Monday, April 24, 2023

The singer, not the song


JULIA ROIG

 

Tres mil libros, un dragón y mucho fuego. Como el que iza un paisaje de luz en mitad de la niebla ¿o de la locura o del caos o del vacío? Ya no sé qué es lo que llega cuando el mundo viene a vestirme de inutilidad si yo como lencería solo quiero la cascada de tu risa. Oh mi Bien, oh mi Belleza, un jardín y una yegua. Arriera del amor, estambre lleno de polen, ven que quiero ararte los muslos y aplacar la barahunda de lo innecesario. Me hablas del color de la luz y haces del cielo un alboroto de llamas que incendia todas mis letras antes de devenir en poema. Yo solo lamento no llenarte de guirnaldas la mirada eternamente mientras veo más y más ternura en la boca de tu corazón. May ti pora, en tahitiano, creada por los dioses. Así bautizo cada ráfaga que trae tu aliento, como un pozo fresco en mitad de Atacama. El cuerpo es el templo del alma, leí. Ábrelo, que yo te rezo. Que la piel no deja de ser el papel sobre el que blandir la palabra con su tempo, con su herrumbre, su elegancia y su violencia.

Cazadores de estrellas que con el balanceo del verso son el francotirador romántico asomado al balcón bizarro de la imaginación salvaje. Y son únicos y me acerco a ellos. Una salamandra bebe de mis lágrimas en el salón. Karen O se caía de un escenario talentosa y endemoniada y Julian Casablancas tricotaba el riff de Last night a mi cabeza para siempre. Mañana es el día del libro, pero esta es la noche del escritor.

Ahora soy un mechón estremecido que apaga las luces y va a su habitación sabiendo que el día no ha terminado aún. Leer a Claudio antes de dormir es una alucinación que me brindo. Un gozo sin fin. Como la que abre un boquete para abandonar el mundo del escaparate y la mediocridad, y habitar, por un momento, el mundo usado, el mundo atropellado con su ronroneo añejo, el mundo hecho a mano, como todo lo sublime, como lo que es y será único. El ave no raya el cielo porque su huella es su vuelo. Será por eso que me importa la palabra pero más quién le da forma con tierra y fuego. El demiurgo o un kallawaya que abandonó el Altiplano pero no las alturas porque sigue abarcando lo insondable esté dónde esté y escriba lo que escriba porque it's the singer, not the song aunque el mundo esté lleno de francotiradores ciegos que no saben que lo son.

MDN

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De MIS DESASTRES NATURALES, blog de Julia Roig, 23/04/2023

Tuesday, April 18, 2023

Borges en Civitanova Marche


MAURIZIO BAGATIN


El puerto y sus tabernas de mala muerte, son el mundo que vivió Borges en Civitanova Marche. Picaros sentados cerca de una ventana que mira al mar, humo y miradas estrechas, víctimas o verdugos que en cualquier momento puede llegar; blasfemias y “zafadurías”, elegancia en el sudor, poesía en el plato humeante de lentejas con chorizo y en los pocos dientes que le quedan al nostramo. Todos controlan al otro, marcan estrictamente su territorio hecho de sutiles engaños. Mueven sus mejillas, estrechan un ojo, hacen guiñar las orejas, alzan un dedo de la mano izquierda, desapercibidos, mueven el labio superior, filtran un suspiro por la nariz, externando un lenguaje que solo ellos reconocen. Gesticulan mudos, apagan el cigarro y van tomándose media copa de vino tinto, negro como sus almas.

Una ola de italianos de aquella región, Las Marcas, emigró en Argentina a finales del siglo XIX. La fatal crisis agrícola que invitó a muchos de ellos en ir a “poblar el desierto” o, luego del exterminio de los indios de la Tierra del Fuego patagónica en aventurarse tierra adentro, como el anarquista Errico Malatesta o el loco Orellie Antoine de Tounens, pasando a llamarse Aurelio I, Rey de la Araucanía y la Patagonia.

El truco es el juego del orillero y la habitualidad del truco es mentir. Marineros, piratas, anarquistas y bohemios se sumergen en apuestas incumplidas, el aventurero de Castelfidardo trae consigo el acordeón, milonga o tango será y hasta el amanecer vino fuerte y lujuriosas mujeres, luego puñetes y cuchillos, marcas en la piel, arengas al viento, tatuajes de sueños derrotados.

Borges el orillero debió visitar estos antros, en la Palermo de su juventud, y en una fantástica y literaria Civitanova Marche…con los habitantes que antes fueron recaudadores de impuestos para el Vaticano, con los marineros que de vuelta del alta mar veían solamente refugio en un prostíbulo, una taberna, un cuchillo con el cual pelear…donde su atenta observación lo conducía siempre a una Babel, a su biblioteca, a sus mujeres y a sus laberintos.

Una fuga en las lecturas juveniles, Torquato Tasso, espadas y cruces, nobles y malhechores que andaban buscando gloria y vil metal. Astutos como Pulchinela, alegres como Arlequín, los del pueblo arremetían contra las mujeres, el tiempo y el gobierno. Volviendo a sus hogares, unas mujeres feas bajo la lluvia los esperaban para recordarles que mañana debían pagar los impuestos. Se habrían despertado tristes por no haber emigrado ellos también aquella vez.

Entré de joven en aquella taberna, y Borges estaba ahí sentado, estaba mirando, entre el humo de los cigarrillos, el otro mundo tan amado. Escuchaba de puerto a puerto el eco de los aventureros, los que inventaron el lunfardo, ellos que seguían perdidos en mil ambiciones, y que en el juego y en la derrota, aprendieron en ser últimos. Me acerqué para oír y solo vi en la transparencia de sus ojos aquella bella sonrisa del laberinto del tiempo: “Se trasluce que el tiempo es una ficción, por ese pensar. Así, de los laberintos de cartón pintado del truco, nos hemos acercado a la metafísica: única justificación y finalidad de todos los temas”.

15 de abril 2023

Imagen: Baraja de Valencia, 1778

 

Thursday, April 13, 2023

La otra vida de René Descartes


CARLOS RILOVA JERICÓ

 

Este lunes no me extenderé mucho en lo que les voy a contar. No por alguna razón en especial, sino por la intensidad de la pequeña historia dentro de la Gran Historia (la que se escribe con “H” mayúscula) que quiero contarles.

Se trata de alguien que les sonará, a la mayoría, del colegio, del Instituto… a otros menos de la Universidad: René Descartes, autor de algunas inevitables y relativamente famosas fórmulas matemáticas, básicas para muchas operaciones imprescindibles para nuestra sociedad tecnológica y, también, del célebre “Discurso del Método”. Ese manual sobre la forma correcta de pensar y de interpretar la realidad que nos rodea, resumida en la famosa frase “Pienso luego existo”.

René Descartes hizo todas estas cosas y, quizás, para los que sólo lo conozcan, vagamente, por sus fórmulas matemáticas o sus pensamientos filosóficos, sea una figura también vaga, un borroso erudito encorvado sobre libros a veces tan polvorientos como él.

La realidad histórica del llamado Descartes no puede ser más diferente. Aquel profundo filósofo conocía la realidad de su época -esa que quiso reducir a números- de verdadera primera mano y no desde un oscuro gabinete de erudito.

Así es, durante muchos años se ganó la vida como uno de los miles de mercenarios que combatieron en una de las más feroces guerras que han asolado Europa. La llamada de los Treinta Años, que, entre 1618 y 1648, devastó la zona central de ese continente.

Podría darles muchos datos para que se hicieran una idea de qué fue aquello. O, por ejemplo, mandarles a leer un libro tan cruel como “Simplicius Simplicissimus” -que a algunos les sonará de la serie de televisión que se hizo en los años setenta del siglo pasado- y en el que se plasman, contadas por otro mercenario testigo de los hechos -su autor, Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen- el punto atroz al que se llevó aquella guerra entre católicos y protestantes. Sin embargo, sólo les recomendaré, vivamente, que vean “El último valle”. Una magnífica película sobre todo ese asunto, entretenida, como todo lo que protagonizó en su día Michael Caine, y donde se describe, con todo lujo de detalles y guión de James Clavell, aquella gloriosa barbaridad de la que monsieur Descartes fue testigo y protagonista, formando parte de bandas de soldados no muy diferentes a los que se reflejaron en el “Simplicius” o, más gráficamente, en “El último valle”.

Adolphe Bitard recogió en un curioso libro -uno de esos tan comunes entre los “savants” franceses de finales del siglo XIX-, “Histoire populaire des Sciences, Inventions et Découvertes depuis les premiers siècles jusqu´a nous jours”, una anécdota no menos curiosa sobre René Descartes que nos ayudará a comprender mejor quién era, en realidad, aquel autor de teoremas matemáticos.

Cuenta Bitard que René fue destinado a la carrera de las armas por su padre, miembro de la llamada nobleza de toga que, evidentemente, buscaba un mayor rango dentro de ese grupo social dominante a través de esa dedicación de su hijo a una de las carreras más respetables de la época: la militar.

Tras un paréntesis en el célebre colegio de los jesuitas de La Flèche recibiendo, como muchos otros burgueses y nobles franceses, su educación fundamental, el joven Descartes iniciará una atormentada carrera de jugador en París y, finalmente, según nos dice Bitard, reconvenido por Mersenne, uno de sus antiguos compañeros de clase, sobre cómo malgastaba sus cualidades, decidirá recorrer Europa para sistematizar sus conocimientos. Algo que era más fácil de financiar en esos momentos siendo soldado.

Fue así como entró en 1616, al servicio del príncipe Mauricio de Nassau, que combate al imperio español en las provincias rebeldes de los Países Bajos. Desde ese momento, y hasta 1621, Descartes formará en diferentes ejércitos a lo largo de esa primera fase de la guerra que aún debía durar hasta 1648: el del duque de Baviera, el del conde de Bucquoy…

Tras la muerte de este último en una emboscada, decidirá regresar a la vida civil, al menos de momento, ya que en 1628 formará parte de las tropas que asedian La Rochelle. Durante su regreso desde Hamburgo hasta Holanda tras la muerte de su último jefe, Bucquoy, es cuando se producirán los hechos que muestran quién era realmente aquel que hoy recordamos, por lo general y simplemente, como matemático y filósofo.

Cuenta Bitard que los marineros del barco en el que navegaba Descartes con su único criado, creyeron que sería una fácil presa a asesinar, a arrojar por la borda y, finalmente, a ser despojado de su equipaje que, tal vez, intuían rico.

El plan se frustró porque Descartes, actuando con ese método preciso que lo haría pasar a la posteridad, convenció rápidamente a sus potenciales asesinos y ladrones de que se las veían con un soldado veterano, hábil con el manejo de la espada desde hacía años, acostumbrado a matar durante años de combates en el punto más álgido de la Guerra de los Treinta Años.

Es difícil saber si la escena se desarrolló según nos lo muestra el grabado de Meunier con el que se ilustra esa parte de la obra de Bitard. Sin embargo, si no fue así debió suceder de un modo muy parecido. Desarrollándose todo de acuerdo a lo que un geómetra y filosofo de hacia 1630 -en este caso Descartes- llamaba “vida cotidiana”. Un conjunto de circunstancias de novela de capa y espada que hoy día nos parecería imposible relacionar con un miembro tan respetable de la sociedad como eso que ahora llamamos “un científico”.


Algo que, en fin, a pesar de parecer una simple anécdota, nos debería hacer pensar profundamente sobre la realidad del modo en el que aquel hábil espadachín, René Descartes, nos dejó escrito en su “Discurso del Método”. Un libro ideado y redactado, como espero habremos deducido de todo lo dicho hasta aquí, a lo largo de muchos años entre tiros, cañonazos y estocadas que aquel gran matemático y filósofo repartía sin apenas pestañear. De un modo tan feroz como cualquier caimán de los que pululaban por las tabernas de París haciendo figura de viejos soldados, contratándose por cuatro “sous” como matones y asesinos a sueldo, representando, en fin, el papel de muchos otros en aquella Europa que el historiador Henry Kamen llamó, con bastante razón, del “siglo de hierro”, y de la que Descartes formaba también una parte indivisible. Como matemático, como filósofo, como mercenario…

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De DIARIO VASCO, 11/11/2013

 

Tercera clase


JORGE MUZAM

 

Primeras luces de un martes abrileño. Frío azulado, neblinoso, con tufillo a humo de incendios amagados. El otoño arribó al valle con camas y petacas. Maduran membrillos, manzanas y uvas. Los plátanos orientales ostentan enaguas de amarillos y marrones. Las diucas reclaman lluvias desde las quebradas y los tordos canturrean su optimismo desde los guindos deshojados. Pasan buses llenos de temporeros, rostros ojerosos, adormilados y tristes como pasajeros de Daumier. Quedan pocos días de trabajo. Con la primera helada se acabará la recolección de frutas y empezará el largo invierno de la incertidumbre.

Café bien caliente. Primer cigarro. Coro de perros ladrando al último vestigio lunar. Recorro portales que parecen uno solo. Los papeles de Panamá como algo sospechosamente nuevo. Es bien sabido que ningún rico quiere pagar impuestos y que hará lo ilegalmente posible para zafar su obligación ciudadana. No hay de qué avergonzarse, no hay de qué asquearse, porque con vergüenza y asco ajeno hemos vivido siempre. Es lo usual. Lo sorprendente sería lo contrario.


Imagen: Honoré Daumier, The Third Class Carriage (1862)

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De CUADERNOS DE LA IRA, blog del autor

Monday, April 10, 2023

Paseo de la Alameda


DANIEL MOCHER

 

Vuelvo con mis hijos al Paseo de la Alameda. Higueras australianas, naranjos, palmeras, encinas, jacarandas en flor. De los álamos que mandó plantar en 1645 Rodrigo Ponce de León, virrey de Valencia, solo queda el nombre del paseo. Evocaciones. Reside aquí un animal mítico que se busca los cuartos traseros con apetito voraz, Uróboro que se muestra más claro en este domingo radiante de Resurrección. Aquí me trajo mi padre y a mi padre, seguramente, su padre. Día de la marmota genealógica, así, tal vez, hasta la noche de los tiempos. Más que el eterno retorno nietzscheano, la eterna fuga, el éxodo perpetuo de los míos, no sentirse en casa en ningún lugar ni regresar a ninguna parte. How many times must a man look up before he can see the sky, canta Bob Dylan desde el Puente de las Flores mientras unos turistas franceses se fotografían entre geranios.

 

La pescadilla que más se muerde la cola es la de la memoria, a dentelladas. Está la necesidad de traer a nuestros muertos a este lado, constantemente, al margen más débil del amor. Necesitamos sentirlos cerca de alguna manera, visiones, presentimientos, alucinaciones, una caricia fría en el espinazo y sin embargo nos reconforta, sobre todo cuando sentimos que algo importante se desmorona a nuestro alrededor. Sísifo y carga pesada al mismo tiempo, recordar a los ausentes y sonreír por ellos y por los que acaban de llegar.

 

Entramos en el Museo Histórico Militar, he venido al menos una vez con cada uno de mis hijos. Los niños se asombran y pasan un buen rato entre sables, pistolas, rifles, metralletas, tanques y medallas. Ignoran, felices, que tras cada objeto se esconde una tragedia. No sería capaz de distinguir entre un kalashnikov y un fusil winchester pero yo también disfruto la estancia y curioseo entre las huellas sombrías que ha ido dejando el ser humano a su paso por la historia. Cuánta maña nos dimos siempre para la ingeniería de la dominación y de la muerte.

 

En esta misma alameda vi en 1990 a Jerry Lee Lewis, actuaba de telonero de The Beach Boys, a mis 13 años tuve que volver a casa antes de que tocasen los californianos. La actuación del pianista fue más que suficiente, seguro que regresé al barrio flotando por la avenida del Puerto. Música y adolescencia, cóctel que roza lo alucinógeno, estramonio acústico y efervescencia hormonal, canciones tribales, salvavidas hímnicos, fuegos artificiales recorriendo arterias, a nuestro paso se derretían los relojes, great balls of fire, podríamos haber caminado sobre las aguas de tan eléctricos. 

 

Me detengo bajo un pino monumental y pienso si no serán sus ramas, como dendritas, parte de una gran neurona universal que me piensa. El estómago lleno de comida japonesa y las dos cervezas Sapporo me han llevado a una especie de sofisticación del pensamiento un tanto extraña. Hagamos borrón y cuenta nueva o cambiemos de tercio. Vamos de nuevo a lo más difícil: lo sencillo. Todo se confunde en este ejercicio de la memoria, divago, me voy por las raíces, todas mis casas las empecé por el tejado. La sorpresa, el estupor, that keep me searching for a heart of gold and I'm getting old, los pecios de la vida, Neil Young me lleva a Praga, 2003, allí compré una antología de Jaroslav Seifer antes de dirigirme a Karlovy Vary, ciudad bohemia de aguas termales, lugar de reposo de Carlos IVMozartKarl Marx. De calles empedradas, decadentes, aristocráticas, muy Belle ÉpoqueOrient Express. Probé las aguas medicinales pero no olvidé llevarme en la mochila una botella de Becherovka para brindar con todos mis fantasmas camino de Viena, junto a Joseph Roth, no sé si buscando a la emperatriz Sissi o a Egon Schiele, la palaciega hermosura lánguida y mortecina o esa celebración de lo grotesco que nos consume, enfermiza fealdad, vigorosa belleza, en su descarnado frenesí.

 

Regresamos a casa, al presente más prosaico. Conduce Elena y los niños duermen agotados. En la radio Shakira le echa la culpa a la monotonía. Por la carretera de Madrid, mientras hablamos de la Alameda y los atascos de la Semana Santa, todavía noto en mi boca un sutil regusto herbáceo, amargo, alcohólico, especiado y dulce, como de confundir y paladear juntos el pasado y el presente. Será el último trago que le di, antes de subir al coche, a aquella botella de Becherovka.

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De LOS PROPIOS PASOS, blog del autor, 10/04/2023

Friday, April 7, 2023

Delirio pascual


DANIEL MOCHER

 

Jueves Santo, los centros comerciales abarrotados. Los que viven apurados, al día, también quieren adorar al dios Mammón, guardián de la riqueza y la abundancia. Y nosotros, allá que fuimos de cabeza como abnegados feligreses. Dos cajas de tornillos inoxidables para la valla de pino que Sergei nos está haciendo en la entrada de casa, un metro y un paquete de cemento cola para reparar el suelo que se ha levantado en el dormitorio. Comemos en el Foster’s Hollywood, no cabe ni un alfiler. Costilla de ternera y un par de Mahou Maestra, mejor la cerveza que la carne. A Elena le llama la atención que la mayoría de la clientela sean madres con hijos o grupos de señoras mayores. ¿Dónde están hoy obturando sus arterias los obreros? ¿Dónde se revientan los hígados para olvidar los polígonos industriales? Cada uno adereza la vida desabrida con lo que puede o con lo que más tiene a mano. Como me dijo hace poco un ebanista de la familia, hay que meterse algo, alcoholizarse como mínimo, para no pensar mucho en los días que se esfuman en el taller ni en quién somos, partículas de serrín suspendidas en el aire, entre rayos de luz y sombras perpetuas. Trabajo duro y sin ilusión. Es más fácil inmolarse cuando se sabe que no hay salida, que la vida ya será para siempre una jornada laboral tan larga como desagradable.

 

Por la tarde, en casa, me reúno con Chaim Soutine y su mujer de rojo: elegante, sonriente, el rostro con una deformidad que debe venir del alma, todo muy alegórico y actual. Lo descubrí en el blog de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, a quien llegué a través de Miguel Sánchez-Ostiz, uno de mis escritores predilectos. El autor navarro tiene varias obras magníficas de temática boliviana, entre ellas Diablada y Chuquiago: deriva de La Paz. Ambas muy recomendables. De Ferrufino hay que leer El exilio voluntario y pasearse de vez en cuando por su blog. Por desgracia poco más se puede encontrar, a este lado de las Montañas Rocosas, de la ingente obra de este escritor boliviano, afincado en Denver.

 

Es curioso cómo vamos haciendo conexiones insospechadas a través de nuestras lecturas, cómo nuestro mundo se ensancha tanto sin casi salir de casa. El carácter, la forma de mirar el mundo, se moldean con el arte que elegimos y mucho más aún con el arte que nos elige. Quijotescos llegamos a confundir realidad con ficción, que viendo cómo están los telediarios y las rotativas, más nos vale. Creamos un mundo a nuestra medida y en nuestra mano está la elección de la banda sonora: Bach o Lady Gaga, depende del momento y la compañía. 

 

Se marcha Soutine y paso después a Modigliani con quien se relacionó, entreguerras, en la mítica Escuela de París. El retrato de Maude Abrantes me cautiva, inquietante mujer demacrada, insomne (podríamos intuir tras ella una noche que ya clarea), que insinúa sin embargo un amago de sonrisa, un atisbo de ternura. Desapareció sin dejar rastro y su aura enigmática es perpetua. Modigliani murió joven y pobre, a consecuencia de una tuberculosis como Masaoka Shiki, el famoso haijin de Matsuyama. Otra conexión súbita, inesperada, me lleva a otra vida, otros años ya deshilachados, pasto de polillas y arcones oscuros.

 

Me atrapa de nuevo un aguacero pretérito, subiendo al castillo de la capital de Ehime, en Shikoku, surge la incómoda sensación de empezar a sentirme enfermo, empapado, el frío calando hasta roerme el tuétano, y encontrar en mi camino, por ensalmo quizás, un pequeño bar especializado en fideos udon que tomo en sopa bien caliente, acompañados con un sake seco, karakuchi. Salvíficos. Salir resucitado y subir al castillo, no era época de cerezos en flor, al contemplar el mar interior de Seto desde la altura, eso creo recordar, cada isla era un pétalo perfecto que no podría ocultar la desmemoria y su niebla espesa. En los pueblos pesqueros de la costa de Okayama se secaban los pulpos al sol. Tal vez fue en Washuzan, no en Matsuyama, desde donde vi el milagro de las islas como pétalos en un mar en calma que se esfumaba, como el gran puente de Seto, entre la bruma y el velo de gasa blanca, misteriosa, que ponía el sol de Japón, la luz, siempre la luz, sobre todas las cosas.

 

Cómo viene ahora todo enmarañado, aquel archipiélago fulgurante igual que los pétalos de la flor del cerezo, los eucaliptos de Cochabamba, san Juan de Luz y la costa del país Vasco, la Málaga de Víctor Colden, biznagas, la Umbría de Miguel Sánchez-Ostiz, el valle del Baztán, los paisajes esenciales, como de haiku o acuarela, que tan bien describe Jorge Muzam en su blog, Cuadernos de la Ira, sobre su querido san Fabián de Alico. En fin, lo soñado y lo vivido, lo leído, red de redes, cortocircuitos, derivaciones, esa maraña inextricable de belleza y dolor que nos hace ser quienes somos, nos afloja el nudo, aligera la carga, nos alimenta el corazón y por eso nos aleja del camino espinoso del odio y la violencia. Desconectar del mundo para mejor estar en el mundo. Reinventarlo. Dejen el zapping para los muertos. La humanidad se redescubre en cada frase, en cada verso, en cada párrafo, y se practica, como el amor, qué difícil, bien lo sé, en cada gesto. 

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Del blog personal del autor, https://danielmocher.blogspot.com/, viernes 7 de abril de 2023 

Imagen: Chaïm Soutine

Sunday, April 2, 2023

Hembra presente

 


JULIA ROIG


Camusiana fiestera agridulce destrozada libertaria omnipresente incendiaria arrabalera trepadora animala bruja plagiadora eterna mesiánica letraherida indolente croupier-de-tu-baraja amaranta salvadora jinetera maga ventana abismo noche-americana violetera desastrada Astarté irreversible cataclismática obnubilada pasolina jaleada única menstruada taquicárdica arborescente Génica loca adulterada gata inmensa venenosa zíngara imperativa maldita onírica recién nacida hallelujah Cleopatra inhóspita malquerida Julieta santa salina conquistadora mina barriobajera poliédrica desalmada quinqui oceánica y voraz  trina kilométrica telequinética musa petirroja trilciana unicornia adorada escorpiona romana hembra liberada cortesana imperiosa geisha brava lunática felina reinona desesperada semilla-obsesiva idolatrada floreada replicante barbitúrica alquimista ultramarina bienaventurada escribana-del-temblor amazona magna elevada prístina y bizarra rambla cejijunta marea volcánica tinta-espesa camarona desastre lisboeta cíclope nickcaveiana inaudita nínfula varada tanguera irreverente telúrica vulpe descocada quimérica galera-de-piel fábula sueño-carnoso virgen maniatada puta quitamiedos ráfaga árbol-de-jade tramontana vaivén catarata flechazo rabia mantra hija-de-alguien fuente alambrada luz-que-inunda invertebrada fortaleza lisboeta Papusza pluma faro folclórica moderna diletante cazadora índica rompedora latina subterránea vinho verde malcriada madona diosa mediterránea lacandona manjar loba libérrima mordedura rompecabezas delicatessen grito brecha Kahlo titana maná locura capitana Gioconda  rama raíz sanguinolenta Nadja belcanto bestia tela-de-araña afluente gitana alunarada llanto-de-plata sal eléctrica dulce rompeolas ignorada extranjera poeta llamarada ad libitum esperanza podenca lolita-al-alba Alejandra camarada lunfarda dramática sultana jacaranda salamandra alma luminiscente triana  alucinada Loren desértica morreada lúbrica-y-solar-como-la-palabra-verano febril zarzamora impetuosa enamorada Calíope reinventada zalamera celestial bukowskiana luna yerma morena salvaje cannábica tormentosa lorquiana mujer palimpsesto imaginada 

 

(inacabado homenaje a Berrio)

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De MIS DESASTRES NATURALES, blog de Julia Roig, 31/08/2022

Imagen: Frida Kahlo