Sunday, March 29, 2020

Cuarentena


MAURIZIO BAGATIN

“El pesimismo de la razón es un óxido que ya adhiere al optimismo de la voluntad”  
- Paolo Rumiz -

Cuarentena, este término se originó en el siglo XIV en Venecia, durante la Peste Negra, quarantèna es originariamente la forma véneta para quarantina; en la Serenissima, cuando se detectaba una posible amenaza entre los pasajeros que llegaban en una embarcación, la misma quedaba totalmente bloqueada y no se permitía el ingreso a tierra hasta que no transcurriera cierto espacio de tiempo: cuarenta días de espera, de aislamiento, de angustia. Luego, tal vez, la muerte. La cuarentena es la contumacia, para apestados y para astronautas de vuelta de la luna, sifílide, lepra, fiebre amarilla y cólera ayer, Lazzaretto Vecchio, una isla entre las cientos de la laguna de Venecia; Ébola, Arenavirus, SARS, Nipah, COVID-19 hoy, el lazareto es nuestra casa, nuestro departamento, nuestro hogar. Nuestro infierno.

Hoy vemos imágenes apocalípticas nunca vistas, calles, plazas y pueblos que salen de los cuadros de Giorgio De Chirico, narraciones dantescas en un mundo que poco a poco está viviendo, siempre más, bajo control… millones de cámaras controlan a los ciudadanos chinos, el occidente es cada día más vigilado, las calles de centenares de países viven entre cuerpos fantasmales de policías y de militares, vive el hombre la muerte, tal vez, de muchos derechos civiles… y para nada feliz, estropeando a Huxley, violentando a Orwell y reduciendo a Bradbury; ¿esta gran narrativa relajará al inquieto? ¿Inquietará al relajado?

En un profético libro (Spillover), David Quammen anunció el virus invisible, era el 2012, no habíamos aún derrotado la gripe A (H1N1) cuando el escritor estadounidense fue informado, por algunos expertos muy recomendables, The Next Big One, de un virus que nos reconduce a la antigua verdad darwiniana -la humanidad es de verdad una especie animal-, y que el virus, éste y otros más, son la respuesta inevitable de la naturaleza al asalto del hombre a los ecosistemas y al medio ambiente. Hoy recuerdo las narraciones de mis padres sobre la pelagra, la escabiosis, la gripe española que hizo más muertos que la Gran Guerra: miseria, ignorancia y mucha muerte. En el África que viví, todos los ataques son de los seres más pequeños -en el inmenso continente de los mamíferos más grandes, los más pequeños son los más poderosos, nos recordó Kapuściński- la mosca tse-tsé, el mosquito mut mut (Tipulidae), el más grande: la enfermedad de la lombriz de Guinea (dracunculiasis). Todos apenas visibles, todos terribles.

Hoy se mueren los más viejos, los mayores de edad, los más débiles, como en una Esparta, ilotas a su destino (en un diario italiano, il manifesto, se recuerda a Eneas cargando a Anquises: el pasado, la memoria, la experiencia); me pregunto: “¿Las fábricas de armas, siguen produciendo?” “¿No habrá cuarentena también para la producción de armas y para las guerras?”                                                                                                                                                          

¿Extraño desasosiego? Lo de siempre, el de Abel y Caín, el de Rómulo y Remo, trascendencia y Derecho, siempre muerte fratricida… No hubo Phronēsis como tampoco hubo Metis, nos olvidamos del Mito, omitimos toda nuestra Historia, descuidamos lo efectual de la Historia, su inconmensurable importancia.

Así seguiremos en cuarentena, hasta el fin de la noche… la Metafísica es la antesala del surrealismo.
24 marzo 2020

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De PUÑO Y LETRA (Correo del Sur/Sucre), 29/03/2020

Friday, March 27, 2020

2020: Bienvenidos a la distopía


MAURIZIO BAGATIN

“Ogni domani é un mondo migliore” – Anónimo –

El sol es de invierno, o parece serlo, con aquel quemar sin calentar los cuerpos; ni el otoño se deja entrever, hojas de miles colores cubriendo jardines de una ciudad ya irreconocible o incierta, pueblo grande una vez de adobe.

Tsunami humano. Pandemia. A partir de mañana será otra vida, no será nunca más Le donne, i cavallier, l’arme, gli amori, tal vez entramos en un puro juego: The game, fruto de una revolución mental, hoy es todo digital lo que nos rodea, algoritmos, bitcoin, 5G, inteligencia artificial. Corrió el tiempo, y muy rápido. Desaparece el Ágora, no habrá resistencia crítica, el que maniobra, como siempre, domina de manera absoluta; las conciencias que quedaron se han normalizado o se normalizarán… y Kubrick se ríe en un rincón. Es el triunfo de la Biopolitica en la sociedad ciborg…

Mala tempora currunt sed peiora parantur, dijo Cicerón.

“Llego a pensar que la guerra de hoy no es ni entre religiones ni economías, sino entre el hombre que habita y aprehende la tierra y el que la exige; el que retorna por sus acciones a un pasado salvaje (tal vez la única forma de preservarnos como especie) o aquel otro que acompañado de la ciencia ha entrado dentro de los límites prohibidos entre vida y muerte. Escoger viene a ser una opción; reflexionarla es otra”… escribiste años atrás.      

Ahora hubiera querido leer algo sobre algunas mujeres del este y de noches etílicas en compañías de vagabundos y clochard, de insomnios y tu lenguaje siempre hecho de experiencias vividas. Genio del escritor, escribió Steiner… mientras me acompañan los escritores distópicos, los que se aventuraron en narrar el presente. Parece que nuestra libertad hoy, y aunque de otra manera siempre, sea en lucha con nuestros miedos, con nuestras angustias, con el dolor del mundo, en la personificación de Pierre Bezújov…

¿Hipótesis? Fe ciega, si no hay conocimiento, y el conocimiento es técnica, es arte o es ciencia. No siempre lo bello coincide con lo bueno: “E’ l’uomo/ quel che vuole piú/della natura e ad essa superar le soglie/di un indicibile seme;/ritornarle in ventre/senza ritroso esplorar/questo eterno divenire”.

Nos toca vivir el peor espectáculo, el integrado, le gustaba definirlo así el situacionista Debord… la peor representación de los dos bandos, las dos ciudades de Dickens, mañana lo que algún poeta desvelará por necesario…me despido con la sabiduría de los antiguos, el esclavo Epicteto y el emperador Marco Aurelio, los dos mayores sabios según Cioran: “Los hombres no tienen miedo de las cosas, sino de cómo las ven”“Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad”.

Bienvenidos a la distopía.

Feliz cumpleaños Claudio.

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De INMEDIACIONES, 13/03/2020

Imagen: Antonio Ligabue, Il grande autoritratto (1950-55)

Monday, March 23, 2020

Rumias de confinados

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Los tiempos son descabellados, decía el poeta, uno, importa poco cuál, como tampoco aquel otro que afirmaba que en parecida época, nos íbamos a encontrar con nuestra propia sombra. Tiempos de echar en falta lo que ayer parecía sobrarnos, de atender lo que no escuchábamos ni oíamos. ¿Qué hacías tú hace dos semanas, qué hacían los tuyos, los amigos, los vecinos, los conocidos…? Parece mentira. ¿Qué haces hoy? Pues cada cual se reinventa como puede, con o sin balcones, sin chiflos o jotas raciales, sin habilidades culinarias o asombros de limpieza doméstica…

De los solitarios forzosos, sean o no ancianos, no hablo porque su situación me parece temible y frente a eso me siento impotente, como muchos de ellos se sienten desprotegidos. ¿Y de la gente que todavía nos atiende en el supermercado, qué? Pocas ganas de hacer bromas por mucho que pienses que la risa es necesaria, si reparas en la gente que de manera directa atiende a los más dañados.

La verdad es que por mucha aburrición que cause el confinamiento y provoque la venenosa tentación de echarse, yo al menos me siento un privilegiado frente a toda la gente, no solo la sanitaria, que sostiene mi refugio, mucho más expuesta al contagio. Si esto funciona todavía es porque hay mucha gente que lo hace funcionar. ¿Buenismo el mío? Sí, hombre, está la cosa como para consideraciones de ese tipo. No gano nada en el naufragio de los juicios, las culpas, la auténtica y verdadera actitud que hay que tener en estos casos, a juicios de los sabios de turno. Aquí no hay catecismos ni manual de instrucciones que valgan. Sobran médicos, virólogos y tribunos de barbecho. Hacemos lo que podemos y frente al esfuerzo de esa gente que se juega la vida, yo al menos me quito el cráneo.

De lo que puedas hacer mañana, ese día después que muy cercano no parece estar, cuando el confinamiento domiciliario acabe, es casi mejor no ocuparse porque ahora mismo no pasa de ser una fantasía. Prefiero huir de los augurios y de propalar alarmas, aunque no sé cómo, porque las palabras de los gobernantes se comentan solas y a veces resultan oscuras y más propias de un jaleo deportivo. ¿Es un consuelo saber que la epidemia podría dejar más pobres que fallecidos o un drama difícil de aplacar?

Tiempos descabellados y propicios para los profetas de calamidades del tipo «a cojón visto todos son machos», que disfrutan de sus aciertos, y para los ojalateros, como llamaba el general isabelino Diego de León a quienes le decían cómo debería haber actuado cuando la acción en la que no habían participado, había acabado. Ya lo habían dicho, con toda clase de adornos apocalípticos que dejan chiquita la situación actual. Cierto, pero a mí al menos se me había escapado la extrema gravedad de lo que estamos viviendo. Prefería convencerme de lo que me convenía, es decir, de que esto que ahora vivimos con temor cierto –a la muerte y a perder la vida que teníamos– quedaba lejos y demás blablablás. Del posible colapso sanitario no tenía ni idea. Y estoy seguro de que no he estado solo en esa ignorancia. No soy un gobernante, sino un gobernado, y añado que de las epidemias solo sé lo que he leído, que no es lo mismo que padecerlas o ser un especialista en ellas, que los hay, en este país, y con capacidad de hablar con autoridad por haberlas vivido en otros países y circunstancias. Tal vez lleguemos a saber con certeza cómo se ha originado esta epidemia, una vez que los bulos que circulan se apaguen, que es lo que suele suceder.

«Nada va a ser lo mismo», es una de las frases que más se escuchan. No hace falta ser profeta ni adivino del porvenir para entender que esta situación epidémica va a dejar secuelas a las que habrá que sobreponerse, con o sin ayudas. En efecto nada va a ser lo mismo, ni las circunstancias ni tal vez nosotros mismos, por mucha fiesta que le echemos, porque ya no lo es. ¿Escaldados, provistos de una serenidad estoica, feroces…? Está por ver.

*** Artículo publicado en Diario de Noticias, de Navarra, y en el blog del autor, Vivir de buena gana, el 22-III-2020

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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 22/03/20

Tuesday, March 17, 2020

Sublevados



PABLO MENDIETA PAZ

 Sublevados (Marcos Tabera)

Producción y arreglos Oscar García)

La música no es solo sonido, también es silencio, un silencio singular, quieto, exclusivo, que de pronto, así como el crepúsculo cae lento y acaba en noche cerrada, es atrapado por una brisa que progresa en vientos huracanados que soplan al norte, hacia las cumbres fecundas. Y es entonces que todo se transforma en magia de músicas que se fusionan, que se enlazan como evocadores abrazos de silencio y sonido. Marcos Tabera los percibe, los recoge, los hace suyos con temperamento y emoción estética y los envuelve en la gente sublevada, aquella de semblantes ásperos, agrietados; gente cansada de cadenas que se equilibra en ritmo ternario y trepidante entre la encrucijada urbana y los herbazales que reposan mustios a los pies de los nevados eternos. Como si esto fuera poco, en el escenario de calles alquitranadas de la incierta y gran ciudad, el vendedor de sueños, el hacedor de nada, muy solo en la multitud -metáfora hallada- pregona remotas ilusiones sin reparar en cómo resuenan los tacos de los zapatos gastados, pares de piernas sin bitácora que van y vienen por la Plaza San Francisco; que suben y bajan los peldaños en edificios de rotos barandales por donde se desploman, con voz de agonía infinita, los sueños al vacío. Y regresan a los vecindarios sin saber de nadie, sin escuchar a nadie, como partes fragmentadas de un todo: la propia existencia. Ahí están ellas, existencias marchitas recostadas al margen de las aguas ocultas como en invisibles barreras de juncos. De aguas eternas que, a sorbos, son bebidas por aves de rapiña mientras el lenguaje perfecto de la ejecución realza la belleza de la inspiración de dos tiempos que ensombrece la condición de arroyo semivacío. Solo un delgado hilo de agua corre por ahí. Poco a poco, va tornando en diamante cristalino que esta vez irá al corazón de la callada música que Marcos llena de acordes. Y sigue, y se remonta a un firmamento poblado de notas que van descolgándose desde la lejanía, desde una Louisiana de avenidas de asfalto y humo, de puentes y pretiles apretados, de postes de luces de neón, del blues nostálgico de puro lirismo, sin relato, expresivo de los meandros del Misisipi -adorno de líneas sinuosas y repetidas-. Compases en inequívoco patrón de estructura fluyen como desahogo espontáneo de la sensibilidad que alienta a Marcos a hermanar ese blues con el colosal ventisquero, con el quirquincho que da vida al charango. Todo ese torrente desemboca en plácido arte de forma simétrica, de vida en el pulso de la aurora que enrojece la puna, que agiganta el bravo sol. Marcos Tabera abraza ensoñaciones y domina aquel silencio, ahora todo colmado de sonidos y nostalgias temperadas de su propio mundo, de su alma de artista.

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Prólogo a la nueva obra de Marcos Tabera. Pablo Mendieta Paz es músico, poeta, escritor.

Imágenes: Antagónica Furry


Olga Tokarczuk, el mágico inconformismo de una Premio Nobel


AMELIA SERRALLER CALVO

En sus últimas ediciones, el Premio Nobel de Literatura ha deparado muchas sorpresas. Empezó por desafiar el concepto tradicional de literatura, ampliando su alcance al galardonar en 2015 a la reportera bielorrusa Svetlana Aleksiévich y al cantante Bob Dylan al año siguiente, cuyas incendiarias letras siguen levantando ampollas entre quienes consideran la poesía como una torre de marfil ajena a las transformaciones sociales.

Después de que escritores de la talla de Mario Vargas Llosa elevaran la temperatura del debate criticando el galardón al cantautor, la Academia sueca no concedió el premio el año pasado, como repulsa a la conducta inapropiada de algunos miembros. En 2019 se recupera la tradición y se otorgan dos reconocimientos: a la escritora polaca Olga Tokarczuk, ganadora de la edición fantasma de 2018, y al austriaco Peter Handke, vencedor del año en curso.

Con su decisión demuestra el jurado que no le tiembla el pulso: Olga Tokarczuk era ya una escritora consolidada en Centroeuropa y en fulgurante ascenso en el mundo anglosajón, pero polémica en Polonia y menos conocida por otras latitudes. Y si bien Handke, a quien Ignacio Castro Rey dedicó en estas páginas una amplia semblanza, cuenta con una dilatada y prestigiosa carrera, es pasto de la prensa amarilla desde que manifestara sus simpatías serbias durante la Guerra de los Balcanes.

Con ello la Academia es coherente en su apuesta por abrir la mente y la mirada a otras literaturas de países “pequeños”, sin dejar que la tiranía de lo políticamente correcto le ate de pies y manos. En concreto, la cultura polaca está en plena ebullición, y no solo por sus venerables gigantes de la poesía (los archilaureados Miłosz, Szymborska y los agraviados sin el Nobel Herbert, Różewicz y un Zagajewski que sigue omnipresente entre los candidatos). Como otros miembros del antiguo Bloque Comunista, en Polonia el libro es un artículo de primera necesidad y por tanto más barato que en los países más globalizados. Ello es mérito en parte de escritores como Tokarczuk, cuya capacidad para retratar el mundo en el que vivimos y al que aún los sociólogos se esfuerzan por descifrar y categorizar, conecta con diferentes generaciones.

Nacida en 1966 en Sulechów, pequeña localidad en la región fronteriza de la Baja Silesia, Tokarczuk debutó en 1979 bajó el pseudónimo de Natasza Borodin, publicando relatos en la revista juvenil Na przełaj. No obstante, hay que esperar diez años para su primer libro editado, esta vez como poeta. La fecha no pudo ser más relevante, 1989, el año en el que cayó el Telón de Acero. Hasta el momento, La ciudad en sus espejos es el único poemario firmado por Olga Tokarczuk.

Tras cuatro años de silencio, en 1993 retomó su carrera con El viaje de las gentes del libro, su primera novela, que reúne muchas de las claves de su obra posterior. Me refiero a su fascinación por la historia –está ambientada en el siglo XVII, pero el francés y el español–, sus inquietudes metafísicas (narrar una fallida expedición en pos de la verdad, es decir, el libro sagrado para las religiones monoteístas), o la recurrencia del viaje como metáfora del cambio y las identidades múltiples que habitan en cada persona.

Una vez encontrado el género, en 1995 publicó su segunda novela, E.E. Esta vez Tokarczuk acerca el tiempo y el espacio de su relato, pues la acción transcurre a principios del siglo XX en Breslavia, ciudad de su Baja Silesia natal entonces alemana, y actualmente la urbe polaca que experimenta un mayor crecimiento. La protagonista Erna Eltzner (de ahí las siglas del título) tiene dotes parapsicológicos y pertenece a una familia germano—polaca, como tantos otros habitantes de la región. Por tanto, el subgénero cultivado por la “camaleón” que es Tokarczuk es ahora la novela fantástica, propicia para el debate entre ciencia y superstición que la autora plantea.

Con todo, la fama le llegó a Tokarczuk con su tercera novela, Un lugar llamado Antaño (1996, editada por Lumen y traducida en 2001 por Esther Rabasco Macías y Bogumila Wyrzykowska). En ella, la autora crea su particular Macondo, un pueblecito imaginario en el centro de Polonia que bautiza como Antaño. El libro abarca ocho décadas de convulsa historia europea, y es una saga de tres generaciones de dos familias con la Primera Guerra Mundial como pistoletazo de salida. Si bien las tierras polacas se hallaban en pleno ojo del huracán (God´s Playground, en palabras de Norman Davies), la escritora crea un espacio mítico en el que un Dios egoísta se aburre de la humanidad y el protagonismo recae más bien en los personajes femeninos, catalizadores de la acción. Comenta Jarosław Klejnocki en su prólogo a la edición polaca “Tokarczuk no basa su trama en los grandes acontecimientos (…) sino que adopta la perspectiva del individuo”. Son los pequeños detalles, como una máquina de café o las pesadillas que se narran en la cocina, los que le confieren autenticidad. Antaño no es solo un fresco polifónico del siglo XX polaco, sino una metáfora del mundo.

Tras recibir el Premio Kościelski y la nominación al Nike por esta incursión en el realismo mágico, Tokarczuk vuelve al relato en El armario (Szafa, 1997). Un año más tarde retoma la narrativa de largo aliento con Casa diurna, casa nocturna, primer libro traducido al inglés que es un crisol de las historias más variopintas, hasta el punto que se discute si es o no una novela. Poco después emerge la Tokarczuk ensayista en Lalka i perła (La muñeca y la perla), su particular reinterpretación de la gran novela del Positivismo polaco con permiso de Sienkiewicz, La muñeca –Krk Edicionestraducción de Agata Orzeszek Sujak– de Bolesław Prus. Posteriormente, ha vuelto a publicar una colección de ensayos titulada El momento del oso (2012)Y es que, con excepción de la poesía, la escritora no suele abandonar los géneros que toca. De ahí que en 2001 vuelva la Tokarczuk cuentista con Gra na wielu bębenkach, que podría traducirse como Concierto para varios tambores.

Más tarde, en 2004 recuperó parte de sus raíces ucranianas en Historias últimas, que refiere las experiencias de tres mujeres de la misma familia: abuela, madre e hija. Dos años después, su interés por la muerte y la mitología sumeria fructificaron en Anna Inn en los sepulcros del mundo (Anna Inn w grobowcach świata)

En otoño de 2007 apareció la novela Bieguni (Errantes, recién traducida al castellano por Agata Orzeszek Sujak y al catalán por Xavier Farré), una reflexión filosófica sobre el hecho de viajar y el destino humano, cuyo título es una referencia a Crimen y castigo de Dostoievski. Este libro recibió el prestigioso Man Booker Prize y catapultó a la fama internacional a su autora.

Pero ¿en qué sentido es Tokarczuk una persona de su tiempo? Desde luego, no en el del oportunismo. A comienzos de los noventa, justo después de la transición polaca al capitalismo, era toda una excentricidad situar la ecología y el feminismo en el centro de una ideología política. Nadie hablaba aún del calentamiento global, y sin embargo, la preocupación por el medio ambiente era una necesidad imperiosa en Polonia, donde la lluvia ácida, la crisis de las minas y el uso de combustibles tóxicos hacían estragos. En este caso, la autora claramente se anticipa introduciendo temas en el debate político, evitando que la autocomplacencia por el fin del régimen comunista y el desarrollo económico mine la capacidad para la autocrítica o silencie el auge del nacionalismo violento. Andrzej Stasiuk, Jerzy Pilch o Jacek Dukaj son otros autores marcadamente costumbristas que encuentran su principal fuente de inspiración en la provincia y los intrincados caminos de la historia polaca. Y sin embargo, ninguno tiene el eco mediático de Tokarczuk.

Pero es que además la Premio Nobel resulta particularmente inspiradora. Así, la cineasta polaca Agnieszka Holland decidió adaptar al cine su novela de 2009 Sobre los huesos de los muertos (traducida por Abel Murcia en Siruela), en la que una trama de novela negra se funde con abundantes citas escatológicas de William Blake. La película se llama Spoor (El rastro), y su encendida defensa por los derechos de los animales casa muy bien con el décimo aniversario que celebramos en FronteraD, articulado en torno a la compasión y las libertades fundamentales. Quienes lean el libro o vean la película se sorprenderán porque está protagonizada por una mujer de mediana edad, Janina Duszejko, quien, harta de la caza furtiva y de ser ignorada en una sociedad violenta y patriarcal, decide tomarse la justicia por su mano. De esta denuncia de la incomunicación es deudora la saga criminal de Lipowo que firma todo un bestseller de la novela negra como Katarzyna Puzyńska, cuyas Mariposas heladas (traducción de Francisco Villaverde) y Más rojo sangre –cotraducida por Ana Quintario y Amelia Serraller– ha editado recientemente Maeva.

Por su parte, dos de los relatos de su ya mencionado Concierto para varios tambores han inspirado sendas películas: Żurek de Ryszard Brylski y Aria Diva de Agnieszka Smoczyńska.

Una vez consagrada, Tokarczuk volvió a provocar con su voluminosa novela Los libros de Jacob (2014)que le valió ser amenazada de muerte por fanáticos ultranacionalistas y las críticas de un sector del partido en el gobierno en Polonia, Ley y Justicia. Con esta extensa obra Tokarczuk se demuestra sobrada de inspiración y valentía, al tratar un polémico episodio casi enterrado en la memoria colectiva: la herejía del judío polaco Jakub Frank quien en el siglo XVIII se autoproclamó Mesías y, perseguido por ello, su vida y la de sus fieles fue una continua huida con sucesivas conversiones al Islam y al catolicismo para evitar la muerte.

Los dos últimos libros de esta “psicoterapeuta del pasado” –según sus propias palabras– son muy recientes, Alma perdida en 2017 y Relatos bizarros en 2018. Gracias al Premio Nobel no tardarán en ser traducidos, y sería una pena anticipar su magia...

Licenciada en psicología y seguidora de Jung, la capacidad de Tokarczuk para caracterizar rápidamente a sus personajes, su sutil sentido del humor, la profusión de nombres parlantes y motivos metaliterarios, su mezcla de realidad y fantasía y el impecable y ágil fluir de su frase son signos reconocibles de su estilo. La huella de sus inicios poéticos está patente en la estilización del lenguaje, cuya fuerza y eficacia le ayuda a la escritora a subvertir los valores establecidos. Gracias a la erudición y originalidad que derrocha Tokarczuk, el lector admite que personajes marginados por nuestra sociedad y acciones cuestionables como la eutanasia sean presentados como modelos de conducta. Hablamos de una narradora madura e inconformista que escribe desde hace cuarenta años, con dieciséis libros en su haber.

No estamos por tanto ante una flor de un día, un premio prematuro ni un guiño al movimiento Me too. Al contrario, en las antípodas de las estructuras de poder y de cualquier lobby encontrarán el universo literario de Olga Tokarczuk. Ahí precisamente radica toda su fuerza y su frescura. Por eso, antes de reproducir opiniones ajenas, atrévanse a leer y juzgar por sí mismos. Les garantizo que no se aburrirán. Y que el falso estereotipo de una Polonia atrasada y gris, sumisa víctima de la historia, saltará en mil pedazos…

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De FRONTERA D, 12/11/2019


Wednesday, March 4, 2020

Mariposas de Brik Lane


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Al andoba, o a lo que queda de él o de ella, por muchas mariposas de colorines que expulse, me lo encontré en los andurriales de Brik Lane (London turístico, no nos pongamos pinchos), camino de un modesto y descalabrado comedero hindú de platos abrasadores, botafuegos de primera, en un callejón de borrachones, dormidos por derribo, y ladrillos muy orinados, como corresponde y es admitido... A lo que iba, ¿quién no se siente así de cuando en cuando? Y sin mariposas, patas arriba, sin remedio ni misericordia.
Aquel fue un buen día, porque me acordé mucho de los muertos del cretino de Kapritxines Karos , también conocido en Madrid como Dosdedosdefrente, porque más no tiene, y  porque el farsante hizo entrada marcial en Moriremos nosotros también, donde pronto se le verá en acción.

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De VIVIR DE BUENA GANA (blog del autor), 04/03/2020


Tuesday, March 3, 2020

Harina y agua, con esas el pan


MAURIZIO BAGATIN

En este espacio de tierra se habla furlán, no la marilenghe amada por Ascoli y Pasolini y hoy sin la firmeza de un tiempo, ayer hablando tal vez un latín “entremezclado” por el pasaje celta y longobardo, di cà da l'aga o dividido por el Liquentia navegable… allá adonde Aquileia fue romana y Concordia su fábrica… en esta parte del Friuli reportamos tres “idiomas”, el hablado por los campesinos, que coincide aproximadamente con los dialectos de transición venecianos-friulanos, que todavía se usan en el oeste de Friuli, el dialecto hablado por la alta burguesía, muy cercano al dialecto veneciano, y el dialecto de las clases medias, hablado principalmente por los artesanos, esa variante también influenciada por los venecianos. Y fue precisamente esta clase, económicamente más dinámica, la que surgió sobre las demás e impuso su propio lenguaje.

Tal vez la lengua que hablaba el Menocchio, heréticos de esta tierra, un molinero de Montereale Valcellina, pueblo pedemontano de los Alpes friulanos, pueblo ya nombrado por Plinio en su Naturalis Historia, como la intrazable ciudad de Caelina, de la Regio X Venetia et Histria, probable camino a Oriente, como también posible paso futuro de los turcos en Friuli… él molía los granos del futuro pan, grano turco o trigo, con agua del Cellina, río que nace Ciline para volverse Meduna (el Miduna de mi pueblo, Cecchini…) y terminar Livenza, Livensa en todo el Véneto, antes de calarse en el Adriático e inundar Venecia.    

“Su nombre era Domenico Scandella, y le llamaban Menocchio (1532 ca.-1599)”, así Carlo Ginzburg, el historiador hijo de Leone Ginzburg, fundador junto a Giulio Einaudi de la inmensa editorial Einaudi y de Natalia Levi (Ginzburg), autora del imprescindible Léxico familiar, inicia su experimento de escritura de la Historia, la microhistoria que hubiera fascinado a Gramsci y a Ernesto De Martino, poesía para Rocco Scotellaro, fragmentos de una cultura campesina perseguida, borrada y olvidada. O como escribe Ginzburg  entrelazamiento de la cultura oral y la escrita, y el desafío a la autoridad política y religiosa.

Y también el idioma de Spaccafumo, el panadero de Cordovado, un poco Robin Hood y un poco Don Quijote, un personaje de esta pequeña y pintoresca tierra entre Teglio y Venchieredo, quien, después de haber estado en guerra abierta con las autoridades circundantes, por las prodigiosas carreras que hacían al perseguirlo, había conquistado la gloria de tal apodo... siempre en fuga y luego siempre de retorno: ”A veces, después de semanas y semanas de no haber oído hablar de él, apareció con calma en la misa parroquial en Cordovado… ” y “... Después de la misa, se juntaba con los otros amigos en la plaza, y a la hora del almuerzo salía con la cara descarada en la casa de Provedoni, que era la última de la ciudad hacia Teglio”.

Un molinero y panadero, harina y agua para un buen pan, harina y agua, frutos de la tierra, ni blasfemias, ni herejías, una de cal y una de arena en una tierra de pasaje, porque hoy y siempre el acceso al pasado siempre está mediado y, por lo tanto, siempre es parcial.

Para profundizar les aconsejo la lectura de El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg y Las confesiones de un italiano de Ippolito Nievo.
29 febrero 2020



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Imagen 1: Spaccafumo
Imagen 2: Alberto Magri/Menocchio (2014) 

Monday, March 2, 2020

Los idus de Marxo


JORGE MUZAM

Veo a Klimt en una higuera que fenece de tanto verano. Una lloica indecisa y sedienta. Rastrojos de heno que se resquebrajan bajo las sandalias. No ha llovido ni lloverá en semanas a la redonda. Temo a los incipientes amarillos. La brisa con aroma a licor de ciruela. El sol pálido prodigando sombras difusas. Marxo se viene sin frenos, como descarrilándose, contaminado de lucha de clases, de violencia, de cobradas personales. 

Chile no volverá a ser el mismo, pese a los oídos sordos de un gobierno miserable, al apaleo indiscriminado de nuestros jóvenes, al rastrerismo de los grandes medios que siguen mostrando una calma de utilería, que no es tal, porque cada calle es una primavera y a la vez un infierno, jolgorio y lágrimas, puteadas al altísimo y al bajísimo.

Si tan solo bastara con ser mayoría. Pero el otro lado es igualmente multitud. La basura que nos desprecia como basura. Gran parte de los jefes de cualquier cosa, su legión de lamesuelas, el arribista que odia a su clase, el lumpen guarimbero que puede llenar varios estadios, arrasar plazas, destrozar cabezas de gente buena, de muchachos que solo avientan una piedra y una flor.

Tal como tantas otras veces, la centroizquierda exquisita corre asustada a guarecerse en los cuarteles. Rellena columnas exculpatorias en pasquines de derecha. Consensúa ideas de exterminio tan rápido como se bajan pantalones o faldes.

No hay señales claras respecto al rumbo de tanta escaramuza. Los pollos comieron con desgano aquel 17 de octubre. Comenzar algo al día siguiente involucraba llegar hasta el final. No perder el aliento antes de conquistar la cima. Pero al ímpetu justiciero lo traicionó una negociación de pasillo y esa fue su perdición, y también la mía. Negociar con la maldad es perder. Siempre ha sido así.

Queda un batallón en las calles. El único que merece llamarse así. Una Primera Línea heroica que merecerá mil novelas sobre lo que es resistir con piernas ágiles y pecho desnudo. Lanza de coligüe, adarga de antena satelital y antiparra de soldador al arco.

Envejezco. Más que mi cuerpo lo siento en mi mirada. Descreo de mi especie. El egoísmo es la cadena, el lastre, la bola de acera al tobillo. Y la ambición el ingrediente perfecto para seguirnos despedazando. Los venenos incorporados por negligencia divina, o sabiduría maliciosa, para que todo tenga un fin previsible. ¿Y el sufrimiento? pues se lo cargamos a Nietzsche.

Preparo el mate. Aún es temprano. Los veraneantes se han marchado. San Fabián recupera su silencio. Los cerros se siguen azulando. Un incendio descontrolado en Ñiquén y otro en las Siete Tazas nos proveyó de una belleza inesperada. Porque las montañas adquieren la prestancia de Hodler, los tonos de Signac, el carácter de Nolde, la difusividad de Turner.

Me asomo a mi ventana y es casi lo mismo de siempre, una continuación de cualquier escena, de cualquier pintura, la bruma que absorbe, que difumina, que contagia el espíritu de imprecisitudes, y el amarillo trepidante, los marrones apoderándose del paisaje, la sequedad, el nogal debatiéndose en una lucha cuerpo a cuerpo entre las estaciones.

Busco una biografía de Turner, y por defecto voy a parar al libro Esa visible oscuridad de William Styron. Lo bajo para leerlo más tarde. Quizá encuentre alguna señal, una imagen, un diálogo a destiempo en medio de esta contienda fratricida conmigo mismo. Hasta ahora he ganado, es decir, una parte de mí, porque de lo contrario estaría muerto, o al menos alcohólico. De cualquier forma cada pequeño triunfo es aterradoramente pírrico, una prórroga indigna de lo irremediable.

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De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor), 03/01/2020


Richard Canisius. El viaje de un pintor y de un arte desaparecido: el grabado en planchas de cobre


Diana Cofşinski

Para Canisius el verdadero ideal de su vida fue el arte del grabado y la pintura. Su pequeño taller parecía un laboratorio subterráneo dentro del Museo de Ciencias Naturales de Bucarest 
  


Cada uno deja una huella, y lo que recuerda

es esa cicatriz o esa huella, antes que a ese

hombre en su existencia cotidiana.

                                                                                                                          Marguerite Yourcenar 

Un cuadro que, desde hace años, estaba colgado en la pared de mi cuarto de estar, transmitía una luz especial, a la vez que mostraba el paso del tiempo de los objetos que existían alrededor. El cuadro, un grabado a lápiz (en carbón), era un dibujo que representaba a una misteriosa silueta: la de una mujer, en blanco y negro, lo que le confería más misterio todavía. Las finas líneas de expresión dibujaban una mujer que parecía dormida, con sus párpados cerrados, hacía que no se pudieran apreciar sus grandes ojos azules. Hace días, pensando en ella, me acordé de que la había conocido y vuelto a encontrar brevemente durante una visita familiar, un año antes de su desaparición. Ejercía una gran fascinación, tenía una sonrisa que seducía a cuántos la observaban. De mirada profunda y soñadora, parecía guardar un mundo secreto dentro de sí. Siempre me miraba con cierta apreciación, mientras aseguraba que me parecía cada vez más a mi padre. Nació en 1899 y había estudiado interpretación en Bucarest e Italia, y música en el Conservatorio de la capital rumana. Pensaba que un día llegaría a ser actriz, lo que desafortunadamente, por circunstancias de la vida, nunca sucedió. Amaba el teatro, el arte de la declamación y la literatura. Guardaba un diario donde cada día escribía sobre su vida, sus sueños y sus fracasos sentimentales, aunque se casó tres veces. Adoraba también el francés, idioma que hablaba con fluidez, y el arte, las exposiciones de pintura, a las que acudía en compañía de su profesora y amiga, Fragola Canisius. La mujer, de nombre Nathalia (Thalía, para los amigos), una de las hijas del renombrado arquitecto rumano de origen polaco Ziegfried Kofszynski, fue la modelo predilecta del pintor Richard Canisius, quien la retrató en varios cuadros.

Un día descubrí una multitud de imágenes, impresas en un material de una dureza extrema, metal: paisajes, casas de campo tradicionales, viejas casas de los arrabales, molinos de antaño, arboledas, praderas, bosques, retratos de paisanos, castillos, palacios, plazas, góndolas y lagunas venecianas, naves, y muchos motivos más. A pesar de su dureza, la fuerza del metal y la fragilidad de la imagen combinaban perfectamente, creando la impresión de gran viveza que sorprendía por su belleza. Era una colección de estampas, en planchas de cobre, que el pintor Canisius había dejado a Thalía, la tía de mi padre, quien la guardó con mucho esmero. Ella dejó la colección en herencia a mi padre poco antes de morir. Hoy en día esas imágenes pertenecen ya a un mundo perdido en las nieblas del pasado, abandonado como la misma técnica que las creó: el grabado en planchas de cobre. Quedan sólo las huellas de un hombre y un arte que, por sus dificultades, ha dejado de ser empleado por los artistas plásticos. Emprendemos nuestro viaje para descubrir al artista que amaba el arte por encima de todo, a pesar de sus difíciles procedimientos técnicos.


Richard Canisius nació en Berlín en 1872, en el seno de una familia acomodada donde el arte estuvo siempre presente. Su padre, G. Canisius, era escultor y, desde pequeño, Richard solía visitar su taller para verle trabajando en sus esculturas. Se asombraba al contemplar cómo la piedra podía cobrar vida. Por su dureza, le parecía imposible que se convirtiera en algo capaz de transmitir emociones. Allí tuvo lugar su primer contacto con las formas esculturales y el dibujo, lo que despertó en el muchacho un gran deseo de estudiar, pero no para ser escultor sino pintor-grabador. El amor por el grabado surgió en su Berlín natal, nacido de la inmensa admiración que profesaba por el padre del grabado alemán, Alberto Durero.

Contó con todo el apoyo de su familia, especialmente de su padre, quien era el que mejor le entendía. Tenían una relación muy especial, no sólo de padre e hijo, sino también de artistas, algo que para él era sumamente importante. Sabemos que no siempre ocurre así. ¡Cuánto le costó a Miguel Ángel convencer a su padre de que lo suyo era la escultura!

En 1895 se licenció por la Academia de Bellas Artes de Berlín. Su tesis de licenciatura fue representada por el grabado titulado Cabeza de adolescente, obra que, ulteriormente, fue adquirida por la Academia de la República Popular de Rumanía, en 1957. Fue alumno de la Escuela de Núremberg, fundada por Alberto Durero, donde aprendió todas las técnicas del grabado alemán. Más tarde tuvo la oportunidad de viajar a varias ciudades europeas, como Múnich, París o Viena.

Después de un período de viajes, donde tuvo la oportunidad de presentar sus obras en ciudades como París, Leipzig o Varsovia, llegó a Rumanía en 1907 para reencontrarse con su amigo de la infancia, Gustav Thais, originario de Berlín, dueño de una farmacia, que había establecido su residencia en Bucarest. Canisius descubrió un nuevo país y se enamoró de todo lo que le rodeaba. Las montañas, los paisajes, los castillos, los paisanos, la gente, la comida, y decidió quedarse en Rumanía. En muchas ocasiones declamaba, como su maestro, Alberto Durero: “No sé lo que es la belleza, pero la veo por todas partes”Muy pronto iba a ser nombrado profesor de dibujo en la escuela alemana de Bucarest.


En Rumanía, desde finales del siglo XIX hasta su participación en la Primera Guerra Mundial, se desarrollaba el periodo conocido como La Belle Époque. En ese período el tradicionalismo y el modernismo estaban en una dura confrontación permanente. El arte de los años inmediatamente posteriores a 1900 era el arte de aquellos artistas que habían vuelto a su país, después de haber estudiado en el extranjero, en ciudades como París, Múnich, Viena o Venecia. Los más importantes fueron los pintores Ștefan Luchian, Nicolae Vermont, Hipolit Strâmbulescu, Ștefan Popescu, Nicolae Tonitza, Kimon Loghi, Gheorghe Petraşcu y Cecilia Cuțescu-Storck. Antes de la Gran Guerra en el arte rumano se reunían tendencias primitivistas, expresionistas o fauvistas, pero no cubistas. Uno de los problemas teóricos que más pasiones suscitaba en aquellos tiempos era el relacionado con la identidad nacional.

El arte en Rumanía había tenido grandes representantes que iban a influir, posteriormente, en la pintura de inicios de siglo XX. Dos de las figuras más destacadas eran Nicolae Grigorescu (1838-1907) y Theodor Aman (1831-1891), ambos licenciados por La Escuela de Bellas Artes de París.

En la pintura rumana, en el período interbélico, se distinguían tres fuentes de inspiración: el lirismo del pintor Nicolae Grigorescu, la influencia de las nuevas corrientes en el arte europeo y la interpretación moderna de la tradición culta y popular, lo que había influido tanto en la pintura como en la escultura y en el grabado, dando lugar a elementos artísticos modernos.

En su calidad de pintor-grabador, Richard Canisius empezó a mostrar sus obras en distintas exposiciones individuales o colectivas. Empezó a tomar parte activa en la vida artística de la capital bucarestina. La Maison d´Art de Bucarest y Los Salones Oficiales de la sociedad La Juventud Artística (Tinerimea Artistică), eran los principales lugares que promovían a los artistas, en el Bucarest de aquellos tiempos. La Juventud Artística, a la que pertenecía Canisius, fue fundada en 1901 por un grupo de pintores de la época, como Nicolae Vermont, Arthur Verona, Frederic Storck, Gheorghe Petraşcu, Oscar Spathe, Ştefan Luchian, Contantin Artachino, y también el escultor Constantin Brâncuşi. La reina María aceptó, entusiasmada, ser la presidenta honorífica de La Juventud Artística, cuyo propósito era el bienestar de las artes plásticas en Rumanía, involucrándose en el debate entre las diferentes corrientes artísticas, apostando siempre por la generación joven. Bajo su patrocinio, la sociedad logró apoyar grandes iniciativas y promovió a los artistas más jóvenes, incentivando la creación y la participación de éstos en exposiciones internacionales, donde el arte rumano cosechó numerosos éxitos.

María Alejandra Victoria de Sajonia-Coburgo-Gotha, nieta de la reina Victoria del Reino Unido, se casó con el príncipe Fernando, heredero del rey Carlos I de Rumania. Fue alteza real, princesa heredera de Rumanía entre 1914 y 1927 y su majestad, la reina María entre 1927 y 1938. Murió en 1938, en el castillo de Pelisor, en Sinaia y su corazón fue depositado, por deseo propio, en una caja de plata, en la pequeña capilla Stella Maris, en la ciudad de Balchik.

La Juventud Artística militaba por un arte realista, de la vida cotidiana de la gente, de los paisanos, y de los ciudadanos de a pie, con un gran entusiasmo y un fuerte deseo de poder introducir un espíritu moderno. Pero quien logró asentar las bases de la sociedad fue el pintor Hipolit Strâmbulescu, amigo de Canisius y del arquitecto Ziegfried Kofszynski, quien se licenció por la Escuela de Bellas Artes de París. Strâmbulescu era un pintor muy conocido por haber realizado un maravilloso retrato a la reina María.

En su libro autobiográfico Los apuntes de un amateur de arte, Krikor H. Zambaccian (fundador del Museo Zambaccian de Bucarest) escribió que La Juventud Artística tenía una gran resonancia entre los amantes del arte. Las exposiciones que se sucedían, una tras otra, anualmente, pretendían corresponder a otras manifestaciones artísticas como las llamadas Secession, que se celebraban por aquel entonces, en la ciudad de Viena. 


Los viajes de Canisius

Para intentar rehacer su camino en el extranjero partimos a la búsqueda de sus huellas, en Italia, concretamente en Venecia, la reina de las lagunas. En una de sus entrevistas, el pintor confesaba que, en sus viajes, siempre intentó aprender y asimilar conocimientos de los grandes maestros, que conocían y empleaban la técnica correcta, específica para el grabado. Venecia, una ciudad distinta a todas las demás, impresionó al pintor por su monumentalidad y la grandiosidad de sus edificios, la multitud de sus canales y puentes y sus únicas y numerosas lagunas, que dejó plasmados en sus cuadros. Sus paisajes preferidos se pueden reconocer a través de los títulos de sus obras, como La Plaza San Marco, El Palacio Ducal, Barcas con velas en Venecia, Las Lagunas en Venecia.

Sobre su periodo veneciano, el crítico de arte Grigore Ion, en un artículo titulado Notas de Arte, aseveraba: “El pintor había comprendido el encanto de las lagunas, mejor que otros artistas, que había reflejado, en su obra, el secreto de la unicidad del pintoresco paisaje, de una ciudad de cuento. Y, como Turner, concluía el autor, el pintor vio la maravillosa Torre del Campanile, mediante el sueño mágico que lo había creado, capaz de guardar las proporciones, en ese intento de acercarse a la ciudad, con el fin de dibujar Venecia tal y como era, con su fascinación embriagadora, pero real”.


Sus obras de Venecia formaron parte de una exposición en la Maison d´Art de Bucarest. La reina María se quedó con el más logrado paisaje de la ciudad de Venecia. Después de su estancia en Venecia, Canisius prosiguió su viaje por Italia, donde encontró otros lugares que llamaron su atención, como las ciudades de Brioni y Barano, que logró plasmar, en sendos grabados.

Balchik era una ciudad a las orillas del Mar Negro, en la región de Dobrici, al nordeste de Bulgaria, a 42 kilómetros de Varna. En esa ciudad, en el sur de Dobrogea, se encontraba la residencia de verano predilecta de la reina María, rodeada de un célebre jardín botánico, único en Europa central y del este, especialmente por su colección de cactus. El castillo, también llamado The quiet nest, era una mansión de paredes blancas y tejado de tejas rojas, junto a un imponente alminar. Fue construido en tres terrazas, combinando perfectamente los elementos del estilo árabe, el mediterráneo y el estilo tradicional de las casas de Bulgaria, con unas vistas privilegiadas, cerca del acantilado. Junto a unas cascadas se encontraba un molino, que daba un aire a la vez rústico y singular. Ese fue el lugar elegido para construir un chalé, una casa de huéspedes, donde se alojaban los allegados y los amigos de la Reina, muchos de ellos pintores renombrados de la época, que deseaban reflejar en sus cuadros la belleza de esa pequeña ciudad, a las orillas del mar.

Si volvemos la mirada atrás, reflexionando sobre Balchik, nos podemos preguntar cómo un trozo de tierra de piedra caliza, de casas blancas y arena plateada, podía transformar el aparente paisaje en bruto en uno capaz de ofrecer al visitante una paleta de colores y matices insólitos, formando un gran cuadro al aire libre. Gracias a su localización, entre un país latino y el exotismo oriental, la mezcla de culturas había contribuido, a lo largo de los años, a incentivar la creación, dado que allí vivían rumanos, musulmanes, judíos, armenios y búlgaros. También había logrado reunir a una gran pléyade de artistas plásticos rumanos, de distintos orígenes, llegados para nutrir su imaginación de todo lo que les ofrecía el paisaje  y sus gentes, las misteriosas odaliscas, el puerto, la blancura de las casas, las posadas, los cafetines turcos y las costumbres de un lugar distinto de los demás.


La fundación, en 1926, de la Universidad Libre La Costa Plateada fue un ejemplo más de la importancia que cobró la ciudad, axis mundi que reunía a casi toda la intelectualidad rumana de su tiempo. Balchik, también denominada La ciudad blanca, perteneció al reino de Rumanía entre 1913-1940, junto con la parte sur de Dobrogea. En 1940, la zona llamada el Cadrilater, tuvo que ser cedida a Bulgaria. A pesar de que dejó de pertenecer a Rumanía, Balchik tuvo una gran importancia en la historia de Rumania y dejó para siempre su impronta en la vida cultural y social del país.

De la estancia de Canisius en Balchik, del tiempo pasado en la casa de huéspedes, que formaba parte del conjunto del Palacio Real, nace su grabado Balchik. El Molino del Palacio Real.

La reina María era también una gran coleccionista de arte. Algunas de las obras pintadas por  Canisius fueron adquiridas por la Casa Real y formaron parte de la colección real del Palacio Peleş de Sinaia. Entre ellas La hilanderaEl humilladero de Văratec, Mujer cargando cántarosLago en San MarcoBarcas en BrioniAbedulesCalle de la ciudad de Barano, Los olivos de Brioni o Paisaje en Floreasca.

Constantinopla, vieja capital del Imperio romano, era un destino casi obligatorio para los artistas que deseaban profundizar en su conocimiento en el mundo oriental. Ubicada en el sureste de Dobrogea, la ciudad turca recordaba la dominación otomana, ejerciendo una poderosa influencia en la vida cultural de la zona. A lo largo de los siglos la vida cultural, espiritual y política de Rumanía se dejó impregnar por la cultura bizantina, dejando honda huella en el pueblo rumano. La fascinación por el mundo oriental era tan real que la mayoría de los artistas deseaban poder plasmar sus colores, sus sabores o la profundidad de sus olores, en sus pinturas. Muchos pintores rumanos visitaron antes la ciudad turca en busca de nuevos matices y temas orientales. En sus visitas a Constantinopla, Richard Canisius retrató distintos paisajes de la ciudad, los rasgos específicos de los hombres y las mujeres turcas, intentando captar la esencia de un pueblo y de su gente. De ese periodo pertenecen las obras Calle en Constantinopla, Constantinopla – El cuerno del oro, Paisaje de la ciudad de Constantinopla, Cabeza de turco y La hilandera turca, un grabado con aguja sobre papel. La mayoría de ellas se encuentran hoy en distintos museos de Rumanía.

Casado con Fragola, profesora de francés, Canisius, había establecido su residencia en Bucarest, pero sus viajes por el país eran constantes. Tenía el deseo de conocer cada rincón de la gran variedad de paisajes que encontraba en su camino y así plasmarlo en sus grabados, como memorias de un tiempo que nunca volvería. Cada lugar contaba una historia diferente para un viajero cada vez más ansioso de descubrir ese mundo, que no se parecía en nada a su tierra.

De sus viajes por el país quedan obras como Patio interior en la ciudad de Sibiu, La Torre de la ciudad de Sibiu, La plaza de Sibiu, Paisaje en el Valle del Timis, Calle de la ciudad de Sighisoara, Casas típicas en los montes Apuseni, Casa en la Calea Mosilor, Casa de campo en Moldavia, El campanario del Monasterio Varatec, El Monasterio de Tismana, Casa en la localidad de Văleni, Casa de la localidad de Turtucaia, Iglesia a las afueras de un pueblo de Transilvania, El Castillo de Hunedoara, Pueblo de montaña en Transilvania, Hunedoara, ciudad siderúrgica, Pinos en la ciudad de Sinaia El buque Adagena. 

Pero en su copiosa obra nos encontramos también con numerosos retratos, como Retrato de anciana; Retrato de anciano; Viejo leyendo, Retrato de muchacha, Cabeza de adolescente, Retrato del escultor G. Canisius, Cabeza de paisano, Paisano de la ciudad de Novaci, Autorretrato o Thalía, la mayoría piezas de la colección perteneciente al Museo Alexandru Saint-Georges de Rumanía.

Richad Canisius acabó encontrando acogida, de ahí que optara por permanecer mucho tiempo trabajando en calidad de científico y entomólogo fue en el Museo de Ciencias Naturales de Bucarest, hoy Museo Grigore Antipa. Antipa fue uno de los científicos más importantes de Rumanía. Biólogo de renombre, desempeñó el cargo de director del Museo de Ciencias Naturales entre 1892 y 1944. Durante los casi 26 años que Canisius estuvo en el museo fue el encargado de crear las pinturas murales que adornaban los dioramas, de una colección que abarcaba más de 120.000 ejemplares de coleópteros, por sí mismas auténticas obras de arte, de gran valor artístico. Las presentaciones murales, en forma de dioramas, tuvieron un gran éxito, tanto que muchos museos del extranjero, europeos y americanos, solicitaron el apoyo del director para la organización de sus propias exposiciones.

En 1916 recibió la ciudadanía rumana y, al poco tiempo, se le otorgó la Medalla de Honor de la ciudad de Bucarest. Fue nombrado hijo predilecto de la capital.

En página 295 del boletín publicado por la Academia Rumana, Instituto de la Historia del Arte de 1961, se lee: “Entre los años 1920-1930 el grabado en Rumanía conoce su período de abundancia y entusiasmo, es la época donde se activaron los pintores Gabriel Popescu, Nicolae Vermont, y destaca también la seria y prolífica actividad de Richard Canisius”. Y, un poco más adelante, en el mismo Boletín de la Academia Rumana, se dice: “El arte del grabado de Canisius testifica cualidades de energía y expresión artística, aptitudes en el arte de la evocación de la fantasía en el desarrollo del juego entre el blanco y el negro”.

Para Canisius el verdadero ideal de su vida fue el arte del grabado y la pintura. Su pequeño taller, un verdadero museo subterráneo, como lo llamaban los que lo visitaban, dentro del Museo de Ciencias Naturales de Bucarest, parecía el laboratorio de un científico, de un alquimista que sabía mezclar a la perfección las sustancias químicas, donde la aguja, el buril, el lápiz, el papel y las planchas de cobre y de madera eran sus mejores amigos, los verdaderos aliados y cómplices para que el arte pueda cobrar vida una y otra vez. Dominaba tanto la técnica de la acuarela como la de aguafuerte y sostenía que “mientras una buena acuarela se debe finalizar en máximo diez minutos, un aguafuerte no termina, a veces, ni en veinte días”.

Un día un periodista le preguntó sobre qué pensaba sobre el futuro del grabado, si iba a desaparecer y si ese género artístico estaba amenazado por otras formas de arte. El artista le respondió que, a pesar de los descubrimientos modernos capaces de simplificar los complicados procedimientos artísticos empleados en el grabado en planchas de cobre, sin que se cambie el significado y la consistencia del mismo, el modernismo no iba a influir en absoluto y, por lo tanto, ese tipo de arte no iba a desaparecer.

A la hora de hablar del arte y el ideal que debe perseguir el artista en su obra, Canisius decía: “Siento una gran tranquilidad cuando logro plasmar, en mi obra, lo que me dicen las formas de la vieja arquitectura, la silueta misteriosa de un árbol, una nave majestuosa, descansando a las orillas del mar o los rasgos silenciosos de un bosque. El ideal del artista no puede ser alcanzado con sólo lograr a trasladar en un dibujo sobre papel, una mera fotografía de la naturaleza. El artista alcanza su ideal sólo cuando logra dejar un poco de su alma, en las obras que ha creado”.

Richard Canisius tuvo una gran relevancia en el panorama artístico de aquel periodo, fue quien acabó introduciendo en Rumanía la técnica del grabado alemán, empleada por Alberto Durero, nada fácil, ya que suponía unos procedimientos artísticos complicados, técnica que, con el paso del tiempo, dejó de ser empleada y llegó a desaparecer.

En su entierro, el 22 de marzo de 1934, el director del Museo de Ciencias Naturales de Bucarest, en cuyo balcón se había colocado aquel día la bandera a media asta, el científico y profesor Grigore Antipa, quiso rendirle un homenaje y pronunció un emocionante discurso sobre Canisius, compañero y amigo. El profesor subrayó las cualidades del artista y entomólogo Richard Canisius que “había dedicado su talento de creador y su destreza para regalar al pueblo un instituto cultural de gran prestigio. Sólo los que le han conocido, con su humildad y el deseo de quedar siempre relegado a un segundo plano, han podido comprobar sus grandes virtudes y la enorme energía creadora que acompañaba su actividad. Canisius fue un artista consumado, tanto en su concepción artística como en la tarea de ejecución. Poseía todos los medios técnicos para poder llevar a cabo sus ideas y su pensamiento artístico. Su verdadero talento artístico era reforzado por un profundo conocimiento literario y científico. Llegó a ser, por su espíritu de conocimiento, un naturalista, un entomólogo, y un muy buen museólogo. Gracias a él, nuestro museo llegó a contar con una de las colecciones más organizadas, sistemáticamente, de coleópteros, más de 120.000. También, gracias al pintor Canisius, nuestro instituto pudo adquirir admirables pinturas murales que forman los dioramas biológicos del museo, que además de su valor científico, representaron encomiables creaciones artísticas. A pesar de su origen extranjero, Canisius, fue un gran amante de su país adoptivo, Rumanía, tal que una colección de grabados realizados por él representaría el mejor álbum pintoresco de nuestro país”.

Pintor, grabador, dibujante, profesor, entomólogo y museólogo fueron las múltiples facetas de Canisius, quien fue, sobre todo, un artista versátil, cuyas obras daban testimonio de su espíritu creador.

Lo que más le interesaba era que el arte plasmado en sus pinturas fuese fiel a su pensamiento artístico. Y, si tuviéramos que destacar algo fundamental que definiera su obra, fue el amor por su país adoptivo y un cierto sentimiento de melancolía, que definiría a los rumanos y que nos recordaría, al mismo tiempo, La Melancolía, de su ilustre maestro, Alberto Durero, obra que demostraba el importante nexo entre el mundo racional de las ciencias y el mundo creativo de las artes, ambas disciplinas desarrolladas por el pintor, durante su vida.

Aunque aquella época nos pueda parecer hoy en día muy lejana y, quizás, la técnica en planchas de cobre obsoleta, el rastro que ha dejado la personalidad creativa de Canisius fue evidente. A pesar de una existencia humana efímera, queda la huella de un artista, una “cicatriz”, como diría Marguerite Yourcenar, en el semblante del arte, que hemos querido descubrir, mediante este relato. Las huellas de una existencia, de una vida dedicada al arte que, a pesar de su dureza, fue capaz de transmitir sensaciones, emociones, haciéndonos pensar en que el artista ha cumplido su sueño, entregándose, por completo, a sus convicciones, a su modo de entender el arte. Un arte que “no es sino la expresión de nuestro sueño; el que más se entrega a ellos es el que más se acerca a su verdad interior”, como aseveraba el pintor alemán Franz Marc.





Diana Cofşinski es filóloga, ensayista y traductora. En FronteraD se ha encargado de la traducción de los poemas de Coman Şova, publicados en La nube habitada y ha publicado Ziegfried Kofszynski, un maestro del neogótico en la Rumania de Carlos I.

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De FRONTERA D, 23/06/2016

Sunday, March 1, 2020

Martín Hache y yo


MAXIMILIANO BENÍTEZ

Era guapa, de eso estaba seguro. A pesar de la evidencia del abandono, de los cabellos desgreñados, de la mugre de las manos, la ropa sucia de calle, de acera, la jeringuilla que había dibujado una S de sangre en su rodar al suelo, esa chica que yacía junto al portal del hostal era guapa. Puede que tuviera unos dieciocho o veinte, como yo en esa época. No me atreví a tocarla, a llamar su atención o a hablarle; no sabía si estaba desvanecida, colocada o muerta, pero no tuve las narices de averiguarlo. Pasé por encima de sus piernas que ocupaban toda la longitud de la entrada, y marché a trabajar sin mirar atrás, como si no hubiera visto nada. Era sábado por la mañana. En la Malasaña de mediados de los noventa, con los últimos coletazos de la heroína y el sida, era tristemente habitual encontrarse, especialmente los fines de semana, yonquis pinchándose o durmiendo en los portales o en el interior de los edificios. Era algo a lo que yo no estaba habituado. Llevaba poco tiempo en Madrid y no pasaba del alcohol y los porros. Y la heroína no había pegado con tanta crudeza en Buenos Aires como en Madrid.

No volví a ver a la muchacha del portal hasta medio año más tarde. Me costó  reconocerla en ese saco de huesos en que se había convertido. Estaba de pie en la esquina de la calle Ballesta, acechando a futuros clientes, casi implorándoles mientras les seguía con obstinación, más cerca del anticlímax que del desenfreno y la urgencia. Me acerqué para verla mejor. La costra de una cicatriz surcaba una de sus mejillas, pero era ella, de eso estaba seguro. Se giró bruscamente y me pidió un cigarrillo. Mientras sacaba el paquete de Ducados del bolsillo pude ver que tenía unos preciosos ojos celestes, ahora hundidos en un rostro apergaminado. Era casi lo único que quedaba de la chica  del portal, esa que meses atrás tendría unos treinta años menos. Con voz cavernosa rechazó mi cigarrillo, no le gustaba el tabaco negro dijo, e inmediatamente me olvidó. Regresó a la esquina a la caza de otro cliente que se aproximaba con aire distraído.

Oí, tiempo después, en una conversación de bar, que un vecino del barrio la había hallado muerta en un contenedor de escombros, a unas calles de esa esquina. No sé cómo pero supe que hablaban de ella. No era la primera vez que sucedía algo así, y tampoco sería la última. Esa noche me emborraché por todo lo que no pudo ser, ella, yo y los dos, por haber pasado por encima de sus piernas y no mirar atrás, por no llegar tarde al curro.

Pasé unos días muy malos, meditabundo, errante. Cuando no trabajaba me dedicaba a vagar por el centro, rumiando todo tipo de ideas. Así, una tarde de domingo, me encontré frente a las puertas de los cines Princesa. Se estrenaba Martín Hache, la película de Adolfo Aristarain. Más próximo al sonambulismo que a la conciencia, como los insectos que se aproximan al fuego, pagué la entrada y, durante un par de horas, me dediqué a hacerme un poco más de daño. Yo sabía lo que iba a ocurrir, y no hice nada por impedirlo. Como la costra de la cicatriz de aquella chica, Martín Hache acabaría por transformarse en una herida latente para mí. Herida a la que regresaba y regreso constantemente para no olvidar mi lugar en el mundo, y para que las preguntas que en algún momento me llevaron (para bien y para mal) a ser quien soy continuaran siempre vigentes, molestando desde la penumbra de mi mente.

Sería muy fácil entender por qué esta película, simple en apariencia pero compleja por los cuatro protagonistas, antagónicos entre sí, me golpeó con tanta fuerza. Para empezar, los rasgos de mi propia identidad; un porteño de veinte años, medio extraviado, un tanto bohemio por abandono, en plena búsqueda, que viaja a Madrid a darse de bruces con su propia realidad. Si no tuviera más motivos, estos serían más que suficientes para salir del cine con los ojos nublados por la soberana bofetada que es esta película. Y luego Buenos Aires, la de aquella época, la de las bandas de rock, de heavy; y Madrid, la de los noventa, la de la Dos de Mayo y el botellón, la de los porros y los minis de calimocho, la de grupitos que acababan por convertirse en manada, en jauría, todo a ritmo de rock y blues. Muchas fueron las noches que acababa en la barra del bar de copas en Alonso Martínez en la que aparece Aristarain, en un fugaz cameo. A mis cuarenta y pocos, esta película es todo un ejercicio de memoria, de nostalgia.

Pero no fueron estas coincidencias las que me cautivaron de Martín Hache, sino los temas que se abordaban en conversaciones que rozaban el paroxismo: el sentido del arte, la soledad, nuestro papel en la sociedad, la propia sociedad en sí, el sentido de pertenencia, la amistad, la sexualidad, las drogas y otras formas de evasión o experimentación. Parece casi increíble cómo se pueden tocar  temas de tal envergadura en tan poco tiempo, y se haga sin artificios, con tanta sencillez y sabiduría. Mención aparte para Poncela, probablemente en la mejor de sus interpretaciones.

Con el paso de los años, esta historia (ya de culto, ya atemporal) fue mudando mi piel de Hache a la de Echenique padre. Quizás porque soy padre de un muchacho de la edad que teníamos Hache, la muchacha del portal y yo en el año noventa y siete. O puede que por los desencuentros, todo eso que nunca llegamos a decirnos, cuando me entra el miedo (como decía Luppi) a que le pase algo, o que llegue a ver lo que yo he visto y considero que mejor sería que su vida fuera por otros derroteros, evitarle ese mal trago; o quizás porque la amargura me fue llevando a consolidar (a intentarlo, por dios) mi propia razón de ser, de existir. Esa misma amargura que me mantiene alerta, inmune a la idiotez y expectante ante la contingencia de intentar vivir de verdad.

Yo pasé por varios estadios en los últimos veintipico de años; el de la rabiosa soledad de Alicia adormecida en la hiperrealidad de la taquicardia, el de la abulia del propio Martín, y también el hermetismo de Martín padre negando toda grieta a los sentimientos. Y por supuesto que aún sigo pensando, como el inolvidable personaje que encarnara Poncela, que, por sobre todas las cosas, hay que follarse las mentes. Hay que follarse las mentes.

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De INMEDIACIONES, 01/03/2020

Imagen: Escena del filme