una anomalía molesta para el sistema. Según esta dictadura solo tú eres responsable de lo que te ocurre, no importa tu estrato social o circunstancia. No importa si eres una mujer iraní, te han diagnosticado un cáncer terminal o vives en la calle; ser feliz está en tu mano. Lo que sucede es que no te esfuerzas lo suficiente, pero ellos van a enseñarte cómo hacerlo por un módico precio, por supuesto.

Nos han convertido en personajes de Un mundo feliz, la celebérrima novela de Aldous Huxley, con las redes como soma. Somos un ejército de Jokers enfermos del virus de los filtros de Instagram, del postureo, de mostrarnos más felices—supuestamente mejores por ello—que el resto. Nos bombardean con frases cursis y motivadoras en las instalaciones de las empresas, en los gimnasios y hasta en el dentista o la oficina de hacienda. Nos escuchamos a nosotros mismos espetando manidas soflamas aprendidas con condescendencia. Compartimos fotos bonitas y memes repulsivamente alegres mientras por dentro nuestro corazón está tan roto como el de un adolescente. Nos sacamos selfies absurdos mientras la desesperación repta por las paredes de nuestra casa.

Nos han creado una suerte de culpa judeocristiana 3.0 por cada momento de aflicción, de dolor, de enfado. Nos han inoculado que no tenemos derecho a la tristeza, que exhibirla es un obsceno acto de egoísmo y debilidad. De esta manera es más fácil eliminar y criminalizar la queja, el pataleo, la reivindicación por justa que sea. Además presuntamente hay que ser muy amargado y malvado para declararse en contra de algo tan deseable como la felicidad. Sin embargo los psicólogos (los honestos que no quieren forrarse a costa de la necesidad y desesperación de la gente) nos advierten de lo errado de esta idea. Nuestro cerebro no está hecho para ser felices siempre, si no para afrontar amenazas, buscar alianzas o refugio. La rabia, la pena o el miedo son emociones necesarias.

Por nuestra salud mental reivindiquemos pues nuestro derecho a la tristeza.

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De EL IMPARCIAL, 26/10/2022

Wednesday, October 12, 2022

Miguel Sánchez-Ostiz habla de Muerta ciudad viva


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

 

«Recogete, joven; andate a tu casa»

 

Se lo dicen al narrador de Muerta ciudad viva las barrenderas de Cochabamba, esas que parecen bailarinas chinas con sus escobillones rítmicos en la noche y barren esta, como si a la vez la acariciaran, y hacen desaparecer lo que a ella se queda pegado, pero es invisible para la mayoría. Esta sería la historia de Muerte ciudad viva, la del joven que busca encanallarse –eso dijo el propio Céline de su Bardamu– y que debería recogerse en su casa antes de que las cosas se despeñaran en el peor de los pozos negros, pero que no lo hace porque su casa no pasa por ahí, porque la de verdad, verdad, no la tiene, es la calle, la mugre y la exasperación.

 A Claudio Ferrufino-Coqueugniot le conocí antes de haber leído nada suyo en una Feria Internacional del Libro, en Santa Cruz de la Sierra, en la que participamos invitados por la Cámara del Libro. Me bastó escuchar una intervención suya, acerca del lenguaje o la lengua de los expatriados, para darme cuenta de que ahí había un escritor que tenía mucho que decir. Estuvimos alojados en el mismo hotel, él sentado en una mesa y yo en otra, sin hablarnos, escribiendo cada cual lo suyo, y echándonos miradas de reojo de cuando en cuando. Leí luego El exilio voluntario, prestado por un amigo común, Ramón Rocha Monroy, y  nos encontramos más tarde, en Cochabamba. Una Cochabamba nocturna, de cuecas, chelas y tragos finos y duros, de amigos entrañables y con un paramilitar-torturador de la época de Barrientos que tocaba de manera magistral el charango (para que el cuadro quede apropiado), y de antros, cuya puerta había que tumbar a patadas, en compañía de algunos de los personajes de esta novela. Luego vino el Señor don Rómulo y todo lo demás. Lo tengo por el mejor escritor boliviano de hoy, pero como media la amistad y el afecto, y hasta manías comunes, esto que digo y nada es lo mismo.

Hace unos años, en La Paz, un antiguo político del MNR, secretario de Paz Estenssoro, me dijo en un aparte que advirtiera a «tu amigo Ferrufino» que evitara regresar a Bolivia porque se había enterado de que le estaban armando un proceso por sedición de consecuencias imprevisibles (habituales), gracias a sus artículos semanales en varios periódicos en los que ha venido zahiriendo, denunciando y atacando de manera virulenta el régimen de Evo Morales y todos los regímenes bolivianos anteriores y por venir: uno de ellos le costó la colaboración en el prestigioso periódico Página Siete.

Una escritura sin concesiones la suya, ambiciosa y arriesgada, ya sea en la novela, en los artículos políticos o en los literarios que denotan, estos, una curiosidad y una generosidad intelectuales ejemplares.

El de Muerta ciudad viva es un relato de una dureza extraordinaria, pero describe bien el escenario, Cochabamba, esa ciudad populosa, de muchas buganvillas y una placidez indiscutible de vida urbana, y a la vez de mugre y aire viciado que a ratos hiede, de comederos, chicherías mugrientas, desmontes, basurales y puteros, con un río que es una cloaca, con un cementerio donde se celebran ceremonias pavorosas y locales inverosímiles de trago duro, mercados febriles, que le azuzan al autor el amor del disgusto, el de la ira y la añoranza irremediable.

Cuando las puertas del mercado cierran, se abren las del mundo de la noche, ese en el que el personaje puesto en escena por Ferrufino busca la abyección, y desde ese otro lado escribe Claudio. Picaresca y desgarro, en el mercado Calatayud, en La Pampa, en el Triangular de la coca, a donde fui una noche iluminada por siseantes lámparas de carburo –«No te hicieron nada por la sorpresa de verte allí», dijo el cronista oficial de la ciudad-, trago venenoso y delincuencia y violencia viva y sorda, y compañeros de fatigas cuyos nombres me resultan familiares, Julio y Chino, tan llorado por el autor.

¿Excesivo? Y qué no lo es si de la crónica de una autodestrucción se trata. Trago y sexo, mucho de ambos, hasta la intoxicación y la repugnancia, no lo dudo, pero antes, como la vergüenza, hay que sentirla en propia carne, hay que vivirla.

No es esta una novela para estómagos delicados ni para cazadores de micro machismos ni para puritanos de nueva hornada que cunden de manera asombrosa.

En Bolivia, antes de hablar de la literatura de Claudio, bien sea a favor o en contra, se miran unos a otros con sospecha –«Desconfiamos uno del otro, los bolivianos, vemos en nosotros lo peor, el enemigo. Eso nos hace un pueblo traidor», escribe Claudio–. Excesivo el Claudio, inmisericorde siempre con sus compatriotas, sean de arriba o de abajo, de la derecha o de la izquierda, aprovechados, taimados, borrachones, patriotas de pega… Habla del Ejército y dice: «El glorioso ejército de Bolivia ejercitaba a sus combatientes en la humillación». De sus invectivas, enmascaradas en dicterios de beodo en campaña, no se libra nadie, ni guerrilleros ni represores, ni izquierdistas del mejor postor ni pánfilos burgueses atrincherados en sus prejuicios y convenciones sociales, mezcla de racismo y servilismo inextricable, y sobre todo lo más importante: de la picota alcohólica no se libra el propio narrador, su voz, su escritura, una confesión y un espejo, todo lo trucado que se quiera.

 «Casi una novela de misterio esta Bolivia», leo en la novela de Claudio y no me espanto, porque más que de misterio, de espanto puede ser la novela no escrita sobre una Bolivia tremebunda, feliz, bailona, borrachona, guapetona, corajuda y cobardona, del tinku sangriento que no cesa, del dinamitazo como argumento, de las bandas callejeras borrachas hasta las patas, como la que quiso exorcizar me temo que en balde Alcides Arguedas, hace cien años y de ello habló con don Miguel, de Unamuno claro, que le advirtió al boliviano sobre la chupa de su propia tierra, a propósito de Raza de bronce. Viene de lejos, todo lo que Claudio cuenta viene de lejos, de muy lejos, es como lo cuenta y peor. De ahí su desarraigo y su necesidad de poner tierra de por medio. A quien le parezca exageración le recomiendo se dé una vuelta de lunes, o martes mejor, por la morgue o por el rincón de las almas perdidas, o por el mercado Triangular cuando cae la noche, no ya de Cochabamba, sino de su propia ciudad, que de eso se trata, del viaje al otro lado que en todas partes está. Aquí no hay localismo que valga, sino condición humana, desagarro sin fronteras

Y no, no nos confundamos, Muerta ciudad viva, no es un «Bajo el Tunari». Ese sería un torpe remedo de Malcolm Lowry. Aquí no hay bajos que valgan, un Selby estaría más cerca en su desgarro preciso pura cirugía de las tinieblas de la conciencia. La de Claudio no es una impostura o una invención literaria en la ya rancia tradición del malditismo urbano que tiene en Bolivia notables ejemplares. Me consta que el autor sabe que de ese viaje no se regresa, y sí se regresa es para contarlo y felicitarse de estar vivo y en todo caso se paga caro, siempre: « Yo me salvé escribiendo / después de la muerte de Jaime Gil de Biedma. / De los dos, eras tú quien mejor escribía.»

                                                                                                                Arraioz, enero de 2018 

Tuesday, October 11, 2022

Un acto de fe (Texto apócrifo de presentación de "El oro de las estrellas extinguidas" de Claudio Ferrufino)


DANIEL AVERANGA MONTIEL[1]

 

Todo acto de amor es un acto de fe, un salto al vacío con los ojos vendados, el alma en un puño y el corazón en la garganta, listos ambos para ofrendarse a quien quiera tomarlos: se los puedes ceder al padre enfermo, a la madre ausente, al hijo que tiene la mirada profunda y la boca llena de frases que te salvan cada tarde, o a la muchacha de ojos grises o avellanados que te demostró lo que sí era el dolor y transformó tu vida en oro puro, maleable por la pasión e irrompible ante la indiferencia. Casi siempre esta clase de actos se dan con más fuerza si hay un halo de misterio involucrado, como jugarse el todo por el todo, vender el cuero que cubre la piedra que te sirve de almohada, regalar tu tranquilidad y descanso, incluso después de morirte y nunca ser sepultado ni por la tierra ni por el recuerdo de los tuyos.

Así es el amor, ciego, un elemento que nos vuelve ajenos a la naturaleza, vulnerables a pesar de nuestra cognición; pero a veces, solo algunas veces, este amor sí vale la pena y termina curando lo que por definición llevamos corrupto desde que nos envían al colegio: nuestra conciencia como seres humanos.

Estamos ante un tiempo muerto que solo parece vivo y sano cuando algún autor de la rosca tradicional convoca a sus fans para llenar de perfume los salones del entorno, desde el cual los postulados de Cioran y Ligotti sí se justifican. Ejemplos sobran: que una madre se mata con su hijo en Colombia y una mayoría se burla del acto o la insulta desde sus burbujas de comodidad, que un actor mediocre de culebrones mexicanos le dice “pinche india” a una actriz amateur que fue nominada a los premios Oscar y nadie se indigna (mucho menos ciertas activistas), o que importó más la presión en las tetas de la beishu que la muerte de la última pacahuara, en 2013, son cosas de todos los días. Sé que estamos en el mismo barco y también sé que una mayoría no se da cuenta de ello, por eso nos estamos yendo despacito a la fosa séptica evolutiva y, en unos años, calcularía que todo el globo se convertirá en una Prípiat emocional; no es sorpresa esto, Isaac Asimov cambió de una postura humanista a una nihilista a mediados de los ochenta y dejó de hablar del destino cibernético de la humanidad cuando en entrevistas se le preguntaba sobre aquello; es más, sorpresa sería ver luz al final de túnel, pero este túnel parece más frente achatada de abogado torturador: nadie sabe lo que hay más allá, quizá dos mil abdominales pensadas y calculadas por matemáticos sin título, quizá canchas con césped sintético más que hospitales y lugares comunes por doquier, o sonrisas estúpidas en gigantografías pagadas con el dinero del pueblo. Lo cierto es que la única arma ante esta “vocación de abismo”, como dijo en 2009 Carlos Monsiváis, puede ser el amor.

Y se preguntarán: ¿qué tiene que ver el amor en la presentación de un libro tan grandioso como “El oro de las estrellas extinguidas” y las nuevas ediciones de “Virginianos” y “Ecléctica” de Claudio Ferrufino? Amor a la palabra y maestría. Eso se ve. Cada libro de Claudio es una demostración de amor incondicional, un salto al vacío sin paracaídas, un acto de fe.

Estamos ante un tiempo muerto, ya lo dije antes y lo seguiré diciendo hasta que alguien me diga: “Ya cállenlo al pobre”; y como estamos así, no cabe más que apelar a medidas desesperadas; ¿y quién mejor que Claudio para mostrarnos el camino de lo que está sucediendo en nuestra sociedad, o cómo piensa el mundo a través de su visión de la realidad? Sus libros son una medida desesperada de amor incondicional, un oasis en medio de tanto tedio protocolar, una orientación tal, que hasta el piropo que le lanza a Gabo sobre su última novela (“Memoria de mis putas tristes”) en una de sus notas, va más allá del mismo piropo. Su lenguaje es ácido, sabio, magistral, real, y no queda más que considerarlo un maestro, quizá uno de los pocos, que parió Bolivia los últimos años.

Lo conocí por las redes sociales hace más de diez años, y en cada ocasión que charlábamos por medio del chat, descubría los estratos de cognición y de poética que constituían su obra y su talento; el no pertenecer a roscas e incluso ir más allá de esas roscas, más que sorprenderme, completó mi visión de él como un artista completo: le debemos a él la certidumbre que se puede escribir sin tanto bombo, ni autobombo, porque lo que interesa en su obra es la arquitectura de un dolor que va más allá de que suene bonito lo que cuenta, sino que lo que cuenta nos interna en ese acto de amor de comprender al otro y comprenderse a uno mismo, todo al mismo tiempo.

Todo acto de amor es riesgoso y estúpido, decía Ligotti, porque nada es bueno ni malo si no pasa antes por el lente de esa maquinaria llamada emocionalismo; nos está matando el emocionalismo barato, aquel que se pasa por la bolsa escrotal la empatía y la virtud de ser humanos y solo prioriza la comodidad personal... Y justo Claudio explora estos elementos en sus artículos que, de breves y buenos, adquieren la virtud de convertirse en joyas que nos motivan a salir de nuestros espacios de comodidad y nos hacen pensar, nos hacen ser humanos de nuevo.

Percibo a Babel, a Chejov y a Ligotti en sus escritos, pero también lo percibo a él como un creador extraordinario, uno que está haciendo escuela donde va y donde siempre consigue lectores, y esto no solo pasa en los “Virginianos” de los noventa, o en la posterior y grandiosa “Ecléctica” o en los últimos escritos que se incluyen en “El oro de las estrellas extinguidas”, sino también en sus novelas, únicas, que nos hacen sentir pequeñitos pero constantes ante su talento. El amor a la palabra es casi adictivo en Claudio, y eso está bien, muy bien, y qué mejor editorial para hacer esto con él, que 3600, que ya nos ha dado tantas obras que sí dan gusto leer y tener.

Después y antes de Jaime Nisttahuz, considero, como dije ya arriba, a Claudio como mi maestro en la escritura, aunque sé que nunca escribiré como él.

Solo queda la palabra escrita como prueba de que seguiremos leyéndolo con gusto, y trataremos, en lo mejor posible, de poder llegarle a las suelas de los zapatos en cuanto a calidad.

Larga vida a la obra completa de Claudio, y que nos acompañe como maestro muchísimos años más.

[1] Escritor orureño-alteño, deudor moroso y a veces pedagogo. 

Madrid-Cochabamba… blues, beat, be bop y punk


MAURIZIO BAGATIN 


“Si la literatura tiene un sentido, en una realidad cada vez más caótica, es que al menos alguien ve y entiende que diablo está ocurriendo.” - Hanif Kureishi -

Sí, lo sé, es solo rock and roll, pero me gusta…


Un hilo conduce la trama, parece el puente de plata que pudo unir Bolivia a España, hoy a distancia de muchos siglos y bajo muchas ruinas, es el rock… escucho Joni Mitchell, Blue… ella, tan sensual, pintora y voz de la noche, pinceladas por un Pollock urbano: “Todo el mundo está diciendo que el infierno es el más moderno camino a seguir…”.

Y llega un grito, lo leo en la poesía de Ginsberg y lo veo en el cuadro de Munch, lo escucho en el grito de Demetrio Stratos, un chillido capaz de alcanzar 7,000 Hz con su voz.

Mudo es el mundo. De oro es el silencio. El hilo conductor es el kaluyo, que es rock, andino, pero rock al fin. Pantagruélicas comidas y atroces muertes… una de Lou Reed, tal vez la divina Perfect day, y otra de Marianne Faithfull, seguro Sister Morphine, y perfumes, aromas, mierda y rosas, olores para todos los sentidos. Ciudades que son matrioshkas, una encierra otra, y otra que encierra otra y otra, al infinito: un Lazarillo de Tormes y un fantasma, miles demonios de la puta vida que nos tocó, a pesar de, o por suerte, vivir; borrachos adornados con perejil y ajo, taxistas para nada Travis, putas, rufianes. Toda la prosa urbana que recuerda lo que fue una ciudad. Y sexo, el sexo apresurado y adolescente, maduro y traidor, el sexo siempre imposible. Amor encadenado al destino: una película de Almodóvar con músicas de Grateful Dead… un relato de Víctor Hugo Viscarra con toda la psicodelia de Hendrix, sí de Jimi Hendrix… Danger in the dark with charango… 

Vida y muerte. Vivos y muertos. Libertad y esclavitud. Neil Young entra al Winterland Ballroom con su versión de luna de miel de Helpless en el pathos Cult, The Last Waltz y canta, toca divinamente su Gibson y sonríe, el pavo frío está ahí en su espalda, en su cuerpo… el rock es la ciudad, sus infinitas transgresiones… una poesía de Baudelaire y una barricada parisina, la reforma de Haussmann y luego la modernité… vicios y voluptuosidades. London calling.

Amor y odio, opuestos históricos, Caín y Abel, alma y cuerpo del hombre. Anarquía. A veces, nobleza, otras muchas veces, miseria. Siempre polis, ciudades consumidas, escombros de historia, fracasos y logros, perversiones y bellezas… unas flores sembradas en el asfalto.

Madrid-Cochabamba, una ciudad es la Finis terrae, la Ultima Thule, todo lo vivible, todos los insoportables mapeos de todos los desastres humanos. Lo insufrible y lo indigerible. Una catarsis. 

Es aún la Muerta ciudad viva que no quiere y no puede deshacerse de sí misma, una metamorfosis y un relámpago de luz… un sueño y una pesadilla; es burocracia y corrupción, herencias coloniales y viveza criollas. Periferias pobres de miles riquezas, el k’epiri, el indio y el invasor… un libro cerrado y otro aún abierto: millones de palabras en busca de un destino, un esperanto en búsqueda de una Babel humana, de su luz y de sus sombras, en búsqueda de la noche. Dance me to the end of love

Es Goya y es Zurbarán…tierra y libertad. “Muchos creíamos que después de Alemania los aliados atacarían España para defenestrar cualquier rastro de extrema derecha. Pero los aliados se cagaron en España, cosa que habían hecho todo el tiempo, por demás. Y Franco tardó en morirse cuarenta años” (Santiago Roncagliolo).

Es el paso del tiempo, con todos sus sistemas de frenos, que a veces enreda los nudos de la existencia en lugar de disolverlos de la misma verdad: todo es una ocasión única y la réplica no siempre está prevista.

Ya digo, es solo rock and roll, pero ¡cuánto me gusta! 

Abril 2019

 

Ni en la tumba


JORGE MUZAM 

 

Miguel Sánchez-Ostiz acaba de publicar Ahora o Nunca (Renacimiento 2022). Obra que espero conseguir y leer. Y no solo porque me mencione al pasar (según lo confidenció Lander Zurutuza en su muro de Facebook). Gesto que agradezco en el alma. Si no porque su mirada, o sus recuentos de vida, me apasionan, o sobrecogen, humana y estéticamente. Predomina un pulso, una latencia, una voz muy lúcida y epilogal, a menudo desencantada, empática, gruñona, compasiva, que desenvaina su espada cada tanto, aunque sea para mostrar su melladura, para ajusticiar literariamente a la escoria contemporánea, a modo de espadachín o ronin que morirá más temprano que tarde con un ojo abierto. Porque ni en la tumba descansan los justos.

 

Conocí hace años a Miguel Sánchez-Ostiz, mientras frecuentaba las redes de Claudio Ferrufino-Coqueugniot. Percibí que se estimaban mutuamente, y mi confianza en la percepción literaria fina de Ferrufino es plena, así que ni sé cómo empezamos también a intercambiar mensajes con Sánchez-Ostiz. Son esas cosas que no pueden suceder de otra forma.

 

Desde entonces lo leo. Con gusto. Leo todo lo que publica en su blog Vivir de buena gana. Si no lo leo de inmediato lo leo igual semanas o meses después. Comprendo buena parte de lo que escribe, y el resto lo investigo para comprender. Porque sé que no malgasta tinta, o dedos en el teclado. No es escritor de ñoñerías.

 

El 2017 Miguel consiguió que su editorial me enviara Perorata del insensato. Gesto que agradecí enormemente, con alegría infantil. Y que leí hasta la página 83 porque luego mi casa se quemó con el libro en su interior.

 

Por otro lado, leer a Sánchez-Ostiz, tanto como a Ferrufino, Cingolani o Bagatin, me permite mirar al otro lado de la inmundicia mediática que antepone nuestra poderosa oligarquía. Ya saben que vivo en la concha de la lora del mundo, y aquí no sobrevuelan más que buitres famélicos y desesperanzados.

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De CUADERNOS DE LA IRA, blog del autor, 11/10/2022 

Sunday, October 9, 2022

Blonde y Elvis, el alma deformada de América


JAVIER VAYÁ ALBERT

 

Una de las primeras escenas de la hiperbólica Elvis de Baz Luhrmann transcurre en la típica atracción de feria del laberinto de espejos. Algo que da juego al director para mostrar las mil caras del villano de la función, el coronel Parker. En una de las escenas de la sórdida y desasosegante Blonde de Andrew Dominik, una Marilyn desquiciada y drogada mira a la cámara mientras pregunta ¿Qué te importa a ti mi vida? Se me antoja que inquiere al mismismo Dominik que de manera irónica reconoce así que para su película no le interesa lo más mínimo la vida de La ambición rubia. Resulta curioso que las dos películas más importantes (y polémicas) del año sean sendos biopics de los dos mayores iconos del imaginario cultural estadounidense. Como si una Norteamérica en horas bajas necesitara resucitar por enésima vez al rey y la reina de su gran sueño (americano). Resulta inquietantemente significativo como en plena era de los filtros, las aplicaciones que reviven difuntos o los programas que crean imágenes fake, tanto Ana de Armas como Austin Butler se transformen en remedos idénticos de sus personajes.

Elvis es una apabullante maravilla, una demoledora pirotecnia de planos, música, colores, formatos y texturas muy propia de su director. Un Luhrmann que sabe que el guion no da demasiado por sí mismo y que apuesta fuerte por un envoltorio espectacular y por contar la historia desde el punto de vista del coronel acertando de pleno. Entiende el director que la figura de Elvis Presley necesitaba una historia bigger than life y encuentra la manera de dársela con creces. Sobre Blonde se está hablando y escribiendo mucho. Pese a su innegable calidad técnica, con momentos absolutamente brillantes en cuanto a dirección, estamos ante una pesadilla infernal y grotesca. No he leído la novela homónima ficcional de Joyce Carol Oates en que se basa, pero intuyo que en la traslación del lenguaje literario al cinematográfico se ha pervertido el mensaje y la intención. Dominik firma una obra onanista y demencial, misógina y desagradable que cuesta soportar. Por momentos durante su visionado, he llegado a preguntarme si no estaríamos ante un acto suicida, una suerte de performance kamikaze de su director como radical e incomprendido acto artístico. Lamentablemente no es así, Blonde no es más que el grandilocuente sueño pervertido de un tipo más de los que asisten con la boca deformada ante la figura deslumbrante de la actriz.

 

Si el fallo de Luhrmann en Elvis reside en la hagiografía que este hace del cantante al que parece adorar, Dominik muestra un desprecio atroz por su protagonista a la que atormenta y mancilla hasta el horror. Resulta curioso y para nada casual que de los dos mitos, el masculino sea el que sale bien parado. Baz Luhrmann es un fan que celebra la vida del rey del rock pese a sus evidentes sombras. Autoconsciente de que el equilibrio entre lo sublime y lo ridículo vale la pena por lo que tiene de viaje y de fiesta. Andrew Dominik sin embargo utiliza a Marilyn como instrumento para sus delirios creyéndose sublime y cayendo en el ridículo de lo repulsivo moralmente. Dominik es tan solo un hombre más tratando de devorar un pedazo de carne sin alma. Un hombre más dibujando a una mujer que no es absolutamente nada sin uno de ellos. No existe ni el más mínimo resquicio de aire, de luz, de independencia o capacitación en su dibujo de Norma Jean. Algo que resulta torpe por taimado, y viceversa.

Resulta curioso que tanto Blonde como Elvis sean películas en cuyos directores quieren dejar clara su autoría, su intención de escribir su nombre junto al de sendas estrellas. Y que los resultados sean tan diferentes. Al final para mal y para bien respectivamente, nos encontramos ante versiones de versiones infinitas de Marilyn Monroe y Elvis Presley, imágenes multiplicadas por Warhol hasta lograr su insignificancia. Filtros de filtros, capas de capas, dobles de clones. Efigies que podemos encontrar distinguiendo el sexo de los cuartos de baño de cualquier franquicia de comida rápida en el lugar más recóndito del mundo.

Dos imágenes cuyas vidas y almas dejaron de importar hace mucho. Espejos deformados y trágicos del alma bipolar de la sociedad norteamericana.

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De EL IMPARCIAL, 07/10/2022

 

Monday, October 3, 2022

trilciana


PABLO CEREZAL


¡Odumodneurtse!

César Vallejo


Hay un ay ahí al fondo en lo hondo jondo seminal anal lodoso lloroso y loco como cascabel rotura caderas de isla en verso aceituna antes hembra y siempre por para siempre vértebra de sutura en la cabeza más alta al filo salitre y tinto de la resaca.

Hay un ay y ahí comienza la Poesía (Claudio Ferrufino-Coqueugniot dixit).

Hay cien años atrás que se publicó en Perú la fantasmagoría poética que congregaría todos los fantasmas de la grafía cuando se pretende emoción para quien, con sus pupilas, la amplía. César Vallejo penó sus penas de injusta condena en una cárcel de Lima y dio luz a esa lima que segaría todas los barrotes de la Poesía, hace cien años, octubre de 1922, ¿y quién se acuerda? Sorprende contemplar tanto autodenominado poeta haciendo alarde de haber leído a Joyce reinventando la odisea en su Ulises, este año también centenario de la novela que desgarró, por siempre, la prosa. Poetas hablando de prosa, eprosados y engolados de prosopopeyas a mayor gloria de la prosística de glorioso vertedero de Joyce, ese otro genio. Algunos, los menos, recuerdan que también en 1922 T. S. Eliot publicó La tierra baldía para despiezar pupilas con un desenfreno de imágenes henchidas del plasma que escabulle todas las bridas. 

Efemérides al son de los mercados. Que aunque no exista filtro Joyce en Instagram, a la sombra del centenario de su novela inmortal crecen como hongos los traductores bien adoctrinados eyaculando versiones que siempre son la definitiva dependiendo del medio que así lo diga. De Eliot y su vertiginosa floresta lírica, de celebrarla, quiero decir, con sinceridad, poco veo. Será que a él sí se ha admitido que el público no lo entiende, o que no portó rostro pirata, no daba bien en las fotos, tal vez que no entró en los adoctrinamientos académicos a sueldo. Luego, después, allá, allende los mares que tanto surcamos para regalarnos vacaciones caribes entre piernas vomitadas por caderas henchidas de sal, hambre y bajo precio, desestabilizó la imprenta un peruano, de nombre César y de apellido Vallejo, al parir sin epidural, y sin dárselas de moderno, ese Trilce que también cumple ya 100 años y es piedra angular de todos los ismos que después llegaron a hacerse hueco con la sana intención de perdurar.

Acomete la luna cuna malévola nana ñaña ñaca qué luna sin brevedad en la frasca tinta de tus labios lejanos de silbo y melodía alacrán entre los besos de quien no desea despejar la incógnita de tus versos... o así, en ese plan, desbrozando la gramática y destrozando la aritmética del idioma cuando solo se aborda desde el plano plano del comunicarse sin decir nada o a través de una pantalla (y la realidad, ¿cuándo?). Así lo hizo Vallejo en Trilce, hace ya cien años. Y, después, vinieron los estudiosos que nada estudian o todo lo pierden jugándose la vida y el sueldo a ser Nostradamus reversos intentando descifrar los versos que desbarataron por siempre esas normas que aún nadie le supo edificar a la verdadera Poesía. Late o muere. Y si no lates, tira el libro a la piscina, como Umbral, y apúntate al disparate de eso que otros llaman vida.

Cien años, dulce trino dulce y triste de tu latido, Vallejo, en la sangre que vierto cuando me secciona el papel los dedos entre las páginas de tu Trilce. Cien años y aún el dispendio de labios inconexos y besos que en su verticalidad marchan beodos desbordando los anaqueles, emplumando los calendarios de alas que tal vez quieran (ojalá) aprender a volar y desquiciando a quienes, en la noche, acudimos a ti para mejor desorientarnos: una mano entre tus páginas y en el corazón la que aún quiere soñar.

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De POSTALES DESDE EL HAFA, blog del autor, 02/10/2022 

Un día de septiembre


GEOVANNYS MANSO

 

Escribir algo. Decir algo. Hoy. ¿De qué color? ¿De qué tamaño? ¿Con qué fuego?

Sé que a esta hora, en este instante, en La Coloma, en San Juan y Martínez, en Viñales, en otros sitios de Cuba, una familia observa los fragmentos desvencijados de lo que fue su casa: paredes, techo, sábanas, libros escolares, álbumes familiares: dispersos, irrecuperables, zarandeados por vientos de 200 km por hora.

¿Cómo se reconstruyen esas miradas? ¿Ese pavor? ¿Cómo adentrarnos en esa soledad? ¿Con qué fuego?

No sentiré esa desolación —me repito—. A esta hora, soy lo que se dice un ser privilegiado, un hombre rodeado de cierto confort: el sol es nítido, el café está tibio, mis libros están al alcance de mi mano. Estoy a salvo —me digo—. Mis hijos están a salvo —me repito—.

Algo, sin embargo, me conduce a esos territorios, donde una frase se adueña de estas horas: «Lo hemos perdido todo».

¿Cómo se escribe «Lo hemos perdido todo»? ¿En mayúsculas? ¿Subrayado? ¿En negritas? ¿Entre insaciables signos de admiración?

¿Qué se rompe, cuando «lo hemos perdido todo? ¿Qué arteria, qué pedazo de nuestra sangre?

Perder, ya es un verbo suficiente.

Perderlo todo, es de una fiereza intraducible.

Los huracanes llegan para destazarnos la memoria, para fragmentarnos el alma, para que nos duela —un poco más, mucho más— la existencia.

Quisiera estar allí donde la desolación es un signo que hiere. Devolver la memoria descuartizada: aquella foto en sepia, el pañal bordado, la sencilla taza que nos legó el abuelo.

Nombrar esas cenizas que ahora palpan —tras respirar el cielo límpido, sin vientos ya que dilapiden más memoria—, tanto hombre, tanta mujer, tanto niño y el manso animal que los acompaña.

¿Con qué fuego escribir? ¿Qué palabra que aminore el terror, que habite el territorio yermo donde antes se erguía —con supremo orgullo— la casa familiar?

¿Con qué fuego? ¿Qué palabra que resulte cercana, próvida, reverente ante el torpor de los arrasamientos?

¿Que alguien me diga que existe una palabra más turbia, más inhumana, más salobre que la palabra HURACÁN?

Mañana la anularemos de todos los diccionarios. Tal vez así, desaparezca de la tierra. Si no existe en las definiciones del hombre, no podrá surgir en la inmensidad de los océanos…

Huracán: animal salobre que se nutre de la indefensión de los hombres… 

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Imagen: Katsushita Hokusai

Octubre


MAURIZIO BAGATIN

 

Octubre, y escribo desde mi ubicuidad. Del grano de maíz que sembré en el surco abierto ayer, el maíz azul de Zeferino, el Cantinflas del nopal de Tlaxcala, tortillas sin par en todo México. Y el otro octubre, lo de inconmensurable belleza, hojas rojas, amarillas, anaranjadas y uvas por la futura embriaguez. Maíz y uvas, polenta y vino.

Tuve que irme del infierno grande de la nada para tamizar, como si fuera harina amarilla, y prensar, con pies de imilla, mi esencia y el tiempo, lo que hoy son otros productos, humintas y singani.

Octubre es liviano y fuerte, es sabiduría y revoluciones. El mes de mi profunda ubicuidad: el esperado letargo del oso o el despertar de la linfa terráquea. Día y noche. Siempre distancia y acercamiento, columpio que enreda y desenreda las posibilidades y la libertad. En el país del sol levante los dioses dejan sus templos, sus residencias y van reuniéndose en el santuario de Izumo Taisha. Esperamos las lluvia que transforme el paisaje, el milagroso perfume a petricor y, a las antípodas, San Francisco de Asís y su serenidad.

Tendríamos que sentarnos, bajo la última sombra y a la luz del sol; cuan viejo e irrequieto el décimo mes del año, se movió de un étimo de la antigua Roma, conservando la fecha del descubrimiento del Nuevo Mundo.

Octubre 2022

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Imagen: Giancarlo Giordano, Tres figuras, 2018

  

Fin del invierno


ELIANA SUÁREZ

 

Agosto preanuncia la primavera en el sur del sur. La luna se ha mostrado desafiante ante una mujer que no la observa. La sombra de un cuervo araña su superficie y entonces llora lágrimas de hiel. Hay una mujer ciega de luna deslizándose por un camino de espinos que abren surcos en sus pies.

Peces en lugar de neuronas le impiden emular el vuelo de las gaviotas. Y el tiempo se detiene. No habrá vejez, esa zorra innoble que acecha para devorarla. Habrá labios como pétalos y manos como garras. Lleva un vestido rojo que es página en blanco del escriba y la quijada que mató a mil filisteos.

Mujer-jaula del pasado, da cuerda a un antiguo reloj de bronce y en sus oídos crecen madreselvas. Desnuda, ante una mesa, escribe poemas a la luz de velas que son zarza ardiendo. Sueña con alas y amaneceres, con cristales rotos por el grito. Espera al manso discurrir de los minutos y al rayo que cercena la mirada. Anhela sus ojos sin venda, las grietas del rostro…

El invierno cede, al fin, su espacio. La espalda, espejo de amores, desaparece detrás de negros cabellos. Vestido rojo cae y una sombra de mujer huye por el sendero.

25/08/2022

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De DANDO VUELTAS LAS PÁGINAS DEL LIBRO DE ARENA, blog de la autora

Imagen: Toyen (Marie Čermínová)

 

La buganvilla arde y escribe


JULIA ROIG

 

Este aguacero es una llamarada

Paul Eluard

 

La buganvilla del jardín está escribiendo una carta. Me gusta pensar que se recrea describiendo las nuevas vistas que va alcanzando en ese Annapurna lento que está conquistando y la luz toda, cuando se va vistiendo de sombra o de noche cerrada. O cómo serpentea y se abraza a ese muro centenario a modo de página en blanco, como si fuera un cuerpo por descubrir y descubrirse las muescas del tiempo, los desconchados, las imperfecciones que se nos dibujan durante el uso de la vida. Tal vez en algún momento me mencione mientras me ve a través de la ventana de la cocina preparando café o unos aglio e olio mientras bailo un sábado por la mañana. Yo siento la bulla del deseo apretando como nudo ballestrinque. La tensión y una vuelta mordida, mientras ella sigue alfombrando la entrada de rojo sangre para mis neumáticos gastados. Flores y neumáticos, de eso nunca hablan los poemas pero quizá sí las cartas.

Me gustan las cartas manuscritas, cinceladas con calma y pulsos acelerados al mismo tiempo. Me gusta lo que oculta un tachón aún legible, la palabra desterrada a medias. Me gustan los dos pliegues del papel, como dos trópicos que la dividen. Me gusta imaginar el proceso de las mismas, la presión-danza de los dedos, las tintas derramadas en caligrafías que nacen para desvelar unos ojos concretos.

Fitzgerald le dijo a Zelda: Nos destrozamos nosotros mismos. Sinceramente, nunca he creído que nos destrozáramos el uno al otro. (...) Recuerdo una tarde en la que todo era horrible menos nosotros dos.

Balzac escribió: Tú lo has devorado todo.

Keats escribió: Tú siempre eres nueva.

Goethe: Adiós a ti, a quien amo mil veces. 

Somos un delta de rabias y pequeños bochornos que se congregan para destruir la calma. Somos una aceleración insensata que no nos lleva a ningún lugar. Y la habitación hoy, como un bosque al anochecer. A mí no me arrulla la escarcha, me digo. Me desordena el viento y me voltea sobre mapas antiguos en los que no dejo de encontrarme. Soy la que cree, soy la que ama. De nosotros lo único que sobrevivirá será el amor, dijo Philip Larkin, así que démonos precipicio, démonos canto, démonos néctar. Que vendrá la vida y tendrá tus ojos. Lorcacalorlorcacalor como un mantra. Movamos el tiempo y respiremos la fiebre. Tengo que hacer algo con el abismo líquido que se cierne sobre esta hembra península de carne, cabello y versos en la emergencia. ¿Cuántos guernicas en el corazón se pueden albergar? te pregunto. Al final nos rebosan los recuerdos, se desparraman por la casa que es el cuerpo. Nos llevaremos hasta el final así que mejor arder en flores como una buganvilla enloquecida. Reptemos sobre la hoja en blanco sin tiempo ni horizonte, destilemos significados de palabras recién nacidas y que nos sorprenda el amanecer con su túnica de luz, los puños doloridos y un amor yugular que bombea energía y caricias. 

Bukowski le dijo a Sheri: ¿arden allí cosas más grandes que poemas o rubias de nailon y liguero, joder, me refiero a las rubias jóvenes, Sheri, de noche de escupir cerveza y maldiciones; arden allí cosas más grandes que luchar por tu vida en un combate a 4 asaltos, los guantes que bombardean tus entrañas cuando lo único que quieres es amor?. 

Miller le dijo a Nin: Ya te veré en medio de la nieve y entre libros y vino. Adiós, tuyo siempre. 

Hoy yo he escrito: En las fotografías donde me ves borrosa, soy un cíclope ebrio huyendo de un flash pero nunca del Sol.

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De MIS DESATRESNATURALES, blog de la autora, 29/09/2022

Imagen: Julia y Lorca