Wednesday, December 29, 2021

Los universitarios en la novela MUERTA CIUDAD VIVA: Revolución, alcohol y eros


CARLOS CRESPO FLORES/INCISO UMSS

 

El año 1982 la dictadura militar había caído y se habían recuperado las libertades democráticas, traducido en la asunción de la UDP al gobierno, una amplia coalición de comunistas, nacionalistas revolucionarios, guevaristas. La universidad era una ebullición de ideas, grupos políticos… y mucha “chupa” donde se hablaba de la lucha de clases y la revolución. Es en ese ambiente donde se mueve el protagonista de la novela Muerta ciudad viva, el alter ego del escritor Claudio Ferrufino, en ese momento estudiante de la carrera de Sociología.

 

En otro artículo señalé que la novela es una etnografía cruda y apasionada de la ciudad y valle de Cochabamba, de su ecología y cultura. Un aspecto que el presente texto busca mostrar, es el hábitat universitario de San Simón en el periodo retratado por la novela, pues hay aspectos de la cultura política universitaria que continúan hoy. Por otro lado, la conexión política, alcohol, mujeres en la vida universitaria, se despliega a lo largo de la trama. Al mismo tiempo, se evidencian aspectos del pensamiento libertario de Claudio, tema que espero tocar en otro escrito.

 

En Bolivia el autoritarismo, la corrupción y el racismo, son rasgos que atraviesan las relaciones sociales, el Estado se ha estructurado desde este horizonte, y sus crisis políticas han tenido este sello. La madre de nuestro protagonista lo sabía. De origen argentino, había llegado “muy poco tiempo después de la revolución” (de 1952), bajo égida del MNR. Y su diagnóstico es pesimista, que sin duda influyó en la formación del hijo:

“(la revolución)… no fue tal, sino un replanteo de las jerarquías. No estaba la libertad en juego; era el cambio de amo. Lo sentí de esa manera. Los mestizos letrados, igual que antes los otros, con un discurso semi-progresista se encaramaron y construyeron una dinastía de cimiento endeble. Si en el pasado era el miedo del hacendado y del cacique, ahora era al Partido y sus burócratas. Y una sarta de cipayos convertidos en dirigentes que acumularon mando y supieron hacer sentir su poder. (pp. 37-38)”

 

Ella venía de la Argentina peronista, otro experimento populista dictatorial. Las afirmaciones que realiza son fundamentales para entender la actitud anti política de nuestro protagonista: la revolución del 52’ solo fue un cambio de amo, esta vez hegemonizado por el “mestizo letrado”, pero sin lograr estructurar un país, y por otro lado, las autoritarias burocracias partidarias como los nuevos caciques. Esta visión pesimista del 52’ es disidente de la mayoría de las lecturas académicas y políticas, principalmente desde la izquierda.

 

El día que la UDP llega al palacio de gobierno, nuestro testigo recuerda que en los kioscos de la Cancha y avenida Aroma (esa época considerados locales “de remate”, “cuando no queda otro lugar para continuar bebiendo” (126), celebraban con una “cantinela de borrachos festejando el advenimiento de la controversial democracia” (126): “Viva el Movimiento, viva Villarroel[1], Hernán Siles Zuazo ya está en el poder… Con antifaz, sin antifaz, muera el Mono Paz”, vociferaban los borrachos.

 

El escritor reconstruye una imagen de ese momento, de auge izquierdista, y que visualiza también el estilo de socialización de los borrachos en Cochabamba:

Vivas y mueras se sucedían. Borrachos que lloraban, borrachos que meaban. Los había que daban discursos y catedráticos con aires de perdonavidas. Para esto hemos luchado ¿no, joven? Seguro, seguro, les respondía, ch’allando con unos y con otros. La derecha había escondido el hocico en agujeros. No paseaba por allí” (126)[2].

 

Bolivia, a principios de los 80’s, era una sociedad altamente politizada, y la universidad el espacio por excelencia del debate ideológico izquierdista. El hábito principal de los estudiantes universitarios era la “chupa”, momento de plática, debate y hasta pelea por estos temas. El protagonista recuerda que en las chicherías alrededor de la UMSS “se hablaba de revolución. Cómo no; en esos lupanares del trago se discutía el fin del mundo. Se vivaba al tío Ho y al Che, cuchillo, cuchara, que viva Che Guevara.” (97)

 

El gobierno de la UDP, junto con la recuperación de las libertades democráticas trajo esperanza de la posibilidad de una transformación social, en el país y en la universidad, para buena parte de la población, incluyendo la clase media “progre”. Nuestro héroe y sus amigos wajtakus[3], conviviendo con los pobres y marginales de la ciudad, no lo creían así:

“No cambia. Y hablando del futuro, entre nosotros somos pesimistas de que algo vaya a cambiar. En la universidad por el entorno febril de los estudiantes a ratos creo que sí. Pero andando por el barro y oyendo a borrachos o moribundos farfullar en los callejones estoy seguro de lo contrario. (107).

 

La efervescencia política de entonces en la UMSS, conviviendo con el fracaso académico, podemos imaginarla en esta descripción de las paredes en el ingreso por la calle Jordán, junto al comedor universitario:

“Cartelones de toda índole presentan candidatos para mil y una elecciones. Marx, Lenin, Trotski, rostro pegado a rostro, dan prueba de la vitalidad de la Cuarta Internacional. Un Che eternamente joven (jamás nadie podrá hablar de un Che viejo) va quedando cubierto por propaganda de diverso tipo. Mayormente política, pero también de cursillos de computación, kermesses de beneficio, y anuncios de clases de recuperación de matemáticas y física para los que se aplazaron en el examen de ingreso” (82).

 

A pesar de ello, por los amigos, solía involucrarse en la movida política universitaria, “de preparación de charlas y manifiestos, cosas que me cansaban sobremanera pero que a veces no lograba eludir” (181). Pero, desconfía de los liderazgos políticos universitarios, que buscaban articularse al Estado, se distancia de ellos, pues lo de él es vivir poéticamente:

“Hombres ilustres, según decían, poblaban nuestro entorno universitario. Cada quien aspiraba no menos que a la presidencia, o a un martirologio del cual se hablaría por generaciones en los libros. Yo seguía siendo un poeta despistado, que escogió una carrera de análisis para ver si domeñaba el martirio de sus fantasmas” (15).

 

O cuando está en un banco frente a las oficinas de la FUL (ingreso por la calle Sucre). “Miríadas de estudiantes pasaban delante de las oficinas” (92), pero él “estaba allí no porque participara del embuste que siempre han sido izquierdas y derechas, sino porque quería leer a Joyce en paz” (92).

 

Ironiza con humor la pulsión revolucionaria universitaria. Durante un matrimonio en Cliza, homenajea las virtudes musicales del director de la banda que amenizaba la fiesta: “Notable, carajo; notable maestro!, le increpé casi a gritos. Nos abrazamos… beso ¡en la boca, carajo!, culminando el precioso encuentro de los jóvenes universitarios con su pueblo” (16).

 

“Encontrarse con el pueblo”. Ferrufino pone en evidencia cierta “p’ajpakería” discursiva revolucionaria, de la izquierda partidaria de la época (otro aspecto que no ha cambiado), así como la rara disciplina partidaria de los militantes de izquierda universitaria, con quienes el escritor compartió copas y excesos, con su doble moral de comportamiento:

“Si la revolución dependiese de las reuniones de charla política, de formación de cuadros, ya nos habríamos distribuido la herencia de Lenin. Se comienza, compañeros, con la necesidad de la lucha. Los troskistas del POR se irritan pero levantan la copa y brindan. El remanente de los “elenos”, el fatídico Ejército de Liberación Nacional, repite la cantinela de volver a las montañas donde murieron de hambre. Que es interesante no hay duda, y parte de la tragedia del país. A poco del alcohol ya hacer efecto, los cuadros revolucionarios buscan escenas más mundanas: una hembra, un macho, revolcarse y teorizar acerca de un polvo como si de la Internacional se tratara” (158).

 

En otro matrimonio al cual asiste con su enamorada y amigos, observa que a la fiesta “asistió la crema de la revolución social. Se reunieron los inteligentes e inteligentemente conversaron en altas esferas de pensamiento” (181).

 

El ambiente de los locales a los que acudían los amigos, normalmente cerca de la universidad hacia la Cancha, retrataban la pobreza, machismo, así como la estética “trucha” de la ciudad entonces (hoy con matices se reproduce):

“Mesas de fórmica imitación de mármol. Sillas cubiertas igual, endebles. Mujeres en bolas o con bikini ofreciendo cerveza en los carteles. Bebidas “de lujo” detrás del mostrador, un polvoso whisky, singani San Pedro. Vino dulce porque los bolivianos ni idea de vino tenían. Cerveza que beben los oficinistas, tragándose la comida de sus hijos. Y los jóvenes como nosotros con chicha. Tan cerca de la revolución…” (40).

 

En las borracheras estudiantiles suele haber un “padrino” amigo, que financia la sesión de alcoholismo. Son códigos de solidaridad básicos en un grupo de afinidad. En la novela, uno de ellos es Raúl, docente universitario, con quien se reunían “en el Anexo América”,… cuando… cobraba en la universidad” (122).

 

Como hoy, la universidad de ese periodo era una salida al desempleo juvenil y a una sociedad no future, además de medio para conocer el alcohol y otros excesos:

“Ninguno trabaja. Si quisiéramos, tampoco. Matamos las horas con picadas de fulbito. Estudiamos en la universidad ¿qué joven boliviano no lo hace? La universidad como colchón de aire que amaina el golpe de encontrarse con un país sin opciones. Venga, a por alcohol, que otra cosa no hay que hacer.” (55).

 

En los 80’s Cochabamba era una sociedad donde la precariedad de la educación tornaba que los titulados de la universidad tengan un status especial, principalmente para los sectores sociales populares. En los abogados es muy evidente esta búsqueda de poder y status. En una chichería, cerca de los juzgados, “a cuadra y media de la plaza principal”, observa clientes diversos, “el cargador del mercado con una jarra pequeña de chicha y los ojos vidriados”, pero también

“el licenciado entre licenciados, con cerveza y botellas de San Pedro, caído por el alcohol en el segmento de clase que quiere olvidar y de donde proviene la mayoría. Yo no soy chusma, repite, soy doctor universitario, pero se le vidria la mirada igual a la del paisano en ojotas y pantalones cortos, con lazo en bandolera para que lo cargue la muerte esta noche de helada como un bulto cualquiera” (64).

   

Señala que “los aprendices de doctores, o ya en posición de poder, dirimían el futuro en torno a vasos de cerveza yculitos’” (168). En otra escena, están con un amigo abogado, funcionario de DIRME, quien les ofrece chupa y chicas, gratis. Los lleva a un local que opera como putero. La dueña, que lo conoce, “se mueve de un lado a otro, cuchichea a sus muchachas y algunas con disimulo se marchan. Chiquillas de quince o dieciséis, huidas o robadas de sus familias en el Beni, con rasgos nativos, yuracarés, mojeñas” (103).

 

Y el diálogo entre el abogado y la dueña es sabroso, ilustra la corrupción estatal, la importancia del status de abogado, los discursos con los que se legitima la prostitución. El abogado “abarca de reojo el panorama y luego de la comilona le detalla a la dueña el número de menores de edad que allí trabajan de putas. Emite un discurso de moral y la necesidad de cambiar las estructuras del país, afianzar la educación, permitir el libre acceso a las universidades y proveer de trabajos que permitan la subsistencia” (103). La señora responde

“pero estas chicas vienen a rogarme que las acoja. Si como madre para ellas soy. Les doy cama y comida. La mayoría tiene niños de pecho que no pueden alimentar. Sus novios las abandonaron luego de embarazarlas, los padres las expulsan, los padrastros las abusan. Qué quiere que haga yo, doctor, también tengo un corazón.

 

Claro, claro, hija (le dice hija aunque es treinta años menor que ella), comprendo, pero yo estoy obligado a presentar un informe, que de resultado tendrá la clausura de tu local, multas y en algunos casos la cárcel.

 

Doctor, doctorcito, no me haga eso. Y él replica, no estoy solo, acá los señores son agentes de investigación de la oficina y no puedo obligarlos a ceder como presumiblemente lo haré yo que la entiendo.

 

Ese no es problema. Han llegado muchachas profesionales del oriente y a ellas les gustaría entretener a los doctores. Lo único que le pido es que no cerremos el local. Ustedes dispondrán de bebida, comida y muchachas por el tiempo que deseen, mientras nosotras seguimos ganándonos la vida.

 

Y así, de pobretones pasamos a leguleyos, investigadores, agentes de la moral. La borrachera rebalsa. Agradable sabor de la cerveza, tan diferente al espanto de la chicha” (104).

 

En otra farra, los escandalosos jóvenes recordaran “la incursión de la noche anterior en el lupanar. Irónicos, reímos de nuestros títulos universitarios, como si uno se pasara las horas y devorase los libros para conseguir un culo de alquiler” (169).

 

Sin duda, en el imaginario popular, inscrita en la memoria larga colonial, el universitario licenciado tiene un status especial, como un medio de ascenso social: “así no se tuviera plata, se caminara mendigando licor o pan, los universitarios se consideraban una casta apreciable. A muchos les gustaría ofrendar a sus hijas a los brazos de profesionales por venir, tal vez el único camino de movilidad social disponible” (171). Como el utilero del Wilsterman, quien, en una hilarante sesión alcohólica, ebrio, “comenzó a llorar y terminó llorando. Destacó que era un buen padre y que la joya de su hijita sería para el doctor, con quien ansiaba emparentarse. Salud, salud. Brindis por el Wilstermann, por la revolución, la belleza de la muchacha y la prestancia del doctor. Viva Bolivia, carajo. Viva la patria” (169).

 

Esta servidumbre voluntaria con los abogados, Claudio lo atribuye a “la historia, las taras de la esclavitud, la idolatría venida desde los españoles sobre titulación y doctorado” (169). Para los “despreciados, detestados, pobres estudiantes”, debido a su origen social (siempre) tenían otros debajo suyo, “en su debajo”, anotaría la jerga popular” (168). Esta vida, “en mezcolanza como en un potaje híbrido, a veces incomprensible pero desentrañable” (168), se explican, nos dice el autor, “según las condiciones particulares del país” (168).

 

Pero, la movida revolucionaria universitaria facilitaba a nuestro héroe y sus amigos a seducir chicas estudiantes o sus amigas: “Ya nos habíamos echado unos tragos, bien de mañana, y cantábamos revueltos canciones de revolución. Al menos la revolución traía hembras, delicadas, dadivosas, lindas, creativas.” (14). Una de las enamoradas del protagonista era universitaria y casada. Recuerda que el esposo la llevaba a su casa, “confiado en la patraña estudiantil juraba que aportaba su granito de arena a la revolución mundial” (19). Es un raro caso donde es la mujer quien “pone los cuernos”, cuando en la cultura machista de la ciudad generalmente opera al revés, incluyendo los entornos políticos de la izquierda local, donde se mueve la novela.

 

Ferrufino, a través del protagonista, es muy crítico de la juventud de clase media de entonces, particularmente mujeres, que jugaban a la revolución mientras eran estudiantes (su “ida al pueblo” llama Claudio), para volver al guión social pre establecido, luego de egresar:

“Yo miro a una muchacha universitaria extasiada del ambiente. Esta mierda significa su ida al pueblo. Dormirá mejor creyendo formar parte de una élite pensante y destinada a mandar. Abrirá las piernas a otro compañero de clase de origen dudoso. Con ello volverá a sentir que sus pasos en la vida tienden a memorables, que habrá conocido el vientre de Leviatán y lo habrá deglutido antes de que el monstruo la devore.” (108)

 

A una de sus novias “le gusta la mierda esa de los revolucionarios” (156). Él también se autodefine como “villista y guevarista”, pero está claro que estos rituales son “un mero atajo hacia un arribismo descarado, amén de mujeres y prestigio”. Desconfía de sus capacidades revolucionarias: “dudo que alguno llegue a empuñar otra arma que no sea su miembro para mear; incluyo a las mujeres. Arte del pavoneo. Bebida gratis. Promiscuo equivale a socialista en esta jerga universitaria” (156-159).

 

Y, como seguramente buena parte de los jóvenes universitarios, el campus universitario también se torna en el lugar de la separación amorosa: “Me avisa un día que retorno a la universidad luego de haber perdido ya el semestre que hubiera sido hermoso. Y me deja una carta que habla de sueños, de mi pecho joven, de las mujeres del porvenir” (120). O el tormento que sufre cuando la amada, con quien ha roto irremediablemente, no solo ya no le contesta, y se lamenta “pasarás a mi lado en la universidad ignorándome” (120). Ser ignorado, es lo peor que puede haber, y el protagonista de la novela es muy sensible a ello.

 

Posdata

A la morgue por borracho

La Facultad de Medicina se ha preciado que sus estudiantes realizan sus prácticas en seres humanos reales, en la morgue del hospital Viedma. En el imaginario de la ciudad no es el lugar más apreciado, por el contrario, es símbolo de tristeza y tragedia. Ello a propósito de una reflexión que hace la madre al protagonista por beber en los extramuros de la ciudad: “sentencia que un día sucederá en serio, que me maten, y no aparecerá nadie a recogerme y enterrarme. Acabarás disperso en las mesas de los estudiantes y alguno usará tu calavera de pisapapeles. ¿Eso esperas para ti?” (27).

 

El auto ruso

Cuando la dictadura del Gral. Banzer, en la década del 70’, se realizaron extraños convenios con la entonces URSS, entre ellos de apoyo a la minería. Bajo este paraguas, llegaron cientos de jeeps rusos, como el que describe el autor, mientras una docena de estudiantes “entusiasmados” van a un “matrimonio indígena” en Cliza (más bien campesino, no? Pues Cliza es zona de colonos y piqueros vallunos):

“El jeep UAZ, ruso, traído desde las minas de Potosí, porque los rusos estaban allí en las afueras, en un complejo minero, cargaba con al menos una docena de nosotros, estudiantes, entusiasmados, partiendo de una casona de la calle Antezana, muy cerca de la Universidad, hacia un matrimonio indígena en Cliza” (14). 

 



[1] En realidad es “gloria a Villarroel”.

[2] Aprovechando el “tiempo de revolución…, dado el tumulto”, se robó “de las anticucheras, de las pilas de apanados y chorizos que levantan con maestría, perros calientes que devoré fríos para apaciguar el estómago resentido por la mezcla de maíz, cerveza y farmacia” (126).

[3] Quechuañol. Viene del quechua “wajtay”, golpear. Para hacer referencia al hecho que los borrachos, al beber golpean los vasos con la mesa.

Saturday, December 25, 2021

Llovió como en aquel capítulo de Cien años de soledad


MAURIZIO BAGATIN

 

Celia contaba las enormes gotas de lluvia que se mezclaban con sus lágrimas; a las cuatro de la mañana no pudo más. “Parecía una película”, nos decía mientras una nueva lágrima iba descendiendo por un rostro ya marcado por el tiempo.                                        

A la experiencia vienen bien los callos de las manos, que son páginas abiertas de un libro sin índice. A veces retorno a Fanon, escritor más necesario que Galeano para revelarnos las máscaras del ser humano, no solo por el color de su piel sino por desvelar nuestras conciencias. Si aún las tenemos.

A Isabel Allende ni siquiera la tomó en cuenta aquel misógino de Harold Bloom, y sin embargo fue ella en demostrarnos, más que nadie, donde inició el realismo mágico. Una concisa frase que resumiendo deleita, fueron los conquistadores en dar inicio al realismo mágico, escribiéndole al rey de España sobre un continente que tenía fuentes de juventud, que se podía recoger el oro y los diamantes del suelo, que la gente tenía unicornios o tenía un pie tan grande que a la hora de la siesta se elevaba como una sombrilla para tener sombra. Santa María, Tocaia Grande y Comala vinieron muchos años después.

El cheque llevaba un 8 que según la cajera se parecía a un 6. No era solo una cuestión de onomatopeya o de literalidad, el número en letras no podía equivocar, y menos aún engañar a nadie. Margherita, esta vez, estudió la nueva cajera y al 201 de su ticket se fue a cobrarlo. El pueblo es aún más distante que la urbe en viveza y engaño. Podrá seguir lloviendo como en Macondo, pero las lágrimas no son como el aceite, ellas nunca se separarán de lo vital de nuestras vidas. Amniótico o el origen de nuestros sueños, la misma composición define el líquido.

Cliza-Buenos Aires. 39 años en Santa Rosa La Pampa y luego el retorno. Ya era un gaucho, como el nombre que dio a su restaurante. En la imagen kitsch que algún pintor de brocha borda destinó a una pared del restaurante, se lo ve plácido cabalgando un blanco caballo pampeño, fiel retrato de su orgullo cliceño, del sudor y de muchas lágrimas. Allá quedaron las cenizas de su amada y las futuras generaciones.

En una mesa ya con aspecto navideño hay dos chicas invadidas por tatuajes y cargadas de juguetes chinos. El hombre es siempre lobo del hombre. Vuelven a su tierra desde España, Italia, Virginia o explotadas en Buenos Aires o Sao Paulo. Disfrutan de un cubilete en su mano, de la choleada que allá sería de mal gusto, de la mirada de sus padres ancianos a los cuales habrán construido una casa medias aguas en ladrillo, que les permita olvidar el adobe, el techo de paja y tal vez hasta la chicha que cada fin de semana tenían que elaborar en Villa Rivero.

Entre la tierra y el cielo un horizonte. Nubes que forman extrañas figuras, botes, dinosaurios, las mismas ondulaciones de los cerros, sus compañeros siempre fieles. El maíz que tal vez no se recuperará, el trigo sembrado con inocente e ingenua anticipación, la alfalfa extendida al sol para salvar lo salvable. Frutos de una tierra que merece más memoria por parte de su gente.

 

Monday, December 20, 2021

Ajmátova y Modigliani, un amor nacido del arte


ANDRÉS SEOANE

 

“Todo aquello ocurrió en la prehistoria de nuestras vidas: la suya, demasiado breve; la mía, demasiado larga. El hálito del arte aún no había incendiado, transfigurado esas dos existencias. Era la hora diáfana y ligera que precede al alba”. Así recordaba, años después, la poeta rusa Anna Ajmátova (1889-1966) el incendiario y fugaz amor que compartió con el artista italiano Amedeo Modigliani (1884-1920) en el efervescente París de la belle époque.

Una relación, fina y delicadamente reconstruida por la escritora francesa Élisabeth Barillé (París, 1960), que se zambulló en esta historia tras reconocer a Ajmátova en una escultura del artista subastada en París en 2010 que batió todos los récords al alcanzar un precio de 43 millones de dólares. Magnetizada por el busto, y por la historia que podía encerrar, la autora, de ascendencia rusa, viajó a San Petersburgo para indagar en los archivos que se conservan de la poeta.

Viajando a través de los recuerdos que Ajmátova vertió décadas después en sus textos y versos, que siempre se negó a compartir con nadie, Barillé recrea en Un amor al alba (Periférica) las conversaciones de ambos creadores palabra por palabra. “Congeniamos”, le dice a la rusa un maravillado Modigliani, que la plasmaría en 16 dibujos, entre desnudos y retratos. “Solo usted puede hacerlo: ahuyentar mi desconfianza, hacerme comprender la confusión que me agita. Solo usted es capaz de hacer que mi soledad sea más profunda y deseable que nunca”.

El primer encuentro entre ambos, que la escritora imagina en un café de Montparnasse como La Rotonde, donde se reunía la flor y nata de la intelectualidad parisina y del que Modigliani era asiduo, ocurrió en 1910 y encendió una chispa instantánea. Modigliani, que había llegado a la capital del Sena en 1906 soñando ser artista, malvivía vendiendo retratos rápidos hechos a lápiz mientras se obstinaba en pintar y esculpir. Ajmátova, que alimentaba ferozmente el sueño de ser poeta, llegó en su luna de miel con su marido, el mediocre y ambicioso poeta acmeísta Nikolái Gumiliov.


Una influencia profunda

Prendado de ella, Modigliani la acecha. Le alerta de los peligros de París, “una ciudad temible”. “También lo es San Petersburgo, monsieur, las ciudades no tienen piedad, por eso nos arrojamos a ellas, para que nos pongan a prueba y nos curtan”, responde ella. “Curtirse es poner los sueños en peligro y yo solo tengo un deber: salvarlos”. Esa visión tan pura del arte los acerca irremisiblemente. Infelizmente casada, Ajmátova abandona París tras unos meses. Llegaría entonces el tiempo de unas cartas que, por desgracia, hallaron el fuego como destino en las purgas de los años 30. “Usted se quedó en mí como una obsesión”, le escribe Modigliani. Y ella le responde: “Su voz se ha quedado grabada en mi memoria para siempre”.

Con sutileza, Barillé intercala estos escuetos y apasionados fogonazos amorosos con una inmersión en las profundidades creadoras de dos personalidades lúcidas y atormentadas. Modigliani inspiraría nueva poesía en Ajmátova, recordándole la idea de que debe ser placentera y voluptuosa, de que debe compartirse. Ella, por su parte, le haría volver a la pintura, que tras varios fracasos, había dejado un poco de lado.

Un año después Anna volvió sola a París para reunirse con él y allí vivieron una pasión intensamente breve. Él tenía 26 años y empezaba a ser conocido, ella tenía 21 y ya escribía poesía. Durante esos meses fueron danzantes bailarines que se reían de la lluvia. “Su rostro borró todos los demás”, le diría él. Como telón de fondo, el libro despliega toda la sensualidad del ambiente bohemio de las vanguardias artísticas, recorriendo ese París poblado de genios por el que pasearon abrazados, dispuestos a jugarse la vida por el arte, dos jóvenes enamorados y sedientos de belleza.

Modigliani en la memoria

Sin embargo, Ajmátova tuvo que volver a Rusia y con los ecos de la guerra y la revolución resonando en el continente, jamás volvería a ver al artista. Años después, en 1958, Ajmátova escribió: “Mirar atrás es un crimen que hay que cometer sin fanfarrias y, sobre todo, sin testigos”. Aunque muchos se perdieron en los años oscuros del país soviético, Anna guardó hasta sus últimos días uno de los retratos que le hizo Modigliani, que incluirá en su obra La carrera del tiempo de 1965 (un año antes de su muerte), la primera que pudo publicar al derogarse el veto de Stalin.

Y es que el recuerdo del artista estuvo siempre presente en su memoria, como refleja el largo Poema sin héroe, que comenzó a escribir en 1941, evacuada por la guerra en la ciudad de Tashkent, y que estuvo perfeccionando en durante veinte años. El fragmento que alude al italiano, es fiel epitafio de una relación que marcaría la vida de dos de los grandes creadores del siglo XX:

“En la negruzca neblina de París, / seguro que de nuevo Modigliani / furtivamente caminará tras de mí. / Él tiene el triste don de traer, / incluso en el sueño, la confusión / y de ser culpable de los desastres. / Pero, para mí —su mujer egipcia— él es… / la música que toca el viejo en el organillo, / todo el rumor de París se esconde bajo esa música / es como el rumor de un mar subterráneo / que ha bebido del dolor, el mal y la vergüenza”.

[Fuente: http://www.elcultural.com]

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De SEPHATRAD, blog de Isac Nunes, 20/12/2021

 

Sunday, December 19, 2021

El Mito es todo lo que existe


MAURIZIO BAGATIN

 

El Mito es todo lo que existe. Una noche estrellada como en un cuadro de Van Gogh o el miedo y el deseo que mueve al ser humano, el dolor que lo frena. Caminar es el destino del hombre, todo el empirismo que miles de años han ido acumulando en una valija que llevamos y un día dejaremos.

“Dejamos las huellas de nuestro pathos. Todo fue platónico, solo la pasión del momento, el incalculable daño que mañana nos consignará nuestra improbable conciencia, nuestra imperceptible moral. Ayer fue solo el deseo.

Nos dejamos llevar más allá de un límite, la locura de lo imposible. Todo desborda, el amor, el animal humano retrocede a su plenitud, se mancha, se autodestruye, se arruina, renace.

Éramos el adolescente que se inicia, el villano impuro, el héroe decadente.”

Salimos temprano de Puerto Aurora, el barquito podía llevar máximo 6 personas, rumbo a Todos Santos, ahí como en todas las anteriores excursiones hacía de Cicerón criollo, visitar las ruinas del pueblo, mostrar los signos de una aún perceptible pista de aterrizaje, los ladrillos ya negros y envueltos en un musgo perennemente verde, los de la iglesia y los del hospital, todo lo que resistió al desastre. El recuerdo de cuanto escribió Rudy Henrich: Tragedia y destino. Las familias que salieron de Europa con hambre y esperanza y ahí se asentaron, y un día tuvieron que abandonar. Todos Santos, nombre de muerte en el río Chapare del 1961, de la leishmaniosis de la cual me enfermé en el ’97 mismo, ahí; “espundia” y “botón de oriente” la llaman los habitantes de la zona, los que gracias a una hierba local y diagnosticándola a tiempo, se curan sin llegar al Glucantime, el medicamento desarrollado como tratamiento. Me curé con 63 inyecciones de antimoniato de meglumina. Un pedazo de metal en el cuerpo.

El Mito son las grandes cosas, la ignorancia, el universo, el amor y el odio, nuestras emociones. El Mito son las pequeñas cosas, un mortal mosquito, una tarde de ocio, esta poesía de Wislawa Szymborska: “Nada ocurre dos veces/ y nunca ocurrirá. /Nacimos sin experiencia, / moriremos sin rutina”.

En Bella Flor de Pucara hay Pucara Punta, allá arriba, caminando unos quince minutos se alcanza la antigua fortaleza aymara, enclavada en la cumbre del cerro. Algunos túneles comunicaban a los atrincherados frente al ataque de los pueblos guerreros del sur, los chiriguanos. Ayer fue arqueología e historia, fue trabajo y convivencia, toda la narrativa de Juan Rulfo que es la quimera de una comunidad, momentos que el hombre desea y destruye adentro de sus manos. Unas posibles reciprocidades, luego alguien lavará los platos.

El poeta advierte, siempre, el retorno de las cosas que se fueron, las que se transformaron en recuerdos. La nobleza del beso a la primera enamorada, la fuga de niños, en el sótano o en los diseminados campos de alfalfa, detrás de todo lo que era aquella vez tan grande, para ser hoy tan chico.

Nos advierte que “tenemos que comenzar recordando más allá de la historia…”, de aquella tabula rasa que es toda nuestra posible imaginación, nuestra ilusión, nuestros sueños, nuestras tentativas de felicidad ¿Y si fuera así?

18 diciembre 2021

Foto: Desde Pucara Punta

 

 

Cetrería verbal


JULIA ROIG

 

Suena Mi pequeña muerte en ti y mi mente baraja pensamientos dispares. Un Ave planeando sobre La Almudena, un buitre sobre el de Oaxaca, un cuervo en Pere Lachaise, o tal vez un hornero en La Recoleta de Buenos Aires.... En realidad la mejor medicina es dejar que sangre, que brote, que manche la habitación y el cuerpo, antes de esa horizontalidad perenne. El deseo y la rabia ahora son un muñón que se retuerce más allá de un cuadro de Bacon. Hay obras que realmente te salpican, te escupen, te gritan, te ensucian bella/mente, a ellas me dirijo en un acto de sonambulismo feroz. Quiero derrotar vacíos. Será que es domingo de carnicería, una vez más, será que me quedé, una vez más, encallada en esa escena ácida de Easy rider (obra maestra). Y mi cabeza y su obturador desangrado para amarrar momentos, instantes de barbarie animal, cuando llueve en la piel, justo ahí, amarrados todo es mejor. Los medios tiempos son veneno. Pienso en ciudades sobrevoladas por helicópteros como banda sonora. Pienso en señuelos, esa cetrería verbal. Pienso en la piel como una droga y verlo todo con ojos de Lorca, tan 1910. Como en las carreras de caballos, al amor le ponemos un nombre hermoso y arrollador sin pensar que tal vez debamos sacrificarlo, si no llega, si tarda, si se rompe. Y así, de repente, mezclando cementerios e hipódromos. No me preguntes porqué. Únicamente saber amar no es tan malo.

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De MISDESASTRESNATURALES, blog de la autora, 19/12/2021

 

 


el hábitat y el calendario


PABLO CEREZAL

 

Hay una habitación que es leyenda y un vendaval de aliento con sabor a semilla. Un vértigo de piernas que solo saben caminar senderos de sábana gastada y hambrienta de pantalones pijama. 

Hay una cicatriz de poesía mal curada y un acertijo de respiración entrecortada. Un reloj que no funciona y un avión que se lesiona atragantado de nubes, velocidad y pupilas carentes de miedo. 

Hay una ciudad herida por la humedad y una humedad que muerde la entrepierna. Un abismo de vicio macerado en ternura al calor de un café que no recuerda su origen porque tú se lo perdiste. 

Hay el tremor de una canción y el cilicio manso de un poema escanciándome la lengua. Un correr beodo tras trenes hechos de andenes cuyos raíles perdieron el paso desde que no te contemplan.

Hay un eco y tu presencia batallando ajedrez sobre mi torso, un reguero de orgasmo minusválido cuando la luna se estrecha en el dorso de una habitación palpada a tientas por no encender la luz que me descubra tu ausencia. 

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De VISLUMBRESDEELDORADO, blog del autor, 19/12/2021

 

Wednesday, December 15, 2021

El maíz, coloquialmente denominado sara en el dulce quechua


ROSA ELENA NOVILLO GÓMEZ

 

Comencemos indicando que el maíz (Zea mays) es un cereal nativo de América, cuyo centro de origen fue Mesoamérica, desde donde se difundió hacia todo el continente americano.

Debido a su productividad y adaptabilidad a distintos suelos, el cultivo del maíz se ha extendido rápidamente, a lo largo de todo el planeta, después de que los españoles y otros europeos exportaran la planta desde América durante los siglos XVI y XVII.

Según la tradición del maíz, encontramos este cultivo en todo el Valle, considerado “el tesoro de la cultura valluna”, cuyos vestigios, son las qollqas o silos de almacenamiento de maíz y raciones secas, que fueron edificados en 1450, en el mandato del inca Huayna Kápac. Se erigieron cerca de 2.500 y hoy sus restos forman parte de un sitio arqueológico y turístico ubicado en Cotapachi, Quillacollo.

Dichas qollqas están cerca de la laguna Kenamari, sobre al menos 67 hectáreas. El sitio donde las construyeron fue elegido por la corriente de aire fresco continua, ideal para la protección del maíz en mazorcas.

Desaparecido el imperio Inca, los silos fueron abandonados y con el paso del tiempo quedaron solo los cimientos circulares. Con la creación de un Comité Impulsor del Proyecto Cotapachi, el sitio fue recuperado y se construyeron 27 réplicas.

Desde la época de los quechuas, estos granos fueron la base para la nutrición del organismo; hasta hoy en día estos granos forman parte de la dieta alimenticia diaria en los hogares, ya sea en producto fresco o transformado.

El maíz tiene una importancia trascendente para los habitantes del Valle, debido a que es el alimento básico, de carácter cultural y tradicional; se usa en el consumo directo ya sea como mote (maíz blando cocido, o pelado), como jak’a lawa (choclo semiduro), como tostado (maíz blando tostado), como api (maíz morado) como guarnición de algunos platos típicos, en la elaboración de la chicha (bebida) y la elaboración del vinagre.

La huminta, según el diccionario de la lengua quechua se denomina Jumint’a, en el área de Cochabamba, siendo uno de los derivados más apreciados por los pueblos vallunos. Los quechuas durante el Tawantinsuyo, solían servirse “para su comer, no de ordinario, sino de cuando en cuando por vía de regalo, hacían el pan que llaman humita.” (ref: “El maíz regalo de los dioses” de José Echeverría A y Cristina Muñoz G) cuya preparación era muy sencilla.

La cosecha más importante de maíz en el valle de Cochabamba, corresponde al periodo de las lluvias de diciembre a febrero, meses que coinciden con fiestas importantes del ciclo agrícola y religioso.

Las familias se aprestan a adquirir el producto para elaborar las famosas humintas, la jak’a lawa y el choclo cocido en agua, (en el coloquial quechua denominado wayk’u chojjllu).

La huminta es considerada un manjar en la mesa de los vallunos, que comienzan a degustar en las fiestas de navidad y sobre todo en la celebración de los carnavales.

Siendo el ingrediente protagonista el choclo semiduro, molido en batan, con acompañamientos para su preparación como el quesillo, la manteca de cerdo, el anís, el ají colorado molido en batan, cuando se trata de elaborar con relleno mezclado con ají en vaina; cocido en vapor a la olla o en horno, envueltos en chala de la mazorca.

Nuestra referencia son las humintas tradicionales que se acostumbran preparar en todo el valle de Cochabamba, sean dulces o saladas, a la olla o al horno, sin que, quiera decir, que también hay otras opciones de preparación más modernas con leche, pasas de uva, azúcar, leche evaporada, crema de leche, pollo, cebolla, tomate, huevo, manteca, aceitunas, denominado Pastel de choclo al horno. (Inv. Rosa Elena Novillo Gómez)

Fuentes:

Archivo Histórico Cochabamba

Fundación Pairumani

 

 

Tercer mundo, chicha de Aramasí


MAURIZIO BAGATIN

 

Chicha de Aramasí. El tercer mundo baila. Es viernes y aquí k’oan (verbo, acción, ritual, convivencia y chupas). El sábado es inglés como en todo el mundo, cambia la escenografía pero la comedia es la misma.

 

Lejos de aquí Stajanov está lamiéndose heridas, heridas de la vida. Tal vez ni la alucinógena chicha de Aramasí que tomamos ayer lo hubiera curado. Hay heridas que nunca se curan. Entran y se quedan, por un tiempo se distraen, fingen, se camuflan, pero tarde o temprano reaparecen, con el invierno, con el almanaque del tiempo, con la memoria. Hiriendo.

 

Retorno a la orgía perpetua de Flaubert… a las pesadillas de los saltimbanquis y a los sueños de la humanidad, esta peste nos desnudó más que el psicoanálisis del austriaco. Y tienen variantes evolutivas para hacer revolcar a Darwin.

 

Una mirada a mis más de veinticinco años sudamericanos. Queremos ser como los que ya fracasaron y lo estamos logrando, con nuestro ritmo y con nuestro tiempo lo lograremos. Todos tienen la razón, será tarde y ya lo es. Es la eternidad: los olivos de mi tierra y el color del cielo en todas las estaciones. El plato de pasta que siempre encuentra solución a la falta de imaginación, en diciembre también de voluntad. Fin de año de acumulación, aguinaldo de cansancio también. El cansancio de una tarde sin premuras y muchos pasos por calles inundadas de estas figuritas que Kafka diseñaba en sus noches insomnes. No son los horribles mausoleos erigidos por los nefastos de la Historia. Es la batalla de Salamina y la saliva del primer beso amoroso, la farsa que sigue buscando una luz en la ceguera del último hombre, el Odiseo que vive en cada uno de nosotros, y en la belleza del último tramonto.

 

La eternidad es una tarde de chicharrón en Cochabamba y el domingo que va formando nuestro carácter, que desvela, a momentos, donde quisiéramos un día volver todos. ”La vita es breve y complicada y nadie sabe de verdad nada. Por lo tanto la mejor solución es no hacer nada”. Y retorna nuestra nostalgia... entonces podría volver a Trilce y a sus palabras, al camino de Eneas y a los fantasmas de Cecchini, mi pueblo o Comala, pedaleando al ras de bajas paredes donde los ancianos del pueblo, ahí sentados, esperan la muerte.

 

Y pensar que hace cuatro billones y algo de años, ya había microbios de una sola célula nadando felizmente en el caldo primordial, bebiendo azúcares simples y excretando etanol y dióxido de carbono.

 

Somos todo lo que hemos vivido. Somos el no permanecer en lo inmutable, y recobramos identidad detrás del viento que silba, del canto de miles sirenas y del tiempo.

 

Tercer mundo, chicha de Aramasí, que es el vino fuerte de mi pueblo, los bailes de aquellos viejos sentados, los cuadros de Hopper, las ruinas, los ruidos y el escombro del abandono de hoy. La musicalidad del silencio que propio hoy busqué y nunca he encontrado.

 

11 diciembre 2021

 

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De PLUMAS LATINOAMERICANAS, 12/12/2021

Imagen: Edward Hopper, Soir bleu, 1914

 

Thursday, December 9, 2021

Marcel Schwob. La vida imaginaria de los otros


ADA DEL MORAL

 

Todas las niñas crecen. Menos Monelle, la reina de las meretrices infantiles que salió de las entrañas heridas de Marcel Schwob (1867-1905), creador de la vida imaginaria, género donde se mezclan hechos reales y literarios y en quien se inspirarían Tabucchi, Juan José Arreola, Bolaño o Borges. “La vida humana es interesante por sí misma”, escribió Schwob, que odiaba el naturalismo de Zola y la prolijidad vacía de ciertos románticos. Se declaraba incapaz de entenderse con los psicólogos y admiraba a Robert Louis Stevenson, amigo y modelo narrativo, por quien emprendería, en compañía de su criado chino, la suicida peregrinación marítima de su Viaje a Samoa para visitar su tumba. También maestro, como su querido escocés, del realismo irreal, fomentó a lo largo de su existencia un agradable misterio. Era cordial y perverso, juguetón y ávido, nítido e impenetrable. Lamentaba su fealdad y sonreía para lucir su dentadura perfecta.

Sus 37 años estuvieron nutridos de gran literatura y una enfermedad que le robó la dignidad y le hizo sentirse “un perro viviseccionado”. Amó a dos mujeres especiales y ambas le correspondieron: la nebulosa Louise —petite Vise la llamaba él— y la hiperbólica actriz de origen español Marguerite Moreno (1871-1948), quien afirmaría que su inteligencia era una pesadilla, pues veía en “planos, como los insectos”. La primera le preparó para la segunda, que llevó  a América Latina su literatura, ya por entonces impulsada por el escritor mexicano Julio Torri y las tempranas traducciones de Rafael Cabrera.

Entre ambos amores, en un intervalo que va de 1891 a 1896, publicó Corazón dobleEl rey de la máscara de oroEl libro de MonelleLa cruzada de los niñosMimes y un buen número de ensayos dedicados a Villon, Stevenson o a la lectura, placer que reivindica practicar en la cama.

Una vida entre libros

 Marcel Schwob nació en Chaville, en el seno de una familia de judíos cultos. Su padre, originario de Basilea, poseía el periódico Le Phare de la Loire, en el que el hijo, que jugaba a citarse con Poe y Verne, ejercitó sus primeros anhelos literarios. Se crió en la Biblioteca Mazarino, feudo de su tío materno Léon Cahun. Allí aprendió sobre la otra vida de los muertos y entabló una relación que atravesaba las épocas con los Coquillards —banda de Villon, el poeta ladrón— cuyo argot le fascinaba, con la antigüedad y con culturas lejanas que le despertaron el don de lenguas y una percepción única.

El suicidio, de un tiro en el corazón, de su gran amigo el erudito en ciernes Georges Guieysse le entregó al estudio de archivos infinitos. Se hizo experto en descubrir y recrear momentos perdidos. Así nace la vida imaginaria. Luego se tendía a ver jugar a su perro Flip en su habitación, casi un gabinete de curiosidades. De algún modo, su capacidad para descubrir paisajes habitados donde otros no ven más que el yermo le conecta con los hermanos Quay, artistas de la animación, dotados de una sensibilidad parecida.

Schwob, durante mucho considerado un simbolista menor, intuyó la necesidad de la novela de desprenderse de todo lo superfluo y acertó a manejar la elipsis como un instrumento narrativo que hace trabajar al lector, excitándolo. Supo dotar a sus libros, ligeros y consistentes, de antiguos imaginarios transidos de piedad, terror y lubricidad. Huía del presente que caduca pronto y se situó en la intemporalidad de un pasado recreado donde solo funciona lo palpitante. Gracias a su exquisita sencillez, llena de colorido y concisión, su lectura siempre deja con ganas de más.

Cada libro suyo es una víscera eterna y él un personaje del futuro que iluminó el París de la Belle Époque. Moréas, Catulle Mendès, Jules Renard, Rachilde, Colette y Willy, Verlaine el fauno, Wilde verde de sífilis, Picasso aún con pelo o el torturado Jean Lorrain fueron sus compañeros. Nunca deseó acólitos sino iguales. Quizá le llegue pronto esa justicia que el poeta Luis Alberto de Cuenca, Premio Nacional de Poesía y schwobista consumado, reclama en su poema Los dos Marcelos, donde lamenta sus siete líneas dentro del canon literario frente a las siete páginas de Proust. Ahora, tras un siglo de su muerte, el panorama ya ha cambiado. En España la editorial Páginas de Espuma ha publicado el excelente 
ensayo de Cristian Crusat Vidas de vidas, donde analiza el poder de su obra; El deseo de lo únicoque reúne sus textos sobre literatura, y sus Cuentos completos, que incluye el inédito “Maua”, cuyo título en samoano significa “nosotros dos” o “él y yo”, y narra una  desasosegante escena onanista que no se sabe si es real o soñada. 

Aventura interior

 Schwob persiguió en su escritura el deseo de lo único, dio aire al arte de la biografía y la traducción e inventó una suerte de novela polifónica de aventura exterior e interior que es, sin duda, la salvación del género, aunque pocos se hayan dado cuenta. Primero publicó Corazón doble, dedicado a Stevenson, historias sobre la dualidad humana, divididas en “Corazón doble” y “La leyenda de los mendigos”. De una fiebre religiosa a la que sucumbieron miles de niños en el medievo surge La cruzada de los niños, protagonizada por críos rezumantes de fe, leprosos olvidados y papas oscuros que narran aquel peligroso peregrinaje a Tierra Santa.

En sus Mimes, inspiradas por el descubrimiento del poeta griego Herondas, el mundo clásico y mítico le sirve para reflexionar sobre el hedonismo, la soledad o la memoria. El rey de la máscara de oro es una colección deslumbrante de relatos habitados por un plantel de criaturas rescatadas o inventadas por un hombre que hacia el fin de siglo recorría libros y antros en busca de luz.

La verdad la encontró en Louise, una joven que había sido prostituta ocasional, bebía café y fumaba demasiado, en 1891. Como hombre de secretos, apenas habló de esta relación. “Tengo por amante a una niñita que es una bestezuela encantadora”, le comentó a un amigo. Pero la sacó de las calles y, a su lado, vivió una infancia nueva o, quizá, la primera. Ambos iban de la mano por lo desconocido. Cuando dos años después murió en sus brazos, Marcel destruyó todas sus cartas menos una y las volcó en El libro de Monelle, publicado en 1894. La sacerdotisa de las niñas putas es la implacable y eterna profetisa del devenir: “Destruye, destruye, destruye. Huye de los muertos que engendran la pestilencia. Conténtate con toda apariencia, déjala, y no te vuelvas”. De la ausencia de Louise surge Monelle, la que está sola en el Reino Blanco, que es la página virgen, tumba de los niños que no han aprendido las cuatro reglas, las sábanas inmaculadas que las niñas prostitutas soñaron durante sus vacíos de alimento.

Poco después de la publicación del libro comenzó la enfermedad intestinal que le destruyó no sin antes llevarle, sin alivio alguno, varias veces a quirófano, agriarle el carácter y sumirle en la morfina. Aun así tuvo fuerzas para casarse con Marguerite Moreno, afirmando: “Estoy a la entera disposición de la señorita Marguerite Moreno, que puede hacer de mí lo que   quiera, incluso matarme”. El poeta André Salmon, en su prólogo de El libro de Monelle de la editorial bonaerense Argonauta, se recuerda cohibido ante aquel gran burgués agonizante que jugaba a ser mendigo, con un ojo cubierto por una excrecencia de carne, la mano cadavérica a la espera de un óbolo y, en las tripas, el ronchar glotón de la carcoma fatal. Al día siguiente, el joven recibió una nota en la que Schwob había garabateado: “La timidez es la madre de todas las mediocridades”.

Por desgracia, estaba cerca de dejar atrás todas las máscaras de oro, lepra y carne. Dicen que no pudieron cerrarle los ojos. Ahora, desde sus libros, sigue viendo todo.

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De AHORA, 29/01/2016

Imagen: Marcel Schwob por Sacha Guitry

Wednesday, December 8, 2021

François Villon: el ladrón marginal y asesino redimido que se convirtió en el primer poeta maldito


ALFREDO SERRA

 

Es cierto: jamás hubo tiempos serenos, bellos, de paz absoluta. La historia del mundo es como el mar en una noche de tormenta, escribió o dijo Joseph Conrad, el genial marinero. Pero a François Villon, pendenciero, ladrón, asesino, carne de burdel y de taberna, poeta del populacho, le tocaron negros, largos, trágicos…

Nació en París como François de Montcorbier en 1431, mientras Francia e Inglaterra se desangraban en la Guerra de los Cien Años –116, en verdad–, Juana de Arco moría en la hoguera, el hambre golpeaba sin piedad, y aquellos que volvían del frente, heridos, acababan de morir en los más helados inviernos de ese tiempo sombrío.

Hijo de aldeanos pobres, padre muerto muy temprano, madre viuda y sin oficio, dejó al niño, ya marcado por la miseria, en manos del maestro, cura y capellán de Saint-le-Bétourné Guillaume de Villon, que no sólo le dio su apellido: lo adiestró en la fe religiosa y lo inscribió en la licenciatura de Arte. Pero, aunque alumno destacado, arrumbó el título y optó por la vagancia, las peleas de cantinas y bodegones, los lupanares, el robo y el crimen: el estigma del arroyo…

Un tal Philippe Sermoise, cura, cometió el pecado de birlarle una mujer, y François lo degolló. Huyó de París, lo condenaron a muerte en ausencia, pero por influencia de su padre adoptivo logró el perdón. Todavía no se había trenzado la soga que habría de partirle el cuello, pero anticipó su fin en el (acaso) su mejor poema: La Balada de los Ahorcados.
Fragmento:

"Soy François y el nombre me duele,
Nacido en Pontoise, cerca de París,
Y balancéandome al cabo de una cuerda,
Sentirá mi cuello lo que mi culo pesa"

Sin embargo, el perdón no fue enmienda. Ni por asomo. Como un prólogo viviente de Jean Genet (1910-1986), novelista y dramaturgo luminoso, y ladrón contumaz, François se unió a la pandilla de los Coquillards –Concha de Molusco, nombre de los bandidos que asaltaban o estafaban a los peregrinos– y una noche saquearon el Colegio de Navarre alzándose con una fortuna en monedas de oro.

Otra vez en manos de la ley, fue a parar a una mazmorra en la prisión de Meung-sur-Loire… Pero no fue tiempo muerto: entre esas paredes y rejas escribió Pequeño Testamento, autobiografía de 2.023 versos, seguida cinco años después por Gran Testamento. Sin discusión, sus obras maestras: popurrí sobre el tiempo, la muerte, la religión, mezclado por bromas, burlas, blasfemias… Lo que hoy llamaríamos "sinceridad brutal".

Libre otra vez, y dueño de una asombrosa facilidad para la rima, vagabundeó por pueblos y aldeas cambiando baladas por comida y vino, no necesariamente en ese orden. En esas correrías conoció a la gorda Margot, prostituta, vivió de ella y de su recaudación diaria, pero –según la balada que la inmortalizó– también la amó.
Balada de la gorda Margot, fragmento:

"Mas si amanece y no aportó dinero
¡ay de Margot! Entonces enfurezco,
No puedo verla, degollarla quiero (…)
Pero vuelve la paz, se tira un pedo
Más criminal que de un cañón la bala,
Riendo me da un golpe, luego, quedo,
"¡súbete!" dice, en tanto que se instala.
Dormimos como un zueco, ambos beodos (…)
"Por tu lujuria nos desvencijamos!",
En el burdel en donde el pan ganamos".
Que llueva o truene, tengo el pan seguro.
Soy vicioso y halléme una viciosa.
No sé cuál de los dos lo es más, lo juro.
Y la basura nos parece hermosa
Y el honor nos repugna y lo ahuyentamos
En el burdel en donde el pan ganamos"

Pero a esa vida aventurera la corrían el pasado y sus crímenes. Encarcelado –¡y torturado!– en la atroz prisión de Châtelet, confesó hasta quedar vacío, y el asesinato del fraile Philippe Sermoise le valió, en noviembre de 1462, "a ser colgado y estrangulado". Pero en enero del año siguiente un tribunal anuló la sentencia y la cambió por un exilio: "No podrá volver a París por diez años".

Partió, y todo rastro se perdió de él. Algunos ecos no demasiado sonoros revelaron que no vivió más allá de sus 32 años. Es todo.

Pero su miedo a la muerte y a la condenación eterna, marca a fuego de su educación religiosa, le dictó un largo epitafio cuyo final mucho explica:

"Príncipe Jesús, que sobre todo reinas,
procura que el Infierno no lleve nuestras almas:
nada tenemos que hacer ni pagar en su lodo.
Hombres, en esto no hay burla alguna:
¡y rogad a Dios que nos absuelva a todos!"

Los juicios críticos sobre su obra tardaron largo tiempo. En el siglo XVI fue apenas descubierto, pero el editor Clemént Marot, en 1532, imprimió todo el corpus al considerar que "no sólo renovó la poesía de su tiempo, sino que dio una nueva vida a temas heredados de la cultura medieval y los animó con su propia y original personalidad. A contrapié del ideal cortés, invirtió los valores admitidos, oficiales, y celebró a las gentes destinadas al patíbulo, ofició a las descripciones burlescas y a las bromas subidas de tono, y multiplicó el lenguaje. Esa combinación confirió a sus escritos y baladas una sinceridad singular, feroz, y casi sin antecedentes en su tiempo".

En los años 30, las baladas fueron readaptadas por el poeta húngaro György Faludy. Con impensable éxito. Hoy nadie niega que Villon está en el parnaso de los poetas malditos, de la poesía negra, del realismo salvaje. Y es justicia.

(Post scriptum. Las veintiún baladas de Villon están al alcance de todos en varios sitios de Internet. Su lectura, ya minuciosa, ya profunda, ya a simple vuelo de pájaro, es una extraña aventura, y también una autopsia de ese espíritu libérrimo en lucha contra los estrechos límites medievales.)

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De INFOBAE, 12/08/2019

 

 

 

Saturday, December 4, 2021

"La Paz es invencible"


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

 

Las fotografías, con su leyenda, me las envía desde La Paz mi amigo Pablo Cingolani. Una no necesita explicación, la de la Pachamama sí. Al comienzo de la película Cementerio de elefantes, del boliviano Tonchy Antezana, hay una escena de unos albañiles que nocturno entierran en los cimientos de un edificio a una persona farreada, no se ve bien si viva o muerta, como ofrenda a la Pachamama. Leyenda urbana o innombrable tradición oscura del mundo aymara. No lo sé, pero hay una zona de La Paz (céntrica) donde es frecuente ver carteles de personas desaparecidas, calles que parecen desiertas, con imprentas, conventillos, antiguas casas patricias divididas en cuartos, pero que de noche cobran una vida intensa y pesada... el amigo Alfonso Murillo me hablaba mucho de ese asunto y Ricardo Camacho también.


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De VIVIRDEBUENAGANA, blog del autor, 03/12/2021

Monday, November 29, 2021

Nuevos escritos de memoria antigua


MAURIZIO BAGATIN

 

Es difícil hablar sobre lo que se conoce, entonces intentaré escribir sobre Nuevos escritos de memoria antigua

“El hablar conquista al pensamiento; escribir lo domina”

-Walter Benjamin-


La literatura de Claudio siempre ha sido la literatura de la experiencia, de lo vivido, es un autorretrato que a veces se parece al autorretrato de Francis Bacon, desdoblándose para ver más allá, otras veces parecido a lo de Balthus, mirándose en un espejo borgeano, pero siempre es el autorretrato de Van Gogh, lúcido y sincero. Siempre nos habla de nuestro ethos.

La memoria no es solo cosas de dioses, a ellos está consentido el olvido, a los humanos es consentido aquel surco que pertenece al momento, al instante, a un estrecho espacio entre la esperanza y el arrepentimiento, y este es el espacio de la vida. Ahí es donde el stajanovista Claudio se adueña de todo lo posible. A través de la vida, a través de la escritura.

La literatura de Claudio es una receta culinaria que roba a la escritura todos los ingredientes, le exprime todos los sabores y nos devuelve un plato escrito con mucha sabiduría; es una cabalgata de cosacos hacia tierras aún impenetrables pero es también la calle melancólica de un pueblo invisible en pleno otoño, es su muerta ciudad viva que está siempre presente, y lo será en los libros que escribirá mañana porque son los libros que leyó ayer, Stefan Zweig, Marcel Schwob, Víctor Hugo o la poesía de César Vallejo; es una escritura que entra en la cocina y se entrega para el deleite de sus convivales. Y en búsqueda de sustraerse a su timidez, le añade el picante necesario, aquella capsaicina que a las palabras les hace solo el bien.

Nuevos escritos de memoria antigua es un diario de textos breves, es un cuaderno de bitácora escrito durante esta peste contemporánea, son 30 años de exilio voluntario, el trabajo nocturno, los amigos que nos dejan, y la dedicatoria que vale todo su contenido… nos acompañarán Paul Celan y Leonard Cohen, Nina Berbérova, Denver y sus fantasmas, Kerouac, Cassady, John Fante, el mítico Charly Brown y los platos que Claudio prepara para sus hijas Alicia y Emily, con el mismo amor que su madre los preparaba para él. La importancia de la belleza en la cocina y en la página.

La memoria llevada a la página escrita es la vida, y es la misma que nos transmitió Tolstoj, esa entidad misteriosa que para definirla estamos obligados en partir de la página escrita, esa no es más que el resultado del arte, es decir, de un artificio más sabio y complejo de muchos otros. Es el don de la literatura.

Noviembre 2021

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Texto leído en la presentación virtual, 18/11/2021

 

Sunday, November 21, 2021

De las mil cosas


MAURIZIO BAGATIN

 

Dirán mil cosas. De un tramonto en Gallipoli y del color del cielo a una cierta hora del día, en el lugar que ha definido tu vida. Del color de los ojos de una chica, en un pueblo del norte de Camerún, de aquella chica que nunca más lograste ver, y que eran los ojos del color de un imposible color y de todos los colores.

 

Dirán mil cosas. De la vendedora de marraqueta que predijo que no llovería esta noche, solo mirando y oyendo y mirándome y oyéndome. Del croar de ranas y sapos que escuchaba pedaleando al borde del canal de la Angostura. De mi pedalear de la tarde. De los vidriosos ojos de un pobre borracho que saliendo de una chichería se choca con la triste cholita que no logró vender toda su hortaliza. De los eternos perros de Juan Rulfo que persiguen sus fantasmas y reclaman huesos en cada puerta de una pollería. Del tiempo que está pasando. También de esto se dirán mil cosas.

 

Dirán mil cosas. De la espiritualidad que nos transmitió Emigdio, en las tardes de trabajo, mirando el cielo y besando la tierra, tomando el néctar del antiguo teocintle o acullicando la hoja verde, la que hoy en su maligna metamorfosis domina el mundo. De la muerte de amigos lejanos en una tarde que deseábamos simplemente pacífica. De la paz y de la guerra y de aquellos miles de seres humanos frente al eterno hilo que separa al hombre de otro hombre.

 

Dirán mil cosas. De estas y otras palabras y de su ausencia. De una noche en la cual la luna se oculta mientras escuchamos a John Coltrane. De cuanta belleza en una mariposa que ondulando sus alas corteja a una flor firme es su solo color. Del niño que en la esquina espera a su madre. Del padre ausente. De la oscuridad y de nuestras soledades. De la ausencia y de la demasiada presencia.

 

Dirán mil cosas. Del Puffo y la Puffa que pronto se irán a Suecia. De nosotros que sufriremos su ausencia. De lo que resiste y lo que no lo hará. De las mil cosas dirán y callarán también. Diremos y callaremos todos. Del silencio y de la muerte, de los días que hemos amado y del amor ausente, del desamor, del miedo, de nuestras culpas. De lo vivido y lo que nos queda por vivir. De las mil cosas.

19 noviembre 2021

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De VOCES DE HISPANOAMÉRICA, 20/11/2021

Imagen: Pier Paolo Pasolini, Paisaje, 1943